Han pasado muchos años.
Siente que quiere volver a escribir, pero tiene miedo de hacerlo.
Teme no acordarse ya de cómo se escribe.
Lo que en otra época, cuando escribía, le mandaba señales, le hablaba, aun desde la distancia, o correspondía de algún modo a su mirada, ahora no le dice nada o apenas si brilla. Pasa junto a las cosas y ni siquiera las siente.
Sin embargo, tiene miedo de que una mera ráfaga, un simple cruce de calles, el brillo de una ventana tras la que asoma el cuerpo reclinado de alguien, lo despierte de su largo letargo de incomunicación y silencio.
¿Puede volver a escribir en estas condiciones?
Siente que querría hacerlo, pero se resiste.
No sabe si se resiste por miedo a no saber ya o por miedo a volver a saber.
Conoce mejor los entramados, pero todo es mucho más evanescente.
Los rostros se disuelven uno tras otro en su palidez de desmemoria.
Las siluetas, desenfrenadas, no soportan más que cuerpos en permanente retirada.
Los jardines son sumideros por los que la noche evacua todos estos rostros, todos estos cuerpos.
Salir a escribir en estas condiciones no serviría ni siquiera para erradicar la apatía.
En las esquinas, en las fluctuantes aceras, siente la supresión de sí mismo como un paso que lo aboca a escribir aunque solo sea una frase final de despedida.
Pero no es fácil retirarse. O, al menos, saber cuál es el momento justo para hacerlo.
En eso se parecen retirarse y escribir: en que no es fácil saber el momento adecuado para hacerlo.
Porque en cualquier momento podría ser mejor practicar lo contrario.
Pero cómo saber si en ese preciso instante no era mejor escribir o marcharse. Con lo fácil que parece: un paso, una frase, un traspiés y ya está hecho.
Después de muchos años, sentía que tenía que volver a escribir.
Escribir sin recordar que alguna vez escribió.
O escribir para olvidar que alguna vez escribió.
Nunca se preguntó si entonces, aquel día en que escribió por primera vez, no hubiera sido mejor no hacerlo.
Tampoco se lo preguntaría ahora.
Lo que sí haría era esperar, detenerse el tiempo que hiciera falta por si en algún momento sentía que, a pesar de su intenso deseo de volver a escribir, era mejor no hacerlo.
En esa paciencia, se dijo, residía la clave de todo.
jueves, 19 de marzo de 2015
martes, 10 de marzo de 2015
COMO UNA MARCA DE AGUA
No se sintió nunca más entrañadamente poeta que durante aquellas semanas en que no escribió nada.
Entrañadamente, se dijo, no entrañablemente. Pues quizá en lo que iba de una partícula a otra, de lo entrañado a lo entrañable, residía el misterio de la poesía.
Fueron unas semanas en las que se limitó a vivir por fuera de su propia existencia.
No es que se viera vivir, ni que se oyera vivir, ni que tocara desde fuera su vida --como se ve o se oye o se toca el cuerpo de los otros, de quienes no somos nosotros--, sino que se, de algún modo, respiraba vivir.
Respiraba y lo que entraba en su cuerpo no era el aire: era su propia vida.
Se, eso es, respiraba vivir.
Y aquella vida no tenía consistencia, había perdido toda forma, toda memoria, toda, incluso, semejanza con lo que debía o podía haber sido su vida.
Precisamente por eso podía respirarla.
Vivía en un borde que no era ya el borde de otras épocas, no era un borde imaginado ni dicho ni deseado ni mixtificado por ningún delirio o elucubración desgajados de vaciedad o impostura algunas.
Era un borde real. Podía llegar hasta el borde de aquel borde. Y hubiera podido caer desde él hasta donde no había nada para amortiguar la caída.
Y, sin embargo, sentía que el borde mismo lo retenía.
Era, como aquella casa enterrada en la arena, un borde que lo tenía atrapado y del que no sabía si deseaba escapar.
¿Había amado como no lo había hecho nunca?
¿Se debía toda aquella sensación de irrealidad intensamente real a la tenacidad de una dicha que no debió sentir nunca?
Si hubiera albergado algún deseo, hubiera sido el de permanecer apartado.
Apartado, en silencio, en la mejor postura y disposición para escucharse respirar vivir.
Pero todo deseo había sido arrasado.
A veces, y del modo más errático, regresaban retazos de lo que había vivido antes de aquellas semanas. No se reconocía. No estaba acostumbrado a tanta plenitud. Se decía que era otro, que eran de otro aquellos recuerdos, que no podía ser él quien había sentido aquella felicidad sin límites.
¿Pero quién sino él iba a ser?
Y lo extraño es que entre aquellas semanas que recordaba grandiosas y estas otras que tan insignificantes le parecían no habían mediado más que unas pocas palabras dulces, casi un susurro dicho por teléfono.
La ruptura había sido lo que posiblemente es siempre toda ruptura: un paso entre el ser y el no ser.
Pero en ese paso había algo, era eso quizá lo que estaba ocurriendo, algo que no se había desprendido del todo del instante anterior a darlo y algo que aún no había alcanzado el instante posterior a darlo.
Vivía en ese intersticio aunque debía estar viviendo ya después de él.
¿Se había quedado una parte suya atrapada en esa grieta, mientras que otra, la parte presuntamente consciente, o conocida, de sí mismo, había tenido que salir de esa hendidura para seguir adelante?
No se sentía perdido. Estaba en el centro de su propia inestabilidad.
