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Nada es lo que parece...
La belleza no es igual a la perfección...


Tally Youngblood al fin es perfecta... Su vida no puede parecer más feliz. Junto a Shay y a Peris, disfruta de fiestas interminables en Nueva Belleza, y está a punto de ser admitida en el mejor grupo de perfectos, los Crim, liderada por Zane, el perfecto más "gamberro" de la ciudad.


Una fiesta de disfraces será el escenario propicio para que Tally conozca a Zane, y gracias a él, encuentre un misterioso mensaje...
Un mensaje que ella misma se escribió antes de entregarse a los Especiales...
Un mensaje que le devuelve sus recuerdos, le hace consciente de su pasado, y trae de vuelta a la vieja Tally, pero con una nueva misión: saber que secuelas tiene la operación, y, sobre todo, descubrir si son reversibles...

Traducido en Alishea's Dream Foro en colaboración con el blog Lux Di Lune


Traductores: Luu, Daiana, Isabella_cullen88, Sidonie, Jhos, Lexie22

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PERFECCIÓN // Capítulo 37

SUEÑOS FALSOS
transcrito por sidonie


Durante las semanas siguientes, Tally no llegó a estar despabilada del todo en ningún momento. De vez en cuando se despertaba, y al notar el tacto de las sábanas y la almohada se daba cuenta de que estaba en la cama, pero la mayor parte del tiempo su mente vagaba a su aire, entrando y saliendo de variantes inconexas del mismo sueño…



Había una hermosa princesa encerrada en una torre alta, una torre con paredes forradas de espejos que no paraban de hablar. No había ascensor ni ninguna otra forma de bajar de la torre, pero cuando la princesa se cansó de mirar su hermoso rostro en los espejos, decidió saltar por la ventana. Invitó a todos sus amigos a unirse a ella, y todos la siguieron, salvo su mejor amiga, cuya invitación se había extraviado.

La torre estaba custodiada por un dragón gris con ojos de piedras preciosas y unas fauces voraces. El animal poseía numerosas patas y era tan rápido que apenas se le veía cuando se movía, pero se hizo el dormido y dejó que la princesa y sus amigos escaparan de la torre.

Y en un sueño como aquel no podía faltar un príncipe.

El joven era apuesto y feo a la vez, chispeante y serio, cauto y valiente. Al principio vivía con la princesa en la torre, pero en una fase posterior del sueño parecía haber estado fuera desde el primer momento, esperando su llegada. La joven se quedaba a veces con el príncipe apuesto, y otras con el feo. Pero en ambos casos se le partía el corazón.

Y eligiera a quien eligiera, el final del sueño nunca cambiaba. La mejor amiga de la princesa, a la que no le había llegado la invitación, siempre trataba de ir tras ella. Pero el dragón gris se despertaba y se la comía, y tanto le gustaba su sabor que decidía salir en busca del resto para saciar su apetito. Desde el interior de su estómago, la mejor amiga de la princesa miraba a través de los ojos del dragón y hablaba con su boca, jurando que la encontraría y la castigaría por haberla dejado atrás.

Y durante todas aquellas semanas de letargo, el sueño siempre terminaba de la misma manera: el dragón iba en busca de la princesa, y repetía las mismas palabras una y otra vez…

“Acéptalo, Tally-wa, eres especial.”


- fin del libro-

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PERFECCIÓN // Capítulo 36

TRANSCRIPTO POR CHUPI

Capítulo 36: “Especiales”

El estrépito de los aerovehículos llenó el observatorio, retumbando como un graznido de aves rapaces. Los torbellinos que originaban los rotores atravesaron la brecha de la cúpula, y avivaron el fuego de tal manera que este comenzó a despedir llamaradas. El aire se llenó de polvo y un grupo de siluetas grises entró en tropel y fue tomando posiciones en medio de la penumbra.
- Necesito que venga un médico – anunció Tally, poniendo voz de perfecta con un tono vacilante -. Mi amigo no se encuentra bien.
A su lado apareció de repente un especial salido de la oscuridad que portaba un arma.
- No te muevas. No queremos haceros daño, pero lo haremos si es necesario.
- Solo les pido que ayuden a mi amigo – insistió Tally -. Está enfermo. – Cuanto antes miraran los médicos de la ciudad a Zane, mejor. Tal vez pudieran hacer más de lo que Maddy había hecho.
Mientras el especial decía algo por el móvil, Tally miró un momento a Zane. El miedo que le embargaba se veía a través de sus ojos casi cerrados.
- Tranquilo. Te ayudarán – le dijo Tally.
Zane tragó saliva y Tally vio que le temblaban las manos mientras lo poco que le quedaba de la fachada de valentía se desmoronaba ante la presencia de sus captores.
- Me aseguraré de que te cures, de un modo u otro – aseveró Tally.
- Un equipo médico viene de camino – informó la especial, y Tally le respondió con una sonrisa de perfecta.
Puede que los médicos de la ciudad confundieran la afección de Zane con enfermedad cerebral, o puede que dedujeran que alguien había intentado administrarle una cura para las lesiones, pero nunca se darían cuenta de hasta qué punto se había transformado Tally por sus propios medios. Podría fingir que había llegado hasta allí por el mero impulso de salir de la ciudad, como Maddy había dicho. De ese modo se mantendría a salvo de la operación.
Quizá Zane pudiera llegar a curarse sin necesidad de tomar más pastillas. Quizá todos los habitantes de la ciudad pudieran cambiar. Tras escapar en globo y ser “rescatados” de nuevo por los especiales, Tally y Zane serían aún más famosos. Podrían empezar algo grande, algo que los especiales no podrían parar.
Una voz afilada brotó de súbito de la penumbra e hizo estremecer a Tally.
- Imaginaba que te encontraría aquí, Tally. – La doctora Cable se acercó a la luz, extendiendo los dedos hacia el fuego como si quisiera entrar en calor.
- Hola, doctora Cable. ¿Puede ayudar a mi amigo?
La sonrisa lobuna de la mujer brilló en la oscuridad.
- ¿Dolor de muelas?
- Peor – respondió Tally, negando con la cabeza -. No puede moverse, apenas puede andar. No está bien.
En el interior del observatorio seguían entrando más especiales, entre ellos tres que no iban vestidos de gris sino con uniformes de seda azul y que llevaban una camilla. Al llegar hasta donde ellos estaban, apartaron a Tally de un empujón y dejaron la camilla junto a Zane, que al ver lo que ocurría cerró los ojos.
- No te preocupes – dijo la doctora Cable -. No le pasará nada. Lo sabemos todo acerca de su afección por la visita que hicisteis al hospital. Al parecer, alguien le introdujo unos nanos en el cerebro, algo muy perjudicial para su mente de perfecto.
- ¿Sabían que estaba enfermo? – Tally se puso de pie -. ¿Por qué no lo arreglaron?
La doctora Cable le dio unas palmaditas en el hombro.
- Detuvimos la actividad de los nanos. Pero el pequeño implante del diente estaba programado para producirle dolores de cabeza…falsos síntomas para manteneros motivados.
- Ha estado jugando con nosotros…- replicó Tally, mientras veía cómo se llevaban a Zane.
La doctora Cable estaba mirando a su alrededor.
- Quería ver qué tramabais y adónde iríais. Creía que podríais llevarnos hasta los responsables de la enfermedad del joven Zane. –la mujer frunció el ceño -. Iba a esperar un poco más para activar el rastreador, pero después de la descortesía con la que has tratado a mi buen amigo el doctor Valen esta mañana, he pensado que debíamos venir a buscarte para llevarte a casa. Realmente sabes cómo causar problemas.
Tally guardó silencio mientras las ideas se le agolpaban en la cabeza. El rastreador que Zane llevaba en el diente había sido activado por control remoto, pero no hasta que los otros científicos habían descubierto al doctor Valen. Una vez más, Tally había traído consigo a los especiales.
- Queríamos un vehículo para escapar – dijo, tratando de hablar como una perfecta -. Pero nos hemos perdido.
- Ya, lo hemos encontrado en las ruinas. Pero no creo que hayáis llegado hasta aquí a pie. ¿Quién os ha ayudado Tally?
Tally negó con la cabeza.
- Nadie.
Un especial con uniforme de seda gris apareció junto a Cable y le dio un rápido informe. A Tally se le puso la piel de gallina al oír la voz afilada del hombre, pero no consiguió entender ni una sola de las palabras que dijo entre dientes.
- Envía a los más jóvenes tras ellos – ordenó la doctora Cable y, acto seguido, se volvió hacia Tally -. Con que nadie, ¿eh? ¿Y qué me dices de las lumbres, los cepos y las letrinas? Por lo visto, había bastantes personas acampadas aquí, y no hace mucho que se han ido. – La mujer sacudió la cabeza -. Qué pena que no hayamos llegado antes.
- No los cogerán – dijo Tally con una sonrisa de perfecta.
- An, ¿no? – Los dientes de la doctora Cable brillaron con un destello rojo a la luz del fuego-. Nosotros también tenemos trucos nuevos, Tally.
La doctora dio media vuelta y se encaminó hacia la entrada. Cuando Tally hizo amago de seguirla, un especial la cogió por el hombro con una mano de hierro y la sentó junto al fuego. Desde el exterior le llegaron voces que daban órdenes a gritos y el ruido de más aerovehículos que aterrizaban en el lugar, pero al final desistió de intentar ver lo que sucedía a través de la entrada, y se quedó mirando las llamas con tristeza.
Ahora que se habían llevado a Zane, Tally solo tenía el sabor de la derrota. La doctora Cable había vuelto a jugársela bien jugada, engañándola para que diera con el Nuevo Humo y poniéndola casi en la tesitura de traicionar una vez más a todo el mundo. Y, después de sus últimas palabras, seguro que David la odiaba.
Pero al menos Fausto y los otros rebeldes habían escapado de la ciudad; con suerte para siempre. Ellos y los habitantes del Nuevo Humo llevaban a los especiales unos minutos de ventaja, y aunque las aerotablas no eran tan rápidas como los aerovehículos en línea recta, eran más escurridizas. Sin un rastreador como el de Zane que delatara sus posiciones, podrían desaparecer fácilmente en los bosques de alrededor. La rebelión de Tally y Zane había hecho engrosar las filas del Nuevo Humo con más de una veintena de miembros. Y ahora que la cura se había puesto a prueba, podrían llevarla a la ciudad, y a otras poblaciones, y al final todo el mundo sería libre.
Quizá aquella vez no hubiera ganado la ciudad. Y el hecho de que los hubieran cogido puede que fuera lo más beneficioso para Zane. Los médicos de la ciudad estarían más capacitados para tratarlo que una pandilla de fugitivos. Tally se concentró en pensar cómo podría ayudarlo a recuperarse, haciéndolo sentir chispeante de nuevo si era preciso.
Tal vez empezaría con un beso…
Al cabo de una hora de la llegada de los primeros especiales, el fuego apenas llameaba, y Tally comenzó a notar de nuevo el frío. Mientras subía la temperatura de su cazadora, vio una sombra moverse en el rayo rojizo del crepúsculo que entraba por la abertura de la cúpula.
Tally se sobresaltó. Era alguien en aerotabla. ¿Se trataría de David que había vuelto para rescatarla? Tally negó con la cabeza. Maddy no se lo habría permitido.
- Tenemos a dos de ellos – dijo una voz dura desde la tabla.
En medio de la penumbra, se vio el destello de la seda gris de unos uniformes de especiales…dos siluetas más descendían por la brecha de la cúpula. Las aerotablas eran más largas de lo normal y en los extremos llevaban incorporadas unas hélices elevadoras, cuyos rotores agitaron las brasas.
Así que aquel era su nuevo truco, pensó Tally. Especiales en aerotablas, una forma ideal de perseguir a los habitantes del Nuevo Humo. Tally se preguntó a quién habrían cogido.
- ¿Perfectos o imperfectos? – preguntó la doctora Cable. Tally alzó la mirada y vio que la doctora había vuelto a reunirse con ella junto al fuego.
- Son un par de rebeldes. Los imperfectos se han escapado todos – le respondieron. Tally se dio cuenta entonces de que, bajo su tono afilado, la voz del especial le resultaba familiar.
- Oh, no – dijo Tally en voz baja.
- Oh, sí, Tally-wa. – La silueta bajó de la tabla de un salto y se acercó a la luz de la lumbre con aire resuelto -. ¡Me he operado otra vez! ¿Te gusta?
Era Shay convertida en especial.
- La doctora Cable me ha dejado ponerme más tatuajes. ¿A que son supermareantes?
Tally miró a su vieja amiga, sobrecogida por la transformación. Los dibujos giratorios de los tatuajes flash cubrían su tez, como si llevara la cara envuelta en una red negra que latía al ritmo de su corazón. Su rostro se veía delgado y cruel, con los dientes superiores limados en forma de colmillos triangulares y afilados. La habían hecho más alta y le habían implantado más músculos en los brazos, que ahora llevaba al descubierto y donde destacaban las cicatrices de los tajos que se había hecho, realzadas con tatuajes que se movían en espiral. Los ojos de Shay centellearon a la luz de la lumbre como los de un depredador, variando entre el rojo y el violeta con el movimiento de las llamas.
Naturalmente, seguía siendo hermosa, pero Tally se estremeció ante su belleza cruel e inhumana, como si viera una araña llamativa atravesando su telaraña.
A su espalda descendieron las otras aerotablas. Ho y Tachs, los del club de cortadores de Shay, sostenían cada uno una silueta renqueante. Tally hizo una mueca al ver que habían cogido a Fausto, que no había subido a una aerotabla en su vida hasta hacía unos días. Pero al menos casi todos los demás habían logrado escapar…y David se había puesto a salvo.
El Nuevo Humo aún existía.
- ¿Crees que lo que he hecho me queda perfecto, Tally-wa? ¿No te parece excesivo?
Tally sacudió la cabeza con gesto cansado.
- No. Es chispeante, Shay-la.
Una amplia sonrisa llena de crueldad llenó el rostro de Shay.
- Como para darle tropecientos milihelens, ¿eh?
- Por lo menos. – Tally dio la espalda a su vieja amiga y se quedó mirando al fuego.
Shay se sentó a su lado.
- Ser una especial es más chispeante de lo que te imaginas, Tally-wa. Cada segundo es totalmente mareante. Tanto que puedo oír el latido de tu corazón, percibir el zumbido eléctrico de esa cazadora con la que intentas calentarte…y hasta oler tu miedo.
- No me das miedo Shay.
- Un poco sí, Tally-wa. Ya no me engañas. – Shay rodeó a Tally con el brazo-. Eh, ¿recuerdas las caras tan disparatadas que diseñaba cuando éramos imperfectas? Pues ahora la doctora Cable me deja hacerlas. Los cortadores podemos ponernos la cara que queramos. Ni siquiera el Comité de Perfectos puede decirnos el aspecto que podemos o no tener.
- Eso debe ser genial para ti, Shay-la.
- Mis cortadores y yo somos el fichaje más chispeante de Circunstancias. Somos los especiales dentro de los especiales. ¿A que es supergenial?
Tally se volvió hacia ella y trató de ver lo que había detrás de aquellos ojos centelleantes que oscilaban entre el rojo y el violeta. A pesar de aquella conversación típica de perfectas, percibía una inteligencia fría y serena en la voz de Shay, una alegría despiadada fruto del hecho de haber atrapado a la amiga que la había traicionado.
Por lo que parecía, Shay era un nuevo tipo de perfecta cruel, peor incluso que la doctora Cable. Menos humana.
- ¿Eres realmente feliz Shay?
La boca de Shay tembló, dejando ver por un momento sus dientes afilados a lo largo del labio inferior, y asintió.
- Lo soy, ahora que te tengo de vuelta, Tally-wa. No fue muy agradable ver que os habíais ido todos sin mí. Eso me puso supertriste.
- Queríamos que vinieras con nosotros, Shay, te lo juro. Te dejé un montón de mensajes.
- Estaba ocupada.- Shay dio un puntapié al fuego casi apagado -. Haciéndome cortes en busca de una cura. –La joven resopló-. Además, ya me cansé en su día de tanta acampada. Y después de todo volvemos a estar juntas, tú y yo.
- Yo diría que estamos enfrentadas – repuso Tally en un susurro.
- De eso nada, Tally-wa. –Shay le apretó el hombro con brusquedad-. Estoy harta de todos los líos y malos rollos que hay entre nosotras. A partir de ahora tú y yo vamos a ser amigas para siempre.
Tally cerró los ojos; así que esa era la venganza de Shay.
- Te necesito entre mis cortadores, Tally. ¡Es superchispeante!
- No pudes hacerme esto – musitó Tally, tratando de soltarse.
Shay la sujetó con firmeza.
- El caso es que sí puedo, Tally-wa.
- ¡No! – gritó Tally, tratando de ponerse en pie y arremeter contra Shay.
La mano de Shay salió disparada hacia delante como una flecha y Tally sintió un aguijonazo en el cuello. Al cabo de unos instantes una densa niebla comenzó a envolverla. Consiguió soltarse de Shay y dar unos pasos a trompicones, pero sentía como si tuviera las extremidades llenas de plomo líquido y acabó cayendo al suelo. Un velo gris descendió frente a ella al otro lado del fuego, y el mundo se sumió de repente en la oscuridad.
A través del vacío le llegó el sonido envolvente de una voz afilada que le decía:
- Acéptalo, Tally-wa, eres…

