viernes, 31 de enero de 2025

FRANCISCO FUSTER: "La poesía de Juan Antonio Millón"

 


Leo por segunda vez en siete días el poemario de Juan Antonio Millón, Paisaje desde el sueño (Brosquil Ediciones, 2008). Al igual que me sucediera hace unos días con algunos de los versos de Juan Planas, una de las cosas que más me ha llamado la atención en la poesía de Millón y en la lectura que he hecho de ella, es la cantidad de ocasiones en las que he creído ver fielmente descritos, determinados episodios de mi propia biografía. Como persona de naturaleza nostálgica que soy, he sentido una perfecta identificación con muchos de los temas o tópicos literarios en los que el autor insiste repetidas veces. Quizá el mayor y más fuerte de estos sentimientos autobiográficos que me ha refrescado la lectura del poemario, ha sido esa nostalgia de la infancia que - dicen - acompaña a todo ser humano durante toda su existencia adulta y senil y que, en mi caso personal, lleva unos meses anormalmente acentuada. En este sentido, algunos de los versos de Millón [Hoy regresaron de mi infancia / como un confuso eco, / las chicharras y el vehemente silencio de mi abuelo] me remiten a sensaciones que me resultan actuales y cotidianas.

Como dice Jaime Siles en el prólogo, la poesía de Juan Antonio Millón es "una superposición de evocadas ausencias". Efectivamente, la ausencia de los otros y de lo otro, es el leiv motiv fundamental de una poesía que trata de verbalizar, al menos así es como yo le he leído y entendido, esa dialéctica, esa lucha constante, entre el olvido y la memoria [Somos una alma de ausencias vivas, de plenitudes que la vida ha ido abandonando y que nuestra memoria trae a cada instante, arracimándolas en una continuidad sin límites]. La omnipresencia del recuerdo en la obra de Millón, de lo vivido y lo perdido, sitúan al yo poético del autor - como dice Siles - en un no-lugar a medio camino entre el pasado y el futuro, en una tierra de nadie que se debate entre la nostalgia del pasado y el anhelo del futuro: Sutiles versos, / relatos laberínticos, magnos dramas / pincelan nuestras edades, / al dictado de un deseo inescrutable de ese afán de infinito / y esa nostalgia desasosegante.

Junto a esta nostalgia desasosegante, presente sobre todo en "Alcancía", la primera de las tres partes del poemario, otro de los temas o elementos definitorios de la poesía de Juan Antonio Millón es el tema de lenguaje y su incapacidad para reflejar una realidad demasiado fragmentaria y compleja. Especialmente significativos en este sentido son "Límite en el límite" o "Incertidumbre", poema cuyos dos primeros y magníficos versos [Todo semeja falto de totalidad, / parte o mitad de un ser, aún no cumplido] parecen resumir escuetamente, la duda y el desasosiego del hombre moderno.

En la segunda parte del poemario - "Espacios de albor y de espesura" -, esa evocación de la ausencia se traslada a un escenario físico formado por varios paisajes. La sonoridad y la musicalidad de la naturaleza cobran relevancia en unos poemas en los que nos volvemos a encontrar con el motivo de la infancia. A destacar en este desfile de paisajes, un poema con historia como "Arse" - explícito homenaje a la tierra natal del autor - en el que leemos unos bonitos y evocadores versos [Arse, / ser o cíclope, / Muro o montaña. / Piedra rescatada / para una mirada inocente. / Altura / que silabea sin herida / la mayúscula tragedia].

En la tercera y última parte del libro, "Alientos del deseo", el erotismo inspirador y el desamor amargo se vuelven protagonistas. Si Millón empieza esta parte con un sinestésico poema - "Voz y caricia" - en el que tacto y oído, piel y palabra, se confunden [Perfumas las sílabas que pronuncias / tal como la piel de mi cuerpo / acariciado por la dádiva de tu mano / que pulsa, enervado, el sonido de mi deseo.] el libro se cierra con un poema - "Fuiste" - que bien podría ser compendio y resumen de muchos de los elementos presentes en esta poética de la ausencia de Juan Antonio Millón, con la que tantas y tantas cosas he rememorado.

 

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A modo de suculento aperitivo para aquellos a los que se les haya abierto el apetito lector, reproduzco mi poema preferido del libro:

 

FUISTE

 

Fuiste una avenida de álamos

en el tiempo en que la memoria

proyectaba puentes y senderos

ovillando imágenes del recuerdo desatado.

 

Fuiste mar y malecón, paseo líquido,

río de húmedo silencio y atardecer sonoro.

 

Fuiste un sueño que meditaba las horas

habitadas de tu presencia inexcusable.

 

Fuiste la razón de lo que fui

y hoy solo huyo de lo que fuiste.

 

A través de esa avenida,

de ese mar,

de ese río,

de ese sueño,

ya sin razón de lo que fui o fuiste.

 

Juan Antonio Millón, Paisaje desde el sueño, p. 82.

 

 

 

 

COMENTARIOS

 

David P. Montesinos

Hermosa semblanza, Paco, te felicito, y a Juan Antonio por la faceta que le desconocía y que, antes de leer el libro, me parece prometedora. Me gustaría conseguirlo.       

Juan Antonio Millón

Te agradezco mucho tus palabras, estimado Paco. Has sabido encontrar los sonidos y los ecos de esa melodía que he querido verter en mi poemario. Es un orgullo sentirse leído y saber que aquello que has dado a la luz opera en quien lee ideas o sentimientos que preveías en la escritura. Afinidades. Efectivamente esa, como tu la denominas, "nostalgia de la infancia" es uno de los motivos fundacionales de mi palabra y aquello a lo que ella tiende, de forma inexorable, como norte de mi brújula.

Acabo de llegar de ver una película que me ha dejado exhausto. Me he vaciado al tiempo que me ha dejado ahíto de música, imágenes y una extraña sensación de felicidad. La película se llama Despedidas, allí también hay una historia de una infancia, de una ausencia atroz y un sinnúmero de despedidas de seres que nos dejan. La secuencia del hijo amortajando a su padre que lo abandonó, al tempo que descubre, como entre la bruma, su rostro, el rostro del padre que siempre guardó la carta-piedra de su hijo. Un gran hallazgo. Véanla, vale la pena.

Gracias, de nuevo, Paco, por sus palabras y por dar un espacio de su blog a mis poemas.

R.S.R.

Es una delicia incorporarse un lunes e iniciar la jornada laboral con estos versos. No sé quién es Juan Antonio Millón, pero le agradezco que me haya dulcificado la mañana. El poema "Fuiste" es precioso pero en ese verso de "hoy solo huyo de lo que fuiste" creo que está la clave y lo que puede volverlo siniestro. Me encanta. Buscaré el libro.

