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domingo, 17 de marzo de 2013

EL SUBALTERNO


Hay días que es mejor no levantarse. Eso pensó Lucas mientras estaba en la cadena de montaje. Su tarea consistía en ensamblar dos piezas metálicas con una llave del 19. Debía asegurarse de que quedaban bien sujetas antes de pasar a las siguientes. Las piezas nunca se acababan, y antes de dar la última vuelta de tuerca ya estaban llegando otro par en la cinta transportadora. Tenía que realizar su trabajo a toda prisa y sin fallos. Ese día en concreto estaba siendo un mal día. Lo estaba siendo porque Matías, el encargado, no paraba de tocarle los cojones.

-        ¿Se puede saber qué coño te pasa esta mañana? Estás dormido Lucas. A ver si espabilas.

A Lucas no le pasaba nada. Trabajaba al ritmo de todos los días, es decir, a toda hostia. Pero Matías estaba encabronado y se desahogaba con él. Lucas guardaba silencio. Pasaba de los comentarios despectivos de su encargado. Concentrándose única y exclusivamente en hacer su trabajo lo mejor posible.

-        Me cago en Dios, Lucas. Esa pieza va floja. Repásala. 

Lucas repasó la pieza.

-        La pieza está bien.
-        Ahora vas a saber más que yo… Venga joder, que no tenemos todo el día.

Claro que sabía más. De hecho llevaba doce años haciendo el mismo trabajo. Para que las piezas quedasen bien acopladas tenía que darle cinco vueltas a la tuerca, ni una más ni una menos. Pero si Matías decía que había que comprobar la pieza, se comprobaba sin más. Lucas trató de recuperar el tiempo que le había hecho perder el encargado. Se preguntaba por qué la tenía tomada con él. Era un buen trabajador. Nunca había faltado a su trabajo. Siempre puntual. No causaba problemas y se llevaba bien con todo el mundo. Con todos excepto con Matías. Y que conste que no era su culpa. Él siempre fue cortés y educado con su persona. Nunca le faltó al respeto y siempre obedecía sus órdenes. No, Lucas no pudo entender la antipatía que su jefe sentía por él.

-        Venga joder, que estás dormido.

Estaba obligado a verse humillado delante de sus compañeros una y otra vez.

-        ¿Qué pasa? ¿Te pasaste la noche follando con la parienta y ahora no rindes?

Tenía miedo de dejarse llevar. Temía despertar a la bestia que durante tanto tiempo había encerrado en lo más profundo de su ser. Sí, era mejor callarse y aguantar. El tiempo pasaría y podría regresar a casa con su mujer. Por unas horas podría olvidarse del trabajo y del malnacido de su encargado.

-        ¿Se puede saber en qué cojones estás pensando? Métele caña, joder. Que en vez de sangre parece que tienes horchata.

Aguanta. Solo es un mal día. Ya has tenido otros y los has superado. Aguanta. Solo unas horas más y regresarás a casa. Podrás servirte una copa y sentarte en el porche.

-        ¿Seguro que esa pieza va bien?
-        Seguro.
-        Revísala.
-        Te digo que va bien.
-        Y yo te digo que la revises, cojones.

Obedeció y revisó la pieza a sabiendas de que estaba bien.

-        Está bien, como te he dicho.
-        Date caña que se te pasa esa otra pieza.

Cada pieza que tenía que revisar le retrasaba con la siguiente. Tuvo que esforzarse al máximo para volver a coger el ritmo. Su trabajo de por sí era un coñazo, pero con Matías encima llegaba a ser insoportable. Rogó para que el tiempo pasase rápido. Con tanto sudar se estaba deshidratando. Necesitaba beber agua. Tenía la botella a sus pies, pero estando Matías cerca era mejor aguantarse. Estaba seguro que si hacía mención de beber se lo iban a reprochar. Siguió con su trabajo a pesar de tener la lengua tan seca como un felpudo.

-        ¡Me cago en Dios! Lucas. Estate atento, no ves que ésa no está bien.
-        Esa pieza está bien, como lo estaban las otras.
-        Que no me repliques, joder. Tú haces lo que yo te digo y basta.

Dejó la llave a un lado y se agachó a por la botella de agua.

-        Deja la puta botella y revisa la pieza.

Lucas se quedó mirándole, sopesando si debía partirle la cara o continuar tragando mierda.

-        Te digo que dejes la botella y revises la pieza.

Dejó la botella en el suelo, cogió la llave y revisó la pieza.

-        La pieza está bien.
-        Pues me alegro, pero métele caña que se te acumula el trabajo.
-        Si no estuvieses tocándome los cojones seguro que no se me acumulaba.
-        A mí me pagan para tocarle los cojones.

Las piezas se acumulaban. Le dolían los músculos de la espalda, tenía las manos agarrotadas y la boca seca.

-        Vamos Lucas, vam…

No fue consciente de asestar el golpe. Solo escuchó un crujido sordo, como el reventar de una nuez. Matías cayó al suelo con la cabeza abierta. Lucas dejó caer la llave ensangrentada. Luego cogió la botella de agua y bebió hasta saciar la sed.  

martes, 12 de marzo de 2013

LA EMBARAZADA


Acababa de salir de la clínica donde le habían hecho una ecografía. Caminaba por la calle mirando boquiabierta la foto que le habían dado. En ella se podía distinguir a un pequeño feto de perfil, perfectamente normal de no ser por unas pequeñas alas que sobresalían de su espalda. El ginecólogo le había dicho que todo era normal, que esos dos pequeños apéndices de la espalda posiblemente eran manchas desenfocadas del negativo, provocadas por los movimientos del feto. Pero ella veía claramente que no eran manchas. Eran alas, como las de los gorriones recién salidos del huevo. Cuanto más se fijaba en la foto más convencida estaba. Su futuro bebé era un querubín en proceso de transformación. No se sentía preocupada por la anomalía de su pequeño, más bien todo lo contrario. Intuía que su hijo iba a ser alguien muy especial, un ser maravilloso que traería cosas buenas a este mundo. Se llevó las manos a la tripa y se la acarició. Entonces sintió un leve cosquilleo en sus entrañas, algo parecido al roce de un puñado de plumas. No le quedó duda. En su interior llevaba un ángel.