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PERFECCIÓN // Capítulo 35

RASTREADOR
transcrito por sidonie


Volvieron a la cima de la montaña, ladeando al máximo las tablas para compensar la fuerza de la gravedad en los virajes. Tally iba delante, convencida de que tenía razón con respecto a Zane. Los médicos del hospital le habían dejado inconsciente durante unos minutos mientras le arreglaban la mano rota, y seguro que habían aprovechado para insertarle un rastreador oculto entre los dientes. Estaba claro que unos médicos de ciudad normales y corrientes no habrían hecho algo así por iniciativa propia… debía de ser obra de Circunstancias Especiales.

El campamento estaba patas arriba cuando llegaron. Por la puerta del observatorio salían y entraban habitantes del Nuevo Humo y rebeldes con material diverso, ropa y víveres que iban amontonando en dos pilas junto a Croy o Maddy, quienes se encargaban de escanearlo todo a un ritmo frenético mientras otros se apresuraban a empaquetar de nuevo los objetos ya inspeccionados, y así tenerlo todo preparado para huir en cuanto apareciera el indicador de posición.

Tally inclinó hacia atrás la tabla e hizo que volara lo más alto posible, pasando por encima del caos en dirección a la cúpula rota. Cuando la tabla alcanzó su altura máxima, las alzas vibraron, y luego se tensaron al encontrar los imanes la estructura de acero del observatorio. La brecha de la cúpula era lo bastante ancha para que pudiera atravesarla planeando; así pues, Tally descendió rodeada por la columna de humo que ascendía por la abertura para detenerse junto a la cama improvisada de Zane y bajar de la tabla de un salto.

Zane la miró con una dulce sonrisa.

“Bonita entrada.”

Tally se arrodilló a su lado.

“¿Qué diente te duele?”

“Pero ¿qué ocurre? Está todo el mundo revolucionado.”

“¿Qué diente te duele, Zane? Tienes que enseñármelo.”

Zane frunció el ceño, pero se metió un dedo tembloroso en la boca para palparse el lado derecho con cuidado. Tally le apartó la mano y le abrió la boca mucho más, lo que arrancó al joven un quejido de protesta.

“¡Chist! Ahora te lo explico.”

Incluso con la tenue luz del fuego, vio que una muela sobresalía del resto, con un tono de blanco diferente al de las demás piezas, lo que evidenciaba que algún dentista le había hecho un trabajito en la boca a toda prisa.

La señal provenía de Zane.

Tally oyó junto a su oído el sonido de un escáner encenderse; David la había seguido por el hueco de la cúpula. El joven pasó el dispositivo por el rostro de Zane y el aparato comenzó a sonar con intensidad.

“¿Lo lleva en la boca?” preguntó David.

“¡En los dientes! Ve a por tu madre.”

“Pero, Tally…”

“¡Ve a por ella! ¡Ni tú ni yo sabemos sacar una muela!”

David el puso una mano en el hombro.

“Ni ella tampoco. No en unos minutos.”

Tally se puso de pie, clavando los ojos en el rostro imperfecto de David.

“¿Qué insinúas?”

“Tenemos que dejarlo aquí. No tardarán en llegar.”

“¡No!” exclamó Tally. “¡Ve a por ella!”

David profirió una maldición y, dando media vuelta, echó a correr hacia la puerta del observatorio. Tally volvió la vista hacia Zane.

“¿Qué sucede?” inquirió él.

“Te han puesto un rastreador en la boca. Cuando fuimos al hospital.”

“Vaya,” dijo Zane, frotándose la cara. “No lo sabía, Tally, de veras. Creía que me dolían las muelas por lo que me he estado comiendo aquí.”

“Cómo ibas a saberlo. Te tuvieron inconsciente durante unos minutos, ¿recuerdas?”

“¿De verdad que van a dejarme aquí?”

“No lo voy a permitir. Te lo prometo.”

“No puedo regresar,” dijo Zane con voz débil. “No quiero volver a tener una mente de perfecto.”

Tally tragó saliva. Si Zane regresaba a la ciudad en su estado, los médicos volverían a provocarle las lesiones típicas de la operación, justo encima del nuevo tejido virgen, y su cerebro comenzaría a crear conexiones a su alrededor… ¿Qué posibilidades tendría entonces de mantenerse chispeante?

No podía permitir que eso ocurriera.

“Te llevaré en mi aerotabla, Zane… escaparemos por nuestra cuenta si es preciso.”

Las ideas se le agolpaban en la cabeza. Tenía que pensar en el modo de deshacerse del rastreador, fuera como fuera. No iba a darle un golpe con una piedra… Tally miró a su alrededor en busca de algún utensilio que pudiera servirle, pero los habitantes del Nuevo Humo habían sacado a fuera todos las herramientas para escanearlas. Desde la oscuridad le llegaron unas voces. Se trataba de Maddy, David y Croy. Tally vio que Maddy llevaba una especie de fórceps en la mano, y le dio un vuelco el corazón.

Maddy se arrodilló junto a Zane y le obligó a abrir la boca. El joven volvió a proferir un quejido de dolor al notar que el utensilio de metal le tanteaba la muela.

“Tenga cuidado,” le suplicó Tally en voz baja.

“Aguanta esto.” Maddy le pasó una linterna. Cuando Tally iluminó con ella la boca de Zane, se vio claramente cuál era el diente que desentonaba con el resto. “No pinta bien,” sentenció Maddy tras observar la boca de Zane con detenimiento. La mujer le soltó la cabeza, y el joven se dejó caer de nuevo en la cama con un gemido y cerró los ojos.

“¡Sáqueselo!”

“Se lo han incrustado en el hueso,” explicó Maddy y, volviéndose hacia Croy, le ordenó: “Acabad de empaquetarlo todo. No hay tiempo que perder.”

“¡Haga algo por él!” le pidió Tally a voz en cuello.

Maddy le cogió la linterna.

“Tally, lo tiene adherido al hueso. Tendría que destrozarle la mandíbula para sacárselo.”

“Pues no se lo saque, pero al menos haga algo para que deje de emitir señales. ¡Rómpale el diente! ¡Zane lo aguantará!”

Maddy negó con la cabeza.

“Los dientes de los perfectos están hechos con el mismo material que se emplea para hacer las alas de los aviones. No se pueden romper así como así. Para ello necesitaría nanos dentales especiales.

Maddy enfocó a Tally con la linterna le puso la mano en la boca.

“Pero ¿qué hace?” protestó Tally, girando la cara.

“Asegurarme de que tú no llevas ninguno.”

“Pero si yo no entré en el hos…” comenzó a decir Tally, pero Maddy le abrió la boca de golpe, arrancándole un gruñido que le salió del fondo de la garganta. Aún así, Tally dejó que la mujer la mirara un momento; era más rápido que discutir con ella.

“¿Satisfecha?” dijo Tally cuando Maddy la soltó con un gruñido.

“Por ahora. Pero tenemos que dejar aquí a Zane.”

“¡Ni hablar!” exclamó Tally.

“Estarán aquí en cuestión de diez minutos,” dijo David.

“En menos,” repuso Maddy, poniéndose de pie.

Tally veía tantas lucecillas en los ojos por la luz de la linterna que apenas distinguía los rostros de los imperfectos en la penumbra. ¿Es que no entendían lo que Zane había soportado para llegar hasta allí, lo que había sacrificado por la cura?

“Yo no pienso dejarlo aquí.”

“Tally…” comenzó a decir David.

“No te molestes,” le interrumpió Maddy. “Estrictamente hablando, sigue teniendo una mente de perfecta.”

“¡Eso no es así!”

“Si ni siquiera te tomaste la pastilla buena.” Maddy puso una mano en el hombro de David. “Tally sigue teniendo las lesiones. Cuando le miren el cerebro, ni siquiera se molestarán en ponerle el bisturí encima. Pensarán que vino hasta aquí por el mero hecho de salir de la ciudad.”

“¡Mamá! ¡No vamos a dejarla aquí!” repuso David a voz en grito.

“Ni yo pienso moverme de aquí,” aseveró Tally.

Maddy sacudió la cabeza.

“Puede que las lesiones no sean tan importantes como pensábamos. Tu padre siempre sospechó que tener una mente de perfecto era simplemente el estado natural de la mayoría de la gente, que en el fondo quiere ser insulsa, perezosa, vanidosa…” Maddy miró a Tally y añadió: “y egoísta. Solo hace falta una vuelta de tuerca para confinar dicha parte de sus personalidades. Él siempre creyó que algunas personas podían liberarse de su pensamiento.”

“Az tenía razón,” dijo Tally en voz baja. “Ahora estoy curada.”

David dejó escapar un gruñido de angustia.

“Curada o no, no puedes quedarte aquí, Tally. ¡No quiero volver a perderte! ¡Mamá, haz algo!”

“¿Quieres quedarte aquí discutiendo con ella? Muy bien, adelante.” Maddy giró sobre sus talones y se encaminó hacia la entrada del observatorio. “Nos vamos dentro de unos minutos,” dijo sin volverse. “Contigo o sin ti.”


David y Tally permanecieron callados durante unos instantes. Se quedaron como cuando se habían visto en las ruinas aquella misma mañana, sin saber qué decir. No obstante, Tally se dio cuenta de que el rostro de David ya no le chocaba. Puede que el pánico del momento o el baño en agua helada hubieran acabado de quitarle los pensamientos de perfecta que aún conservaba. O puede que le hubiera bastado tan sólo con unas horas para alinear sus recuerdos y sueños con la verdad…

David no era un príncipe…apuesto o no. Era el primer chico del que se había enamorado, pero no el último. El tiempo y las vivencias que habías tenido cada uno habían cambiado lo que había habido entre ellos.

Y lo más importante de todo era que Tally tenía ahora a otra persona. Por muy injusto que fuera el hecho de que hubieran borrado de su memoria los recuerdos que tenía de David, Tally había ido acumulando nuevos recuerdos, y no podía sustituirlos por los viejos. Zane y ella se habían ayudado mutuamente a ser chispeantes, habían vivido encerrados junto con las pulseras y habían huido juntos de la ciudad. Ahora no podía abandonarlo solo porque le hubieran privado de su mente.

Tally sabía muy bien lo que era que te volvieran a llevar a la ciudad sola. Zane era la única persona a la que no había traicionado, y no pensaba hacerlo ahora.

“No voy a dejarte,” le aseguró, cogiéndole la mano.

“Piensa con lógica, Tally,” le dijo David con voz pausada, hablándole como si fuera una niña pequeña. “Quedándote aquí, no ayudarás a Zane. Acabaréis los dos apresados.”

“Tu madre tiene razón. No me tocarán más el cerebro, y estando en la ciudad podré ayudarlo.”

“Podemos pasarle la cura a escondidas, como hicimos contigo.”

“Yo no he necesitado la cura, David. Puede que Zane tampoco la necesite. Lo mantendré en un estado chispeante, así podré ayudarlo a que su mente se regenere con nuevas conexiones. Pero sin mí no tendrá ninguna posibilidad.”

David comenzó a hablar, pero por un momento se quedó inmóvil. Luego retomó la palabra con otro tono de voz, entrecerrando los ojos.

“Te quedas con él porque es perfecto.”

“¿Cómo?” replicó Tally con los ojos como platos.

