sábado, diciembre 19, 2009

Bar de Moe



Escribo estas líneas después de haber comido en el bar de Moe. No he estado en Springfield, ni he visto a Homer Simpson tomándose una birra, ni el dueño del establecimiento se apellida Szyslak. La realidad siempre va por delante de la ficción y la taberna a la que me refiero está en El Palo, un barrio de Málaga.

El Moe es un bar que si no te lo enseña algún autóctono nunca darías con él. Es un lugar donde hay más producto que marketing. Tiene unas materias primas de primera y unas manos sabias (femeninas) en la cocina que las transforman en deliciosas raciones. Allí se pueden comer unas conchas finas crudas, unas almejas salteadas, unos mejillones al vapor, un caldillo de pescado que resucita a los muertos y todo tipo de pescados fritos.

Lo conocí por casualidad gracias a que mi cuñado nos llevó allí con la intención de tomar una caña antes de ir a comer a uno de los restaurantes de la zona y nos quedamos enredados entre sus raciones hasta que no nos quedó un ápice de apetito.

El dueño le da nombre al bar, bueno más que nombre le da su mote. Cuando era pequeño vendía helados para ayudar su familia e iba pregonando con su lengua de trapo "helado al moe" y la guasa popular en vez de decirle que era "helado al corte" le puso el mote de Moe para toda la vida. Con el tiempo destacó como futbolista llegando a ser jugador profesional y más tarde de entrenador. Tuvo ofertas para salir de Málaga pero, como él dice, "en la juventud pueden más dos tetas que cien carretas" y dejó pasar las oportunidades. Abajo se puede ver una foto de él cuando jugaba de portero (aparece en el extremo superior izquierdo).

Finalmente puso un bar que atiende junto a su mujer y vive con la ilusión de lo que pudo haber sido y no fue. Conserva una buena mata de pelo aunque las secuelas de una vida deportiva se han cobrado un tributo en su rodilla que le hace cojear ligeramente. Ha creado en su local un ambiente futbolero, las paredes están cuajadas de fotos de su época deportiva y de banderines de clubs de futbol. El Moe aglutina a los forofos del Madrid y del Barcelona de la zona (y alguno del Limonar) y les recuerda en un cartel en la pared que para ver el partido hay que consumir.

Para mi es una visita obligada cada vez que voy a Málaga y se lo recomiendo al que vaya por allí un fin de semana que es cuando se despliega sobre el mostrador todo su esplendor de frescura mediterránea como se puede ver en la foto de Moe que ilustra el post.

¡¡Ni me menees!!

martes, diciembre 15, 2009

Solo ante el buffet






El occidente, tan acelerado y tan moderno, no valora la sabiduría de los años. Es el oriente el que sabe dar la importancia que se merecen las personas de edad. No puedo por menos que dar la razón a los orientales porque siempre he considerado que la sabiduría es el fruto de los años.

Siento debilidad por las personas longevas y no puedo evitar observarlas cuando me cruzo con ellas. Ir acumulando años implica pagar un peaje en las capacidades motoras o en la memoria o en ambas a la vez, pero he visto casos admirables de superación de estas limitaciones.

Admiro mucho a las personas mayores que para conservar la independencia son capaces de proezas que atentan las leyes de la física. Uno de ellos es un vecino que tiene la espalda totalmente curvada y que camina en un equilibrio casi imposible, pues pasito a pasito todas las mañanas va solo a comprar el pan y el periódico.

Hace poco me encontré en el buffet de un hotel a otro irreductible independiente. No puedo precisar su edad pero su terno cruzado, muy parecido a los que llevaba Tierno Galván, le daba un aire de otros tiempos. Me llamó la atención por sus pasos cortos y vacilantes en busca de las viandas del desayuno.

Me dispuse a observar cómo se alimenta un longevo, para aplicarme el cuento y alcanzar su edad. Después de varios paseos volvió con un plato con dos huevos duros que depositó en la mesa y se dirigió a por el zumo de naranja. Volvió con dos vasos, los observó detenidamente, le dio un sorbito a uno, luego al otro hasta dejarlo al mismo nivel y los puso sobre el mantel antes de volver a por la siguiente captura.

La tercera incursión en el buffet le hizo vacilar, parecía que se le había olvidado lo que iba a buscar. Caminada de un lado a otro sin decidirse por nada concreto, parecía perdido. Sentí un impulso de intentar ayudarle pero un camarero que me leyó el pensamiento me dijo. –No se deja ayudar, ayer lo intenté y se molestó mucho-.

No sé en qué acabó la aventura del desayuno porque no tuve tiempo de ver el final pero la imagen del longevo maqueado en un traje de antes de la guerra y solo ante el buffet me dejó una sonrisa en los labios y una determinación de ser como él cuando tenga su edad.


¡¡Ni me menees!!

viernes, diciembre 04, 2009

Toda orejas


Me gusta escuchar más que hablar. Mi predisposición a la escucha es constante y no se limita a mi familia y amigos, se extiende a toda conversación que a mi oído llegue. La sabiduría popular dice que "el que habla siembra y el que escucha recoge", ergo esta inclinación denota mi perfil recolector, más que el de cotilla con el que algunos mal pensados lo podrían confundir.

El tipo de conversación está en función del número de personas que participan así como el entorno donde tienen lugar. En cuanto a los contertulios, las conversaciones entre dos personas tienden a derivar a temas más personales mientras que las de grupo tienen una componente social tendente a crear fluidas conversaciones alimentadas con la vida y milagros de personas conocidas y ausentes en la tertulia. Respecto al entorno, el transporte público, los restaurantes y la playa son tres de los lugares más relevantes para arrimar la oreja y escuchar las conversaciones que siendo ajenas se da la paradoja de que se desarrollan en espacios públicos y no están sujetas a ninguna ley de protección de datos. En la gráfica que ilustra el post se puede observar la relación entre el número de contertulios y el grado de despellejamiento al prójimo que alcanzan las conversaciones.

El transporte público al estar estructurado en asientos y estrechos pasillos no ofrece facilidades a la creación de amplias tertulias, por lo tanto, el tipo de conversaciones que se escuchan suelen ser personales y, en algunos casos hasta íntimas, dada la extraña costumbre que tienen algunas personas de hablar por teléfono sin ningún pudor.

La playa es un espacio de expansión y relajación. Ofrece muchos temas de conversación y oportunidades de criticar al prójimo: cómo le queda el bikini a esa, qué poca vergüenza tomar el sol sin sujetador, qué mal educados están esos niños, no sé como dejan que traigan a los perros, etc. A más contertulios, más posibilidades de ver la paja en el ojo ajeno, pero dentro de un orden y trazando una función lineal en la relación contertulios/grado de despellejo.