Ni siquiera se imaginaba que algún día pudiera dejar de estar ahí.
Como una marca de agua, su vida se transparentaba en lo que quedaba de su vida. Lo que quedaba no tenía para él más valor que el de seguir reflejando, allá en el fondo, un resplandor que se había apagado mucho tiempo atrás.
Había regularizado sus ritmos de vida y le parecía que se conducía ahora como un auténtico salvaje.
Hubiera estado dispuesto a hacer cualquier cosa y, sin embargo, no hacía nada.
No había nada que hacer.
Podía permanecer durante horas sentado en la misma postura.
Otras veces, cualquier chasquido lo sobresaltaba.
No le habló a nadie de lo que había pasado. Ni siquiera se lo dijo a sí mismo.
Esta manera de vivir las cosas, este aparente desapego, no era sino un ardor silencioso en la entraña.
La entraña así entendida, es decir, no revelada para nadie, ni siquiera para sí mismo, era lo que él llamaba poesía.
La poesía así concebida, es decir, como una entraña desposeída de conciencia, de palabras y de revelación, era lo mismo que la muerte.
Creo que, a partir de aquí, no hace falta decir nada más.
Entrañadamente, se dijo, no entrañablemente. Pues quizá en lo que iba de una partícula a otra, de lo entrañado a lo entrañable, residía el misterio de la poesía.
Fueron unas semanas en las que se limitó a vivir por fuera de su propia existencia.
No es que se viera vivir, ni que se oyera vivir, ni que tocara desde fuera su vida --como se ve o se oye o se toca el cuerpo de los otros, de quienes no somos nosotros--, sino que se, de algún modo, respiraba vivir.
Respiraba y lo que entraba en su cuerpo no era el aire: era su propia vida.
Se, eso es, respiraba vivir.
Y aquella vida no tenía consistencia, había perdido toda forma, toda memoria, toda, incluso, semejanza con lo que debía o podía haber sido su vida.
Precisamente por eso podía respirarla.
Vivía en un borde que no era ya el borde de otras épocas, no era un borde imaginado ni dicho ni deseado ni mixtificado por ningún delirio o elucubración desgajados de vaciedad o impostura algunas.
Era un borde real. Podía llegar hasta el borde de aquel borde. Y hubiera podido caer desde él hasta donde no había nada para amortiguar la caída.
Y, sin embargo, sentía que el borde mismo lo retenía.
Era, como aquella casa enterrada en la arena, un borde que lo tenía atrapado y del que no sabía si deseaba escapar.
¿Había amado como no lo había hecho nunca?
¿Se debía toda aquella sensación de irrealidad intensamente real a la tenacidad de una dicha que no debió sentir nunca?
Si hubiera albergado algún deseo, hubiera sido el de permanecer apartado.
Apartado, en silencio, en la mejor postura y disposición para escucharse respirar vivir.
Pero todo deseo había sido arrasado.
A veces, y del modo más errático, regresaban retazos de lo que había vivido antes de aquellas semanas. No se reconocía. No estaba acostumbrado a tanta plenitud. Se decía que era otro, que eran de otro aquellos recuerdos, que no podía ser él quien había sentido aquella felicidad sin límites.
¿Pero quién sino él iba a ser?
Y lo extraño es que entre aquellas semanas que recordaba grandiosas y estas otras que tan insignificantes le parecían no habían mediado más que unas pocas palabras dulces, casi un susurro dicho por teléfono.
La ruptura había sido lo que posiblemente es siempre toda ruptura: un paso entre el ser y el no ser.
Pero en ese paso había algo, era eso quizá lo que estaba ocurriendo, algo que no se había desprendido del todo del instante anterior a darlo y algo que aún no había alcanzado el instante posterior a darlo.
Vivía en ese intersticio aunque debía estar viviendo ya después de él.
¿Se había quedado una parte suya atrapada en esa grieta, mientras que otra, la parte presuntamente consciente, o conocida, de sí mismo, había tenido que salir de esa hendidura para seguir adelante?
No se sentía perdido. Estaba en el centro de su propia inestabilidad.
Ni siquiera se imaginaba que algún día pudiera dejar de estar ahí.
Como una marca de agua, su vida se transparentaba en lo que quedaba de su vida. Lo que quedaba no tenía para él más valor que el de seguir reflejando, allá en el fondo, un resplandor que se había apagado mucho tiempo atrás.
Había regularizado sus ritmos de vida y le parecía que se conducía ahora como un auténtico salvaje.
Hubiera estado dispuesto a hacer cualquier cosa y, sin embargo, no hacía nada.
No había nada que hacer.
Podía permanecer durante horas sentado en la misma postura.
Otras veces, cualquier chasquido lo sobresaltaba.
No le habló a nadie de lo que había pasado. Ni siquiera se lo dijo a sí mismo.
Esta manera de vivir las cosas, este aparente desapego, no era sino un ardor silencioso en la entraña.
La entraña así entendida, es decir, no revelada para nadie, ni siquiera para sí mismo, era lo que él llamaba poesía.
La poesía así concebida, es decir, como una entraña desposeída de conciencia, de palabras y de revelación, era lo mismo que la muerte.