“¿No lo ves? Es como lo que decías tú siempre: una cuestión de evolución. Desde la llegada de tus amigos rebeldes, mi madre me ha estado explicando cómo funciona la perfección.” David señaló a Zane. “Con esos ojos enormes y vulnerables y esa piel de niño impecable, Zane te parece un bebé, una criatura necesitada que te hace sentir el deseo de ayudarlo. No piensas con la cabeza. ¡Te vas a entregar sólo porque es perfecto!”
Tally se quedó mirando a David con una expresión de incredulidad. ¿Cómo se atrevía a hablarle en aquellos términos? El mero hecho de estar allí ponía de manifiesto que podía pensar por sí misma.

Entonces se dio cuenta de lo que sucedía: David estaba limitándose a repetir las palabras de Maddy, quien le habría advertido que no confiara en sus propios sentimientos al ver a la nueva Tally. Maddy no quería que su hijo se convirtiera en un imperfecto que viviera sobrecogido ante la belleza de la joven y que venerara el suelo que ella pisaba. Por eso David pensaba que lo único que veía Tally era el rostro perfecto de Zane.

David seguía viéndola como una cría de ciudad. Quizá ni siquiera creyera que estaba curada. Puede que nunca hubiera llegado a perdonarla.

“No lo hago por su físico, David,” dijo Tally, con la voz temblando de ira. “Lo hago porque hace que me sienta chispeante, y porque hemos corrido muchos riesgos juntos. Podría ser yo la que estuviera postrada en esa cama, y seguro que él se quedaría conmigo.”

“¡Está todo programado!”

“No. Lo hago porque lo quiero.”

David comenzó a hablar de nuevo, pero la voz se le cortó.

Tally suspiró.

“Vamos, David. Sea lo que sea lo que haya dicho tu madre hace un segundo, no va a irse sin ti. Os cogerán a todos si no te marchas ya.”

“Tally…”

“¡Vete!” exclamó ella. Si David no salía de allí a toda prisa, sería el fin para el Nuevo Humo, y esta vez también tendría ella la culpa.

“Pero no puedes…”

“¡Que saques tu cara de imperfecto de aquí!” gritó Tally.

El eco de su voz le llegó rebotado desde las paredes del observatorio, y tuvo que apartar la mirada de David. Luego se acercó al pecho el rostro de Zane y lo besó. El insulto proferido agritos había surtido el efecto que buscaba, pero Tally se vio incapaz de levantar la vista mientras David se retiraba en la penumbra, primero caminado y luego corriendo.

Por el rabillo del ojo, Tally vio siluetas que latían, pero no eran sombras proyectadas por el fuego titilante… se trataba de su corazón, el cual latía con tanta fuerza que Tally veía la sangre chocar contra sus ojos, como si intentara salir de su cuerpo.

Había llamado imperfecto a David, algo que él nunca le perdonaría, ni ella tampoco. Pero no había tenido más remedio que emplear dicha palabra, se dijo Tally a sí misma. Cada segundo contaba, y ninguna otra cosa habría servido para obligarlo a marcharse con tanto poder de convicción. Tally había tomado ya una decisión.

“Cuidaré de ti, Zane,” dijo.

Zane abrió los ojos apenas un resquicio y sonrió débilmente.

“Espero que no te importe que haya fingido quedarme dormido ante semejante situación.”

Tally dejó escapar una risa ahogada.

“Buena idea.”

“¿De veras no podemos huir? Creo que podría levantarme.”

“No. Nos encontrarían.”

Zane se tocó el diente con la lengua.

“Ah, claro. Qué mierda. Y por mi culpa casi cogen a todos los demás.”

Tally se encogió de hombros.

“Qué me vas a contar.”

“¿Estás segura de que quieres quedarte conmigo?”

“Puedo volver a escaparme de la ciudad las veces que quiera. Puedo salvaros a ti y a Shay, y a todos los que se han quedado allí. Ahora estoy curada para siempre.” Tally miró hacia la entrada y vio varias aerotablas elevarse en el aire. Finalmente, los dejaban solos. Tally volvió a encogerse de hombros. “Además, creo que ya no hay nada que hacer. Correr ahora tras David tiraría por tierra mi brillante interpretación en la escena de la ruptura.”

“Sí, supongo que ahí tienes razón.” Zane se rió en voz baja. “¿Me harás un favor? Si alguna vez rompes conmigo, déjame una nota sin más.”

Tally le devolvió la sonrisa.

“Vale. Siempre y cuando me prometas que no volverás a meter la mano en una machacadora.”

“Hecho.” Zane se miró los dedos de la mano y los cerró en un puño. “Tengo miedo. Quiero volver a sentirme chispeante.”

“Y lo harás. Yo te ayudaré.”

Zane asintió, cogiéndole de la mano.

“¿Crees que David tenía razón?” preguntó con voz temblorosa. “¿Qué te has quedado conmigo por mis bonitos ojazos?”

“No. Creo que ha sido… por lo que he dicho. Y por lo que me dijiste antes de tirarte desde el globo.” Tally tragó saliva. “¿Qué opinas tú?”

Zane se tumbó de nuevo en la cama y cerró los ojos, y permaneció tanto rato en aquella posición que Tally pensó que había vuelto a quedarse dormido. Pero de repente dijo en voz baja:

“Es posible que tanto tú como David tengáis razón. Quizá los seres humanos estén programados… para ayudarse mutuamente, incluso para enamorarse. Pero el hecho de que la naturaleza humana sea así no tiene por qué ser algo malo, Tally. Además, nosotros teníamos toda una ciudad de perfectos para elegir, y nos elegimos el uno al otro.”

“Me alegro de que fuera así,” dijo Tally, cogiéndole de la mano.

Zane sonrió y volvió a cerrar los ojos. Un instante después, Tally vio que su respiración se había ralentizado, y se dio cuenta de que había logrado quedarse dormido de nuevo. Al menos los daños cerebrales que sufría tenían sus ventajas.

Tally notó que la poca energía que conservaba aún abandonaba su cuerpo, y deseó poder quedarse dormida igual que Zane, pasar unas cuantas horas inconsciente y despertar en la ciudad… donde volvería a ser una princesa encerrada en una torre, como si todo hubiera sido un sueño. Apoyó la cabeza en el pecho de Zane y cerró los ojos.

Cinco minutos más tarde llegaron los de Circunstancias Especiales.

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PERFECCIÓN // Capítulo 34

AGUA FRÍA

transcrito por sidonie


A Tally le resultó más fácil quedarse junto a la cabecera de Zane, ahora que él estaba despierto y con ánimo para hablar, que enfrentarse a todo lo que David y ella tenían aún pendiente. Los demás los dejaron solos.

“¿Sabías lo que te pasaba?”

Zane se tomó su tiempo antes de contestar. Su discurso había pasado a estar lleno de largos silencios, casi como las épicas pausas de Andrew.

“Veía que todo se volvía cada vez más duro. A veces tenía que concentrarme incluso para andar. Pero nunca me había sentido tan vivo desde que me había convertido en perfecto; valía la pena sentirse chispeante a tu lado. Y suponía que, cuando encontráramos a los habitantes del Nuevo Humo, podrían ayudarme.”

“Y lo están haciendo. Maddy ha dicho que te ha puesto un nuevo…” Tally tragó saliva.

“¿Tejido cerebral?” sugirió Zane, y sonrió. “Claro, neuronas vírgenes recién salidas del horno. Ahora sólo queda llenarlas.”

“Ya las llenaremos. Haremos cosas chispeantes,” dijo Tally, pero la promesa le sonó extraña en su boca, pues al expresarla en primera persona del plural se refería a Zane y ella, como si David no existiera.

“Si queda lo suficiente de mí para sentirme chispeante,” repuso Zane con voz cansada. “No es que haya perdido todos mis recuerdos. Lo que se ha visto más afectado han sido los centros cognitivos, y algunas capacidades motoras.”

“¿Centros cognitivos? ¿Eso tiene que ver con la facultad de pensar?” preguntó Tally.

“Sí, y las capacidades motoras, como caminar.” Zane se encogió de hombros. “Pero el cerebro está preparado para los daños, Tally. Está concebido como una red de conexiones en la que todo está guardado en todas partes, por así decirlo. Cuando una parte del cerebro resulta dañada, su contenido no se pierde, simplemente se vuelve más borroso. Como cuando uno tiene resaca.” Zane se echó a reír. “De las gordas. Para colmo, me duele todo el cuerpo de estar todo el día en la cama. Hasta me da la sensación de tener dolor de muelas de la comida que me dan aquí. Pero, según Maddy, no son más que dolores fantasma causados por los daños cerebrales,” dijo, frotándose una mejilla con el ceño fruncido.

Tally le cogió la mano.

“Me maravilla la valentía con la que te enfrentas a esto. Es increíble.”

“Mira quién habla.” Zane se incorporó a duras penas, con movimientos temblorosos de enfermo. “Tú has conseguido curarte sin necesidad de destrozarte el cerebro. Eso sí que es increíble para mí.”

Tally miró sus manos entrelazadas. No se sentía muy increíble que digamos, más bien sucia y apestosa, y fatal por no haber tenido el valor de tomarse las dos pastillas, lo que habría evitado que ocurriera todo aquello. Ni siquiera había tenido el valor de hablarle a Zane de David, o viceversa. Y eso sólo podía calificarse de patético.

“¿Te resulta extraño… verlo?” preguntó Zane.

Tally lo miró y soltó una risita de sorpresa.

“Vamos, Tally. No es que te lea la mente. Ya iba sobre aviso. Me hablaste de él la primera vez que nos besamos, ¿recuerdas?”

“Ah, sí.” Así que Zane llevaba esperando todo aquello desde hacía tiempo. Ella misma debía de haberlo imaginado. Puede que simplemente no quisiera enfrentarse a la evidencia. “Sí, es extraño. La verdad es que no esperaba encontrármelo en las ruinas… y vernos allí solos, él y yo.”

Zane asintió.

“Fue interesante que se quedara a esperarte. Su madre decía que no vendrías. Que seguro que te habías rajado, porque en el fondo no te habías curado. Como si hubieras estado siguiéndome el juego, imitando mi estado chispeante.”

Tally puso los ojos en blanco.

“No le caigo muy bien que digamos.”

“¡No me digas!” exclamó Zane con una sonrisa burlona. “Pero David y yo estábamos convencidos de que tarde o temprano aparecerías. Suponíamos que…”

Tally dejó escapar un gruñido.

“¿Es que os habéis hecho amigos o qué?”

Zane hizo una de sus pausas interminables.

“Supongo que sí. Cuando llegamos aquí, no paraba de hacer preguntas sobre ti. Creo que quería saber hasta qué punto te había cambiado el hecho de ser perfecta.”

“¿En serio?”

“En serio. Fue él quien vino a nuestro encuentro cuando llegamos a las ruinas. Croy y él estaban acampados allí, esperando ver alguna bengala. Resulta que habían sido ellos los que habían dejado las revistas para que las encontraran los imperfectos de la ciudad y supieran que volvían a frecuentar a frecuentar las ruinas.” La voz de Zane se oía aletargada, como si estuviera quedándose dormido. “Al menos he conseguido volver a verlo, después de rajarme hace ya tantos meses.” Zane se volvió hacia ella. “David te echaducho de menos.”

“Le arruiné la vida,” dijo Tally en voz baja.

“Nada de lo que hiciste fue a propósito; ahora David lo entiende. Le expliqué que habías planeado traicionar al Humo porque los especiales te habían amenazado con la idea de que serías una imperfecta de por vida si no les ayudabas.”

“¿Le dijiste eso?” Tally dejó escapar el aire lentamente. “Gracias. Nunca tuve la oportunidad de explicarle por qué había ido al Humo, y que ellos me habían obligado a hacerlo. Maddy me echó de allí la misma noche que lo confesé todo.”

“Ya. A David no le gustó nada que lo hiciera. Quería volver a hablar contigo.”

“Ah,” dijo Tally. Había tantas cosas que David y ella no habían podido aclarar entre ellos… Naturalmente, la idea de que Zane y él hubieran estado hablando de su historia largo y tendido no le hacía mucha ilusión que digamos, pero al menos ahora David sabía todo lo que había ocurrido. Tally suspiró. “Gracias por contarme todo esto. Debe de resultarte extraño.”

“Un poco. Pero no deberías sentirte tan mal por lo que pasó.”

“¿Cómo no voy a sentirme mal? Destruí el Humo, y el padre de David murió por mi culpa.”

“Tally, en la ciudad manipulan a todo el mundo. El objetivo de todo lo que nos enseñan es que tengamos miedo al cambio. He intentado explicárselo a David y hacerle entender que, desde el momento en que nacemos, la ciudad entera es una máquina diseñada para mantenernos bajo control.”

Tally negó con la cabeza.

“Eso no te da derecho a traicionar a tus amigos”

“Ya, bueno, yo lo hice, mucho antes de que tú conocieras a Shay. Por lo que se refiere al Humo, yo soy tan culpable como tú.”

Tally lo miró con incredulidad.

“¿Tú? ¿Por qué?”

“¿No te he contado nunca cómo conocí a la doctora Cable?”

Tally clavó los ojos en los de Zane, cayendo en la cuenta de que aquella era una conversación que nunca habían podido terminar.

“Pues no.”

“La noche en que Shay y yo nos rajamos, la mayoría de mis amigos acabaron huyendo al Humo. Los guardianes de la residencia sabían que yo era el cabecilla, y me preguntaron adónde había ido todo el mundo. Yo me hice el duro y no dije ni una palabra, así que los de Circunstancias Especiales vinieron a por mí.” Zane fue bajando la voz, como si aún llevara puesta la pulsera en la muñeca. “Me llevaron a la sede central que tienen en el polígono industrial, como hicieron contigo. Intenté ser fuerte, pero me amenazaron diciéndome que me convertirían en uno de ellos.

“¿En uno de ellos? ¿En un Especial?” Tally tragó saliva.

“Sí. Después de aquello, la idea de tener una mente de perfecto no me parecía tan mala. Así que les conté todo lo que sabía. Les dije que Shay tenía pensado huir, pero que también se acobardó, y así fue como supieron de ella. Y seguro que por eso empezaron a vigilar…” La voz de Zane fue apagándose.

Tally parpadeó.

“A vigilarme, cuando ella y yo nos hicimos amigas.”

Zane asintió con gesto cansado.

“Así que ya ves. Yo fui el que lo empezó todo al no huir cuando se suponía que debía hacerlo. Nunca te juzgaré por lo que ocurrió en el Humo, Tally. Yo tuve tanta culpa como tú.”

