¡Otro día agotador en Grande Prairie! Hoy de papeleo y ayer de montaña.
Ayer fuimos a Jasper. 400 km de ida y otros tantos de vuelta que nos dejaron destrozados, pero que merecieron la pena. El paisaje nos dejó sin respiración: impresionante. Y la paz y el silencio que se respiraban, casi una experiencia mística.
Antes comento que aún no hemos visto nevar y antes nieva. Nos levantamos a las cinco de la mañana para salir a las seis. Aquí amanece sobre las nueve y empieza a oscurecer a las cuatro o cuatro y media; con el madrugón, intentábamos aprovechar las horas de luz al máximo. Cuando bajamos al coche comenzaban a caer tímidamente unos copos, que se intensificaron en la primera parte de nuestro viaje. Sintonizábamos en la radio una emisora local y según dejábamos la ciudad atrás el locutor ofrecía la predicción meteorológica: "nueva jornada soleada en GP, previsión de 4 grados bajo cero para el día de hoy y la nieve que sigue sin aparecer. Hoy tampoco nevará". Y yo mirando por la ventanilla del coche y pensando, "¡Ahí le han 'dao', han acertado de pleno!¡Qué hachas!". Y, en esto, la voz de la locutora: "¿Hoy, dices? Bueno, no sé yo, porque ahora mismo esta nevando". Y el otro: "¿Ahora? ¿Qué me dices?". Al minuto, llamó un oyente para confirmar que sí, que nevaba. Y el locutor, intentando cubrir la papeleta, recurriendo a observaciones graciosas y chistes fáciles. Me recordó a la BBC escocesa, que cada vez que consultaba la web a ver cómo iba a ser el día, no atinaban ni de casualidad. Aunque en Escocia, país de clima inestable, donde el cielo cambia de luminoso a cubierto en cuestión de segundos, no resulta nada sencillo realizar un pronóstico fiable.
Durante el trayecto en coche, tuve la oprtunidad de comprobar la inmensidad de este país. Sólo existe una única población entre GP y Jasper, Grande Cache, situada aproximadamente a mitad de camino. Entre estos tres puntos, aparte de una mina de carbón, de tamaño considerable y completamente mecanizada, kilómetros y kilómetros de "evergreen woods" (bosques de árboles de hoja perenne: pino, cedro y arce, principalmente), sin edificaciones visibles, al menos desde la carretera. Ni tan siquiera una simple gasolinera donde repostar si vas justo de fuel.
Jamás me había sentido tan sumamente inmersa en la naturaleza (ni en espacios tan increíbles como Ordesa y Monte Perdido o Aigüestortes, que considero una maravilla). El entorno, aún en la carretera, apabullaba; cuando llegamos al parque fue, por momentos, como sumergirnos en una tierra salvaje, absolutamente agreste, donde, a pesar de advertirse en algunos lugares la huella del hombre, todo parecía inalterado, incorrupto.
El Parque Nacional de Jasper se encuentra al norte de las rocosas canadienses. Su extensión ocupa alrededor de 11.000 kilómetros cuadrados, con lo que sólo nos dio tiempo a ver una pequeña (minúscula) parte (volveremos, volveremos, volveremos). El lugar alberga una fauna variada de la que pudimos contemplar in situ ardillas rojas, diferentes tipos de aves, varias cabras (especie autóctona, cabra de las rocosas, creo que la llaman), un coyote, caribús en abundancia y un animal indeterminado de grandes dimensiones, un caribú o un alce, posiblemente, en estado de descomposición que devoraban cuatro cuervos junto a la carretera. Aunque nuestro primer encuentro con la fauna local se produjo de forma accidentada, cuando estuvimos a punto de atropellar a un ciervo, unos 250 km antes de llegar a nuestro destino. Un grupo de tres atravesaron corriendo la carretera, completamente ajenos a los vehículos que circulaban, y al tercero le pudimos contar hasta las manchas del pecho, dado que Joe, con unos reflejos para mí envidiables, alcanzó a frenar a escasos dos palmos de su hocico. No me dio tiempo ni a coger la cámara de lo inesperado y la velocidad a la que sucedió todo. A las que sí me dio tiempo a inmortalizar fue a las cabras que, a la entrada del parque, interrumpían el tráfico -aparte de por cruzar la calzada sin mirar a nada ni a nadie, como los ciervos, aunque con mucha menos agilidad que éstos- porque los conductores no dudaban en detenerse para sacarles fotos.
Abajo, los caribús:
A medida que se avanza hacia el interior del parque, el paisaje se va transformando, adquiriendo un carácter más abrupto.
Sobrecoge hallarse en medio de las gigantescas montañas que forman las rocosas. Unas cumbres imponentes, coronadas por masas ingentes de nieve que inspiran un respeto casi religioso, y en las que reina tal quietud, que uno no se atreve a hablar en un tono ligeramente elevado por miedo a provocar una avalancha. Por las actividades que se ofertan, suponemos que durante el verano la aglomeración de visitantes y turistas impedirá disfrutar de esta tranquilidad. En invierno, como comprobamos, es un remanso de paz.
Nuestra visita se limitó a Maligne Canyon, Maligne River y Maligne Lake. Se ve que teníamos el día maligno del todo, ayer. El cañón causa vértigo. Es una sima pedregosa e insondable, en la que en muchos tramos apenas se vislumbra el cauce del río que recorre el fondo. En otros, se aprecia, e incluso se oye, el agua corriendo bajo las capas de hielo. Alucinante la visión de la cascada congelada.
En este vídeo, si se presta atención y se sube el volumen, se escucha perfectamente el sonido del agua cayendo bajo el gigantesco témpano que la encierra.
El nombre del cañón, que adopta del río y es extensible al lago, fue acuñado por un misionero cuyos caballos fueron arrastrados por la corriente. Anteriormente, los nativos lo denominaban Chaba Imne (Río del Gran Castor). Una distancia de aproximadamente 35 km separa Maligne Canyon de Maligne Lake. La carretera discurre paralela al río, salpicado de meandros y de fisonomía cambiante, alternando su cauce entre trechos asombrosamente estrechos y otros de gran amplitud.
Al llegar al lago, pagamos la novatada. El terreno que lo rodea es llano y allí la nieve se acumula hasta llegar, como ayer, al metro o más de altura. Imposible caminar sin raquetas, básicamente porque te hundes. Por supuesto, no llevábamos la ropa apropiada y, aunque estrené mis botas y mantuve los pies secos y calientes, la parte del vaquero entre el chaquetón de plumas y el límite del calzado acabó completamente mojada. La experiencia nos sirvió para elaborar una lista del equipo que vamos a necesitar cuando GP se cubra de nieve.
Las siguiente fotos muestran una mesa y bancos del área de cabañas y acampada junto al lago, y el camino abierto para acceder a los servicios públicos.
