Día 2: Tras pernoctar en un hotel cercano al aeropuerto de Toronto, del que salíamos a las diez y media de la noche, regresamos al mismo a las 7 de la mañana para abordar nuestro tercer vuelo; el que nos llevaría en 4 horas y media a Edmonton, capital de la provincia de Alberta. Unas cuatro horitas de sueño reparador, una ducha refrescante y de vuelta a la estrechez de los asientos de un avión.
Un inciso: a pesar de lo agotador de dos días de viaje continuo, de lo incómodos y claustrofóbicos que son los aviones y del engorro que supone viajar con 6 maletones (¡NUNCA MAIS!) y dos mochilas de montaña más dos portátiles como equipaje de mano, he descubierto que hay un mundo maravilloso en el ámbito de la aeronavegación más allá de mi odiada RyanAir. He descubierto que existen compañías aéreas (en nuestro caso British Airways en Europa y Westjet en Canadá) que consideran a los pasajeros como clientes en lugar de borregos; que dispensan un trato amable, impecable, educado y hasta cariñoso, en algunos casos; que ofrecen mil y una facilidades a las familias que viajan con niños y bebés y que, si se produce algún retraso por causas de fuerza mayor se disculpan tropecientasmil veces e informan a los usuarios cada diez minutos, en vez de mantenerlos esperando y en la inopia durante horas. Y ¡ojo!, que la British es y siempre será la British, pero Westjet no es una compañía cara: en total, 600 libras los dos vuelos que contratamos con ellos (dos adultos y un bebé). ¡Y te dan café, tentempié y agua por la patilla incluso en un trayecto de 45 minutos! El mundo no es perfecto, pero a veces puede rozar la perfección.
Nos tocó aguantar unas tres horas de retraso en Edmonton y aterrizábamos en Grande Prairie, nuestro destino final, pasadas las 5 de la tarde, cuando deberíamos haber llegado sobre las 2 del mediodía. Ya era noche cerrada, con lo que cogimos el autobús de cortesía del hotel en el que la empresa nos ha alojado por un mes y nos dirigimos directamente a nuestro hogar provisional. Necesitábamos descansar más que un yonky la heroína, así que nos fuimos directos al catre, con la curiosidad y el deseo de conocer a la luz del día el lugar en el que habíamos recalado.
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