David P. Montesinos

Tiene razón nuestro protagonista, Juan Antonio, "Despedidas" es una bellísima película. Presiento en ella el regusto del mejor Ozu. Está muy cerca de ser una obra maestra, si no lo es a todas todas.

Juan Antonio Millón

"Okuribito" es el título japonés del film: "el que envía", una especie de Caronte que desde la sencillez, la serenidad, la belleza, ayuda en el duelo a la familia y al finado. Toda una lección para nuestra cultura, para nuestra vivencia del duelo, la de esa práctica japonesa denominada "nokanski". También toda una lección de buen cine, la de este sorprendente director, Yojiro Takita. Una sencilla historia que logra calar hasta el tuétano de ese ser frágil e inestable que somos. Fundando en él, desde la dignidad de la belleza serena, una fortaleza que busca lo inexpugnable.

Francisco Fuster

De nada, Juan Antonio. Ha sido un placer leerte. Esa poesía tuya movida por esa nostalgia de la infancia, me ha resultado tremendamente familiar. Aunque digo en el texto que soy de personalidad nostálgica, hasta hace cosa de uno o dos años no había sentido esa nostalgia de la infancia (tampoco soy tan mayor...). Yo creo que, en mi caso personal, tiene mucho que ver con el haber terminado la carrera y haber cerrado así un ciclo. Inevitablemente, uno hace balance y se acuerda de muchas cosas.

Fíjate lo curiosa que es a veces la memoria. En mi caso, toda esa nostalgia se ha focalizado en mi antigua escuela (no el instituto, la escuela de primaria). Cuando escuchaba a la gente mayor decir que la infancia es el período de la vida que más le marca a uno, no lo acababa de entender; ahora sí que lo entiendo y me acuerdo de una entrevista que le hicieron a Cela en "A Fondo" de TVE (está en Youtube) en la que decía que había tenido una "infancia dorada" y que, cuando le preguntaba su tía aquello de "¿qué quieres ser de mayor?", él decía que se echaba a llorar porque "no quería ser nada, ni mayor siquiera".

Siempre he deseado abandonar el pueblo donde vivo e irme a vivir a otro sitio. Sin embargo, últimamente me ha dado por pasar muchas veces por delante de ese colegio y pensar que me gustaría vivir por esa zona de Alginet. Siempre que puedo paso por allí con mi coche y me quedo mirando el patio del colegio y me vienen a la memoria infinidad de recuerdos. Incluso me dan ganas de hacer algo que tengo previsto hacer en breve (si me dejan). Me dan ganas de ir un día de clase y hablar con mis antiguos profesores (los que queden) y decirles lo que he hecho en estos años para que vean que su enorme esfuerzo durante años no ha caído, como ellos imaginan, en saco roto; bueno, al menos no es mi caso.

Amigos Montesinos y R.S.R., gracias por vuestros comentarios. El poema "Fuiste" al que alude la amiga R.S.R. no solo es precioso, sino que, en mi caso, es tristemente precioso, amargamente autobiográfico. Esos dos versos - "Fuiste la razón de lo que fui / y hoy solo huyo de lo que fuiste" - me han hecho recordar también ciertas cosas, por no decir personas.

Os recomiendo a ambos que os hagáis con un ejemplar del libro. Para todo aquel que le interese, le recomiendo que escriba a alejandro@brosquilediciones.com y diga que escribe de mi parte o bien que me escriba a mí.      

Ángel Duarte

A mi, m'interessa.

Estoy de traslado Tomares/Girona. Es una época del año en la que toca migración, pero, efectivamente, has despertado el interés.

T'escric a inicis de la setmana vinent, però vés pensant com s'ha de fer.

Abraçada y muchas gracias

Francisco Fuster

Perfecte, Àngel. En el teu cas, escriu-me al correu quan ja estigues instal·lat a Girona i jo mateix te l'envie a la facultat.

Si alguien más quiere un ejemplar que me escriba a francisco.fuster-garcia@uv.es y haré un pedido general dentro de unos días. A la gente de fuera de Valencia yo mismo le haré llegar el ejemplar por correo. La gente de Valencia (y alrededores) puede hacer dos cosas: o escribir al editor y decirle que va de mi parte (así imagino que no les cobrará gastos de envío) o pedírmelo a mí para que lo incluya en ese pedido que haré dentro de unos días y luego quedar conmigo un día (en ese despacho que no tengo) para dárselo en mano.

En la reseña que hice de "El bálsamo de la indiferencia" de Juan Planas, hablaba de las librerías valencianas (no hace falta decir nombres, todos los sabemos) que, por omisión, me dificultan en extremo el conseguir los pocos libros de poesía que compro al año. Brosquil es una editorial pequeña de las que sufren este problema. Por eso lo del trajín este que les propongo.          

Justo Serna

Enhorabuena, Paco, por tu blog.

Enhorabuena, Juan Antonio, por tu libro, que yo tuve la fortuna de disfruta

Francisco Fuster

Gracias, Justo. Esta tarde le decía a una lectora común de nuestros blogs, que no sé hasta dónde me llegará la cuerda; que escribir en el blog me ha permitido hacer cosas impensables (quien me iba a decir a mí que estaría reseñando poesía y fomentando su lectura) y agradecidas, pero que me quita un tiempo del que no sé si voy a poder disponer en los próximos meses.

Juan Antonio Millón

Gracias Justo. Espero que hayas pasado un verano feliz y relajado, disipando dolencias. Desde luego que recuerdo tus palabras sobre mi poemario en tu blog: emotivas, amigas, incitadoras. Dirigirme a ti en el blog de nuestro amigo común Paco se me hace extraño y me hace ver a las claras lo que es esto de la red: un gran invento sin duda. Me parece que estás creando escuela.

Yo también espero con expectación el inicio de “Los archivos”. Allí nos vemos.


[Editado por Francisco Fuster en su blog "El malestar de la (in)cultura", 29 de agosto de 2009)


lunes, 13 de enero de 2025

LA POBLACIÓN DE GILET Y LAS HUELLAS DEL PASADO

                                                               Ermita de Sant Miquel (Gilet)

“No descendemos sino que nos alzamos desde nuestro pasado”, dejó escrito en su libro El peso de las naranjas, la escritora canadiense Anne Michaels, y en su extraordinaria novela Piezas en fuga –que recientemente ha sido llevada al cine por su compatriota Jeremy Podeswa- recordaba que “según la tradición hebrea, hay que referirse a los antepasados como “nosotros”, no como “ellos””. Desde esta estela de pensamiento quisiera aportar hoy una serie de datos y recuerdos que nos muestran los trazos del pasado, de la presencia y la cultura humanas en estas tierras.