El restaurante es el lugar más propicio a la conversación envenenada. No solo se dispone de un lugar idóneo para charlar en torno a una mesa sino que el propio acto de comer y beber, sobre todo vino, alimenta la conversación como leña al fuego. En estas condiciones de entorno, el grado de despelleje crece de forma exponencial en función del número de comensales. Da igual que se sienten a la vasca o a la castellana, conforme avance el ágape la conversación confluirá hacia poner verde a alguien sobre el que exista un consenso general en hacerlo. En ese momento, como si fueran Fuenteovejuna, le despellejarán todos a una.

La condición humana es así, los resentimientos, los miedos, las inseguridades, el morbo, la envidia buscan caminos para salir al exterior y lo hacen en estas terapias de grupo que llamamos reuniones sociales. A fin de cuentas, solo son palabras que se lleva el viento aunque a veces pasen previamente por orejas atentas.

¡¡Ni me menees!!

lunes, noviembre 16, 2009

El anticlerical


La fe religiosa permite clasificar a los representantes de la fauna humana de nuestros días en múltiples variantes. Puestas en una escala de mayor a menor, o de menor a mayor, dependiendo de donde se sitúe religiosamente cada uno, podríamos resumirla en: beatos-creyentes practicantes-creyentes no practicantes-agnósticos y ateos.

Pero hay una variante que tiene difícil encaje en esta simple escala, quizás porque guarde una relación más directa con el clero que con la fe religiosa-- si es que esta distinción es posible: los anticlericales

Algunos individuos de esta especie eran conocidos, en el lenguaje del siglo XIX, como librepensadores.

Son personajes que tienen una larguísima tradición, llena, a veces, de tintes dramáticos y otras transformadas en relatos rebosantes de gracia.

Entre las numerosas historias atribuidas a los anticlericales o librepensadores más radicales es ilustrativa la ocurrida en 1834, cuando la epidemia de cólera morbo que afectaba a toda Europa llega a España y en los primeros días de julio de ese mismo año, las víctimas empiezan a contarse por miles.

A esta tragedia viene a sumarse el rumor propagado por ciertos círculos, que afirman que ciertas órdenes religiosas han envenenado las fuentes públicas de Madrid.

Así lo cuenta Mesonero Romanos: «Ante la imposibilidad de a quien atribuir el brote de tan "repentina y horrible calamidad", comenzó a cundir entre el populacho el rumor -fomentado quizá por ciertos sectores políticos- de que la epidemia tenía su origen en un envenenamiento de las aguas por ciertos frailes.
La consecuencia de ello es que el día 17 de julio, las turbas feroces asaltan los conventos de San Isidro, del Espíritu Santo, de San Francisco el Grande y de Santo Tomás inmolando sacrílegamente un centenar casi de aquellas víctimas inocentes.»

En contraste con los tintes trágicos de este suceso encontramos un relato lleno de humor, referido a ese grupo de representantes de nuestra fauna humana, y que se recoge en uno de los maravillosos cuentos de Guy de Maupassant (Ed. Literarias y Artísticas. Madrid, 1905)

El relato lleva por título El librepensador, y me he permitido entresacar algunos párrafos para avivar el recuerdo de los que, sin duda alguna, conocen el gracioso cuento.

El protagonista que se llama Gregorio, es un anticlerical y librepensador de "tomo y lomo" :

Ver a un sacerdote y sentir un furor desenfrenado, para él, era todo en uno; le amenazaba, le hacía burla, y se curaba en salud por si le había dado mal de ojo»

Y ello alcanzaba no sólo a los clérigos sino a los templos ya fueran «católicos – apostólicos- romanos, protestantes, rusos, griegos, budistas, judios o musulmanes»

Un buen día a Gregorio, nuestro singular protagonista, se le ocurrió en plena Cuaresma, y como réplica a la tradicional abstinencia y ayuno de esos días, «organizar un banquete de carne para el Viernes Santo(...) y convidó a cuatro amigos para ir a comer juntos en el restaurant (...) y levantando mucho la voz para que le oyeran todos, nos decía la variedad de carnes que ibamos a comer»

«A las seis nos sentamos a la mesa y a las diez aún estabamos comiendo»

Terminada la opípara cena llevaron al buen Gregorio «borracho como una cuba» a su casa y uno de los invitados -sobrino del protagonista- se le ocurrió gastarle la pesada broma de enviarle al sacerdote del pueblo:

«¡¡ Pronto!, ¡prontoI reverendo padre. Un moribundo reclama los misericordiosos auxilios de la religión ¡!»

El sacerdote pasa toda la noche al lado del "atiborrado" Gregorio y a las seis de la tarde del día siguiente sale el sacerdote de la casa del anticlerical, feliz y contento.

Ante el asombro de su sobrino, Gregorio le confiesa:

«¡Me ha cuidado con tanta solicitud, con tanto desinterés toda la noche. Le debo la vida, no lo dudes; ha hecho más que un médico...»

El cuento concluye narrando como el librepensador y anticlerical Gregorio se hace católico y para desesperación de su sobrino, a su muerte le deshereda, «dejando todos sus bienes al sacerdote»

¡¡Ni me menees!!

sábado, septiembre 19, 2009

10 placeres veraniegos gratis



Las primeras lluvias y los fríos que anuncian el otoño no han borrado mis recuerdos veraniegos, por tenerlos recientes, y sobre todo, porque los escribí en la HTC Touch para cuando tuviera ocasión de publicarlos en el blog.

Este año "Las circunstancias", de las que hablaba D. José Ortega y Gasset, han dado un golpe de timón y mi "yo" ha disfrutado de la playa en las postrimerías del verano, por ese motivo van con cierto retraso los relatos estivales de este año.

Una de mis reflexiones durante estas vacaciones ha sido sobre la levedad de los gastos en cuestiones de placeres veraniegos. Fui tomando nota de las cosas que me hacían disfrutar y pude comprobar que no precisan dinero y que están al alcance de cualquier alma sensible. Pasen, lean y opinen:

  1. Pasear por la arena mojada: Deleitarse con la sensación placentera de caminar descalza por la superficie húmeda y brillante de la orilla de la playa, sintiendo el suave cosquilleo de la minúscula arena sobre las plantas de los pies a la vez que los ojos contemplan tanto la inmensidad del océano como la brevedad de la vida viendo como las olas van borrando las pisadas.
  2. Tomar el sol: Sentir una inundación de luz natural, deslumbradora, cálida y energética que recarga el ánimo maltratado por los encierros en cubículos de luz artificial. Comprobar como la piel agradecida torna los colores verdinos en calidos y dorados tonos morenos.
  3. Bañarse en el mar: Sumergirse en las saladas aguas cuyas olas juegan a echarnos hacia fuera para después arrastrarnos hacia adentro, invitándonos a traspasar la línea en la que su superficie va atenuando su ondulación.
  4. Escuchar las conversaciones ajenas en la playa: Participar como espectador pasivo de las vidas de otros, juzgando y tomando partido sin posibilidad interactuar. Tan cerca en la distancia y tan lejos en la relación. Las reflexiones sobre este inusitado placer las desarrollaré en otro post.
  5. Coger coquinas: Remover con los pies la arena mojada buscando los tesoros que alberga el mar, dando rienda suelta a ese afán recolector que toda mujer lleva dentro.
  6. Ver los barcos entrar en el puerto: Al caer la tarde, avistar los barcos que regresan al puerto acompañados de una nube de alborotadas gaviotas. Adivinar por la expresión de las caras de los marineros, enjutos y morenos, cómo ha sido de provechosa la jornada.
  7. Contemplar la puesta de sol: Ver caer lentamente el sol, como si fuera una enorme moneda, sobre el horizonte de la marisma que se tiñe de los más ardientes colores hasta quedar escondido entre sus entrañas.
  8. El Wi-Fi de Gema: Volver a la vida digital gracias a la generosidad de una internauta de ley que comparte su router Wi-Fi con los veraneantes sedientos de conexión.
  9. Aromas de jazmín: Dejarse inundar por ese olor dulzón y embriagante que trae la brisa mientras que el olfato enseña a la vista dónde encontrar esas minúsculas flores blancas capaces de tanta fragancia.
  10. Mirar las estrellas: Poder contemplar el cielo estrellado que en las grandes ciudades apenas podemos vislumbrar por la contaminación atmosférica y lumínica. Ir buscando las constelaciones y las estrellas más brillantes. Imaginar dónde estaría situado Trantor y en qué esquina del universo se encontraría Términus. Fantasear con que Han Solo aterrizase en la azotea.

Al pasar a limpio estas sensaciones me ha venido a la memoria los versos de Jorge Manrique:

Cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado (en la playa)
fue mejor.

¡¡Ni me menees!!

viernes, septiembre 11, 2009

Currando con rojos...y azules


Estas líneas que nacieron con el propósito de ser un breve comentario a la serie Currando con rojos, con la que este verano nos ha deleitado Lula, ha pasado -debido a su extensión- a convertirse en un post que usurpa, título y línea argumental de dicha serie.

Hace tiempo, y a lo largo de unos años, tuve la ocasión de coincidir laboralmente con dos curiosos personajes, que acabaron convirtiéndose en dos buenos amigos. Uno de ellos, J. F., era un hombre con bastantes años más que yo, que había pasado doce años en la prisión de Burgos, por dos "delitos": haber participado como combatiente en el bando republicano, cuando sólamente contaba diecisiete años, y ser hermano de un alto cargo del Partido Comunista.

Los años de reclusión le habían convertido lógicamente en un hombre política y socialmente resentido. Si lo primero era obviamente comprensible, lo segundo lo justificaba confesando a los escasos amigos -entre los que me encontraba- que "he terminado la carrera con veinte años de retraso y comenzado a tener hijos a la edad en la que, normalmente, se empieza a ser abuelo".

Mis discusiones políticas con J.F. eran movidas. Criticaba, con dureza, a las dictaduras de "derechas" y justificaba con total generosidad a las dictaduras comunistas implantadas por la Unión Soviética en los países del Este.

Mi protesta ante tal falta de imparcialidad, finalizaba con una fuerte discusión y una ruptura de "relaciones diplomáticas" que duraba escasamente 24 horas. El tiempo necesario para ir a comprarle y dedicarle, afectuosamente, los Poemas de Mao-Tse-Tung, El Capital de Marx o algún texto de Marcuse. La ceremonia de reconciliación siempre tenía la misma liturgia: desenvolvía el libro, leía la dedicatoria y con lágrimas en los ojos me daba un fuerte abrazo.

El segundo personaje, que respondía a las iniciales C.S. militaba en Falange Española. Pero en una rama que reivindicaba "puntos" políticos anulados por Franco y que suponían una condena al Capitalismo: "el capital tiene que tener un fin social - me confesaba- que no se cumple en absoluto".

Era un hombre jovial, optimista, impetuoso, pero muy responsable, que aceptaba con entusiasmo cualquier cometido laboral que se le encargaba. Pero sobre todo destacaba su gran generosidad. Una anécdota lo revela muy significativamente: un sábado fue a visitarme a mi domicilio, un chalet recién estrenado, situado en una de las urbanizaciones de las proximidades de Madrid. Mientras tomábamos café le comenté el "palo" de Hacienda por la citada compra. Cuando hacía media hora que se había marchado, unos faros rompieron la espesa niebla y se pararon en la puerta de mi casa. Era C.S. Ante mi extrañeza, me comentó que en el camino había pensado que podía estar atravesando problemas económicos y él disponía de setecientas mil pesetas -considerable suma para esos tiempos- que en aquellos momentos no precisaba. Había desandado el camino para ponerlas a mi disposición.

Mis controversias políticas con él eran similares, aunque lógicamente por motivos diametralmente distintos a los de J.F. Y se resolvían de idéntico modo. Visita a la Casa del Libro en busca de los bellos Poemas de la Falange eterna de Federico de Urrutia, los textos de José Luis de Arrese, el disco de Montañas nevadas y todo acababa con el abrazo emocionado de mutuo perdón.

Las peripecias laborales de cada uno de nosotros, nos distanciaron lamentablemente, pero en mi recuerdo han quedado para siempre aquellas encendidas, pero singulares y generosas discusiones. El único aspecto positivo es que mis costosas visitas a la Casa del Libro habían disminuido muy sensiblemente

¡¡Ni me menees!!

sábado, agosto 15, 2009

El desengaño

Últina entrega de currando con rojos disponible en versión wiki



Se discutían los salarios, tema espinoso cuando el comité de dirección ha sido antes el comité de empresa, se ha sentado al otro lado de la mesa y conoce todos los trucos. Se llevaban meses de reuniones y no se llegaba a un acuerdo. La postura de la empresa era dura y la de los representantes laborales luchadora.

Fue esta negociación la que me colmó el vaso de la paciencia que ya estuvo a punto de rebosar cuando me dijeron que no les gustaba que fuera profesora asociada. Pero el destino quería darme una ración extra de hiel antes del desenlace.

Ocurrió que tenía que cambiar una EPROM y fui al despacho de los de HW a por unos alicates. Encontré la sala vacía y todas las mesas recogidas salvo una. Me dirigí a esa mesa que tenía un gran pliego despegado sobre el que descansaban unos alicates. Al tomar la herramienta no tuve por menos que dar un vistazo al papel que había debajo y casi me convierto en estatua de sal.

La mesa era del presidente de los representantes del comité de empresa y la sábana de papel contenía TODOS LOS SALARIOS DE LA EMPRESA. Me busqué a mí y al resto de mis colegas. Mi orgullo sufrió una punzada al comprobar que un par de colorines, de muchísima menos experiencia que yo me sacaban de ventaja unos cuantos cientos de miles de las antiguas pesetas. No me lo podía creer, pero evidentemente era cierto.

Supe que era el final y que no tenía otra opción que cambiar de trabajo. Estaba fuera de mercado y el comportamiento de los que algún día fueron rojos no tenía perdón ante mis ojos. Hubiera tolerado mejor la afrenta si ellos no tuvieran un pasado de lucha por la libertad y la justicia. Una vez que me caí del guindo y me eché unas lagrimitas no exentas de hipo, recompuse la figura y pase a la acción. Contacté con mis compañeros de "con batas y a lo loco " y en un mes ya tenía otro trabajo.

