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viernes, 31 de octubre de 2008

Cúpulas de Fuego - David Eddings - El Tamuli I

Atravesó la depresión de la cima, hasta donde Bevier se hallaba dirigiendo las actividades de sus caballeros.
- Hora de irse a la cama -dijo a su hija mientras la cogía en brazos.
Ella hizo algún puchero, pero no puso ninguna otra objeción. Cuando Sparhawk estaba a medio camino de la tienda de su esposa, aminoró el paso.
- ¿Cuán rigorista eres respecto a la formalidad, Afrael? -le preguntó.
- Unas cuantas genuflexiones son agradables, padre -replicó la niña-, pero puedo pasarme sin ellas... en caso de emergencia.
- Me alegro. Si el ataque se produce esta noche, voy a necesitar un poco de luz para verlos.
- ¿Cuánta luz?
- Algo así como luz de mediodía sería perfecto.
- No puedo hacer eso, Sparhawk. ¿Tienes idea de la cantidad de líos en los que me metería si hiciera que saliera el sol cuando no debe?
- Yo no estaba sugiriendo realmente eso. Sólo quiero luz suficiente como para que el enemigo no pueda escabullirse hasta nosotros a cobijo de las sombras. El hechizo es bastante largo, requiere muchas formalidades y una tremenda cantidad de cuestiones específicas. Puede que me vea un poco abrumado por la falta de tiempo, así que ¿te ofendería demasiado si sencillamente te pidiera luz y dejara los detalles en tus manos?
- Eso es terriblemente irregular, Sparhawk -reprobó ella con tono remilgado.
- Ya lo sé, pero ¿sólo por esta vez?
- Oh, bueno, creo que por esta vez puede pasar, pero no lo convirtamos en un hábito. Después de todo, piensa que tengo una reputación que mantener.
- Te quiero -dijo él entre carcajadas.
- Oh, si ese es el caso, entonces está todo en orden. Podemos torcer toda clase de reglas por la gente que nos quiere de verdad. Sólo tendrás que pedir la luz, Sparhawk. Yo me encargaré de que tengas montones y montones de luz.

martes, 16 de septiembre de 2008

Los Seres Fulgentes - David Eddings - El Tamuli II

- Claro que te amo, Berit-caballero -dijo la emperatriz Elysoun con un poco de tristeza-, pero también lo amo a él.
- ¿Y a cuántos más amas, Elysoun? -le preguntó Berit con tono ácido.
La emperatriz de pechos desnudos se encogió de hombros.
- He perdido la cuenta. A Sarabian no le importa. ¿Por qué habría de importarte a tí?
- ¿Entonces hemos acabado? ¿Ya no quieres volver a verme?
- No seas ridículo, Berit-caballero. Por supuesto que quiero volver a verte... tan a menudo como me sea posible. Lo único que sucede es que habrá ocasiones en que estaré ocupada viéndolo a él. No tenía necesidad de decírtelo, ya lo sabes, pero eres tan bueno que no quería actuar a tus espaldas para... -la muchacha luchaba para encontrar la palabra adecuada.
- ¿Para ser infiel? -dijo bruscamente Berit.
- Yo nunca soy infiel -le contestó ella indignada-. Retira eso ahora mismo. Soy la dama más fiel de toda la corte. Le soy fiel a al menos una docena de jóvenes, a todos al mismo tiempo.
El se echó a reir repentínamente.
- ¿Qué es lo que te hace tanta gracia? -le preguntó ella con tono imperioso.
- Nada, Elysoun -replicó él con un afecto genuino-. Eres tan deliciosa que no puedo evitar echarme a reír.
Ella suspiró.
- La vida sería mucho más sencilla para mí si los hombres no os tomarais estas cosas con tanta seriedad. El amor debería ser divertido, pero vosotros fruncís el ceño y agitáis los brazos en el aire por su causa. Vete a amar a alguna otra. A mí no me importa. Siempre y cuando todo el mundo sea feliz, ¿qué importancia tiene quién ha hecho feliz a cada cual?
Él le sonrió.
- Todavía me amas, ¿verdad, Berit-caballero?
- Por supuesto que sí, Elysoun.
- ¿Lo ves? ¿Todo está arreglado, entonces?

