Se
cumple estos días exactamente un año de la publicación de Pelusillas en el ombligo (Lastura, 2015). Cuando miras un libro
propio con la perspectiva del tiempo, te asalta la duda de si mereció la pena.
Es evidente que se podrían haber escrito mejores historias, pero la perfección
se me antoja imposible a la par que aburridísima.
Siempre recordaré la cara de
incredulidad de mis padres cuando les hablaba del libro. «No pueden haber
cuentos tan cortos —se negaba a creer mi madre como santo Tomás—, déjame ver.»
Tal
vez fue demasiado pretencioso aprovechar los microrrelatos de cierto concurso,
sobre todo porque la mayoría no superaron la dura criba del juez. Sin embargo, queríamos
dar una nueva oportunidad a algunos que nos parecieron injustamente
menospreciados. Curiosamente, los más populares entre el público. Baste uno
como ejemplo: «Soy la caña, dijo en la primera reunión de Alcohólicos Anónimos.»
¿Genialidad? ¿Disparate? Nunca lo sabremos. Si Podemos ha conseguido abrir una brecha en la política española, quizá no sea tan descabellado rebelarse contra los cánones establecidos, intentar por una vez algo que no suene a lo de siempre.