El dueño de la mesa que tenía la hoja de salarios y la persona que me entrevistó en la nueva empresa eran tocayos y su nombre, muy poco habitual, significaba "Dios es mi salvación". Ergo, Dios me salvó de los rojos.

¡¡Ni me menees!!

miércoles, agosto 12, 2009

Sobreviviendo

Nueva entrega de currando con rojos disponible en versión wiki




Ilustración de Jakeline Klein

La capacidad del ser humano para sobrevivir no tiene límites, viene en los genes. En aras de esta capacidad se cometen muchos abusos porque salvo que la única solución sea la rebelión, en el resto de los casos se producirá una adaptación a la nueva situación.

En la pérdida gradual del paraíso laboral, poco a poco nos fuimos adaptando sin perder las ganas de trabajar y el buen humor. Nos adaptamos a la luz cenital, evitábamos las relaciones con los colorines, sobre todo del nerd, suplíamos la falta de atención del number one mejorando la relación en el equipo, colaborando aunque trabajábamos en cosas diferentes, y manteniendo la débil llama de lo que fue el paraíso laboral con el resto de los compañeros.

Creamos un nuevo meeting point en el comedor que la empresa había habilitado con una pequeña cocina y un horno microondas. Allí nos reuníamos los viejunos, las nuevas oleadas de compañeros prefería comer fuera y a ser posible con los dueños de la empresa. En ese comedor vi al lejías comerse el plato de lentejas hasta el borde para después apretarse quince albóndigas. Desde allí organizamos las expediciones para ir a nadar en la hora de la comida y cualquier actividad extralaboral.

Se sacaba tiempo para diseñar y poner en escena bromas pesadas. Los de hardware colocaron unos catéteres transparentes en las maquetas y cuando íbamos a probar un software nuevo se ponían a fumar por el otro extremo del tubo para simular la quema de la maqueta. El trabajo se hacía muy llevadero en este ambiente de camaradería.

Pero íbamos notando que los cambios no iban a mejor. Un día decidimos hacer terapia de grupo y nos fuimos los del equipo a comer fuera de la empresa para poder hablar con más libertad. No invitamos a Paco Lenin para no ponerle en un compromiso entre su vida laboral y política. Coincidíamos todos en la falta de comunicación y de apoyo del number one, la importancia que se les daba a los colorines, lo difícil que resultaba tener que hacer el trabajo sin medios y el futuro tan negro que nos esperaba. Después del desahogo volvimos al trabajo sabiendo que tarde o temprano nos iríamos marchando.

Unas semanas más tarde, un colaborador de la empresa que era jefe de departamento en la Facultad de Informática me ofreció dar clases como profesora asociada. Me encantó la idea de volver a la Universidad y acepté. A los socios no les gustó nada mi nueva actividad académica y me hicieron saber que la empresa no veía con buenos ojos mi pérdida de disponibilidad ya que dos días a la semana me marcharía a mi hora.

Mientras, se estaba negociando el convenio salarial de ese año con ciertas dificultades, pero eso se verá en la siguiente entrega.

¡¡Ni me menees!!

domingo, agosto 09, 2009

El nerd

Nueva entrega de currando con rojos disponible en versión wiki



En aquella época no se empleaba el término nerd, aunque o mais nerd do mundo, Guille Puertas, había alcanzado las mieles del éxito. A pesar de ajustarse bastante a la definición de nerd, no pudimos ponerle ese mote por falta de vocabulario porque en aquel entonces, aunque parezca mentira, NO HABÍA INTERNET. Le apodamos de una forma más cruel y menos cosmopolita: ozono-pino.

Como buen nerd hacía alarde de sus habilidades técnicas y no tenía en absoluto desarrolladas sus habilidades sociales. Conseguía en el primer contacto que perdieras todo el interés en mantener con él la más mínima relación. La primera impresión personal se podría traducir al lenguaje llano a: Pero este gilipollas ¿qué se ha creído?

A su poco saber estar unía un problema de olor corporal, no sé si debido a falta de higiene o a alguna glándula traidora. Todas estas circunstancias hacían de él un loner a la vez que despertaban la curiosidad de los demás desde la lejanía y corrían leyendas urbanas sobre su persona.

Una de las secretarias nos contó que una vez que le saltó una llamada de la madre nerd le preguntó:

- Señorita, ¿a que mi hijo es muy importante en la empresa? ¿a que hace unos trabajos de mucha responsabilidad?

Esto nos dio que pensar que con tal madre el nerd podría ser una nueva versión de Norman Bates, lo que explicaría su comportamiento antisocial.

Dejé de tomar café para evitar la angustia que me producía su presencia. Dadas las reducidas dimensiones de la sala del café, tenía miedo de no comportarme adecuadamente por no controlar la aprensión a su olor a tan corta distancia o por imaginármelo con un cuchillo en mano en su faceta de Norman. Sin embargo, para el lejías, hombre curtido en la mili, esto no significaba ningún impedimento para tomarse sus dosis de café hasta que un día salto la chispa que provocó una explosión de gritos y reproches.

El nerd, coherente con su comportamiento antisocial, solía tomar café pero jamás reponía la cafetera si se tomaba el último café. Un día que el lejías le pilló infraganti dejando la cafetera vacía le recriminó su falta de cooperación. El nerd, en vez de disculparse se puso gallito, lo que desató el lado salvaje del el lejías que le llamó de todo menos bonito. La frase final que pude oír desde el laboratorio fue:

- A VER SI TE LAVAS QUE HUELES FATAL.

Pasados unos días el lejías me dijo:

- ¡Cuanto me arrepiento de decirle que olía mal!, ahora ya no huele a sudor pero en vez de desodorante se ha debido comprar un ambientador de cine y ¡ahora huele a ozono-pino!

Desde ese momento ya tuvo su propio mote, un poquito cruel pero merecido.

¡¡Ni me menees!!

jueves, agosto 06, 2009

Creciendo

Nueva entrega de currando con rojos disponible en versión wiki




Un edificio tan grande había que llenarlo de contenido. Lo que hasta el momento había sido una empresa de ingeniería electrónica aplicada al sector industrial se abría a nuevos retos. El director financiero (antes contable) amplificó un orden de magnitud su influencia sobre los dueños que escuchaban embelesados sus propuestas de ingeniería financiera. Ante el panorama económico pleno de abundancia que dibujaba el financiero surgieron ideas de todo tipo para ampliar y diversificar la visión tecnológica de la empresa. Esto dio a lugar a una nueva estrategia de crecimiento que trajo sus frutos.

Los primeros frutos fueron las nuevas contrataciones. Cada poco aparecerán dos nuevos ingenieros que no se sabía muy bien lo que hacían y que tampoco estaban muy dispuestos a contárselo a nadie. Se crearon dos castas de ingenieros, los más antiguos que trabajábamos en SW embebido(1) y los más nuevos que trabajaban en las interfaces gráficas.

