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    La vida es muy peligrosa. Por las personas que hacen el mal, y por las que se sientan a ver lo que pasa.
    Albert Einstein (versión SaiZa)

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    No os quedéis impasibles ante las injusticias y las mentiras. Si algo no os gusta, decidlo sin miedo. Por mucho que la gente corrupta de lo políticamente correcto parezca imponer un silencio, ¡no calléis! Pues es mucho lo que está en juego:
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    No te dejes vencer por el desaliento

    No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños.No te dejes vencer por el desaliento.No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte,que es casi un deber.No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.No dejes de creer que las palabras y las poesías sí pueden cambiar el mundo.Pase lo que pase nuestra esencia está intacta. Somos seres llenos de pasión.La vida es desierto y oasis.Nos derriba, nos lastima, nos enseña, nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia.Aunque el viento sople en contra, la poderosa obra continúa:Tú puedes aportar una estrofa. No dejes nunca de soñar, porque en sueños es libre el hombre.No caigas en el peor de los errores: el silencio.La mayoría vive en un silencio espantoso.No te resignes. Huye."Emito mis alaridos por los techos de este mundo",dice el poeta.Valora la belleza de las cosas simples.Se puede hacer bella poesía sobre pequeñas cosas, pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.Eso transforma la vida en un infierno.Disfruta del pánico que te provoca tener la vida por delante.Vívela intensamente, sin mediocridad.Piensa que en ti está el futuro y encara la tarea con orgullo y sin miedo.Aprende de quienes puedan enseñarte.Las experiencias de quienes nos precedieron de nuestros "poetas muertos", te ayudan a caminar por la vida.La sociedad de hoy somos nosotros. Los "poetas vivos".No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas… Walt Whitman.Versión de: Leandro Wolfson

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Fallece Mari Carmen Cuesta, "la peque". Amiga sobreviviente de las Trece Rosas.


Adiós a una de las últimas rosas de la Juventud Socialista Unificada.
Fallece en Valencia a los 87 años Mari Carmen Cuesta, la 'peque', que sobrevivó al trágico suceso de las 13 Rosas fusiladas por la represión franquista
PUBLICO.ES Madrid 17/10/2010 13:12 Actualizado: 17/10/2010 15:23

Mari Carmen Cuesta fue testigo de excepción de la crueldad con la que la dictadura franquista represalió a aquellos que no cometieron mayor delito que el de pertener al partido político que más se acercaba a su ideal de vida.

Al igual que las que fueron sus compañeras de prisión en la madrileña y abarrotada cárcel de mujeres de Ventas, Mari Carmen, la 'peque', militaba en la Juventud Socialista Unificada, motivo por el cual fue apresada y privada varios años de libertad.

A su salida de la cárcel, fue expulsada de Madrid, lo que la llevó hasta Valencia donde falleció ayer a los 87 años.

Como "muy buena persona y muy activa" la recuerda Gervasio Puerta, presidente de la Asociación de de Ex Presos y Represaliados Políticos Antifranquistas, entidad en la que Mari Carmen militó de forma "muy laboriosa", ha explicado Gervasio a Público.es.

Juventud entre barrotes
Mari Carmen, la joven activista de Madrid, fue detenida por la Policía franquista y encarcelada en 1939 junto a un grupo de militantes de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) cuando tenía 16 años. Durante escasos meses compartió prisión en Ventas con sus compañeras y amigas de la organización política ya que pronto la injusticia y la sinrazón la separaron del trágico final que la dictadura tenía reservado para las muchachas madrilenas de la JSU.

El padre de Mari Carmen fue fusilado y sus restos aún los busca su hermana Ángela, de 91 años.
El 5 de agosto, trece jóvenes mujeres, entre las que había 7 menores de edad, fueron fusiladas por pertenecer a esta organización en el paredón del Cementerio del Este (hoy cementerio de la Almudena, nombre con el que lo rebautizó Franco).

Tras su ejecución, las jóvenes pasaron a la historia con el nombre de 'Las Trece rosas'. En realidad fueron 14 porque Antonia Torres, que se libró en ese momento porque en su expediente figuraba como 'Antonio', corrió la misma suerte meses después, en febrero de 1940.

Su historia fue reconstruida hace unos años en la novela de Carlos Fonseca, adaptada más tarde al cine. Carmen, al que el grupo de mujeres conocía como la 'peque' por ser la menor de todas ellas, fue condenada a 12 años y desterrada a 350 kilómetros de Madrid al recobrar la libertad. Fue entonces cuando comenzó su nueva vida en Valencia donde vivió con su hermana Angelita, que también había sido detenida y posteriomente liberada por no pertenecer a las JSU.

Búsqueda del padre
El drama de estas hermanas fue más allá de su reclusión en la cárcel de Madrid. Al padre lo fusilaron junto a otros 17 presos, y otro de los hermanos, piloto de la República, también fue encarcelado. Precisamente su hermana Angelita, de 91 años, sigue luchando por encontrar los restos de su padre.

La muerte de Mari Carmen ayer en Valencia, uno de los últimos testigos de esos primeros episodios de represión, ha conmocionado a representantes políticos de la izquierda como la Fundación Trece Rosas que, en palabras de su Presidente José Cepeda (PSM), la ha recordado como "una mujer irrepetible que con su aportación a la memoria colectiva de aquel hecho histórico, ha permitido que millones de españoles, 70 años más tarde, conozcan esa parte de la historia que estuvo silenciada por el caudillo".

"Su nombre, sus ideas, su lucha, su trabajo hoy están más vigentes que nunca en Madrid, en España y en el mundo; y su memoria al igual que la de su padre y sus compañeras de las Juventudes Socialistas Unificadas, jamás será borrada ya de la historia" concluyó Cepeda, rememorando las palabras que dejó escritas una de las rosas, Julia Conesa, antes de morir: "Que mi nombre no se borre de la historia".

Videos Homenaje Trece Rosas


Una vez más gracias a la generosidad y el empeño de Memoria y Libertad por difundir estos videos del homenaje a las Trece Rosas y 43 claveles celebrado este 05 de Agosto, pero me refiero al homenaje sincero de sus camaradas de lucha, como Concha Carretero, Paquita Martín y muchos amigos más. ¡Salud, Memoria y Libertad!

Video 1


Video2


Video3

Manipulación en el Homenaje a las Trece Rosas




Hoy mi primer pensamiento era, como se habría dado ayer el homenaje de las Trece Rosas en Madrid, por lo que lo primero era indagar por la red y leer los mensajes de los amigos que si asistieron, y quien mejor que Tomás Montero que siempre se involucra y lucha para que no se olvide ni a las victimas, ni a las familias. Y cual era mi sorpresa a leer varios mensajes y artículos, los cuales me dejaban perpleja por la cruel realidad y manipulación de los políticos, que les da igual jugar con la Memoria Histórica de los caídos por la República y la libertad, manipulando y siempre haciendo campaña en propio beneficio y sin importar el daño que hacen a los amigos, familias y testigos supervivientes de aquel horror, que tienen que ver y soportar la farsa e hipocresía a la que juegan los Políticos y algunas asociaciones, en este caso el Partido Socialista que sin contar con nadie, una hora antes del acto oficial de homenaje a las Trece Rosas, organizó un acto en el que participaron la Secretaria del PSOE, Leire Pajín, y el Secretario del PSM, Tomás Gómez, unos oportunistas, que no solo manipularon a su antojo la Memoria de las Trece Rosas, sino que también sustituyeron la placa anterior que había en recuerdo de las Trece Rosas y que consiguieron instalar en 1988 por su tenacidad las luchadoras de siempre, sustituida por otra placa por iniciativa únicamente del PSOE y de la Fundación Trece Rosas. Algo sin duda indignante para los allí presentes y sobretodo para sus compañeras, testigo vivo de como la hipocresía de un partido que ni siquiera representa lo que ellas defendían y por lo que fueron injustamente fusiladas sus compañeras, que además se aprovechan y manipulan la Memoria Histórica. Una vergüenza, pues cabe recordar que las Juventudes Socialistas Unificadas, en el momento en que las jóvenes fueron apresadas, eran una organización comunista.

Bueno y tras un acto lleno de hipocresía; llego el verdadero Homenaje a las Trece Rosas y 43 claveles que allí fueron asesinados ese 5 de Agosto de 1939, Homenaje que estuvo marcado por la lectura de un manifiesto en el que el PCE pedía "la anulación de todas las sentencias de los tribunales ilegales" y el enjuiciamiento de todos los delitos cometidos en los años de la dictadura.


Un acto sin duda sincero y por quienes verdaderamente vivieron de cerca el sufrimiento de aquella época y de como se llevaban a las Trece Rosas y a esos 43 claveles, recuerdos en primera persona por los supervivientes de aquella barbarie, que no solo en su 70 aniversario acuden a la cita para dar recuerdo a sus compañeros, sino que cada año y todos los días los tienen presentes en su Memoria, siendo ahora testigos de las infamias de algunos Políticos que pretenden fusilar de nuevo la Memoria de las Trece Rosas.

Por ello se ha creado un nuevo Grupo en Facebook, al que espero os unáis
Grupo:
Contra el secuestro de las Trece Rosas, unidad contra los crímenes

¡Salud, Memoria y Libertad!