Otra lección que aprendimos de la excursión a Jasper es que jamás, nunca, volveremos a viajar sin un cd de música infantil (o, en su defecto, La Ley Innata, de Extremoduro, que también funciona). A la vuelta, nos tocó ir cantando a dos voces (la de Joe y la mía) "nursey rhymes" y canciones populares en castellano y valenciano para mantener entretenido a Aidan, que se puso un pelín gruñón (no lo culpo, después de tantas horas de coche). Milagrosamente, ni llovió, ni nevó.
Hemos planeado volver este invieno para visitar la zona de los glaciares, el río Athabasca y su valle, y algo más, si podemos; pero, esta vez tomándonos dos o tres días para recorrerlo con calma. Con esto cierro el primer capítulo dedicado a Jasper. Podría contar mucho más y publicar también unas cuantas fotografías más de las 300 y pico que saqué, pero alargaría demasiado una entrada que ya de por sí ha quedado larga.
Pensaba relatar en este post la jornada administrativa que hemos tenido que sufrir para traernos el coche a "casa". ¡¡Sí!! ¡¡Ya tenemos el coche!! Creíamos que tardaría más, y nos lo han arreglado todo hoy. La compra ha implicado que nos adentremos más en el mundo de la administración canadiense y que nos sorprendiéramos con algunos detalles. Lo dejo para otro día.
Mañana nos espera más ajetreo. Saldremos temprano para ver las casas en alquiler que nos ha encontrado Esther y tenemos entradas para ir a un partido de hockey sobre hielo por la tarde. Nos aguardan dos horas de testosterona pura sobre patines. Espero que no nos salpique la sangre.
Entre la obligación de buscar hogar y el entretenimiento deportivo, he de seguir acostumbrándome a conducir el "tanque" que tenemos aparcado a la puerta del hotel.
¡Bona nit!
jueves, 29 de diciembre de 2011
martes, 27 de diciembre de 2011
Cars 2
Well... Segunda jornada de prospección en el mercado automovilístico. Hoy, sector coches usados. Y... ¡Nos hemos enamorado! Hemos encontrado lo que nos gusta y lo que queremos a un precio bastante razonable. Para rematar la conquista y que cayéramos irremediablemente en la trampa, nos han ofrecido unas condiciones de financiación más que aceptables. Lo mejor de todo: después de reflexionar sobre si quizá estábamos siendo poco realistas y unos insensatos, hemos sacado cuentas y no se nos dispara el prepuesto, con lo que el flechazo que se ha producido de entrada presenta visos de materializarse. Nuestra "road love story" es factible. ¡Yeehaaaaa!
El objeto de nuestro deseo es este Toyota FJ Cruiser.
Jasper National Park - Canadá
El objeto de nuestro deseo es este Toyota FJ Cruiser.
Nunca me han gustado los coches amarillos, pero en éste me encanta el color. En cuanto lo hemos visto, Joe y yo hemos intercambiado una mirada y nos lo hemos dicho todo sin palabras. Coincidimos en que es un coche con personalidad: robusto, estable, de líneas rectas y simples, muy pelado aunque con estilo y un interior espacioso. Además, conducirlo es una gozada. Estamos a la espera de que la oficia financiera nos apruebe el crédito, porque siendo recién llegados y al disponer de una visa de trabajo de tres años renovable, resulta algo más complicado. El agente del concesionario nos ha dado muchas esperanzas. Así que dedos cruzados y energía positiva. Si todo sale bien, la semana que viene dejaremos el coche de alquiler y botaremos nuestro "yellow submarine".
En nuestro periplo de hoy, hemos pasado de nuevo por zonas residenciales y he sacado algunas fotos. Las imágenes pertenecen al vecindario de Crystal Lake.
Las siguientes están tomadas desde un embarcadero situado justo en la orilla opuesta a las casas que rodean el lago, que es la extensión congelada de color blanco que ocupa el centro de la foto.
Estoy reventada. Aidan no se acaba de adaptar al cambio horario. Durante el día, está un poquito más inquieto y protestón de lo normal en él y se despierta varias veces llorando a lo largo de la noche. Hasta ahora no lo he llevado mal, pero parece que hoy me han caído encima todo el cansancio acumulado y la falta de sueño y la espalda me está matando. Ahora mismo se me cierran los ojos...
Y mañana toca madrugón. Aunque sarna con gusto no pica, según dicen. Nos vamos de excursión al Parque Nacional de Jasper y pasaremos todo el día fuera de GP. Por lo que hemos podido comprobar de antemano en fotos y guías turísticas, el paisaje es una maravilla. Pinta muy muy bien. Mi agotamiento y yo lo vamos a disfrutar. ¡Vaya que sí!
Dejo un enlace para ir abriendo boca... (y para que se pueda apreciar en todo su esplendor, porque mis fotos no serán, ni de lejos, tan alucinantes como éstas).
Bona nit!
lunes, 26 de diciembre de 2011
Coches, botas y un invierno amable
Nos hemos pasado el "Boxing Day" (como se denomina en UK, y en los países que formaron parte del Imperio Británico, al día siguiente al de Navidad) conduciendo por GP. Pero, no el Cherokee que llevamos de prestado, no. Hemos ido de concesionarios -a los pocos que abrían, porque es medio festivo en Alberta- para sondear el mercado automovilístico con vistas a comprar. Igual quedo un poco de pardilla, o quizá era la política de empresa de la Renault a la que acudimos no en una, sino en dos ocasiones; pero, en España, jamás me invitaron a darme un paseito de prueba ni cuando compré la Scenic, ni luego con el Clio. Hoy hemos probado cuatro diferentes. ¡Qué gustito eso de dar vueltas en coches flamantes e impecables! Y en la amplitud de los carriles de estas carreteras, adecuadas al tamaño XL de los vehículos, que no se ven congestionadas aunque haya mucho tráfico, se conduce con mayor desahogo y confortabilidad. "Big country, big cars", sentenciaba Joe ante uno de los comerciales con los que hemos tratado esta mañana. "And big roads", añadiría yo.
Cuelgo un par de fotos tomadas cerca del centro de GP desde el coche (que no cunda el pánico, las he sacado cuando conducía Joe ;-P) donde se pueden apreciar las carreteras locales.
Aunque aún tenemos nuestras reservas y estamos contemplando también las opciones del mercado de segunda mano, lo que tenemos claro es que nos hace falta coche propio y nos hace falta ya. El de alquiler sale por un pico: 70 dólares por día. Y si lo único caro fuera el coche...
