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- Vamos a morir abrasados… - Y siguió riéndose como un trastornado.
Los ATS trataban de conectar con él intentando dilucidar qué había ingerido, pero Tino les escuchaba sin llegar a entender el significado de sus palabras. Todos sus envenenados sentidos estaban sometidos a la risa histérica y descontrolada que le invadía. Nunca imaginó que unas carcajadas pudieran causar tanto dolor físico. Una mancha húmeda fue esparciéndose por su entrepierna. Uno de los enfermeros probó a inyectarle una dosis de vitamina B-12 que no le hizo efecto alguno. Tino lloraba de risa, tenía los abdominales tan contraídos que a penas podía respirar, aun así, siguió desternillándose. De pronto, sintió la necesidad de salir de aquel lugar asfixiante y abrasador. En un ramalazo de locura empujó a los enfermeros, llegó hasta la puerta trasera, la abrió y saltó al duro asfalto. Cayó como un pelele y después de dar varias vueltas sobre sí mismo, se quedó tirado en medio del tráfico. Algunos coches tuvieron que frenar para no atropellarle y hubo varios choques en cadena. Tino quedó inconsciente bajo los faros de los coches, inmóvil en una postura imposible, como un muñeco de trapo. Se había roto infinidad de huesos pero había logrado acabar con la incontenible risa que lo estaba matando. Después de muchos meses de recuperación y rehabilitación su cuerpo sanó. Su mente, no. A día de hoy, continúa en manos de los psiquiatras.
2 comentarios:
Para no morise de risa... Muy bueno.
Desgraciadamente todos conocemos tipos que se han quedado colgados de por vida por un mal uso de las
drogas...
Besazo.
Begoña, gracias porla visita y por el comentario.
beso
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