El
monje tibetano Nagarth siempre enseñaba a sus discípulos la historia del único
hombre del mundo que recordaba todas sus vidas pasadas. Los mismos afanes, fracasos e ilusiones se repetían en sus
muchas existencias a pesar de que, en cada una de ellas, el hombre intentaba
enmendar los errores. Ya al final de la última vivida, lloró sin consuelo
tendido en su cama. Desesperado, abandonó la búsqueda del sentido de todo
aquello. Contado esto, Nagarth guardaba un silencio elocuente.
—Maestro, ¿es que no es
correcto sentir desesperación ante la certeza de representar sin libertad la
misma función, una y otra vez, como en un gran teatro?
—No. Lo correcto sería sentir
curiosidad por descubrir ante qué público se actúa.
Finalista de noviembre en La Microbiblioteca.