Foto: David Larrosa, 10 años

martes, 29 de noviembre de 2011

PERSPECTIVAS

©2006-2011 ~ResidentEri


    Tengo un pez que se sienta en el suelo de la pecera a descansar. Mi hijo opina que no está enfermo, sino que es peza y está embarazada: necesita reposo. Para que yo me quede tranquila, el niño chuta el cristal con los dedos hasta que la peza no puede soportarlo y cambia de posición maldiciéndonos. Enseguida interviene mi hija, que por supuesto está a favor de la idea de embarazo. Propone comprar una redecilla que, en el posparto, sirva a la peza para depositar con garantías su prole en una guardería protectora. Y no es mala idea, porque todos sospechamos del gordote negro que chupa las plantas. Esa actitud de abate, ese lacónico pasar por vegetariano nos inquieta. Nos dijeron que ayudaba a limpiar el acuario, y es cierto que desarrolla su labor de un modo impecable. Eficaz. Pero igual no nos gusta mucho. Y como no hemos vuelto a saber nada del rayadito que nos divertía, un haragán que soltaba largos hilos negros rizados (ni del diminuto fosforescente, ni del blanco), por deducción el abate va a ser papá. Un papá austero y trabajador. Nos preguntamos, con ojos de huevito, si no será difícil querer a un pez que crece tanto.



viernes, 25 de noviembre de 2011

Los viernes conversamos

Durante la última tertulia hubo comentarios en torno a la implicación del escritor en el texto que escribe. Por un lado, se habló de la verdad y de lo verídico como elemento indispensable en la literatura; por otro, de la necesidad de distanciarse y de que no se vea al autor en el texto.

A mi modo de entender se trata de dos posturas opuestas. Yo creo que se requiere la huella personal del escritor para transmitir credibilidad. No en un sentido biográfico (no es necesario ser impúdico), sino en la mirada, la voz y la elección de los elementos que trata. Si el autor desaparece, el texto corre el riesgo de ser aséptico, aunque formalmente funcione como un reloj suizo. Pero esto, en teoría, ya lo sabemos. ¿Lo experimentáis así?

Recojo otros comentarios: los personajes deben ser un fragmento del gran espejo que es el ser humano, y tienen que perpetuar el niño interno que el ser humano lleva dentro y fundirse con la voz común. Se sostuvo también, en un sentido más amplio, que la emoción debe impregnar el tejido literario si se pretende que éste sea susceptible de superar el presente, de perdurar en el tiempo.

Yo hoy tengo una pregunta, o varias, para las que agradecería una respuesta testimonial, pues los argumentos del manual literario no siempre se trasladan a la realidad. ¿Se puede controlar la cantidad o la calidad de implicación que uno vierte en su texto? La veracidad y la credibilidad ¿dependen de ello? ¿Qué grado de consciencia dedicáis a tomar esta postura como escritores? Y por último, puestos a pedir: ¿os parece que existe el microrrelato intimista biográfico?


            Pues claro que está todo dicho. Por supuesto que hay lecturas más formativas que nuestras opiniones. Naturalmente que no sentamos criterios académicos. Aquí se pregunta y se responde desde la experiencia y el tanteo.
Los viernes hablamos del acto de escribir

martes, 22 de noviembre de 2011

FENOMENAL

La tercera visita que entró en la habitación y me dijo que los piececitos del bebé eran una auténtica monada disparó definitivamente mis sospechas. Repliqué, suspicaz, que con el calor de agosto era absurdo calzar a un recién nacido. Pronto añadió alguien que tenía una mirada muy viva. Eso me calmó un poco. Luego entró la comadrona y saludó a todos: me saludó a mí, hizo una broma, felicitó a mi marido, todo con desenvoltura y simpatía, pero pasó por alto al bebé.
El niño gorjeaba en su cuna hospitalaria. Cuando pregunté si alguien quería tomarlo en brazos, todos rehusaron aludiendo inexperiencia propia y fragilidad ajena. En ese momento llegaron mis suegros, tan altos, tan distinguidos. Ella había llorado. Quizá me ocultaban algo grave, ya que por la mañana habían pasado apenas unos minutos en mi habitación y habían huido despavoridos a la cafetería, como si necesitaran desesperadamente desayunar.
Cada vez más inquieta, rogué a todos que salieran porque iba a dar el pecho con el pudor de la primera vez. En el último instante agarré el brazo de mi madre y supliqué una confidencia. Pero en un susurro solemne, ella replicó:
-Yo estoy muy orgullosa.
            Sólo me quedaba mi marido. El único de quien podría fiarme, como siempre. La persona más buena y afectuosa que he conocido. El hombre de mi vida. Estaba tan feliz en su recién estrenado papel de padre... y sin embargo, desde el interior de la habitación, por la rendija que quedaba abierta, vi cómo mi suegro le soltaba una perorata que él recibía cabizbajo.
            Por fin entró. Lo llamé a mi lado. Hizo cuanto pudo, pero no consiguió desviar mi atención. Le supliqué que me hablara claro. Entonces, con una mezcla de amor y culpa, contestó:
            -Es igual que tú, cariño.