Creo que, a partir de aquí, no hace falta decir nada más.
miércoles, 25 de febrero de 2015
MESA REDONDA EN LA FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE GUADALAJARA 2014)
(Vídeo de la mesa redonda "Literatura de las Islas Canarias", celebrada en la Feria Internacional de Guadalajara, México, el 1 de diciembre de 2014. Participan: José Luis Correa, Guadalupe Martín Santana, Santiago Gil, Rafael-José Díaz y Pablo Martín Carbajal. El acto fue uno de los que la Cátedra Vargas Llosa organizó en la FIL 2014)
ENTREVISTA DE PAOLA LLINARES
Audio de la entrevista que me hizo Paola Llinares y que incluyó en su programa especial para el 'Día de las Letras Canarias' en Canarias Radio La Autonómica.
miércoles, 31 de diciembre de 2014
NOCHE OSCURA DEL TUIT
La felicidad es un momento imperceptible que se encuentra justo entre un cuadro de Francis Picabia y un libro de Cristóbal Serra.
*
Si existe una razón de peso por la que no deseo morirme es porque no quisiera convertirme en objeto de un obituario de Juan Cruz Ruiz.
*
Todo escritor que se precie debería ser capaz de escribir al menos uno de estos tres tipos de textos: un obituario, un pregón o una sextina.
*
Uno de los miembros del jurado preguntó a sus cofrades si no se le podía conceder a él el premio pese a que ya lo había recibido hacía unos años.
*
La editorial y la empresa funeraria lo contrataron al alimón para redactar obituarios de escritores a razón de un euro por lágrima.
*
Lo que más destacaba en su forma de escribir era lo que un crítico denominó sus "metáforas fúnebres". Con alguna de ellas estuvo a punto de matar a algún lector.
*
El escritor presentó su libro en un restaurante. Sus amigos lo invitaron a cenar y compraron el libro. El escritor dejó abundante propina.
*
El escritor presentó su libro en una nevera. Sus amigos estornudaron y compraron el libro. Luego fueron todos servidos en bandeja para cenar.
*
El escritor presentó su libro en el vientre de una ballena. Jonás le dijo: te denunciaré por plagio. Melville le dijo: sal de aquí "immediately".
*
El escritor presentó su libro en un acuario. Con cada palabra que leía, soltaba una burbuja. La última burbuja decía: "socorro". Luego murió.
*
El escritor presentó su libro en una floristería. Sus amigos le compraban flores y él les regalaba libros. Alguien le preguntó por su flor favorita.
*
El escritor presentó su libro en una lavandería. Durante una hora, dio vueltas y retruécanos en el tambor de una lavadora. Al salir, recitó el final del Apocalipsis.
*
Si existe una razón de peso por la que no deseo morirme es porque no quisiera convertirme en objeto de un obituario de Juan Cruz Ruiz.
*
Todo escritor que se precie debería ser capaz de escribir al menos uno de estos tres tipos de textos: un obituario, un pregón o una sextina.
*
Uno de los miembros del jurado preguntó a sus cofrades si no se le podía conceder a él el premio pese a que ya lo había recibido hacía unos años.
*
La editorial y la empresa funeraria lo contrataron al alimón para redactar obituarios de escritores a razón de un euro por lágrima.
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Lo que más destacaba en su forma de escribir era lo que un crítico denominó sus "metáforas fúnebres". Con alguna de ellas estuvo a punto de matar a algún lector.
*
El escritor presentó su libro en un restaurante. Sus amigos lo invitaron a cenar y compraron el libro. El escritor dejó abundante propina.
*
El escritor presentó su libro en una nevera. Sus amigos estornudaron y compraron el libro. Luego fueron todos servidos en bandeja para cenar.
*
El escritor presentó su libro en el vientre de una ballena. Jonás le dijo: te denunciaré por plagio. Melville le dijo: sal de aquí "immediately".
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El escritor presentó su libro en un acuario. Con cada palabra que leía, soltaba una burbuja. La última burbuja decía: "socorro". Luego murió.
*
El escritor presentó su libro en una floristería. Sus amigos le compraban flores y él les regalaba libros. Alguien le preguntó por su flor favorita.
*
El escritor presentó su libro en una lavandería. Durante una hora, dio vueltas y retruécanos en el tambor de una lavadora. Al salir, recitó el final del Apocalipsis.
sábado, 6 de diciembre de 2014
LAS TRANSMISIONES
"Este libro, lector, está lleno de negación y de no saber. Rebosa de vacíos, huidas y renuncias porque la vida y la escritura poética solo se hacen negándose. O, más aún: cuando la vida es tomada por la escritura, y la escritura por la poesía, ambas no se darán más que a condición de negarse. Negarse a ofrecer cualquier sentido que pueda ser confundido con un modo cualquiera de expresión o de comunicación. Suprimir, denegar, olvidar toda referencialidad demasiado concreta, dibujada en exceso; vaciar toda insistencia de mundo definido y significado es premisa inicial, iniciática del impulso poetizador. El abandono, la plenitud oscura del abandono --en todos sus sentidos-- es la raíz poética." (comienzo del prólogo escrito por Alberto Ruiz de Samaniego)
El pasado mes de noviembre la editorial Polibea publicó en su colección 'La espada en el ágata' mi libro de prosas Las transmisiones. Veinticuatro lugares y una carta, con el prólogo de Alberto Ruiz de Samaniego cuyas primeras líneas acabo de copiar.
En su presentación del libro el pasado 21 de noviembre en el Ateneo de Madrid, el escritor Nicolás Fabelo dijo: "Parece como si Rafael se acercara a cada uno de estos lugares -además de para huir, para olvidar, para liberarse de tensiones y fantasmas- para que le revelasen alguna verdad profunda. A veces lo hace de manera casi clandestina, a escondidas, guiado por una curiosidad por encontrar una pista o clave".