En general, Canadá, o por lo menos, Alberta, no es un país barato. Los artículos de primera necesidad cuestan como un 20% más que en UK. En Aberdeen ya noté un aumento en el gasto de la compra semanal respecto de Edimburgo, y eso que acudía a la misma cadena de supermercados en las dos ciudades. Pero aquí, se me cae la boca cada vez que miro los precios. Joe está cansado ya de mi comentario sobre lo excesivo del coste de los productos cada vez que vamos al super, ya se trate de una barra de pan (2,29 dólares una baguette, 1,45 libras) o de un paquete de pañales (52 unidades de Pampers, 17 dólares; lo que representa desembolsar unas 3 libras más que en UK). Por contra, la ropa y el calzado resultan ligeramente más económicos.
Después de un exhaustivo estudio de marcas y modelos, comparando características y relación calidad/precio, al fin he adquirido las botas que mantendrán mis pinreles calentitos y a salvo cuando llegue el invierno de verdad. Aquí no te puedes arriesgar. El calzado apropiado para la nieve tiene que ser waterproof, con material aislante en el interior, de caña alta y reforzado en el remate superior (se nota que he estado investigando, eh?). Mis botas de montaña, de momento, van bien, pero en cuanto las temperaturas desciendan, se me quedarán cortas. Las que me he agenciado cumplen todos los requisitos por el módico precio de 127 dólares (menos de 80 libras). Aunque los expertos recomiendan la marca Sorel, me he decidido por unas Merrell por la sencilla razón de que son mucho más ligeras y una patosa como yo no necesita añadirse dificultades y menos aún cuando no sé cómo me apañaré andando sobre metro o metro y medio de nieve y encima cargando a Aidan en la Boba (aunque acabo de visualizar mentalmente un carro con esquíes, que igual no es mala idea, por que el de ruedas me parece a mí que va a ser que no). Y aquí están mis chicas (disculpas por la calidad de la foto, pero las prefiero sin flash):
Estoy deseando que llegue el auténtico frío y que nieve en abundancia para estrenarlas (lo sé, lo sé: me voy a arrepentir de este comentario). Hasta ahora hemos sido muy afortunados, según nos han asegurado varias personas. Desde que llegamos, no hemos visto nevar (lo que se ve en algunas fotos ya estaba y, aunque se va deshaciendo, no se acaba de derretir) y la temperatura no ha bajado más allá de los menos cuatro/cinco grados (inciso: guiño cómplice y cariñoso para una fiel devota de las pieles de mamut). Este frío, además, al ser seco, casi no se nota si vas bien abrigado. Con temperaturas más altas, he temblado en Edimburgo. La humedad escocesa te cala y el helor se mete en los huesos, dejándote aterido. Aquí, todavía no he experimentado esa sensación de agarrotamiento glacial. Nos dicen que este invierno esta siendo atípico, muy suave para estas fechas. El año pasado en el mes de septiembre tenían metro y medio de nieve y estaban a menos 35 grados. Lo habitual por estas latitudes. El mánager del restaurante del hotel nos explicaba que su madre, una señora ya mayor, salió de su casa dos veces contadas el último invierno (¡no lo quiero ni pensar!). Todos con los que hemos hablado repiten que esto no es normal y que nos preparemos para enero y febrero. Por cómo lo comentan -entre sorprendidos y espantados, con cierta incredulidad temerosa- parece, incluso, como si en los próximos meses esperaran más dureza climática de la usual, a modo de castigo por este "mild winter", que se ha materializado como un regalo al que no están acostumbrados, que no les pertenece. En cierta manera, no se permiten disfrutar completamente del "buen tiempo" porque están más pendientes de lo que está por venir que del excepcional presente que les ha tocado en suerte. Nosotros, en previsión de que se cumplan los malos augurios, ya nos hemos procurado unas buenas botas.
Cuelgo un par de fotos tomadas cerca del centro de GP desde el coche (que no cunda el pánico, las he sacado cuando conducía Joe ;-P) donde se pueden apreciar las carreteras locales.
Aunque aún tenemos nuestras reservas y estamos contemplando también las opciones del mercado de segunda mano, lo que tenemos claro es que nos hace falta coche propio y nos hace falta ya. El de alquiler sale por un pico: 70 dólares por día. Y si lo único caro fuera el coche...
En general, Canadá, o por lo menos, Alberta, no es un país barato. Los artículos de primera necesidad cuestan como un 20% más que en UK. En Aberdeen ya noté un aumento en el gasto de la compra semanal respecto de Edimburgo, y eso que acudía a la misma cadena de supermercados en las dos ciudades. Pero aquí, se me cae la boca cada vez que miro los precios. Joe está cansado ya de mi comentario sobre lo excesivo del coste de los productos cada vez que vamos al super, ya se trate de una barra de pan (2,29 dólares una baguette, 1,45 libras) o de un paquete de pañales (52 unidades de Pampers, 17 dólares; lo que representa desembolsar unas 3 libras más que en UK). Por contra, la ropa y el calzado resultan ligeramente más económicos.
Después de un exhaustivo estudio de marcas y modelos, comparando características y relación calidad/precio, al fin he adquirido las botas que mantendrán mis pinreles calentitos y a salvo cuando llegue el invierno de verdad. Aquí no te puedes arriesgar. El calzado apropiado para la nieve tiene que ser waterproof, con material aislante en el interior, de caña alta y reforzado en el remate superior (se nota que he estado investigando, eh?). Mis botas de montaña, de momento, van bien, pero en cuanto las temperaturas desciendan, se me quedarán cortas. Las que me he agenciado cumplen todos los requisitos por el módico precio de 127 dólares (menos de 80 libras). Aunque los expertos recomiendan la marca Sorel, me he decidido por unas Merrell por la sencilla razón de que son mucho más ligeras y una patosa como yo no necesita añadirse dificultades y menos aún cuando no sé cómo me apañaré andando sobre metro o metro y medio de nieve y encima cargando a Aidan en la Boba (aunque acabo de visualizar mentalmente un carro con esquíes, que igual no es mala idea, por que el de ruedas me parece a mí que va a ser que no). Y aquí están mis chicas (disculpas por la calidad de la foto, pero las prefiero sin flash):
Estoy deseando que llegue el auténtico frío y que nieve en abundancia para estrenarlas (lo sé, lo sé: me voy a arrepentir de este comentario). Hasta ahora hemos sido muy afortunados, según nos han asegurado varias personas. Desde que llegamos, no hemos visto nevar (lo que se ve en algunas fotos ya estaba y, aunque se va deshaciendo, no se acaba de derretir) y la temperatura no ha bajado más allá de los menos cuatro/cinco grados (inciso: guiño cómplice y cariñoso para una fiel devota de las pieles de mamut). Este frío, además, al ser seco, casi no se nota si vas bien abrigado. Con temperaturas más altas, he temblado en Edimburgo. La humedad escocesa te cala y el helor se mete en los huesos, dejándote aterido. Aquí, todavía no he experimentado esa sensación de agarrotamiento glacial. Nos dicen que este invierno esta siendo atípico, muy suave para estas fechas. El año pasado en el mes de septiembre tenían metro y medio de nieve y estaban a menos 35 grados. Lo habitual por estas latitudes. El mánager del restaurante del hotel nos explicaba que su madre, una señora ya mayor, salió de su casa dos veces contadas el último invierno (¡no lo quiero ni pensar!). Todos con los que hemos hablado repiten que esto no es normal y que nos preparemos para enero y febrero. Por cómo lo comentan -entre sorprendidos y espantados, con cierta incredulidad temerosa- parece, incluso, como si en los próximos meses esperaran más dureza climática de la usual, a modo de castigo por este "mild winter", que se ha materializado como un regalo al que no están acostumbrados, que no les pertenece. En cierta manera, no se permiten disfrutar completamente del "buen tiempo" porque están más pendientes de lo que está por venir que del excepcional presente que les ha tocado en suerte. Nosotros, en previsión de que se cumplan los malos augurios, ya nos hemos procurado unas buenas botas.