            Dedicado a mi hermano Alberto, y a los miembros de la Ablacclaro. 


viernes, 18 de noviembre de 2011

Los viernes conversamos

 
    Estos días ando releyendo un par de libros excelentes, claros y útiles. Seguramente ya los conocéis, sobre todo los que habéis hecho algún taller: El arte de la ficción, de John Gardner, y La práctica del relato de Ángel Zapata. Ponen al alcance del lector las claves fundamentales del arte de escribir, o de cómo hacer de la escritura arte.

    A mí me llama la atención cómo explican la efectividad narrativa. En sus manos casi parece un asunto fácil. Es una de las cuestiones que más me interesa, y no solo por mis propias limitaciones al escribir, sino también como lectora de microrrelatos.

    En este género mis preferencias están claramente del lado de los textos que contienen un fuerte ingrediente de narratividad, quizá llevada por mi afán ortodoxo y mi fe en el cánon. Pero cuando miro alrededor, leo microrrelatos de todo tipo. Y no solo en el Parque Jurásico de la blogosfera, sino también en papel, pulcramente editados bajo ese calificativo: Microrrelatos. Son breves, sí, y hermosos; a veces de una profundidad vertiginosa y capaces de mover profundamente al lector en cualquier sentido. Los hay absolutamente admirables, pero son reflexivos o poéticos, evocativos, sin conflicto y sin movimiento. En ese caso ¿son microrrelatos?

   Personalmente, cuando he tanteado formas con menor contenido narrativo he sentido que producía un experimento asociado, un texto de "relleno", algo que sumar a mi acervo de micros-micros sólo para engordar lo que algún día quisiera ver convertido en libro.

   Me gustaría saber si otros lectores y escritores de microrrelatos andan con los mismos remilgos que yo. Y como no lo sé, y para conversarlo, yo los viernes pregunto.

martes, 15 de noviembre de 2011

SINCRONIZACIÓN DE LAS ESPECIES

canstockphoto.es

           Yo te envío mis bacterias a través del aire y ellas empiezan a copular con las tuyas, que no es por ofender pero son bastante promiscuas, la verdad. Entre los dos formulamos una nueva biodiversidad bacteriana. Bien. Crece el jolgorio. Los procariontes cabalgan sobre el flagelo, se frotan los ribosomas, los anaerobios se asfixian y no llegan, ja, pobres. No sabría definir tal microrruido, pero sí esa luz refulgente y verdosa que, sin tú saberlo, te delata, como cuando estás hormonal. ¿Maldita sea? No, no, al contrario, fantástico efluvio el de feromonas que, como el ala aleve del leve abanico, nos verá morir entre memorias tristes juntos, revueltos y procreando.
Así es la eternidad.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Los viernes conversamos

    Hace unos días, un buen amigo de este blog me sugirió que eliminara las dos últimas frases de un relato. Como sabéis, suelo pedir este tipo de intervenciones y consejos porque me interesa conseguir una buena recepción, y pienso que éste es el medio más adecuado. (Si no sirve de barómetro de recepción, un blog no tiene razón de ser; en casa y a solas se escribe estupendamente.) 

   Los argumentos de mi amigo eran sólidos y él es un buen escritor, por lo que me quedé pensando en la elipsis que me proponía, en la elipsis en general y en la conveniencia de escuchar más opiniones al respecto.
   