 

PATRIMONIO RUPESTRE

La primera noticia que poseemos de presencia humana pertenece al periodo Eneolítico –alrededor de 2000 años a. de C.-, y nos enfrenta ante la existencia de un culto ancestral, de un lugar de prácticas sagradas. Nos referimos a la figura esquemática que podría representar a un ídolo oculado, y que hoy es una pieza extraordinaria del patrimonio rupestre de nuestra comarca. Son unos trazos de color rojo situados en la bóveda de una pequeña concavidad del denominado “Peñón de Santo Espíritu”, descubiertas a comienzos de los años setenta por los jóvenes estudiantes José V. Lerma y Matías Calvo –estudiadas por José Aparicio-, cerca de otro lugar sacro hoy en día: el Monasterio franciscano que Eiximenis promoviera a finales del siglo XIV.

 

PATRIMONIO IBERO-ROMANO

También en el Valle de Toliu, muy cerca del Peñón, se encuentra la siguiente huella de presencia humana de la que tenemos noticia. Se trata de un poblado ibérico romanizado, situado en un cerrito cercano a donde se encuentra hoy el cementerio de los frailes de Sant Esperit, donde fueron halladas diversas piezas arqueológicas (fragmentos de cerámica ibérica y campaniense, trozos de sigillata, tégulas y fragmentos de ánforas romanas), datadas por Gil-Mascarell y Carmen Aranegui, entre los siglos III y II a. de C.

De unos siglos posteriores poseemos constancia de dos piezas sepulcrales, en las que se hallan inscripciones latinas, estudiadas por el epigrafista Josep Corell. La primera de ellas –referida a los Acilii-, datable entre los siglos II y III a. de C., fue hallada “en la frontera de una casa de la calle llamada de Murviedro”, según el padre Pedro Sucías, y que, por testimonio de  Sarthou Martínez, en los años 20 aún se encontraba “en el patio de la casa-abadía”, y que hoy, por desgracia, se halla desaparecida. La segunda –referida a la familia de los Baebii y los Valerii-, datable entre finales del siglo I o principios del II a. de C., fue encontrada en 1916, según relata Sanchis Sivera,  cuando un labrador se encontraba excavando para plantar un algarrobo, cerca del “Ventorrillo”, en las inmediaciones del pueblo. Hoy, afortunadamente, podemos contemplar dicha inscripción ya que se custodia en el Museo de Bellas Artes de Valencia.

 

EDAD MEDIA

Si los testimonios, los vestigios más antiguos de Gilet se nos han transmitido a través de soportes materiales –piedra (rodeno, calcárea),cerámica, metal- que han logrado sortear la penuria del implacable paso del tiempo, la gran mayoría de huellas posteriores nos vendrán dadas bajo ese soporte en apariencia endeble,  pero que nuestros antepasados han sabido y hemos sabido conservar y custodiar, como es el pergamino y el papel en centros archivísticos y bibliotecarios –públicos y privados-, bajo la forma de “cultura escrita”.

El primer vestigio escrito data de siglo XIII, y en él se constata el topónimo de Gilet y aparece por primera vez la alusión a su emblemática torre. Se trata de la escritura de la Cancillería Real del rey Jaime I, donde se inscribe la donación el 30 de abril de 1249 de “jovada i mitja” de tierra y una torre en Gilet al caballero Joan de Saragossá.

A continuación enumeraremos algunas referencias escriturarias –sin ser exhaustivos- en las que Gilet aparece referida:

-1275, Real Justicia (Archivo del Reino de Valencia): copia de documento de venta del lugar de Gilet efectuada por Guillem Pons a Bonanat de Pomer.

-1366, Pergamino (ARV): compra del lugar de Gilet por Jaume Sanç d´Eixea.

-1379, Real Justicia (ARV): concesión de privilegios  referentes al tercio delmo i al morabatín a Pere Guillem Català.

-1406, Pergaminos (ARV): concesión de Morvedre al Monaterio de San Espíritu de un bovalar en el valle de Toliu.

-1471, Pergamino (ARV): carta de jurisdicción civil y criminal de Gilet, firmada por el rey Juan II (Iborra Lerma ofrece una transcripción del documento).

Este último documento es excepcionalmente importante ya que corresponde al comienzo del señorío de Gilet por el primer Barón, Don Manuel Llançol de Romaní. También del siglo XV poseemos varia documentación referente al Rey Martin el Humano y  su esposa María de Luna, respecto a la donación de tierras y la fundación del Monasterio de Santo Espíritu del Monte.

 

ÉPOCA MODERNA

De los siglos XVI, XVII y XVIII, poseemos una gran variedad de documentos en los que vemos aparecer a Gilet unido a los grandes acontecimientos históricos de nuestra comunidad, como son el movimiento de las Germanías –en El Dietari del capellà d´Alfons V-, los ataques corsarios –libros de Escolano y Vicente Martínez Colomer-, la expulsión de los moriscos y la repoblación de las tierras por nuevos colonos (Iborra Lerma recoge la carta de repoblación del Protocolo de Joaquín Marti, pero en el Archivo del Patriarca, en los Protocolos de Joan Bautista Garcés y de Miguel Garcés, aparecen otras cartas de repoblación). También vemos alusiones a Gilet referentes al tema de los litigios sobre el uso y aprovechamiento de las aguas de la Acequia Mayor (Chabret recoge algunas transcripciones de documentos del Libro de Consejos de Morvedre, hoy desaparecido), o bien sobre el arrendamiento de los bienes señoriales, en un documento de 1783 que se encuentra en la sección Escribanías del Archivo del Reino de Valencia y del que Iborra Lerma nos ofreció una trancripción.

Sin embargo uno de los documentos más significativos de esta época y del que apenas sabemos más que su referencia, ya que la lengua en la que está escrito –árabe- nos impide su conocimiento y su sentido, es un extenso poema debido a la mano de un morisco de Gilet. El poema se encuentra en la Biblioteca Universitaria de Valencia, dentro del legado de Vicente Hernández y Máñez. Es un manuscrito anónimo que utiliza escritura magrebí en tinta negra, de 175 hojas (caja de escritura: 113 x 310 mm.), encuadernadas en pergamino (114 x 310 mm.). En su incipit se lee: “wa-ntatti adabni wa ilah yarik” (folio1 vº), y en su explicit: “alâ wa lis hitûyûr” (folio 175 vº).

 

ÉPOCA CONTEMPORÁNEA

Como sabemos, el XIX comienza con un gran enfrentamiento armado, la Guerra de la Independencia, al mismo tiempo que con el comienzo del constitucionalismo moderno hispánico: las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812. El cronista saguntino del XIX, Antonio Chabret recogía en su libro, Sagunto, una noticia de la Gaceta de Valencia, de  Diciembre de 1813, en la que se mencionaba el acantonamiento de tropas italianas en Gilet para la toma del Castillo de Sagunto y el establecimiento de la línea de guerra del general Blake para rechazar a las tropas borbónicas. Otro enfrentamiento bélico de este ajetreado siglo XIX, las guerras carlistas, tendrían su impronta en Gilet con las andanadas de Cabrera y Cucala, que el Padre Pedro Sucías logró relatar en su manuscrito Notas útiles…, y del que Santiago Bru nos ofreció una transcripción y publicación de algunos fragmentos en 1995.