Confieso no saber si esto es, de hecho, así. Ojalá lo fuera.
Los lectores de este blog que deseen adquirir un ejemplar del libro pueden solicitarlo escribiendo un correo a una de las siguientes direcciones: maqueta@polibea.com o rafaeljosediaz1971@gmail.com.
lunes, 3 de noviembre de 2014
EL CABILDO DE TENERIFE CENSURA MI PROYECTO VISIONARIO
Me es ingrato anunciarles que los responsables del programa Visionarios de Tenerife, puesto en marcha por el Cabildo de Tenerife, han censurado el proyecto que presenté y que publico ahora bajo estas líneas para darlo a conocer a la opinión pública. En un tuit lanzado hace unos días, me comunicaban que "la idea no se ha publicado por considerarse inadecuado su contenido". Un programa que admite todo tipo de ideas, desde plátanos congelados en rodajas hasta una mascota con forma de pato para la isla de Tenerife, un programa que lanza alegremente lemas como "las ideas llevan a otras ideas y así hasta el infinito y más allá" o "las ideas que no se comparten son como velas sin viento", que parecen una mezcolanza de Einstein y Paulo Coelho, rezuma contradicción al censurar un proyecto que, como el mío, solo busca embellecer una ciudad alicaída, incívica, sucia y gris como Santa Cruz de Tenerife; y, a partir de aquí, proponer un modelo de embellecimiento y ornamentación sostenible y biodegradable para todos los espacios urbanos de la isla. Permítanme compartir con ustedes, amigos, el proyecto que el Cabildo de Tenerife ha censurado.
RED DE CANALES URBANO-ESCATOLÓGICOS
Mi propuesta para el programa "Visionarios", del Cabildo de Tenerife, consiste en la instalación de una red de canales urbano-escatológicos en las áreas urbanas de la isla de Tenerife. Inicialmente, en una primera fase piloto, se instalaría esta canalización en Santa Cruz de Tenerife. En una segunda fase, en las ciudades de San Cristóbal de la Laguna, Puerto de la Cruz y Costa Adeje. Y, por último, en el resto de áreas urbanas del territorio insular.
El proyecto “Canalización urbano-escatológica para la isla de Tenerife" parte de la necesidad de dar una solución al alto índice de residuos fecales de procedencia humana existente en la isla. Del mismo modo, en el origen de este proyecto yace la preocupación por el importante número de fuentes de aguas estancadas, de lagos urbanos desaprovechados, de estanques de patos erradicados, de plazoletas de ranas que han perdido su capacidad de eyacular sin prisa ni pausa. Todo ciudadano responsable, y partimos de la base de que cualquier ciudadano de Tenerife lo es, sería incapaz de realizar sus necesidades en la vía pública. La calle, entre la gente de esta isla, se concibe como un espacio de convivencia ciudadana, el sanctasanctórum de la limpieza y de la higiene cívicas. Sin embargo, incluso el ciudadano más respetuoso, incluso el más modélico de los tinerfeños, puede verse alguna vez, por la circunstancia que sea (urgencia, ebriedad, indisposición) en la necesidad de orinar (o incluso defecar o vomitar) en plena calle. El sistema que propongo consiste en instalar nueve o diez macrofuentes de deposición en puntos estratégicos de la ciudad. Estos dispositivos permitirían que cualquier ciudadano a quien le urgiera hacer sus necesidades (o incluso escupir o vomitar) fuera de casa, y cabría pensar sobre todo en la juventud tinerfeña, tan sanamente juerguista, que tiene derecho de vez en cuando a distraerse con un poco de ron o con unas cervezas, cualquier ciudadano, por tanto, en ese desagradable trance, podría acudir a una de esas macrofuentes de deposición, llamadas “recogedores urbano-escatológicos” e instaladas en las zonas más céntricas de la ciudad, para realizar allí sus necesidades; estas, las necesidades, posteriormente, mediante un sistema de desodorización biodegradable único en el mundo, serían tratadas con el fin de proporcionarles un aroma agradable, y, a continuación, a través de una amplia red de canales perfectamente sostenible, subacuáticamente iluminada y juguetonamente serpenteante por toda la ciudad, serían conducidas a modo de ornamentación urbana en un despliegue visual multicolor por el que acabarían conociéndonos como “la isla de los mil canales urbano-escatológicos” o "la Venecia de la caca flotante de colores". Con este novedoso proyecto se terminaría con las esquinas malolientes, con las jardineras de flores podridas, con las fuentes contaminadas, con los portales humedecidos a altas horas de la madrugada, con las vomitonas indiscriminadas a la vista de la familias decentes y hasta con la proliferación de roedores inmundos en las calles de nuestras ciudades.
Espero que este proyecto obtenga los votos que se merece y que, sea o no el ganador, reciba del Cabildo de Tenerife una atención lo suficientemente importante como para convertirlo pronto en realidad. Creo que la isla lo está necesitando.
Tenerife, a 28 de octubre de 2014
RED DE CANALES URBANO-ESCATOLÓGICOS
Mi propuesta para el programa "Visionarios", del Cabildo de Tenerife, consiste en la instalación de una red de canales urbano-escatológicos en las áreas urbanas de la isla de Tenerife. Inicialmente, en una primera fase piloto, se instalaría esta canalización en Santa Cruz de Tenerife. En una segunda fase, en las ciudades de San Cristóbal de la Laguna, Puerto de la Cruz y Costa Adeje. Y, por último, en el resto de áreas urbanas del territorio insular.
