Siempre le había gustado viajar en coche, dejarse llevar y permanecer en silencio mientras observaba el paisaje que rápidamente cruzaba ante sus ojos, al mirar por la ventanilla abierta. Sentir el aire en su rostro, su flequillo alborotado y si era posible una bonita música de fondo para disfrutar mejor del paseo.
Hoy, la ventanilla del coche
permanecía cerrada, no había música ni siquiera podía ver el paisaje porque la
noche era muy oscura. El silencio tan solo era roto por el motor del coche. Aún
así, ella disfrutaba del viaje con su pensamiento perdido en alguna parte muy
lejana de donde se encontraba realmente.
Llevaban circulando cerca de tres
horas –calculaba Celia- cuando de repente, una nausea que no pudo controlar,
provocó que vomitara hacia el lado derecho de donde se encontraba.
.- ¡Puta! –oyó que vociferaba la persona que le había acompañado en
estos últimos días.
Ella no le hizo caso, y siguió
con esa sonrisa estúpida marcada en su cara sucia después de incorporarse y
volverse a recostar sobre el asiento del coche. La voz de Ángel, que hacía
apenas unas semanas le parecía de locutor de radio, le chirriaba ahora los
oídos cada vez que le escuchaba.
Cuando lo conoció en el que era
su primer trabajo en la redacción del periódico, ella como becaria y él como
redactor jefe de la sección de noticias locales, siempre le pareció muy
atractivo, tranquilo y simpático. Parecía ser el hombre perfecto, amable con
todos sus compañeros y muy detallista con ella. Rápidamente cayó rendida entre
sus brazos influenciada por el embrujo de esos ojos verdes que la observaban y
por las delicias de sus frases con respecto a su rendimiento en el trabajo.
Apenas se habían visto fuera del
trabajo una decena de veces. Ella, a pesar de su juventud, quería que su
relación fuera más visible a los ojos de sus amistades, pero él siempre le
pedía más tiempo. Es decir, se tenía que conformar con mirarlo en las muchas
horas que pasaban en la oficina, y esas pocas veces que salieron a pasear,
cenar y hacer el amor en su apartamento. Nadie en la oficina sabía de los
encuentros esporádicos que ambos consumían en sus ratos libres de trabajo, cosa
que para ella se había convertido en un juego. Al fin y al cabo, era lo que
Ángel deseaba.
Fue en uno de esos encuentros en
el apartamento de él, cuando sintió un golpe en la cabeza y perdió el
conocimiento. Cuando despertó y desde ese momento, ya nunca supo dónde se
encontraba ni qué día de la semana era. Se encontraba en lo que ella creía un
sótano por la oscuridad que envolvía todo, por el olor a humedad y polvo y por
el silencio que atronaba su cabeza. Ésta le dolía mucho, al igual que las muñecas
por el roce de la cuerda que le ataban.
Cada cierto tiempo, alguien a
quien no reconocía por la oscuridad que reinaba, le traía algo de comer y agua
para beber. Pero ella apenas probaba bocado. El dolor de cabeza que tenía era
intenso y vomitaba con mucha frecuencia.
En un par de ocasiones, el hombre
que entraba en silencio a traerle la comida, le bajaba las bragas y la
penetraba con fuerza. Apenas tardaba unos minutos en correrse, mientras ella
dejaba deslizar una lágrima por su rostro hasta llegar a sus labios y bebérsela.
Cuando un día la tomó en sus
brazos y la metió en un coche, ella ya no sentía dolor. Tan sólo vivía
alimentada por sus pensamientos. Incluso llegó a sentir placer con el
movimiento del coche circulando por la carretera y el sonido del motor.
No le importaba el destino. Tan
sólo deseaba que esa historia con final no feliz, terminase cuanto antes.
Y enseguida terminaría. En un
momento determinado, el coche se paró. Él se bajó y durante unos minutos, ella
se encontró a solas entre sus propios vómitos.
Al rato, él abrió la puerta del
coche por donde ella estaba y la arrastró afuera sujetándola por las axilas. A
pesar del golpe que recibió al dejarla caer al suelo, agradeció que el frescor
del aire de la noche le diera de lleno en la cara.
Apenas estuvo unos momentos
parada. Enseguida él, nuevamente, la agarró por las axilas y la arrastró hasta
lo que parecía la orilla de un río.
Un golpe en la cabeza y todo
terminó para Celia.
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Al día siguiente, como cada día a
la misma hora, había reunión en la redacción para comentar y debatir las
noticias que iban llegando a la redacción.
Ángel desde su mesa y rodeado de
sus becarios y asalariados, distribuía el trabajo.
.- Encontrado el cadáver de una joven flotando por el río a su paso por la
ciudad- leía impasible. Miguel, tú y
Sonia acercaros a la zona.
Alguien, en algún momento
preguntó:
.- ¿Hoy no ha venido Celia?