Como os comentaba hace unos días, el concierto de Y&T era uno de los imprescindibles. De esos que aun estando con un pie algo tocado te hace olvidarte de él y hasta te pone a bailar. Para esto debe servir el rock, para que durante un tiempo te olvides del mundo exterior y te centres en lo que tienes delante. Es como bañarse en el mar: una vez en el agua, los males quedan allí. Mi pie hoy no sé si está mejor o peor pero sí sé lo bien que lo pasé anoche durante las dos horas largas que duró el show.
No hay nada mejor que acudir a un concierto de estas características para reencontrarte con le música en vivo. Una ya va cargando con unos cuántos bolos en su mochila, muchos de ellos memorables, y en cierta manera puede ir perdiendo interés: los grupos se repiten, los retrasos a la hora del comienzo, las colas, los pelmas que te puede echar abajo un concierto, los viajes... Sin embargo, ayer di gracias a Dios por estar justo en el sitio donde debía.
Con una hora de retraso sobre el horario previsto y mucha chupa negra de cuero, me atrevería a decir que el concierto de Y&T fue el mejor que haya visto en la sala Acapulco. No las tenía del todo conmigo por la acústica del lugar pero el que la banda contara con su propio equipo de sonido y que, aunque alto, no me echara para atrás como sucedió la semana pasada, ayudó a colocar a estos tipos en lo más alto. Sonaban como un cañón y desde las primeras notas sabías que estabas ante unos profesionales como la copa de un pino, que venían a ganarse su pan pero de la mejor forma posible, con unas ganas locas de pasárselo bien y, sobre todo, con un sentimiento puesto en cada tema fuera de toda duda.
¿Quién decía que en el mundo del rock and roll no era necesaria la imagen, las posturas y el salir a matar? Lo comentaba al terminar el concierto: estoy un poco harta de grupos que salen desganados, con barba de cien días, pelo corto, todos vestidos iguales, con prisa por acabar, que dicen estar cansados tras hora y poco de show y todo eso con unos tiernos veinte o treinta y pico años.
Meniketti es un sesentón y sus fieles escuderos no parecen tampoco unos niños. Durante las dos horas que duró el show, derrocharon pasión, fuerza y tablas por doquier. Bienvenidos los ventiladores moviendo las rubias melenas al viento, las sonrisas blanqueadas, los pantalones de cuero, las estudiadas coreografías para llenar el hueco del escenario mientras la estrella deleita a los fans de las primeras filas de un lado y bienvenido todo aquello que parecía perdido para siempre.
Pero vamos al meollo. Todos queréis saber qué diablos tocaron estos tipos. Como era la primera vez que los veía no puedo comparar con las veces anteriores pero con todo el repertorio que tocaron, se dejaron unas cuántas en el tintero que, seguramente, había interpretado en ocasiones anteriores y para no repetirse optaron por introducir algún cambio. No en vano, el propio Meniketti llegó a decir que llevaban 12 años seguidos girando por nuestro país y que esperaba al menos tocar otras 12.
En el set list que os adjunto, podéis ver el listado que se cascaron añadiendo a modo de introducción la intrumental From The Moon y cambiando el primer bis Hell Or Highwater por Open Fire. Los sobresalientes se los pondremos a cañonazos como Black Tiger (que podéis ver en el vídeo), Meanstreak, Midnight In Tokio, I Want Your Money, Summertime Girls, la mencionada Open Fire, el carpetazo con Forever y, sobre todo, Dirty Girl, Rescue Me y la memorable joya de la noche I Believe In You con un Meniketti en estado de éxtasis transmitiendo dolor y pasión a toda la sala con su inolvidable interpretación.
Como de costumbre, al finalizar, las fotos de rigor, firmas y demás y la sensación de haber asistido a un gran espectáculo que, esta vez sí, estaría dispuesta a repetir sin dudarlo en próximas ocasiones.