MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

RESEÑA DE LA SEMANA

12.23.2009

Rodrigo Fresán
El fondo del cielo
Mondadori, Barcelona. 2009. 272 páginas


CONSEGUIR UN PLANETA QUE NO EXISTE


De los epígrafes que abren el libro de Rodrigo Fresán, dos serán especialmente significativos después de terminada la lectura: “Uno no se puede ver a sí mismo fuera del Universo” de Kurt Vonnegut y “¡Oh, corramos a ver ese planeta!” de John Cheever. Justamente, las dos principales influencias durante la escritura de este libro según confiesa Fresán en su explicación-agradecimiento final. Entre la imposibilidad de verse a uno mismo fuera del Universo, y la necesidad imperiosa de ver un planeta distinto al nuestro, se forma esta novela que según el autor “quizá no sea la novela de amor más grande pero sí –seguro- la más larga” pues alcanza desde el estallido del Big Bang hasta el final de la Era de Las Cosas Extrañas, dentro de 7.590 millones de años.

Algunas películas blockbuster sobre colleges norteamericanos, series de TV como “The Big Bang Theory” o novelas como La maravillosa vida breve de Oscar Wao de Junot Díaz nos hablan de geeks que son, al mismo tiempo, nerds impresentables, sin capacidad para sociabilizar, desafortunados en el amor y con pizarras garabateadas, telescopios enormes y casas decoradas con posters y muñequitos de películas de sci-fi. Esa imagen estereotipada no nos permite entender que, detrás de estos personajes, existe una enorme capacidad sintetizadora, que logra a través de los referentes y los mecanismos del pop representaciones de la realidad con una agudeza y lucidez inaudita. El idiota de la familia se convierte, de pronto, en el gran genio de su época. Esa imagen errónea impide descubrir, por ejemplo, que Tarantino antes de ser el cineasta que todos admiramos era un chiquillo rijoso llamado Quentin (terrible nombre para un chico, por cierto), un sabidillo dependiente en una tienda de alquiler de películas, que se lleva a casa los viernes por la noche copias de policiales y thrillers serie B y algunas que otra cinta oculta de artes marciales que nadie ha pedido en meses. Haciendo una analogía, podemos decir que Rodrigo Fresán es el sabidillo, obsesivo y algo nerd Quentin Tarantino de la ciencia ficción y su última novela El fondo del cielo, una espléndida Pulp Fiction en versión sci-fi.

Los buenos libros, lo sabemos todos, admiten varias lecturas. Algunos de esos libros, además, hacen coincidir esos distintos niveles de lectura alternadamente. De manera voluntaria, Fresán ha querido hacer una novela de, con y sobre la ciencia ficción, donde diferentes dimensiones temporales y espaciales existen paralelo. Evadir esa complejidad sería darle la espalda al logro mayor del libro, como es el conseguir que todas esas dimensiones tengan sentido y se engarcen con precisión en el argumento. Sin embargo, me permito desmontar la novela en dos bloques distintos solo para poder reseñarla y admirarla. Como si fueran dos versiones de la misma novela, o dos novelas enlazadas que luego, al terminar de leerlas, formarán una sola obra espléndida sobre personajes que no pertenecen a ningún mundo escrita, al mismo tiempo, por Kurt Vonnegut, por un lado, y John Cheever por otro.