viernes, 3 de marzo de 2006

La hechicera de Darshiva - David Eddings

Beldin se sentó en el suelo, junto al camino, y comenzó a roer un trozo de pollo asado.
- Lo has quemado, Pol -acusó.
- No lo cociné yo, tío -respondió ella con sencillez.
- ¿Porqué no? ¿Has olvidado cómo hacerlo?
- Tengo una receta estupenda para hacer cocido de enano -respondió ella-. Estoy segura de que más de uno estará encantado de comerlo.
- Estás perdiendo el ingenio, Pol -dijo él mientras se limpiaba los dedos grasientos en su harapienta túnica-. Tus sesos se están reblandeciendo tanto como tu trasero.
La cara de Zakath cobró una súbita expresión de furia, pero Garión lo tranquilizó con un gesto.
- Es un asunto personal -le advirtió-. Yo en tu lugar no me metería. Hace miles de años que se insultan. Creo que es una forma extraña de amor.
- ¿Amor?
- Escúchalos -le aconsejó Garion-. Podrías aprender algo nuevo. Los alorns no somos como los angaraks. No hacemos demasiadas reverencias y a veces escondemos nuestros sentimientos detrás de las bromas.

viernes, 17 de febrero de 2006

El Rey de los Murgos - David Eddings

- Esto es espantoso -gimió Urgit con la cara verdosa-. No estoy seguro de si se debe a la bebida o al mar. Me pregunto si me sentiría mejor si metiera la cabeza en un cubo de agua.
- Sólo si la mantienes sumergida el tiempo suficiente.
- Buena idea. -Urgit recostó la cabeza sobre la baranda, para que la llovizna le mojara la cara-. Belgarion -preguntó por fín-, ¿qué es lo que estoy haciendo mal?
- Has bebido demasiado.
- No me refiero a eso. ¿Cuáles son mis errores como rey?
Garion lo miró. El hombrecillo era sincero y Garion volvió a experimentar la misma compasión que había sentido por él en Rak Urga. Por fin tuvo que admitir que aquel hombre le caía bien. Respiró hondo y se sentó junto al apesadumbrado Urgit.
- Ya conoces uno de ellos. Dejas que la gente te dé órdenes.
- Es porque tengo miedo, Belgarion. Cuando yo era pequeño, solía dejarme atropellar porque de ese modo evitaba que me mataran. Supongo que se convirtió en un hábito.
- Todo el mundo tiene miedo.
- Tú no. Tú te enfrentaste a Torak en Cthol Mishrak, ¿verdad?
- No fue idea mía y no puedes imaginarte lo asustado que estaba cuando iba hacia allí.
- ¿Tú?
- Oh, sí. Pero estás empezando a controlar tu problema. Te las arreglaste muy bien con ese general en el palacio Drojim. ¿Cómo se llamaba? Ah, sí, Kradak. Recuerda siempre que eres el rey y que eres tú quien debe dar las órdenes.
- Lo intentaré. ¿Qué otro error estoy cometiendo?
- Intentas hacerlo todo solo -respondió Garion después de reflexionar un momento-, y eso es imposible. Hay demasiados detalles a tener en cuenta para que un hombre solo pueda hacerse cargo de todo. Necesitas ayuda de gente competente y honesta.
- ¿Cómo voy a conseguir ayuda en Cthol Murgos? ¿En quién puedo confiar?
- Confías en Oskatat, ¿verdad?
- Bueno, sí, supongo que sí.
- Ese es un comienzo. Mira, Urgit, el problema es que en Rak Urga hay gente tomando las decisiones que deberías tomar tú y lo hacen porque has estado demasiado asustado o demasiado ocupado para hacer valer tu autoridad.
- Eres contradictorio, Belgarion. Primero me dices que debería buscar ayuda y luego que no debería dejar que los demás tomaran decisiones por mí.
- No me has escuchado bien. La gente que toma decisiones por tí no es la que tú habrías elegido. Simplemente se atribuyeron esa responsabilidad ellos mismos. En la mayoría de los casos, ni siquiera sabes quiénes son. Eso no puede funcionar. Tienes que elegir a tus hombres con cuidado. Su primera virtud tiene que ser la eficiencia, luego viene la lealtad hacia tí y hacie tu madre.
- Nadie me es leal, Belgarion. Mis súbditos me desprecian.
- Podrían sorprenderte. No tengo ninguna duda sobre la lealtad de Oskatat ni de su eficiencia. Tal vez sea un buen modo de empezar. Deja que él elija a tus administradores. Comenzarán siendo leales a él, pero con el tiempo llegarán a respetarte a tí también.
- No se me había ocurrido. ¿Crees que funcionará?
- Probar no te hará ningún daño. Para serte completamente franco, amigo mío, tú has complicado mucho las cosas y te llevará bastante tiempo arreglarlas. Sin embargo, tienes que empezar por alguna parte.
- Me has dado mucho en que pensar, Belgarion. -Urgit tembló y miró a su alrededor.- Aquí hace mucho frío. ¿Dónde ha ido Kheldar?
- Adentro. Creo que intenta reponerse.
- ¿Te refieres a que hay algo que cure esto?
- Algunos alorns recomiendan tomar un poco más de lo que te puso en ese estado.
- ¿Más? -preguntó Urgit horrorizado y con la cara pálida-. ¿Cómo pueden hacerlo?
- Los alorns son famosos por su valentía.
- Espera -dijo Urgit con una mirada desconfiada-, ¿eso no haría que me sintiera exactamente igual mañana por la mañana?
- Tal vez. Eso explica porqué los alorns están de tan mal humor cuando se levantan de la cama.
- Eso es una estupidez, Belgarion.
- Lo sé. Los murgos no tienen el monopolio de la estupidez. -Garion miró al hombrecillo tembloroso-. Creo que será mejor que entres -observó-. Con todos tus problemas, lo último que necesitas es un resfriado.