Tally le cogió la mano mientras sacudía la cabeza con un gesto de negación. Él no tenía por qué asumir toda la culpa, no después de pasar por todo lo que había pasado.

“No, Zane. No fue culpa tuya. De eso hace ya mucho.” Tally dio un suspiro. “Quizá ninguno de los dos tengamos la culpa.”

Permanecieron los dos en silencio durante un rato, mientras las palabras de Tally resonaban en sus cabezas. Viendo a Zane postrado en la cama, con el cerebro medio muerto, Tally se preguntó de qué servía regodearse en un sentimiento de culpa por hechos pasados, ya fuera él el responsable, ella o cualquier otra persona. Puede que el resentimiento existente entre Maddy y ella tuviera tan poco sentido como la enemistad entre el pueblo de Andrew y los intrusos. Si iban a vivir todos juntos en el Nuevo Humo, tendrían que dejar atrás el pasado.

Por supuesto, las cosas seguían siendo complicadas.

Tally inspiró lentamente antes de retomar la palabra.

“¿Y qué piensas de David?”

Zane miró el techo abovedado con ojos soñadores.

“Es muy serio. Se lo toma todo demasiado apecho. No es tan chispeante como nosotros. Ya me entiendes, ¿no?”

Tally sonrió y le apretó la mano.

“Sí, te entiendo.”

“Y se le ve tan… imperfecto.”

Tally asintió, recordando que, durante su estancia en el Humo, David siempre la había mirado como si fuera perfecta. Y al mirarlo ella a él, a veces había tenido la sensación de ver un rostro hermoso. Puede que cuando se hubiera tomado la cura de verdad rebrotaran en ella aquellos sentimientos. O puede que hubieran desaparecido para siempre, no por la operación, sino por el paso del tiempo, y por lo que había vivido con Zane.

Cuando Zane por fin se quedó dormido, Tally decidió darse un baño. Fausto le dijo cómo llegar hasta un manantial que había en el extremo opuesto de la montaña, un lugar que en aquella época del año estaba lleno de carámbanos de hielo, pero que cubría lo bastante para sumergir todo el cuerpo.

“Pero no olvides llevarte una cazadora térmica si no quieres morir congelada antes de que te dé tiempo a volver,” le aconsejó Fausto.

Tally pensó que la muerte era mejor que estar tan sucia, y que necesitaba algo más que pasarse un paño húmedo por el cuerpo para volver a sentirse limpia. Además quería estar sola un rato, y quizá el impacto del agua helada le ayudaría a tener el valor suficiente para hablar con David.

Mientras bajaba la montaña en aerotabla, con el aire frío de media tarde dándole en la cara, Tally se maravilló de la lucidez con que lo veía todo. Aún le costaba creer que en el fondo no hubiera tomado ninguna cura, pues se sentía tan chispeante como siempre. Maddy había mascullado algo de un <>, como si el hecho de creer que uno estaba curado bastara para arreglarle el cerebro. Pero Tally sabía que había algo más.

Zane la había cambiado. Desde el primer beso que se habían dado, incluso antes de que él se tomara la cura, el mero hecho de estar a su lado había hecho que ella se sintiera chispeante. Tally se preguntó si necesitaría tomarse la cura o podría mantener aquel estado de lucidez para siempre por sí sola. La idea de tragarse la misma pastilla que había corroído el cerebro de Zane no le entusiasmaba, aunque fuera combinada con los antinanos. Quizá pudiera pasar de tomársela, y mientras el cerebro de Zane creaba nuevas conexiones, Tally seguiría luchando contra su mente de perfecta.

Al fin y al cabo, habían llegado hasta allí juntos. Incluso antes de las pastillas se habían cambiado el uno al otro.

Naturalmente, David también había cambiado a Tally. Estando en el Humo, había sido él quien la había convencido para que se quedara allí y siguiera siendo imperfecta, renunciando a su futuro en la ciudad. Su realidad se había visto transformada por aquellas dos semanas en el Humo… pero ¿qué fue lo que cambió todo? El primer beso que se habían dado David y ella.

“Qué suerte la mía,” masculló Tally para sus adentros. “La bella durmiente con dos príncipes.”

“¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Elegir entre David y Zane? ¿Sobre todo ahora que vivirían los tres juntos en Fuerte Humo? En cierto modo, no le parecía justo estar en aquella situación. Tally apenas recordaba a David el día que conoció a Zane… pero tampoco estaba contenta con el hecho de que hubieran borrado los recuerdos de su memoria.

“Gracias otra vez, doctora Cable,” dijo.


El agua parecía estar realmente fría.

Tally había roto de un puntapié la capa de hielo que cubría la superficie, y ahora estaba observando con pavor el agua que salía a borbotones de la fuente. Quizá oler mal no fuera lo peor del mundo. Después de todo, sólo quedaban tres o cuatro meses para que llegara la primavera…

Tiritando de frío, subió la temperatura de la cazadora que había tomado prestada y, dejando escapar un suspiro, comenzó a desvestirse. Al menos aquel bañito surtiría un efecto en ella de lo más chispeante.

Antes de zambullirse en el agua, Tally se embadurnó el cuerpo con un paquete de jabón, echándose un poco en el pelo, pues calculaba que aguantaría unos diez segundos en la fuente medio helada. Sabía que tendría que meterse de un salto, no poco a poco. Solo las leyes de la gravedad harían que siguiera adelante una vez que su cuerpo desnudo entrara en contacto con el agua fría.

Tally inspiró, aguantó la respiración y… se zambulló en el manantial de un salto. El agua helada la aplastó como un torno, sacándole el aire de los pulmones y contrayéndole todos los músculos. Tally se abrazó a sí misma y se hizo un ovillo en la charca poco profunda, pero el frío parecía atravesarle la carne hasta los huesos.

Trató de respirar, pero solo consiguió jadear de forma entrecortada mientras le temblaba todo el cuerpo como si se lo hubieran desmembrado. En un acto de voluntad titánico, sumergió la cabeza en el agua, y con ello desaparecieron todos los sonidos que la envolvían, quedando reemplazados el ruido áspero de su respiración y el borboteo del manantial por el estruendo del agua agitada. Con manos temblorosas, se apresuró a frotarse el pelo con brío.

Cuando su cabeza volvió a salir a la superficie, Tally comenzó a respirar a bocanadas y se puso a reír, pues veía el mundo con una extraña lucidez, más chispeante que si se hubiera tomado una taza de café o una copa de champán, con una sensación más intensa que la que experimentaría precipitándose al vacío con su aerotabla. Se quedó un momento en el agua, asombrada por todo, desde la claridad del cielo hasta la perfección de un árbol sin hojas a orillas del manantial.

Tally recordó su primer baño en un arroyo helado de camino al Humo, hacía ya muchos meses, y la manera en que dicho acto había cambiado su forma de ver el mundo, antes incluso de la operación y de las lesiones que ésta le había producido en el cerebro, antes de conocer a David, por no hablar de Zane. Ya entonces su mente había comenzado a cambiar al darse cuenta de que la naturaleza no necesitaba una operación para estar hermosa, lo era sin más.

Tal vez ella no necesitara a un apuesto príncipe para mantenerse despierta… o a uno feo. A fin de cuentas, Tally se había curado sin ayuda de la pastilla y había llegado hasta allí por sus propios medios. No conocía a nadie más que hubiera logrado escapar de la ciudad dos veces.

Quizá fuera que en el fondo siempre había sido chispeante, y sólo le hacía falta amar a alguien… o estar en plena naturaleza, o tal vez zambullirse en una charca de agua helada, para activar dicha cualidad innata en ella.


Tally estaba aún en la charca cuando le llegó un grito ronco desde el aire que le hizo salir de la fuente a toda prisa. Ya en el exterior, notó el embate de un viento más frío que el agua. Las toallas que Tally había llevado consigo se habían quedado acartonadas con el aire helado, y aún estaba secándose cuando vio aparecer una aerotabla que se detuvo a unos metros de ella.

David no pareció darse cuenta de que estaba desnuda. Bajó de la tabla de un salto y echó a correr hacia ella, con algo en la mano. Al llegar al lugar donde Tally había dejado la mochila, se detuvo en seco dando un resbalón y pasó el escáner alrededor de ella.

“No eres tú. Lo sabía,” dijo.

“Pero si ya me has…” repuso Tally mientras se vestía.

“De repente ha empezado a sonar una señal salida de la nada que estaba transmitiendo nuestra posición. La hemos captado por la radio, pero aún no la hemos localizado.” David miró la mochila de Tally, con una expresión de alivio aún en el rostro. “Y por lo que veo no eres tú.”

“Pues claro que no soy yo.” Tally se sentó para ponerse las botas. El corazón le latía ahora con tanta fuerza que su cuerpo comenzó a entrar en calor. “¿Es que no le pasáis el escáner a todo el mundo que se une a vosotros?”

“Sí. Pero el indicador de posición debe de haber permanecido inactivo hasta ahora… Puede que no haya empezado a emitir señales hasta que alguien lo ha activado, o que lo hayan programado para que suene en cierto momento.” David escudriñó el horizonte. “Los especiales no tardarán en llegar.”

Tally se puso en pie.

“Pues habrá que salir de aquí corriendo.”

David negó con la cabeza.

“No podemos irnos a ninguna parte hasta que no lo encontremos.”

“¿Por qué no?” preguntó Tally, poniéndose las pulseras protectoras.

“Hemos tardado meses en acumular las provisiones que tenemos, Tally. No podemos dejarlo todo aquí, no con todos los rebeldes que acabáis de llegar. Pero no sabremos lo que podemos llevar con nosotros hasta que no averigüemos de dónde procede la señal. Y no hay manera de dar con su fuente de emisión.”

Tally cogió la mochila y con un chasquido de dedos hizo que la tabla se elevara en el aire. Mientras se acercaba a ella, con la mente acelerada aún por el efecto del baño en las aguas heladas, recordó algo que había oído aquel mismo día.

“Dolor de muelas,” dijo.

“¿Cómo?”

“Zane estuvo en el hospital hace dos semanas. Está dentro de él.”

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PERFECCIÓN // Capítulo 33

Transcripto por Isabel

Capítulo 33: Control de daños.



El camino hasta el escondite de los habitantes del Nuevo Humo serpenteaba a lo largo de riachuelos y antiguas vías férreas, allí por donde hubiera suficiente metal para mantener en el aire una aerotabla. Finalmente subieron a lo alto de una pequeña montaña bastante alejada de las Ruinas Oxidadas; las alzas de la tabla fueron aferrandose a los cables caídos de un viejo teleférico hasta que llegaron a la cima, donde una enorme cúpula de hormigón se alzaba ercortada contra el cielo, partida por una brecha debido a la acción del paso de los siglos.

-¿Qué era este lugar? –preguntó Tally con la voz seca después de tres horas de silencio.

-Un observatorio. En esa cúpula había un telescopio gigante, pero los oxidados lo quitaron cuando la contaminacion de la ciudad llegó a niveles extremos.

Tally había visto fotografías del cielo lleno de humo y suciedad –muchas de ellas se las enseñaban en el colegio-, pero costaba imaginar que los oxidados hubieran llegado a cambiar el color del aire. La joven sacudió la cabeza con un gesto de incredulidad. Todo lo que le habían contado siempre los profesores acerca de los oxidados y que le parecía tan exagerado resultaba ser cierto. La temperatura había ido bajando a un ritmo constante durante el ascenso a la montaña, y el cielo de la tarde se veía nítido.

-Como los científicos ya no podía ver las estrellas, el lugar quedó únicamente para los turistas –explicó David-. Por eso había tantos teleféricos, lo que nos permite bajar en aerotabla por un montón de sitios en caso de que tengamos que salir de aquí a toda prisa. Además, desde estas alturas tenemos unas vistas de kilometros a la redonda.

-Fuerte Humo, ¿eh?

-Supongo. Si los especiales vienen a por nosotros, al menos tenemos una posibilidad.

Era evidente que un vigía los había visto subir hasta allí arriba, pues mientras aterrizaban comenzó a salir un montón de gente del observatorio. Tally vio a los habitantes del Nuevo Humo, Croy, Ryde y Maddy, junto con un puñado de imperfectos a los que no reconocía y una veintena o así de rebeldes que habían huido con ellos de la ciudad.

Buscó el rostro de Zane entre la multitud, pero no lo vio. Bajó de la aerotabla de un salto y corrió a abrazar a Fausto, que la recibió con una amplia sonrisa. Por la expresión aliviada de su cara, Tally dedujo que había tomado las pastillas. Ya no estaba simplemente chispeante, estaba curado.

-Tally, apestas –le dijo Fausto, aún sonriente.

-Ya. Ha sido un largo viaje. Hay mucho que contar.

-Sabía que lo lograrías. Pero ¿dónde esta Peris?

Tally respiró hondo, llenándose los pulmones con el aire frío de la montaña.

-Se rajó, ¿no? –dijo Fausto antes de que ella pudiera contestar. Al ver que Tally asentía, añadio-: Siempre pensé que lo haría.

-Llevame a ver a Zane.

Fausto se volvió, señalando hacia el observatorio. Tally vio que los demás rondaban a su alrededor, pero su aspecto desaliñado y el fuerte olor que despedía su cuerpo les echaba para atrás. Los rebeldes la saludaron a cierta distancia y los imperfectos se quedaron atónitos ante su nuevo rostro de perfecta, aunque por lo demás fuera hecha un desastre. Siempre la misma reacción, pensó Tally, incluso cuando no te tienen por un dios.

Tally se paró a saludar a Croy.

-Aún no he tenido la oportunidad de darte las gracias.

Croy arqueó una ceja.

-No tienes por qué darmelas. Lo hicistes tu sola.

Tally frunció el ceño, advirtiendo que Maddy la observaba de un modo extraño. La joven hizo caso omiso de la mirada de la madre de Davis, sin importarle lo que pudiera pensar, y siguió a Fausto hasta el interior de la cúpula rota.

Dentro estaba oscuro; había unos cuantos faroles colgados alrededor del perímetro de la enorme semiesfera abierta, y a través de la gran fisura de la cúpula entraba un estrecho rayo de luz cegadora. El fuego de una chimenea proyectaba sombras temblorosas en el espacio, y el humo que generaba ascendía perezosamente por la grieta que se abría en lo alto.