Como no queremos ser exhaustivos, sino simplemente ofrecer tan sólo  un panorama general de la huella del pasado de Gilet, cerramos aquí esta primera aproximación a los documentos y el patrimonio referidos a nuestra población y terminaremos ofreciendo la publicación de un curioso artículo que apareció en el año 1930, en la prestigiosa revista Cultura Valenciana.


viernes, 27 de diciembre de 2024

JUSTO SERNA: "Aquel que observa y evoca"



Presentación del libro de poemas 

Como un mar antiguo de Juan Antonio Millón 

(22 de marzo de 2023)


Entre sus versos fluyen las aguas de un mar remoto. No sólo el Egeo. No sólo las aguas milenarias de esa Antigüedad clásica de la que siempre hay vestigio. 

El mar de Juan Antonio Millón es un manto cristalino que retiene restos y que refleja pecios que arroja a la orilla. La orilla es la costa, pero es este presente que aún existe.

Hay en su poesía el verbo que fluye para mantener con vida y en suspensión esos rastros y esos pecios, pedazos de lo que uno fue o de lo que aún sueña que es.

Grecia y las tradiciones a las que pertenece y en las que se reconoce están evocadas. La vida son islas por las que se viaja y que se hallan milagrosamente a flote. 

Hay en sus versos naturaleza y cultura. Hay, sí, una naturaleza de sensualidades que invade el poemario, que se desborda pero a la que apenas podemos vislumbrar. 

Quien observa, escribe, lee o declama vislumbra, en efecto, una naturaleza de horizontes, de piedra, de montaña, de oscuridades, de marjales, de humedales. 

Apenas podemos identificar o aventurar el sentido de lo que fue o de lo hay sin la densidad o la horma de la cultura. 

En sus versos, la cultura aflora sin erudiciones excedentes. Aflora con leve apelación a los maestros de quienes Millón es deudor.

Hay en sus versos una luz, esa luz siempre nueva y mil veces cantada, una luz que perfila lo remoto o que ciega lo presente, amaneceres y atardeceres que remiten a pasados del poeta, de aquel que observa y evoca.



lunes, 16 de diciembre de 2024

EVANGELINA RODRÍGUEZ CUADROS, "Presentación del libro de poemas 'Como un mar antiguo' "



Como un mar antiguo de Juan Antonio Millón

PRESENTACIÓN

[Sagunto, 14 marzo 2023]

 

He oído decir que sólo es saludable aceptar un reto si te lo plantea un amigo. De modo que empiezo por agradecer a Juan Antonio la oportunidad de estar aquí, para presentar su último libro de poesía.

 

Porque, además de las afinidades electivas en la profesión o el estudio, creo que estoy aquí debido a una amistad que, como dice un verso del poema que abre Como un mar antiguo, navega ya muchos años «henchidas las velas de las fraternidades».

 

Cuando, en un ya lejano 1985, un grupo de jóvenes me confiaron realizar una Antología de poetas saguntinos bajo el título Donde el eco al vuelo, no pensé que ello me fuera a convertir en estudiosa de la poesía contemporánea. Ni siquiera las ediciones sobre la presencia saguntina en la literatura clásica o posterior —incluida una tragedia del inglés Philip Frowde con el título The fall of Saguntum—, me cualifican tal vez para ello, porque se asentaban en unos siglos cercanos a lo que siempre ha sido mi estudio. Pero de una cosa estoy segura: ni la investigación, ni las excavaciones literarias o poéticas en la mitificada memoria clásica saguntina, han dejado de rozarse con el paisaje que la acompaña. Siempre pervivirán en la novela o la épica, porque nadie puede prescindir de la tentación de relatarnos. Pero para quienes entendemos la lectura como necesidad diaria, es imprescindible tener siempre a mano un libro de poesía, como si de un Breviario o Libro de Horas se tratara.

 

Treinta y ocho años después de prologar a aquellos, entonces, jóvenes poetas, el vuelo de ese eco roza también Como un mar antiguo de Juan Antonio Millón, contagiado por las afinidades electivas de su doble condición de filólogo e investigador.

 

Aunque la poesía es un estado de gracia, la crítica exige imparcialidad. Y si esa crítica (palabra que significa ejercicio del criterio) ha de aplicarse a un bello y emotivo poemario de un amigo, no se hace fácil. Sobre todo porque no existe una única o válida interpretación de la poesía y es probable que sometido este libro al criterio de distintos lectores o presentadores, asistiríamos a hermenéuticas o interpretaciones también diferentes.

 

Pero ¿por qué en un mundo tan hipertecnificado y con tanta dependencia de la conectividad digital se sigue escribiendo y leyendo poesía, aunque no cuente, por ejemplo, con la adicción narrativa de una novela? Tal vez porque el objeto de la poesía, de Homero a Lope de Vega o de Machado a Gil de Biedma, es descubrirnos lo escondido o trazarnos accesos a una realidad paralela. Exagerando mi optimismo, diría que la poesía es un instrumento no sólo para narrar un mundo, sino para poseerlo. Y ambas cosas requieren un combate con la palabra.

 

Al contender muchos años con los clásicos, he acabado entendiendo, sobre todo, la poesía aferrada a la tradición comunicativa o a una narratividad transparente, sin por ello no respetar otras opciones. Entiendo por legado clásico el capaz de explorar tanto la tradición literaria, en el mejor sentido de la palabra tradición (esto es, un justificado mantenimiento en el tiempo) como nuestro universo más cercano. Y, a mi juicio, éstos son los dos principales cometidos que se ha planteado la poesía de Juan Antonio Millón, quien culmina en este libro el doble compromiso clásico -intelectual y poético- que le caracterizan. Me complace decir que consigue con impecable elegancia y con una sabia discreción que le permite escribir poesía prescindiendo de exclamaciones.

 

Si en sus libros anteriores se reconocía el espacio en el que ha prosperado su inquietud filológica e intelectual, Como un mar antiguo se escribe desde aquí, pero nos lleva más allá del mito de Zakhinthos y su alargada sombra de heroísmo, a nuestra belleza más duradera, ese escenario de consoladora nostalgia de perfección que es el mar. Ello ha puesto en valor un talante y un talento intelectual y poético que lo digo a él y a todos los presentes, valen más que la mejor Tesis Doctoral sobre glorias literarias o minucias locales. De acuerdo que, tal vez, la poesía sea también arqueología, como lo es toda excavación en la escritura. Pero aquí nos encontramos con un bello poemario madurado en la experiencia de Paisaje desde el sueño (Brosquil, 2008), Sendas que tracé (2017) o Todo lo que verán tus ojos (2022). También ha traducido poemas (una aventura, la de la traducción poética —y lo digo por experiencia—. es tan gozosa como arriesgada). Lo hizo en Sendas que otros trazaron (2022).