jueves, 28 de febrero de 2013

LA MANZANA

(Ilustración de AÍDA GARCÍA CORRALES)


Después de cenar, se puso a ojear el periódico. Todo eran malas noticias: atentado en no sé dónde, guerras por allí, masacres por allá… En fin, lo de todos los días. Pasó unas cuantas hojas al azar y leyó: Desarticulada una red de pederastas que operaba desde…

-        A esos pervertidos habría que castrarlos a todos - dijo con desprecio sin terminar de leer el titular.
-        ¿Decías algo? - preguntó su mujer desde la otra habitación.
-        Digo que a esos cabrones había que cortarles la polla a todos.

Dejó el periódico a un lado, no quería que se le indigestara la cena. Eligió una de esas revistas del corazón que compraba su mujer. Se paró a leer una entrevista que le hacían a un ex novio de una cantante que fue famosa en los años setenta y que ahora vivía de pasear sus antiguos éxitos, obesidad y cursilería por todas las televisiones del país. Las preguntas de la entrevista se centraban  principalmente en temas esotéricos:

-        Pregunta: ¿Qué opina usted sobre los espíritus, el poder de la mente y todo lo esotérico en general?

-        Respuesta ex: Yo no creó en esas chorradas, porque no son más que chorradas. Es más, desconfío de todo aquel que crea en esas mariconadas. Esa gente está vacía y no tienen de qué hablar, por eso se inventan esas cosas. ¿Poder de la mente? ¡Me cago en el poder de la mente! Se empieza con eso y un día te sorprendes a ti mismo mirando fijamente a una manzana mientras intentas hacerla levitar. Toda esa chusma son unos  ladrones...

Después de cenar le gustaba comer fruta, por eso tenía una manzana delante. Sabía que era una tontería intentarlo, pero por probar no perdía nada. Miró la manzana fijamente, concentrándose en su imagen, diciéndose a sí mismo que tenía que moverla con su mente. Estuvo así durante un minuto, concentrándose en la manzana. Apretó con fuerza los dientes, cerró los ojos y  dijo para sí:

-        Te voy a hacer bailar.

Se escuchó un ruido seco, como una detonación amortiguada. Abrió los ojos. La manzana había desaparecido. No estaba ni encima ni debajo de la mesa. No sabía qué pensar. De pronto, algo cayó encima de la revista que aún sostenía en sus manos. Era un pegote verdiblanco parecido a la mermelada. Miró al techo y allí estaba. La manzana estaba pegada, mejor dicho, espachurrada junto a la lámpara. De poco le da un ataque. ¿Cómo había llegado la manzana hasta ahí? ¿Había sido él con su poder mental?... Llamó a gritos a su esposa, que planchaba unas camisas dos habitaciones más allá. Cuando acudió, le mostró lo que quedaba de la manzana. Le contó cómo había sucedido, le dio todo tipo de detalles: cómo se había concentrado, cómo se le ocurrió la idea, lo de la entrevista, lo del ex de la cantante… Absolutamente todo. La buena señora no se creyó ni una palabra. Simplemente se limitó a mirarle como si estuviera loco. Luego le recordó que no estaban para gastos inútiles, lo caro que salía contratar a un pintor, que buscara trabajo, que pasaba todo el día en casa tumbado a la bartola, que era un vago... De golpe, una idea brilló en su cabeza. Si lo había conseguido una vez ¿Por qué no intentarlo de nuevo? Sabía que su mujer pesaba mil veces más que la manzana, pero aun así, decidió intentarlo. La miró fijamente, dejando su mente en blanco. Apretó con fuerza los dientes y se dijo:

