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sábado, 21 de septiembre de 2013

Efecto Sabrina

No entendía nada. Aquella noche, en el mismo Cuarta Avenida donde habían transcurrido tantas noches desde que traspasó la puerta por primera vez, ya hacía mas años de los que podía recordar, algo era distinto. 
Aquel lugar donde las caras, la música y casi las posiciones permanecían inmutables. Donde el estatismo casi monolítico hacía predecible el transcurso de cualquier velada, generando un sentir de “fácil". En aquel lugar donde siempre estuvo como en casa, esa noche de terraza cuando el calor por fin daba un respiro y donde los Rolling seguían sintiendo simpatía por el diablo, algo era diferente. Algo que la sorprendió. 
Nunca pudo entender por qué, a su vuelta tras varios años fuera, aquellas personas que jamás la habían dedicado una mirada en el pasado, no se separaban de ella mostrando una confusa admiración, incluso violenta, con un descaro que no les reconocía en el pasado. 
Sería por los kilos que había adelgazado, quizás por su nuevo estilo, pero lo determinante no era eso, era otra cosa, el verdadero cambio estaba en su mirada, la sonrisa de sus ojos y la seguridad al mantenerla. Algo en su actitud había cambiado y era consciente, pero no estaba preparada para gestionar el cambio en los que allí se encontraban. No estaba acostumbrada a ser observada de aquella manera y desde luego, no estaba acostumbrada a mirar, no allí, no por ellos. 
Aquella noche, sin copas de champagne en los bolsillos, Él se acercó y se la llevó dentro, cerca de la mesa de billar, para hablar a solas. 
-Cenas conmigo el viernes!- había cosas que no cambiaban, pensó ella, esa seguridad de afirmar las preguntas, muy propio de la chulería de quien no tiene costumbre de recibir noes. Dios, hubiese matado por esa proposición años atrás, en aquel tiempo en que él ni siquiera hubiese sido consciente de su presencia, de su adoración. Le miró con cierto pasmo y curiosidad. 
-¿Sabes...? Lo cierto es que ya no tengo hambre- le contestó. 
 -No- sonrió -si digo el viernes...- estaba confuso, no entendía muy bien su respuesta. 
 -Ya- Le dedicó una cálida sonrisa mientras subía la cremallera de su cazadora -creo que no Juan-. 
 Se acerco a despedirse de Antonio, que ya sacaba medio cuerpo por encima de la barra para besarla como siempre había hecho. 
-¿Volverás mañana?-la preguntó. 
- No lo se Antonio- su mirada hablaba por ella.
- Hey, se muy feliz, ¿vale?-.
- Tu también-.
Salió a la calle por la puerta de atrás y encendió un cigarro -algún día tengo que  dejarlo- pensó, pero no aquella noche, en ese momento necesitaba algo estable, algo de normalidad. 
Se ajustó el pañuelo al cuello y caminó hacia casa buscando que el viento, ya mas fresco, se deslizase por su cara. Respiró profundo y siguió caminando - que curiosa puede  ser la vida- pensó - definitivamente tengo que salir de aquí...igual no debí volver...- pero sobre todo sentía que reencontrarse con su David Larrabee personal, no había sido precisamente lo que ella esperaba.