 

Como un mar antiguo confirma la madurez de las sendas abiertas: una experiencia de lo clásico, liberada de artificio y progresivamente desprendida de límites espacio-temporales.

 

Es verdad que se nos invita a una cálida evocación de la infancia, del entorno familiar o, en otros casos, al roce con inmediatos paisajes elegidos, por ejemplo, la marjal. Lo hace afanándose en la austeridad de las imágenes poéticas.

Y ello le ha exigido explorar la capacidad comunicativa de la poesía: algo que, a mi edad, me permito considerar, sin complejo de antigua, anacrónica u otros desplazamientos calificativos, algo así como un patrimonio de la humanidad. Lo hace poniendo en valor los entornos vividos más por su calidez que por su valores legendarios, míticos o eruditos llevándolos hasta aquella bondadosa síntesis que pedía el Antonio Machado entre lo clásico y lo romántico. Y a través de una personal anábasis, camino o viaje por el Mediterráneo y su inesperado y maduro reencuentro con la mirada de un Lord Byron quien, apenas ocho años después de ayudar a la creación del más trágico héroe romántico, Frankenstein, moría, tras apoyar su cabeza en el mármol, mirando al Adriático desde Cabo Sunion. Con ello trazó el itinerario de todo viaje iniciático a la Grecia clásica, donde el viento «nos mueve a la memoria». Tal podría ser el resumen, espero que, aunque incompleto, no fallido, del hilo que une los poemas de Como un mar antiguo donde podemos leer la síntesis de una memoria voluntariamente compartida, sobria más que exaltada y, por ello mismo, bella y emotiva.

 

Hubo un tiempo en que los debates sobre la poesía se empeñaron en situar la poesía contemporánea en una forzada elección entre una narrativa versificada, discretamente comunicativa —poesía de la experiencia, creo que se decía— o la depuración eufónica o musical de los versos, subrayando su carácter autónomo e intelectual. Esta tarde, advierto a ustedes que este libro no renuncia a ninguna de estas opciones, pero que, si algo de verdad persigue es reivindicar el derecho que nos permite leerlo de la manera más radicalmente emotiva que permite la poesía.

 

Esa poesía que, en la antigüedad, se propagaba desde la propia voz del poeta, pervive en la modernidad en el plano silencio de una página escrita. La mayoría de los poetas han preferido quedarse fuera de ella, dejándola al albur de nuestra libre interpretación. Lo cual es un acto tan arriesgado como generoso. Como insistente lectora de poesía (clásica o contemporánea, aunque sólo expliqué en clase la primera) creo que su futuro no pasa ni por el surrealismo ni por el puro esteticismo, pero tampoco por el compromiso social, por respetable que sea, de quienes la escriben. Pasa por llegar a ese punto exacto, aunque sea efímero, donde constatar una emocional complicidad entre el poeta y quienes lo leemos. Y pasa, como creo que sucede en este libro, por conseguir una síntesis entre la reflexión, la sensibilidad y la inteligencia.

 

Como un mar antiguo lo logra con impecable elegancia, madura discreción y evitando la manía de la poesía decimonónica (y de mucho después) de poner muchas exclamaciones. Sin una palabra más alta que otra: Juan Antonio sabe que la poesía de nuestro tiempo no es ya la de la furia de los cien cañones por banda. Ya lo dijo, con emotiva exactitud, el también profesor y poeta José Luis García Martín (Aldeanueva del Camino, 1950):

 

El arte es abstracción y extrañamiento, contemplar lo que borra la costumbre como si nunca lo hubieses visto antes.

 

Hoy la poesía no es «un arma cargada de futuro», como escribió Gabriel Celaya (1911-1991) en sus Cantos íberos. Más bien es un método para descubrir lo que está cubierto, para trazar el mapa de la realidad que elegimos contemplar, un lugar donde recordar sin la ambición de ser recordados. Y, de ese modo, lograr poseer razonablemente el mundo.

 

En este sentido, tal vez lo más sugerente de este libro es que registra, sin complejos, un yo biográfico y vital abierto a ser compartido. Muestra su aspiración clásica en el propio título: Como un mar antiguo. No hace falta decir que la palabra antiguo —insistentemente invocada en Sagunto— deriva del latín antiquus y significa, un tanto peligrosamente, vetusto, viejo, añoso, arcaico o lo que existió hace mucho tiempo. Pero tiene adherido otro significado: la quebrada evocación de lo que, obstinadamente, permanece. El propio diseño de su portada, un cómplice dibujo de Beatriz Millón trazando un roto o inacabado mosaico clásico, así lo refleja. Por eso no creo que la poesía de Juan Antonio —ni en este libro ni en los anteriores— sea una escueta, aunque valiosa, poesía intimista o existencial sino más bien una poesía que ha adquirido la costumbre de hacerse cargo del mundo.

 

Quienes trabajamos desde la filología y hemos de explicar cómo las palabras crean nuestra memoria de la realidad, sabemos hasta qué punto nuestra función es, precisamente, explicar el proceso de ese «hacerse cargo del mundo». Y, a veces, un poema es el mejor medio de iluminar tal explicación. Como escribiera Francisco Brines, «somos los confidentes de nuestra propia vida», una expresión que cualifica también el tono profundamente meditativo del libro, aunque sin rechazar ni la proyección del yo ni la experimentación con el lenguaje poético. Lo suyo, sea por la formación o por una consciente preferencia de quien lo escribe, es instalarse en la vocación clásica, que no contaminada por la frecuente psicosis de la ruina arqueológica.

 

Pero el abolengo clásico de esta parte de nuestra ciudad, que tanto se ha contado y cantado, no existiría sin su apertura al mar (que ese sí que es todo un clásico). Lo consiguió, además de por su heroica resistencia ante Aníbal, gracias a una aventura muy posterior pero no menos heroica: la hazaña siderúrgica que, ya en el siglo XX, generaría otra tradición poética, aunque sólo sea por la dolorosa nostalgia que pueden significar las, en este caso sí, abandonadas ruinas de un pasado que merecerían más respeto cívico e institucional.

 

Para confirmar su voluntad evocativa, las citas introductorias del libro no son un capricho retórico. Una es del filósofo presocrático Parménides de Elea (que vivió en torno al 530-515 a.C.). Los presocráticos motivaron no poco la inspiración del pensamiento moderno, puesto que de ellos arranca el del mhytos al logos, es decir, el acceso al pensamiento racional y la búsqueda del significado del mundo natural y la ética humana. Entre los años 640 al 370 a.C., nombres ahora extraños como Jenófanes, Parménides o Empédocles u otros que, en mi época, sólo conocíamos por las clases de ciencias naturales o de matemáticas -Heráclito, Pitágoras o Tales- recorrieron la Hélade contemplando su mar y proclamando sus reflexiones según el ritmo, acentuación y melodía de los hexámetros, a imitación de los rapsodas épicos. Fue el logos, es decir la palabra, y no el linaje o la máquina o la técnica lo que en verdad generó la civilización.

