Mostrando entradas con la etiqueta Parodia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Parodia. Mostrar todas las entradas

sábado, 7 de enero de 2012

Matrimonio entre católicos

Este es un texto que hace unos años rondaba un montón por los correos electrónicos de la gente, y me parece hoy tan divertido y vigente como entonces. Aquel que tenga sentido del humor, que lo disfrute, al resto, que les den:

Estoy completamente a favor del permitir el matrimonio entre católicos.

El catolicismo no es una enfermedad. Los católicos, pese a que a muchos no les gusten o les parezcan extraños, son personas normales y deben poseer los mismos derechos que los demás, como si fueran, por ejemplo, informáticos u homosexuales.

Soy consciente de que muchos comportamientos y rasgos de caracter de las personas católicas, como su actitud casi enfermiza hacia el sexo, pueden parecernos extraños a los demás. Sé que incluso, a veces, podrían esgrimirse argumentos de salubridad pública, como su peligroso y deliberado rechazo a los preservativos. Sé también que muchas de sus costumbres, como la exhibición pública de imágenes de torturados, pueden incomodar a algunos.

Pero esto, además de ser más una imagen mediática que una realidad, no es razón para impedirles el ejercicio del matrimonio.

Algunos podrían argumentar que un matrimonio entre católicos no es un matrimonio real, porque para ellos es un ritual y un precepto religioso ante su dios, en lugar de una unión entre dos personas. También, dado que los hijos fuera del matrimonio están gravemente condenados por la iglesia, algunos podrían considerar que permitir que los católicos se casen incrementará el número de matrimonios por “el qué dirán” o por la simple búsqueda de sexo (prohibido por su religión fuera del matrimonio), incrementando con ello la violencia en el hogar y las familias desestructuradas. Pero hay que recordar que esto no es algo que ocurra sólo en las familas católicas y que, dado que no podemos meternos en la cabeza de los demás, no debemos juzgar sus motivaciones.

Por otro lado, el decir que eso no es matrimonio y que debería ser llamado de otra forma, no es más que una forma un tanto ruín de desviar el debate a cuestiones semánticas que no vienen al caso: Aunque sea entre católicos, un matrimonio es un matrimonio, y una familia es una familia.

Y con esta alusión a la familia paso a otro tema candente del que mi opinión, espero, no resulte demasiado radical: También estoy a favor de permitir que los católicos adopten hijos.

Algunos se escandalizarán ante una afirmación de este tipo. Es probable que alguno responda con exclamaciones del tipo de “¿Católicos adoptando hijos? ¡Esos niños podrían hacerse católicos!”.

Veo ese tipo de críticas y respondo: Si bién es cierto que los hijos de católicos tienen mucha mayor problabilidad de convertirse a su vez en católicos (al contrario que, por ejemplo, ocurre en la informática o la homosexualidad), ya he argumentado antes que los católicos son personas como los demás.

Pese a las opiniones de algunos y a los indicios, no hay pruebas evidentes de que unos padres católicos estén peor preparados para educar a un hijo, ni de que el ambiente religiosamente sesgado de un hogar católico sea una influencia negativa para el niño. Además, los tribunales de adopción juzgan cada caso individualmente, y es precisamente su labor determinar la idoneidad de los padres.

En definitiva, y pese a las opiniones de algunos sectores, creo que debería permitirseles también a los católicos tanto el matrimonio como la adopción.

Exactamente igual que a los informáticos y a los homosexuales.

sábado, 12 de julio de 2008

Guía del Dragonstopista Galactico al Campo de Batalla Estelar de Covenant en el Límite de Dune: Odisea Dos - David Langford

Duelo de Palabras
Fr*nk H*rb*rt


La versatilidad es la habilidad para nadar en terreno desconocido.
(de Los beneficios del desastre, por la Princesa Irresolut)



La puerta energética se cerró a sus espaldas con un siseo mientras ella daba unos pasos hacia delante, consciente de estar entrando en un territorio desconocido.
Un umbral de consciencia. El decorado es el mismo, el mármol típico, las joyas y el recubrimiento de platino..., pero después del pasillo, anodino y vacío, esta habitación posee una personalidad. Una personalidad hostil.
Tomó asiento haciendo torbellinear su túnica, ignorando a propósito el detector de armas suspendido discretamente a unos cinco centímetros por encima de su cabeza. ¿Acaso cree que me hacen falta armas? Sólo puede ser una estratagema para hacer que me confíe demasiado. Mientras esté sentada aquí tendré que andar con mucha cautela.
El Conde Gorman y Dama Henrietta se contemplaron el uno al otro.
Podría acabar con él ahora mismo, pensó ella. La forma en que inclina la cabeza hacia un lado..., el cuchillo debe estar encima de su omoplato izquierdo. Tengo que esparar hasta que finja rascarse el cuello.
-Hola -dijo en voz alta.
Atrapados por las convenciones: ¡tenemos que saludar cortésmente a nuestros enemigos incluso en el mismo instante de su destrucción!
Los ocho niveles de significado interconectados que se acumulaban en aquella sencilla palabra no le pasaron desapercibidos al Conde. Es tan peligrosa como un canario de agudos y brillantes colmillos, pensó. Debo dar la impresión de qu estoy tranquilo, tengo que apartar sutilmente su atención de la uña donde está oculto el lanzador de dardos venenosos. Examinó los dedos de su mano izquierda, manteniéndose en silencio mientras examinaba las opciones posibles.
¡Gran Herbert! ¡Quiere que me fije en esa mano! Entonces, el peligro debe estar en algún otro sitio; o quizá no. Henrietta hizo un esfuerzo para que sus fosas nasales no revelaran la tensión que sentía. Control, pensó. Después de haber recitado esa breve letanía, su cerebro recuperó la claridad y pudo examinar más atentamente a Gorman, con su consciencia entrenada por el Sindicato de Reverendas Madres hurgando en la fachada del Conde... Control corporal, control nervioso, control mental, control remoto.Entonces, esa inclinación de cabeza es otro truco. La hoja está a la derecha.
El Conde Gorman percibió la minúscula relajación muscular en los lóbulos de las orejas de ella. Creo que ha funcionado, se permitió pensar, con algo parecido a la casi certeza. He conseguido desviar su atención de mi arma principal. La masa de cálculos y conjeturas palpitaba dentro de él, pero aun así sus propias y traicioneras emociones seguían manchando sus pensamientos.
Es hermosa. ¿Tengo que destruirla, no hay otro remedio? Apenas había logrado pestañear para librarse de los comienzos del miedo cuando el reflejo azotó su mente, haciendo que su consciencia pasara a una fase más elevada. ¡Hermosa pero mortífera! Podría haberme matado diez veces en ese microsegundo. Una belleza tal es un arma terrible.
Los párpados de la Dama se movieron de forma infinitesimal, ocultando un milímetro de sus ojos almendrados pese a la ambígua no-expresión que se esforzaba por mantener en su rostro.
Ha pestañeado. No está seguro. Aunque, ¿no puede tratarse de otra finta, una cuarta capa de su estratagema? Engranajes dentro de engranajes: no debo subestimar la sutileza mental de este hombre, especialmente cuando da la impresión de no tener nada que ocultar.
¡... un momento!
El terror centelleó en su mente. ¿Es posible que..., es posible que sea... el Deusek Zmakinaa?
Probablemente no.