Te voy a hacer bailar…

martes, 26 de febrero de 2013

EL RECOGEPELOTAS

Manuel García Armas se dedicaba a la política, pero su verdadera vocación era el fútbol. De no ser por una grave lesión que tuvo en la rodilla cuando era joven, se hubiera consagrado de pleno a su deporte favorito. Fue un hábil delantero que sabía regatear en el área sin perder los nervios ni el control del balón. Además tenía puntería con el gol. Durante tres temporadas seguidas fue el pichichi de la segunda división. Todos los entrenadores que tuvo le auguraron un futuro brillante, pero la grave lesión le apartó de los terrenos de juego para siempre. Más tarde se metió en política. Eso sí, siempre que le era posible acudía al palco del Bernabéu para animar a su equipo. Ese día jugaba contra el F. C. Barcelona. En ese partido se iba a decidir la liga. Todos estaban ansiosos por saber el resultado final. Ganaba el Barça por cero a tres y tan solo se llevaban jugados treinta minutos de la primera parte. Mal lo tenían los de la capital. Todos los aficionados que llenaban el estadio no perdían ojo de cada jugada, todos excepto Manuel García Armas. Manuel ignoraba lo que ocurría en el terreno de juego. Toda su atención estaba puesta de uno de los recogepelotas. Su curiosidad se debía a que había advertido una extraña cualidad en él. Parecía como sí el chaval supiese de antemano por donde iba a salir la pelota porque cuando eso sucedía, ahí estaba él esperándola para devolverla al césped. Luego en lugar de regresar a su zona y sentarse a esperar, el chaval  acudía directamente a un lugar específico del campo y allí se quedaba parado. Al poco tiempo la pelota salía por donde él se había situado. Así una y otra vez. Aunque Manuel era un gran entusiasta de los encuentros entre el Madrid y el Barça no podía apartar la vista del chaval. La cabeza de Manuel no paraba de analizar hipótesis que explicasen su habilidad premonitoria. La única posibilidad era que el chaval tuviese acceso directo a un futuro inmediato. Fuese lo que fuese aquello no era normal. Entonces pasó algo que sólo Manuel pudo apreciar: el recogepelotas hizo un gesto contenido de celebración. Manuel no supo a qué se debía hasta que pasaron unos segundos y el R. Madrid metió un gol. Manuel ni siquiera lo celebró, estaba tan estupefacto que no pudo. ¿Cómo era posible anticiparse a los hechos?  Eso dentro de los límites de la ciencia no tenía ninguna lógica. Así fueron pasando los minutos hasta que el árbitro pitó el final del primer tiempo. En los descansos Manuel tenía por costumbre acercarse al bar a tomarse una copita de Torres 5, pero en esta ocasión prefirió quedarse donde estaba, vigilando al recogepelotas. Aprovechando que tenían el campo para ellos solos, los recogepelotas saltaron al césped y se pusieron a intercambiar pases con un balón. El chaval no parecía distinto a sus compañeros, sin embargo, Manuel intuía que sí lo era, que había algo en él que lo hacía especial y único. Sintió ganas de abandonar el palco y bajar al césped para hacerle infinidad de preguntas: ¿cuál era el secreto de su don, cómo lo había adquirido, le venía dado de nacimiento o, por el contrario, era algo que había potenciado una y otra vez hasta dominarlo de una forma natural?... Pero justo en ese momento, árbitros y jugadores salieron de nuevo al campo, dando por inaugurado el segundo tiempo. Al igual que en el primero, el chaval seguía anticipándose a todas las salidas del balón. A aquellas alturas del partido Manuel tenía claro que el recogepelotas adivinaba el futuro, por eso cuando le vio apretar los puños y dar un par de pequeños saltos de satisfacción supo que enseguida llegaría el segundo gol del Madrid. Y así fue. Esta vez Manuel sí  lo celebró, aunque sin demasiado entusiasmo porque ya lo había hecho de forma contenida unos instantes antes, con el recogepelotas. Se sintió privilegiado, podía anticiparse al futuro por medio del chaval y eso le gustó. Si pudiese utilizarlo en la política estaba seguro de que su carrera despegaría de manera fulgurante. Si el chaval podía adivinar por dónde iba a salir una pelota, ¿por qué no iba a ser capaz de adivinar los resultados de una votación? Ese pensamiento le abría las puertas de sus ansiadas metas, del éxito y de lo que era más importante, del poder. Con ese chaval a su lado la presidencia del país estaba al alcance de su mano. Justo cuando le estaba dando vueltas a esta idea, sucedió algo que le puso los pelos como escarpias. El recogepelotas estaba a lo suyo y de repente se giró y miró directamente al palco donde estaba Manuel. Durante unos segundos que parecieron eternos, ambos se miraron fijamente. Manuel estaba aterrado, no podía moverse. De haber podido, hubiera abandonado el palco de inmediato. Sintió cómo la mirada del chaval penetraba en su mente cómo un escáner de rayos X, apropiándose de sus más íntimos pensamientos. Manuel se considero violado. A partir de ese momento el chico dejó de anticiparse a los hechos y se comportó como lo haría cualquier recogepelotas. Manuel salió del Bernabéu un cuarto de hora antes de que finalizase el partido. Ya no le importaba si el Madrid ganaba o no la liga, lo único que deseaba era llegar a casa, meterse en la cama, taparse la cabeza con la almohada y sacarse el miedo del cuerpo.

lunes, 18 de febrero de 2013

EL SUPERHÉROE

Aquel día, Carlos acechaba a una anciana que sacaba dinero de un cajero automático. Sacó el revólver y cruzó la calle. Se colocó al lado de la vieja y apretando el cañón contra ella le pidió que sacase el máximo permitido por la tarjeta de crédito. La aterrorizada anciana no opuso resistencia. Le entregó el dinero y abandonó el sitio sin dar la voz de alarma. Carlos la había advertido de antemano y ella, aunque muy asustada, se sintió afortunada por haber salido viva de la experiencia. Carlos corrió con el botín en sus bolsillos. Se refugió en un oscuro callejón para contar la suma de las ganancias. Tenía pasta suficiente para hacerse con unos cuantos gramos de la mejor farlopa. Se disponía a hacerle una llamada a su camello cuando apareció aquel tipo. Iba vestido de superhéroe: Con leotardos naranjas, botas rojas de goma, capa bermellón y una ajustadísima camiseta con un relámpago estampado en el pecho. Además de una máscara que ocultaba su rostro. El tipo era bajito y rechoncho, con prominente barriga que apenas cubría la camiseta.

-        Detente, malvado ratero – dijo con marcado acento gallego.

Sin duda era un trastornado fugado de algún psiquiátrico, pensó Carlos.

-        Muy gracioso… ¿Te has escapado de una fiesta de disfraces o qué?
-        He visto lo que le has hecho a esa pobre señora - añadió sin dejar el acento gallego.
-        Eso no es asunto tuyo, pelele.
-        ¡Soy Relámpagoman! Y estoy aquí para combatir la injusticia.
-        Pedoman, como me sigas tocando los cojones voy a enfadarme contigo.
-        Prepárate para luchar.

Carlos sacó el revólver y lo puso a la vista.

       Mira fantoche, me haces gracia y no quiero hacerte daño, pero si me obligas no dudaré en vaciar el cargador ¿Me has entendido?...

El superhéroe puso los brazos en jarras y se echó a reír con una risa que sonaba de lo más peliculero.

       No le temo a las balas, soy inmune a ellas. Así que será mejor que te rindas y aceptes tu castigo.

Carlos no sabía si tomárselo en broma o empezar a disparar.