 

La cita de Parménides que abre el libro nos propone un doble interrogante: «¿Cómo, lo que es, podrá perecer luego? / ¿Cómo podría llegar a ser?». Luego se añade un verso que Borges incluyó en su bello libro de poemas Lo perdido (1972), uno de los más bellos del autor, y que es asimismo una pregunta: «¿Dónde el viento y el mar, dónde el olvido?». Se incluye —no deja de ser un golpe de efecto, como le gustaba a Borges— en un inesperado soneto. No sé si será este ejemplo o, más probablemente, su contumaz deseo de enfrentarse a retos, lo que ofrece a Juan Antonio Millón otro saludable incentivo, ya que el soneto —una estrofa que logra abarcar un mundo en 14 versos— asoma más de una vez en el poemario.

 

La cuestión es que el recuerdo del mar y de los presocráticos impregnan casi todas sus páginas. No es de extrañar que, un buen día, Juan Antonio decidiera pasarse desde la filosofía a la vaporosa épica filológica y, con ello, a una serena ética de la escritura. Con el tiempo, ha pasado también de la erudición local al no fácil reto de narrarse a sí mismo, escuchar el transcurso del tiempo y escribir poesía, el único lugar donde las palabras nunca están de paso.

 

Pese a esta consciente inspiración filosófica, uno de los atractivos del libro es lograr descubrirnos objetos o imágenes concretas, recorriendo un camino de preguntas, dudas y revelaciones. La inspiración clásica que sostiene Como un mar antiguo no es un tic culturalista sino una emoción real. No es una poesía abstracta o sentenciosa. Acoge comunicación y no tics estéticos o mitos grandilocuentes. No intenta transformar la realidad; por el contrario, quiere que permanezca intacta para que la habitemos sin la cansina inclinación de abrasarnos en lo épico, en la hipérbole o en los signos de admiración. Incluso se libera de la atadura de la rima, pero, en ocasiones, ésta también se desborda cantando por su cuenta, olvidando momentáneamente su propósito de sobriedad.

 

Como un mar antiguo ensaya el esfuerzo ascético y evita el desbordamiento. Consigue un pacto entre la serenidad clásica y el derecho subjetivo a aquel romanticismo que Machado asumiría con la sobriedad, casi monástica, de un maestro de pueblo. Incluso pone elegancia en un hogareño Despertar —título de uno de los últimos poemas del libro—donde juega con la arriesgada nasalización de las eñes:

 

Pájaros de luz planean,

se cuelan en tus ojos,

legañas enmarañadas

que se abren al aire de la sala

[...]

 

Y como despertar cada día supone, en cierto modo, enhebrar otra vez el tiempo en la aguja de la vida, este poema, cargado de infantiles nasalizaciones en eñe, me recuerda la luz que inundaba la habitación cuando mi madre descorría la cortina de la ventana para despertarme e ir al colegio, tras lavarme, enérgica, la cara en el fregadero de la cocina porque —decía— con legañas no se puede ir a la escuela. Así, descubrimos que lo clásico habita más allá de lo solemne. Muchos versos de Como un mar antiguo son abarcables en una sola mirada a la página; casi todos se afanan en el exilio de la brevedad concisa o del silencio. No sólo cuando se usa el haikú: poemas, de sólo tres versos con apenas 5 o 7 sílabas y que ha recuperado la poesía contemporánea.

 

Conseguir que un poema pueda abarcarse prácticamente en una mirada, nos convence de lo abarcable que es el mundo. No es extraño que los poetas contemporáneos hayan usado de esta métrica para ensayar la concisa eternización de la palabra poética. Así, lo clásico puede alojarse también en un esfuerzo del intelecto, pero nunca de manera apremiante sino intimista. El libro, no sé si he contado bien, ofrece 22 haikús que juegan, en el mejor sentido de la palabra jugar, con una poética de aparente intrascendencia pero que logra, por ejemplo, cifrar un paisaje en 3 versos:

 

Las cañas danzan

melodías de adiós

cuando atardece.

 

Pero también homenajea a poetas clásicos, como en el ingenioso contrafacta que hace de los versos de Góngora en su Polifemo (»infame turba de nocturnas aves/gimiendo tristes y volando graves») al escribir

 

Entona el agua

a las nocturnas aves

mimosas nanas.

 

Con ello se logra esquivar la imponente oscuridad gongorina para construir cachitos de sinestésicas imágenes, asociando distintos dominios sensoriales:

 

Calla el silencio

espejuelos del mar.

Rompe una ola.

 

O abrirse a la inspiración, sea consciente o no, del Cantar de los Cantares bíblico

 

Piden tus labios

una albada de besos

en esta noche.

 

Versos que, a su vez, me llevan al recuerdo del poema Albada de Jaime Gil de Biedma que parece desmitificar aquella ternura:

 

Despiértate. La cama está más fría

y las sábanas sucias en el suelo.

Por los montantes de la galería

llega el amanecer.

 

Podemos, incluso, arriesgarnos a encontrar incentivos o precedentes de esta convivencia de versos largos y breves del haikú en la raíz popular y bíblica de nuestra misma poesía clásica. Aquellos versos de San Juan de la Cruz:

 

Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,

aunque es de noche.

Aquella eterna fuente está escondida,

que bien sé yo do tiene su manida,

aunque es de noche.

Su origen no lo sé, pues no le tiene,

mas sé que todo origen de ella tiene,

Aunque es de noche.

 

me han parecido siempre haikús escritos en el siglo XVI. Y acaso se rememoran, consciente o inconscientemente, en los de Fontana plural de Juan Antonio, con su muy trabajada cascada de aes:

 

Aquella fuente

nos acompaña

manando el agua

distinta y clara,

que nos reúne,

que nos dispersa,

que nos derrama.

 

Pero Como un mar antiguo no sólo aloja instantes contemplativos sino también la duración de la infancia cuando, como dice otro poema, nuestra frente, mucho antes de poder levantar la mirada en Cabo Sunion, «se alzaba a las barbas del cielo». En el verano, los tediosos deberes de la escuela en las vacaciones, exiliados siempre al rincón de los últimos días, aspiraban el olor crepitante del aceite donde hervían los tejeringos, que es como suelen llamar en Andalucía, origen familiar de Juan Antonio, los churros. Es esa inocencia no sólo de los olores sino de los sonidos irrecuperables lo que la poesía funde y confunde con el dolor de estar vivos: el canto unánime de los grillos en la tarde luminosa o, al medio día, donde en la era se trillaban en círculo las espigas junto a la monotonía de un hondo mar de olivos en la Andalucía interior. Estos últimos versos del poema Olas y olivos:

 

allí

en la fascinación de los olivos

donde todo es uno y todo es diverso

 

Y aquí la poesía vuelve a soñar con lo clásico o con el topos del unum et diversum que habría de motivar el célebre estudio de Claudio Guillén sobre literatura comparada, Entre lo uno y lo diverso.