Henrietta sintió cómo las invisibles líneas de tensión se iban acumulando en el cuarto. Desde que se cerró la puerta habían transcurrido ocho segundos. Había llegado el momento de introducir un nuevo complejo de factores en la situación, antes de que Gorman pudiera completar su frío análisis del estado actual del juego. Mantenle desequilibrado, se dijo a sí misma con premura, y dibujó sobre sus labios la impalpable sombra de una sonrisa. Bien: está esperando que hable. ¡Que mi silencio le haga saber que no me dejaré llevar por la matriz que ha preparado!
El cronomural zumbaba implacablemente.
Las consecuencias del acto más insignificante cometido en aquella solitaria habitación podían ser incalculables. Gorman masticó pensativamente su chicle de especia estimuladora de la mente y percibió una infinidad de líneas temporales que irradiaban de aquel presente. La lógica exigía que las observara todas; pero la breve pausa requerida para hacerlo bastaría por sí sola para distorsionar la creciente multiplicidad de futuros, y quizás incluso pudiera llevarles más allá del punto de ruptura.
Ser impredecible es la clave de la victoria... La idea pasó velozmente por su cerebro, y a punto estuvo de hacer que su yugular saltara en una delatora contracción.
Está esperando que siga callado. Si ataco su estabilidad desde esa dirección consigo la ventaja.
-Ha sido usted muy amable al venir corriendo -dijo, con voz tranquila y suave.
¡... Dejemos que piense lo que quiera de eso! Con qué cuidado he evitado poner el énfasis en ninguna palabra: imaginará un millar de falsedades. ¿Dónde creerá que está puesto el énfasis, en "amable", lo cual implica un triunfo oculto por mi parte? ¿O en "usted", con esa inquietante connotación de que yo podía haber estado esperando a otra persona? Quizá el callado sarcasmo de un supuesto énfasis en "venir", donde un millar de cosas distintas que ella podría haber hecho nadan bajo la reluciente superficie de mi retórica...
Mientras acumulaba fuerzas cada vez más sutiles de las profundidades de su consciencia, Henrietta creyó haber percibido cierta indecisión bajo la acerada vacuidad que había en las palabras del Conde. De nuevo la distracción, pensó. Está intentando ganar tiempo. Pero de repente comprendió que aquella pequeña frase era toda una bomba de relojería psicológica. La conexión semántica establecida entre la misma Henrietta y el adjetivo "amable"..., un brillante ataque subliminal calculado para embotar el filo de su mente erosionando su consciencia del yo-como-arma; y todo ello enmascarado por una neblina de connotaciones obscenas que rodeaban el gerundio del verbo "correr" con la sugerencia de su faceta reflexiva. Ni tan siquiera el haber comprendido la profundidad de aquella trampa bastaba para eliminarla.
Es un enemigo digno de mi acero, admitió Henrietta de mala gana. Y, un instante después, su mente recibió el impacto tangencial de aquel pensamiento. ¡Acero! ¡Casi me había olvidado de la metalivara que lleva en la funda de su espalda! Oh, qué astuto es...
Decidida a acelerar el ritmo de aquella confrontación, replicó después de haberse permitido tan solo la más breve de las pausas, controlando cuidadosamente su voz para imprimirle un ronroneo sensual y sibilante en el que había un aparente énfasis sobre lo ominoso y toda una serie de matices ocultos cargados de amenaza, oximorones y catacresis.
-Oh, no hay de qué.
Gorman luchó por dominar el pánico al verse enfrentado a tan implacable seguridad. ¡Está hecha de acero! Sintió cómo un cálido sudor corría por sus sobacos, pero sus ojos permanecieron clavados en los de ella con el mismo y gélido control de antes, pese a que por primera vez se permitió pensar en la lejana posibilidad de la derrota.
Sus pensamientos se volvieron hacia el botón de alarma que había bajo su pie izquierdo. ¿Sería un acto de cobardía apretarlo? Y después había una pregunta todavía más punzante, una pregunta que le atravesó lentamente las entrañas, dejándolas frías y entumecidas: ¿podría mantenerla distraída durante los cuatro segundos precisos para que llegara el batallón de guardias? Probablemente no.
Dama Henrietta seguía inmóvil, como una k'obra antes de atacar.
Estamos jugando una partida de ajedrez. Cada combinación oculta media docena de combinaciones distintas que se unen entre ellas formando extrañas pautas. Tengo que jugar cuidadosamente mis cartas. Sus agudas percepciones no pudieron por menos que notar la delatora falta de alguna emoción visible en los rígidos músculos del Conde. Finge estar alarmado para que yo me confíe.
Daba la impresión de que sus ojos llevaban media eternidad inmóviles, observándose mútuamente. Gorman movió hacia un lado el pie que había tenido suspendido sobre la alarma, apartándolo dos centímetros del botón con un doloroso esfuerzo de voluntad. No puedo hacerlo. No puedo permitir que luego vayan diciendo por ahí que un Conde del linaje de los Cantharides se dejó aterrorizar por una simple mujer. El amplio abanico de futuros onduló y se balanceó ante sus ojos, burlándose de sus esfuerzos por controlarse. El ordenador orgánico enterrado en su cerebro le informó de que sus oportunidades personales estaban aumentando o disminuyendo a cada segundo que pasaba. No me dejaré aturullar, pensó. Aturullarse es la muerte de la mente.
Henrietta, entrenada durante años para percibir trivialidades totalmente desprovistas de importancia, se dio cuenta de que el Conde se había movido.
Ve que es necesario cambiar de postura, ¿no? ¿O será que tiene allí una alarma y pretende accionarla? ¡Por el Wullahy, qué fuerte es! ¡A estas alturas cualquier hombre corriente ya estaría arrastrándose por el suelo! Pero ahora creía conocer cuál era su punto débil. No puede soportar el silencio. Hablará para romper este punto muerto y luego se maldecirá a sí mismo por haber cedido ante la presión, dándome la oportunidad de intentar una contraestratagema. Contuvo el aliento, y el silencio que dominaba la habitación se hizo todavía más profundo, brotando del tranquilo centro de Henrietta en lentas y frías olas que golpearon al Conde en pleno estómago.
Mientras esperaba alguna acción por parte de ella, Gorman se dió cuenta de que se encontraba peligrosamente tenso, con su cuerpo preparado para repeler un ataque que no llegaba. ¡Es una bruja! Me está leyendo la mente. Y de repente se dio cuenta de que Dama Henrietta no estaba respirando y había hecho que su corazón dejara de latir. ¿Un trance? No, sus pestañas están demasiado atentas, demasiado concentradas... ¡Está intentando hipnotizarme! La idea resultaba tan incongruente que Gorman casi permitió que una remota comisura de sus labios hiciera alusión al falso amanecer de una sonrisa. Pero, en vez de ello, se dijo: Adelante, rompamos la tensión. Si consigo sorprenderla, quizá se produzca un momento de distracción que podré utilizar.
Y, sin el menor aviso previo, sin cambiar su postura ni una fracción de milímetro y sin mover los labios, habló.
-Quería hacerle unas cuantas preguntas -dijo secamente.
El latigazo de su aguda voz casi consiguió que Henrietta reaccionara. No dejes que te aturda con un interminable torrente de palabras, se riñó a sí misma. Utilizó la letanía cuerpo/nervio/mente/vejiga para alcanzar una nueva meseta de calma interior y examinó de nuevo a Gorman.
Un hombre muy poderoso. Debo actuar con cautela. Y siguió sentada, inmóvil como una estatua, reuniendo todos sus recursos para asestar el golpe.
Quizá, después de todo, sí sea un trance, tuvo tiempo de pensar el Conde. ¿O será que está un poco sorda? Obedeciendo a un reflejo automático se había inclinado unos pocos milímetros hacia delante para volver a hablar, y de repente su propio alarido mental le dejó paralizado. ¡Eso es justo lo que ella quiere que hagas!
¡Ahora!
Y reuniendo todo el mortífero control de la voz que estaba a sus órdenes, Henrietta arrojó sus palabras hacia aquella indefensa cabeza que tenía delante, azotándola y fulminándola con su desprecio.
-Unas preguntas... sobre el descubierto de mi cuenta, ¿verdad?
Fue demasiado. El cuello del Conde quedó fláccido, comprendía que había sido derrotado, pero en aquella comprensión había algo que casi era orgullo por haber podido combatir con semejante criatura. ¡Es magnífica!
-¡El siguiente! -dijo el Conde con un hilo de voz, después de que Dama Henrietta hubiera salido de la habitación y la puerta se cerraba a sus espaldas.



Quien lleva aunque sólo sea durante un tiempo la máscara de otro ha rechazado su propio yo. Ése es el camino que lleva al olvido.
(de Práctica literaria en el Último Imperio, por la Princesa Irresolut)


Extraído de Guía del dragonstopista galáctico al campo de batalla estelar de Covenant en el límite de Dune: Odisea Dos de David Langford. Ultramar Ediciones. ISBN: 84-7386-557-X

