El hecho de que el porcentaje de denuncias de agresiones en el ámbito doméstico se haya reducido en los últimos tiempos, lejos de ser un motivo de alivio, no es más que otra mala noticia.
Este decrecimiento no se corresponde con una disminución en el número de ataques físicos y/o a la autoestima, sino que está íntimamente ligado a otros miedos que se suman a los que a diario sufren ya las víctimas de este tipo de violencia.
La actual situación socioeconómica condena a muchas personas a perpetuar su situación ante la imposibilidad real de garantizar la supervivencia digna de cuantos dependen de la unidad del seno familiar. Si ya resultaba complicado sacar adelante, por ejemplo, a los hijos en tiempos de bonanza, es infinitamente más difícil en la actualidad, dado que el desempleo es el mal común que afecta a miles de familias y hallar un trabajo con el que sostener a quienes dependen de uno resulta extremadamente complejo (y más, teniendo una orden de alejamiento a cuestas, dado que muchos empresarios no se quieren arriesgar a tener algún episodio violento en sus compañías).
Llegar a fin de mes exige, a día de hoy, sumar entre todos y analizar la necesidad real de ejecutar cada gasto. De ahí que muchos prefieran lidiar con su sufrimiento a condenar al hambre a los suyos.
Los recortes, a mayores, se suman al miedo. Esto es debido a que propician que se acrecente la indefensión y que se cotidianice el terror. Así, una denuncia es simplemente una excusa más para el agresor que, a buen seguro, se vengará del hecho de haber sido puesto en entredicho; pero, al tiempo, verá como, en buena medida, sus actos resultan finalmente casi impunes, lo que le llevará a envalentonarse y a creer que su comportamiento no es del todo incorrecto.
Huir y empezar de nuevo (pese a los miedos y a la necesidad de reponerse psicológicamente) fue otrora la única e injusta opción, pero, dada la actual escasez de ayudas, a la víctima le resulta prácticamente inviable dejar de convivir con quien la maltrata.
Cuando a los habituales se suman tantos condicionantes nuevos, se estrecha aún más la soga, hasta el punto de que ya no hay aliento ni para pedir auxilio. Solo quietud, para intentar que esta no ahogue, para conservar las fuerzas y para sobrevivir.
Es por ello que resulta imprescindible que continuemos gritando para impedir que se favorezcan situaciones que puedan afectar al derecho a la dignidad del ser humano, pues, cualquier día, podría tocarnos a nosotros, a nuestros hijos, a nuestros familiares, a nuestros amigos. La violencia en el ámbito doméstico no hace distinciones y cualquiera es una víctima potencial.
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jueves, 27 de diciembre de 2012
domingo, 8 de mayo de 2011
Cruda realidad
Ya supera la veintena el número de víctimas de la violencia machista este año en España. Todas ellas sufrieron ese terror que atenaza cada día a miles de mujeres. Mujeres cuyo sufrimiento se queda dentro del ámbito doméstico y que, por tanto, semeja privado hasta que los titulares de su asesinato hacen que salga a la luz pública. Mujeres para las que el miedo es cotidiano y que jamás reciben una respuesta que sea una protección real ante su verdugo, pese a que éste tiene nombre y apellidos, y está perfectamente identificado.
Mujeres que están en boca de todos si su falda es más corta de lo políticamente correcto, si han engordado 200 gramos o si riegan las plantas a deshora. Porque la gente opina sobre nimiedades, pero no se moja en lo que realmente importa, que es la defensa del ser humano.
Mujeres que en lugar de asumir que la persona a la que aman no las merece, porque ni siquiera sabe el significado de la palabra respeto, asumen que los insultos o los golpes son la respuesta a aquello que "están haciendo mal" sin darse cuenta de que lo que realmente hacen mal es resignarse y aguantar.
Mujeres minadas por dentro, que a nadie importan hasta que salen en los titulares.
Aquí, en España, la situación es dramática. Pero en otros países el calvario se ha asumido como parte intrínseca de las relaciones, puesto que la desigualdad define su base social. Y hoy gritamos, y mañana olvidamos, acomodándonos en nuestra resignación. No obstante, lo que hoy sufren unas, mañana lo podemos sufrir nosotras o nuestras hermanas o nuestras hijas si no forjamos nuestro carácter para aprender a detectar las pequeñas lesiones que día a día van lacerando nuestra dignidad, hasta convertirla en un sarcoma que nos deja a merced del cáncer de la violencia machista.
Por nosotras, por nuestras madres, por nuestras hijas, por nuestras hermanas: no nos callemos nunca más.
Mujeres que están en boca de todos si su falda es más corta de lo políticamente correcto, si han engordado 200 gramos o si riegan las plantas a deshora. Porque la gente opina sobre nimiedades, pero no se moja en lo que realmente importa, que es la defensa del ser humano.
Mujeres que en lugar de asumir que la persona a la que aman no las merece, porque ni siquiera sabe el significado de la palabra respeto, asumen que los insultos o los golpes son la respuesta a aquello que "están haciendo mal" sin darse cuenta de que lo que realmente hacen mal es resignarse y aguantar.
Mujeres minadas por dentro, que a nadie importan hasta que salen en los titulares.
Aquí, en España, la situación es dramática. Pero en otros países el calvario se ha asumido como parte intrínseca de las relaciones, puesto que la desigualdad define su base social. Y hoy gritamos, y mañana olvidamos, acomodándonos en nuestra resignación. No obstante, lo que hoy sufren unas, mañana lo podemos sufrir nosotras o nuestras hermanas o nuestras hijas si no forjamos nuestro carácter para aprender a detectar las pequeñas lesiones que día a día van lacerando nuestra dignidad, hasta convertirla en un sarcoma que nos deja a merced del cáncer de la violencia machista.
Por nosotras, por nuestras madres, por nuestras hijas, por nuestras hermanas: no nos callemos nunca más.
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