 

Pero, en otros poemas, surge, entroncando con el sentido reflexivo de todo el poemario, el inevitable genius loci de esta ciudad. Por ejemplo, cuando, tras describir en su primera estrofa: la vida íntima de la piedra, / el latido claro de su corazón, evocamos —tal es, al menos, mi lectura personal— el otro mar antiguo al que también se asoma Sagunto (ese cuyas ruinas ya no son piedras sino tramos de hierro sumergidos, como pecios extraños, en la otra parte de memoria a la que pertenecemos). Y, así, concluye:

 

la luz ha dado voz a tu reposo

y de su canto se han forjado

sueños de huidas,

de pérdidas y derrotas

en un ardiente exilio de ausencias.

 

Pero en mi niñez, la Pascua sí se celebraba entre piedras. Y la piedra, sea en un monumento o en el dique artificial que labró la epopeya siderúrgica, simboliza la permanencia porque la piedra y el mar, el hierro y el fuego nos han relatado. Todo ello deja pequeñas huellas en el poemario. Como lo hace el eco del Francisco Brines (1932-2021) de Las brasas o del Otoño de las rosas. Así lo hace pensar su Canción antigua (p. 27):

 

Volverán, como el otoño

siempre vuelve a recordar,

de amor ardido las brasas

en un verano sin fin.

Como un tropel de pájaros

en primavera de invierno.

 

La poesía engendra poesía y su función es volver a ser escrita desde otra mano, o desde otro modo. Cuando Juan Antonio escribe:

 

Fuimos y volvemos a ser una Atlántida

olvidada en el mar, esperando

que algún futuro nos encuentre desnudos

 

me resulta casi imposible no recordar los versos de Antonio Machado:

 

me encontrarán a bordo, ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar.

 

Por eso me ha impresionado su esfuerzo de sobriedad —sintiendo, que no magnificando las imágenes— volviendo a homenajear a Machado, esta vez recordando lo que dejó escrito en sus Complementarios que dejaría inédito: «Silenciar los nombres directos de las cosas, cuando las cosas tienen nombres directos ¡qué estupidez!».

 

Puede que esta sobriedad se deba a que Juan Antonio, en cierto modo, llega a la poesía con una madurez, diríamos, posterudita. Como un mar antiguo hace también que la intimidad de lo próximo o un cercano locus amoenus pueda ser, bajo el sol, una espiga hiriente; que los atardeceres conviertan las «cañadas henchidas de penachos / como vidrios de escarcha/sobre el metal líquido». Y que, en un contraluz, «llore la lejania». Pero se recupera también la rotunda onomatopeya en versos como «los guigarros de esta grava que piso» (p. 91). Y así, se nos convence de la suficiencia poética de la realidad cuando ésta se labra en los colores de la infancia, o en la íntima experiencia emocional a la que nos invitan unos haikús cuyas imágenes siempre hubiéramos querido dibujar:

 

La tarde incendia

la pupila del mundo

tras las montañas.

 

En las ermitas

el tiempo se detiene

se me acompasa.

 

Las chimeneas

del horizonte azul

humean nubes.

 

Claro que el haikú, puede que ya fuera presentido en aquellos versos de Machado que dicen encontraron, tras su muerte en Collioure, en el bolsillo de su raído abrigo:

 

Esos días azules

y este sol de la infancia.

 

Pero es que, además, Juan Antonio es de los pocos poetas (iba a decir jóvenes sólo por engañarme a mí misma) que se arriesgan a escribir sonetos en el siglo XXI. ¿Qué sería de lo contemporáneo sin lo clásico? Por ejemplo, el que, bajo la advocación de un bello verso de Garcilaso («Cuánto corta una espada en un rendido») y que titula Promesa trabaja cuidadosamente las sinalefas vocálicas o los encabalgamientos para conseguir, el placer de un perfecto endecasílabo:

 

Somos una hendidura en la corteza,

vegetal en la tiniebla ardido,

sueños que a un tiempo mal y bien han sido 

savia y luz que batalla en la aspereza. 

 Grietas que prolongan la voz que reza

a un mañana que borre quien has sido

y olvide aquel delirio tan temido

y muestre al fin serena la pureza.

Podrá hundir el rayo su feroz tralla

en el cuerpo indefenso de quien pena,

pero ha de renacer quien ahora calla 

transido de una vida que enajena

aquella herida que en su cruel batalla

quiso abatir la promesa más plena.

 

 

La cita inicial tomada como título de este soneto, repito: Cuánto corta una espada en un rendido es un homenaje a Garcilaso, pero termina recordando la furia quevediana (a Quevedo también le salían muchos endecasílabos hipermétricos). Pero no son los únicos encabalgamientos del libro -encabalgamiento, es decir, acabar el sentido de una línea del verso en la siguiente, pues los ensaya con audacia, en otros sonetos:

 

Yermo desolado es este lugar

donde la lluvia es una musitada

música que nos lleva a la apartada

orilla donde se yergue un altar.

O, luego:

aves que rememoran la abatida

cerviz de quien luchó hasta el extravío.

 

No podemos elegir la época en que escribimos, pero sí podemos elegir la tradición para sostener, como pedía Gerardo Diego, el equilibrio entre el sentimiento y la expresión. Todo el libro denota la madurez de haber tomado medidas a la vida a través de la poesía. Así lo expresa, creo, el poema Hontanal (título que remite a la fiesta que, en la antigua Roma, se dedicaba a las fuentes), y que para mí revela ese punto de madurez vital que es saber aceptar lo que somos. Y dice:

 

Nunca olvides las nubes

penetradas de savia,

que el tiempo lentamente va empujando.

Ni ignores los vastos atardeceres

que cuentan las batallas

feroces de la luz y la tiniebla.

Ni el mar ignoto evites

aunque arrastre tu mirada hacia lo hondo,

tu propia lejanía

[...]

Desnuda tu inocencia

frente al aciago horizonte de muerte,

y acepta la sinrazón de la luz. [...]

 

Las edades bárbaras (sea la inocencia de la niñez o las aguas turbias de la juventud) se curan al amparo de la escritura, recordando con serenidad la inocencia de la niñez o las aguas turbias de la adolescencia, porque, como dice otro poema del libro:

 

Fue la niñez feliz, aunque el dolor

bastía el descubrimiento del mundo.