sábado, 14 de junio de 2008

Papá Puerco - Terry Pratchett

Mustrum Ridcully se ajustó la toalla alrededor de la cintura.
- ¿Cómo va la cosa, señor Modo?
El jardinero de la universidad le hizo el saludo militar.
- ¡Las cisternas están llenas, señor archicanciller, señor! -dijo en tono alegre-. ¡Y llevo todo el día echando leña en las calderas del agua!
Los demás magos del claustro se agolparon en la puerta.
- En serio, Mustrum, de verdad creo que esto es muy insensato -dijo el conferenciante de Runas Recientes-. Está claro que por algo lo sellarían.
- Recuerde lo que decía en la puerta -dijo el decano.
- Oh, esas cosas las escriben simplemente para que no entre nadie -dijo Ridcully, desenvolviendo una pastilla nueva de jabón.
- Bueno, sí -dijo el catedrático de Estudios Indefinidos-. Es verdad. Es lo que se suele hacer.
- Es un cuarto de baño -dijo Ridcully-. Estáis actuando todos como si fuera alguna clase de cámara de torturas.
- Un cuarto de baño -dijo el decano- diseñado por Jodido Estúpido Johnson. ¡El archicanciller Ceravieja solamente lo usó una vez y luego lo hizo sellar! ¡Mustrum, le ruego que lo piense mejor! ¡Es un Johnson!
Hubo una especie de pausa, porque incluso Ridcully tuvo que hacerse a la idea de aquello.
Al desaparecido (o al menos en paradero desconocido) Jenaro Escéfalo Johnson se lo reconocía ampliamente como el peor inventor del mundo, si bien en un sentido muy especializado. Los inventores simplemente malos cosntruían cosas que no funcionaran. Pero él no se contaba entre aquellos mequetrefes. Cualquier tonto podía fabricar algo que no hiciera absolutamente nada cuando apretabas el botón. Todo lo que él construía funcionaba. Simplemente no hacía lo que ponía en la caja. Si querías un misil pequeño tierra-aire, le pedías a Johnson que diseñara una fuente ornamental. Venía a ser más o menos lo mismo. Pero aquello nunca le desanimó, ni a él ni a la curiosidad morbosa de su clientes. La música, el diseño de jardines, la arquitectura... sus talentos parecían no empezar nunca.
En todo caso, resultaba un poco sorprendente descubrir que Jodido Estúpido Johnson se había pasado al diseño de cuartos de baño. Pero tal como decía Ridcully, se sabía que había diseñado y construido varios órganos musicales de gran tamaño, y si uno iba al fondo del asunto, todo era una simple cuestión de fontanería, ¿no?
Los demás magos, que llevaban más tiempo allí que el archicanciller, eran de la opinión de que si Jodido Estúpido Johnson había construído un cuarto de baño completamente funcional, es porque había intentado hacer otra cosa.

sábado, 26 de abril de 2008

Hombres de Armas - Terry Pratchett

Durante la última hora, había aprendido más cosas sobre Ankh-Morpork de las que cualquier persona razonable podía llegar a querer saber. Tenía la vaga sospecha de que Zanahoria estaba tratando de hacerle la corte. Pero, en vez de los bombones o las flores habituales, parecía estar tratando de envolver una ciudad entera en papel de regalo.
Y, en contra de todos sus instintos, Angua estaba empezando a sentirse celosa. ¡De una ciudad! ¡Por todos los dioses, pensó, si solo hace un par de días que le conozco!
Era la manera en que Zanahoria vestía el lugar. Esperabas que en cualquier omento entonara esa clase de canción con rimas sospechosas y frases como "Mi clase de ciudad" y "Quiero ser parte de ella"; la clase de canción en que la gente baila por la calle, da manzanas a la persona que está cantando, una docena de humildes vendedoras de cerillas de pronto muestran asombrosas habilidades coreográficas, y todo el mundo se comporta como ciudadanos encantadores y amables en vez de como los individuos egoístas, malvados y capaces de llegar al asesinato que ellos mismos sospechan ser. Pero la diferencia estaba en que si de pronto Zanahoria se hubiera puesto a cantar y bailar, la gente se habría unido al número musical. Zanahoria era capaz de hacer que un círculo de monumentos megalíticos se pusiera en fila detrás de él y bailara una rumba.

martes, 29 de enero de 2008

El Segador - Terry Pratchett


Bill Puerta abrió la mano. La señorita Flitworth arqueó las cejas. Allí estaba el reloj de cristal dorado, con la burbuja de encima casi vacía. Pero parpadeaba, un instante estaba allí, y al otro no.
-¿Cómo es que lo tiene usted? ¡Si está arriba! La niña lo tiene tan agarrado como... -titubeó-. Como alguien que agarra algo muy fuerte.
TODAVÍA SIGUE ARRIBA. PERO TAMBIÉN ESTÁ AQUÍ. Y EN TODAS PARTES. AL FIN Y AL CABO, NO ES MÁS QUE UNA METÁFORA.
-Pues lo que la niña tiene en la mano parece muy real.
EL HECHO DE QUE ALGO SEA UNA METÁFORA NO QUIERE DECIR QUE NO SEA REAL.
La señorita Flitworth era consciente de que la voz de Bill Puerta resonaba como si hubiera un eco, como si las palabras fueran pronunciadas por dos personas a la vez, casi en sincronía, pero no del todo.
-¿Cuánto le queda?
ES CUESTIÓN DE HORAS.
-¿Y la guadaña?
LE DI INSTRUCCIONES MUY CONCRETAS AL HERRERO.
La mujer frunció el ceño.
-No digo que el joven Simnel sea mal muchacho, pero... ¿está usted seguro de que lo hará? Pedir a un hombre como él que destruya una herramienta como esa es.. bueno, es pedir demasiado.
NO TUVE ELECCIÓN. EL PEQUEÑO HORNO QUE HAY AQUÍ NO ERA SUFICIENTE.
-Era una guadaña muy afilada.
ME TEMO QUE NO TODO LO AFILADA QUE HACÍA FALTA.
-¿Y nadie lo intentó nunca con usted?
HAY UN DICHO: NO TE LO PUEDES LLEVAR CONTIGO.
-Si.
¿CUÁNTA GENTE SE LO HA CREÍDO DE VERDAD?
-Recuerdo que una vez leí algo sobre esos reyes paganos -respondió la señorita Flitworth, titubeante-. Gente del desierto, ya sabe. Los que construían pirámides y metían tantas cosas dentro. Hasta barcos y todo. Hasta chicas con pantalones transparentes, y cacharros de cocina y todo. No me irá a decir que eso está bien.
NUNCA HE ESTADO MUY SEGURO ACERCA DE LO QUE ES EL BIEN, respondió Bill Puerta. NO ESTOY SEGURO DE QUE EXISTA ESO DEL BIEN. O EL MAL. SOLO HAY LUGARES EN LOS QUE ESTAR.
-No, lo que está bien está bien, y lo que está mal está mal -replicó la señorita Flitworth-. A mí me educaron para conocer la diferencia.
LA EDUCÓ UN CONTRABANDISTA.
-¿Un qué?
UNA PERSONA QUE HACE CONTRABANDO.
-¿Y eso qué tiene de malo?
ME LIMITO A SEÑALAR QUE ALGUNAS PERSONAS PODRÍAN TENER UNA OPINIÓN DIFERENTE.
-¡Esas no cuentan!
PERO...
En algún punto de la colina cayó un rayo. El trueno retumbó sobre la casa. Unos cuantos ladrillos de la chimenea se derrumbaron. Entonces, las ventanas temblaron ante una temible sacudida.
Bill Puerta recorrió la sala a zancadas, y abrió la puerta de golpe.
Piedras de granizo, del tamaño de huevos de gallina, rebotaron contra ella y se colaron en la cocina.
OH, TEATRO.
-¡Oh, demonios!
La señorita Flitworth se coló por debajo del brazo de Bill Puerta.
-¿Y de dónde sale ese viento?
¿DEL CIELO?, sugirió Bill Puerta, sorprendido ante el repentino nerviosismo.
-¡Vamos!
La mujer corrió hacia la cocina como un torbellino, y rebuscó en un cajón hasta dar con un farol y un fajo de cerillas.
PERO USTED DIJO QUE SE SECARÍA...
-Con una tormenta normal, si, pero con esta barbaridad... ¡se estropeará! ¡Mañana por la mañana nos la encontraremos dispersa por toda la colina!
Consiguió encender el farol y volvió corriendo.
Bill Puerta miró hacia el exterior, hacia la tormenta. Vio cómo el vendaval arrastraba algunas pajas.
¿ESTROPEARSE? ¿MI COSECHA? Se irguió en toda su altura. ¡Y UNA MIERDA!

