Argumentar que en otros países la represión es mayor no impide que salten las alarmas ante determinado tipo de noticias. Cuando en un país como Brasil una joven es insultada en la universidad y posteriormente expulsada de ésta por llevar minifalda algo está fallando. En lugar de progresar, caminamos definitivamente hacia atrás, hacia los tiempos en los que se justificaba al agresor de una víctima de agresión sexual por el atuendo provocativo de ésta. Eso sí, no hay que olvidar que aquello que estimula a uno no tiene por qué excitar necesariamente a otro. De hecho, hay quienes consideran incitante hasta un hábito de monja.
Resulta triste que el atuendo sea, a día de hoy, objeto de comentarios soeces; o que se juzgue a una mujer por cómo se ha vestido. No hay que olvidar que se trata, una vez más, de un arma de coacción machista, pues nunca he visto a ninguna mujer criticar o acosar a un hombre por lucir ropa excesivamente ajustada o por trabajar sin camiseta. ¿Ellos no tienen capacidad para excitarnos o es que nosotras sí somos respetuosas?
No obstante, a día de hoy son muchos y muchas los que continúan catalogando a las mujeres en dos categorías: decentes y golfas. Así, son muchos los que exigen a su pareja que se vista sin alegría, como si fuese una anciana sin más ansias que esperar la muerte, mientras a ellos se les van los ojos tras la vecina que se viste como quiere, puesto que no se deja mangonear por opiniones mojigatas y machistas. Eso sí, no hay que olvidar que la observada será, desde luego, criticada públicamente y más aún si es una mujer libre e independiente, puesto que si tiene un buen trabajo y está bien considerada "algo habrá hecho". Las capacidades intelectuales jamás se le presuponen.
Resulta lamentable que se juzgue a una persona por su atuendo, pero lo es más si cabe cuando la crítica se produce en foros universitarios, sean o no minoritarios, puesto que no hay que olvidar ese dicho que reza que los jóvenes son el futuro y, mientras el futuro camina hacia lo rancio, a nadie parece importarle, pese a las consecuencias que derivarán de esto.
La readmisión de la joven en la universidad de Brasil no tenía que haberse producido, porque jamás debió ser expulsada. Pero en la noticia me faltan dos datos: qué ocurre con los que la insultaron y a santo de qué frivoliza su lucha siendo imagen de Playboy. A la segunda pregunta responde, sin duda, el manido todos tenemos un precio y más en tiempos de crisis, pero ¿hubiera logrado ese hito sin la polémica suscitada en su universidad? Y, por cierto, que también me gustaría saber cuántos de los asiduos a esa publicación exigen a sus parejas que sean públicamente discretas y aburridas, y cuántos son, por contra, los que compran esta publicación únicamente por el cariz artístico de las imágenes que contiene. Los agresores verbales, por tanto, no sólo se creyeron con capacidad para insultar, sino que ahora tienen un premio: carne en papel couché para seguir alimentando sus fantasías infantiloides.