A Saramago.
En ocasiones conocemos a gente de las que nos llevamos muchas cosas con nosotros. Aprendemos de sus maneras, de su cadencia al hablar, escribir o moverse. Imitamos o hacemos nuestras sus manías y fobias, empatizamos con sus anhelos y, sin saber en qué momento sucede, un prisma de nuestra personalidad, como si la faceta de un diamante se tratara, se talla a su imagen; a la imagen de esa persona. Conozco a mucha gente y pese a que me cueste un poco labrar amistades, soy ligeramente tímido, siempre aprendo algo de quienes me rodean. Pero la gente que más me suele fascinar es de aquella de la que aún no sé que tengo que aprender y aún así sé que algo me ofrecen. Es como un caramelo oculto, como un incentivo que persigo pero no soy capaz de ver. Lo peor para un galgo en un canódromo sería perseguir a su liebre sin saber que hay una liebre. Hace unos días un amigo dejó un mensaje en un post, un mensaje que me ha encantado y procedo a reproducir. Habla sobre poetas y rebeldes, escritores y es