Zane yacía sobre una pila de mantas junto al fuego, con los ojos cerrados. Estaba aún más flaco que cuando habían dejado de comer para poder quitarse las pulseras, y tenía los ojos hundidos en la cara. Las mantas subían y bajaban suavemente con su respiración.

Tally tragó saliva.

-Pero Davis me ha dicho que estaba bien...

-Está estable –puntualizó Fausto-, lo cual ya es mucho, dadas las circunstancias.

-¿Qué circunstancias?

Fausto extendió las manos con un gesto de impotencia.

-Su cerebro.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Tally, mientras por el rabillo del ojo veía cómo se movían las sombras.

-¿Que ocurre con su cerebro? –preguntó en voz baja.

-Teníais que experimentar, ¿verdad, Tally? –dijo una voz salida de la oscuridad. Maddy se acercó a la luz, con Davis a su lado.

Tally aguantó la dura mirada de la mujer.

-¿De qué habla?

-Las pastillas que te di debían tomarse juntas.

-Lo sé. Pero eramos dos... –La voz de Tally fue apagandose ante la expresión de David. Y tenía demasiado miedo para hacerlo sola, añadió para sus adentros, recordando el pánico que la había invadido en Valentino 317.

-Supongo que tendría que habermelo imaginado –dijo Maddy, sacudiendo la cabeza-. Dejar que una perfecta se tratara a si misma era un riesgo.

-¿Por qué?

-Nunca te expliqué cómo funcionaba la cura, ¿verdad? –preguntó Maddy-. ¿Cómo eliminan los nanos las lesiones del cerebro? Las descomponen, como las pastillas que curan el cancer.

-¿Y qué es lo que salió mal?

-Que los nanos no se detuvieron. Siguieron reproduciendose, y con ello descomponiendo el cerebro de Zane.

Tally se volvió para mirar la silueta que había en la cama. Su respiración era tan superficial que apenas se percibía el movimiento de su pecho.

Luego se giró hacía David.

-Pero tú me has dicho que la cura funcionaba perfectamente.

David asintió.

-Y así es. Tus otros amigos estan bien. Pero las dos pastillas tenían efectos distintos. La segunda, la que tú tomastes, es la cura para la cura. Hace que los nanos se autodestruyan después de acabar con las lesiones. Sin ella los nanos siguieron reproduciendose en el cerebro de Zane, corroyéndolo por dentro. Mamá ha dicho que se detendrían llegado a un punto determinado, pero es inevitable que hayan cauasdo ciertos... daños.

Tally notó que la sensación de malestar se intesificaba al tomar conciencia de un hecho que caía por su propio peso: era culpa suya. Ella se había tomado la pastilla que habría evitado que Zane le ocurriera aquello, la cura para la cura.

-¿Qué tipo de daños?

-Aún no lo sabemos –respondió Maddy-. Por suerte disponía de suficientes células madre para regenar las zonas destruidas de su cerebro, pero las conexiones que Zane había desarrollado entre esas células han desaparecido. En dichas conexiones es donde se almacenan los recuerdos y las capacidades motoras, y donde tiene lugar la actividad cognitiva. Algunas partes de su mente son casi como una pizarra en blanco.

-¿Una pizarra en blanco? ¿Quiere decir que... lo hemos perdido?

-No, solo que tiene algunas zonas dañadas –terció Fausto-. Y su cerebro puede regenerarse, Tally. Sus neuronas están creando nuevas conexiones. Es lo que está haciendo ahora mismo. Lleva haciéndolo todo este tiepo; llegó aqui en aerotabla él solo antes del colapso que sufrió.

-Lo asombroso es que aguantara tanto –observó Maddy, moviendo la cabeza de un lado a otro lentamente-. Creo que lo que le ha salvado la vida ha sido dejar de comer. Su estado de inanición ha acabado matando de hambre a los nanos. Parecen haber desaparecido.

-Puede hablar y todo eso –añadió Fausto, mirando a Zane-. Lo que pasa es que ahora mismo esta un poco.. cansado.

-Piensa que podrías haber sido tú la que estuviera en esa cama –espetó maddy, sacudiendo la cabeza-. Había un cincuenta por ciento de posibilidades. Tuvistes suerte.

-Esa soy yo. La señorita Suerte –repusó Tally en voz baja.

Naturalmente, en su fuero interno tuvo que reconocer que era cierto. Zane y ella se había repartido las pastillas al azar, imaginando que tendrían el mismo efecto. Los nanos podrían haber estado corroyendo el cerebro de Tally en lugar del de Zane durante todo aquel tiempo. Había tenido suerte.

Tally cerró los ojos, dándose cuenta finalmente de los esfuerzos que había hecho Zane por ocultar lo que le ocurría. Se había pasado todo aquel tiempo de silencio en que habían llevado las pulseras tratando por todos los medios de mantener la mente despejada, sin saber a ciencia cierta lo que estaba sucendiendo en su cabeza, pero dispuesto a arriesgarlo todo antes que volver a tener una mente de perfecto.

Tally lo miró, deseando por un momento que le hubiera tocado a ella estar en su lugar. Cualquier cosa era mejor que verlo así. Ojala se hubiera tomado ella la pastilla de los nanos, y él la que... ¿qué hacía la otra?

-Un momento. Si Zane se tomó los nanos, ¿cómo es que la pastilla que me tomé yo me curó?

-No lo hizo –respondió Maddy-. Sin la otra pastilla los antinanos que tomastes no tenían efecto alguno.

-Pero...

-Has sido tú, Tally –dijo una voz apagada desde la cama. Zane había abierto un poco los ojos, que se veían iluminados por la luz del sol como el canto de unas monedas doradas. Con la mirada puesta en Tally, le dedicó una sonrisa cansada-. Todo este tiempo te has mantenido chispeante por ti misma.

-Pero me sentía tan distinta después de que tú y yo... –Tally se calló, recordando todo lo que habían vivido juntos aquel día... besarse, colocarse en la Mansión Valentino, trepar hasta lo alto de la torre. Claro que todo aquello había ocurrido antes de que se hubieran tomado las pastillas. El mero hecho de estar con Zane la había cambiado desde el principio, ya desde el primer beso.

Tally recordó haber tenido durante todo aquel tiempo la sensación de que el efecto de la “cura” parecía ir y venir. Había tenido que esforzarse por mantenerse chispeante, igual que los otro rebeldes, a excepción de Zane.

-Zane tiene razón, Tally –dijo Maddy-. De algún modo, te has curado a ti misma.

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PERFECCIÓN // Capítulo 32

ROSTROS
transcrito por sidonie


Él se quedó mirándola, como era de esperar.

Aunque ella no hubiera gritado su nombre, David conocía su voz. Y después de todo estaba esperando su llegada, así que debía de haber imaginado quién se encontraba allí abajo desde el primer momento en que la oyó gritar. Pero por la manera en que la miraba parecía que estuviera viendo a otra persona.

“David,” dijo Tally de nuevo. “Soy yo.”

Él asintió, pero siguió sin decir nada. Con todo, a judgar por su semblante, Tally dedujo que no era un repentino sobrecogimiento lo que le impedía hablar.

David parecía estar buscando algo con la mirada, tratando de detectar lo que Tally había conservado de su antiguo rostro tras la operación, pero su expresión reflejaba incertidumbre… y un poco de tristeza.

David era más feo de lo que recordaba. Él príncipe imperfecto que Tally veía en sus sueños no tenía unas facciones desequilibradas tan inconexas ni unos dientes sin operar tan torcidos o amarillentos. Sus imperfecciones no eran tan exageradas como las de Andrew, por descontado. Su aspecto no parecía peor que el de Sussy o Dex, niños de ciudad que se habían criado con pastillas limpiadoras de dientes y parches de protección solar.

Pero, en cualquier caso, se trataba de David.

Incluso después de estar con los aldeanos, muchos de los cuales eran desdentados y tenían cicatrices por todas partes, Tally se sorprendió al ver el rostro de David. No porque fuera horroroso, que no lo era, sino porque era sencillamente mediocre.

No era un príncipe imperfecto. Era imperfecto, sin más.

Y lo raro era que, incluso mientras pensaba aquello, los recuerdos que llevaban tanto tiempo reprimidos se agolparon finalmente en su memoria. Tenía ante sí a David, el mismo que le había enseñado a hacer fuego, a limpiar y cocinar pescado y a orientarse por las estrellas. Habían trabajado codo con codo, y Tally había renunciado a su vida en la ciudad para quedarse con él en el Humo, movida por el deseo de vivir con él para siempre.

Todos aquellos recuerdos habían sobrevivido a la operación, ocultos en algún rincón de su cerebro. Pero su vida entre perfectos debía de haber cambiado algo incluso más profundo: la manera de verlo, como si aquel que tenía delante ya no fuera el mismo David.

Ambos permanecieron un rato en silencio.

Finalmente, David carraspeó.

“Deberíamos irnos de aquí. De vez en cuando mandan patrullas a estas horas del día.”

“Está bien” dijo Tally, mirando al suelo.

“Pero primero tengo que hacer esto.” David sacó de un bolsillo un dispositivo similar aun lector óptico de mano y se lo pasó por todo el cuerpo. El aparato no pitó en ningún momento.

“Qué, ¿llevo algún micrófono?” preguntó Tally.

David se encogió de hombros.

“Toda prudencia es poca. ¿No tienes una aerotabla?”

Tally negó con la cabeza.

“Se rompió en la huida.”

“Vaya. No es fácil cargarse una aerotabla.”

“Fue una larga caída.”

“Veo que sigues siendo la misma Tally de siempre,” dijo David, sonriendo. “Pero sabía que aparecerías. Mamá decía que probablemente habrías…” No acabó la frase.

“Estoy bien.” Tally levantó la vista del suelo y lo miró, sin saber muy bien qué decir. “Gracias por esperar.”


Se montaron los dos en la tabla de David. Tally era ahora más alta que él, así que se puso de pie a su espalda, cogiéndolo por la cintura. Se había desecho de las pesadas pulseras protectoras antes de emprender la larga caminata con Andrew Simpson Smith, pero aún llevaba el sensor sujeto al anillo ventral, lo que permitiría que la tabla notara su centro de gravedad y compensara el exceso de peso. Aún así, al principio avanzaron poco a poco.

El roce con el cuerpo de David, la forma en que se inclinaba para coger las curvas, todo le resultaba de lo más familiar… incluso su olor le evocaba recuerdos que se arremolinaban en su cabeza. (Tally no quería pensar en cómo debía de oler ella, pero David no parecía haber reparado en ello.) Le sorprendió ver hasta qué punto estaba recordando la memoria del pasado; parecía que los recuerdos que tenía de David habían estado aguardando el momento preciso para aparecer de golpe, ahora que él estaba a su lado. Al verse allí en la tabla, con David delante mirando al frente, el cuerpo de Tally pidió a gritos abrazarse a él con fuerza. Quería ahuyentar todos los pensamientos ridículos de perfecta que había tenido al volver a ver su rostro.

Pero ¿se sentía así únicamente porque David era imperfecto? Todo lo demás también había cambiado.

Tally sabía que debía preguntar por los demás, sobre todo por Zane. Pero se veía incapaz de pronunciar su nombre; no le salían las palabras. De hecho, estar allí montada en la tabla con David ya era casi demasiado para ella.

Seguía preguntándose por qué había sido Croy quien le había traído la cura. En la carta que Tally se había escrito a sí misma, se mostraba convencidísima de que David sería la persona que la rescataría. Al fin y al cabo, él era el príncipe de sus sueños.

¿Estaría aún enfadado por el hecho de que ella hubiera traicionado al Humo? ¿La culparía por la muerte de su padre? La misma noche que le había confesado todo a David, Tally regresó a la ciudad para entregarse, para convertirse en perfecta y así poder probar la cura. No había tenido oportunidad de decirle lo mucho que lo sentía. Ni siquiera habían podido despedirse.

Pero si David la odiaba, ¿por qué había sido él quien la esperaba en las ruinas y no Croy, o Zane? La cabeza le daba vueltas, casi como si tuviera una mente de perfecta, pero sin la parte divertida.

“No está muy lejos,” dijo David. “A unas tres horas quizá, yendo los dos en una misma tabla.”

Tally no respondió.

“No se me ha ocurrido traer otra. Debería haber imaginado que tú no tendrías, viendo lo que has tardado en llegar hasta aquí.”

“Lo siento.”

“No pasa nada. Simplemente tenemos que volar un poco más lento.”

“No. Siento lo que hice.” Tally se quedó callada. Decir aquello la había agotado.

David dejó que la tabla planeara hasta detenerse entre dos montañas de metal y hormigón, y se quedaron allí parados un buen rato, David con la vista al frente y Tally con la mejilla apoyada en su hombro y un escozor incipiente en los ojos.

“Creía que sabría qué decirte cuando volviera a verte,” dijo finalmente.

“Habías olvidado lo de la cara nueva, ¿verdad?”

“No lo había olvidado exactamente. Pero no pensaba que fuera a ser tan… diferente a ti.”

“Yo tampoco,” respondió Tally. Luego se dio cuenta de que sus palabras no tendrían sentido para David. Al fin y al cabo, el rostro de él no había cambiado.

David se dio la vuelta con cuidado y le tocó la ceja. Tally intentó mirarlo, pero no pudo. Notó el latido del tatuaje flash bajo los dedos de él.

Tally sonrió.

“Te choca, ¿no? No es más que una cosa de rebeldes, para ver quién está chispeante.”

“Sí, un tatuaje sincronizado con el latido de tu corazón… Ya me lo han contado. Pero no imaginaba que llevarías uno. Es tan… raro.”

“Pero por dentro sigo siendo yo.”

“Eso parece, viéndonos volar juntos.”

Dicho esto, David le dio la espalda e inclinó la tabla hacia delante para ponerla en movimiento.

Tally lo abrazó más fuerte, confiando en que no volviera a girarse. Aquella situación ya le resultaba lo bastante dura sin los sentimientos confusos que brotaban en ella cada vez que lo miraba. Seguro que él tampoco quería ver su rostro creado en la ciudad, con sus ojos enormes y su tatuaje animado. Cada cosa a su tiempo.

“Pero dime, David, ¿por qué vino Croy en tu lugar a traerme la cura?”

“Las cosas se torcieron. Yo iba a ir a por ti cuando volviera.”

“¿Cuándo volvieras? ¿De dónde?”