En una de esas novelas, la escrita por Vonnegut digamos, una mujer hermosa y extraña recibe (a maneras de colores que estallan místicamente, revelaciones de color, como cuadros de Mark Rothko, referencia magistral de Fresán) señales del último ser de un planeta que se extingue llamado Urkh 24 (o Aquel-lugar-donde-se-dejan-oír las-melodías-más-desconsoladas). Ella tiene la misión de casarse con un personaje ridículo, hijo de un empresario millonario, llamado Jefferson Franklyn Darlingskill, para neutralizar una dimensión temporal en la que Jeff logrará vengarse de las burlas de sus contemporáneos ante sus pésimos cuentos de ciencia ficción convirtiéndose en el Ser Supremo de una Secta que destruirá el planeta. Al casarse con él termina transformando a ese demonio maligno en un obeso y no amado burgués, próspero empresario como su padre, abotagado y satisfecho propietario de una casa elegante en Sad Songs y sin mayor peligro para la humanidad. Sin embargo, para cumplir con su misión Ella tiene que eliminar sus sentimientos, convertirse en un ser sin sensibilidad, una antena, y extinguir el amor que siente por los primos Isaac Goldman y Ezra Leventhal, quienes han crecido juntos fanatizados por la ciencia ficción, miembros fundadores de un grupo llamado Los Lejanos, y la aman profundamente. Siguiendo las órdenes del último habitante de Urkh 24, Ella tendrá que ser testigo del destino opuesto que sigue cada uno de los primos. Isaac quedará atrapado en este planeta, convertido en un escritor de ciencia ficción de mediano éxito, viviendo de las regalías que un maestro del género le dejó en testamento, envejeciendo como un tipo más de la fauna suburbana, rutinario, sin planetas en su futuro ni viajes inter-espaciales. Encerrado en esa reducida humana dimensión espacial y temporal, Isaac sin embargo podrá presenciar, sin poder explicarlo demasiado pero intuyendo que es un designio mayor, el Incidente: las explosiones de las Torres Gemelas el 11-S y la lenta destrucción del planeta Tierra por sus propios habitantes que le sigue. Mientras tanto, Ezra se ha convertido en un científico brillante y luego ha sido expulsado a otras dimensiones, convirtiéndose en un ser atemporal, un mutante que va destruyendo mundos, convertido en un típico malvado de ciencia ficción conocido como El Deshacedor, autor de un inverosímil Manual de Instrucciones de Destrucción Planetaria firmado como Arcano Rex de la Vía Láctea, y responsable, además, de todas las destrucciones de la historia de la humanidad que darán paso a nuevas Eras, desde el primer estallido del Big Bang hasta las Torres Gemelas, pasando por la destrucción de Roma, la Segunda Guerra Mundial, etc., para deleite de curiosos espectadores: los habitantes de Urkh 24 que tienen la utopía –finalmente sin éxito, como lo atestigua su fracaso unas naves oxidadas arrojadas en una colina- de viajar hasta el planeta Tierra y habitarlo. El único punto de contacto posterior a la infancia entre Isaac y Ezra momentos previos de El Incidente, cuando una proyección de Ezra, una versión fosilizada en que se suman todos los tiempos, conversa con Isaac en uno de los pisos de las Torres Gemelas antes de que estallen y le enseña una vieja y borrosa fotografía en que ambos miran a la cámara algo asustados, y Ella, la chica rara, sonríe alegremente. El otro punto de contacto entre ambos es una síntesis o prolepsis de esta historia, una novela llamada Evasión, que es un clásico de la sci-fi cuyo autoría está en debate. Dicen que es de Isaac, dicen que Isaac firmó el libro de Ezra, pero al fin descubrimos que la autora es Ella inspirada por la voz del extraterrestre sobreviviente de Urkh24 que la usa como médium.

Hay que reconocer, sin embargo, que para que esta lectura triunfe contundentemente a Fresán le ha faltado un recurso gramático. Magris comentaba, en la conferencia con Vargas Llosa en Lima, que Italo Svevo se quejaba de que no existiese en ninguna gramática del mundo un tiempo verbal que resuma, al mismo tiempo, el pasado, el presente y el futuro, como sucede en la vida real. No conozco novela que eche en falta esa carencia gramatical más que El fondo del cielo. Una novela breve ("Escribir largo es como leer, mientras que escribir corto es como escribir" dice Fresán a través de uno de sus personajes) pero que podría ser más breve aún. Una novela que podría estar formada por fotogramas del presente, pasado y futuro superpuestos, como imágenes expulsadas por una moviola. Una novela sin argumento, una composición atemporal y sin espacio. Donde el “futuro” no es un tema de ciencia ficción, y el “pasado” no es una excusa para escribir una novela de amor, sino dos lados de una moneda que se compone simultáneamente en el presente.

