PERFECCIÓN // Capítulo 30

TRANSCRIPTO POR CHUPI

Capítulo 30: “Las ruinas”

Tally llegó al mar mientras aún salía el sol, que iba pintando el agua de color de rosa a través de las nubes bajas que se veían en el horizonte.
Hizo virar la máquina al norte con un movimiento lento y constante. Como esperaba, aquel vehículo diseñado para volar fuera de la ciudad obedecía sus órdenes de tal manera que daba miedo. El primer viraje había sido tan brusco que Tally se había golpeado la cabeza contra la ventanilla del piloto. Esta vez lo hizo con calma.
A medida que el aparato ascendía lentamente, no tardó en divisar las afueras de las Ruinas Oxidadas. Una distancia que le habría costado una semana a pie había aparecido borrosa a sus pies en menos de una hora. Al ver a lo lejos la forma sinuosa de la vieja montaña rusa, comenzó a desviar el vehículo tierra adentro.
El aterrizaje era la parte fácil. Tally tiró del freno de mano, el que enseñaban a los niños que había que utilizar en caso de que el piloto sufriera un infarto o se desmayara. El vehículo se paró en seco y comenzó a descender. Tally había elegido un terreno llano, una de las vastas extensiones de cemento que los oxidados construían para aparcar sus vehículos terrestres.
El aerovehículo se posó sobre el suelo invadido de malas hierbas, y, en cuanto se detuvo con una sacudida, Tally abrió la puerta. Si los científicos habían encontrado al doctor y habían realizado algún tipo de llamada de emergencia, los especiales ya estarían buscándola. Cuanta más distancia pusiera entre el aparato robado y ella, mejor.
Las agujas de las ruinas se alzaban ante Tally, hallándose la más alta de ellas a una hora más o menos a pie. Evidentemente llegaba con casi dos semanas de retraso con respecto a los demás, pero confiaba en que no la hubieran dejado plantada, o al menos en que le hubieran dejado algún tipo de mensaje.
Seguro que Zane se había quedado esperándola en el edificio más alto, reacio a marcharse mientras aún hubiera una posibilidad de que apareciera.
A menos, claro estaba, de que no hubieran emprendido la huida a tiempo para curarlo.
Tally se cargó la mochila al hombro y echó a andar.