 

Es interesante esta búsqueda de términos insólitos, refrescando palabras antiguas. Así, el extrañamiento del verbo bastir (que significa abastercer, proveer, construir) introduce en el verso la necesidad de detenernos y sentirnos aludidos por su significado. Y, del mismo modo, el desasosiego que promueven los encabalgamientos precisos y los adjetivos distanciadores:

 

No es aún el mar, amor, quien acuna

el gozo y las tormentas, amparando

los despojos tundidos por ráfagas

fatales del destino

 

donde tundir significa igualar, con el recorte de las tijeras, las imperfecciones de los paños tejidos con la lana. Nos hallamos ante una poesía que, sin renunciar a lo narrativo, resulta íntima. Y que reflexiona sobre el propio lenguaje poético acercándose a la plena experiencia emocional de hacerse cargo del mundo. Como dijo José Ángel Valente (1929-2000), en su inolvidable libro Las palabras de la tribu (1971) la poesía revela un aspecto de la realidad para el cual no hay otra vía de acceso que la propia poesía.

 

El libro logra ensamblar las innovaciones expresivas de la poética contemporánea y una cuidada sobriedad. Por ejemplo, el poema Verano desde un invierno (p. 29) comienza con la añoranza de la inocencia infantil:

 

El mundo era un renacer:

corríamos hacia las piscinas

 

Pero, enseguida, nos pellizca el guiño de un inesperado desplazamiento desde quien, en buena lógica, debería ejecutar la acción Y entonces leemos:

 

para que el agua gritara en nuestros cuerpos.

 

Si el agua es fría, es nuestro cuerpo desplaza su frío al grito del agua. Y, tras ello, el poema se sumerge sin complejos en el surrealismo:

 

en la hierba relamíamos la mantequilla de colores.

 

Y, justo entonces, irrumpe un paisaje sonoro fabricado por la reiteración de crujientes erres:

[...] columpiados por las ramas de los abrojos

y el restañar de las ramitas

retorciéndose bajo la luna de agosto

 

Hasta que, finalmente, se nos conduce a la fervorosa nostalgia de un supuesto pasado:

Todo era fulgor,

risa desatada,

misterio del sufrimiento.

Asombro vital.

 

Uno de los poemas más bellos es, en mi opinión, el titulado Letra (p. 79) por su confesada inspiración en la escritura heredada de los clásicos:

 

 

Leo lo que en el agua otros escriben.

Remonto, en sus cursos, una corriente

que logro reconocer por sus lindes,

pero que no es mi propio manantial.

Me llama hacia sí, como un pez sumido

en la obsesión de ir más hacia arriba, 

columbrando un pasado anublado,

buscando el origen inalcanzable

de aquel verbo que fluye

 

Y, justo aquí, aparecen tres versos, como si fueran tres pequeños escalones que hemos de bajar, acompañando el sentimiento de quien los escribe:

 

y transforma

        y oculta

        su sentido.

 

Pero no se trata de que este fervoroso magisterio olvide o renuncie a la atrevida y hogareña metáfora (recordemos las legañas enmarañadas del poema Despertar). Ni al consolador refugio de la palabra que nos libera del dolor de no haber dicho a tiempo lo que quisimos decir. Así, en el poema Nunca:

 

Regresan las palabras como un mar antiguo lenta, pausadamente,

a decirme de nuevo la verdad inconfesable: lo que no te dije

y siempre quise decir [...]

 

La poesía encuentra en la palabra su camino, aunque tampoco tema rozarse con el silencio, porque es este silencio lo que la pone en valor. Así, Juan Antonio, se instala en una madurez meditativa y curativa, borrando discretamente los afanes de la erudición local. Descubre un modo de mirar que, materializado en escritura, obtiene su compensación; y así lo recuerda en Lecho y caudal:

 

la palabra poética

nos devuelve las nubes

de los cielos perdidos.

 

Creo —desde luego puedo equivocarme— que un libro de poesía tiene mucho de aventura y homenaje subjetivos.

Y Como un mar antiguo asume sin complejos la varia lección que transcurre desde la Ítaca de Kavafis (1863-1933) a la sobriedad del último y mejor Lorca o a los versos que Machado olvidó, junto a sus cigarrillos, en el bolsillo de su abrigo en su último paseo por Collioure. Quién sabe si a aquel poeta maestro de escuela, también le hubiera gustado, para emocionarse emocionándonos, extender su última mirada sobre Cabo Sunion. Algo de eso intenta hacer con nosotros Como un mar antiguo, desde una sobriedad rizada de imágenes intuitivas o, en otros casos, reposada en la meditación ética. Una poesía que, sin ceder al realismo narrativo, nos confía un perseverante decir íntimo y al deseo de comunicación.

 

Personalmente, he acabado bastante cansada de la poesía experimental o de la que se enredó en una confusa separación entre lo intelectual y lo estético. Como dijo Jaime Gil de Biedma (1929-1990) en su poema «El juego de hacer versos» de Las personas del verbo: «Lo que importa explicar / es la vida». Y concluye «y los poemas son / un modo de adaptarnos / para que nos entiendan/ y que nos entendamos».

 

Pero como he sido estudiosa del teatro clásico quiero terminar recordando lo que el dramaturgo Juan Mayorga dijo al ingresar en la Real Academia Española (esa institución últimamente tan atildada): «vivo pendiente de lo que las personas hacen con las palabras y de lo que las palabras hacen de las personas». Creo que Juan Antonio ha emprendido de manera irreversible ese viaje, siempre de vuelta, que es la poesía, haciéndonos memoria de un territorio pacientemente recorrido para llegar a una vocación clásica participada de emotividad; es el gran privilegio de la literatura (y en ella incluyo la del texto teatral clásico que he explicado en casi cuarenta y cinco años de docencia universitaria): hacernos cargo del mundo que nos ha construido. Lean este libro, aunque sólo sea porque logra divisar, en la memoria de un mar antiguo, las velas de la esperanza fugitiva que persiguen los héroes. Un libro salido del menester elegido por Juan Antonio Millón tras haber dialogado con el yo investigador o erudito que parece imponer, a veces de manera tiránica, nuestro entorno. Ahora compone una memoria en diálogo con todas sus edades: la niñez, la juventud y la madurez de su talante y su talento. Filólogo emigrado de la filosofía y que ha realizado su mejor Tesis Doctoral en una paciente y emotiva escritura poética. Permítanme que dedique mis últimas palabras a su autor y que, al amparo de muchos años compartiendo vivencias y palabras, recuerde tres versos inconmensurables de Luis García Montero en su último y emotivo libro Un año y tres meses:

 

abrazos y amistad,

cuevas donde guardó

el fuego que nos une a la existencia.

 

 

 

 

FRANCISCO FUSTER: "La poesía de Juan Antonio Millón"

  Leo por segunda vez en siete días el poemario de Juan Antonio Millón, Paisaje desde el sueño (Brosquil Ediciones, 2008). Al igual que me ...