En la otra novela, es decir la versión Cheever en este caprichoso desmontaje, Isaac Goldman es un chico solitario cuyo padre se ha suicidado en un manicomio, preso de delirio místico-futurístico, y es enviado a vivir en casa de sus tíos junto a un muchacho igual de solitario que él, con una prótesis en la pierna, llamado Ezra Leventhal. La conexión entre ambos mediante los comics, las películas y las novelas de sci-fi es inmediata y así forman un grupo llamado Los Lejanos para discutir e intercambiar en garajes cuentos e informaciones con otros grupos de fans de la ciencia ficción. Y aunque ambos han llegado a la ciencia ficción como salvación, el camino que los condujo a ella es distinto: “Para Ezra, la ciencia ficción era un arma. Para mí, un escudo” dice Isaac. En otro capítulo se lee una explicación más precisa sobre esa diferencia: “Para Ezra, la ciencia ficción era un punto de fuga, una puerta abierta a un mundo mejor, una sombra a la que había que iluminar para despertarla y verla. Para Isaac, en cambio, la ciencia ficción era algo en lo que creer: la única manera que tenía de comprender su vida y el planeta donde su vida se había posadoP”. Por ello no resulta extraño el destino que tienen en la “primera” versión de la novela, que comenté en el párrafo anterior, ni tampoco el destino que tienen en la “segunda” versión, con Isaac convertido en escritor mediano de ciencia ficción, guionista de una serie de TV sobre el espacio y un ser doméstico que no se mueve de su ciudad de origen, y Ezra en un científico cada vez más sofisticado y viajero intercontinental. En esta versión, el patético Jefferson Franklyn Darlingskill es solo un chiquillo millonario, desdeñado por los demás, con delirios de grandeza, que no sabe nada de ciencia ficción pero que desea fervientemente ser parte de cualquier grupo que lo acepte. Los Lejanos lo aceptan como mascota, prácticamente, y se avergüenzan de él. Pero al mismo tiempo, no quieren alejarlo del grupo casi con lástima o quizá con alguna ambición oculta (siempre es bueno tener un amigo millonario cuando hay tantos comics que comprar). Entonces, aparece Ella, la chica rara, de una belleza desacostumbrada entre las mujeres fanáticas de la ciencia ficción, una belleza de otro mundo literalmente, quien además escribe un cuento estupendo sobre un habitante solitario en un planeta también solitario y sin nombre. Ambos se enamoran de Ella y Ella, desde luego, también se enamora de los primos porque Los Lejanos son una unidad imposible de desintegrar. Una unidad que es, además, un orden superior que recuerda a la película ícono de Los Lejanos, 2001: Odisea en el Espacio. Pero el triángulo amoroso se rompe por el lado menos esperado. Al final, la Chica Rara, es solo una "chica perfecta" que se casa con el “novio perfecto" para su familia, el millonario Jeff, mucho mejor partido que esos dos chicos judíos con familias disfuncionales. Como triste coloquio a este Tsunami sentimental que arrasa con los dos- o tres- chicos (como lo resume el mismo Fresán) está aquel día tristísimo en que los dos jóvenes enamorados de la misma mujer, unidos por la pena de saberla inalcanzable, construyen para ella una gran bola de nieve y varios muñecos, un gesto absurdo, una desesperada y hasta cursi ofrenda de amor de dos nerds aparentemente; pero en realidad lo que hacen es construir un Planeta Nevado y un ejército de hombres –no muñecos- de nieve, un Planeta donde ella puede vivir lejos de sus parientes, de sus obligaciones, de los deberes sociales. Un Planeta donde ese triángulo amoroso tiene futuro e incluso sentido, y no se queda estancado solo como una foto vieja e incolora detenida en el pasado. Un Planeta de ciencia-ficción donde esos tres solitarios pueden escapar del mundo, un lugar secreto y propio insertado sobre un lugar real y ajeno como es la Tierra, un lugar escondido, un Planeta dentro de otro Planeta, con las salidas clausuradas por la nieve, inspiración quizá de “El Eternauta” de Oesterheld. Un Planeta que sea una evasión, como el título de la novela de culto que, se supone, escribió Ella. Un Planeta para Ella.

Sin embargo, ese Planeta imaginario no es posible ni en la ciencia ni en la ficción. Ese planeta solo puede existir en el recuerdo. Por eso, no resulta extraño que siendo esta una novela de ciencia ficción en realidad hable obsesivamente del pasado. Y que la gran obsesión que une a todos los personajes (Isaac, Ezra, Ella, el extraterrestre náufrago, etc.) sea el de recordar y el ser recordado. Esta novela se ha escrito para recordar a los protagonistas de un mundo, o dos, que han sido destruidos. Los protagonistas de un planeta que no existe.