Trece Mujeres que ya son leyenda


En este mes de Agosto, para mi, es un mes en el que las fechas están llenas de Memoria y tristeza, un ejemplo de muchos, es el día 01 de Agosto el fatídico día en que mataron a mi bisabuelo, junto a otros cuatro compañeros y cuatro días después con un año de antelación, segaron la vida de muchos hombres y la vida de las trece jóvenes conocidas como las trece rosas, Rosas que nunca se marchitarán, porque como expresa Julia Conesa en la que seria su ultima carta... sus nombres nunca se borrarán de la Historia. Por ellas y todas las victimas de la barbarie Franquista, no nos podemos permitir el lujo de Olvidar. Mi insistente recuerdo para todos los Olvidados.
¡Salud, Memoria y
Libertad!


13 Rosas para una Leyenda.
JESÚS RUIZ MANTILLA 30/09/2007

Su vida quedó truncada por una injusticia. Pero la historia las contempla como una leyenda antifranquista.

Son las Trece Rosas. Trece mujeres que murieron por un ideal y cuya historia ha llevado al cine Emilio Martínez Lázaro con un reparto de jóvenes actrices de futuro.

Las trece rosas fueron condenadas por el asesinato del comandante Gabaldón, algo que ni por asomo cometieron.

"Quería hacer ver en esta película lo buenos que eran unos sin necesidad de mostrar lo malos que eran los otros", Emilio Martínez Lázaro

"En los años del Frente Popular se produjo un despertar enorme de la juventud. Chicos de 16 años se consideraban implicados", Santiago Carrillo

"Estoy serena y firme hasta el último momento. Pero tened en cuenta que no muero por criminal ni por ladrona, sino por una idea", carta de Dionisia Manzanero a sus padres y hermanos.

"Carmen de Castro era una mujer extraña, muy hombruna. De ella recuerdo sus zapatos y el pelo tirante", Carmen Cuesta

"No guardes ningún rencor a quienes dieron muerte a tus padres, eso nunca. Las personas muy buenas no guardan rencor", Carta de Carmen Brisac a su hijo Enrique

Probablemente, Virtudes González y Elena Gil hubiesen hecho una carrera política soberbia, lo mismo que Nieves Torres o Pilar Bueno podrían haber contribuido como maestras a educar generaciones de jóvenes en libertad. Quizá, Carmen Barrero y Martina Barroso, con esa maña que se daban para coser por necesidad, hubieran podido montar una casa de costura o con el tiempo una buena firma de ropa con sus amigas Luisa Rodríguez de la Fuente y Dionisia Manzanero, que cuando posaba fusil en mano traslucía una belleza dura, de mujer decidida, casi modelo de rompe y rasga. Se hubieran asociado sin dudarlo con Ana López, que había estudiado corte y confección.

Joaquina López, en cambio, tenía vocación de enfermera, y Julia Conesa, gran deportista, acabaría por triunfar en la industria del turismo después de su experiencia como cobradora de tranvías, lo mismo que Adelina García, La Mulata, que tenía don de gentes. Blanca Brisac, en cambio, que nunca quebró su creencia firme en los principios de la Iglesia católica, administraba el dinero que ganaba su marido músico, Enrique García Mazas, sin estrecheces dignas de mención, y vislumbraba una vida sencilla y decente, a pesar de que las bombas no dejaban de sobresaltarla.

Lo que está fuera de toda duda es que el hijo de ambos, Enriquito, con nueve años entonces, hubiese sido mucho más feliz si no se hubiese enterado a las bravas de que a su padre, a su madre ?y a las demás? los fusilaron sin contemplaciones, ni garantías, ni juicios justos la polvorosa y sucia mañana del 5 de agosto de 1939 con el único abrigo de la tapia del cementerio del Este, hoy de la Almudena, a la espalda.

"¡Y si hubieses estado tú en casa, también te habrían matado, por ser hijo de rojos!", le dijo un sádico oficialón sin miramientos al niño cuando, harto de sospechas, se lar-gó a las Salesas para preguntar por ellos, ya que sus tías se empeñaban en ocultarle el destino trágico que les había sorprendido a lo tonto, de manera injusta, como en una lotería macabra que acaba de sopetón con el sueño nebuloso de la felicidad. Pegada a la pared hay ahora una placa que las recuerda, y que resalta junto al ladrillo rojo en el que todavía se pueden percibir los agujeros de algún disparo perdido.

Ése fue el futuro truncado de las Trece Rosas, un grupo de mujeres comprometidas, muchas afiliadas a las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) ?una organización que llegó a contar con 500.000 miembros, según su secretario general, Santiago Carrillo?, que, sin necesidad de conexiones entre sí y sin tener entre muchas de ellas el gusto de conocerse apenas, fueron fusiladas en grupo para hacerlas expiar un crimen, el del comandante Isaac Gabaldón; su conductor, José Luis Díaz Madrigal, y su hija Pilar, de apenas 18 años. Fue algo que jamás, ni por asomo, cometieron, y del que investigaciones posteriores señalaron como culpables a los servicios secretos de Franco. El militar, que fue sorprendido en la carretera de Extremadura por unos pistoleros mientras viajaba de Madrid a Talavera de la Reina, poseía una lista negra de rojos y masones en la que podía haber algún mando del régimen reconvertido después, quien sabe si por convencimiento o por instinto de supervivencia, a los principios del Movimiento, algo que puso a unos cuantos en alerta.

Así que pagaron justos por pecadores, y rápido, bien rápido. A las bravas y sin miramientos. Franco no iba a desaprovechar una oportunidad así para dar un escarmiento general. Detuvieron como sospechosas casi a 400 personas, por si acaso. Fue uno de los episodios más aberrantes de la historia reciente, con mensaje truculento para los enemigos del nuevo régimen implantado. Un aviso de lo más bárbaro, que no se paraba en el hecho de que varias de las sentenciadas fueran menores de edad, para dar parte al enemigo resistente entonces dentro del país de que la represión comenzaba a ir en serio.

Ahora, esa historia de futuros truncados, de vidas rotas y caminos que van a dar al barranco ha sido filmada, reivindicada, elevada a la senda de la memoria gracias al cine. Lo ha hecho Emilio Martínez Lázaro con una película más que emocionante, en la que se da cuenta de una de esas historias con categoría de símbolo, con una carga de lección que no debe dejarse evaporar de la memoria; algo a lo que también se han aplicado con dedicación en la fundación que lleva su nombre, y que fue creada en 2005 en Madrid.

Sería imposible y mezquino que cayera en el olvido. En eso han puesto su empeño varios, desde Carlos Fonseca, que escribió un libro memorable y de referencia sobre el drama, Trece rosas rojas (Temas de Hoy), hasta Verónica Vigil y José María Almela, autores del documental Que mi nombre no se borre de la historia, o novelistas como la desaparecida Dulce Chacón, que las rindió homenaje en su obra La voz dormida (Alfaguara), un emocionante relato sobre la suerte que corrían las reclusas de la cárcel de Ventas, donde las Trece Rosas pasaron sus últimos días y noches durmiendo en petates sobre el suelo, o Benjamín Prado, que también en su libro Mala gente que camina (Alfaguara) no deja pasar la oportunidad de resucitarlas en la letra firme de su escritura comprometida.

Ahora, Martínez Lázaro las recupera para el cine en lo que puede ser la película de la temporada, para la que ha manejado un reparto de jóvenes y algunas experimentadas actrices que dan testimonio emocionado de todas aquellas mujeres. Desde Pilar López de Ayala, Marta Etura, Verónica Sánchez, Gabriella Pession o Nadia de Santiago, que encarnan a los personajes principales, cinco de las Trece Rosas en las que se centra la historia, hasta la enigmática, tan impenetrable como locuaz en la dureza de su rostro, Goya Toledo, que hace un papelón dando vida a Carmen de Castro, la directora de la cárcel entonces. "Era una mujer muy extraña", recuerda Carmen Cuesta hoy, la rosa número 14, que se libró del paredón por ser una niña con 15 años entonces, pero que no pudo evitar pasar cuatro años en cárceles de toda España por su militancia más que temprana en la JSU. "A veces parecía querer que fuéramos las más buenas del mundo para que no nos pasara nada. La recuerdo como un poco hombruna, con unos zapatos raros y el pelo tirante", asegura.

No la juzga, no la reprocha ningún mal. Su recuerdo de quien fuera guardiana de aquella primera avalancha de represión política coincide con el retrato que Martínez Lázaro y Goya Toledo han trasladado a la película. Cuadraba perfectamente con la intención del director. Esquivar el maniqueísmo: "Quería hacer ver en esta película lo buenos que eran unos sin necesidad de decir lo malos que eran los otros", afirma Martínez Lázaro. Un riesgo que según Marta Etura, la actriz que da vida a Virtudes González, podría haberse cometido y que ha quedado borrado por la fuerza humana de la historia. "Es lo que me convenció, la necesidad de contar sobre todo su experiencia interior, tan apasionante", afirma la actriz.