       Porque me haces gracia, que si no...
       Está bien. Tú lo has querido.

El tipo extendió el brazo con la palma de la mano abierta y apuntó directamente a su adversario. De la mano surgió un zigzagueante rayo luminoso que alcanzó de lleno a Carlos.
Horas después, lo encontraron atado de pies y manos a la entrada de la comisaría. Sus ropas estaban chamuscadas. Junto a él había una carta que iba dirigida a todos los criminales y delincuentes locales. Una advertencia para todos ellos. La firmaba: Relámpagoman.

jueves, 14 de febrero de 2013

SILENCIO


Allí estaban los dos. Ramón tratando de abrir la caja fuerte y Santiago vigilando la entrada. Este último estaba a punto de mearse encima. Para evitarlo se balanceaba cambiando el peso de su cuerpo de una pierna a otra. Ramón le reprendió por ello.

-        ¡Quieres estarte quieto de una vez! Me desconcentras, joder.

Santiago obedeció. Ramón pegó la oreja a la ruleta y la hizo girar lentamente. Santiago intentó tranquilizarse. Aspiró aire y lo fue soltando poco a poco. Ramón volvió a regañarle.

-        Joder, pareces un búfalo. Respira sin hacer ruido.

Santiago estuvo a punto de perder la paciencia. El viejo cascarrabias no paraba de tocarle las narices. Rebuscó en sus bolsillos hasta dar con el tabaco. Justo cuando se iba a encender un cigarro Ramón le hizo un gesto con la cabeza. Santiago devolvió el pitillo al paquete. Ramón estiró el cuello a ambos lados para relajar sus músculos. Estaba cansado y la vista se le nublaba. Después de un breve respiro centró toda su atención en la ruleta. Santiago le miró con desprecio. Hacía más de una hora que su vejiga estaba pidiendo un desalojo. Tendría que aguantarse hasta que la caja estuviera abierta. Inconscientemente se puso a tamborilear con los dedos en el marco de la puerta. Ramón se giró hacia él con el ceño fruncido.

-        Perdona.
-        Por favor, seamos profesionales.
-        Vale.
-        Solo te pido un poco de silencio.
-        Que sí.

A Santiago no le gustó que su colega cuestionase su profesionalidad. Llevaban años trabajando juntos, pero en realidad no se soportaban. Ramón sacó un pañuelo y se secó el sudor de la frente. La caja se le estaba resistiendo. Su compinche ya no aguantaba más.

-        Necesito ir al baño.

Ramón consintió. Santiago salió de la habitación a toda prisa. Aprovechando que se había quedado solo se concentró en la caja. Nada. No había manera de abrirla. Diez años atrás no se le hubiera resistido. Pero ahora le dolían los dedos. El problema era la artrosis, gracias a ella había perdido su toque. No se rindió y probó suerte otra vez. Acercó la oreja a la ruleta y la hizo girar por millonésima vez. Tuvo el presentimiento de que lo iba a conseguir. Justo en ese momento entró Santiago.

-        ¡Mierda, no me ha dado tiempo y me he meado encima!
-        Joder, contigo no se puede trabajar. Eres un puto subnormal.
-        Mira, Ramón. No me toques las pelotas que ya he aguantado suficiente.
-        Un inútil que no sirve para nada.
-        Ramóoooon…
-        No vales ni para mantener seca la entrepierna.
-        Si me he meado ha sido por tu culpa.
-        ¿Por mi culpa?
-        Llevamos aquí una puta eternidad y no eres capaz de abrir la caja. Si no fueras un viejo inútil habríamos terminado ya, esto no habría ocurrido.
-        ¿Qué quieres decir?
-        Lo que tú ya sabes.

Ramón se abalanzó contra su compañero. Santiago esquivó la embestida haciéndole caer de bruces contra el suelo. Se preparó para otro ataque, pero él continuó tirado en el suelo. Tal vez se había hecho daño.

-        ¿Ramón, estás bien?

Su amigo estaba llorando. Santiago se acercó a su lado y trató de consolarle.

-        Venga, que no lo he dicho en serio.

El viejo siguió llorando, inconsolable.

-        Tú eres un artista de la profesión. Un maestro. No ha habido caja que se te haya resistido.  Y no lo digo por hacerte la pelota. Sabes muy bien que yo he sido testigo de todos tus logros. No hay otro mejor que tú. ¿Te acuerdas de aquella vez en el museo?
-        Sí, fue una buena noche.
-        ¿Cuántas abriste? ¿Cinco cajas?
-        Cuatro. Fueron cuatro.
-        Me da lo mismo. ¿Quién en una noche abre cuatro cajas? Solo tú.

Le ayudó a incorporarse.

-        Venga Ramón, abre la caja.
-        No sé si podré.
-        Claro que sí. Eres el mejor. El puto amo.
-        Antes de que entrases creo que estaba a punto de conseguirlo.
-        Tú puedes.

Ramón echó aliento caliente sobre las yemas de los dedos. Luego se acercó con decisión hasta la caja. Pegó la oreja cerca de la ruleta y la hizo girar. La caja se abrió. Lo había conseguido.

-        ¡Que te decía: El puto amo!

Ramón sonrió orgulloso y se apartó para cederle el sitio.

-        Ábrela tú. Te lo has ganado.
-        Gracias amigo. Es todo un honor.