domingo, 25 de diciembre de 2011
Reconociendo el terreno
Hemos dedicado los dos últimos días a recorrer los alrededores y explorar el lugar en el que nos hemos establecido. Definitivamente, Grande Prairie no impresiona por su belleza. Es una ciudad desperdigada, que ha crecido de forma anárquica y no presenta una estructura clara u organizada. El centro sí está dividido en calles más o menos paralelas o alineadas, pero se compone de tres, cuatro calles a lo sumo. El núcleo urbano está enfocado a diversos tipos de negocios: tiendas de ropa, zapaterías, supermercados, bancos, hoteles... y observa un carácter estrictamente comercial; las viviendas en este área son escasas. Las construcciones consisten mayoritariamente en edificicios de una única planta. Es curioso visitar un centro comercial (el "mall", le llaman aquí) o unos grandes almacenes y no hallar ni una sola escalera mecánica. Deduzco que el motivo para ello estriba en que el espacio no representa un problema y esto favorece el crecimento en horizontal. La ciudad aún dispone de kilómetros y kilómetros por edificar, por ello se construye en llano y no hay necesidad de apilar los inmuebles en pisos. La falta de altura en un lugar ubicado en una llanura inmensa, otorga a la ciudad una apariencia plana y uniforme, dando incluso una sensación de aplastamiento. El río y la hondonada que acoge el parque Muskoseepi, el principal y más grande de los varios que existen en GP, suponen los únicos desniveles que rompen la uniformidad de esta parte de la población.
Para compensar, las zonas residenciales, situadas al norte y sur del centro urbano, están planeadas con un diseño circular de calles y veredas serpenteantes. Frente a la holgura de las construcciones del centro, separadas por anchas avenidas y carreteras, en los vecindarios de los suburbios las viviendas, generalmente unifamiliares con presencia de algún bloque bajo de apartamentos, se agrupan en semicírculos, más apretadas y proximas las unas a las otras, aunque dejando espacio suficiente para la intimidad. Están fabricadas de madera, con el armazón interior de un conglomerado grueso, como pudimos apreciar en las casas a medio construir, y revestimiento externo de laminado, para permitir un mejor aislamiento. Muchas de ellas cuentan con un coqueto y acogedor porche en la entrada.
Los barrios residenciales, algunos envolviendo lagos y otros rodeados de naturaleza, encierran mayor encanto que la ciudad en sí. A primera vista, parecen entornos muy agradables para vivir. El típico vecindario familiar de película disney en el que la abuelita de la puerta de al lado hornea galletas y se ofrece amablemente para cuidarte a los niños mientras sales a hacer recados.
La dispersión y la considerable distancia que separa los sectores habitados del centro urbano comercial exigen el uso diario del coche. A ello se une el hecho de que en las temporadas de grandes nevadas resulta más fácil desplazarse al volante que caminando. Muchos establecimientos disponen de "Drive thru" (lieralmente, "conducir a través"; básicamente, el sistema del MacAuto), y se puede tomar un café de Starbucks o sacar dinero de un cajero automático sin bajarse del automóvil. Mayor comodidad, imposible.
Para compensar, las zonas residenciales, situadas al norte y sur del centro urbano, están planeadas con un diseño circular de calles y veredas serpenteantes. Frente a la holgura de las construcciones del centro, separadas por anchas avenidas y carreteras, en los vecindarios de los suburbios las viviendas, generalmente unifamiliares con presencia de algún bloque bajo de apartamentos, se agrupan en semicírculos, más apretadas y proximas las unas a las otras, aunque dejando espacio suficiente para la intimidad. Están fabricadas de madera, con el armazón interior de un conglomerado grueso, como pudimos apreciar en las casas a medio construir, y revestimiento externo de laminado, para permitir un mejor aislamiento. Muchas de ellas cuentan con un coqueto y acogedor porche en la entrada.
Los barrios residenciales, algunos envolviendo lagos y otros rodeados de naturaleza, encierran mayor encanto que la ciudad en sí. A primera vista, parecen entornos muy agradables para vivir. El típico vecindario familiar de película disney en el que la abuelita de la puerta de al lado hornea galletas y se ofrece amablemente para cuidarte a los niños mientras sales a hacer recados.
La dispersión y la considerable distancia que separa los sectores habitados del centro urbano comercial exigen el uso diario del coche. A ello se une el hecho de que en las temporadas de grandes nevadas resulta más fácil desplazarse al volante que caminando. Muchos establecimientos disponen de "Drive thru" (lieralmente, "conducir a través"; básicamente, el sistema del MacAuto), y se puede tomar un café de Starbucks o sacar dinero de un cajero automático sin bajarse del automóvil. Mayor comodidad, imposible.
sábado, 24 de diciembre de 2011
Álbum: Curiosidades del choque cultural
Imágenes de cosas, escenas o lugares que me han llamado la atención, asombrado, horrorizado... en muestros primeros días en Grande Praire.
Buscando unas buenas botas para la nieve y el frío fui a caer en esta tienda de ¿deportes? Sí, parece ser que vivimos en un país de cazadores.
Por supuesto, no podía faltar la munición para tanta arma... Las cajitas apiladas son cartuchos.
En el mismo establecimiento, tenían este animalico a la venta: un tigre siberiano. Al loro con el precio: ¡¡6.999,99 dólares canadienses!! Extravagancia para excéntricos... ¡Vaya! Una frikada total...
¡Awesome!¡Un bicho de impresión! Y muy navideño, con su gorrito y todo...
En la pared de la oficina de licencias de conducción cuelga este mapa de Canadá, rodeado por las placas de matrícula de todas las provincias del país. Me encantan los osos de las regiones árticas canadienses, Nunavut y Norwest Territories, habitadas en su mayoría por los Inuit.
En la misma oficina, tienen un panel con todas las placas pertenecientes a la provincia de Alberta.
Y aquí el Papá Noel tradicional o Santa pre-coca cola... De blanco impoluto; de los que van de rojo no se ven muchos por estos lares.