“Yo estaba en otra ciudad, buscando más imperfectos que quieran unirse a nosotros, cuando llegaron los especiales. Eran una legión y comenzaron a rastrear las ruinas de palmo a palmo; venían a por nosotros.” David cogió la mano de Tally y la estrechó contra su pecho. “Mi madre decidió que permaneciéramos lejos de allí durante un tiempo. Hemos estado escondidos en plena naturaleza.”

“Dejándome colgada en la ciudad,” dijo Tally antes de dar un suspiro. “Aunque supongo que a Maddy no le preocuparía mucho eso.” A Tally no le cabía duda de que la madre de David seguía culpándola por todo, es decir, por la desaparición del Humo y la muerte de Az.

“No tenía más remedio,” repuso David. “Nunca habíamos visto a tantos especiales. Era demasiado peligroso quedarse aquí.”

Tally respiró hondo, recordando la charla que había tenido con la doctora Cable.

“Supongo que Circunstancias Especiales ha estado reclutando gente últimamente.”

“Pero yo no me había olvidado de ti, Tally. Había hecho prometer a Croy que te llevaría las pastillas y la carta si a mí me ocurría algo; quería asegurarme de que tuvieras la posibilidad de escapar. Cuando comenzaron a desmantelar el Nuevo Humo, Croy supuso que tardaríamos en volver, así que se coló en la ciudad.”

“¿Le dijiste que viniera?”

“Pues claro. Lo tenía de reserva. Nunca te habría dejado sola allí dentro, Tally.”

“Oh.” La sensación de mareo volvió a apoderarse de ella, como si la tabla fuera una pluma que cayera al suelo dando vueltas. Tally cerró los ojos y abrazó a David más fuerte, aferrándose por fin a la solidez y realidad de su presencia, más poderosa que cualquier recuerdo. De repente sintió que algo salía de su interior, un desasosiego que no sabía que tuviera dentro de ella. La angustia que le provocaban sus sueños, la preocupación que le causaba la idea de que David la había abandonado… Todo ello se había debido a una mera confusión, a unos planes que habían salido mal, como en las historias de toda la vida cuando una carta no llegaba a tiempo o era remitida a la persona equivocada, y el secreto estaba en no suicidarse por ello.

Por lo visto, David había querido ir él mismo a buscarla.

“Aunque no estabas sola,” dijo él en voz baja.

Tally se puso tensa. Era de esperar que a aquellas alturas David supiera lo de Zane. ¿Cómo iba a explicar ella que había olvidado a David sin más? A la mayoría de la gente no le parecería una excusa muy convincente, pero él sabía todo lo relacionado con las lesiones… sus padres le habían enseñado desde pequeño lo que significaba tener una mente de perfecto. Tenía que entenderlo.

Naturalmente, la realidad no era tan sencilla. Tally no había olvidado a Zane, después de todo. Veía su hermoso rostro, demacrado y vulnerable, y el modo en que sus ojos dorados habían brillado justo antes de saltar desde el globo. Con su beso, Zane le había dado la fuerza necesaria para encontrar las pastillas, y había compartido la cura con ella. Así pues, ¿qué se suponía que debía decir?

Lo más fácil era:

“¿Cómo está?”

David se encogió de hombros.

“No es que esté fenomenal. Pero tampoco está tan mal, dadas las circunstancias. Tienes suerte de no haber sido tú, Tally.”

“La cura es peligrosa, ¿verdad? No funciona para todo el mundo.”

“Funciona perfectamente. Todos tus amigos la han tomado ya, y están bien.”

“Pero los dolores de cabeza de Zane…”

“Algo más que meros dolores de cabeza.” David suspiró. “Ya te lo explicará mi madre.”

“Pero ¿qué…?” Tally dejó que la pregunta se sumiera en el silencio. No podía culpar a David por no querer hablar de Zane. Al menos había obtenido respuesta a todas sus preguntas sin necesidad de formularlas. Los otros rebeldes habían llegado hasta allí y los habían encontrado y Maddy había podido ayudar a Zane; la huida había sido todo un éxito. Y ahora que Tally había llegado por fin a las ruinas todo marchaba de maravilla.

“Gracias por esperarme,” volvió a decir en voz baja.

David no contestó, y el resto del trayecto volaron sin mirarse ni una sola vez.

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PERFECCIÓN // Capítulo 30

TRANSCRIPTO POR CHUPI

Capítulo 30: “Las ruinas”

Tally llegó al mar mientras aún salía el sol, que iba pintando el agua de color de rosa a través de las nubes bajas que se veían en el horizonte.
Hizo virar la máquina al norte con un movimiento lento y constante. Como esperaba, aquel vehículo diseñado para volar fuera de la ciudad obedecía sus órdenes de tal manera que daba miedo. El primer viraje había sido tan brusco que Tally se había golpeado la cabeza contra la ventanilla del piloto. Esta vez lo hizo con calma.
A medida que el aparato ascendía lentamente, no tardó en divisar las afueras de las Ruinas Oxidadas. Una distancia que le habría costado una semana a pie había aparecido borrosa a sus pies en menos de una hora. Al ver a lo lejos la forma sinuosa de la vieja montaña rusa, comenzó a desviar el vehículo tierra adentro.
El aterrizaje era la parte fácil. Tally tiró del freno de mano, el que enseñaban a los niños que había que utilizar en caso de que el piloto sufriera un infarto o se desmayara. El vehículo se paró en seco y comenzó a descender. Tally había elegido un terreno llano, una de las vastas extensiones de cemento que los oxidados construían para aparcar sus vehículos terrestres.
El aerovehículo se posó sobre el suelo invadido de malas hierbas, y, en cuanto se detuvo con una sacudida, Tally abrió la puerta. Si los científicos habían encontrado al doctor y habían realizado algún tipo de llamada de emergencia, los especiales ya estarían buscándola. Cuanta más distancia pusiera entre el aparato robado y ella, mejor.
Las agujas de las ruinas se alzaban ante Tally, hallándose la más alta de ellas a una hora más o menos a pie. Evidentemente llegaba con casi dos semanas de retraso con respecto a los demás, pero confiaba en que no la hubieran dejado plantada, o al menos en que le hubieran dejado algún tipo de mensaje.
Seguro que Zane se había quedado esperándola en el edificio más alto, reacio a marcharse mientras aún hubiera una posibilidad de que apareciera.
A menos, claro estaba, de que no hubieran emprendido la huida a tiempo para curarlo.
Tally se cargó la mochila al hombro y echó a andar.



Las calles en ruinas estaban llenas de fantasmas.
Tally apenas había caminado antes por la ciudad. Siempre se había movido por allí en aerotabla – a diez metros de altura, como mínimo -, evitando los automóviles calcinados que yacían en el suelo. En los últimos días de la civilización de los oxidados, se había propagado por todo el mundo una plaga artificial que no afectaba a los seres humanos ni a los animales, sino solo al petróleo, que se reproducía en los depósitos de gasolina de coches y aviones y convertía poco a poco el combustible infectado en una sustancia inestable. El carburante transformado por la plaga ardía al entrar en contacto con el oxígeno, y el humo oleoso que generaban las llamas diseminaba las esporas bacteriales por el aire, propiciando la infección de más depósitos de gasolina y pozos de petróleo, hasta que no quedó una sola máquina en todo el mundo que no se viera afectada.
Por lo visto, a los oxidados no les gustaba nada caminar. Incluso habiendo visto los efectos de la plaga, los ciudadanos aterrorizados siguieron montándose en sus curiosos vehículos terrestres con ruedas de goma con la intención de huir de allí. Si Tally se fijaba bien, podía ver esqueletos medio deshechos a través de las ventanillas manchadas de los coches que invadían las calles de las ruinas. Solo unas cuantas personas fueron lo bastante inteligentes para abandonar la ciudad a pie, y lo bastante fuertes para sobrevivir a la desaparición de su mundo. Quienquiera que hubiera creado la plaga había entendido sin duda la debilidad de los oxidados.
- Mira que erais tontos – masculló Tally con la mirada puesta en las ventanillas de un coche, pero decirles de todo no hacía menos inquietante la visión de aquellos cadáveres. Los pocos cráneos que quedaban intactos le devolvieron la mirada con una expresión vacía.
Más adentro de la ciudad fantasma, los edificios eran cada vez más altos, y sus estructuras de acero se alzaban cual esqueletos de gigantescas criaturas extintas. Tally comenzó a callejear en busca del edificio más alto de las ruinas. Su enorme aguja se divisaba sin problemas desde un aerovehículo, pero a ras del suelo la ciudad era un auténtico laberinto.
Entonces dobló una esquina y vio una construcción elevadísima con pedazos de hormigón viejo aferrados a una matriz de vigas de acero y ventanas vacías que la miraban desde lo alto, reflejando formas irregulares de un cielo brillante. Seguro que aquel era el lugar; Tally de acordó de cuando Shay la había llevado a la punta de la aguja la primera vez que había visitado las Ruinas Oxidadas con ella. Sólo había un problema.
¿Cómo subiría hasta allí?
Hacía tiempo que el edificio estaba destrozado por dentro. No había escaleras y apenas quedaban paredes con las que hablar. La estructura de acero era ideal para las alzas magnéticas de una aerotabla, pero no había manera de trepar por ella sin un buen equipo de montañismo. Si Zane o los habitantes del Nuevo Humo le habían dejado un mensaje, estaría allí arriba, pero no tenía forma de ir a por él.
Tally tomó asiento, presa de un cansancio repentino. Era como la torre de su sueño, sin escaleras ni ascensor, y había perdido la llave, que en este caso era la aerotabla. Lo único que se le ocurría era regresar al lugar donde había dejado el vehículo robado y subir volando hasta allí arriba. Quizá pudiera acercarse lo bastante al edificio…pero ¿lograría que el aparato se mantuviera estable en el aire mientras ella saltaba a la antigua estructura de acero para trepar hasta arriba del todo?
Por enésima vez deseó que su aerotabla no hubiera acabado destrozada.
Tally alzó la vista hacia la torre. ¿Y si no había nadie allí arriba? ¿Y si, después de viajar hasta allí, Tally Youngblood seguía estando sola?
Se puso de pie y, gritando con todas sus fuerzas, dijo:
- ¡Eh!
Su voz retumbó a lo largo y ancho de las ruinas, haciendo que una bandada de pájaros alzara el vuelo desde un tejado lejano.
- ¡Eh! ¡Soy yo!
Una vez que el eco se perdió en el aire, no se oyó respuesta alguna. Con la garganta irritada de gritar, Tally se arrodilló en el suelo para buscar una bengala de seguridad en su mochila. La luz de una bengala se distinguiría con facilidad entre las sombras de aquellos edificios tenebrosos.
Tally encendió la bengala y apartó un poco la llama sibilante de su rostro.
- ¡Soy yo… Tally Youngblood! – gritó de nuevo.
Algo se movió en el cielo.
Tally parpadeó para eliminar la imagen que persistía en su retina después de las chispas de la bengala y fijó la mirada en el cielo azul. En lo alto del edificio apareció una silueta, un óvalo diminuto que aumentando de tamaño poco a poco…
La parte inferior de una aerotabla. ¡Alguien estaba descendiendo desde allí arriba!
Tally arrojó la bengala encima de un montón de piedras, con el corazón a punto de salirle del pecho, consciente de repente de que no tenía la menor idea de quién estaría yendo a su encuentro. ¿Cómo había sido tan tonta? En aquella tabla podía ir cualquiera. Si los especiales habían cogido a los otros rebeldes y les habían hecho hablar, sabrían que aquel era el punto de reunión acordado, con lo que su última huida no tardaría en tener un final repentino.
Tally se dijo a sí misma que debía calmarse. Al fin de cuentas, se trataba de una aerotabla y solo había una. Si los especiales hubieran estado esperándola, seguro que habrían aparecido de repente desde todas direcciones en un montón de aerovehículos.
En cualquier caso no tenía sentido dejarse llevar por el pánico. A aquellas alturas no tenía muchas posibilidades de huir a pie. Lo único que podía hacer era esperar. La bengala de seguridad se apagó con un chisporroteo final mientras la aerotabla descendía lentamente, pegada a la estructura metálica del edificio. A Tally le pareció ver en un par de ocasiones un rostro que se asomaba por el borde, pero con el cielo brillante de fondo no tuvo forma de reconocerlo.
Cuando la tabla estaba solo a diez metros por encima de su cabeza, Tally tuvo el valor de gritar de nuevo.
- ¿Hola? – su voz le sonó temblorosa.
- Tally… - le respondió una voz familiar.
La aerotabla se detuvo a su lado y Tally se encontró ante un rostro totalmente imperfecto, con una frente demasiado ancha, unos dientes torcidos y una pequeña cicatriz que partía una ceja con una arruga blanca. Tally miró al imperfecto a los ojos, parpadeando en medio de la penumbra de la ciudad en ruinas.
- ¿David? – dijo en voz baja.

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PERFECCIÓN // Capítulo 29

DÍA SANTO

transcrito por sidonie


“¿No tenéis ningún camino que cruce al otro lado?” preguntó Andrew finalmente.

Tally negó con la cabeza entre suspiros, mientras un cosquilleo le recorría los dedos estirados, como le había ocurrido en todos los puntos del bosque por donde había tratado de seguir avanzando desde hacía una hora. La barrera de muñecos se extendía de forma ininterrumpida hasta donde se perdía su vista, y todos ellos parecían funcionar a la perfección.
Al apartarse del fin del mundo, el hormigueo que sentía en las manos disminuyó. Tras lo que había experimentado en su primer intento de traspasar aquella frontera, Tally cejaba en su empeño en cuanto sentía aquel cosquilleo –con una vez bastaba–, pero estaba convencida de que los otros muñecos tenían la misma potencia que el que la había obligado a hincarse de rodillas en el suelo. Las máquinas de la ciudad podían durar mucho tiempo, y los árboles acumulaban energía solar de sobra.

“No. No hay otro camino.”

“Yo creía que sí lo había” dijo Andrew.

“Pareces decepcionado.”

“Confiaba en que pudieras enseñarme… lo que hay más allá.”

Tally frunció el ceño.

“Pensaba que no me creías cuando te decía que había algo más allá.”

Andrew sacudió la cabeza enérgicamente.

“Te creo, Tally. Bueno, lo del vacío sin aire y la gravedad no, pero debe de haber algo más allá. La ciudad donde vives debe ser real.”

