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Corazones quemados.

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"Jesusito de mi vida, eres niño como yo, por eso te quiero tanto que te doy mi corazón. Tómalo, tuyo es, mío no". Poesía litúrgica infantil. Se arrancó el corazón con la mano izquierda, lo colocó en la bandeja y, rociándolo con gasolina rascó la cabeza de una cerilla con su mano y lo quemó. Esperó a que no quedaran mas que cenizas en el redondo metal y, una vez el fuego extinto, aspiró las motas de lo que fue su órgano. Sintió cómo pasaba por su nariz, viajaba por sus pulmones, se espandía por los bronquios y llegaba hasta la última vena de su sangre. Pero ya no es su corazón. Ni es un corazón quemado. Es algo más. Ella no supo bien si hacer lo mismo. Observaba desde la cama cómo su amante terminaba de toser los últimos restos del polvo aspirado. Los ojos de él lloraban las lágrimas de la asfixia, como los que regaban la madrágora. La mujer se mesó el pelo, hundió sus manos en sus mejillas, o al revés, y buscó en el pecho su corazón. Estuvo un tiempo apartando costillas, teji...