Primera toma de contacto con GP
Fea: industrial, plana, dispersa, informe, neutra, desabrida, sin personalidad... ¡Uf! De entrada, la ciudad no me sugirió ni un sólo adjetivo positivo. Primera impresión de Grande Prairie (GP): absolutamente negativa.
Un par de imágenes de muestra para dar una idea del lugar; o, en cualquier caso, de esa deplorable impresión inicial. La foto superior corresponde a las vistas desde la ventana del hotel. La segunda está tomada en los alrededores del centro.
No obstante, aún es muy pronto para sacar conclusiones sobre un sitio que, en realidad, desconozco. A veces, la primera impresión no es la que queda ni la que cuenta. Residir en una ciudad con encanto, como Edimburgo, comporta, innegablemente, un bonus estético, un placer visual; pero, al fin y al cabo, el sentirnos bien o apreciar un lugar determinado radica más en las experiencias que vivimos en él y en las personas con las que coincidimos y nos relacionamos, que en el entorno físico que nos rodea. Esta ciudad se merece una oportunidad, sería injusto despreciarla sin tomarme la molestia y el esfuerzo de explorarla en profundidad.
La primera mañana en la ciudad conocimos a la que ha sido nuestra proveedora, intendente, consejera, cicerone,... Nuestra hada madrina particular en GP: Esther (pronúnciese con la sílaba tónica en la "Es", ÉSther, que ya nos corrigió un par de veces, la mujer). Esther es la "relocation manager" (agente de traslados/recolocación) que nos ha proporcionado la empresa para ayudarnos en todo lo que necesitemos. Tan diferente de cuando emigré a Edimburgo, adonde llegué sin conocer a nadie y me solventé la papeleta sin apoyo ninguno y con un inglés macarrónico de segundo de EOI. Gracias a ella, las gestiones básicas se resolvieron rápida y cómodamente. Viajando con un bebé de trece meses, el contar con asistencia hace que todo resulte mucho más fácil; "smooth", que diría mi chico. En menos de tres horas, disponíamos de número de la seguridad social, médico, registro para tasas y licencia de conducir. Además de haber fijado una cita, después de las fechas navideñas, en una entidad bancaria para abrir una cuenta. Pasamos con Esther la mayor parte del día: desde las 11 de la mañana hasta las 5 de la tarde. Al final de la jornada, aparte de lo ya mencionado, teníamos una silla de coche para Aidan, teléfono canadiense, el compromiso por su parte de localizarnos algunas casas en alquiler en diferentes zonas de la ciudad para visitarlas antes de Año Nuevo y un vehículo de alquiler para poder movernos a nuestro aire .
Aquí nuestro medio de transporte familiar: un jeep cherokee. Para mí, acostumbrada a mi Clio (y mi querido Nikita, aquel frío Renault 5 con el que me estrené como conductora) sentarme al volante de este trasto supone poco menos que conducir un camión. Y este modelo es de los más pequeños que se encuentran por aquí. Calculando "grosso modo", me arriesgaría a afirmar que alrededor de un 80% de los vehículos que circulan por GP se corresponden con camionetas de las conocidas como "pickups" (tipo la Nissan Navara, aunque de tamaño considerablemente mayor de las que se ven en España, con unos neumáticos descomunales y alturas de vértigo), o lo que aquí llaman SUV's (Sport Utility Vehicle), híbrido entre todoterreno y berlina. El Cherokee entraría en esta categoría. Dominan los modelos americanos de Ford, Dodge, Chevrolet y algún que otro japonés, principalmente Nissan y Toyota.
El asunto de la conducción dio de sí, provocando unas risas en la chica de la oficina y en Esther (que se despidió de nosotros por la tarde diciéndonos que se lo había pasado muy bien y que éramos muy divertidos. No estoy segura de si lo que le hizo tanta gracia fue la mezcla de una "fiery Spanish", exaltada y enérgica y que no se calla ni debajo del agua, y un escocés sosegado e irónico, que dice a todo que sí y luego hace lo que le viene en gana; el caso es que me quedé con la percepción de que nos consideraba una pareja bastante cómica). A lo que iba, el permiso de conducción. Llevábamos media hora con los trámites para homologar nuestros documentos, escuchando explicaciones y respondiendo a diferentes preguntas, cuando la chica que nos atendía se fijó en mi carnet de conducir. "¡Ah! Pero... Tu permiso es español". "Sí, tengo carnet español". "Pues aquí no te vale, puedes conducir con él durante 90 días, pero estás obligada a examinarte y sacarte la licencia de Alberta". "¿¿¡¡What!!?? (la expresión más exacta, que reprimí por educación, hubiera sido: ¿¡WTF!?). "Sí, lo siento, pero el permiso español no está reconocido aquí". "Pero, pero, pero... ¡No es justo! ¡Él conduce por el lado equivocado y yo por el correcto (viejo y manido juego de palabras en inglés: "right" (derecha y correcto) en oposición a "wrong" (equivocado, erróneo) y "left" (izquierda)). La chica se lo tomó a broma, dándome la razón; mientras yo despotricaba con humor unos minutitos más, cagándome interiormente en la Commonwealth, el rey Jorge y la madre que parió a la reina Isabel. La comprension y simpatía de la oficinista no me libraron de abandonar el establecimiento con un libro de autoescuela bajo el brazo.
Una vez solos, ya en el hotel, sacamos el paquete que la madre de Joe nos había dado el día previo a nuestra partida, con la indicación de abrirlo en nuestro domicilio provisional antes de Navidad. Era un "kit" de adornos que incluía espumillón y unos angelitos de rafia de comercio justo (no podía ser de otra manera, tratándose de Jen) muy monos. Como no teníamos dónde colgarlos decidimos salir a comprar un árbol pequeño y barato. El comercio más cercano es Wal-Mart, cadena americana en la que nunca había estado antes y a la que nunca volveré. Una y no más. Con el arbolillo cochambroso en el coche, regresamos al hotel y montamos un cutre rincón con la intención de crear un poco de ambiente en la impersonal habitación que ahora mismo constituye nuestro hogar. No estoy muy segura de haber logrado el objetivo que perseguíamos.Aquí, la prueba del delito...
De camino a "casa", paramos en una tienda de licores (acabábamos de enterarnos de que los supermercados de alimentación no despachan bebidas alcohólicas, sólo los comercios autorizados y dedicados exclusivamente a la venta de alcohol) para comprar unas cervezas. Al ir a pagar, la chica de la caja nos pide la documentación, mirando a Joe. "¿Sólo la suya?", pregunto. "No, en realidad, sólo quiero ver la tuya", me contesta. Sobre su cabeza cuelga un cartel que reza: "Prohibida la venta a menores de 25 años". Yo, alucinando: "¿En serio?" (un apunte, creo que necesario: mi pareja es unos -cuantos- años más joven que yo). Le tiendo el pasaporte: "¿De verdad crees que tengo menos de 25 años?". "Sí, de verdad". "Vas a flipar", le dice mi chico. Ella mira la fecha, me mira a mí y me devuelve el pasaporte sonriendo. Obviamente, más contenta que unas pascuas, le devuelvo la sonrisa. "Gracias, ¡me has alegrado el día!". ¡¡¡15 años que me ha quitado la tía!!! ¡¡¡ Ahí es "ná"!!! Huelga decir que la segunda noche en GP dormí como un angelito arrullada por la ilusión de haber vuelto por unos segundos a mis veintipocos.