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Fresán sobre Mad Men

5.08.2009
Serie de televisión e íconos literarios. Fuente: filmica.com

Dran Dreper, el protagonista de la serie Mad Men, podría ser un personaje creado por algunos mad men literarios (en este caso, sin la doble acepción "Hombres de Madison" y "Hombres locos" sino solo quedándose con la segunda). Al menos así lo cree Rodrigo Fresán quien se aprovecha de la serie -que va por su segunda temporada- para hacer semblanzas de algunos mad men culurales norteamericanos: John Cheever, Richard Yates, John O´Hara, John Upidke, Miles Davis. Dejo aquí, por ser extraordinarias, las semblanzas de John Cheever y de Richard Yates. Y -como me sucede con todas las recomendaciones de Fresán- voy corriendo a buscar la primera temporada de Mad Men, que no he visto:

JOHN CHEEVER
Era alguien que se ocupaba de contar las historias de hombres como Dan Draper. Hombres enloquecidos por la idea de que, se supone, tienen todo para ser felices y sin embargo hay algo que falla en el teóricamente perfecto producto de sus vidas. Eso que algún publicista tan astuto como Draper bautizó como el Sueño Americano pero que cada vez se confundía y se fundía más con la pesadilla del insomnio. “No nací en una verdadera clase social, y desde muy pronto tomé la decisión de infiltrarme en la clase media como un espía para poder atacar desde una posición ventajosa, sólo que a veces me parece que he olvidado y tomo mis disfraces demasiado en serio”, escribió Cheever en una entrada de sus Diarios. Y, de algún modo, todavía sigue allí. Nunca se ha ido y siempre vuelve: John Cheever (1912-1982) entró en marzo, por fin, en la canónica Library of America coincidiendo con la publicación de una nueva biografía firmada por Blake Bailey, que ya había publicado un perfecto y demoledor retrato de Richard Yates en el 2003: Tragic Honesty: The Life and Work of Richard Yates. Pero a no confundirse: para los antihéroes de Cheever —-para los nadadores, los maridos rurales o los hermanos siempre en discordia— existe, siempre, la posibilidad cierta de una redención epifánica con resabios de antiguas y divinas mitologías. Dan Draper, creo, no goza de ese privilegio.

RICHARD YATES
Y, mucho menos, los muy tristes personajes del tristísimo Richard Yates (1926-1992), a quien tan poco han comprendido el director Sam Mendes y la actriz Kate Winslet y el actor Leonardo Di Caprio. Entro a ver ilusionado la adaptación fílmica de Revolutionary Road y a los diez minutos comprendo que hay algo —mucho— que no funciona. La adaptación de Mendes es, paradójicamente, tan mal teatro como la obrita amateur con que arranca la película. Lo que en las novelas de Yates es una prosa seca y de dientes apretados aquí se convierte en alarido melodramático y, claro, Di Caprio está condenado a lucir, siempre, como si se hubiera puesto la ropa de su padre y jugara a ser mayor. Di Caprio es, apenas, un hombrecito loquito; y no puedo evitar imaginarme lo bien que habría estado alguien como Edward Norton —o, ya que estamos, Jon Hamm— en el rol de Frank Wheeler. Winslet no hace mal lo suyo pero, otra vez, la misma incómoda sensación que uno ya tuvo en Titanic: la de ver a una mujer aprovechándose de un niño. Tal vez deban filmar juntos —Winslet sería una magnífica Mrs. Robinson y Di Caprio un perfecto Benjamin Braddock— una remake de El graduado, otra de hombres locos. Así que salgo del cine y entro en una librería y no puedo resistirme a la flamante edición conjunta de las novelas Revolutionary Road (1961) y The Easter Parade (1976, mi favorita entre las suyas) y el legendario volumen de relatos Eleven Kinds of Loneliness (1962) que le ha dedicado la Everyman’s Library al ahora súbitamente hot y cool Yates. Las dos primeras han sido recientemente publicadas por Alfaguara con los títulos de Vía revolucionaria y Las hermanas Grimes, el tercero fue publicado hace unos años por Emecé Argentina, y yo ya tengo todos por separado. Pero hay un placer raro en comprarse libros que ya se tienen. Y el prólogo de Richard Price justifica la inversión. Allí se lee: “El territorio de Yates se ubica ligeramente al Sur de Cheever, al Oeste del de O’Hara, al Este de Carver y al norte de Tobias Wolff y Richard Ford”. Price cuenta cómo conoció al entonces perdedor y olvidado Yates y lo define así: “Se nutría de rencores, era una incubadora de desaires. Sus dioses personales eran Hemingway y Fitzgerald. Estaba amargado. Tenía todo el derecho del mundo para estar amargado. Estaba realmente amargado”.