martes, 2 de agosto de 2005

La Reina de la Hechicería - David Eddings

Cuando se fueron, Garion se sintió aliviado. El esfuerzo por mantener la expresión de rencor contra tía Pol ya empezaba a cansarlo. Se encontraba en una posición difícil; el horror y la repulsión que había sentido hacia sí mismo tras incendiar el cuerpo de Chamdar en el bosque de las Dríadas le resultaban insoportables. Temía que llegara la noche, pues sus sueños eran siempre los mismos: una y otra vez veía a chamdar, con la cara chamuscada, repitiendo "Maestro, ten piedad", y, una y otra vez, veía aquella horrible llama azul que había brotado de su mano como respuesta a las súplicas. El odio que había arrastrado desde Val Alorn había ardido en esa llama, y su venganza había sido tan brutal que no había forma de eludirla o negar su responsabilidad en ella. El ataque de ira de aquella mañana iba dirigido más contra sí mismo que contra tía Pol; la había llamado monstruo, pero a quien odiaba de verdad era al monstruo que habitaba en su interior. No podía borrar de su mente el espantoso catálogo de sufrimientos que ella había soportado por él durante innumerables años ni la pasión con que había hablado, fiel reflejo del dolor que le habían ausado sus palabras. Estaba avergonzado; tanto, que ni siquiera se atrevía a mirar a sus amigos a la cara. Se sentó lejos de los demás con la vista fija en el vacío mientras las palabras de tía Pol resonaban una y otra vez en su memoria.