El proyecto “Canalización urbano-escatológica para la isla de Tenerife" parte de la necesidad de dar una solución al alto índice de residuos fecales de procedencia humana existente en la isla. Del mismo modo, en el origen de este proyecto yace la preocupación por el importante número de fuentes de aguas estancadas, de lagos urbanos desaprovechados, de estanques de patos erradicados, de plazoletas de ranas que han perdido su capacidad de eyacular sin prisa ni pausa. Todo ciudadano responsable, y partimos de la base de que cualquier ciudadano de Tenerife lo es, sería incapaz de realizar sus necesidades en la vía pública. La calle, entre la gente de esta isla, se concibe como un espacio de convivencia ciudadana, el sanctasanctórum de la limpieza y de la higiene cívicas. Sin embargo, incluso el ciudadano más respetuoso, incluso el más modélico de los tinerfeños, puede verse alguna vez, por la circunstancia que sea (urgencia, ebriedad, indisposición) en la necesidad de orinar (o incluso defecar o vomitar) en plena calle. El sistema que propongo consiste en instalar nueve o diez macrofuentes de deposición en puntos estratégicos de la ciudad. Estos dispositivos permitirían que cualquier ciudadano a quien le urgiera hacer sus necesidades (o incluso escupir o vomitar) fuera de casa, y cabría pensar sobre todo en la juventud tinerfeña, tan sanamente juerguista, que tiene derecho de vez en cuando a distraerse con un poco de ron o con unas cervezas, cualquier ciudadano, por tanto, en ese desagradable trance, podría acudir a una de esas macrofuentes de deposición, llamadas “recogedores urbano-escatológicos” e instaladas en las zonas más céntricas de la ciudad, para realizar allí sus necesidades; estas, las necesidades, posteriormente, mediante un sistema de desodorización biodegradable único en el mundo, serían tratadas con el fin de proporcionarles un aroma agradable, y, a continuación, a través de una amplia red de canales perfectamente sostenible, subacuáticamente iluminada y juguetonamente serpenteante por toda la ciudad, serían conducidas a modo de ornamentación urbana en un despliegue visual multicolor por el que acabarían conociéndonos como “la isla de los mil canales urbano-escatológicos” o "la Venecia de la caca flotante de colores". Con este novedoso proyecto se terminaría con las esquinas malolientes, con las jardineras de flores podridas, con las fuentes contaminadas, con los portales humedecidos a altas horas de la madrugada, con las vomitonas indiscriminadas a la vista de la familias decentes y hasta con la proliferación de roedores inmundos en las calles de nuestras ciudades.
Espero que este proyecto obtenga los votos que se merece y que, sea o no el ganador, reciba del Cabildo de Tenerife una atención lo suficientemente importante como para convertirlo pronto en realidad. Creo que la isla lo está necesitando.
Tenerife, a 28 de octubre de 2014
viernes, 31 de octubre de 2014
EL ALCALDE NIÑO
El alcalde niño de la ciudad juguete quiso jugar a las canicas dado en uno de sus parques plaza, pero una ordenanza municipal lo prohibía.
El alcalde niño dijo que su infancia en la casa cuna había sido una fiesta bomba pero que ahora su vida infierno distaba años luz de aquello.
El alcalde niño dijo que de mayor hubiera querido ser o un hombre lobo o un hombre bala, pero que al final no pudo llegar sino a niño dios.
En su infancia, el alcalde niño jugaba a las canicas dado en el hogar escuela. La suerte siempre le sonreía con caramelos chicles de pera piña.
El alcalde niño de la ciudad jardín nada a estilo mariposa en la piscina lago de su chalé kínder junto a su esposa niña y su señora madre.
El alcalde niño quería una playa jardín donde antes no había sino costa basura. Las cosas salieron mal. El alcalde niño acabó en la cárcel cuna.
Los concejales juguete del alcalde niño decidieron un día no acudir a un pleno trampa. El cuñado empresario del alcalde niño pidió que se aprobara una licencia bomba.
La verdad sobre el caso del alcalde niño la sabía tan solo el constructor pelucas. Este, desde su oficina jacuzzi, convocó al alcalde niño a una merienda cena.
El hotel escuela de la ciudad jardín organizó unas jornadas taller sobre la isla territorio. El alcalde niño delegó en su señora madre para una ponencia charla.
La escultura fuente que el yerno artista diseñó a petición del alcalde niño no gustó al populacho chusma. El alcalde niño dijo que tanto montaba y que montaba tanto.
La vida chiste del alcalde niño terminó una tarde noche en la que su yate cuna sufrió una embestida padre por parte de un bebé cetáceo en uno de sus jardines playa. El alcalde niño murió al caer por la borda al mar.
El alcalde niño dijo que su infancia en la casa cuna había sido una fiesta bomba pero que ahora su vida infierno distaba años luz de aquello.
El alcalde niño dijo que de mayor hubiera querido ser o un hombre lobo o un hombre bala, pero que al final no pudo llegar sino a niño dios.
En su infancia, el alcalde niño jugaba a las canicas dado en el hogar escuela. La suerte siempre le sonreía con caramelos chicles de pera piña.
El alcalde niño de la ciudad jardín nada a estilo mariposa en la piscina lago de su chalé kínder junto a su esposa niña y su señora madre.