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Un amor de Johh Cheever

3.17.2009
John Cheever. Ilustración: Joe Giardello/ NYT.


Y ya que hemos mencionado la homosexualidad de Federico García Lorca expuesta por Ian Gibson en una biografía, también valdría la pena mencionar el post en Paper Cuts donde David Kelly comenta un episodio homosexual de Cheever con JH (el músico John Holmes), cuando el primero tenía 66 años y el segundo 55. Kelly cita un episodio que encontró en una entrada de The Nantucket Diary of Ned Rorem 1973-1985 de Ned Rorem:

In 1966 in the wake of “The Paris Diary” I became, briefly and to a meager bookish milieu, America’s official queer, goyim division. (Allen Ginsberg and Paul Goodman had already come out in print.) Thus John Cheever, on seeing me again at Yaddo - we’d met there four years earlier, when I broke my ankle - decided I should be the first (so he claimed) male he would embrace. Of our weeklong idyll I made notes in this book while it was taking place, and during the urban months following while it decayed and died. Of all the infantile authors I’ve known, John was the most likable. … Simply, John once loved me, or so he said, but I was scarcely the only one, and hardly the first. …
I recount this now because, a month ago, dizzy from the international hype that Knopf’s weaving around his new collection, John phoned from Westchester to say he’d be in town on Tuesday and longed to see me: I was “the only homosexual” he knew in New York. Well, I was not to be here on Tuesday, couldn’t he call again? Call again he did, and on the 19th came to lunch. I specifically asked J.H., who has never met John, to be present, although J.H. … has problems too, and violent stomach cramps.
John arrives early. No sooner in the door than he drops his pants, pleads, whispers how lonely he is; I’m already in a state about J.H.’s depression - J.H., who’s to arrive in five minutes - and about the quiche in the oven, and John like a bull in a china closet chases me about, like a Mack Sennett comedy, until I lock myself in the bathroom. “Please come out, I’ll be good.” So I come out, and we sit nervously on the sofa, John still with his trousers around his ankles, when J.H. comes in.
Transformation. At the sight of J.H., John becomes calm, contrite, angelic, in love.
We have lunch, discuss his emotional isolation. J.H. offers to take him to the baths; no, he just wants to sit on the sofa for a while with J.H.’s arms around him. I do the dishes.

Un nuevo biógrafo de John Cheever, Blake Bailey, cuenta el final de la historia de amor entre Cheever y Holmes: “The beginning of the end came when Holmes manifested his ‘lack of maleness’ by commenting on the upholstery of a given hotel’s furniture.” ¿Será cierto esto último? Parece una broma de Seinfeld (¿recuerdan el episodio en que se menciona a Cheever en la serie?)

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Regalar cuentos

12.18.2007
regalito. Fuente: cyberpadres

Dwight Gardner, blogger de Paper Cuts, sugiere regalar libros de cuentos antes que novelas en navidad. Y está pidiendo a sus lectores que le sugieran cuáles son los mejores libros de cuentos del siglo XX para ofrecer en esta navidad. Si quieren ayudarlo, aquí está el enlace. Eso sí, pide títulos originales, nada de "Lo mejor de... " o "Antología personal de..."