Santiago se acercó y terminó de abrir la puerta de la caja. De golpe, un desagradable olor salió del interior. Ambos se tuvieron que tapar la nariz a causa del pestazo. Y es que dentro de la caja había una cabeza de mujer y un par de manos con las uñas pintadas de rojo.

jueves, 27 de septiembre de 2012

OLOR A CARNE QUEMADA

El paisaje era dantesco. Hierros retorcidos y carbonizados, fuego aquí y allá, equipajes desperdigados y abiertos, dejando un rastro de ropa tirada, zapatos y neceseres. Y sangre y miembros amputados de cuajo y cadáveres por donde quiera que mirases. Había gente que gritaba de dolor, otros agonizaban en medio del caos. Y prevaleciendo por encima de todo el olor a carne quemada de los cuerpos carbonizados. Mariano caminaba sin rumbo entre los restos del accidente. Llevaba el brazo izquierdo casi desmembrado, solamente se sujetaba al cuerpo por una fina hebra de carne ensangrentada. Se podían ver los huesos astillados que atravesaban la piel, los tendones y músculos arrancados, y la sangre fluyendo sin parar. De pronto se sintió mareado y tuvo que vomitar junto al cuerpo de un bebé aplastado. La radio del siniestrado autobús seguía funcionando y por los altavoces sonaban los acordes distorsionados de “Paquito el chocolatero”. El contraste de la música con lo que allí estaba sucediendo era como una broma pesada y de mal gusto. Mariano siguió andando de un lado a otro. Cambiando de dirección sin un motivo aparente, confundido. Un cerdo pasó corriendo a su lado cojeando de una de las patas traseras. Unos metros por delante había varios gorrinos muertos en medio de la carretera, mezclados con los cadáveres del autobús. Varios de los cerdos que quedaban con vida chillaban prisioneros dentro de las celdas del camión volcado mientras se achicharraban en medio de las llamas. El resto habían escapado campo a través. El cerebro de Mariano no podía asimilar tanta desgracia. Deambulaba atontado, sin ser consciente del infierno que le rodeaba. Lo que iban a ser unas placidas vacaciones se habían convertido en la peor de las pesadillas. En la distancia llegaron los sonidos desbocados de las sirenas de las ambulancias, añadiendo a la bestial banda sonora un acorde de esperanza.

® pepe pereza (Momentos extraños)

martes, 28 de agosto de 2012

EL SUBALTERNO

Hay días que es mejor no levantarse. Eso pensó Lucas mientras estaba en la cadena de montaje. Su tarea consistía en ensamblar dos piezas metálicas con una tuerca y una llave del 19. Debía asegurarse de que quedaban bien sujetas antes de seguir con las siguientes. Las piezas nunca se acababan, y antes de dar la última vuelta de tuerca ya estaban llegando otras por la cinta transportadora. Tenía que realizar su trabajo a toda prisa y no podía dejar pasar ninguna sin ensamblar.
Ese día en concreto estaba siendo un mal día, y lo estaba siendo porque Matías, el encargado, no paraba de tocarle los cojones.

- ¿Se puede saber qué coño te pasa esta mañana? Estás dormido Lucas. A ver si espabilas.

A Lucas no le pasaba nada. Trabajaba al ritmo de todos los días, es decir, a toda hostia. Pero Matías esa mañana se estaba desahogando a placer con él. Lucas guardaba silencio. Haciendo caso omiso de los comentarios despectivos de su encargado. Concentrándose única y exclusivamente en hacer su trabajo lo mejor posible.

- Me cago en Dios, Lucas. Esa pieza va floja. Repásala.

Lucas repasó la pieza.

- La pieza está bien.
- Ahora vas a saber más que yo… Venga joder, que no tenemos todo el día.

Claro que él sabía más. De hecho llevaba doce años haciendo el mismo trabajo y sabía que para que las piezas quedasen bien acopladas había que darle cinco vueltas a la tuerca. Ni una más ni una menos. Cinco vueltas, que son las que había dado. Pero si Matías decía que había que comprobar la pieza, se comprobaba y ya está. Lucas siguió con su trabajo. Tratando de recuperar el tiempo que le había hecho perder el encargado.

- Espabila Lucas.

Lucas se preguntaba por qué Matías la había tomado con él. Él era un buen trabajador. Nunca había faltado a su trabajo. Siempre puntual. No causaba problemas y se llevaba bien con todo el mundo. Con todos excepto con Matías. Y que conste que no era por su culpa. Él siempre fue cortés y educado con Matías. Nunca le faltó al respeto y siempre obedecía sus órdenes. No, Lucas no podía entender la antipatía que Matías sentía por él.

- Venga joder, que estás dormido.

Lucas sudaba a mares a causa del esfuerzo y la presión. Maldijo su suerte por dentro, tragándose el orgullo y la vergüenza de ser humillado delante de sus compañeros.

- ¿Qué pasa? ¿Te pasaste la noche follando con la parienta y ahora no rindes?

A Lucas le hubiera gustado decirle que eso no era asunto suyo. Prefirió callarse. Tenía miedo de dejarse llevar. Temía despertar a la bestia que durante tanto tiempo había encerrado en lo más profundo de su ser. Sí, era mejor callarse y aguantar. El tiempo pasaría y podría regresar a casa con su mujer. Por unas horas podría olvidarse del trabajo y del malnacido de su encargado.

- ¿Se puede saber en qué cojones estás pensando? Métele caña, joder. Que en vez de sangre parece que tienes horchata.

Aguanta Lucas, aguanta. Solo es un mal día, ya has tenido otros y los has superado. Aguanta. Solo unas horas más y regresarás a casa. Podrás servirte una copa y sentarte junto a tu mujer en el porche. Y ahí estaba Lucas, ensamblando la pieza de turno. Sudando como un condenado. Con calambres en espalda y brazos. Con el orgullo dolorido y haciendo todo lo que estaba en su mano para aguantar los envites de su jefe.

- ¿Seguro que esa pieza va bien?
- Seguro.
- Revísala.
- Te digo que va bien.
- Y yo te digo que la revises, cojones.

Lucas obedeció y revisó la pieza a sabiendas de que estaba bien.

- Está bien, como te he dicho.
- Date caña que se te pasa esa otra pieza.