En lo que no puede evitar Carmen Cuesta la rabia, ni la impotencia, ni la emoción rasgada de quien sabe lo que marca un trauma es al rememorar la noche en que se las llevaron al paredón. "Estábamos durmiendo ya, las menores en un lado, separadas de las mayores. A media noche sentimos? Yo tenía a Victorita a mi lado; se levanta, coge el vestido, veíamos una luz opaca. Victorita se pone el vestido que tenía a sus pies y en ese momento se da cuenta de todo: 'Ay, Carmen, ¡me matan!', decía así, agarrada a mi cuello, y yo no podía, no podía?", dice hoy Carmen bañada en lágrimas, entrecortada, asaltada por el recuerdo vivo en sus ojos; un recuerdo fatal que le sale de dentro, que lleva marcado. "Lo tengo clavado en el alma, es muy grande, muy tremendo", afirma. El trauma, quiere decir.

Es algo que también ha afectado a quienes han hecho la película. La escena del fusilamiento fue de las más duras; esas que dan miedo al propio director, por la duda de saber si va a ser capaz de aguantar el torrente de emoción desbordada. "Fue muy complicado, acabaron llorando hasta los que habíamos traído para formar parte del pelotón", cuenta el director. Lo mismo dicen Pilar López de Ayala y Verónica Sánchez, que dan vida a Blanca Brisac y a Julia Conesa en la película: "Fue un momento raro. No lo abarcas, la cabeza no tiene mecanismos para acercarse a lo que es estar frente a un pelotón de fusilamiento, y la emoción aflora más de lo que necesitas", dice López de Ayala. "No tenía resortes para entenderlo, para pensar que eso es lo último que vas a ver", añade Verónica.

Carmen Cuesta se libró de aquello y quedó sola en la cárcel, sin sus amigas. A pesar de todo, antes de que sus mejores años quedaran amputados, presume de haber tenido una juventud feliz. Aunque, cuando lo cuenta, entiendas que es el consuelo de una época apenas colmada que sólo duró el principio de lo que generalmente conocemos como juventud. "Antes de entrar en la cárcel, hasta los 15 años, montaba en bicicleta, hacía natación; aprendí baile, claqué, porque estaban muy de moda Fred Astaire y Ginger Rogers, y pintaba", afirma. No lo hacía mal. Uno de sus murales lo enviaron a la Unión Soviética como regalo del 20º aniversario de la Revolución de Octubre, en 1937. "Allí lo vi luego en un museo de Moscú. Me hizo mucha ilusión", recuerda.

Su compromiso con la izquierda nació en Asturias. "Mi madre era asturiana, y pasábamos los veranos en Sama de Langreo. Aquel drama me marcó; vivíamos frente a la entrada de una mina y recuerdo la huelga como algo muy dramático". Eso la hizo afiliarse en la JSU, algo que le propuso Virtudes y que la dejó hacer su padre, que era del PCE, aunque tenía una tienda de coches en Recoletos. "Virtudes y su novio eran las mejores personas que he conocido, juntos veíamos todas las semanas películas soviéticas", rememora. Era en los días en los que la Cibeles sobrevivía como un símbolo intocable, con la arena al cuello, cubierta por completo para no ser enterrada por las explosiones. Madrid resistía las bombas como podía, y había que arrimar el hombro. "Nosotros vivíamos en Jorge Juan, y ahí bombardeaban poco porque había mucho enchufao", sentencia Carmen. "Pero en los demás barrios? Era horrible", afirma.

La guerra fue sólo el principio de su tragedia. Al menos, mientras estaban en lucha, conservaban una firme ilusión de victoria. Lo peor vino después: la derrota, la humillación, las delaciones, las farsas de los juicios, los interrogatorios, la cárcel, la represión? La ilusión de un país diferente al de la dictadura, arrasado. También el espíritu solidario y comprometido que hoy rememora Carrillo: !En los años del Frente Popular se produjo un despertar político enorme de la juventud. Chicas y chicos de 16 años se consideraban implicados, pero a esa edad no se puede coger un fusil, así que desempeñaron un papel muy grande en el terreno moral para la retaguardia!, asegura quien fuera su líder.

A pesar de eso, recién producida la derrota, no tardaron en ver cómo cambiaban las cosas con la entrada de los nacionales. Aquel Madrid de la resistencia, del "no pasarán", de la dignidad republicana, se transformó en una cloaca de delatores. Todos sospechaban de todos, nadie estaba a salvo de nadie. La hora de las venganzas y las revanchas había llegado. Las misas se instalaban en la calle y los falangistas obligaban a los viandantes a saludar a Franco con el brazo derecho en alto. Si a Blanca Brisac la denunciaron en el entorno de la familia de Juan Canepa, compañero de su marido, porque la creían miembro de la misma organización izquierdista que él, Carmen Cuesta tenía el peligro en casa: "A mí me denunciaron los porteros", afirma.

La intención del régimen era que nadie estuviera tranquilo, fomentar los pasos en falso para atraparles. Todos aquellos que no habían podido salir de Madrid y habían tenido algo que ver con la causa republicana, sencillamente simpatías, corrían riesgo absoluto. Algunos, pobres inocentes, se entregaban sin apenas temor ante ese anuncio que dieron los vencedores de que nada debían temer quienes no tuvieran las manos manchadas de sangre. Otros, más realistas, si no caían delatados a labios de compañeros por culpa de un interrogatorio de los que más vale no pararse a recordar, picaban como moscas en cualquiera de las trampas que les ponía la policía. Tanto en la película como en el libro de Fonseca relatan que a los detenidos les sacaban a pasear como anzuelos. Quien les saludaba o hacía ademán de conocerlos, al trullo.

Así detuvieron a un puñado de las Trece Rosas. El despiste, la seguridad de que una más que probable inocencia es suficiente para detener hasta al enemigo más acérrimo de cometer un acto injusto. Pero es que aquello no fue ni siquiera una injusticia, aquello fue la saña de un régimen vengativo que tenía metido en la frente sólo un objetivo: lo que para ellos era limpiar España de rojos, la aniquilación total de todo lo que no se plegara a la voluntad de Franco.

Aquella limpieza de espíritu, aquel idealismo de las Trece Rosas y de los jóvenes de la JSU es algo que Carrillo quiere resaltar: "En la guerra, su labor como enlaces, agitación, para el reclutamiento, fue crucial. Después, sus labores de solidaridad con compañeros escondidos, en la cárcel, en peligro, cuando por eso te fusilaban, como así ocurrió, fue impresionante", asegura el ex líder del PCE.

También ese aspecto fue de las cosas que más sedujeron a Martínez Lázaro para hacer la película. Para cambiar tan bruscamente del éxito de sus comedias El otro lado de la cama y Los dos lados de la cama, dos de los títulos más taquilleros del cine español, y adentrarse en el territorio de la tragedia histórica con Las Trece Rosas hay que hacer el viaje muy convencido. "Fueron unas auténticas pardillas, es verdad; con esa edad tenían la fuerza suficiente como para creer que podían enfrentarse a todo un aparato", asegura el director. Es eso precisamente lo que más le gusta: el heroísmo. "Cuando empecé a verlas como heroínas es cuando me convencí de que debía hacer esta película", asegura.

Más cuando en el bando republicano, hasta ahora, no se han podido contar muchas historias de ese carácter, con heroes anónimos, como indica Carlos Fonseca: "Las protagonistas de la historia siempre son personajes influyentes, políticos, militares? Lo más atractivo de las Trece Rosas es que eran personas con vidas normales, esa gente anónima de la que nadie se acuerda", cuenta el escritor. "Lo suyo permaneció en la memoria colectiva, en el boca a boca de la gente, de forma excepcional, como una leyenda", añade Fonseca. Hasta que tanto él como Martínez Lázaro y otros han podido narrar la verdad impresa o en imágenes.

"Tienes la espinita clavada de que estas cosas nunca se han contado, que siempre se han murmurado en voz baja. Yo no soy nada partidario del cine de denuncia; es más, me horroriza, creo que para eso están los periódicos y los libros de historia", afirma Martínez Lázaro. Aunque también sabe que es necesario encarar ciertas cosas. "Tenemos que hablar de esto, sacarnos los demonios. Además no es lícito, no vale el revisionismo sólo para un bando, no es justo que algunos arzobispos consigan sus mártires y los eleven a los altares en el Vaticano y no se puedan desenterrar los muertos de la represión".

Demasiados años permaneció callado Enrique García Brisac, por ejemplo. Demasiados años con un estigma. Hijo de rojos, huérfano de rojos. Le repateaba el hecho de que hasta parte de su familia se lo recriminara. "Tenía unas tías muy franquistas que me decían eso, que habían hecho muy bien con mis padres, que aquello se lo merecieron", cuenta. Todavía él no sabe por qué murieron. Todavía nadie le ha explicado de qué se les acusaba, qué pruebas hubo, qué daño hicieron. Ni siquiera puede leer la carta que su madre le dejó y que él guarda como un tesoro en una cartulina de plástico transparente:

Querido, muy querido hijo de mi alma. En estos últimos momentos, tu madre piensa en ti. Sólo pienso en mi niñito de mi corazón, que ya es un hombre, un hombrecito, y sabrá ser todo lo digno que fueron sus padres. Perdóname, hijo mío, si alguna vez he obrado mal contigo. Olvídalo, hijo, no me recuerdes así, y ya sabes que bien pesarosa estoy. Voy a morir con la cabeza alta sólo por ser buena; tú, mejor que nadie, lo sabes, Quique mío.
Sólo te pido que seas muy bueno, muy bueno siempre. Que quieras a todos y que no guardes nunca rencor a los que dieron muerte a tus padres, eso nunca. Las personas muy buenas no guardan rencor, y tú tienes que ser un hombre bueno, trabajador. Sigue el ejemplo de tu papachín. ¿Verdad, hijo, que en mi última hora me lo prometes? Quédate con mi adorada Cuca, y sé siempre para ella y mis hermanas un hijo. El día de mañana vela por ellas cuando sean viejitas. Hazte el deber de velar por ellas cuando seas un hombre. No digo más.