La casta de los embebidos vivíamos en los laboratorios, rodeados de maquetas. Nuestros terminales eran monocromos y solo utilizábamos la línea de comandos. Hacíamos trabajos muy delicados, especializados y optimizados. Los productos tenían que funcionar en tiempo real y ser tolerantes a fallos. El fruto de todas las horas de esfuerzo quedaba grabado en una EPROM que a su vez se insertaba en un equipo HW. La visibilidad exterior del trabajo quedaba reducida a unos centímetros cuadrados y a la oscilación de los leds que daban testimonio de su funcionamiento.

La casta de las interfaces gráficas, en adelante los colorines, trabajan desde su mesa de trabajo, con grandes terminales a color. Hacían cosas muy vistosas con la mitad del esfuerzo del que tenían que emplear los embebidos. No tenían maquetas ni cacharrería y por tanto no tenían que arrastrase por el suelo para conectarlas.

La falta de comunicación y de respeto entre estas castas dio lugar a que reinase un desprecio mutuo. Los colorines consideraban a los embebidos como a unos pringaos y para dar fe de ello solo se relacionaban con los dueños. Los embebidos tenían una alta autoestima técnica y despreciaban los oropeles gráficos de los colorines, a los que tachaban de frívolos y cantamañanas.

En esta lucha de castas los dueños de la empresa se decantaron por los colorines triunfando desde ese momento la forma sobre el fondo. Los embebidos se enrocaron en sus laboratorios estrechando aún más sus relaciones con el hardware y producción.

Entre los colorines había un ejemplar inclasificable entre un nerd y Norman Bates. Pero para saber cómo era tendréis que esperar a la próxima entrega.

(1) Embebido es una mala tradución de embedded systems.

¡¡Ni me menees!!

jueves, julio 30, 2009

La mudanza

Nueva entrega de currando con rojos disponible en versión wiki




Después de las Navidades solo se hablaba de la mudanza al nuevo edificio. En las oficinas de Arturo Soria estábamos muy apretados y todos esperábamos el traslado como si fuera la tierra prometida.

La nueva sede estaba en la carretera de Burgos, solo era accesible a través del atasco matutino de la M-30. Todos sabíamos que tardaríamos más en llegar al trabajo pero los que habían visitado el nuevo edificio, aún en obras, anunciaban el fin de todas nuestras estrecheces: aparcamiento para todos, espaciosos despachos, laboratorios con luz cenital, comedor... Pero entre tantas cosas buenas corrían rumores inquietantes de los delirios artísticos-simbólicos del arquitecto.

Llegó el día en el que guardamos nuestras cosas en cajas y abandonamos la zona de Arturo Soria. No sabía que no tardaría mucho en volver a trabajar por este barrio, pero en otra empresa. Atrás quedó el laboratorio donde nos apiñábamos, la cafetera que había en producción, el ambiente familiar y cercano, los saludos matutinos, el ver a todos todos los días.

El nuevo edificio estaba en una parcela independiente con una amplia zona de aparcamiento. El inmueble se había pintado en una tonalidad rosacea que no sé si obedecía a la simbología del presente ideológico de los dueños (rojo desteñido) o era fruto del sentido artístico del arquitecto. El color no fue lo más criticado de la nueva residencia laboral.

Por medio de unos arcos que hacían la función de porche se accedía a la puerta principal que daba paso a un espaciosísimo hall. La estructura interior del edificio siempre me recordó a una cárcel: Un patio central atravesado por una pasarela que unía las alas izquierda y derecha. He visto esa estructura de edificación en otras empresas, con otros colores y otros materiales pero siempre me han evocado a esos lugares donde privan de su libertad a los que tienen asuntos pendientes con la justicia.

La explicación simbólica de la construcción dada por el arquitecto consistía en marcar de forma diferenciada el hardware del software. La parte dura la situó en el ala izquierda y la parte blanda en el ala derecha, quedando unidas ambas por una estrecha pasarela. A los chicos duros les puso ventanas pero a los blandos nos bañaba el laboratorio de luz cenital por unos tragaluces del techo y nos despojó de cualquier visión del exterior privándonos de la distracción del mundanal ruido. A la semana de trabajar allí habría matado al maldito arquitecto si no fuera por las visitas que hacía a mis amigos de la parte dura para desintoxicarme de tanta luz caída del cielo.

Si el laboratorio sin ventanas era una afrenta, las mesas de trabajo lo eran aún más. Con la cantidad de metros cuadrados que había construidos ¡Estábamos apiñados nada más instalarnos! Pero el punto más álgido de nuestra decepción fue ver el derroche de metros cuadrados de los despachos de los dueños, que tenían eco de puro grandes que eran. Este agravio comparativo nos llevó a todos, menos a Paco Lenin, a cantar por lo bajini aquella canción "¡A desalambrar !" de Víctor Jara.

Este nuevo entorno laboral fue un punto de inflexión. Se desvanecieron los siguientes principios del paraíso laboral:

Ubicación: el espacio ya no era para el que trabajaba, y la luz tampoco.

Clases: no todos eran proletarios, los dueños abandonaron los laboratorios y se refugiaron en el latifundio de sus despachos.

Relaciones: Se perdió el meeting point del café; las cafeteras estaban distribuidas por el edificio. Desapareció la hiperconectividad por las distancias; había que tener un motivo concreto para desplazarse a visitar a un compañero.

Actividades extralaborales: No había bares por la zona, desaparecieron las rondas de tubos.

Solo quedó la Organización, se mantuvo firme la célula laboral, tal vez porque al arquitecto se le olvidó incluir salas de reuniones en el edificio.

Pero la derrota del paraíso laboral, como la de Zamora, no ocurrió en una hora, la erosión fue lenta como se verá más adelante.

¡¡Ni me menees!!

viernes, julio 24, 2009

La broma

Nueva entrega de currando con rojos disponible en versión wiki




En aquellos años era costumbre gastar bromas tanto en fechas señaladas como de improviso. Cuando trabajaba con batas y a lo loco adquirí mucha experiencia en todo tipo de bromas, que solían ser del tipo pesadas y no aptas para cardíacos. La primera broma que preparé en el paraíso laboral fue un programita que corría en los MDS-80 bajo el ISIS Operating System y que simulaba formatear uno de los discos duros del servidor central.

Instalé el programa para que se ejecutara en el arranque del sistema el 28 de diciembre. Ese día llegué antes que nadie para controlar las reacciones ante la broma. Estaba merodeando por el laboratorio esperando a que alguien arrancara los sistemas de desarrollo y resultó que dí en la diana: dos de los socios fueron los que arrancaron el sistema.

El programa funcionó a la perfección y comenzó emitiendo una señal sonora antes de aparecer en la pantalla el siguiente aviso:

“Disk error #1, formatting track: 1, 2,...”