Cada pieza que tenía que revisar le retrasaba con la siguiente. Lucas tuvo que esforzarse al máximo para volver a coger el ritmo. Su trabajo de por sí era un coñazo, pero con Matías encima llegaba a ser insoportable. Lucas rogó para que el tiempo pasase rápido. Además, con tanto sudar se estaba deshidratando. Necesitaba beber agua. Tenía la botella a sus pies, pero estando Matías cerca era mejor aguantar. Lucas estaba seguro que si hacía mención de beber agua, Matías se lo iba a reprochar. Prefería pasar sed que aguantar otra de sus broncas. Siguió con su trabajo a pesar de tener la lengua seca como un felpudo. Ni siquiera podía beber un trago de agua sin que se lo recriminasen.

- ¡Me cago en Dios! Lucas. Estate atento, no ves que esa no está bien.
- Esa pieza está bien, como lo estaban las otras.
- Que no me repliques, joder. Tú haces lo que yo te digo y basta.

Lucas dejó la llave a un lado y se agachó a por la botella de agua.

- Deja la puta botella y revisa la pieza.

Lucas se quedó mirándole, sopesando si debía partirle la cara o continuar tragando mierda.

- Te digo que dejes la botella y revises la pieza.

Lucas dejó la botella en el suelo, cogió la llave y revisó la pieza.

- La pieza está bien.
- Pues me alegro, pero métele caña que se te acumula el trabajo.
- Si no estuvieses tocándome los cojones seguro que no se me acumulaba.
- A mí me pagan para tocarte los cojones.

Las piezas se acumulaban y él no podía más. Le dolían los músculos de la espalda, tenía las manos entumecidas, la frente perlada de sudor y la boca seca.

- Vamos Lucas, vam…

Lucas no fue consciente de asestar el golpe. Solo escuchó un crujido. Un crujido sordo como el reventar de una nuez. Matías cayó al suelo con la cabeza abierta. Lucas dejó la llave manchada de sangre sobre la cinta transportadora y la observó mientras se alejaba. Luego cogió la botella de agua y bebió hasta saciar la sed.

® pepe pereza (Momentos extraños)

viernes, 14 de octubre de 2011

EL DROGADICTO

“El Chutas” le llamaban sus colegas de aguja porque era el punk más yonqui y tirado del barrio. Se había ganado el mote a base de miles de pinchazos repartidos por todas sus venas. No obstante, gozaba de cierto prestigio, ya que en su día fue un destacado guitarrista de un grupo punk. Los que le conocían de entonces, le guardaban cierta admiración. El Chutas realmente se llamaba Carlos, aunque ya nadie le conociera por ese nombre. Aquel día en la calle, Carlos acechaba a una anciana que confiada sacaba dinero de un cajero automático. Vio que aquel era el momento de actuar. Cruzó la calle mirando a ambos lados mientras sacaba su revólver. Se colocó al lado de la vieja y apretando el cañón contra su vientre le pidió amablemente que sacase el máximo permitido por su tarjeta de crédito. La anciana aterrorizada no opuso resistencia e hizo todo lo que Carlos le ordenó. Le entregó el dinero y las pocas joyas que llevaba (un anillo de matrimonio y unos pendientes baratos). Después abandonó el sitio sin dar la voz de alarma. Carlos la había advertido de antemano y la anciana, aunque muy asustada, se sentía afortunada de haber salido viva de la experiencia. Carlos corrió con el botín en sus bolsillos y se refugió en un oscuro y húmedo callejón para contabilizar la suma de sus ganancias. Entonces apareció aquel mamarracho. Iba vestido de superhéroe, con leotardos naranjas, botas rojas de goma, capa bermellón al vuelo y camiseta extra-ajustada (a juego con los leotardos) con un relámpago estampado en el pecho, además de una ridícula máscara que ocultaba su rostro. El tipo era bajito y rechoncho, con una prominente barriga que apenas cubría la camiseta.

- Detente, malvado ratero – dijo con un marcado acento gallego.

Sin duda era un trastornado escapado de algún psiquiátrico, pensó Carlos.

- Muy gracioso… – dijo sin dejar de contar los billetes. - … ¿Te has escapado de una fiesta de disfraces o qué?
- He visto lo que le has hecho a esa pobre señora - añadió el superhéroe, sin dejar nunca el acento gallego.
- Eso no es asunto tuyo, pelele.
- ¡Soy Relámpagoman! Y estoy aquí para combatir la injusticia.
- Pedoman, como me sigas tocando los cojones voy a enfadarme contigo - le advirtió Carlos, guardándose el dinero en la entrepierna.
- Prepárate para luchar. - gritó Relámpagoman con ese condenado acento gallego, mientras ensayaba una postura marcial.

Carlos sacó el revólver y lo puso a la vista diciendo:

– Mira fantoche, me haces gracia y no quiero hacerte daño, pero si me obligas no dudaré en vaciar el cargador ¿Me has entendido?...

El superhéroe se echó a reír con una risa fingida que sonaba de lo más peliculero.

– No le temo a las balas, soy inmune a ellas…, además poseo otros superpoderes. Así que será mejor que te rindas y aceptes tu castigo.

Carlos no sabía si echarse a reír o empezar a disparar.

– Porque me haces gracia, que si no... 
– Está bien… Tú lo has querido… - replicó Relámpagoman.

Extendió su brazo derecho con la palma de su mano abierta, apuntando directamente a Carlos. Increíblemente de su mano surgió un zigzagueante rayo luminoso que le alcanzó de lleno, dejándolo KO. Horas después, encontraron a Carlos a la entrada de la comisaría. Estaba atado de pies y manos y un pelín chamuscado. Junto a él había un sobre que iba dirigido a todos los criminales y delincuentes locales. La carta era una advertencia para todos ellos. Y la firmaba: Relámpagoman.

Para Velpister.