“Donde vivía” le corrigió ella, alargando los dedos de nuevo. Enseguida notó en ellos un cosquilleo increíble, como si hubiera estado sentada encima de su mano una hora o más. Tally retrocedió, frotándose el brazo. No tenía la menor idea de la tecnología que utilizaba la barrera, pero seguir intentando traspasarla no debía de ser muy recomendable para la salud. No tenía mucho sentido arriesgarse a sufrir un daño irreparable en el sistema nervioso.

Tally miró a los muñecos colgados que parecían mofarse de ella mientras danzaban mecidos por la brisa. Estaba atrapada allí dentro, en el mundo de Andrew.

Recordó todas las travesuras que había hecho en sus días de imperfecta, como salir a escondidas de su residencia para cruzar el río por la noche y colarse en una fiesta de la mansión de Peris, después de que este se hubiera convertido en perfecto. Pero sus habilidades de perfecta no tenían por qué funcionar allí fuera. Por la conversación que había mantenido con la doctora Cable, sabía que las fronteras de la ciudad eran fáciles de burlar. La seguridad estaba concebida para estimular la creatividad de los imperfectos, no para acabar con el sistema nervioso de un posible intruso.

Sin embargo, aquella barrera había sido creada para mantener a los peligrosos preoxidados lejos de la ciudad y proteger a los campistas, los excursionistas o a cualquier otra persona que vagara por el bosque. No parecía que aquellos muñecos fueran a sucumbir a los toques que Tally pudiera darles con la punta de su cuchillo.

El hecho de pensar en las travesuras que había hecho siendo imperfecta la llevó a echar mano de la honda que tenía en el bolsillo trasero. No parecía muy probable que con ello pudiera burlar la seguridad que protegía la frontera del fin del mundo, pero tal vez mereciera la pena intentar una aproximación directa.

Tally encontró una piedra lisa y plana y la colocó en la honda; al tirar del trozo de cuero, este crujió. Luego la soltó y la piedra salió disparada, pero se desvió aproximadamente un metro del muñeco más cercano.

“Supongo que me falta un poco de práctica.”

“¡Young Blood!” exclamó Andrew. “¿Es eso sensato?”

Tally sonrió.

“¿Acaso tienes miedo de que rompa el mundo?”

“Se dice que los dioses han puesto a esos hombrecillos ahí para señalar la frontera del olvido.”

“Sí, bueno. Supongo que son más bien como las señales de ‘Pasar’ y ‘No pasar’… para que no os mováis de aquí. El mundo sigue más allá, créeme. Esto no es más que un ardid para impedir que lo sepáis.”

Andrew apartó la mirada, y Tally pensó que iba a seguir discutiendo con ella, pero en lugar de ello se arrodilló y cogió una piedra del suelo del tamaño de su puño. Luego echó el brazo hacia atrás, apuntó y la lanzó. En cuanto la piedra salió disparada de su mano, Tally vio que daría justo en el blanco. Al impactaren el muñeco más cercano, este comenzó a dar vueltas, haciendo que el cordel se tensara alrededor de su cuello; luego la figurilla giró hacia el otro lado, desenrollándose como un tapón.

“Eso ha sido muy valiente por tu parte” comentó Tally.

Andrew se encogió de hombros.

“Como ya te he dicho, Young Blood, creo en lo que dices. Puede que esto no sea realmente el fin del mundo. Si eso es cierto, quiero ver lo que hay más allá.”

“Bien hecho.”

Tally dio un paso al frente y estiró una mano. No había cambiado nada; sus dedos zumbaron con la energía latente que había en el aire y un hormigueo le subió por el brazo hasta que lo retiró. Claro. Todo sistema diseñado para aguantar en la intemperie durante décadas, sobreviviendo a las granizadas, a los animales hambrientos y a los rayos, podría resistir probablemente el impacto de unas cuantas piedras.

“Esos hombrecillos siguen haciendo su función.” Tally se frotó los dedos para reactivar la circulación de la sangre. “No sé cómo se puede traspasar esta frontera, Andrew. Pero el intento ha estado bien.”

Andrew estaba mirándose la mano vacía, como si estuviera un tanto sorprendido consigo mismo por desafiar la obra de los dioses.

“Es raro querer traspasar el fin del mundo, ¿no?”

Tally se echó a reír.

“Bienvenido a mi vida. Aunque siento haberte hecho venir hasta aquí para nada.”

“No, Tally. Ha estado bien verlo.”

Tally trató de interpretar la expresión de su rostro, que reflejaba una mezcla de intensidad y desconcierto.

“¿Ver qué? ¿Cómo resulta seriamente dañado mi sistema nervioso?”

Andrew negó con la cabeza.

“No. Tu honda.”

“¿Cómo dices?”

“Cuando vine aquí de niño, sentí los hombrecillos arrastrándose dentro de mí y me entraron ganas de volver a casa corriendo.” Andrew la miró, aún perplejo. “Tu reacción, en cambio, ha sido la de tirarles una piedra. Ignoras muchas cosas que hasta un niño sabe, pero tienes una idea muy clara de cómo es este… ‘planeta’. Actúas como si…” Su voz se fue apagando, como si el conocimiento que tuviera del lenguaje de la ciudad se le quedara corto.

“¿Cómo si viera el mundo de un modo distinto?”

“Sí,” respondió Andrew en voz baja, con una mirada más intensa aún que antes.

Lo más probable, pensó Tally, era que Andrew nunca se le hubiera pasado por la cabeza hasta aquel momento que la gente pudiera ver la realidad de formas completamente distintas. Entre sobrevivir a los ataques de los intrusos y conseguir la comida que necesitaban para subsistir, a los aldeanos no debía de quedarles mucho tiempo para discusiones filosóficas.

“Eso es lo que pasa cuando uno sale de la reserva,” dijo Tally. “Quiero decir, cuando uno va más allá del fin del mundo. Y hablando de eso, ¿estás seguro de que vayamos a donde vayamos nos encontraremos con esos hombrecillos?”

Andrew asintió.

“Mi padre me explicó que el mundo era un círculo, y que había siete días de camino a pie de punta a punta. Este es el límite más cercano a nuestro poblado. Pero mi padre recorrió en una ocasión todo el perímetro del mundo.”

“Interesante, ¿Crees que buscaba una salida?”

Andrew frunció el ceño.

“Nunca me lo dijo.”

“Bueno, me imagino que no consiguió encontrar ninguna. ¿Y cómo voy a salir de este mundo vuestro y llegar a las Ruinas Oxidadas?

Andrew se quedó en silencio un rato, pero Tally vio que estaba pensando, tomándose su tiempo mientras cavilaba sobre la pregunta que le había hecho.

“Tendrás que esperar al próximo día santo,” respondió finalmente.

“¿Al próximo qué?”

“Los días santos señalan las visitas de los dioses. Y siempre vienen en aerovehículos.”

“Ah, ¿sí?” Tally suspiró. “No sé si a estas alturas ya te lo habrás imaginado, pero en teoría yo no debería estar aquí. Si los dioses mayores me ven, estoy acabada.”

Andrew se echó a reír.

“¿Crees que soy tonto, Tally Young Blood? Por la historia que contaste de la torre, deduzco que te han expulsado.”

“¿Expulsado?”

“Sí, Young Blood. Por eso llevas esa marca,” dijo Andrew, rozándole la ceja izquierda.

“¿Marca? Ah, vale…” Por primera vez desde que estaba allí, Tally se acordó del tatuaje flash que lucía en la frente. “¿Así que crees que esto tiene algún significado?”

Andrew se mordió el labio, bajando la vista del rostro de Tally al suelo.

“Seguro del todo no lo estoy. Mi padre nunca me enseñó esas cosas. Pero en mi pueblo solo marcamos a aquellos que han robado.”

“Ya. Pero pensabas que, fuera por lo que fuera, me habían… marcado, ¿no?”

Andrew volvió a alzar la vista avergonzado, y Tally puso los ojos en blanco. No era de extrañar que su presencia hubiera confundido tanto a los aldeanos; al verla, debieron de pensar que el tatuaje flash era una especie de signo deshonroso.

“Pues no es más que una moda. A ver, te lo explicaré de otro modo. Es algo que mis amigos y yo hicimos por diversión. ¿No te has fijado que a veces se mueve?”

“Sí. Cuando te enfadas, y también cuando sonríes, o cuando te quedas pensativa.”

“Exacto. Pues a eso se le llama ser ‘chispeante’. El caso es que me he escapado. No me han expulsado.”

“Y querrán llevarte de vuelta a casa, claro. Pues verás, los dioses cuando vienen dejan sus aerovehículos y van andando al bosque…”

Tally pestañeó antes de que una sonrisa iluminara su rostro.

“¿Y tú me ayudarías a robar a los dioses mayores?”

Andrew se limitó a encogerse de hombros.

“¿No se enfadarán contigo?”

Andrew suspiró y se acarició la mandíbula lampiña mientras reflexionaba sobre ello.

“Debemos tener cuidado. Pero me he dado cuenta de que los dioses no son… perfectos. Al fin y al cabo, tú lograste escapar de la torre.”

“Vaya, vaya, dioses imperfectos.” Tally dejó escapar una risita. “¿Qué diría tu padre, Andrew?”

“No estoy seguro,” respondió él, negando con la cabeza. “Pero no está aquí. Ahora soy yo el sacerdote.”

Aquella noche acamparon cerca de la barrera de los hombrecillos. Según Andrew, era poco probable que alguien, fuera intruso o no, se aventurara a acercarse hasta allí de noche. Aquel era un lugar que infundía pavor a causa de la superstición; además, a nadie le atraía la idea de acabar con el cerebro fundido por levantarse para hacer pis en plena noche y meterse donde no debía.

A la mañana siguiente emprendieron el camino de vuelta al poblado de Andrew, dando un rodeo para evitar pasar por las tierras de caza de los intrusos. El trayecto duró tres días, en el transcurso de los cuales Andrew hizo gala de su conocimiento del bosque, mezclando su sabiduría de aldeano con los conocimientos científicos que había adquirido de los dioses. Entendía el ciclo del agua y tenía nociones sobre el funcionamiento de la cadena alimenticia, pero después de un día de discusión sobre la gravedad, Tally se dio por vencida.

Llegaron a las proximidades del poblado cuando aún faltaba casi una semana para el siguiente día santo. Tally pidió a Andrew que le buscara una cueva donde esconderse, una que estuviera cerca del claro donde los dioses aparcaran sus aerovehículos. Había decidido quedarse donde no la vieran. Si ninguno de los aldeanos sabía que había vuelto, no podrían delatarla a los dioses mayores. Y tampoco quería que culparan a nadie de esconder a un fugitivo.

Andrew se dirigió de vuelta a casa, donde tenía pensado contar cómo había traspasado Young Blood la frontera del fin del mundo. Al parecer, los aldeanos sabían mentir… al menos los sacerdotes.

Y su historia sería cierta en cuanto Tally pudiera hacerse con un aerovehículos. No era una conducta experimentada, pero había hecho el mismo curso de seguridad que hacían todos los imperfectos a los quince años, en el que enseñaban a volar recto, a nivelar el aparato y a aterrizar en caso de emergencia. Tally sabía que algunos imperfectos se pasaban el día volando como una travesura más de las suyas, y decían que era fácil. Claro que lo único que robaban eran vehículos a prueba de tontos que volaban sobre la reja metálica de la ciudad.

Sin embargo, no podía ser mucho más difícil que ir en aerotablas, ¿no?

Durante los días de espera en la cueva, Tally no podía dejar de pensar en cómo estarían los demás rebeldes. Mientras había tenido que preocuparse por su propia supervivencia, no le había costado olvidarse de ellos. Pero ahora que se pasaba el día sin tener otra cosa que hacer más que mirar el cielo, Tally veía cómo aquella preocupación la sacaba poco a poco de quicio. ¿Habrían escapado los rebeldes de la persecución de los especiales? ¿Habrían encontrado ya a los habitantes del Nuevo Humo? Y, lo más importante, ¿cómo estaría Zane? Solo esperaba que Maddy hubiera podido curar sus dolencias.

Tally recordó los últimos minutos que habían pasado juntos antes de que Zane saltara del globo… las últimas palabras que él le había dicho. En su maltrecha memoria no conservaba ningún recuerdo como aquel. Las palabras de Zane la habían hecho sentir mucho mejor que cualquier travesura o sensación chispeante de su vida, como si el mundo hubiera cambiado para siempre.

Y ahora ni siquiera sabía si Zane seguía con vida.

Su estado de ánimo empeoraba al pensar que Zane y los otros rebeldes debían de estar igual de preocupados por ella, preguntándose si la habrían capturado o se habría matado en la caída. Habrían esperado verla en las Ruinas Oxidadas hacía al menos una semana, y a aquellas alturas seguro que pensaban lo peor.

¿Cuánto tiempo pasaría antes de que Zane se rindiera y la diera por muerta? ¿Y si nunca lograba salir de la reserva? Nadie tenía una fe que durara eternamente.

Cuando no se atormentaba con aquellos pensamientos, se dedicaba a hacerse preguntas sobre el limitado mundo de Andrew. ¿Cómo habría aparecido? ¿Por qué permitirían a los aldeanos vivir allí, cuando el Humo había sido destruido sin piedad? Tal vez se debiera al hecho de que los aldeanos estaban atrapados, con sus creencias en antiguas leyendas y su sed de venganza desde tiempos inmemoriales, mientras que los habitantes del Humo sabían la verdad acerca de las ciudades y la operación. Pero ¿qué sentido tenía mantener viva una cultura salvaje, cuando el objetivo primordial de la civilización era precisamente frenar las tendencias violentas y destructivas de los seres humanos?

Andrew la visitaba todos los días, y le llevaba frutos secos y tubérculos con los que acompañar su comida de dioses deshidratada. Asimismo, insistió en ofrecerle tiras de carne seca hasta que Tally se dignó a probarla. Su sabor se correspondía con su aspecto, tan saldado como un alga y tan duro como un zapato viejo, pero Tally aceptaba con gratitud todo lo demás.

A cambio le contaba historias del lugar de donde venía, sobre todo aquellas que mostraban que en la ciudad de los dioses no todo era de una perfección divina. Le habló de los imperfectos y de la operación, y le reveló que la belleza de los dioses no era más que un mero truco tecnológico. A Andrew se le escapaba la diferencia entre magia y tecnología, pero aún así la escuchaba con atención. Había heredado un sano escepticismo de su padre, cuyas experiencias con los dioses, al parecer, no siempre habían inspirado al viejo sacerdote todo el respeto que merecían.