Mientras transcribo estas notas, Joe, que ha salido hace escasos dos minutos a jugar fuera con el niño, irrumpe en la habitación con Aidan en brazos. "María, ven, corre ¿quieres ver una cosa?". Me conduce hasta una de las ventanas traseras del hotel y señala hacia los edificios del otro lado de la carretera: "¡Mira! ¿Los ves?". Dos ciervos cruzan la calzada con total parsimonia, al más puro estilo "Doctor en Alaska", obligando a un coche a detenerse para cederles el paso. Es una lástima, pero están demasiado lejos para sacarles una foto con la cámara compacta o el móvil. Ojalá esta escena se repita y podamos inmortalizarla.
Un par de imágenes de muestra para dar una idea del lugar; o, en cualquier caso, de esa deplorable impresión inicial. La foto superior corresponde a las vistas desde la ventana del hotel. La segunda está tomada en los alrededores del centro.
No obstante, aún es muy pronto para sacar conclusiones sobre un sitio que, en realidad, desconozco. A veces, la primera impresión no es la que queda ni la que cuenta. Residir en una ciudad con encanto, como Edimburgo, comporta, innegablemente, un bonus estético, un placer visual; pero, al fin y al cabo, el sentirnos bien o apreciar un lugar determinado radica más en las experiencias que vivimos en él y en las personas con las que coincidimos y nos relacionamos, que en el entorno físico que nos rodea. Esta ciudad se merece una oportunidad, sería injusto despreciarla sin tomarme la molestia y el esfuerzo de explorarla en profundidad.
La primera mañana en la ciudad conocimos a la que ha sido nuestra proveedora, intendente, consejera, cicerone,... Nuestra hada madrina particular en GP: Esther (pronúnciese con la sílaba tónica en la "Es", ÉSther, que ya nos corrigió un par de veces, la mujer). Esther es la "relocation manager" (agente de traslados/recolocación) que nos ha proporcionado la empresa para ayudarnos en todo lo que necesitemos. Tan diferente de cuando emigré a Edimburgo, adonde llegué sin conocer a nadie y me solventé la papeleta sin apoyo ninguno y con un inglés macarrónico de segundo de EOI. Gracias a ella, las gestiones básicas se resolvieron rápida y cómodamente. Viajando con un bebé de trece meses, el contar con asistencia hace que todo resulte mucho más fácil; "smooth", que diría mi chico. En menos de tres horas, disponíamos de número de la seguridad social, médico, registro para tasas y licencia de conducir. Además de haber fijado una cita, después de las fechas navideñas, en una entidad bancaria para abrir una cuenta. Pasamos con Esther la mayor parte del día: desde las 11 de la mañana hasta las 5 de la tarde. Al final de la jornada, aparte de lo ya mencionado, teníamos una silla de coche para Aidan, teléfono canadiense, el compromiso por su parte de localizarnos algunas casas en alquiler en diferentes zonas de la ciudad para visitarlas antes de Año Nuevo y un vehículo de alquiler para poder movernos a nuestro aire .
Aquí nuestro medio de transporte familiar: un jeep cherokee. Para mí, acostumbrada a mi Clio (y mi querido Nikita, aquel frío Renault 5 con el que me estrené como conductora) sentarme al volante de este trasto supone poco menos que conducir un camión. Y este modelo es de los más pequeños que se encuentran por aquí. Calculando "grosso modo", me arriesgaría a afirmar que alrededor de un 80% de los vehículos que circulan por GP se corresponden con camionetas de las conocidas como "pickups" (tipo la Nissan Navara, aunque de tamaño considerablemente mayor de las que se ven en España, con unos neumáticos descomunales y alturas de vértigo), o lo que aquí llaman SUV's (Sport Utility Vehicle), híbrido entre todoterreno y berlina. El Cherokee entraría en esta categoría. Dominan los modelos americanos de Ford, Dodge, Chevrolet y algún que otro japonés, principalmente Nissan y Toyota.
El asunto de la conducción dio de sí, provocando unas risas en la chica de la oficina y en Esther (que se despidió de nosotros por la tarde diciéndonos que se lo había pasado muy bien y que éramos muy divertidos. No estoy segura de si lo que le hizo tanta gracia fue la mezcla de una "fiery Spanish", exaltada y enérgica y que no se calla ni debajo del agua, y un escocés sosegado e irónico, que dice a todo que sí y luego hace lo que le viene en gana; el caso es que me quedé con la percepción de que nos consideraba una pareja bastante cómica). A lo que iba, el permiso de conducción. Llevábamos media hora con los trámites para homologar nuestros documentos, escuchando explicaciones y respondiendo a diferentes preguntas, cuando la chica que nos atendía se fijó en mi carnet de conducir. "¡Ah! Pero... Tu permiso es español". "Sí, tengo carnet español". "Pues aquí no te vale, puedes conducir con él durante 90 días, pero estás obligada a examinarte y sacarte la licencia de Alberta". "¿¿¡¡What!!?? (la expresión más exacta, que reprimí por educación, hubiera sido: ¿¡WTF!?). "Sí, lo siento, pero el permiso español no está reconocido aquí". "Pero, pero, pero... ¡No es justo! ¡Él conduce por el lado equivocado y yo por el correcto (viejo y manido juego de palabras en inglés: "right" (derecha y correcto) en oposición a "wrong" (equivocado, erróneo) y "left" (izquierda)). La chica se lo tomó a broma, dándome la razón; mientras yo despotricaba con humor unos minutitos más, cagándome interiormente en la Commonwealth, el rey Jorge y la madre que parió a la reina Isabel. La comprension y simpatía de la oficinista no me libraron de abandonar el establecimiento con un libro de autoescuela bajo el brazo.
Una vez solos, ya en el hotel, sacamos el paquete que la madre de Joe nos había dado el día previo a nuestra partida, con la indicación de abrirlo en nuestro domicilio provisional antes de Navidad. Era un "kit" de adornos que incluía espumillón y unos angelitos de rafia de comercio justo (no podía ser de otra manera, tratándose de Jen) muy monos. Como no teníamos dónde colgarlos decidimos salir a comprar un árbol pequeño y barato. El comercio más cercano es Wal-Mart, cadena americana en la que nunca había estado antes y a la que nunca volveré. Una y no más. Con el arbolillo cochambroso en el coche, regresamos al hotel y montamos un cutre rincón con la intención de crear un poco de ambiente en la impersonal habitación que ahora mismo constituye nuestro hogar. No estoy muy segura de haber logrado el objetivo que perseguíamos.Aquí, la prueba del delito...