Las calles en ruinas estaban llenas de fantasmas.
Tally apenas había caminado antes por la ciudad. Siempre se había movido por allí en aerotabla – a diez metros de altura, como mínimo -, evitando los automóviles calcinados que yacían en el suelo. En los últimos días de la civilización de los oxidados, se había propagado por todo el mundo una plaga artificial que no afectaba a los seres humanos ni a los animales, sino solo al petróleo, que se reproducía en los depósitos de gasolina de coches y aviones y convertía poco a poco el combustible infectado en una sustancia inestable. El carburante transformado por la plaga ardía al entrar en contacto con el oxígeno, y el humo oleoso que generaban las llamas diseminaba las esporas bacteriales por el aire, propiciando la infección de más depósitos de gasolina y pozos de petróleo, hasta que no quedó una sola máquina en todo el mundo que no se viera afectada.
Por lo visto, a los oxidados no les gustaba nada caminar. Incluso habiendo visto los efectos de la plaga, los ciudadanos aterrorizados siguieron montándose en sus curiosos vehículos terrestres con ruedas de goma con la intención de huir de allí. Si Tally se fijaba bien, podía ver esqueletos medio deshechos a través de las ventanillas manchadas de los coches que invadían las calles de las ruinas. Solo unas cuantas personas fueron lo bastante inteligentes para abandonar la ciudad a pie, y lo bastante fuertes para sobrevivir a la desaparición de su mundo. Quienquiera que hubiera creado la plaga había entendido sin duda la debilidad de los oxidados.
- Mira que erais tontos – masculló Tally con la mirada puesta en las ventanillas de un coche, pero decirles de todo no hacía menos inquietante la visión de aquellos cadáveres. Los pocos cráneos que quedaban intactos le devolvieron la mirada con una expresión vacía.
Más adentro de la ciudad fantasma, los edificios eran cada vez más altos, y sus estructuras de acero se alzaban cual esqueletos de gigantescas criaturas extintas. Tally comenzó a callejear en busca del edificio más alto de las ruinas. Su enorme aguja se divisaba sin problemas desde un aerovehículo, pero a ras del suelo la ciudad era un auténtico laberinto.
Entonces dobló una esquina y vio una construcción elevadísima con pedazos de hormigón viejo aferrados a una matriz de vigas de acero y ventanas vacías que la miraban desde lo alto, reflejando formas irregulares de un cielo brillante. Seguro que aquel era el lugar; Tally de acordó de cuando Shay la había llevado a la punta de la aguja la primera vez que había visitado las Ruinas Oxidadas con ella. Sólo había un problema.
¿Cómo subiría hasta allí?
Hacía tiempo que el edificio estaba destrozado por dentro. No había escaleras y apenas quedaban paredes con las que hablar. La estructura de acero era ideal para las alzas magnéticas de una aerotabla, pero no había manera de trepar por ella sin un buen equipo de montañismo. Si Zane o los habitantes del Nuevo Humo le habían dejado un mensaje, estaría allí arriba, pero no tenía forma de ir a por él.
Tally tomó asiento, presa de un cansancio repentino. Era como la torre de su sueño, sin escaleras ni ascensor, y había perdido la llave, que en este caso era la aerotabla. Lo único que se le ocurría era regresar al lugar donde había dejado el vehículo robado y subir volando hasta allí arriba. Quizá pudiera acercarse lo bastante al edificio…pero ¿lograría que el aparato se mantuviera estable en el aire mientras ella saltaba a la antigua estructura de acero para trepar hasta arriba del todo?
Por enésima vez deseó que su aerotabla no hubiera acabado destrozada.
Tally alzó la vista hacia la torre. ¿Y si no había nadie allí arriba? ¿Y si, después de viajar hasta allí, Tally Youngblood seguía estando sola?
Se puso de pie y, gritando con todas sus fuerzas, dijo:
- ¡Eh!
Su voz retumbó a lo largo y ancho de las ruinas, haciendo que una bandada de pájaros alzara el vuelo desde un tejado lejano.
- ¡Eh! ¡Soy yo!
Una vez que el eco se perdió en el aire, no se oyó respuesta alguna. Con la garganta irritada de gritar, Tally se arrodilló en el suelo para buscar una bengala de seguridad en su mochila. La luz de una bengala se distinguiría con facilidad entre las sombras de aquellos edificios tenebrosos.
Tally encendió la bengala y apartó un poco la llama sibilante de su rostro.
- ¡Soy yo… Tally Youngblood! – gritó de nuevo.
Algo se movió en el cielo.
Tally parpadeó para eliminar la imagen que persistía en su retina después de las chispas de la bengala y fijó la mirada en el cielo azul. En lo alto del edificio apareció una silueta, un óvalo diminuto que aumentando de tamaño poco a poco…
La parte inferior de una aerotabla. ¡Alguien estaba descendiendo desde allí arriba!
Tally arrojó la bengala encima de un montón de piedras, con el corazón a punto de salirle del pecho, consciente de repente de que no tenía la menor idea de quién estaría yendo a su encuentro. ¿Cómo había sido tan tonta? En aquella tabla podía ir cualquiera. Si los especiales habían cogido a los otros rebeldes y les habían hecho hablar, sabrían que aquel era el punto de reunión acordado, con lo que su última huida no tardaría en tener un final repentino.
Tally se dijo a sí misma que debía calmarse. Al fin de cuentas, se trataba de una aerotabla y solo había una. Si los especiales hubieran estado esperándola, seguro que habrían aparecido de repente desde todas direcciones en un montón de aerovehículos.
En cualquier caso no tenía sentido dejarse llevar por el pánico. A aquellas alturas no tenía muchas posibilidades de huir a pie. Lo único que podía hacer era esperar. La bengala de seguridad se apagó con un chisporroteo final mientras la aerotabla descendía lentamente, pegada a la estructura metálica del edificio. A Tally le pareció ver en un par de ocasiones un rostro que se asomaba por el borde, pero con el cielo brillante de fondo no tuvo forma de reconocerlo.
Cuando la tabla estaba solo a diez metros por encima de su cabeza, Tally tuvo el valor de gritar de nuevo.
- ¿Hola? – su voz le sonó temblorosa.
- Tally… - le respondió una voz familiar.
La aerotabla se detuvo a su lado y Tally se encontró ante un rostro totalmente imperfecto, con una frente demasiado ancha, unos dientes torcidos y una pequeña cicatriz que partía una ceja con una arruga blanca. Tally miró al imperfecto a los ojos, parpadeando en medio de la penumbra de la ciudad en ruinas.
- ¿David? – dijo en voz baja.

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