Tú padre y yo vamos a la muerte orgullosos. No sé si tu padre habrá confesado y comulgado, pues no le veré antes de mi presencia ante el piquete. Yo sí lo he hecho. Enrique, que no se te borre nunca el recuerdo de tus padres. Que te hagan hacer la comunión, pero bien preparado, tan bien cimentada la religión como me enseñaron a mí. Te seguiría escribiendo hasta el mismo momento, pero tengo que despedirme de todos. Hijo, hijo, hasta la eternidad. Recibe, después de una infinidad de besos, el beso eterno de tu madre, Blanca.

Todas las cartas que les permitieron escribir a las condenadas en la capilla, antes de partir hacia el paredón, muestran una fortaleza mayúscula. Como en el caso de Dionisia Manzanero, escrita con una carga de razón asombrosa para una joven de 20 años en una situación así. Son unas letras que Carlos Fonseca recoge en su libro:

Queridísimos padres y hermanos. Quiero, en estos momentos tan angustiosos para mí, poder mandaros las últimas letras para que durante toda la vida os acordéis de vuestra hija y hermana, a pesar de que pienso que no debiera hacerlo, pero las circunstancias de la vida lo exigen. Como habéis visto a través de mi juicio, el señor fiscal me conceptúa como un ser indigno de estar en la sociedad de la Revolución Nacional Sindicalista. Pero no os apuréis, conservar la serenidad y la firmeza hasta el último momento, que no os ahoguen las lágrimas; a mí no me tiembla la mano al escribir. Estoy serena y firme hasta el último momento. Pero tened en cuenta que no muero por criminal ni por ladrona, sino por una idea.

Cuando dieron las cuatro de la madrugada, según Fonseca, partió el camión que se las llevó, como ganado, a la tapia del cementerio. Aquella noche terminaron con la vida de todos aquellos injustamente represaliados, y prendieron en sus familias, sus amigos, sus compañeros un sentimiento de impotencia que no se les ha borrado nunca. Quizá por eso, Carmen Cuesta busca todavía hoy lo que le negaron durante muchas décadas. "El sosiego", dice.

De Ventas la trasladaron a varias cárceles más. "En Tarragona, unas monjas nos decían que nos iban a tirar por el barranco, por rojas", recuerda. Las amenazas no la achantaron jamás. Al contrario, incluso llegó a separarse de su marido porque no estaba de acuerdo en que militara en el PCE clandestino. "Y hasta hoy", dice, muy resuelta.

Pero aquel recuerdo de los malditos días en Ventas la persigue aún, como una pesadilla: "Todas esas contrariedades me han pateado mucho. Me hice fuerte, pero no te encuentras siempre con ánimo para afrontarlo. Desde entonces he vivido con una pena interior muy grande que no ha salido de ahí".

5 de Agosto del 1939 al 2008


Este día hubo como todos los años un merecido Homenaje a las jovenes fusiladas en 1939 contra la tapia Este del cementerio de Madrid simplemente por ser “rojas”, que con el tiempo serian conocidas como Las Trece Rosas. Pues bien tuve la suerte de encontrarme en Madrid para tan merecido Homenaje y a pesar de no llegar a tiempo para disfrutar de todo el acto, tuve el Honor de charlar y Felicitar a Nieves Torres, ya que por casualidades de la vida ese mismo día cumple años.
Tb tuve el placer de felicitar por su gran trabajo a Mirta Nuñez, la cual fue muy gentil conmigo.


Y como siempre alli estaban, Tomás y Eva al pie del cañon dando apoyo a todos. ¡Por todo muchísimas Gracias!; Y por aportar tantas historias y recuerdos, que son un legado para todos nosotros, yo desde ese Bosque del Recuerdo por el que tuve la delicia de pasear y que para mi fue un recuerdo a todas esas miradas que se perdieron en tantas tapias negras, quiero tb añadir la Historia de las Zapatillas de Martina Barroso, una de las Trece Rosas que fue asesinada ese triste 5 de Agosto de 1939.
LAS ZAPATILLAS DE MARTINA BARROSO.
Publicado por Eva en el Museo Virtual de la Memoria.
Martina Barroso, bordó en la cárcel de Ventas estas pequeñas alpargatas para su sobrina Lolita. Son el "no me olvidéis" de una mujer horas antes de ser ejecutada, y un legado para las mujeres de la familia que dan con ellas sus primeros pasos. Paloma las recibió de su madre y ésta es la primera vez que podemos verlas. (Fotografía envíada por su sobrina nieta, Paloma Masa Barroso)

"(...) ¿Qué es esto que me das, Martina? - acertó a decir Encarna. - Las he bordado con el hilo que he podido arañar del taller de labor. Son unas zapatillas de esparto con una mariposa bordada. Dáselas a mi sobrina Lolita, que dentro de unos pocos días cumplirá dos años. Son para ella y para la hija que tendrá. Para que caminen por el dilatado mundo que no conoceré. Que vivan la vida que no podré vivir.(...) (...) Estas zapatillas significan "no me olvidéis". Fueron su carta de despedida en la mañana del fusilamiento.Las cosió para mí, para ti. Para la hija que tendrás y para la hija de tu hija. Significan lo que tú quieras que signifiquen. Son tuyas igual que un día me pertenecieron a mí. Yo caminé un tramo de mi vida sobre ellas y tú misma, sin ahora recordarlo, también diste tus primeros pasos sobre ese esparto bordado a mano por una presa.(...) "
Paloma gracias por compartirlas con nosotros, y gracias a Eva por compartir conmigo su información, ya que me decia en uno de sus email que Paloma le habia prometido enviarle esta foto de las zapatillas de Martina. Y compartia conmigo la preciosa historia que le habia contado Paloma sobre las Zapatillas de su tia.
"dice que los hilos con los que están bordadas las mariposas, estan cuidadosamente dispuestos y nunca se encuentran el morado, el rojo y el amarillo, pero que sin embargo descubrió hace poco que el cordón con el que se atan, hecho de hilos retorcidos, "esconde" unas hebras moradas entre las rojas y amarillas, sin que se vean más que si las retuerces en sentido contrario".

Verdad que es increible, me quedo sin palabras, pero con Memoria. ¡Salud, Memoria y Libertad!

Al Final "La Saca"


Madre, madrecita, ten presente que muero por persona honrada»

Las violaciones o las descargas eléctricas en los pezones también estaban a la orden del día. Las que aún creían que su detención era una equivocación y que en unos días volverían a casa, comprendían, en medio de este almacén humano, que su final estaba cerca. Las más optimistas confiaban en que su petición de indulto fuese escuchada por Franco y que conmutase su pena de muerte por 30 años de cárcel. Ése era el camino para salvarse.

El único contacto de las reclusas con el exterior en estas semanas o meses eran las escuetas visitas familiares y, sobre todo, la correspondencia. Una correspondencia que debía eludir los controles penitenciarios siendo escondida en los paquetes con ropa que entregaban a sus seres queridos.

En esas cartas, las encarceladas hacían un ejercicio de autocontrol para no transmitir a sus familias todas las penurias que estaban viviendo. Así lo hacía Julia Conesa incluso un día antes de su fusilamiento, en su penúltimo contacto con su madre. A ella le decía: «Mamá, no pienses en nada, que todo se arreglará y pronto nos abrazaremos. Mira, yo río y canto y no pienso en nada». Sin embargo, dejaba entrever la angustiosa situación tan sólo unas lineas más abajo: «Mamá, necesito avales para que vayan junto con firmas de los vecinos y ve a ver a todas las personas que conozcas, pues es de mucha urgencia lo nuestro». Una petición de ayuda difícil de responder, pues en esos tiempos pocos se atrevían a dar la cara por alguien acusado de pertenecer al bando republicano.

Al final, «la saca»
De nada sirvieron los ruegos. Joaquina y Julia fueron fusiladas, tal y como estaba previsto, el día 5 de agosto.
Aquella noche calurosa despertaron sobresaltadas por el sonido de los cerrojos y los pasos de las funcionarias. Era un «ritual» que ya habían visto llevar a cabo con otras compañeras antes de su último viaje. La directora y su lugarteniente recorrían las dependencias buscando a aquellas que componían «la saca», la lista de las condenadas a muerte, «Las trece rosas», trece mujeres idealistas, la mitad de ellas menores de edad, la mayor, de 29 años.