sábado, 7 de julio de 2007

¡Voto a bríos! - Terry Pratchett

Losdos bandos se vigilaban con cuidado. Eran viejos enemigos. Habían medido sus fuerzas muchas veces, habían saboreado la derrota y la victoria, habían reclamado el mismo territorio. Pero esta vez iban a llegar al final.
Nudillos lívidos. Arrastre impaciente de botas.
El capitán Zanahoria botó un par de veces la pelota.
- Muy bien, chavales, una vez más, ¿eh? Y esta vez, nada de juego sucio. William, ¿qué estás comiendo?
El Artero Bofetón frunció el ceño. Nadie, nadie conocía su nombre. Ni los niñoscon los que había crecido conocían su nombre. Su madre, si es que alguna vez se enteraba de quién era, probablemente no conocía su nombre. Pero Zanahoria había conseguido averiguarlo. Si cualquier otro lo hubiera llamado "William", ahora estarían buscando su propia oreja. Dentro de su propia boca.
- Goma de mascar, señor.
- ¿Has traído bastante para todos?
- No, señor.
- Entonces tíralo, así me gusta. Ahora, vamos a... Gavin, ¿qué llevas en la manga?
El que era conocido como Gav el Cerdo no se molestó en discutir.
- Un cuchillo, señor Zanahoria.
- Y supongo que sí que habrás traído bastantes para todos, ¿eh?
- Exacto, señor. -El Cerdo sonrió. Tenía diez años.
- Venga, ponlos en el montón con los demás...
El agente Shoe miró horrorizado por encima de la tapia. Había unos cincuenta chavales en el amplio callejón. Edad media en años, unos once. Edad media en cinismo y perversidad maligna: unos ciento sesenta y tres. Aunque el fútbol de Ankh-Morpork no suele tener porterías propiamente dichas, se habían fabricado dos usando el método tradicional de amontonar cosas para marcar el sitio donde estarían los postes.
Dos montones: uno de cuchillos y otro de objetos contundentes.
En medio de los chicos, que iban vestidos con los colores de algunas de las bandas callejeras más peligrosas, el capitán Zanahoria estaba haciendo botar una vejiga de cerdo inflada.
El agente Shoe se preguntó si debería ir a buscar ayuda, pero el hombre parecía bastante tranquilo.
- Esto, ¿capitán? -se aventuró a decir.
- Ah, hola, Reg. Estábamos aquí jugando un partido amistoso de fútbol. Este es el agente Shoe, chicos.
Cincuenta pares de ojos dijeron: nos hemos quedado con tu cara, madero.
Reg se coló por un lado de la tapia y los ojos vieron la flecha que le había atravesado la coraza y le sobresalía varios centímetros de la espalda.
- Tenemos un problemilla, señor -dijo Reg-. Me ha parecido que tenía que venir a buscarle. Es una situación con rehenes...
- Voy ahora mismo. Muy bien, chavales, lo siento. Jugad entre vosotros, ¿queréis? Y confío en veros a todos el martes para cantar canciones y hacer la barbacoa de salchichas.
- Vale, señor -dijo el Artero Bofetón.
- Y la cabo Angua verá si os puede enseñar el aullido de fogata de campamento.
- Sí, vale -dijo el Cerdo.
- Pero ¿qué hacemos antes de separarnos? -preguntó Zanahoria, expentante.
Los miembros de los Skat y los Mohock se miraron con timidez entre ellos. Normalmente nada les ponía nerviosos, ya que mostrar miedo en cualquier circunstancia se castigaba con la expulsión. Pero en el momento de redactar las diversas normas de los clanes, a nadie se le había ocurrido que existiera alguien como Zanahoria.
Mirándose con expresión de "como menciones esto alguna vez te mato", todos levantaron los índices de ambas manos hasta ponerlos a la altura de las orejas y dijeron a coro: "Wib wib wib".
- "Wob wob wob" -respondió animadamente Zanahoria-. Muy bien, Reg, vámonos.
- Pero ¿cómo estaba haciendo eso, capitán? -preguntó el agente Shoe, mientras los dos guardias se alejaban a toda prisa.
- Oh, hay que levantar los dos dedos así -dijo Zanahoria-. Pero te agradecería que no se lo contaras a nadie, porque se supone que es una señal secr...
- ¡Pero si son maleantes, capitán! ¡Jóvenes asesinos! ¡Villanos!
- Oh, son un poco descarados, pero en el fondo son buenos chicos, cuando uno se toma tiempo para entender...
- ¡He oído que nunca le dan a nadie bastante tiempo para entender! ¿Sabe el señor Vimes que está usted haciendo esto?
- Lo sabe más o menos, sí. Le dije que me gustaría fundar un club para los chavales de la calle y él me dijo que estaba bien siempre y cuando los llevara de acampada a algún acantilado realmente escarpado en algún sitio donde hubiera vientos fuertes. Pero él siempre dice esas cosas. Y estoy seguro de que no queremos que cambie. A ver, ¿dónde están esos rehenes?
- Vuelve a ser en la tienda de Vortin, capitán. Pero eso... eso no es lo malo...
Detrás de ellos, los Skat y los Mohock se miraron entre ellos con recelo. Luego recogieron sus armas y se alejaron despacio y con cuidado. No es que no queramos pelear, decían sus gestos. Es simplemente que ahora mismo tenemos mejores cosas que hacer, así que vamos a irnos para averiguar cuáles son.

sábado, 30 de junio de 2007

La luz fantástica - Terry Pratchett

Y muy lejos, pero situado en el curso de colisión, el héroe más grande jamás nacido en el Disco se liaba un cigarrillo, completamente inconsciente de la que le aguardaba.
El pitillo que hacía girar expertamente entre los dedos era interesante: como muchos magos errantes de los que había aprendido el arte, aquel héroe tenía la costumbre de guardarse las colillas en un saquito de cuero y usar los restos para hacerse nuevos cigarrillos. Las implacables leyes de los promedios dictaban que parte de aquel tabaco había sido fumado casi contínuamente durante muchos años. La sustancia que intentaba prender sin éxito..., bueno, digamos que habría servido para alquitranar carreteras.
Tan grande era la reputación de este hombre que un grupo de jinetes nómadas bárbaros le había invitado respetuosamente a reunirse con ellos en torno a su hoguera de boñigas de caballo. Los nómadas de las regiones del Eje solían emigrar hacia la Periferia cuando llegaba el invierno, y éstos formaban parte de una tribu que había plantado sus tiendas de fieltro en la sofocante ola de calor de -3 grados. Ivan por ahí con las narices despellejadas y quejándose de insolaciones.
El efe bárbaro dijo:
- ¿Cuáles, pues, son las grandes cosas que un hombre puede encontrar en la vida?
Es el tipo de conversaciones que hay que iniciar para que los bárbaros esteparios se mantengan sentados en círculos.
El hombre situado a su derecha bebió pensativamente un sorbo de cóctel de leche de yegua y sangre de lince blanco, y así habló:
- El horizonte nítido de la estepa, el viento en tu melena, un caballo descansado para cabalgar.
El hombre de su izquierda dijo:
- El grito de un águila blanca en las montañas, la caída de la nieve en el bosque, una buena flecha en tu arco.
El jefe asintió y dijo:
- Sin duda es el espectáculo de tu enemigo muerto, la humillación de su tribu y el llanto de sus mujeres.
Se oyó un murmullo generalizado de aprobación ante tan extravagante afirmación.
El jefe se volvió respetuosamente hacia su invitado, una figurilla que se calentaba cuidadosamente los sabañones junto a la hoguera.
- Pero nuestro huésped, cuyo nombre es legendario, sin duda conoce la verdad: ¿Cuáles son las grandes cosas que un hombre puede encontrar en la vida?
El invitado se detuvo en mitad de otro inútil intento por encender su pitillo.
- ¿Cómo dicez? -preguntó, desdentado.
- Que cuáles son las grandes cosas que un hombre puede encontrar en la vida.
Los guerreros se inclinaron hacia delante para oír mejor. Aquello valdría la pena.
El invitado pensó durante largo rato con todas sus fuerzas, y luego dijo con voz pausada:
- Agua caliente, buenoz dientez y papel higiénico suave.

[...]

Los druidas del Disco se enorgullecían de su progresista aproximación al descubrimiento de los misterios del universo. Por supuesto, como los druidas de todas partes, creían en la unidad esencial de todo lo que vive, en el poder curativo de las plantas, en el ritmo natural de las estaciones y en la incineración de todo el que no percibiera adecuadamente todo esto, pero también habían pensado mucho sobre la base misma de la creación, y llegaron a formular la siguiente teoría:
El universo, según decían, dependía para su funcionamiento del equilibrio de cuatro fuerzas que ellos identificaban como encanto, persuasión, inseguridad y mala leche.
De esta manera, el sol y la luna orbitaban en torno al Disco porque habían sido persuadidos para no caer, pero en realidad no volaban a causa de la inseguridad. El encanto permitía que los árboles crecieran y la mala leche los mantenía arriba, etcétera.
Algunos druidas sugirieron que existían ciertos fallos en esta teoría, pero los druidas más ancianos les explicaron con precisión que había un lugar y un momento para la polémica documentada y el debate científico: la pira ceremonial en el siguiente solsticio.

[...]

Pero una figura menuda y solitaria vigilaba también desde el útil escondrijo que le proporcionaba una piedra caída. Una de las leyendas más grandes del Disco observaba con considerable interés los acontecimientos que se desarrollaban en el círculo de piedra.
Vio como los druidas cerraban el corro y entonaban el cántico, vio como el jefe druida alzaba su hoz...
Oyó la voz.
- ¡Disculpad un momento, por favor! ¿Puedo decir una cosa?