Ante este presunto desastre puede escuchar el siguiente diálogo:

- ¡Qué es esto! –comentó uno de los socios palideciendo. -
- No pasa nada nosotros tenemos nuestros programas en el disco #2 –respondió la socia con total frialdad.

Al revuelo llegaron otros compañeros que consternados veían como iban formateándose una a una las pistas del disco duro. Viendo todas las caras de susto de los chicos y que se disponían a apagar malamente el sistema, puse fin a la broma con un <CTRL><C> y quedó todo en risas.

Ahora al recordar esta broma me doy cuenta de que sería inviable trasladarla a estos tiempos. Se ha perdido mucho por el camino, entre otras cosas el humor.

¡¡Ni me menees!!

lunes, julio 20, 2009

El VADO

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El VADO, símbolo de la propiedad privada, fue el causante de mi primer desengaño en el paraíso laboral. El acceso al edificio, mitad residencial, mitad oficinas, del paraíso laboral, estaba flanqueado por un enorme VADO. La zona prohibida para aparcar comprendía la entrada al garaje y se expandía a la entrada de peatones que conducía a unas escaleras de bajada al jardín que daba acceso a su vez a las oficinas.

Un día que no había sitio para aparcar en la calle, estacioné mi coche en la zona del VADO que no impedía la salida de vehículos y que por supuesto no causaba ningún inconveniente en la entrada y salida del edificio. Cuando salí a comer vi que mi coche, de apenas un mes, tenía un arañazo en el lateral derecho. La noticia corrió como la pólvora entre los compañeros.

Los delineantes que tenían visibilidad directa hacia dónde estaba aparcado mi coche me dijeron que la dueña del edificio había salido a pasear el perro con unas llaves en la mano y que la habían visto acercarse a mi coche. Como era una calle tan intransitada, las probabilidades de que el arañazo lo hubiese realizado alguien ajeno a la propiedad del VADO eran casi nulas.

Comenté que iba a poner una denuncia a la propietaria en la comisaría y la noticia llegó rápidamente a los oídos de los socios de la empresa. Uno de ellos me llamó a su despacho y me sugirió que no pusiese la denuncia porque podría enturbiar las relaciones con los dueños del edifico. Esta propuesta me dejó helada, no podía dar crédito a que estas personas que habían luchado en la clandestinidad contra la dictadura se arrugasen ante una pequeño-burguesa de Arturo Soria que no sabía contener sus delirios de propiedad. No solo no me defendían del ataque sufrido a mi coche sino que se ponían del otro lado.

Le respondí que lamentaba no poder seguir su sugerencia porque me sentía agredida injustamente en lo personal por la propietaria y que la denuncia era a título personal y no tenía nada que ver con mi relación laboral en la empresa. En este punto se inició lo que sería el descenso desde la nube de la utopía laboral y el desengaño mutuo. Por mi parte vi claramente que ellos iban a lo suyo y ellos vieron que yo no era tan dúctil como Paco Lenin.

Una vez en la comisaría la policía me sugirió que no pusiese la denuncia porque solo me iba a llevar a una espiral de agresiones, lo que hoy era un arañazo mañana sería una rueda pinchada. Dispuesta a que no quedara impune la agresión, aunque le estropearse las estadísticas a la policía, puse la denuncia. Resultó que al tomar mis datos el policía descubrió que éramos paisanos y a partir de ese momento se mostró más empático.

Al día siguiente me contaron los delineantes que la tarde pasada llegó un coche patrulla de la Policía y que visitaron la casa de la propietaria. No sé que le dijeron pero mi coche no sufrió ninguna agresión más. Mas tarde averigüé que el VADO tenía el doble de la longitud que le correspondía por lo que estaba pagando al Ayuntamiento y puse la denuncia correspondiente. Ese expediente se quedó en el limbo entre la desidia de la Administración Local y mi falta de insistencia.

¡¡Ni me menees!!

viernes, julio 17, 2009

El number one

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Era el primero de su promoción; un chico inteligente y bien mandado. Alto, muy delgado, extremadamente tímido, de los que nunca miran de frente y dan la mano con poca fuerza. Era el primer jefe que no provenía de la vertiente política, su fichaje correspondía a su brillante expediente académico.

Fue mi jefe durante el tiempo que trabajé allí. No me resultó fácil colaborar con él por mi espíritu crítico que chocaba frontalmente con su pedestal de number one. Cualquier comentario que le hacía sabía de antemano que iba a saco roto, pero al menos podía decir lo que pensaba.

Fue una pena que no hiciera caso de mi sentido común cuando le advertí que los esfuerzos se tenían que hacer en el SW y que los equipos HW para desarrollo ad hoc no iban a ningún lado. Cuando me fui, dos años después, hicieron lo que yo le propuse al mes de estar allí. A veces las matrículas no dejan ver las soluciones sencillas a los problemas.

Tenía serios problemas de comunicación por su timidez que nos afectaban a sus colaboradores. Si tenía que comentar algo lo iba aplazando hasta que ya no le quedaba margen en el día y lo decía cinco minutos antes de que finalizara la jornada laboral. Cuando vi que era imposible salir a mi hora por sus tácticas dilatorias, trace un plan de contraataque. Conforme le veía venir hacia mi mesa me iba poniendo la chaqueta y cogiendo el bolso. Al final le gané esa batalla.

El Lejías y yo solíamos murmurar a sus espaldas sobre la forma sibilina que tenía de hacer las cosas. Aún recuerdo los mosqueos que se pillaba el Lejías cuando comprobaba que el munber one le había cambiado el código de sus programas por la noche.

No tengo mal recuerdo de él porque no era mala persona, solo un inteligente demasiado tímido.

¡¡Ni me menees!!

lunes, julio 13, 2009

Paco Lenin

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El apodo le venía por la gorra modelo Lenin que no se quitaba hasta bien entrado el verano. No era ni muy alto ni muy delgado, tenía una piel clara salpicada de pecas y los ojos achinados. Difería de Lenin en que no llevaba perilla y tenía las facciones más redondeadas.

Era el único ingeniero de a pie de la rama política. Estaba rodeado por ingenieros mercenarios que intentábamos corromper su inquebrantable sumisión hacia la jefatura. Siempre obedecía, jamás protestaba y no tenía clara la separación entre la lealtad laboral y la política. No conozco su evolución pero en los dos años que estuve trabajando allí nunca le vi flaquear en sus convicciones.

Su dialéctica era muy buena, rebatía todos nuestros argumentos. Nosotros teníamos la razón pero él siempre decía la última palabra. Así terminaban todas las disquisiciones sobre los límites de la obediencia a los jefes.

Fue muy buen compañero de cañas y completaba con su dialéctica la amena conversación del Bengo, aunque contando chistes el vasco era el mejor con diferencia. También creo que fue muy buen compañero de trabajo y que nunca nos delató ante los jefes por las barbaridades que solíamos decirle para apartarle del buen camino de la abnegada militancia en el PC.