La Reina de la Hechicería - David Eddings

Eso ya era el colmo. Que aquella princesita malcriada y caprichosa lo llamara a él niño mimado, era más de lo que Garion estaba dispuesto a tolerar...
Enfurecido, comenzó a gritarle. Casi todo lo que le decía era incoherente, pero después de hacerlo se sintió mucho mejor. comenzaron a prodigarse mutuas acusaciones y la discusión pronto degeneró en insultos. Ce'Nedra chillaba como una pescadera de Camaar y la voz de Garion se rompía y oscilaba entre el barítono de un adulto y el tenor de un niño. Se hacían gestos con las manos y gritaab, Ce'Nedra daba golpes con los pies y Garion agitaba los brazos. Fue una espléndida pelea y, cuano acabó, Garion se sintió aliviado. Gritar insultos a Ce'Nedra era una diversión inocente en comparación con las cosas terribles que le había dicho a tía Pol aquella misma mañana y le permitía expresar su confusión y su rabia de un modo inofensivo.
Al final, como era de esperar, Ce'Nedra recurrió a las lágrimas, se largó y dejó solo a Garion, que se sentía más tonto que avergonzado. Al joven el enfado le duró un rato más y masculló varios insultos que no había tenido oportunidad de decirle, pero luego suspiró y se apoyó pensativo en la baranda a ver caer la noche sobre la ciudad húmeda.
Aunque no estaba dispuesto a admitirlo ni siquiera ante sí mismo, le estaba agradecido a la princesa, pues aquella incursión en el absurdo le había aclarado las ideas. Ahora veía con claridad que le debía una disculpa a tía Pol, que la había atacado para superar su propio resentimiento de culpa e intentar endilgárselo a ella. Era evidente que no podría eludir su responsabilidad, y, una vez que aceptó este hecho, comenzó a sentirse mejor.

viernes, 1 de julio de 2005

Los Seres Fulgentes - David Eddings

- ¿Qué puedo hacer? -se lamentó Sefrenia, retorciéndose las manos.
- Para empezar, podrías dejar de hacer eso -le respondió Kalten con dulzura, separándole las manos-. Hace apenas un momento descubrí lo afiladas que son tus uñas, y no quiero que te desagarres la piel.
Ella dirigió una mirada cargada de culpabilidad a los arañazos recientes que el caballero tenía en la cara.
- Te he hecho daño, ¿verdad, querido?
- No es nada. Estoy habituado a sangrar.
- ¡He tratado tan mal a Vanion! -dijo ella con voz quejumbrosa-. Él nunca me perdonará, y yo lo amo.
- Díselo. Eso es realmente lo único que tienes que hacer, ¿sabes? Símplemente dile lo que sientes por él, dile que lo lamentas, y todo volverá a ser como antes.
- Jamás volverá a ser como antes.
- Por supuesto que sí. En cuanto volváis a estar los dos juntos, Vanion olvidará que esto haya llegado a suceder. -Le tomó las diminutas manos en las suyas enormes, se las volvió y le besó las palmas-. De eso precisamente se trata el amor, pequeña madre. Todos cometemos errores. La gente que nos ama perdona los errores. Los que no quieren olvidarlos no tienen realmente importancia, ¿no te parece?
- Bueno, no, pero...
- No existe ningún pero, Sefrenia. Es tan sencillo que incluso yo puedo entenderlo. Alean y yo confiamos en nuestros sentimiento, y parece funcionar maravillosamente bien. No hace falta complicar a la lógica cuando se trata de algo tan simple como el amor.
- ¡Eres un hombre tan bueno, Kalten!
Aquella frase lo hizo sentir un poco violento.
- Difícilmente puedo serlo -replicó él con tristeza-. Bebo demasiado, y como en exceso. No soy muy refinado, y habitualmente no puedo seguir un pensamiento sencillo desde el principio hasta el final. Dios sabe que tengo defectos, pero Alean los conoce y los perdona. Ella sabe que no soy más que un soldado, así que no espera demasiado de mí. ¿Estás ya preparada para esa taza de té?
- Me vendría muy bien -le dijo ella, sonriendo.

jueves, 30 de junio de 2005

Los Seres Fulgentes - David Eddings

- Estás de un humor extraño, Sparhawk.
- En este momento estoy un poco descontento contigo, si quieres que te sea sincero.
- ¿Qué he hecho yo?
- ¿Por qué no lo dejamos?
- ¿Ya no me quieres? - El labio inferior comenzó a temblarle.
- Por supuesto que sí, pero eso no cambia el hecho deque esté molesto contigo en este momento. La gente a la que queremos consigue irritarnos de vez en cuando, ¿sabes?
- Lo siento -dijo ella con una vocecilla contrita.
- Ya lo superaré. ¿Hemos acabado aquí? ¿Podemos montar y ponernos en marcha?