Juntas recorrieron los últimos metros de su vida. Primero, hacia la capilla de la prisión, donde se confesaron y escribieron cartas de despedida para las familias. Después, una a una, atravesaron la puerta de la cárcel para subir al viejo camión que las llevaría hacia su destino final. Eran las 4 y media de la mañana y en apenas 15 minutos recorrieron los 500 metros que las separaban del cementerio del Este. Allí se bajaron del camión y comprobaron sobre el muro del camposanto lo que hasta ese momento se habían negado a comprender.

Puestas en línea sobre la pared, lo último que pudieron oír fue el estruendo de una descarga de balas sobre sus cuerpos cuando apenas comenzaba a despuntar el día.

El resto tan sólo lo pudieron escuchar sus compañeras de encierro, que, desde Ventas, contaron los tiros de gracia con los que remataron a las jóvenes. Uno, dos, tres... hasta trece. «Las trece rosas» habían muerto.

Sin embargo, el último deseo de una de ellas, Julia Conesa, se cumplió, a pesar de lo que hubiesen querido sus ejecutores. Se lo hacía saber a su madre en esa última misiva escrita antes de morir: «Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermano y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. (...) Que mi nombre no se borre en la historia».

La sobrina nieta de Julia, Constanza Paje, siempre lo supo, pese a que nunca pudo hacer preguntas: «Durante muchos años éste era un tema del que no se podía hablar. Equivalía a hablar de su muerte». Con el paso del tiempo, las preguntas van obteniendo respuestas teñidas de sufrimiento y de dignidad: «Es algo doloroso, injusto, que produce rabia y mucha impotencia. No había hecho nada malo. Por esto he visto llorar muchas veces a mi abuela».

Este dolor y, sobre todo, el empeño de los propios familiares ha hecho que la última voluntad de Julia Conesa, que su nombre no se borre de la historia, se haya cumplido.

Constanza asegura que todos estos detalles van saliendo a la luz «gracias al esfuerzo de algunas instituciones y de las propias familias, que no querían que esto se olvidase».

¿Y el perdón? ¿Hay sitio para el perdón hacia aquellos que mataron a Julia, a Joaquina y a tantas otras?
«Sí se perdona, pero con mucha capacidad de sacrificio y de tragarse todo el dolor. El ser humano es capaz de muchas cosas. No hay nada más destructivo...», afirma Constanza, que también es pesimista en cuanto a nuestra capacidad de aprender de los errores: «No aprendemos. Seguimos enviando gente a morir en las guerras».

Trece nombres para no olvidar


DOLOR Y MUERTE EN 1939
Trece nombres para no olvidar
ÁNGELA LÓPEZ

La represión franquista dejó sucesos tan dramáticos que, lejos de perderse en el olvido, se han convertido en mito. Es el caso de trece chicas fusiladas en 1939 contra la tapia de un cementerio de Madrid simplemente por ser “rojas”, siete de ellas, menores de edad. Sus nombres quedan hoy tatuados definitivamente en la Historia gracias a ‘Trece rosas rojas’ (Temas de hoy), de Carlos Fonseca.

Trece mujeres rojas

Carmen Barrero Aguado, Martina Barroso García, Blanca Brissac Vázquez, Pilar Bueno Ibáñez, Julia Conesa Conesa, Adelina García Casillas, Elena Gil Olaya, Virtudes González García, Ana López Gallego, Joaquina López Laffite, Dionisia Manzanero Salas, Victoria Muñoz García y Luisa Rodríguez de la Fuente. Son las trece rosas que el periodista Carlos Fonseca homenajea, recordando el 5 de agosto de 1939 en que el castigo franquista se cobró la vida de estas mujeres, que ha agotado ya la primera edición.

A pesar de que la resistencia republicana se encontraba prácticamente aniquilada, algunos grupos que no habían podido, o no había querido exiliarse, organizaron su última lucha en Madrid. Los golpistas, por su parte, iniciaron el asentamiento final mediante una selectiva serie de asesinatos y torturas. Entre los múltiples detenidos se encontraban ellas. Fonseca ofrece así una visión personal de la realidad de los perdedores, mientras rescata la situación social de este trágico episodio del Franquismo.

El dramatismo de esta narración se palpa especialmente en las cartas que las protagonistas enviaron desde prisión. Aunque el autor se ha valido también archivos y documentos familiares, militares o jurídicos, además del testimonio de personajes que compartieron la tragedia con algunas de las protagonistas.

Un último deseo

Es el caso de María del Carmen Cuesta, octogenaria y superviviente, que da su estremecedor testimonio para dar idea del calvario por el que muchos presos pasaron antes de ser fusilados: “Yo tenía 15 años cuando me detuvieron pero era valiente. Me llevaron junto a otras compañeras, entre las que estaba Virtudes, a la comisaría de Jorge Juan, donde estuvimos 10 ó 15 días. Nos interrogaban de madrugada para que no pudiésemos conciliar el sueño, y a los tres o cuatro días de estar allí empezamos a oír gritos estremecedores, espantosos, de compañeras que pasaban por los baños de agua fría, por las anillas eléctricas ».

Las trece mujeres vivieron en el dolor hasta la madrugada del 5 de agosto, cuando fueron recogidas por un camión para ser llevadas hasta el paredón de la muerte. Fueron condenadas a la pena máxima por un Consejo de Guerra, acusadas por un delito de “adhesión a la rebelión”.

Una de ellas, Julia Conesa Conesa, tuvo tiempo sin embargo, de escribir una carta a su familia, el que sería su último mensaje: “ Madre, hermanos, con todo el cariño y entusiasmo os pido que no me lloréis nadie. Salgo sin llorar. Me matan inocente, pero muero como debe morir una inocente. Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija, que ya jamás te podrá besar ni abrazar”. Una carta que Julia concluye pidiendo un último deseo:
Que mi nombre no se borre en la historia”.

LAS HEROINAS


LAS HEROINAS
Carmen Barrero Aguado, Martina Barroso García, Blanca Brissac Vázquez, Pilar Bueno Ibáñez, Julia Conesa Conesa, Adelina García Casillas, Elena Gil Olaya, Virtudes González García, Ana López Gallego, Joaquina López Laffite, Dionisia Manzanero Salas, Victoria Muñoz García y Luisa Rodríguez de la Fuente, que así se llamaban Las Trece Rosas, no habían cometido más delito que defender la legalidad republicana contra el alzamiento militar del 36 y todas, salvo Blanca, la mayor de ellas con 29 años y la única casada y con un hijo de 11, militaban en la JSU, en el PCE, o en ambas organizaciones a la vez. Ni eran protagonistas ni lo pretendían, aunque los acontecimientos les reservase ese papel.

Todo comenzó a finales de febrero de 1939, cuando el Buró Político, máximo órgano de dirección del PCE, se reunió por última vez en Madrid para decidir qué hacer en caso de que la capital cayera en manos de las tropas franquistas, algo que parecía cada día más próximo. La decisión fue preparar la evacuación del mayor número posible de dirigentes y dejar la organización en manos de militantes de segundo nivel con la intención de que la mantuvieran con vida. Su tarea sería ayudar a los compañeros que quedaran en el interior, mientras desde el exilio se esperaban acontecimientos y se decidía qué hacer.

Cuando el 28 de marzo las tropas nacionales entraron en la capital, la práctica totalidad de dirigentes comunistas se encontraban ya fuera del país y un grupo de muchachos, que se habían batido contra el enemigo en los frentes de Brunete y Guadalajara, se hizo cargo del partido y de la JSU. Ayudar a los camaradas presos y a sus familias, esconder a los perseguidos e intentar recomponer los restos de la derrota era su único objetivo.

Como relata Nieves Torres, una de las protagonistas, «lo principal en aquellos momentos era esconderse, y después ver si la gente a la que conocías y lograbas localizar estaba dispuesta a seguir en la lucha. Yo me coloqué a servir en casa de unos señores de Cuenca que vivían en la calle Goya. Eran franquistas y yo me decía ¡bendita sea dónde te has metido!, pero estaba contenta porque tenía un sitio fijo para comer y dormir, y de vez en cuando paseaba por la calle por ver si me encontraba con alguien. Se trataba de ir captando a jóvenes y de reorganizar la JSU, ni más ni menos».

Madrid era una ciudad inhóspita y peligrosa para los enemigos del régimen, en la que las delaciones estaban a la orden del día. Denunciar era una obligación patriótica, una forma de extirpar el cáncer del comunismo y, sobre todo, la manera más clara y directa de demostrar la adhesión al nuevo Estado. La capital era barrida calle por calle en busca de enemigos de la patria con un odio sin precedentes.


TORTURADOS
Y así fue como la Policía franquista llegó hasta José Pena Brea, un muchacho de 21 años que había asumido la secretaría general de la JSU por decisión de sus compañeros. Fue conducido a la comisaría del Puente de Vallecas, y allí torturado durante días hasta que contó todo lo que sabía para acortar su sufrimiento a un precio enorme. En días sucesivos fueron cayendo todos sus compañeros que fueron, a su vez, fuente de nuevas revelaciones.Las Trece Rosas estaban entre los numerosos detenidos.

