La tarde siguiente, Robinton no estaba seguro de que todas las dimensiones del entierro de Sallah Telgar pudieran ser registradas adecuadamente. Fue un día largo, y por una vez admitió que estaba muy, muy cansado.
Larad y su esposa habían organizado una espléndida ceremonia, con maestros instrumentistas, bajo la direción del propio Domick, y cantores llegados de todo el continente para interpretar la Balada de Sallah Telgar. Se habilitaron los grandes recintos donde se celebraban las Reuniones de Telgar para acoger a aquellos que empezaron a llegar el día anterior. La mayoría llevaba consigo su comida, pero Telgar fue generoso con todos, y las personas de rango fueron alojadas en las zonas del gran Fuerte que no habían sido ocupadas desde la última plaga. Robinton tenía la impresión de que todos los habitantes del Fuerte se habían puesto a limpiar. Lady Jissamy no era descuidada en sus deberes, pues incluso el rincón más lejano de sus dominios era inspeccionado una vez cada Revolución, pero el lugar destellaba y brillaba como nunca.
El entierro fue fijado para media tarde. Todos los dragones llegaron cargados de pasajeros. el propio Toric se trasladó a lomos de Heth, el dragón de K'van; su esposa Ramala, que aparecía poco en público, lo acompañaba. De inmediato, Toric empezó a solicitar a los otros Señores de Fuerte guardias que le ayudaran contra los rebeldes. Por la expresión de su cara, Robinton supuso que estaba teniendo poco éxito. Cuando el Arpista tuvo la oportunidad de comparar notas con Sebell, vio que los Señores de Fuerte, sin excepción, consideraban que era un momento inadecuado para reclutar una fuerza punitiva, lo que significaba que Toric airearía ese problema en la Conferencia. Otro asunto que se debatiría acaloradamente. Robinton no sabía si asistir o no. En realidad, no estaba obligado a hacerlo, pero lo habían invitado y, aunque confiaba en que Sebell haría un informe preciso, prefería estar presente siempre que era posible.
Sin embargo, todas las pequeñas desavenencias y las controversias importantes se convirtieron en insignificancias cuando comenzaron las ceremonias del sepelio. La Balada fue maravillosamente interpretada. Después, guiados por Ruth y Jaxom, todos los Weyrs se cernieron sobre Telgar. Robinton sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, no sólo por el honor de que era objeto Sallah Telgar, sino en recuerdo de la ocasión anterior, de la que hacía casi veinte Revoluciones, cuando los cinco Weyrs Perdidos reaparecieron en los cielos de Telgar para enfrentarse a la Caída de las Hebras junto con las valientes alas de Benden. Ahora, Ramoth y Solth, el veterano dragón reina de Telgar, llevaban entre ambas la hamaca que contenía el féretro de Sallah. El sol destellaba en la placa de oro, en los ribetes y las asas, dando la impresión de que el propio Rukbat honraba a la valiente mujer y lograndoque la muchedumbre se quedara boquiabierta de asombro. Alineados tras las dos reinas, iban los Weyrs en cerrada formación y siete divisiones, ala cn ala, lo que en sí mismo era una hazaña.
Descendieron, imitando a las dos reinas, y se detuvieron en el aire mientras Ramoth y Solth dejaban delicadamente su carga sobre las andas funerarias. La hamaca cayó con elegancia a los lados. Una escolta de honor formada por Señores de Fuerte avanzó para llevar el féretro a su lugar de descanso definitivo.
Los cabalgadores de dragón giraron, manteniendo la formación de sus Weyrs, y se situaron en las cumbres de Telgar o bordearon a los reunidos. Entonces Larad avanzó, seguido de sus hijos, puesto que Sfia había confirmado que eran descendientes directos de Sallah Telgar y Tarvi Andiyar.
- Que éste sea un día de regocijo, porque esta valiente dama ha regresado al mundo por el que dio la vida. Que descanse ahora con otros de su sangre en el Fuerte que lleva su nombre.
Tras estas sencillas palabras, Larad se apartó, y el féretro fue alzado a hombros y llevado a la tumba con pasos medidos. Cuando fue colocado en el interior, todos los dragones alzaron la cabeza a la vez. Se produjo un sonido aterrador, pero para Robinton, con el rostro bañado en lágrimas, las notas tuvieron un extraño tono de triunfo. Como en respuesta, se oyó un repentino batir de alas y, al parecer, todos los lagartos de fuego del Norte y el Sur, tanto salvajes como domesticados, descendieron, formando un denso y amplio velo justo sobre las cabezas de la escolta, y cubrieron la tumba todavía abierta, añadiendo sus agudas voces como contrapunto de los tonos más graves de los dragones. Después se elevaron y, al llegar al filo del precipicio de Telgar, desaparecieron de repente.
Robinton se había preguntado dónde estaba Zair, y entonces se dio cuenta de que ninguno de los que se hallaban a su alrededor y solían llevr un lagarto de fuego en los hombros lo tenían desde que los dragones surgieron en el cielo.
La escolta, un poco aturdida por aquel aodrno añadido al solemne acontecimiento, retrocedió, y los albañiles de Telgar, con sus mejores ropas protegidas por delantales nuevos, avanzaron para sellar la abertura.
En respetuoso silencio (pues incluso los más jóvenes estaban asombrados por las exhibiciones de los dragones y los lagartos), los congregados esperaron a que la tumba quedara cerrada por completo y los albañiles se retiraran. Larad y Jissamy avanzaron juntos hacia la tumba e hicieron una profunda reverencia, igual que la escolta. El gesto fue repetido por todos los presentes.
Después Larad, su esposa, y la escolta se dirigieron al amplio patio del Fuerte de Telgar. Los músicos de Domic empezaron a tocar una pieza solemne y majestuosa para indicar el final de la ceremonia. Y siguieron a la multitud que se dispersaba para disfrutar de la hospitalidad del Fuerte.