17 de julio de 2014

Enfermedad neurodegenerativa de nueve letras


Durante los primeros años de vida apenas fui consciente de su presencia y de su sonrisa, pero supongo que siempre supe que estaba ahí, que podía recurrir a él si tenía algún problema. Sé ahora que me vigilaba de reojo mientras iba rellenando con letra pulcra, poco a poco, los libros de pasatiempos con los que siempre se entretuvo.
Cumplí años, soplé velas y pasamos las tardes juntos, cada uno en sus juegos y en sus tareas.
Hoy, recién cumplidos los diez, sintiéndome mayor y fuerte, me paro junto a él y lo miro. Su sonrisa sigue ahí, pero no tiene gracia alguna. Sus ojos están fijos en un punto más allá de mi espalda pero no me ve. Estamos en la misma habitación de siempre pero está perdido, y yo no logro encontrar a mi abuelo en él aunque lo sea.
Bajo la cabeza. El cuaderno de pasatiempos está en sus manos, abierto por la página 36 con ese laberinto gigante que no creo que vaya a terminar nunca. Es entonces cuando decido dejar de jugar, que lo haré yo y que lo traeré de vuelta.
autor: Miguel Jiménez



(microrrelato escrito para la convocatoria de ENTC del mes de junio: “…en el laberinto…”)

1 comentario:

  1. Precioso. Muy tierno y evocador, aún guardando una gran amargura de realidad.

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