Sin embargo, Andrew podía ser una compañía de lo más frustrante. A veces hacía reflexiones muy perspicaces, pero otras veces tenía una mente tan obtusa como cabía esperar de alguien que creía que el mundo era plano, sobre todo en lo referente a la supremacía masculina, un tema especialmente irritante para Tally. Ella sabía que tenía que ser más comprensiva, pero no estaba dispuesta a dejarle pasar ni una; nacer en una cultura que daba por sentado que las mujeres eran criadas de los hombres no parecía que casara con el plan. A fin de cuentas, Tally le había vuelto la espalda a todo lo que le habían hecho anhelar desde pequeña: una vida sin esfuerzo, una belleza perfecta y una mentalidad de perfecta. Así pues, le parecía que Andrew podía aprender a asar sus propios pollos.

Puede que las barreras que rodeaban el mundo de perfección de Tally no fueran tan visibles como los hombrecillos que pendían de los árboles, pero resultaban igual de infranqueables. Tally recordó cómo se había acobardado Peris al asomarse desde el globo y ver la naturaleza que se extendía a sus pies, y cómo se había mostrado reacio a saltar y dejar atrás todo lo que conocía. Todo el mundo estaba condicionado por el lugar donde nacía, confinado por sus propias creencias, pero al menos había que intentar que la mente se desarrollara más allá de dichos límites. De lo contrario, era como si uno viviera en una reserva, adorando a un puñado de falsos dioses.


Llegaron al amanecer, tal como estaba previsto.

Desde lo alto le llegó el estruendo de dos vehículos… de los que utilizaban los especiales, cada uno con cuatro hélices elevadoras que permitían propulsar el aparato en el aire. Era una manera ruidosa de viajar, y el viento que generaba sacudía los árboles como en una tormenta. Desde la entrada de la cueva, Tally vio una enorme nube de polvo que se elevaba desde la zona de aterrizaje, y luego oyó el gemido de los rotores convertido en una profusión de reclamos asustados. Tras casi dos semanas de sonidos naturales, el estrépito de los potentes motores le resultaba extraño, como si fueran máquinas de otro mundo.

Tally se acercó con sigilo al claro con la luz del alba, moviéndose en un silencio absoluto. Tras haber recorrido aquel mismo camino cada mañana a modo de ensayo, había acabado familiarizándose con cada árbol que había a lo largo del trayecto. Por una vez, los dioses mayores iban a enfrentarse a alguien que conocía todos sus trucos, y que tenía los suyos propios.

Al llegar al borde del claro, se detuvo al abrigo de los árboles para observar la situación. Cuatro perfectos medianos estaban descargando el contenido de los vehículos, sacando utensilios para excavar, aerocámaras y jaulas para especímenes y metiéndolo todo en carros. Los científicos parecían campistas vestidos con ropa de abrigo gruesa, prismáticos colgados del cuello y cantimploras sujetas a los cinturones. Andrew le había dicho que nunca se quedaban más de un día, pero parecían estar preparados para pasar semanas en plena naturaleza. Tally se preguntó cuál de ellos sería el doctor.

Andrew trabajaba entre los cuatros perfectos, echándoles una mano como correspondía a un sacerdote servicial. Cuando los carros estuvieron cargados con todo el material, los científicos y él los empujaron en dirección al bosque, dejando a Tally sola con los aerovehículos.

Tally se cargó la mochila a los hombros y se acercó al claro con cautela.

Aquella era la parte más peliaguda del plan. Tally ignoraba qué tipo de sistema de seguridad llevarían a bordo los aerovehículos. Confiaba en que a los científicos no se les hubiera ocurrido activar más que las opciones de protección a prueba de niños, es decir, los códigos más sencillos que impedían que un crío se pusiera a los mandos y se fuera volando. Seguro que los científicos no suponían que los aldeanos pudieran saber los mismos trucos que una joven de ciudad como Tally.

A menos que les hubieran avisado de la presencia de fugitivos en la zona…

Pensar aquello era absurdo, naturalmente. Nadie sabía que Tally estaba allí tirada sin tabla, y desde la noche que había salido de la ciudad no había visto ningún aerovehículos. Si los especiales andaban buscándola, desde luego no lo hacían por allí.

Tally llegó hasta uno de los aerovehículos y asomó la cabeza por la puerta abierta de la zona de carga; en su interior no vio más que pedazos de espuma de embalaje moviéndose de un sitio a otro con la suave brisa. Unos pasos más allá estaba la ventanilla de la cabina del pasajero, también vacía.

En el momento en que se disponía a abrir la portezuela de la cabina, una voz de hombre le llamó la atención a su espalda.

Tally se quedó petrificada. Después de pasar dos semanas durmiendo a la intemperie, llevaba la ropa sucia y andrajosa, así que desde lejos podía pasar por alguien del poblado. Pero en cuanto se diera la vuelta, su rostro de perfecta la delataría.

El hombre le llamó la atención de nuevo en el idioma de los aldeanos, pero la entonación de su voz rasposa dejaba ver un aire de autoridad propio de un perfecto mayor. Tally oyó un sonido de pasos que se acercaban cada vez más. ¿Debía meterse de golpe en el aerovehículos e intentar escapar?

La voz del hombre fue apagándose a medida que se acercaba a ella. Se había fijado en la ropa de ciudad que llevaba bajo la capa de mugre que la cubría.

Tally se dio la vuelta.

El hombre iba equipado como los demás, con prismáticos y una cantimplora. Su rostro de perfecto mayor no podía reflejar más sorpresa. Habría salido del otro aerovehículos y se habría quedado un poco más rezagado que el resto; por eso la había pillado.

“¡Santo cielo!” exclamó, cambiando de idioma. “Pero ¿qué haces tú aquí?”

Tally pestañeó en silencio durante un instante, mientras su rostro de imperfecta adoptaba una expresión ausente.

“Íbamos en un globo.”

“¿Un globo?”

“Tuvimos un accidente. Pero no recuerdo exactamente…”

Al dar un paso adelante para acercarse a ella, el hombre arrugó la nariz. Puede que Tally tuviera el aspecto de una perfecta, pero olía como una salvaje.

“Creo que vi algo en las noticias de unos globos que tuvieron problemas, pero ¡eso fue hace un par de semanas! No es posible que hayas estado aquí todo ese…” El hombre miró la ropa hecha jirones de Tally y volvió a arrugar la nariz. “Aunque supongo que así ha sido.”

Tally negó con la cabeza.

“No sé cuánto tiempo llevo aquí.”

“Pobrecita.” Tras superar su sorpresa inicial, al perfecto mayor le embargó la preocupación. “Ahora estás a salvo. Soy el doctor Valen.”

Tally sonrió como una buena perfecta, al comprender que aquel debía de ser el doctor. Al fin y al cabo, seguro que un simple ornitólogo no conocería el idioma de los aldeanos. Aquel era el hombre que estaba al mando.

“Me da la sensación de llevar siglos escondida,” dijo. “Con todos estos locos que hay aquí fuera.”

“Sí, pueden ser realmente peligrosos.” El hombre sacudió la cabeza, como si no pudiera creer que una joven perfecta de ciudad hubiera sobrevivido allí durante tanto tiempo. “Tienes suerte de haber podido mantenerte alejada de ellos.”

“¿Quiénes son?”

“Son… parte de un estudio muy importante.”

“¿Un estudio? ¿De qué?”

El hombre se rió entre dientes.

“La respuesta a esa pregunta es muy complicada. Debería informar a alguien de que te hemos encontrado. Seguro que todo el mundo está deseando saber que estás bien. ¿Cómo te llamas?”

“Pero ¿qué estudian aquí?”

El doctor Valen pestañeó, perplejo ante el hecho de que una nueva perfecta hiciera preguntas sin parar en lugar de pedir que la llevasen a casa de inmediato.

“Bueno, estamos buscando ciertos fundamentos de la… naturaleza humana.”

“Claro. Como la violencia, ¿no? La venganza.”

El hombre frunció el ceño.

“Sí, en cierto modo sí. Pero ¿cómo…?”

“Era lo que imaginaba.” De repente Tally lo veía todo muy claro. “Como están estudiando la violencia, necesitan un grupo de personas violentas y brutales, ¿no es así? ¿Es usted antropólogo?”

La confusión seguía instalada en el rostro del hombre.

“Sí, pero también soy médico. ¿Seguro que te encuentras bien?”

De repente, Tally reparó en una cosa.

“¿Un médico de la cabeza?”

“De hecho, los llamamos neurólogos.” El doctor Valen se giró con cautela hacia la puerta del aerovehículos. “Pero antes de seguir charlando creo que debería avisar de que te hemos encontrado. No me he quedado con tu nombre.”

“No se lo he dicho.”

El doctor se paró en seco ante el tono en que respondió Tally.

“No toque esa puerta,” le ordenó ella.

El hombre se volvió hacia ella de nuevo, perdiendo por momentos su compostura de perfecto mayor.

“Pero tú eres…”

“¿Una perfecta? Piénselo bien,” dijo Tally sonriendo. “Soy Tally Youngblood. Mi mente es muy imperfecta. Y voy a llevarme su vehículo.

Al doctor le daban miedo los salvajes, al parecer, incluso los de aspecto hermoso.

Se dejó encerrar en el contenedor de carga de uno de los aerovehículos sin oponer resistencia, y entregó los códigos de despegue del otro. Tally podría haber burlado el sistema de seguridad por sí sola, pero su ayuda le permitió ganar tiempo. Y la expresión del rostro del doctor Valen mientras le daba los códigos era digna de ver. Él estaba acostumbrado a tratar con los aldeanos valiéndose del respeto reverencial que infundía su condición divina, pero le bastó ver de refilón el cuchillo con el que le amenazaba Tally para saber quién mandaba allí.

El hombre contestó unas cuantas preguntas más de Tally, hasta que a la joven no le quedaron dudas sobre lo que se hacía en aquella reserva. Aquel era el lugar donde se había desarrollado la operación, pues de allí se habían sacado los primeros sujetos con los que se había puesto a prueba. El objetivo de las lesiones cerebrales era inhibir la violencia y el conflicto, así pues, ¿qué mejor que experimentar con humanos enzarzados en una enemistad mortal interminable? Como adversarios rabiosos encerrados en una misma sala, las tribus atrapadas dentro del recinto cercado de hombrecillos mostrarían todo aquello que uno quisiera saber sobre los orígenes de la violencia en el comportamiento humano.

Tally movió la cabeza de un lado a otro. Pobre Andrew. Todo su mundo era un experimento, y su padre había muerto en un conflicto que no significaba absolutamente nada.


Una vez dentro del aerovehículos, Tally se tomó su tiempo para familiarizarse con los mandos antes de despegar. El aparato parecía tener un funcionamiento similar al de un vehículo de ciudad, pero no debía olvidar que no se trataba de un vehículo a prueba de tontos, por lo que se lanzaría directamente contra una montaña si recibía dicha orden. Así pues, tendría que ir con cuidado al pasar por las altas agujas de las ruinas.

Lo primero que hizo Tally fue cargarse el sistema de comunicación para evitar que el vehículo informara a las autoridades de la ciudad de su paradero.

“¡Tally!”

Sobresaltada por aquel grito, miró por las ventanillas frontales, pero no vio más que a Andrew, que estaba solo. Tally salió por la puerta del piloto e, indicándole con un gesto que guardara silencio, señaló hacia el otro vehículo.

“He encerrado al doctor ahí dentro,” dijo entre dientes. “No dejes que te oiga. ¿Qué haces aquí?”

Andrew miró el otro vehículo con los ojos desorbitados ante la idea de que allí dentro hubiera un dios encerrado.

“Me han enviado para ver dónde estaba el doctor,” susurró. “Ha dicho que vendría detrás de nosotros.”

“Pues no se va a mover de aquí. Y yo estoy a punto de irme.”

Andrew asintió.

“Entendido, Young Blood. Adiós.”

“Adiós. No olvidaré todo lo que has hecho por mí,” dijo Tally con una sonrisa en los labios.

Andrew se la quedó mirando con aquella expresión de sobrecogimiento que inspiraban los perfectos.

“Yo tampoco te olvidaré.”

“No me mires así.”

“¿Cómo, Tally?”

“Como si fuera un… dios. Solo somos humanos, Andrew.”

Él asintió lentamente, bajando la vista al suelo.

“Lo sé.”

“Humanos que distan mucho de ser perfectos. De hecho, algunos de nosotros somos peor de lo que podrías llegar a imaginar. Llevamos mucho tiempo haciéndole cosas horribles a tu gente. Os hemos utilizado.”

“¿Y qué podemos hacer?” preguntó Andrew, encogiéndose de hombros. “Vosotros sois muy poderosos.”

“Sí, es cierto.” Tally negó con la cabeza. “Pero sigue intentando traspasar la barrera de los hombrecillos. El mundo real es enorme. Quizás consigas llegar lo bastante lejos para que los especiales dejen de buscarte. Y yo intentaré…” Tally no acabó de expresar la promesa. ¿Qué era lo que intentaría hacer?

En el rostro de Andrew se dibujó una sonrisa.

“Ahora estás chispeante,” le dijo, tocándole el tatuaje flash.

Tally asintió tragando saliva.

“Te esperaremos, Young Blood.”

Tally pestañeó y lo abrazó sin decir nada. Luego volvió a meterse en el aerovehículos y encendió los rotores. A medida que el zumbido de los motores iba en aumento, observó cómo los pájaros salían desperdigados del claro, aterrorizados por el estruendo que generaba la máquina de los dioses. Andrew se apartó de ella.

En cuanto Tally rozó los mandos, el aparato se elevó con una potencia que hizo vibrar todo su cuerpo. El movimiento de los rotores sacudió la copa de los árboles que había alrededor, pero el vehículo fue subiendo bajo control a un ritmo constante.

Tally miró abajo mientras el aparato se abría camino entre los árboles y vio a Andrew saludándola con la mano, con su sonrisa aún esperanzada llena de mellas y dientes torcidos. Tally supo entonces que tendría que volver, tal como había dicho él; ya no había más remedio. Alguien debía ayudar a aquella gente a escapar de la reserva, y no tenían a nadie más que a Tally.

La joven suspiró. Al menos había una cosa que no cambiaba en su vida: seguía complicándose cada vez más y más.

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