«Yo tenía 15 años cuando me detuvieron -cuenta María del Carmen Cuesta, hoy octogenaria- pero era valiente. Me llevaron junto a otras compañeras, entre las que estaba Virtudes, a la comisaría de Jorge Juan, donde estuvimos 10 ó 15 días. Nos interrogaban de madrugada para que no pudiésemos conciliar el sueño, y a los tres o cuatro días de estar allí empezamos a oír gritos estremecedores, espantosos, de compañeras que pasaban por los baños de agua fría, por las anillas eléctricas ».

Las corrientes eléctricas en pechos, muñecas y en los dedos de los pies y manos fue una práctica normal con los detenidos políticos, copiada de los miembros de la Gestapo alemana que se desplazaron a España. Torturas físicas que en el caso de las mujeres se complementaban con vejaciones que buscaban su derrumbe psicológico. Muchas de ellas fueron peladas al cero, e incluso les raparon las cejas para desposeerlas de su feminidad.

Su destino final fue la prisión de Ventas, la moderna prisión de ladrillos rojos y paredes encaladas inaugurada en 1933 como un centro pionero para la reinserción de reclusas, que los vencedores transformaron en un enorme almacén humano en el que se hacinaban 4.000 mujeres cuando su capacidad máxima era de 450.

Los talleres, los pasillos y hasta los váteres hacían las veces de dormitorios para una multitud en la que convivían madres con hijos, ancianas y muchachas casi niñas. Se comía sólo una vez al día y cuando te tocaba, que podía ser por la mañana o de madrugada, un caldo negro que se obtenía de cocer vainas de habas. Hacinadas y con el hambre como compañera, la sarna y los parásitos se comían a las internas, y la avitaminosis les provocaba enormes llagas en la piel. Dolencias agravadas por la ausencia de unas mínimas condiciones de higiene.

Así vivieron Las Trece Rosas hasta que la madrugada del 5 de agosto el runruneo de un camión viejo y destartalado les anunció que venían a por ellas. Dos días antes fueron condenadas a muerte por un Consejo de Guerra acusadas de un delito de «adhesión a la rebelión», y había llegado el momento de ejecutar la sentencia.

Julia Conesa Conesa, de 19 años, tuvo tiempo de escribir una última carta a su familia que decía así:
“Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija que ya jamás te podrá besar ni abrazar… Que no me lloréis. Que mi nombre no se borre de la historia”. Fueron éstas las últimas palabras que dirigiría a su familia una muchacha de 19 años llamada Julia Conesa. Corría la noche del 4 de agosto de 1939. Hacía cuatro meses que había terminado la Guerra Civil. Madrid, destruida y vencida tras tres años de acoso, de bombardeos y resistencia ante el ejército sublevado, intentaba adaptarse al nuevo orden impuesto por el general Franco, un régimen que iba a durar cuatro décadas.

En el ambiente de ese verano de posguerra –tristísimo para unos y glorioso para otros–, se mezclaban las ruinas de los edificios y la pobreza de sus pobladores con las dolorosas secuelas físicas y psicológicas de la contienda. Y, sobre todo, abundaban ya la propaganda y la represión. El día a día de la capital estaba marcado por las denuncias constantes de vecinos, amigos y familiares; por la delación, los procesos de depuración en la Administración, en la Universidad y en las empresas; por las redadas, los espías infiltrados en todas partes, las detenciones y las ejecuciones sumarias. En junio habían comenzado, incluso, los fusilamientos de mujeres. “Españoles, alerta. España sigue en pie de guerra contra todo enemigo del interior o del exterior, perpetuamente fiel a sus caídos. España, con el favor de Dios, sigue en marcha, una, grande, libre, hacia su irrenunciable destino…”, voceaban las radios de Madrid. “Juro aplastar y hundir al que se interponga en nuestro camino”, advertía Franco en sus discursos.

Sería aquélla la última carta de Julia Conesa. Y ella lo sabía. Porque, junto a otras catorce presas de la madrileña cárcel de Ventas, había sido juzgada el día anterior en el tribunal de las Salesas. “Reunido el Consejo de Guerra Permanente número 9 para ver y fallar la causa número 30.426 que por el procedimiento sumarísimo de urgencia se ha seguido contra los procesados (…) responsables de un delito de adhesión a la rebelión (…) Fallamos que debemos condenar y condenamos a cada uno de los acusados (…) a la pena de muerte”, dice la sentencia. A Julia la acusaban hasta de haber sido “cobradora de tranvías durante la dominación marxista”.


Carmen Barrero Aguero (20 años, modista). Trabajaba desde los 12 años, tras la muerte de su padre, para ayudar a mantener a su familia, que contaba con 8 hermanos más, 4 menores que ella. Militante del PCE, tras la guerra, fue la responsable femenina del partido en Madrid. Fue detenida el 16 de mayo de 1939.

Martina Barroso García (24 años, modista). Al acabar la guerra empezó a participar en la organización de las JSU de Chamartín. Iba a la Ciudad Universitaria a buscar armas y municiones (lo que estaba prohibido). Se conservan algunas de las cartas originales que escribió a su novio y a su familia desde la prisión.

Blanca Brisac Vázquez (29 años, pianista). La mayor de las trece. Tenía un hijo. No tenía ninguna militancia política. Era católica y votante de las derechas. Fue detenida por relacionarse con un músico perteneciente al Partido Comunista. Escribió una carta a su hijo la madrugada del 5 de agosto de 1939, que le fue entregada por su familia (todos de derechas) 16 años después. La carta aun se conserva.

Pilar Bueno Ibáñez (27 años, modista). Al iniciarse la guerra se afilió al PCE y trabajó como voluntaria en las casas-cuna (donde se recogía a huérfanos y a hijos de milicianos que iban al frente). Fue nombrada secretaria de organización de Radio Norte. Al acabar la guerra se encargó de la reorganización del PCE en ocho sectores de Madrid. Fue detenida el 16 de mayo de 1939.

Julia Conesa Conesa (19 años, modista). Nacida en Oviedo. Vivía en Madrid con su madre y sus dos hermanas. Una de ellas murió de pena (por la muerte de su novio en las guerrillas) estando ella detenida. Se afilió a las JSU por las instalaciones deportivas que presentaban a finales de 1937 donde se ocupó de la monitorización de estas. Pronto se empleó como cobradora de tranvías, ya que su familia necesitaba dinero, y dejó el contacto con las JSU. Fue detenida en mayo de 1939 siendo denunciada por un compañero de su "novio". La detuvieron cosiendo en su casa.

Adelina García Casillas (19 años). Militante de las JSU. Hija de un guardia civil viudo. Le mandaron una carta a su casa afirmando que sólo querían hacerle un interrogatorio rutinario. Se presentó de manera voluntaria, pero no regresó a su casa. Ingresó en prisión el 18 de mayo de 1939.

Elena Gil Olaya (20 años). Ingresó en las JSU en 1937. Al acabar la guerra comenzó a trabajar en el grupo de Chamartín.

Virtudes González García (18 años, modista). Amiga de Carmen María Cuesta (15 años, perteneciente a las JSU y superviviente de la prisión de Ventas). En 1936 se afilió a las JSU, donde conoció a Vicente Ollero, que terminó siendo su novio. Fue detenida el 16 de mayo de 1939 denunciada por un compañero suyo bajo tortura.

Ana López Gallego (21 años, modista). Militante de las JSU. Fue secretaria de Radio Chamartín durante la Guerra. Su novio, que también era comunista, le propuso irse a Francia, pero ella decidió quedarse con sus tres hermanos menores en Madrid. Fue detenida el 16 de mayo, pero no fue llevada a la cárcel de Ventas hasta el 6 de junio. Se cuenta que no murió en la primera descarga y que preguntó "¿Es que a mi no me matan?".

Joaquina López Laffite (23 años). En septiembre de 1936 se afilió a las JSU. Se le encomendó la secretaría femenina del Comité Provincial clandestino. Fue denunciada por Severino Rodríguez (número dos en las Juventudes Socialistas). La detuvieron el 18 de abril de 1939 en su casa, junto a sus hermanos. La llevaron a un chalet. La acusaron de ser comunista, pero ignoraban el cargo que ostentaba. Joaquina reconoció su militancia durante la guerra, pero no la actual. No fue conducida a Ventas hasta el 3 de junio, a pesar de ser de las primeras detenidas.

Dionisia Manzanero Salas (20 años, modista). Se afilió al Partido Comunista en abril de 1938 después de que un obús matara a su hermana y a unos chicos que jugaban en un descampado. Al acabar la guerra fue el enlace entre los dirigentes comunistas en Madrid. Fue detenida el 16 de mayo de 1939.

Victoria Muñoz García (18 años). Se afilió con 15 años a las JSU. Pertenecía al grupo de Chamartín. Era la hermana de Gregorio Muñoz, responsable militar del grupo del Sector de Chamartin de la Rosa. Llegó a Ventas el 6 de junio de 1939.

Luisa Rodriguez de la Fuente
(18 años, sastra). Entró en las JSU en 1937 sin ocupar ningún cargo. Le propusieron crear un grupo, pero no había convencido aun a nadie más que a su primo cuando la detuvieron. Reconoció su militancia durante la guerra, pero no la actual. En abril la trasladaron a Ventas, siendo la primera de las Trece Rosas en entrar en la prisión.