¡¡Ni me menees!!

viernes, julio 10, 2009

El Bengo

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Así empezaba su apellido y terminaba de tal manera que no había duda de que su origen era vasco. Alto, espigado, de pelo oscuro con incipientes entradas, ojos castaños brillantes y una permanente sonrisa en los labios que nos contagiaba a todos.

Cuando me lo presentaron tuve la sensación de que algo de él no encajaba en el ambiente general asilvestrado. Su educación, sus modales, su desenvoltura social marcaban una diferencia que quedaba despejada a la vista de los complementos que llevaba. No todos miraban la hora en un Rolex auténtico ni sus zapatos brillaban como los Sebago del Bengo.

No sé los caminos que le llevaron a aquel lugar, pero estaba encantado de trabajar por primera vez en algo que le gustaba, el hardware. Se mezclaba muy bien con la gente y sacaba partido de su extraordinaria simpatía. A pocas personas he visto contar los chistes con tanta gracia como lo hacía él.

Como buen vasco organizó la cuadrilla para el poteo post jornada laboral pero adaptada a la zona centro; solo íbamos a un bar y se admitían mujeres. Solíamos ir el jefe de HW, Paco Lenin, el Bengo y yo. Pocas veces en mi vida me he reído tanto como en aquellas rondas de tubos.

No fui consciente de que influiría en él cuando le comenté que lo suyo era la carrera comercial y no el laboratorio de bata blanca. Años más tarde me lo encontré en Saturno S.A. de visita comercial y me comentó que lo que le dije le hizo plantearse su carrera.

No sé nada de él desde hace años, pero seguro que le ha ido muy bien.



¡¡Ni me menees!!

jueves, junio 25, 2009

El lejías

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Esta semana hablé con él por teléfono y sigue siendo el mismo aunque hayan pasado unos cuantos años. Lo conocí cuando era becario, un becario de los que no pasan desapercibidos. El mote se lo ganó a pulso por vestir unos pantalones vaqueros desgastados artificialmente con lejía. Pero no era el color de los vaqueros lo que más nos llamaba la atención a las chicas, sino lo increíblemente ceñidos que estaban sus pantalones a su anatomía. Algunas veces nos sorprendía con unos vaqueros-peto igualmente ajustados a su cuerpo y por supuesto de ese azul clarito forzado por la lejía.

Su carácter estaba marcado por un punto de salvajismo que en contadas ocasiones dejaba entrever y que las más veces se traducía en una postura valiente y atrevida ante la vida. No era dócil, pero una vez que manifestaba su opinión, si tenía que hacer algo lo hacía. Era de fiar y los jefes le apreciaban.

Su beca tuvo un paréntesis para hacer las prácticas de milicias a Cáceres. Su coronel era de las fuerzas especiales y le sometió a un entrenamiento digno de las SAS. En invierno regresó de cumplir con la patria bronceado, curtido por los aires extremeños, en mangas de camisa y luciendo pecho. Estábamos todas acostumbradas al aspecto nerd de los ingenieros y encontrarnos cara a cara con uno mitad bombero mitad legionario nos rompía los esquemas. El revuelo que causó a su regreso entre el sector femenino fue grande y no dejó fría a una de las socias que no paraba de llamarle a su despacho para cualquier cosa.

Era sorprendente su energía para el deporte y su capacidad para comer. Nadaba tan rápido y con tanto estruendo que nos apartábamos de su calle para que no nos arrollase. Respecto a la comida le vi zamparse quince albóndigas después de comerse un plato de lentejas lleno hasta el borde.

Teníamos el mismo jefe y la misma forma de ir de frente por la vida. Nos llevábamos muy bien y continuamos nuestra relación a través de los años. Con el tiempo hemos ido teniendo amigos comunes y hemos coincidido en sitios tan dispares como Sevilla o Santiago de Chile.

Se conserva divinamente con pelo (largo) y sin tripa. Le sigue gustando lucir cuerpazo aunque ha abandonado los vaqueros desgastados con lejía. Se parece mucho a un actor, pero no voy a decir cual para que cada uno haga uso de su imaginación.


¡¡Ni me menees!!

domingo, junio 14, 2009

Carmela

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Nos conocimos cuando estudiábamos COU y vivíamos en la misma residencia en la ciudad universitaria. Ella era de la rama de Letras y yo de la de Ciencias. Aunque no coincidíamos en ninguna clase, disfrutaba de su verbo fluido en los trayectos del autobús, en el comedor y en la reuniones improvisadas que hacíamos en las habitaciones.

Solo se me ocurren adjetivos positivos para describirla: inteligente, brillante, generosa, solidaria, divertida, gran conversadora... Si hubiera que destacar alguna de sus virtudes elegiría su solidaridad, que se salía de la campana de Gauss. Ella estaba siempre pendiente de los demás por si alguien necesitaba ayuda, anticipándose a cualquier necesidad.

Uno de los casos que recuerdo con una sonrisa en los labios fue una misión en la que me enroló para ayudar a unos compañeros ciegos. Todo vino por una tremenda curiosidad que sentíamos acerca de la habilidad que tenían estos compañeros invidentes para estudiar asignaturas como álgebra. Solíamos hablar de ellos en el autobús y en una de estas disquisiciones me dijo que a ellos les vendría muy bien que les ayudáramos a pasar un trabajo de una asignatura a máquina para que tuvieran mejor nota.

Estaba muy liada preparando los exámenes y me resistía a colaborar pero su capacidad de convicción era mayor que mi tozudez y cedí a su petición. Quedamos con ellos en la parada de autobús más próxima a su casa. Todavía recuerdo cómo íbamos en fila india, nosotras delante y ellos detrás con su mano derecha apoyada en nuestro hombro izquierdo, como una fila de elefantes. Cuando entramos en la casa estaba toda a oscuras y no acertábamos a dar un paso. Pidieron disculpas por no haberse dado cuenta de que nosotras necesitábamos luz y cuando la casa se iluminó, ¡oh, maravilla!, en las paredes había los mismos calendarios que puedes encontrar en la cabina de un camión, en un taller mecánico o en repartidor de una central telefónica. Nuestros compañeros que tenían su humor (no sé definir de qué color) debieron de imaginar nuestra cara de sorpresa y dijeron, ¿a qué están muy buenas? mientras que palpaban un calendario. Nunca he olvidado esa tarde tan especial.

Cuando nos volvimos a encontrar quince años después reanudamos la conversación en el punto que la dejamos, como si no hubiera pasado el tiempo. Ella había estudiado filosofía y trabajaba de secretaria de director general, mientras que yo había estudiado informática y me contrataban porque no me faltaba valor para desarrollar un sistema operativo en ensamblador.

Durante este tiempo ella y su marido habían construido con sus propias manos una casa en una urbanización cerca de Madrid. No me imaginaba lo que era capaz de hacer hasta que vi las dimensiones de su mansión, tan grande como su corazón.