     Me gustaría saber qué uso consciente hacéis de la elipsis como escritores de microrrelatos. Y qué opináis de ella como lectores, también. Me refiero a esas elipsis finales que nos dejan pensando por dónde iban los tiros. El final ¿debe ser el lugar donde se resuelve el micro, donde se da el golpe de impacto y se sacude al lector? ¿O es preferible un cierre enigmático, que reclame una colaboración cómplice (en materia de sensibilidad, conocimientos, intuición o técnica)?

    Agradezco de antemano vustras opiniones y reflexiones, si os animáis a dejarlas. Creo que la comunicación puede sernos útil y que no deja de ser un ejercicio divertido.

 

martes, 8 de noviembre de 2011

CASI BICENTENARIO DEL NACIMIENTO DE WOODSTHROUGH



Aisladas hasta el siglo xix por los fuertes vientos, las corrientes impredecibles y unos arrecifes de coral cortantes como hojas de afeitar, las islas Wow no habían sido pisadas por el hombre hasta que el científico James W. Woodsthrough (Canterbury 1812-Wow 1837) se adentró en solitario por sus espesas selvas y acometió la ingente tarea de catalogar las 7.266 especies desconocidas de sanguijuela samurai que poblaban el ecosistema isleño. Sólo contaba con unos prismáticos y un salabre; apenas tuvo tiempo de inscribirlas en su propia piel.
          El pellejo de Woodsthrough fue repatriado, conservado en formol en el Museo Británico y sepultado en el cajón del olvido hasta que, cuarenta años después, Johnatan Leech culminó su célebre tesis de veintidós tomos sobre las inscripciones dérmicas del explorador, trabajo reconocido con el máximo distintivo de la Sociedad Británica de Anélidos Tropicales en 1892. En 1927 Su Graciosa Majestad concedió a Woodsthrough el tratamiento de Sir con carácter póstumo, y su nombre fue inscrito en la Enciclopedia Británica. Habría que esperar a 1984 para que las islas fueran designadas Reserva de la Biosfera por la Unesco gracias a la población de sanguijuelas de Woodsthrough.
          En la actualidad se encuentra apostada en las Wow la base científica norteamericana Sparrow, de carácter conservacionista, aunque se le atribuyen otras funciones de carácter reservado.
          Todos los lectores que lo deseen pueden consultar la historia de las sanguijuelas samurai y las fotografías del cadáver de Woodthrough en http://www.woodsthroughskin.uk/, añadir sus comentarios o participar en el foro sobre la controvertida catalogación de 1966 (que reconoce sólo 6.121 mordeduras diferentes de sanguijuela en el despojo de Woodsthrough), y aun de la segunda edición (2004), que reduce aún más su número. Dicha página oficial obtuvo un total de 3.233.821 visitas en 2009, cuando salió a la luz la teoría de la Cognitificación Osteopolar, que comprometía los históricos hallazgos del explorador tras aplicar a su despojo siete tomografías axiales y trece resonancias magnéticas. Como consecuencia, el número de especies descubiertas por Woodsthrough podría quedar en cinco.
          Con fecha de ayer se produjo la mayor convocatoria social promovida por Facebook desde la muerte de Michael J. Jackson en junio de 2009: más de diecisiete millones de cibernautas de todo el planeta se dieron cita a las cinco y veinticinco de la tarde (GT), hora estimada de la muerte de Woodsthrough en 1837, para ejecutar una flash mob con interpretación simultánea del rictus que las sanguijuelas samurai tropicales imprimieron en la venerada reliquia del científico.
          Con este sentido homenaje se espera recompensar la memoria de uno de los exploradores más injustamente tratados por la naturaleza tropical.



martes, 1 de noviembre de 2011

CRISIS DE SANIDAD


Mientras habla conmigo muy seriamente para convencerme de que debo someterme a una resonancia, el doctor se saca del bolsillo tres cajas de píldoras y las lanza al aire. Vuelan en sentido rotatorio. La enfermera entiende que es el momento exacto de hacer la vertical sobre la mesa y descubre su maillot azul de lentejuelas bajo la bata. Abre la puerta la recepcionista y da recados con nariz de payaso. El abuelo al que di tanda aprovecha y se cuela, convertido en oso con chaleco verde, y en la sala de espera atisbo que el patio de butacas ya no está lleno de achacosos ancianos, sino de niños con zumo y palomitas. Pero qué más da que esto no sea un ambulatorio. El sistema sigue funcionando, así que como dice mi psicólogo, el problema soy yo.