De camino a "casa", paramos en una tienda de licores (acabábamos de enterarnos de que los supermercados de alimentación no despachan bebidas alcohólicas, sólo los comercios autorizados y dedicados exclusivamente a la venta de alcohol) para comprar unas cervezas. Al ir a pagar, la chica de la caja nos pide la documentación, mirando a Joe. "¿Sólo la suya?", pregunto. "No, en realidad, sólo quiero ver la tuya", me contesta. Sobre su cabeza cuelga un cartel que reza: "Prohibida la venta a menores de 25 años". Yo, alucinando: "¿En serio?" (un apunte, creo que necesario: mi pareja es unos -cuantos- años más joven que yo). Le tiendo el pasaporte: "¿De verdad crees que tengo menos de 25 años?". "Sí, de verdad". "Vas a flipar", le dice mi chico. Ella mira la fecha, me mira a mí y me devuelve el pasaporte sonriendo. Obviamente, más contenta que unas pascuas, le devuelvo la sonrisa. "Gracias, ¡me has alegrado el día!". ¡¡¡15 años que me ha quitado la tía!!! ¡¡¡ Ahí es "ná"!!! Huelga decir que la segunda noche en GP dormí como un angelito arrullada por la ilusión de haber vuelto por unos segundos a mis veintipocos.
Mientras transcribo estas notas, Joe, que ha salido hace escasos dos minutos a jugar fuera con el niño, irrumpe en la habitación con Aidan en brazos. "María, ven, corre ¿quieres ver una cosa?". Me conduce hasta una de las ventanas traseras del hotel y señala hacia los edificios del otro lado de la carretera: "¡Mira! ¿Los ves?". Dos ciervos cruzan la calzada con total parsimonia, al más puro estilo "Doctor en Alaska", obligando a un coche a detenerse para cederles el paso. Es una lástima, pero están demasiado lejos para sacarles una foto con la cámara compacta o el móvil. Ojalá esta escena se repita y podamos inmortalizarla.
El camino hasta Alberta
Día 2: Tras pernoctar en un hotel cercano al aeropuerto de Toronto, del que salíamos a las diez y media de la noche, regresamos al mismo a las 7 de la mañana para abordar nuestro tercer vuelo; el que nos llevaría en 4 horas y media a Edmonton, capital de la provincia de Alberta. Unas cuatro horitas de sueño reparador, una ducha refrescante y de vuelta a la estrechez de los asientos de un avión.
Un inciso: a pesar de lo agotador de dos días de viaje continuo, de lo incómodos y claustrofóbicos que son los aviones y del engorro que supone viajar con 6 maletones (¡NUNCA MAIS!) y dos mochilas de montaña más dos portátiles como equipaje de mano, he descubierto que hay un mundo maravilloso en el ámbito de la aeronavegación más allá de mi odiada RyanAir. He descubierto que existen compañías aéreas (en nuestro caso British Airways en Europa y Westjet en Canadá) que consideran a los pasajeros como clientes en lugar de borregos; que dispensan un trato amable, impecable, educado y hasta cariñoso, en algunos casos; que ofrecen mil y una facilidades a las familias que viajan con niños y bebés y que, si se produce algún retraso por causas de fuerza mayor se disculpan tropecientasmil veces e informan a los usuarios cada diez minutos, en vez de mantenerlos esperando y en la inopia durante horas. Y ¡ojo!, que la British es y siempre será la British, pero Westjet no es una compañía cara: en total, 600 libras los dos vuelos que contratamos con ellos (dos adultos y un bebé). ¡Y te dan café, tentempié y agua por la patilla incluso en un trayecto de 45 minutos! El mundo no es perfecto, pero a veces puede rozar la perfección.
Nos tocó aguantar unas tres horas de retraso en Edmonton y aterrizábamos en Grande Prairie, nuestro destino final, pasadas las 5 de la tarde, cuando deberíamos haber llegado sobre las 2 del mediodía. Ya era noche cerrada, con lo que cogimos el autobús de cortesía del hotel en el que la empresa nos ha alojado por un mes y nos dirigimos directamente a nuestro hogar provisional. Necesitábamos descansar más que un yonky la heroína, así que nos fuimos directos al catre, con la curiosidad y el deseo de conocer a la luz del día el lugar en el que habíamos recalado.
Un inciso: a pesar de lo agotador de dos días de viaje continuo, de lo incómodos y claustrofóbicos que son los aviones y del engorro que supone viajar con 6 maletones (¡NUNCA MAIS!) y dos mochilas de montaña más dos portátiles como equipaje de mano, he descubierto que hay un mundo maravilloso en el ámbito de la aeronavegación más allá de mi odiada RyanAir. He descubierto que existen compañías aéreas (en nuestro caso British Airways en Europa y Westjet en Canadá) que consideran a los pasajeros como clientes en lugar de borregos; que dispensan un trato amable, impecable, educado y hasta cariñoso, en algunos casos; que ofrecen mil y una facilidades a las familias que viajan con niños y bebés y que, si se produce algún retraso por causas de fuerza mayor se disculpan tropecientasmil veces e informan a los usuarios cada diez minutos, en vez de mantenerlos esperando y en la inopia durante horas. Y ¡ojo!, que la British es y siempre será la British, pero Westjet no es una compañía cara: en total, 600 libras los dos vuelos que contratamos con ellos (dos adultos y un bebé). ¡Y te dan café, tentempié y agua por la patilla incluso en un trayecto de 45 minutos! El mundo no es perfecto, pero a veces puede rozar la perfección.
Nos tocó aguantar unas tres horas de retraso en Edmonton y aterrizábamos en Grande Prairie, nuestro destino final, pasadas las 5 de la tarde, cuando deberíamos haber llegado sobre las 2 del mediodía. Ya era noche cerrada, con lo que cogimos el autobús de cortesía del hotel en el que la empresa nos ha alojado por un mes y nos dirigimos directamente a nuestro hogar provisional. Necesitábamos descansar más que un yonky la heroína, así que nos fuimos directos al catre, con la curiosidad y el deseo de conocer a la luz del día el lugar en el que habíamos recalado.
viernes, 23 de diciembre de 2011
De Aberdeen a Toronto*
Día 1: Emprendemos nuestro viaje un 20. Quizá sea una casualidad, pero ando ya cinco años buscando un sentido a los veintes de mi vida. Tal vez el 20 representa el número que indica los finales e inicios de las diferentes etapas de mi existencia. O puede que no encierre ningún significado oculto y llevo cinco años malgastando tiempo y neuronas para tratar de hallar un sentido inexistente a la repetición de ese número en momentos trascendentales de mi vida.