El alcalde niño quería una playa jardín donde antes no había sino costa basura. Las cosas salieron mal. El alcalde niño acabó en la cárcel cuna.
Los concejales juguete del alcalde niño decidieron un día no acudir a un pleno trampa. El cuñado empresario del alcalde niño pidió que se aprobara una licencia bomba.
La verdad sobre el caso del alcalde niño la sabía tan solo el constructor pelucas. Este, desde su oficina jacuzzi, convocó al alcalde niño a una merienda cena.
El hotel escuela de la ciudad jardín organizó unas jornadas taller sobre la isla territorio. El alcalde niño delegó en su señora madre para una ponencia charla.
La escultura fuente que el yerno artista diseñó a petición del alcalde niño no gustó al populacho chusma. El alcalde niño dijo que tanto montaba y que montaba tanto.
La vida chiste del alcalde niño terminó una tarde noche en la que su yate cuna sufrió una embestida padre por parte de un bebé cetáceo en uno de sus jardines playa. El alcalde niño murió al caer por la borda al mar.
jueves, 30 de octubre de 2014
TUITISMOS DESAFORADOS
Santa Cruz está muerto. Lo mataron ellos. Lo mataron poco a moco, toco a poco, moco a loco. Santa Cruz está muerto. Lo mataron ellos.
*
El poeta más mafiosillo del país, célebre por la transparencia de sus participaciones en jurados de premios, se proclama demócrata de pro.
*
A menudo el escritor que ya no escribe se pregunta cómo pudo escribir lo que escribió. La respuesta es casi siempre abstrusa o perogrullesca.
*
¿Deja un cacique de serlo en el momento en que muere, para, inmediatamente, convertirse en un santo, en un dechado de virtudes, en un modelo para sus abatidos conciudadanos?
*
Se está estudiando prohibir que se enseñe en clase de literatura a Espronceda, pues "mi única patria, la mar" demuestra su nefasto antipatriotismo.
*
Entre un círculo y una purga no hay más que una leve frontera que, como el filo de una navaja, puede cortar el aire o unas cuantas gargantas.
*
Los mismos nacionalistas canarios que ahora se llenan la boca con la sostenibilidad son los que han destrozado las islas con su infatigable depredación.
*
Los depredadores hablan ahora de turismo sostenible, de arquitectura efímera y de energía solar. Esto, después de depredar las Islas durante 30 años.
*
Ser o no ser cuñada de un expresidente autonómico no es óbice para dejar de respetar la ortografía castellana y el medio ambiente hongkonés.
*
La casta, la caspa, la carca, la caca literaria. Están en todas partes. Los reconocerán ustedes cuando los oigan hablar mucho y no decir nada.
*
Del círculo a la purga no hay más que un paso. Del círculo a la dictadura del iluminado de peluca, de coleta, de mostacho o de barba no hay sino un soplo, un soplo helado.
*
El círculo, a priori, parece la figura geométrica ideal para el debate; no olvidemos que lo es también para la delación y la denuncia.
*
El asalto al cielo supone una gran pérdida de ángeles, arcángeles, dioses y nubes. No nos lo podemos permitir. No podemos. ¿O sí, Hölderlin?
*
La palabra es la brecha por la que, en la enfermedad y la tiniebla que es la vida, asoman tímidas señales de un mundo pleno, luminoso e intacto: el otro lado.
*
No se crea usted nada de lo que le digan al oído. De lo que le digan a la boca, créase la mitad.
*
El arlequín brinca. El ventrílocuo falsea. El corista corea. El político perpetra, hurta y cacarea.
*
En otra facultad, aunque de la misma carrera, esas miradas que en nuestra facultad de entonces, hace veinte años, no nos atrevimos a darnos.
*
El repertorio de preguntas de un periodista especializado en entrevistas puede ser infinito. Y cuanto más infinito, más cansino será. [Nota aclaratoria: El periodista en cuestión no tiene por qué ser necesariamente Juan Cruz Ruiz.]
*
Redondo le salió el negocio: construyó una rotonda rotunda. En muchos kilómetros a la redonda --de la rotonda-- nada redunda en nada, todo retumba en todo.
*
¿Saben el del poeta que afirma "leer poemas en público muy de vez en cuando" y resulta que tiene uno y hasta dos recitales cada semana?
*
Entre la poesía y la aromaterapia hay conexiones aún por explorar. Si no lo cree, pruebe a dormir una noche junto a un poeta performativo.
*
El niño alcalde quiso montarse en un columpio. Pero, por ordenanza municipal, ya no había columpios. Entonces el niño alcalde destituyó a su concejal de parques y jardines.
*
Estaba tan acostumbrado a los elogios que cuando recibió su primera crítica se deshizo en elogios con su adversario.
*
La casta es la caspa es la costra es la cosa nostra. Nostra es la casta es la carpa es la carta es la cata es la caca es la cosa nostra.
*
Cuidado, amigos: no es lo mismo una ginebrita que una ginebrina.
*
Como tampoco es lo mismo estar dispuestos que estar depuestos, en cualquiera de las acepciones escatológicas de ambos términos.
*
Pido perdón, pedo un montón. Pido perdón, pedo mogollón. Pido perdón, pedo por Dios. Pido perdón, pedo, pedón. Peto, pito, puto, pudro, podo, pedo, pido un montón. Adiós.
*
En poesía, lo único que importa es la intensidad de lo que no se ha
dicho. Es esa intensidad, no mensurable, la que estremece y fascina.