Rincewind miró desesperadamente a su alrededor buscando una salida. No la había. Dosflores estaba de pie junto a la piedra que servía de altar, con un dedo alzado y una actitud de educada determinación.
Rincewind recordó el día en que Dosflores había pasado junto a un carretero que apaleaba a los bueyes con demasiada fuerza, y la presentación que el turista hizo de sus teorías acerca de la protección de los animales dejó al mago magullado y sangrante.
Los druidas miraban a Dosflores con la clase de expresión que se suele reservar para una oveja que se ha vuelto loca o una lluvia de ranas. Rincewind no alcanzaba a oír lo que decía, pero unas cuantas frases como "costumbres folklóricas" y "flores y frutos" le llegaron desde el silencioso círculo.
En aquel momento, unos dedos que parecían palitos de queso se cerraron en torno a la garganta del mago, y algo extremadamente afilado y cortante le arañó la nuez, mientras una voz húmeda susurraba junto a su oído:
- Ni una palabda o edez hombde muedto.
Los ojos de Rincewind giraron en sus órbitas como si estuvieran buscando un camino de salida.
- Si no quieres que diga nada, ¿cómo sabrás que he comprendido lo que acabas de decirme? -siseó.
- ¡Calla y dime qué hace el otdo idiota!
- Oye, espera, si tengo que callarme no puedo...
El cuchillo junto a su garganta se convirtió en una raya caliente de dolor, y Rincewind decidió dar un pase pernocta a la lógica.
- Se llama Dosflores. No es de por aquí.
- Ya me padecía a mí. ¿Ez amigo tuyo?
- Tenemos una especie de relación odio-odio, sí.
Rincewind no alcanzaba a ver a su agresor, pero por lo que sentía a su espalda, tenía el cuerpo hecho de percheros. Además, apestaba a caramelos de menta.
- Hay que deconoced que tiene agallaz. Haz exactamente lo que te digo y quizá laz agallaz de tu amigo no acaben eztampadaz en la piedda.
- Urrr.
- Ezta gente no ez muy ecuménica, ¿zabez?
Fue en aquel momento cuando la luna, con la debida obediencia a las leyes de la persuasión, salió; aunque, por deferencia a las leyes informáticas, no fue por un lugar ni siquiera remotamente cercano a las piedras colocadas a tal efecto.
Pero lo que había allí, escudriñando entre los jirones de nubes, era una brillante estrella roja. Pendía exctamente sobre la piedra sagrada del círculo, deslumbrante como una chispa en las órbitas oculares de la Muerte. Era sombría, terrible y, como no pudo evitar advertir Rincewind, un poco más grande que la noche anterior.
Un grito de horror se elevó de entre los sacerdotes reunidos. En la periferia, la multitud se apretujó hacia adelante: aquello parecía prometedor.
Rincewind sintió que le ponían el mango de un cuchillo en la mano, y oyó la voz chirriante a su espalda.
- ¿Haz hecho alguna vez ezta claze de cozaz?
- ¿Qué clase de cosas?
- Atacad un templo, matad a loz zaceddotez, dobad el odo y dezcatad a la chica.
- No, al menos no con esas palabras.
- Puez ze hace azí.
A cinco centímetros de la oreja de Rincewind, la voz se convirtió en el aullido de un mandril que acabara de pisar una trampa en un desfiladero con buena resonancia, y una forma menuda pero fuerte salió corriendo junto a él.
A la luz de las antorchas, vio que se trataba de un hombre muy viejo, de la variedad huesuda que se suele denominar "vital para su edad", con la cabeza completamente pelada, una barba que le llegaba casi hasta las rodillas y unas piernecillas como alambres en las cuales las venas varicosas habían dibujado el mapa de una ciudad bastante grande. A pesar de la nieve, no llevaba más que un taparrabos de cuero y un par de botas en las que habrían cabido sin problemas otros dos pies.
Los dos druidas más cercanos a él intercambiaron miradas y blandieron las hoces. Hubo una mancha borrosa y se derrumbaron, convertidos en bolas de agonía que emitían sonidos castañeteantes.
En el tumulto que siguió, Rincewind consiguió deslizarse hacia la piedra altar, sujetando el cuchillo con dos dedos como para no provocar ningún comentario desaprobador. La verdad es que nadie le prestaba demasiada atención: los druidas que no habían huido del círculo, generalmente los más jóvenes y musculosos, se habían congregado en torno al anciano con intención de discutir el tema del sacrilegio en relación con los círculos de piedra. Pero, a juzgar por las risitas temblorosas y el ruido de golpes, era él quien dirigía el debate.
Dosflores observaba la pelea con interés. Rincewind le agarró por un hombro.
- ¡Vámonos! -gritó.
- ¿No deberíamos ayudar?
- Estoy seguro de que no haríamos más que estorbar -se apresuró a decir Rincewind-. Ya sabes lo molesto que es cuando estás trabajando y la gente no hace más que intentar mirar lo que haces.
- Como mínimo tenemos que rescatar a la joven -replicó Dosflores con firmeza.
- ¡Muy bien, pero deprisa!
Dosflores cogió el cuchillo y corrió hacia la piedra altar. Tras varios intentos de aficionado, consiguió cortar las cuerdas que ataban a la chica, quien se sentó y rompió a llorar.
- No pasa nada... -empezó a decir el turista.
- ¡Claro que pasa, imbécil! -le espetó ella, mirándole con unos ojos ribeteados de rojo-. ¿Por qué la gente siempre tiene que estropearlo todo?
Resentida, se sonó la nariz con el borde de la túnica.
Dosflores, avergonzado, alzó la vista hacia Rincewind.
- Mmm... me parece que no lo comprendes bien -dijo-. Te acabamos de salvar de una muerte segura.
- No ha sido fácil -sollozó ella-. Quiero decir, mantenerte... -Se sonrojó y retorció el dobladillo de su túnica-. O sea, seguir..., no dejar que te..., no perder las... cualificaciones...
- ¿Cualificaciones? -interrogó Dosflores, ganando el Trofeo Rincewind a la persona más lenta de entendederas del universo.
La chica entrecerró los ojos.
- A estas horas podría estar ya con la Diosa Luna, bebiendo aguamiel en una copa de plata -dijo malhumorada-. ¡Ocho años de quedarme en casa las noches de los sábados, todo a la basura!
Alzó la vista hacia Rincewind y lanzó un gruñido despectivo.
En aquel momento, el mago sintió algo. Quizá fue el tenue roce de una pisada tras él, quizá un movimiento reflejado en los ojos de la chica..., el caso es que se agachó.
Algo silbó en el aire atravesando el lugar donde había estado su cuello y rozó el cráneo calvo de Dosflores. Rincewind se volvió en redondo y vio como el archidruida preparaba de nuevo su hoz para descargar otro tajo. Ante la ausencia de cualquier posibilidad de huida, lanzó una patada desesperada.
Alcanzó de lleno al druida en la rodilla. El hombre gritó y dejó caer el arma. En aquel momento se oyó un desagradable ruidillo carnoso, y se derrumbó hacia adelante. Tras él, el hombrecillo de la larga barba arrancó su espada del cadáver, la limpió con un puñado de nieve y dijo:
- El lumbago me eztá matando. Puedez llevad el teozodo.
- ¿Tesoro? -inquirió débilmente Rincewind.
- Laz gadgantillaz y ezaz cozaz. Todoz loz colladez de odo. Tienen ontonez de elloz. Azí zon loz zaceddotez... -dijo el viejo desdentado-. ¿Quién ez la chica?
- No quiere que la rescatemos -explicó Rincewind.
La chica miró desafiante al anciano bajo unos párpados recargados de maquillaje.
- A tomad pod culo -dijo el viejo.
Con un solo movimiento se la echó al hombro..., se tambaleó, lanzó un grito de dolor tras la protesta de su artritis, y cayó.
Tras un momento en posición supina, dijo:
- No te quedez ahí padada, maldita zodda..., ayúdame a levantadme.
Para asombro de Rincewind, y probablemente también para el suyo propio, la chica obedeció.
Enretanto, el mago intentaba levantar a Dosflores. El turista tenía en la sien un rasguño que no parecía muy profundo, pero estaba inconsciente, con el rostro congelado en una sonrisa ligeramente preocupada. Su respiración era superficial y... extraña.
Y parecía muy ligero. No sólo poco pesado, sino casi sin peso. Era como si el mago estuviera sosteniendo una sombra.
Rincewind recordó haber oido que los druidas usaban venenos raros y terribles. Por supuesto también había oído, generalmente de labios de las mismas personas, que los criminales tenían los ojos muy juntos, que los rayos jamás caían dos veces sobre el mismo sitio y que si los dioses hubieran querido que el hombre volase le habrían proporcionado billetes de avión. Pero la ligereza de Dosflores asustó a Rincewind. Le asustó muchísimo.
Miró a la chica. Se había echado al viejo a un hombro, y dirigió una sonrisita apologética al mago. Desde algún lugar cercano a la base de su espalda, una voz cascada dijo:
- ¿Lo tienez todo ya? Puez vámonoz antez de que vuelvan.
Rincewind cogió a Dosflores bajo un brazo y trotó tras ellos.
No parecía tener otra opción.