Documental "Que mi nombre no se borre en la Historia"


Aqui os dejo el Documental que se hizo en 2004 "Que mi nombre no se borre en la Historia"













La corta vida de las Trece Rosas


La corta vida de Trece Rosas
Fue uno de los episodios más crueles de la represión franquista. El 5 de agosto de 1939, trece mujeres, la mitad menores, fueron ejecutadas ante las tapias del cementerio del Este de la Almudena (Madrid). Su historia sigue viva hoy en forma de libros, teatro, documentales y cine.

LOLA HUETE MACHADO 11/12/2005

“Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija que ya jamás te podrá besar ni abrazar… Que no me lloréis. Que mi nombre no se borre de la historia”. Fueron éstas las últimas palabras que dirigiría a su familia una muchacha de 19 años llamada Julia Conesa. Corría la noche del 4 de agosto de 1939. Hacía cuatro meses que había terminado la Guerra Civil. Madrid, destruida y vencida tras tres años de acoso, de bombardeos y resistencia ante el ejército sublevado, intentaba adaptarse al nuevo orden impuesto por el general Franco, un régimen que iba a durar cuatro décadas.

En el ambiente de ese verano de posguerra –tristísimo para unos y glorioso para otros–, se mezclaban las ruinas de los edificios y la pobreza de sus pobladores con las dolorosas secuelas físicas y psicológicas de la contienda. Y, sobre todo, abundaban ya la propaganda y la represión. El día a día de la capital estaba marcado por las denuncias constantes de vecinos, amigos y familiares; por la delación, los procesos de depuración en la Administración, en la Universidad y en las empresas; por las redadas, los espías infiltrados en todas partes, las detenciones y las ejecuciones sumarias. En junio habían comenzado, incluso, los fusilamientos de mujeres. “Españoles, alerta. España sigue en pie de guerra contra todo enemigo del interior o del exterior, perpetuamente fiel a sus caídos. España, con el favor de Dios, sigue en marcha, una, grande, libre, hacia su irrenunciable destino…”, voceaban las radios de Madrid. “Juro aplastar y hundir al que se interponga en nuestro camino”, advertía Franco en sus discursos.

Sería aquélla la última carta de Julia Conesa. Y ella lo sabía. Porque, junto a otras catorce presas de la madrileña cárcel de Ventas, había sido juzgada el día anterior en el tribunal de las Salesas. “Reunido el Consejo de Guerra Permanente número 9 para ver y fallar la causa número 30.426 que por el procedimiento sumarísimo de urgencia se ha seguido contra los procesados (…) responsables de un delito de adhesión a la rebelión (…) Fallamos que debemos condenar y condenamos a cada uno de los acusados (…) a la pena de muerte”, dice la sentencia. A Julia la acusaban hasta de haber sido “cobradora de tranvías durante la dominación marxista”.

Y apenas 24 horas más tarde, 13 de aquellas mujeres y 43 hombres fueron ejecutados ante las tapias del cementerio del Este. El momento lo recuerdan así algunas compañeras de presidio: “Yo estaba asomada a la ventana de la celda y las vi salir. Pasaban repartidores de leche con sus carros y la Guardía Civil los apartaba. Las presas iban de dos en dos y tres guardias escoltaban a cada pareja, parecían tranquilas” (María del Pilar Parra). “Algunas permanecimos arrodilladas desde que se las llevaron, durante un tiempo que me parecieron horas, sin que nadie dijera nada. Hasta que María Teresa Igual, la funcionaria que las acompañó, se presentó para decirnos que habían muerto muy serenas y que una de ellas, Anita, no había fallecido con la primera descarga y gritó a sus verdugos: ‘¿es que a mí no me matan?” (Mari Carmen Cuesta). “Si fue terrible perderlas, verlas salir, tener que soportarlo con aquella impotencia, más lo fue ver la sangre fría de Teresa Igual relatando cómo habían caído. Entre las cosas que nos dijo, fue que las chicas iban muy ilusionadas porque pensaban que iban a verse con los hombres [con sus novios y maridos, también condenados] antes de ser ejecutadas, pero se encontraron que ya habían sido fusilados” (Carmen Machado).

Quince de los ajusticiados ese 5 de agosto de 1939 eran menores de edad, entonces establecida en los 21 años. Por su juventud, a estas mujeres se las comenzó a llamar “las trece rosas”, y su historia se convirtió pronto en una de las más conmovedoras de aquel tiempo de odio fratricida y fascismo. Un episodio sobre el que nunca se habrá escrito mucho. Lo investigó el periodista Jacobo García, ya en 1985. Lo noveló el escritor Jesús Ferrero en su libro Las trece rosas (Siruela, 2003), en el que dedica un capítulo a cada una de las muchachas y con su literatura las dota de vida y palabra, de sentimiento y dolor; le pone cara a sus verdugos… Lo documentó durante dos años, sin ficciones, y por eso aún con mayor crudeza el periodista Carlos Fonseca en Trece rosas rojas (Temas de Hoy, 2004): “No conocía la historia, no la busqué; ésta me buscó a mí a través de unos documentos que guardaba un tío de mi padre que pasó 20 años en la cárcel. Localicé el sumario, investigué; los familiares pusieron el material que tenían a mi disposición”. En su libro duelen los testimonios de las familias, el momento de la condena, la partida hacia la muerte, la locura posterior de las madres de las fusiladas ante su pérdida, la indiferencia del régimen.

Retoma la historia de las trece rosas ahora la productora Delta Films en un largometraje documental títulado Que mi nombre no se borre de la historia, tal como pidió Julia en los últimos minutos de su vida. En la película se muestra el drama personal y el contexto social, político (su militancia en las Juventudes Socialistas Unificadas, JSU) y bélico en el que se mueven las protagonistas. “Es el primer documental sobre el suceso y entendimos que era urgente hacerlo porque son pocos los testigos vivos. Si no se recogen ahora sus voces, permanecerán para siempre en el olvido”, dicen los directores, Verónica Vigil y José María Almela.

El destino triste de estas mujeres que no pudieron envejecer ha sido citado también en libros de Dulce Chacón o Jorge Semprún, y este mismo otoño lo acaba de llevar a escena la compañía de danza y teatro Arrieritos. Además ha sido inspiración para una organización socialista recién creada, Fundación Trece Rosas, “orientada a proyectos e iniciativas en las que se profundice en la igualdad y la justicia social”. Y aún más: su vida y muerte es el argumento del próximo filme de Emilio Martínez Lázaro, con guión de Ignacio Martínez de Pisón y asesoría de Fonseca.

“Tras entrevistar a sus compañeros de organización, a sus familiares, concluimos que las trece rosas eran mujeres que sabían bien lo que hacían, y que con gran valentía y clarividencia lucharon contra el régimen antidemocrático que se avecinaba”, comentan Vigil y Almela. “Se afiliaron a la JSU de forma consciente; pudiendo quedarse en casa, salieron a la calle y optaron por luchar y defender la II República española, desempeñando diversas labores durante la defensa de Madrid y poniendo en riesgo sus propias vidas”. Según Fonseca, el régimen franquista “adoptaba un tono paternalista con las mujeres en sus mensajes, pero trató con igual inquina a hombres y a mujeres. La miliciana era para los vencedores la antítesis de la mujer, cuya misión en la vida era ser madre y reposo del guerrero”. Para Santiago Carrillo, que fue primer secretario general de la JSU, “en las guerras, son ellas siempre las que más sufren… Y el régimen de Franco hizo todo lo posible por destruir el espíritu de libertad de las mujeres que se había creado con la República”.

Ellas se llamaban Ana López Gallego, Victoria Muñoz García, Martina Barroso García, Virtudes González García, Luisa Rodríguez de la Fuente, Elena Gil Olaya, Dionisia Manzanero Sala, Joaquina López Laffite, Carmen Barrero Aguado, Pilar Bueno Ibáñez, Blanca Brisac Vázquez, Adelina García Casillas y Julia Conesa Conesa. Eran modistas, pianistas, sastras, amas de casa, militantes todas, menos Brisac, de la JSU. El suyo se considera uno de los castigos más duros a los vencidos de la posguerra. Una respuesta, dicen, al asesinato del comandante de la Guardia Civil, Isaac Gabaldón, a su hija y su chófer el 27 de julio anterior.

“El número de detenciones diarias en la capital era muy variable en 1939, aunque muchos días la información titulada ‘Detención de autores de asesinato’ estaba formada por más de cien nombres…”, escribe Pedro Montoliú en su reciente e interesante libro Madrid en la posguerra, 1939-1946. Los años de la represión (editorial Sílex) que le ha supuesto cuatro años de investigación y en el que describe el ambiente de aquel tiempo: “Los peores meses fueron junio, con 227 fusilados; julio, con 193; septiembre, con 106; octubre, con 123, y noviembre, con 201. Por días, los más sangrientos fueron el 14 de junio: 80 fusilados; 24 de junio, 102; 24 de julio, 48; el 5 de agosto, 56. (…) Ese día, y 48 horas después de dictar sentencia, fueron fusiladas las ‘trece rosas’, de entre 18 y 23 años, que habían intentado reconstruir la JSU en la clandestinidad”.

Vigil y Almela enfocan su película preguntándose cómo se podía llegar a ejecutar una sentencia tan infame. “¿Qué había pasado en España? ¿Qué acontecimientos habían azotado el panorama político y social de aquel entonces?”. Miraron entonces hacía la organización política juvenil de la que las trece rosas eran miembros, la JSU, y a su papel en el transcurso de la guerra.