*
Va a dirigir un curso universitario sobre la deconstrucción de su propia
poesía. En la última sesión, tiene previsto suicidarse ante el público.
viernes, 12 de septiembre de 2014
UN PASEO POR LA LAGUNA
En
2007 unos amigos que coordinaban una revista de viajes me encargaron un texto
que iba a publicarse en un monográfico sobre las ciudades españolas Patrimonio
de la Humanidad. Yo me encargaría de escribir el dedicado a San Cristóbal de La
Laguna. No pude entonces dejar de acordarme de uno de sus habitantes más
ilustres, el poeta Arturo Maccanti. Quienes alguna vez tuvimos el privilegio de
coincidir con él en uno de los paseos que daba por la pequeña ciudad no podremos
olvidarnos nunca del entrañable modo con que Arturo se volcaba en la amistad,
la poesía y la vida vivida sin tapujos. Esos instantes son uno más de sus muchos
regalos. Ahora que Arturo se ha marchado, como un viajero insomne, y su vida
empieza a convertirse en el eco del eco del resplandor que fue, quiero traer a
este blog, en homenaje a su memoria, este texto que a él le gustó en su
momento. Consuélenos pensar quizá que quien vivió sobre la vida muere también por
encima de la muerte.
In memoriam Arturo Maccanti
In memoriam Arturo Maccanti
¿Por qué no
empezar a medianoche, o a una hora cualquiera de la madrugada de un sábado, y
mezclarse entre los miles de estudiantes que abarrotan las calles del llamado cuadrilátero, esas pocas manzanas en que
se concentran las tascas, los bares, los pubs, las discotecas y los afterhours?
Entremos tambaleándonos en el Cholas, en el Búho, en el Strasse, en el Granero
o en el Pecados: nuestros relucientes zapatos acabarán manchados por los
pisotones y nuestros cuerpos resecos por la soledad o la abstinencia se bañarán
de un sudor comunitario que alimentará cada vez más el afán de apretarnos, de frotar
nuestros cuerpos con los cuerpos vecinos en una algarabía de roces, miradas,
voces, músicas, gestos, empujones, recuerdos, deseos, tragos, besos y bailes. A
esa misma hora (pero apenas lo recordamos, o tal vez ni siquiera lo sabemos) un
cuerpo muy diferente del nuestro, radicalmente distinto de todos los cuerpos
que nos rodean y nos seducen o desengañan, duerme incorrupto el sueño de la
muerte. Recluido en un sarcófago en el interior de uno de los conventos más
antiguos de la ciudad, el de Santa Catalina de Siena, el cuerpo venerable de la Siervita
de Dios permanece intacto a la corrupción de la materia, a las devastaciones de
la muerte, al desgaste del tiempo. Podríamos decir que asiste impasible, desde
su inmovilidad, al aquelarre de cánticos profanos, de impurezas, de acciones
deshonestas y de vicios que ha ocupado la ciudad en que ella, Sor María de
Jesús, vivió volcada en la virtud. ¿Nos bendice, magnánima, o nos condena,
implacable? Nunca lo sabremos. Despreocupados, buscamos éxtasis sinténticos,
intensidades de instantes imposibles, amistades que al día siguiente no
recordaremos.
Si una ciudad es sobre todo un tejido de
calles y plazas, de edificios y jardines, de paseos y bancos, de árboles y
coches, de personas y animales, no es menos cierto que una ciudad es también un
tejido de sílabas, un nombre o muchos nombres. La Laguna sigue recordando en
las sílabas que la sostienen lo que la emparenta con la antigua Tenochtitlan:
su fundación junto a una laguna. Desecada hace ya mucho tiempo, esa laguna
permanece en la sombra de un nombre. Y, en cierto modo, la fertilidad de toda
la vega lagunera, es decir, de la extensa campiña que rodea la ciudad y con la
que ésta se funde en sus extremos (a pesar de los desmanes urbanísticos de
políticos y empresarios), recuerda también las aguas perdidas para los ojos
pero ganadas para el suelo, para los terrenos, para la vida, al fin. Pero antes
de ser La Laguna
o, con mayor propiedad, San Cristóbal de La Laguna, pues bajo la advocación de ese santo la
fundaron los conquistadores castellanos, la ciudad se llamaba Aguere
(probablemente del sustantivo amazigh agaraw,
que significaba 'laguna') para sus primitivos moradores. También ha recibido
por metonimia el nombre de Nivaria, una de las denominaciones antiguas de la
isla de Tenerife, «donde la gran pirámide nevada / Parece competir con las
estrellas», como dijera uno de los grandes poetas canarios de los Siglos de
Oro, Bartolomé Cairasco de Figueroa. Y son precisamente dos poetas, pero esta
vez actuales, los que han rebautizado a la ciudad de La Laguna desde sus propios
puntos de vista, desde sus personales visiones creadoras. Arturo Maccanti, que
aunque no nació en La Laguna
vive en ella y pasea infatigable por sus calles, la ha llamado Guerea en
algunos de sus poemas. Combinando anagramáticamente los topónimos Nivaria y
Aguere, pero aludiendo también a las nereas o nereidas, hijas del dios griego
Nereo, hijo a su vez de Océano y Tetis, Maccanti traza un recorrido mítico y a
la vez melancólico por una ciudad en la que los recuerdos deambulan al mismo
ritmo que los pasos para acabar terminando en unas pocas palabras frágiles y
valientes a la vez. Muy distinto, e incluso contrapuesto, es el caso de José
Carlos Cataño: nace en La
Laguna y la abandona a los veinte años. En una de las
entradas de 1974, el año en que comienza su diario Los que cruzan el mar, se debate entre marcharse o quedarse en «esta
ciudad a la que llamo Féretra». La ciudad, así pues, como un féretro, como una
cárcel, como una condena. Y escribe: «Esto empieza a ser un infierno. No quedan
más que vestigios sobre el alféizar. Vestigios opacos de un antiguo esplendor,
acumulaciones, residuos.»