El viejo tenía un caballo atado a un arbolillo retorcido, en un desfiladero lleno de nieve a cierta distancia de los círculos. Era un animal esbelto y lustroso, y la impresión general de que era un soberbio corcel de batalla quedaba enturbiada sólo en parte por el anillo hemorroide atado a la silla.
- Muy bien, ya puedez bajadme. Hay una botella de linimento en la alfodja, zi no te impodta...
Rincewind dejó caer a Dosflores apoyándolo contra el árbol con toda la suavidad posible y, a la luz de la luna -sumada al resplandor rojizo de la amenazadora estrella nueva, según advirtió-, tuvo oportunidad de examinar bien por primera vez a su salvador.
Sólo tenía un ojo, el otro estaba cubierto por un parche negro. Su flaco cuerpecillo era un entramado de cicatrices y, en aquel momento, la tendinitis lo tenía hecho polvo. Obviamente, sus dientes habían dimitido hacía tiempo.
- ¿Cómo te llamas? -preguntó.
- Bethan -respondió la chica, frotando un puñado de maloliente ungüento verdoso sobre la espalda del anciano.
Por su aspecto, el linimento no era parte de la historia cuando eres una virgen recién rescatada del sacrficicio por un héroe con un corcel blanco..., pero también parecía pensar que, si el linimento entraba en juego, lo mejor era usarlo bien.
- Le preguntaba a él -dijo Rincewind.
Un ojo brillante como una estrella se clavó en él.
- Mi nombde ez Cohen, chico.
Las manos de Bethan se detuvieron en el acto.
- ¿Cohen? -preguntó-. ¿Cohen el Bárbaro?
- El mizmo.
- Espera, espera -interrumpió Rincewind-. Cohen es un tipo corpulento, con un cuello de toro, los músculos de su pecho son como sacos de balones de fútbol. Es el mejor guerrero del Disco, una leyenda viviente. Mi abuelo me contó que le había visto..., mi abuelo me contó..., mi abuelo...
Se detuvo ante la mirada penetrante del viejo.
- Oh -dijo-. Oh. Claro. Perdón.
- Zí -suspiró Cohen-. Ez ciedto, chico. Máz que una leyenda, zoy hiztodia.
- Cielos -se asombró Rincewind-. ¿Cuántos años tienes, exactamente?
- Ochenta y ziete.
- ¡Pero si eras el más grande! -exclamó Bethan-. ¡Los bardos todavía cantan canciones sobre ti!
Cohen se encogió de hombros y lanzó un gemido de dolor.
- Y nunca me pagaron doyaltiez -dijo. Contempló la nieve con tristeza-. Éza ez la zaga de mi vida. Ochenta añoz en el negocio, ¿y qué he zacado en limpio? Lumbago, almoddanaz, úlcera de eztómago y cien decetaz difedentez pada haced zopa. ¡Zopa! ¡Odio la zopa!

sábado, 23 de junio de 2007

Tiempos Interesantes - Terry Pratchett

Aquí es donde los dioses juegan partidas con las vidas de los hombres, en un tablero que es al mismo tiempo una simple zona de juego y el mundo entero.
Y Sino siempre gana.
Sino siempre gana. La mayoría de los dioses lanzan los dados pero Sino juega al ajedrez, y uno no descubre hasta que es demasiado tarde que durante todo el tiempo ha usado dos reinas.
Sino gana. Por lo menos eso es lo que se dice. Suceda lo que suceda, después dicen que debe de haber sido el Sino.*
Los dioses pueden adoptar cualquier forma, pero el único elemento de sí mismos que no pueden cambiar son sus ojos, y estos revelan su naturaleza. Los ojos de Sino apenas pueden llamarse ojos: no son más que agujeros oscuros a un infinito salpicado de algo que tal vez sean estrellas, o, en un segundo vistazo, podrían ser otras cosas.
Ahora parpadeó con aquellos ojos, sonrió a sus compañeros de partida con esa petulancia con que los ganadores sonríen justo antes de convertirse en ganadores y dijo:
- Yo acuso al Sumo Sacerdote de la Túnica Verde, en la biblioteca y con el hacha de dos manos.
Y ganó.
Dedicó una amplia sonrisa a los demás.
- Giempge ganan loj mijmoj -refunfuñó Offler el Dios Cocodrilo a través de sus colmillos.
- Parece que hoy me estoy siendo propicio -dijo Sino-. ¿A alguien le apetece jugar a otra cosa?
Los dioses se encogieron de hombros.
- ¿A los Reyes Locos? -preguntó Sino en tono amable-. ¿A Amantes Desventurados?
- Creo que hemos perdido las reglas de ese -dijo Ío el Ciego, jefe de los dioses.
- ¿O a Marineros Arrojados al Mar por Tempestades?
- Siempre ganas en ese -dijo Ío.
- ¿A Inundaciones y Sequías? -propuso Sino-. Ese es fácil.
Una sombra se cernió sobre la mesa de juego. Los dioses levantaron la vista.
- Ah -dijo Sino.
- Que empiece una partida -dijo la Dama.
Siempre era tema de discusión si la recién llegada era o no una diosa de verdad. Estaba claro que nadie había llegado a ninguna parte adorándola, y ella tenía tendencia a aparecer solamente donde menos se la esperaba, como por ejemplo ahora. Y la gente que confiaba en ella raras veces sobrevivía. Cualquier templo levantado en su honor era firme candidato a ser destruído por un rayo. Era mejor hacer malabarismos con hachas sobre la cuerda floja que pronunciaba su nombre. Llámala simplemente la camarera de la taberna de la Última Oportunidad.
Normalmente se la conocía como la Dama, y tenía los ojos verdes; no verdes como los ojos de los humanos, sino puro verde esmeralda de punta a cabo. Se decía que era su color favorito.
- Ah -volvió a decir Sino-. ¿Y a qué juego será?
Ella se sentó delante de él. Los dioses que presenciaban la escena se miraron de reojo. Aquello se ponía interesante. Estos dos eran antiguos enemigos.
- ¿Qué opinas de...? -ella hizo una pausa-, ¿... Poderosos Imperios?
- Oh, eje ej un ajco -dijo Offler, rompiendo el repentino silencio-. Al final je muegue todo el mundo.
- Sí -dijo Sino-. Creo que sí se mueren. -Señaló con la barbilla a la Dama, y más o menos con la misma voz con que los jugadores profesionales dicen "¿Ases ganan?", preguntó-: ¿Con Caída de Grandes Dinastías? ¿Con Destinos de Naciones Pendiendo de un Hilo?
- Por supuesto -dijo ella.
- Oh, bien. -Sino pasó la mano por encima del tablero. Apareció el Mundodisco-. ¿Y dónde jugamos?
- En el Continente Contrapeso -dijo la Dama-. Donde cinco familias nobles llevan siglos luchando entre ellas.
- ¿De verdad? ¿Y qué familias son? -preguntó Ío. Se metía poco en los asuntos de humanos individuales. Solía ocuparse más bien de los truenos y relámpagos, así que, desde su punto de vista, el único propósito de la humanidad era mojarse o, de forma ocasional, achicharrarse.
- Los Hong, los Sung, los Tang, los McSweeney y los Fang.
- ¿Esos? No sabía que fueran nobles -dijo Ío.
- Son todos muy ricos y han matado, o torturado hasta la muerte a millones de personas por una mera cuestión de conveniencia y orgullo -dijo la Dama.
Los dioses presentes asintieron con solemnidad. Aquel era ciertamente un comportamiento noble. Era exactamente lo que habrían hecho ellos.
- ¿Los McFweeney? -preguntó Offler.
- Una familia con mucha solera -dijo Sino.
- Oh.
- Y se pelean entre ellos por el Imperio -dijo Sino-. Muy bien. ¿Y con cuáles quieres jugar?
La Dama miró el fragmento de historia que tenían desplegado delante.
- Los Hong son los más poderosos. Mientras estábamos aquí hablando han tomado más ciudades -dijo ella-. Veo que están destinados a ganar.
- De modo que, sin duda, escogerás a una familia más débil.
Sino hizo otro gesto con la mano. Las piezas del juego aparecieron y emprezaron a moverse por el tablero como si tuvieran vida propia, lo cual desde luego era cierto.
- Pero jugaremos sin dados -dijo él-. No me fío de ti con los dados. Los tiras a sitios donde no puedo verlos. Jugaremos con acero, tácticas, política y guerras.
La Dama asintió.
Sino miró a su oponente.
- ¿Y tu jugada? -preguntó.
Ella sonrió.
- Ya la he hecho -contestó.
Él bajó la vista.
- Pero no veo tus piezas en el tablero.
- Todavía no están en el tablero -dijo ella.
La Dama abrió la mano.
Tenía algo negro y amarillo en la palma. Sopló encima y aquello desplegó las alas.
Era una mariposa.
Sino siempre gana...
Por lo menos cuando la gente se ciñe a las normas.