No nos hemos vuelto a ver desde que abandoné el paraíso laboral. Cuando habían pasado otros quince años sin vernos empecé a dar clases en la Universidad y quiso el destino que mi compañero de asignatura fuera la pareja de la documentalista del paraíso laboral y me volvieran de golpe todos estos recuerdos. Pensé que era una señal y tenía que volver a verla. Escribí un post pensando en darle una sorpresa pero no lo llegué a publicar porque desapareció de mi portátil sin dejar rastro. Luego lo fui dejando y ¡ha pasado un lustro más!

A la segunda va la vencida. Voy a salvar el post en sitio seguro lejos de mis garras autodestructivas.

¡¡Ni me menees!!

jueves, junio 11, 2009

El paraíso laboral

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Aterricé en el edén laboral el primero de junio. Cuando llegué todos me estaban esperando. Carmela, mi ex compañera de COU, les había puesto al tanto de mi persona humana. Me dieron una vuelta por la empresa y presentaron a todos mis compañeros. Me causó muy buena impresión el ambiente de trabajo.

Así se podría describir cómo era el paraíso laboral en mi primer año currando con rojos:

Ubicación: El espacio, para el que trabajaba

La empresa estaba ubicada la zona de Arturo Soria(1) en un edificio de viviendas con jardín. Ocupábamos la planta baja y el lado derecho del inmueble(2). Los laboratorios, el despacho de los delineantes y la sala de producción se encontraban en la planta baja. En el primer piso estaban los despachos de los ingenieros, en la segunda planta los de los socios de la empresa y en el ático el despacho del director. Los metros cuadrados por persona eran equivalentes salvo el director que tenía un despacho más grande pero con una bañera que le quitaba mucho espacio(3). El mobiliario era igual para todos y todos los puestos de trabajo tenían luz natural.

Clases: Todos proletarios

Allí éramos todos proletarios por lo que no se percibía la opresión de las clases rentistas o hidalgas tan frecuentes en las grandes empresas. El trabajo estaba bien distribuido y todos estábamos ocupados. Tres de los socios que tenían responsabilidades técnicas, mantenían algunos proyectos y se les veía por el laboratorio.

Organización: La célula laboral

No había reuniones. Existía la célula jefe-currito: El jefe te decía lo que se tenía que hacer y el currito podía protestar y blasfemar antes de empezar a hacerlo sin que mediara represalia. Los ingenieros que militaban en el partido entendían mucho mejor el funcionamiento de la célula ya que tenían claro lo que significaba la disciplina.

Relaciones: Hiperconectividad

En las pausas laborales para tomar café o ir a comer se daba asueto a las relaciones sociales. Todos hablaban con todos y nadie se subía a un pedestal para hacerlo. La cafetera estaba en la sala de producción. Allí bajaba todo el que quisiera tomarse un café. La limpieza de la cafetera y la preparación del café correspondía al que la vaciaba. Algunos listillos cuando olían a café recién hecho acudían presto al meeting point antes de que se terminase (4).
Para comer solíamos ir al mismo restaurante y el compañero de mesa era aleatorio y dependía del momento de la llegada. Alguien que observase nuestro comportamiento no sabría distinguir quién era dueño y quién currito.

Actividades extralaborales: La relación más allá del trabajo

Una de las medidas de satisfacción en el trabajo es el índice de relación de las personas cuando finaliza la jornada laboral. Aquí era muy alto: las cuadrillas para tomar tubos, las fiestas en casas de compañeros y todo tipo de reunión que alguno propusiera.
Existía la tradición por parte de la empresa de celebrar una fiesta el 24 de junio. Solo pude asistir a una celebración en mi primer mes de estancia ya al siguiente año se suprimió.
Una verdadera pena porque todas las viandas eran de la pastelería Mallorca y no faltaba el jamón ibérico. Por un día nos sentíamos como satisfechos burgueses.

Tras este escenario de paraíso laboral iré colocando alguno de los personajes que pululaban por allí.

(1) Zona nacional
(2) El lado derecho si se miraba al edificio desde la calle y el lado izquierdo visto desde el jardín. Como siempre hay distintos puntos de vista.
(3) El ático tenía la habítación de matrimonio y cosa de los arquitectos: la bañera estaba colocada dentro de la habitación.
(4) El escaqueo es parte de la condición humana, también se da en los edenes laborales

¡¡Ni me menees!!

domingo, mayo 31, 2009

Currando con rojos

Me rondaba en la cabeza escribir las memorias de los dos años de mi vida que trabajé con “rojos” y la lectura en el diario de un director de Sistemas del post He visto todas las nóminas (o he podido verlo), me ha recordado el final de esta etapa y me he decidido a desempolvar estos recuerdos.


Estando trabajando en Almería y deseando volver a Madrid, recibí una llamada telefónica que me ofrecía un trabajo en una empresa de electrónica industrial. Habían contactado conmigo por medio de una amiga con la que había trabajado unos años antes. Ella había militado en el partido comunista y había pertenecido a la misma célula que uno de los propietarios de la empresa.

Me pareció tan providencial esta oferta que abrí una ronda de consultas con mis amigos para obtener referencias de la empresa (entonces no había Internet). Como las pesquisas me devolvieron una opinión general favorable, volví a contactar con la compañía para mostrar mi interés. Aproveché un viaje de trabajo a Madrid para una primera cita que resultó satisfactoria para ambas partes y terminó en acuerdo. Pasado un mes estaba trabajando allí.

La empresa era propiedad de siete ingenieros, seis procedían de las filas del PCE y el séptimo, que era el director general, de las del PSOE. Los actuales propietarios se habían hecho cargo de la empresa después de una quiebra fraudulenta de los anteriores dueños. En vez de cobrar una indemnización y buscarse otro trabajo se pusieron al frente de la empresa y mantuvieron la plantilla formada en gran parte por militantes del PCE. De esta manera pasaron de formar parte del comité de empresa a ser el comité de dirección.

La empresa salió a delante e inició su expansión. Durante este tiempo habían ido bajado las vocaciones políticas de los ingenieros para militar en el partido y el mercado solo ofrecía tecnólogos sin interés por la política como yo. Cuando me incorporé a la compañía el color rojo de la plantilla había empezado a desteñirse con los nuevos fichajes.

La primera alegría del nuevo trabajo fue reencontrarme con Carmela, una muy querida ex compañera de COU. Mi jefe era "el número uno" de su promoción y me integré rápidamente en el equipo. Hice amistad con las chicas de producción, los de Hardware y los delineantes. Conocí a personajes tan curiosos como el Legías, El Bengo, Paco Lenin o las mofetas.

Me parecía mentira trabajar en este extraño ecosistema laboral, rayando con la utopía. Había un horizontalidad en el trato entre dueños y trabajadores insólita. En los dos años que estuve allí pude vivir la transformación de la utopía a la realidad de la mano del nuevo edificio de la empresa que puso en evidencia que todos somos iguales pero unos eran más iguales que otros.

En las siguientes entregas iré contando, no sé en qué orden, estos años en los que curré con rojos.

¡¡Ni me menees!!