Fruto de la casualidad, coincidencia o no, nos dirigimos hacia el aeropuerto de Aberdeen en la mañana de un 20 de diciembre frío y gris. La tristeza me acompaña. ¿Quién lo iba a decir hace menos de un año? Cuando me mudé allí, la ciudad de granito no me cautivó. Al principio la aborrecía tanto que me sorprende ahora esta añoranza anticipada que siento. Pero sí, la voy a echar de menos.
Ha sido una última noche extraña. A las cuatro y media de la mañana, la llamada de una agente de traslados canadiense, despistada con la cuestión del cambio horario, nos ha despertado. No he podido recuperar el sueño. A las 7 ha saltado la alarma del despertador, inútil aviso que nos ha encontrado ya despejados y en nuestros oídos ha sonado como un silbato, el pistoletazo que señalaba la salida de nuestro éxodo.
Estamos ya en el aeropuerto, esperando el primer vuelo de los cuatro que nos aguardan en los siguientes dos días. En mi estómago, aparece la acostumbrada excitación que me asalta ante la perspectiva de volar, a la que se añade la inquietud natural de enfrentarse a lo desconocido.
Esta noche aterrizamos en Toronto, previa escala de casi 4 horas en Heathrow (odio la terminal 5 de este aeropuerto, esa inmensa jaula de cristal de la que es imposible salir y en la que el aire se reconcentra y se vuelve espeso por la falta de renovación). Esta noche pisaremos por vez primera nuestro nuevo país, embarcándonos en la aventura canadiense, inaugurando una nueva etapa en nuestra vida familiar. Los Walker a la conquista de Canadá.
Fruto de la casualidad, coincidencia o no, nos dirigimos hacia el aeropuerto de Aberdeen en la mañana de un 20 de diciembre frío y gris. La tristeza me acompaña. ¿Quién lo iba a decir hace menos de un año? Cuando me mudé allí, la ciudad de granito no me cautivó. Al principio la aborrecía tanto que me sorprende ahora esta añoranza anticipada que siento. Pero sí, la voy a echar de menos.
Ha sido una última noche extraña. A las cuatro y media de la mañana, la llamada de una agente de traslados canadiense, despistada con la cuestión del cambio horario, nos ha despertado. No he podido recuperar el sueño. A las 7 ha saltado la alarma del despertador, inútil aviso que nos ha encontrado ya despejados y en nuestros oídos ha sonado como un silbato, el pistoletazo que señalaba la salida de nuestro éxodo.
Estamos ya en el aeropuerto, esperando el primer vuelo de los cuatro que nos aguardan en los siguientes dos días. En mi estómago, aparece la acostumbrada excitación que me asalta ante la perspectiva de volar, a la que se añade la inquietud natural de enfrentarse a lo desconocido.
Esta noche aterrizamos en Toronto, previa escala de casi 4 horas en Heathrow (odio la terminal 5 de este aeropuerto, esa inmensa jaula de cristal de la que es imposible salir y en la que el aire se reconcentra y se vuelve espeso por la falta de renovación). Esta noche pisaremos por vez primera nuestro nuevo país, embarcándonos en la aventura canadiense, inaugurando una nueva etapa en nuestra vida familiar. Los Walker a la conquista de Canadá.
Recién llegados a Toronto y tras ocho horas y media encerrados en un avión (del que desciendo con un indisimulado orgullo de madre, al recibir las felicitaciones de la tripulación por el comportamiento ejemplar de Aidan), nos espera el trámite de inmigración. Gestión ineludible y necesaria para obtener las visas de trabajo. Si nos ponen pegas y nos las deniegan, nos tocará deshacer el camino recorrido y regresar a Escocia. Superado el control de pasaportes, nos mandan directos al departamento de inmigración, una sala enorme enmoquetada en azul y con una hilera interminable de mostradores distribuidos en reducidos cubículos. Derrotados por el viaje y el jet-lag nos ponemos a la cola, por suerte, sólo hay una persona delante de nosotros. Nos avisan de que es nuestro turno y nos indican adonde dirigirnos. Detrás de una cabina sin cristales que nos separen de la agente que nos atiende, nos encontramos cara a cara con una mujer de uniforme, corpulenta, que aparenta unos cincuenta y pico y nos recibe con una parca expresión, cercana a la severidad. Nos pide los pasaportes y la documentación previa que la empresa, al tratarse de un tránsfer internacional, nos facilitó de antemano. Con el legajo de documentos en la mano, se toma su tiempo para examinar con detalle el registro de nacimiento de Aidan, la declaración notarial de “common law partners” (que me otorga el derecho a mi propia visa de trabajo) y se entretiene comparando las fotos que aparecen en los pasaportes con nuestros rostros actuales (¡nada que ver!). Empieza el interrogatorio, sin apartar la vista de los papeles, y somete a Joe a una batería de preguntas sobre el trabajo que va a desempeñar en Canadá. Físicamente no se parece en nada a Frances McDormand, pero su actitud flemática me trae a la memoria el personaje de Marge Gunderson, la jefa de policía embarazada de Fargo. Cuando se levanta para recoger un formulario, se lo comento a mi chico en tono jocoso. “Ningún chiste hasta que nos concedan las visas”, responde todo serio. Aidan empieza a removerse en la Boba y lo saco con intención de ponerlo en el suelo y que gatee un poco. “Voy a dejar que se mueva por aquí, que estará harto de estar quieto, después de tanto avión”, le digo a Joe en voz alta. La agente, que hasta el momento no se había salido de su papel distante y profesional, se suelta de repente: “I wouldn’t do it, if he was my child. Not on THAT floor” (“Yo no lo haría si fuera mi hijo. No en ESE suelo”), enfatizando el “THAT”. Parece que con su advertencia de madre a madre el escenario se suaviza. Me voy al baño a cambiarle el pañal a Aidan y cuando vuelvo, Joe se aferra a nuestros visados recién conseguidos (no sea que se vayan a echar atrás y nos los revoquen) y mantiene una animada conversación con la mujer sobre la maternidad y lo bonito y difícil que resulta cuando los niños tienen la edad del nuestro. Ella nos habla de su “baby” de 29 añacos y de su “princess” de 26, refiriendo anécdotas sobre su infancia. Al final, con el respeto que nos habían infundido acerca de la tramitación de las visas, todo se resuelve en un ambiente distendido y salimos de la sala entre sonrisas y con una sensación muy reconfortante. Ya nos podemos considerar residentes oficiales de Canadá, con toda legalidad.
*Nota: Esta entrada y las siguientes hasta que logre ponerme al día, son transcripciones de los apuntes que he ido tomando desde que salimos de Escocia.
*Nota: Esta entrada y las siguientes hasta que logre ponerme al día, son transcripciones de los apuntes que he ido tomando desde que salimos de Escocia.
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