miércoles, 25 de abril de 2007

Soul Music - Terry Pratchett

Están las personas del día y las criaturas de la noche.
Y es importante recordar que las criaturas de la noche no son simplemente las personas del día yéndose a acostar muy tarde porque piensan que así están a la moda y son más interesantes. Cruzar la frontera requiere mucho más que un montón de maquillaje y una complexión enclenque.
La cuestión hereditaria puede ayudar también, naturalmente.
El cuervo se había criado en la Torre del Arte, aquella mole en sempiterno desmoronamiento y tapizada de yedra junto a la Universidad Invisible, allá en la lejana Ankh-Morpork. Los cuervos son unos pájaros inteligentes por naturaleza, y las filtraciones mágicas, que siempre tienen cierta tendencia a exagerar las cosas, habían hecho el resto.
No tenía un nombre. Normalmente los animales no se molestan en recurrir a los nombres. El mago que creía ser su dueño lo llamaba Dijo, pero eso se debía únicamente a que no tenía absolutamente ningún sentido del humor y, como les ocurre a la mayoría de personas sin sentido del humor, se enorgullecía de ese sentido del humor del que en realidad carecía.
El cuervo voló de regeso a la casa del mago, se coló por la ventana abierta y se posó, como siempre, encima de la calavera.
- Pobre cría -se compadeció.
- El destino es así -dijo la calavera.
- No la culpo por tratar de ser normal. Dadas las circunstancias.
- Sí -dijo la calavera-. Personalmente, yo creo que nunca hay que perder la cabeza.

jueves, 17 de agosto de 2006

Lores y Damas - Terry Pratchett

[...]
No se trataba de que Ridcully fuera estúpido. Los magos estúpidos de verdad tienen la esperanza de vida de un martillo de cristal. Ridcully tenía un intelecto poderoso, pero su clase de potencia era la misma que la de una locomotora y además su intelecto corría sobre raíles, por lo que resultaba casi imposible desviarlo de su rumbo.
Y por supuesto que existen los universos paralelos, aunque en este caso "paralelo" difícilmente sea la palabra apropiada: los universos revolotean unos alrededor de otros, describiendo círculos y espirales como si fueran una máquina de coser enloquecida o un escuadrón de yossarianos con un problema en el oído medio.
Y se ramifican. Pero, y esto es importante, no todo el tiempo. Al universo le importa un pimiento que pises una mariposa. Hay montones de mariposas más. Los dioses quizá noten la caída de un gorrión, pero no hacen ningún esfuerzo por cogerlo antes de que se estrelle contra el suelo.
¿Pegarle un tiro al dictador y evitar la guerra? Pero el dictador no es más que la punta de toda esa llaga infectada llena de pus social de la cual emergen los dictadores, y si le pegas un tiro a uno enseguida tendrás otro. ¿Pegarle un tiro también? ¿Y porqué no pegarle un tiro a todo el mundo e invadir Polonia? Dentro de cincuenta, treinta, diez años el mundo ya casi habrá regresado a su antiguo curso. La historia siempre carga con un gran peso de inercia.
Casi siempre...
En el tiempo del círculo, cuando los muros que separan esto de aquello se van volviendo cada vez más delgados, cuando tienen lugar toda clase de extrañas filtraciones... Ah, entonces se escoge entre una y otra opción, entonces el universo puede ser impulsado hacia otra pernera de los sobradamente conocidos Pantalones del Tiempo.
Pero existen lagunas de aguas estancadas, universos que han quedado aislados del pasado y del futuro. Esos universos tienen que robar pasados y futuros de otros universos, porque su única esperanza es cebarse en los universos dinámicos mientras estos atraviesan por el período frágil, de la misma manera en que el pez rémora se agarra a un tiburón que pasaba por ahí. Esos son los universos parásitos y, cuando los círculos de la cosecha cubren el suelo como gotas de lluvia, entonces tienen su oportunidad...

[...]

Lores y Damas - Terry Pratchett

[...]

¿Qué es la magia?
Está la explicación de los magos, la cual adopta dos formas, dependiendo de los años que tenga el mago. Los magos de mayor edad hablan de velas, círculos, planetas, estrellas, plátanos, cánticos, runas y la importancia de comer en abundancia un mínimo de cuatro veces al día. Los magos más jóvenes, en particular los que están muy pálidos y pasan la mayor parte del tiempo en el edificio de Magia de Altas Energías (18) te sueltan interminables discursos sobre las fluctuaciones en la naturaleza mórfica del universo, la cualidad esencialmente transitoria de incluso el marco espacio-temporal más rígido, la implausibilidad de la realidad, y etcétera, etcétera. Lo que quieren decir con eso es que han dado con algo muy interesante y se van inventando la física a medida que progresan...

[...]

¿Qué es la magia?
Luego está la explicación de las brujas, la cual adopta dos formas, dependiendo de los años que tenga la bruja. Las brujas de mayor edad apenas hablan de ello, pero en el fondo de sus corazones quizá sospechen que en realidad el universo no tiene idea de qué demonios está pasando y consiste en un cachillón de trillones de billones de posibilidades, y podría llegar a ser cualquiera de ellas si una mente adiestrada y endurecida por la certeza cuántica fuera introducida en la grieta y se la hiciera girar; es decir, que si realmente tenías que hacer estallar el sombrero de alguien, lo único que debías hacer era meterte en ese universo donde un gran número de moléculas de sombrero deciden salir disparadas al mismo tiempo en distintas direcciones.
Las brujas más jóvenes, por otra parte, siempre están hablando de ello y creen que tiene que ver con los cristales, las fuerzas místicas y el bailar bajo las estrellas con el trasero al aire.
Puede que todas tengan razón al mismo tiempo. Eso es lo realmente curioso que tienen los cuantos.



18. Donde se había demostrado con éxito que el taumo, que hasta aquel momento se consideraba la partícula de magia más pequeña posible, estaba compuesta de resones (19) o fragmentos de realidad. Las últimas investigaciones indican que cada resón está formado por una combinación de al menos cinco "sabores", conocidos como "arriba", "abajo", "de lado", "atractivo sexual" y "menta".

19. Literalmente "cosillas".

domingo, 21 de mayo de 2006

-F-A-U-S-T-O- ERIC - Terry Pratchett

Era una tarde calurosa de finales de verano en Ankh-Morpork, normalmente la ciudad más próspera, bulliciosa y sobre todo más poblada del Disco. Ahora las saetas del sol habían conseguido lo que nunca antes consiguieron incontables invasores, diversas guerras civiles ni la ley del toque de queda. Habían pacificado el lugar.
Había perros tirados y jadeando a la sombra abrasadora. El río Ankh, que nunca se habría podido decir que resplandeciera, rezumaba entre sus orillas como si el calor le hubiera absorbido todo el espíritu. Las calles estaban vacías y calientes como los ladrillos de un horno.
Ningún enemigo había conquistado nunca Ankh-Morpork. Bueno, técnicamente sí, bastante a menudo. La ciudad daba la bienvenida a los invasores bárbaros despilfarradores, pero por alguna razón los perplejos conquistadores siempre acababan descubriendo, pasados unos días, que ya no eran propietarios de sus caballos,y al cabo de un par de meses que ya no eran más que otro grupo minoritario con sus graffiti y sus tiendas de comida propias.
Pero el calor había asediado la ciudad y había rebasado sus muros. Yacía extendido como una mortaja sobre las calles reverberantes. Bajo el soplete del sol los asesinos estaban demasiado cansados para matar. Los ladrones se volvían honestos. En el refugio cubierto de hiedras de la Universidad Invisible, la principal escuela de magia, los internos dormitaban tapándose la cara con sus sombreros puntiagudos. Hasta los moscardones azules estaban demasiado agotados para chocar con los cristales de las ventanas. La ciudad hacía la siesta, esperando la puesta de sol y el respiro breve, caluroso y aterciopelado de la noche.
Solamente el Bibliotecario se mantenía fresco. Además estaba colgado y balanceándose.
Esto se debía a que había instalado unas cuantas sogas y anillas en uno de los subsótanos de la biblioteca de la Universidad Invisible, aquel en que se guardaban los libros, ejem, eróticos.* En cubas de hielo picado. Y él estaba suspendido lánguidamente en medio del vapor helado que se elevaba de ellas.
Todos los libros de magia tienen vida propia. Para algunos de los que tienen más energía no basta con encadenarlos a las estanterías. Hay que asegurarlos con clavos o guardarlos entre láminas de acero. O en el caso de los volúmenes sobre magia sexual tántrica para expertos exigentes, guardarlos dentro de agua muy fría para evitar que se inflamen espontáneamente y calcinen sus cubiertas absolutamente vulgares.
El Bibliotecario se mecía suavemente de adelante hacia atrás sobre las cubas burbujeantes y dormitaba apaciblemente.
Fue entonces cuando surgieron los pasos de la nada, cruzaron a toda velocidad la sala haciendo un ruido que raspaba directamente sobre el alma y desaparecieron a través de la pared. Se oyó un grito débil y lejano que parecía decir: <<¡Ohdiosesohdiosesohdioses, ya ESTÁ, voy a MORIR!>>.
El Bibliotecario se despertó, se soltó accidentalmente y cayó en picado sobre las escasas pulgadas de agua tibia que eran todo lo que separaba El goce del sexo tántrico con ilustraciones para estudiantes avanzados, firmado por Una Dama, de la combustión espontánea.
Y lo habría tenido mal de ser humano. Por suerte, en su estado presente el Bibliotecario era un orangután. Con tanta magia en estado puro campando a sus anchas por la biblioteca, sería sorprendente que no hubiera accidentes de vez en cuando,y uno especialmente espectacular lo había convertido en simio. No mucha gente tenía la oportunidad de abandonar la especie humana sin perder la vida, y desde entonces él había rechazado enérgicamente todos los esfuerzos para hacerlo regresar a su antigua forma. Como era el único bibliotecario del universo que podía coger libros con los pies,la universidad no había insistido sobre el tema.
Aquello también comportaba que su idea de una compañía femenina deseable ahora se pareciera más bien a un saco de mantequilla embutido en un rollo de neumáticos viejos, así que tuvo suerte de salir únicamente con quemaduras leves, dolor de cabeza y unas ideas algo ambivalentes sobre los pepinos, que se disiparon a la hora de la merienda.
En la biblioteca, por encima de él, grimorios chirriaron y agitaron las páginas con asombro mientras el corredor invisible atravesaba las estanterías y desaparecía, o, mejor dicho, desaparecía todavía más...