“Franco se proponía destruir hasta la simiente de los rojos en este país… y al decir rojos, estoy diciendo los simples demócratas, los liberales, cualquier recuerdo de los tiempos en que España había sido libre”, declara Carrillo en el filme. La organización nació en marzo de 1936 de la fusión entre la Unión de Juventudes Comunistas y la Federación de Juventudes Socialistas. “Luchábamos por un ideal”, dice una de sus miembros. Otra: “Nos afanábamos por la libertad, por un mundo mejor, porque el trabajador pudiera vivir en condiciones”. Una tercera: “Defendíamos la República que había sido elegida en 1931, mejorándola”. Y cuarta: “Mi conciencia política surgió tan pronto empezó la guerra. Tenía 15 años y debía pelear, no había más remedio”. En 1939, la JSU se encontraba deshecha, sus líderes encarcelados… Sólo se contaba con el coraje de sus miembros para reorganizarse.

“Crear una estructura clandestina es siempre algo muy difícil. Hay que concentrar los esfuerzos. Y en ese periodo los concentramos en la creación, sobre todo, de un partido comunista clandestino”, afirma Carrillo. Para el régimen, según el periodista Jacobo García, la JSU representaba un gran peligro: “Dada la juventud de sus militantes, estaba destinada a sobrevivir durante muchos años y a plantear problemas al régimen franquista durante muchos años, a corto, medio y largo plazo”. Debía desaparecer.

Así, estando todos los hombres en prisión o en el exilio, de la reorganización se encargaron las mujeres o los jóvenes. “Queríamos seguir luchando, recuperar dinero para ayudar a los presos, para sacarlos, para sacar a mi hermano; queríamos, pero no lo conseguimos…”, apunta Concha Carretero. “Te cogían enseguida”, rememora Nieves Torres. “Era un Madrid triste, reservado, la gente no se atrevía a mirar a nadie; si ibas en el metro, todo el mundo iba con la cabeza baja”, dice Mari Carmen Cuesta. Se tira de los detenidos, se utiliza la tortura para conseguir delaciones, y así, poco a poco, va cayendo la organización. “A los presos los sacaban a la calle y los usaban como gancho, detrás iban dos policías. Así me detuvieron a mí”, sigue Torres.

Las trece rosas fueron elegidas para morir entre las 4.000 reclusas hacinadas en Ventas en un espacio pensado para 400 (más de 280.000 presos políticos se contaban en 1939 en España). ¿Por qué ellas y no otras? El escritor Jesús Ferrero imagina una posibilidad literaria y azarosa en su libro: “Roux, Cardinal y el Pálido habían comido opíparamente en el Ritz y se sentían alegres (…). Una hora antes les había llegado la orden de elegir a quince mujeres, preferentemente menores de edad, para conducirlas a juicio. Ya en comisaría, una señora, que se sentía agradecida porque habían liberado a su hija, le regaló al Pálido un ramo de rosas. Eran quince… El Pálido lo cogió y, mirando a Cardinal y a Roux, dijo: ‘Señores, ha llegado el momento de decidir quiénes van a ser las quince de la mala hora. Bastará con ponerle un nombre a cada una de las rosas… Empezaré yo’, dijo tomando una flor. ‘Y bien, esta rosa de pasión se va a llamar Luisa. No conseguí que esa bastarda pronunciara una sola palabra en los interrogatorios. Por poco me vuelve loco’. ‘Y ésta, Pilar’, dijo Cardinal. ‘Y ésta se va a llamar Virtudes’, susurró el Pálido con precipitación. ‘Y ésta, Carmen’, dijo Cardinal. ‘Lo merece más que nadie. Nunca me miró bien esa condenada’. ‘Y ésta, Martina’, anunció Roux. ‘Está siempre ausente. Seguro que ni siquiera se va a dar cuenta de que ha muerto”.

Ficciones aparte, ellas sí se daban cuenta. De sus condiciones (“La posguerra fue peor que la guerra”), de las humillaciones (“Se ve que les gustó mi pelo y me dejaron pelona, pelona; me lo cortaban y me lo enseñaban, ‘¿no te da pena este ricito?”), de lo que les esperaba (“No bastaba con estar tú en la cárcel, todo tu entorno tenía que expiar por tu pecado”), de lo que significaba pertenecer a los derrotados (“Nos trataban de lo peor, muchas palizas, muchas vejaciones”), de lo que perdían (“Estuve 16 años en prisión, se me fue lo mejor de mi juventud…”).

Así lo cuentan en la película Maruja Borrell, Nuria Torres, Mari Carmen Cuesta, Concha Carretero, Ángeles García-Madrid, entre otras muchas, de las que fueron amigas, conocieron y/o compartieron celda con las trece rosas en aquellos días. Hablan de las penurias, de la vida cotidiana en una prisión en la que sólo se comían “lentejas de Negrín”, de los petates en el suelo, de la desconfianza (“No te fiabas de nadie porque se decía que los franquistas habían metido chivatas dentro”), y hasta de su capacidad para sobrevivir, intimar, quererse y reírse de sí y de su situación. Hablan de las terribles noches de saca, de cómo todas salían temerosas a la galería para ver quiénes eran las elegidas para morir, de cómo sucedió todo en aquella noche terrible de agosto. “Para mí es un recuerdo muy amargo, muy amargo”, llora aún hoy desconsolada Mari Carmen Cuesta, entonces de 16 años.

En la película de Delta Films y en el libro de Fonseca se recogen testimonios de parientes: las sobrinas de Julia, de Dionisia, de Martina… Y del hijo de Blanca Brisac y Enrique García, quizá la más triste de todas las historias: “Mi padre pertenecía a la UGT, pero mi madre… dijeron que era de la JSU, y yo sé que no militaba. Lo puedo jurar”, dice. A ambos los ejecutaron ese 5 de agosto de 1939, cuando él tenía 11 años. “Determinadas corrientes revisionistas pretenden hoy cambiar la realidad de los hechos y esto sí que es muy peligroso. No se trata de generar sentimientos revanchistas. En ninguna de las entrevistas que hicimos percibimos rencor. Al contrario, fue toda una lección de humanidad. Nuestro documental trata de concederles el minuto de duelo que en su día se les negó”, cuentan Vigil y Almela.

Fue Blanca Brisac, sin embargo, quien mejor lo expresó, mientras escribía a su hijo esa noche, ya en capilla: “Voy a morir con la cabeza alta… Sólo te pido… que quieras a todos y que no guardes nunca rencor a los que dieron muerte a tus padres, eso nunca. Las personas buenas no guardan rencor… Enrique, que te hagan hacer la comunión, pero bien preparado, tan bien cimentada la religión como me la cimentaron a mí… Hijo, hijo, hasta la eternidad…”.

Mi Pequeño Homenaje a las 13 Rosas


Me siento impulsada a escribir sobre las trece rosas, y no es que no lo fuera hacer, porque desde hace tiempo, antes de hacer la pagina "El Rincón de la Memoria" que tengo material guardado y queria hacerles mi pequeño homenaje; pero tal vez lo que me ha impulsado a hacerlo hoy, es porque ayer viendo la Gala de los Goyas, volvio a mi los recuerdos, la emoción cuando José Luis Alcaine se llevo el Goya a las mejores Fotografias y uno a uno desde el Corazón iba nombrando el nombre de las trece rosas con un Gracias final, que fueron suficientes para emocionar y grabar muy hondo su mensaje; emocion al escuchar la Banda Sonora y tristeza porque a pesar de pensar que la pelicula podia haber trasmitido mucho más, me hubiera gustado que Nadia de Santiago se hubiera llevado el Goya a mejor actriz revelación, pensaba que cuantos mas goyas se llevará la pelicula, era una forma de homenajear y recordar no solo a las trece rosas, sino a todas las victimas del franquismo y la sin razón.
Pero para eso estamos nosotros para recordarlos y que nunca mas los testimonios y victimas se vuelvan a perder en la memoria silenciada y en el Olvido, asi que hoy un nuevo apartado en homenaje a las Trece Rosas, en el que añadir su Historia, Cartas, ect.



También puedes escribirle a Don Ramón para que te lo envíe a otro país, seguro que te encanta su librito de Poemas, él te lo agradecerá. donramon@sinectis.com.ar

NIÑOS ROBADOS

El Rincón de las Miradas

Hola a todos, bienvenidos al Rincón de la Memoria, ¿el porque de ese nombre?, porque para mi es muy importante "No Olvidar", recordar mis raíces, los amigos, las risas, los sueños, las tristezas….recordar cada instante, y no olvidar nunca mis recuerdos.

Un blog de recuerdos de grandes personas e historias, que no deben borrarse de la historia, ni de nuestra Memoria. Un Sitio de encuentros, donde el Olvido y el silencio no tienen la puerta abierta.

Este Blog lo he creado pensando especialmente en dos grandes personas, las cuales admiro muchísimo, son mi buen Amigo Don Ramón de Almagro y Marcos Ana (al cual descubrí un poco más gracias a Don Ramón), Con todo mi cariño hacia ellos.

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