Regresemos, aunque sea tarde, de nuestra
desbocada salida. Tarde es aquí temprano, pues después de deslizarnos entre los
zombis danzantes del psicodélico Barock hemos aterrizado en el BB+ (¡oh este
siglo de siglas!) que abre a las seis de la mañana como afterhours para quienes
se han procurado fuerzas contra el cansancio nocturno. Regresemos, aunque sea a
las once o doce de la mañana y la humedad de la noche se haya convertido en
benéficos rayos de un sol omnipresente. Deslicémonos desde el cuadrilátero, que
en definitiva ya no nos interesa (pues nada histórico, antiguo o venerable hay
en él: sus únicos vestigios son vómitos o bragas o vasos de plástico en las
calles), hasta la Plaza
del Adelantado. Decía don José Rodríguez Moure en su Guía histórica de La
Laguna que «[en esta plaza] se realizaron otros hechos
que mejor es callar, pues no todo debe decirse aunque se pueda». Todo centro
guarda celosamente sus misterios. La plaza, que recibe el nombre del fundador
de la ciudad, el adelantado Alonso Fernández de Lugo, está flanqueada por
edificios emblemáticos como el Palacio de Nava, el Ayuntamiento, el convento de
Santa Cantalina de Siena, ya mencionado, con su ajinez suspendido a la altura
de las copas frondosas de los castaños de Indias. También da a la plaza la casa
natal de José de Anchieta, poeta y evangelizador del Brasil, en la que viviría
más tarde uno de los poetas canarios más interesantes del pasado siglo, Manuel
Verdugo, heredero de los parnasianos y flâneur
enclaustrado entre las tristes calles de La Laguna de su tiempo como lo siguen estando hoy en
sus conventos las monjas clarisas y dominicas. En su último libro, Huellas en el páramo, Manuel Verdugo
incluye un soneto titulado «Ciudad de La Laguna» que es, posiblemente, uno de los mejores
poemas que podremos leer sobre esta ciudad: «Hace honor a su nombre: ella es
una laguna / que nos brinda el reposo de la quietud inerte... / Amo su paz
severa, claustral, cuando la luna / el hechizo magnético de su blanca luz
vierte. // Aquí --grato refugio-- quizás como en ninguna / de las viejas
ciudades, con sorpresa se advierte / un perpetuo contraste, algo extraño que
aúna / optimismo de aurora y tinieblas de muerte. // Yo he soñado con cosas muy
tristes y muy bellas / contemplando el remoto temblor de las estrellas, / en el
hondo silencio de la ciudad dormida... // Y en sus campos feraces, una clara
mañana / ya maduras las mieses, vibró mi alma pagana / al ritmo dionisiaco y
triunfal de la vida.»
¿También nuestra mañana es clara y
dionisiaca? Dejamos la plaza. Apenas somos conscientes de que estamos en la
primera ciudad-territorio, la primera ciudad no amurallada, modelo de las
nuevas ciudades americanas y construida a partir de los mapas de navegación de
la época: cada punto representa una estrella que nos guía en nuestro recorrido.
Ciudad-constelación, ciudad de paz, ¿ciudad-paraíso? Atravesamos la calle de
San Agustín con sus casonas barrocas, manieristas, neoclásicas o a veces todo
esto a la vez. Una de ellas albergará próximamente la Fundación Cristino
de Vera, que ligará para siempre la obra del gran pintor de lo humilde a la
ciudad de La Laguna. Llegamos
a la Iglesia
y Ex-Convento de San Agustín, con sus dos claustros que parecen construidos por
ángeles. Y ahora, en este silencio, ya apenas recordamos el estruendo de
anoche. Podríamos continuar hasta el Camino Largo: nos cruzaríamos tal vez con
el gran escritor Isaac de Vega. Pero desviémonos más bien hasta la Plaza del Cristo y escuchemos,
como en sueños, nuestras propias risas de niños montados en los caballitos del
carrusel que hace tiempo retiraron. Nos adentramos en la calle Viana y, como en
un túnel del tiempo, venimos a desembocar en el edificio central de la Universidad de La Laguna. Como un hombre de luz,
el profesor Alberto Giordano sube unas escaleras hasta abrazarnos sonriente
antes de sus mágicas clases sobre literatura portuguesa. Murió hace años pero
aún sigue estando, como todo o casi todo en esta ciudad. Bajamos por la calle
paralela al campus. Se ha hecho tarde y apenas hemos notado el paso del tiempo.
El tranvía, otro resucitado, vuelve a conectar desde hace poco La Laguna con su antiguo
puerto, la actual ciudad de Santa Cruz de Tenerife. Nos montamos en él: dejamos
atrás los jolgorios, los cuerpos incorruptos, la opresión conventual, pero
también los años universitarios con sus luces y sombras, las tardes de paseos
familiares, las citas amorosas, los encuentros anónimos, las conversaciones
eruditas, La Laguna. Subimos
al tranvía. Bajémonos junto al mar.
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