* Solamente eróticos. No guarros. Es la diferencia entre usar una pluma y usar un pollo.

jueves, 11 de agosto de 2005

¡Guardias!¿Guardias? - Terry Pratchett

Aquí es a donde fueron a parar los dragones.
Aquí yacen...
No están muertos, no están dormidos. No aguardan, porque el hecho de aguardar implica una cierta expectación. Posiblemente la palabra más adecuada sea...
... latentes.
Y aunque el espacio que ocupan no es como el espacio normal, están muy apretados. No hay ni un centímetro cúbico que no esté ocupado por una garra, una zarpa, una escama o la punta de una cola, de manera que la sensación que da es como en esos dibujos engañosos, hasta que por fín los ojos comprenden que el espacio que hay entre dragones es, de hecho, otro dragón.
Podrían recordar a una lata de sardinas, si uno imaginara sardinas enormes, con garras, orgullosas y arrogantes.
Y probablemente, en algún lugar, estará la llave.
[...]
Aquí es donde fueron a parar los dragones.
Aquí yacen...
No están muertos, no están dormidos. No aguardan, porque el hecho de aguardar implica una cierta expectación. Posiblemente la palabra más adecuada aquí sea...
... furiosos.
El dragón recordaa la sensación del aire verdadero bajo sus alas, y el intenso placer de las llamas. Había habido cielos limpios sobre él, y un mundo interesante abajo, lleno de extrañas criaturas que corrían. La existencia había tenido una textura diferente. Una textura mejor.
Y, justo cuando estaba empezando a disfrutarla, lo habían dominado, le habían impedido lanzar llamas y le habían dado un cachete, como a algún mamífero canino cubierto de pelo.
Le habían quitado el mundo.
En las sinapsis reptilianas de la mente del dragón latía la idea de que, quizá, podía recuperar aquel mundo. Lo habían invocado, y luego lo habían expulsado con desdén. Pero quizá quedara un rastro, un olor, un sendero para volver a aquellos cielos.
Quizá hubiera un camino de pensamiento...
Recordó uqe había una mente. Una voz patéticamente dominante, convencida de su insignificante importncia, una mente muy semejante a la del dragón, aólo que a una escala muy pequeña.
Ajá. Así.
Extendió las alas.
[...]
¿Quién lo habría imaginado? Tanto poder, y tan al alcance de la mano. El dragón sentía cómo la magia fluía hacia él, lo renovaba por momentos, desafiando todas las leyes físicas. Aquello no era el escaso sustento que le habían proporcionado hasta entonces. Aquello era comida de verdad. Con un poder semejante, no había límite para lo que podía hacer.
Pero, para empezar, tenía que presentar sus respetos a ciertas personas...
Olfateó el aire del amanecer. Estaa buscando el hedor de unas mentes.
Los dragones nobles no tienen amigos. Lo más parecido es un enemigo que todavía sigue vivo.

miércoles, 27 de julio de 2005

Brujas de Viaje - Terry Pratchett

Porque los cuentos son importantes.
La gente cree que son las personas las que dan forma a los cuentos. En realidad, es justo al revés.
Los cuentos existen con independencia de los que participan en ellos. Si uno sabe eso, el conocimiento es poder.
Los cuentos, grandes jirones aleteantes de espaciotiempo, llevan revoloteando y desenrollándose por el universo desde el principio de los tiempo, Y ademá, han evolucionado. Los más débiles han muerto, ylos más fuertes han sobrevivido, crecido y engordado de tanto contarlos una y otra vez... Los cuentos se retuercen, reptan por la oscuridad.
El hecho mismo de su existencia superpone una pauta sutil, pero insistente, al caos que es la historia. Las estrías de los cuentos están grabadas con tanta profundidad que la gente las sigue de la misma manera que el agua sigue determinados senderos montaña abajo. Y cada vez que un actor nuevo se cruza en el camino del cuento, la estría se profundiza aún más.
A esto se lo denomina "teoría de la causalidad narrativa", y quiere decir que el cuento, una vez ha comenado, toma forma propia. Recoge las vibraciones de todas las elaboraciones d ese mismo cuento que ha habido a lo largo de los tiempos.
Por eso, la historia siempre se repite.
Po reso, un millar de héroes han robado el fuego a los dioses. Un millar de lobos se han comido a la abuela. Un milllar de princesas han recibido sus correspondientes besos. un millón de actores, sin saberlo, han recorrido los senderos del cuento.
Ahora mismo, es completamente imposible que el tercer hijo de cualquier rey, el más joven, se embarque en una aventura en laque han racasado ya sus hermanos mayores, y no tenga éxito.
A los cuentos les importa un rábano quién toma parte en ellos. Lo único que les importa es que se cuente el cuento, que el cuento se repita. O, si lo preferís, se puede mirar a de la siguiente manera: los cuentos son una forma de vida parasitaria, moldean las vidas a su servicio, en función tan solo del cuento en sí.*



*Y la gente está muy equivocada en lo que respecta a las leyendas urbanas. La lógica y la razón dictan que son creaciones de ficción, narradas una y otra vez por personas hambrientas de pruebas de la existencia de coincidencias extraordinarias, justicia natural y todo eso. Pues no lo son. Suceden una y otra vez, constantemente, en todas partes, a medida que los cuentos rebotan aquí y allá en su viaje por el universo. En cualquier momento dado, cientos de abuelas muertas son llevadas en las bacas de coches robados, y leales alsacianos se asfixian en las garras de ladrones nocturnos. Y no es algo confinado a un solo mundo: cientos de jivpts mercurianas vuelven sus cuatro ojillos hacia sussalvadores y dicen: "Mi marido se pondrá lívido... ese era su módulo de viaje". Las leyendas urbanas están vivas.


martes, 12 de julio de 2005

¡Guardias! ¿Guardias? - Terry Pratchett

Lady Ramkin le sonrió.
Y entonces, de repente, Vimes se dió cuenta de que, en su categoría especial, era hermosa; se trataba de la misma categoría especial a la que pertenecían todas las mujeres que se habían tomado la molestia de sonreirle. Ella no podía hacerlo peor, pero claro, él no podía hacerlo mejor. Quizá hubiera una especie de equilibrio. Ya no era joven, pero ¿acaso era joven él? Y tenía clase, dinero, sentido común y seguridad en sí misma, todas las coas de las que él carecía. Y ella le había abierto su corazón; si se lo permitía, lo podría envolver con él. Aquella mujer era una ciudad.
Al final, bajo asedio, uno acababa por hacer lo que siempre había hecho Ankh-Morpork: abrir las puertas, dejar entrar a los invasores e integrarse con ellos.
¿Por dónde empezar? La dama parecía esperar algo.
Vimes se encogió de hombros, cogió la copa de vino y buscó una frase adecuada.
- Va por tí, nena -fue lo primero que se le ocurrió.