Los Seres Fulgentes - David Eddings

- ¿Se te ocurre algo que pueda explicar la reacción de Sefrenia ante los delfae? -le preguntó Vanion con una expresión trastornada en los ojos-. Nunca antes la había visto comportarse de esa manera.
- La verdad es que no conozco tan bien a mi señora Sefrenia como para explicarte eso, mi señor Vanion, pero el estallido de cólera proporciona algunas pistas. En Xadane hay un pasaje muy breve que insinúa que los delfae se aliaron con los estirianos en la guerra que supuestamente exterminó a los cyrgais. El pasaje estaba claramente basado en una parte muy oscura de un texto histórico del siglo séptimo. Se menciona la traición, pero no mucho más. Evidentemente, cuando comenzó su guerra contra los cyrgais, los estirianos contactaron con los delfae y los engañaron para que montasen un ataque contra los cyrgais, desde el este. Les prometieron ayuda y toda clase de aicientes, pero cuando los cyrgais contraatacaron y comenzaron a derrotar a los delfae, los estirianos decidieron renegar de sus promesas. Los delfae fueron casi totalmente exterminados. Los estirianos han estado culebreando y retorciéndose durante eones para intentar justificar aquella descarada violación del acuerdo. Hay mucha gente en el mundo a la que no le gustan los estirianos, y han utilizado aquella traición como vehículo para sus fanatismos. Es bastante comprensible que los estirianos no se sientan muy interesados en la literatura. -Miró con expresión pensativa hacia las profundidades del monótono desierto-. Uno de los aspectos menos atractivos de la naturaleza humana, es nuestra tendencia a odiar a las personas que no hemos tratado muy bien; eso es más fácil que aceptar la culpa. Si conseguimos convencernos a nosotros mismos de que la gente a la que hemos traicionado o esclavizado eran monstruos subhumanos desde el principio, nuestra culpa no es tan negra como secretamente sabemos que es. Los seres humanos somos muy, muy buenos en eso de transferir la culpabilidad y eludir nuestra responsabilidad en los hechos. Nos gusta mantener una buena opinión de nosotros mismos, ¿verdad?

miércoles, 29 de junio de 2005

Cúpulas de Fuego - David Eddings

Talen tenía el entrecejo fruncido.
- Has dicho que los atanes se sienten terriblemente impresionados por el tamaño.
- Bueno, es sólo una de las cosas que los impresionan - lo corrigió Stragen.
- Entonces, ¿Por qué ha consentido Mirtai en casarse con Kring? Kring es un buen guerrero, pero su estatura no es muy superior a la mía, y eso que yo todavía estoy creciendo.
- Tiene que ser otra característica de él la que la ha impresionado tanto - comentó Stragen mientras se encogía de hombros.
- ¿Qué crees tú que es?
- No tengo ni la más remota idea, Talen.
- Es un poeta - dijo Sparhawk-. Quizá sea eso.
- Eso no tendría tanta importancia para alguien como Mirtai, ¿No te parece? Esa muchacha rajó a dos hombres y luego los quemó vivos, ¿Recuerdas? No me parece el tipo de moza que pueda perder la cabeza por la poesía.
- A mí no me lo preguntes, Talen - lo atajó Stragen entre carcajadas-. Sé muchas cosas acerca del mundo, pero ni siquiera intentaría conjeturar siquiera el porqué de que una mujer escoja a un determinado hombre.
- Buena política -murmuró Ulath.