® pepe pereza (Momentos extraños)

lunes, 18 de julio de 2011

EPÍLOGO DE MOMENTOS EXTRAÑOS - ADRIANA BAÑARES

“Momentos Extraños”
De Pepe Pereza
Prólogo de M. J Romero
Epílogo de Adriana Bañares
Arte de Óscar Cardeñosa


En medio de tanta dicha, sentía una especie de dolor, en medio de todos aquellos fantasmas de una presencia, la penosa marca de la ausencia.
(El nombre de la rosa. Umberto Ecco).

JUEVES18 DE JUNIODE 2009

LA SUICIDA PUBLICADO POR PEPE PEREZA EN 00:05
ETIQUETAS: MOMENTOS EXTRAÑOS

Awixumayita dijo...
La versión de Radiohead es acojonante. Volveré a leerlo con la canción de fondo, que seguro que se me mete hasta...No viene al caso, pero me recuerda a una de las microchorradas que tengo escritas en mi moleskine:
Escuchar Radiohead me hace daño. Será porque te quiero.
18/06/09 01:46


I
Anoche soñé con una carretera nocturna. Corría por la línea blanca del andén derecho. Los coches circulaban caóticamente. Nerviosos y con miedo. Parecían más pequeños que yo. La carretera interminable y oscura se asemejaba a mi idea de eternidad. Un plano de oscuridad infinito. Como el universo si lo fuera. Como la muerte. Mi viaje terminó con la noche y vi a un Dios crucificado en el portón de un garaje. Estaba dentro de un relato de Pepe, pensé al despertar.

II
Las noches eran terriblemente frías y temía quedarme dormida por si mi boca se llenaba de insectos buscando cobijo. Yo buscaba cobijo en Asperezas y en Radiohead.
Reckoner. Lucky. Creep. Pepe me hablaba de suicidas. Me hablaba de un Dios mundano. De gente aburrida que de pronto se veía viviendo momentos extraños. De amores breves. Me imaginaba al niño Pepe como un Léolo que escapaba de la sucia rutina de la vida con su imaginación y su escritura. Y aunque mi soledad, el frío y el dolor inmenso de la ausencia me habían devuelto la entomofobia irracional que me perseguía de niña, las noches dejaron de ser tan espantosas.

III
Hoy releo a Pepe y es de día y es primavera. Usted, lector, ha recorrido una carretera. La carretera de la suicida, de Vicente y su encuentro con los extraterrestres. La carretera cortada del barrendero que soñaba con Cuba. Escucho Radiohead pero no hace frío. Usted, lector, ha compartido la última tarde de un abuelo con su nieta. Yo me he emocionado igual. Las últimas frases de Pepe son golpes afilados. Ha recorrido las calles de Logroño en un último paseo que podría ser el primero de una nueva etapa renovada.

IV
Madrugada. Marzo ha muerto para dar paso a abril. Se cumplen dos años de Asperezas.
Lotus Flower. Fumo hachís a falta de rosas. Observo las luces que las farolas del puente dibujan en el agua. Busco un personaje en un momento extraño. Sobre quién verterá su tristeza. No será sobre mí.

Adriana Bañares Camacho (Abril del 2011)

domingo, 19 de junio de 2011

MOMENTOS EXTRAÑOS - EL ABUELO

Groenlandia presenta el nuevo libro de narrativa: “Momentos Extraños”

De Pepe Pereza
Prólogo de M. J Romero
Epílogo de Adriana Bañares
Arte de Óscar Cardeñosa

EL ABUELO
Caminaba por el parque de la mano de María, su nieta de ocho años. Hacía un día estupendo. Daba gusto pasear por la sombra. Guiados por la pequeña habían encaminado sus pasos hasta los columpios. Allí había varios niños más y María pronto se sumó al grupo. El abuelo se quedó fuera, al otro lado de la verja, atento a cada uno de sus movimientos. María se había puesto a la cola para subir al tobogán, por delante tenía a dos niños mayores que ella. Después de que ellos se tirasen, María llegó al último de los escalones y antes de sentarse sobre la rampa llamó la atención de su abuelo para que la viese deslizarse. El abuelo sonrió y la saludó agitando la mano. Ella descendió y acabó aterrizando con el culo en el suelo. Ambos se rieron. María siguió jugando. El abuelo sonreía, pero su mente estaba muy lejos ocupada en otras preocupaciones. Al día siguiente, en torno a esa misma hora, le estarían operando. Sus pulmones además de viejos estaban rotos. Aquel podría ser el último paseo que diera con su nieta. Pese a todo, siguió sonriendo y jaleando cada uno de sus gestos.


® pepe pereza

Ya disponibles en el SCRIBD y en el ISSUU:


martes, 7 de junio de 2011

MOMENTOS EXTRAÑOS - LAS CENIZAS

Groenlandia presenta:
“Momentos Extraños”
De Pepe Pereza
Prólogo de M. J Romero
Epílogo de Adriana Bañares
Arte de Óscar Cardeñosa

LAS CENIZAS
Santiago tenía una urna donde guardaba las cenizas de su difunta esposa. Cada vez que la echaba de menos, cogía la urna, la abría y con una tarjeta de crédito extraía un pequeño montoncito que después machacaba y trituraba con el canto de la tarjeta. Finalmente, distribuía el montoncito en una fina línea y a través de un billete enrollado esnifaba los restos de su mujer. Esto le ayudaba a seguir adelante. Aliviaba sus penas y añoranza. Santiago consideraba su hábito, no un hecho extraño, sino una íntima y estrecha comunión con su esposa. Sólo era un acto de amor, uno más de los tantos con los que se habían correspondido a lo largo de su relación. La muerte prematura de ella los había separado para siempre, pero mientras le quedasen sus cenizas, seguiría comulgando con ella. Sus amigos le disculpaban, sabiendo que lo suyo era un inútil intento de acercamiento a su difunta mujer producto del dolor. Santiago aseguraba que cuando esnifaba las cenizas de su mujer la sentía dentro de él. Ante tales afirmaciones, los suyos no podían hacer nada.
Santiago fue abusando de su “vicio”, consumiendo su “droga” cada vez con más frecuencia y en mayores dosis. Las cenizas eran cada vez más escasas. Santiago, cual yonki, calculaba mentalmente las dosis que le quedaban y se atormentaba al pensar que un día se acabarían. Como era de esperar ese día llegó. Sin cenizas Santiago dejó de sentir a su mujer y eso lo mató.