Dice la nota: "There are exactly seven shopping days left until Christmas. If you need to throw a few Hail-Mary passes, gift-wise, here’s an idea for you: give story collections. They are elegant – nearly as elegant as books of poems - and inexpensive and, unlike a novel, they can be read piecemeal. Your recipient can graze dreamily on your gift over the holidays, rather than being forced to sit down to a big meal that might possibly include a big overcooked (literary) turkey. A few of my favorites story collections are pictured above, in no particular order. Each has meant a lot to me over time, and I’ve read most of the stories in each more than twice. (In case any of my relatives are reading this, psst, I’m not certain I have first editions of any of them.) What are the best books of stories of the last century, anyway? Joyce’s “Dubliners”? Flannery O’Connor’s “A Good Man is Hard to Find?” John Cheever’s “The Enormous Radio and Other Stories”? Hemingway’s “In Our Time”? Grace Paley’s “Enormous Changes at the Last Minute”? Jhumpa Lahiri’s “Interpreter of Maladies”? Denis Johnson’s “Jesus’ Son”?

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Richard Ford ornitólogo

11.04.2007
Richard Ford. Foto: Pat Wellembach. Fiuente: NY enterteinment

¿Cuánto sabe un pájaro de ornitología? Esa es la pregunta que muchos se hacen cuando ven a un escritor teorizar sobre literatura. Concretamente, Jakobson usó la metáfora (ligeramente más ofensiva, no dijo pájaro sino elefante) para impedir que Vladímir Nabokov consiguiera un cargo universitario mejor remunerado. Pero leer las lecciones de literatura de Nabokov representan para quienes queremos aprender el oficio una experiencia insuperable. Lo mismo podría decirse de este texto de Richard Ford, un fragmento de un texto que se publicará en Granta, que aparece en The Guardian y en el que comenta -a partir de la lectura de un cuento de "La dama del perrito" de Chejov y "Reunión" de John Cheever- el ejercicio de la autoridad en la escritura de los textos breves. Imprescindible.

Dice Ford: " "Really, universally, relations stop nowhere ... the exquisite problem of the artist is eternally to draw, by a geometry of his own, the circle within which they shall happily appear to do so." Henry James, here, is commenting on art's abstracting-coercing relation to lived life when performed by the hand of the artist. James's "geometry of his own" is the restrictive, importance-making exercise of (in the case of writing fiction) the writer's authority - as expressed by such authorial decisions as how much of this character to reveal, when to end a scene, where to commence the story and where to stop it. When John Cheever's narrator, at the astonishing conclusion of his brief but harrowing story "Reunion" - published in the New Yorker in 1962 - bluntly tells us, "And that was the last time I saw my father ...", we readers feel the story's "geometry" fiercely close down. We have known Cheever's two people - a father and son - for only a page or two and not well, we think. Can it really be, though, that the son never sees his father again - ever? We would surely wonder about this in real life and demand to know more - require a novel to explain it all. But the story doesn't entertain doubt and neither do we. Relations in life may, indeed, stop nowhere. But in the hot alembic of the story's manufacture they do. Cheever's story is a model of short-story virtue, focus and conciseness. In fewer than a thousand words we visit Grand Central station twice, enter and depart three distinct midtown eateries. Cocktails are consumed, harsh, assaultive even hilarious words are exchanged, tempers burn hot, dismay turns toxic. A callow son's hopes for resuscitating the love of his father are summarily ruined, following which a vital part of life is over for ever. Only, life's not like that - we say again. At least ours isn't - we hope. Yet within Cheever's great authority something of life we couldn't know any other way and that can't be truly paraphrased is shaped into indisputable truth for which the story is the only testament and evidence. Moreover, this ferocity and concentration of the story's formal resources (its formal brevity, dramatic emphasis, word choice, sudden closure) are aesthetic features we readers like being close to, and submit to with pleasure - if only because these events aren't really happening to us. And while saying this much may not tell us precisely why "Reunion" is so dazzling, it begins to suggest importantly how. And our awareness of this how may please us, too. Nothing, in fact, may tell us definitively why any story is excellent. Cheever's story is about a father and a son in an instant of defining, galvanising crisis - the dramatic and moral values are thus set up high (always a help). The scene and settings are recognisable, vivid and deftly limned. It's extremely funny, albeit in a hateful sort of way. A risibly mean and pathetic drunk is given his (to us) satisfying comeuppance, while a sweet-seeming, impressionable son survives to tell the tale. Bliss is once again moved revealingly into the orbit of bale, all of it delivered inside a streamlined little verbal torpedo that explodes upon us almost before we know it.

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