® pepe pereza

Ya disponibles en el SCRIBD y en el ISSUU:

sábado, 4 de junio de 2011

GROENLANDIA PRESENTA: "MOMENTOS EXTRAÑOS" - LA EMBARAZADA

Groenlandia presenta:
Momentos Extraños”
De Pepe Pereza
Prólogo de M. J Romero
Epílogo de Adriana Bañares
Arte de Óscar Cardeñosa

LA EMBARAZADA
Ana acababa de salir de la clínica donde le habían hecho una ecografía. Caminaba por la calle mirando boquiabierta la foto que le habían dado. En ella se podía distinguir a un pequeño feto de perfil, perfectamente normal de no ser por unas pequeñas alas que sobresalían de su espalda. El ginecólogo le había dicho que todo era normal, que esos dos pequeños apéndices de la espalda posiblemente eran manchas desenfocadas del negativo, provocadas por los movimientos del feto. Pero Ana veía claramente que no eran manchas. Eran alas, como las de los gorriones recién salidos del huevo. Cuanto más se fijaba en la foto más convencida estaba. Su futuro bebé era un querubín en proceso de transformación. No se sentía preocupada por la anomalía de su pequeño, más bien todo lo contrario. Intuía que su hijo iba a ser alguien muy especial, un ser maravilloso que traería cosas buenas a este mundo. Se llevó las manos a la tripa y se la acarició. Entonces sintió un leve cosquilleo en su interior, algo parecido al aterciopelado roce de un puñado de plumas. No le quedó duda. En su interior llevaba un ángel.

©pepe pereza

Ya disponibles en el SCRIBD y en el ISSUU:

miércoles, 18 de mayo de 2011

GROENLANDIA PRESENTA: "MOMENTOS EXTRAÑOS"

“Momentos Extraños”
De Pepe Pereza
Prólogo de M. J Romero
Epílogo de Adriana Bañares
Arte de Óscar Cardeñosa

LAS SEÑALES
Un corte por cada día concluido sin ella, una nueva quemadura para recordar que ella se había marchado.
Puso el marco de su fotografía delante y mirando a los ojos de la retratada hundió la cuchilla en la carne. La sangre brotó de inmediato, corriéndole por el brazo y cayendo finalmente sobre las baldosas del suelo del cuarto de baño. La herida era más profunda que la del día anterior, aun así no se sintió satisfecho. Se miró en el espejo, tenía cicatrices por todo el cuerpo. Muescas en la piel por cada día sobrevivido sin ella. La sangre seguía brotando. Se pasó la palma de la mano por el rostro, tiñéndolo de rojo. Pinturas de guerra para luchar contra el dolor. Sí, estaba preparado para batallar, combatiría el dolor con dolor, como lo llevaba haciendo desde que ella se marchó. Encendió el mechero, aplicó la llama a su escroto y mientras la habitación se llenaba de un desagradable olor a carne quemada, él siguió contemplando su fotografía, la de ella.

® pepe pereza

sábado, 14 de mayo de 2011

GROENLANDIA PRESENTA: "MOMENTOS EXTRAÑOS"

De Pepe Pereza
Prólogo de M. J Romero
Epílogo de Adriana Bañares
Arte de Óscar Cardeñosa

Ya disponibles en el SCRIBD y en el ISSUU:


OLOR A CARNE QUEMADA
El paisaje era dantesco. Hierros retorcidos y carbonizados, fuego aquí y allá, equipajes desperdigados y abiertos, dejando un rastro de ropa tirada, zapatos y neceseres. Y sangre y miembros amputados de cuajo y cadáveres por donde quiera que mirases. Había gente que gritaba de dolor, otros agonizaban en medio del caos. Y prevaleciendo por encima de todo el olor a carne quemada de los cuerpos carbonizados. Mariano caminaba sin rumbo entre los restos del accidente, llevaba el brazo izquierdo totalmente desmembrado, solamente se sujetaba al cuerpo por una fina hebra de carne ensangrentada. Se podían ver los huesos astillados que atravesaban la piel, los tendones y músculos arrancados, y la sangre fluyendo sin parar. De pronto se sintió mareado y tuvo que vomitar junto al cuerpo de un bebé aplastado. La radio del siniestrado autobús seguía funcionando y por los altavoces sonaban los acordes distorsionados de “Paquito el chocolatero”. El contraste de la música con lo que allí estaba sucediendo era como una broma pesada y de mal gusto. Mariano siguió andando de un lado a otro, cambiando de dirección sin un motivo aparente, confundido. Un cerdo pasó corriendo a su lado cojeando de una de las patas traseras. Unos metros por delante había varios cerdos muertos en medio de la carretera, mezclados con los cadáveres del autobús. Varios de los cerdos que quedaban con vida chillaban prisioneros dentro de las celdas del camión volcado mientras se achicharraban en medio de las llamas, el resto habían escapado campo a través. El cerebro de Mariano no podía asimilar tanta desgracia, por eso deambulaba absurdamente confundido y sin ser consciente del infierno que le rodeaba. Lo que iban a ser unas placidas vacaciones, sin más, se habían convertido en la peor de las pesadillas. De pronto, de la distancia empezaron a llegar los sonidos desbocados de las sirenas de las ambulancias añadiendo a la bestial banda sonora un acorde de esperanza.

® pepe pereza