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miércoles, 26 de agosto de 2020

UNA EXTRAÑA NORMALIDAD






















Requisitos para ser una persona normal (Leticia Dolera, 2015) es una película española que cuestiona el concepto de normalidad desde un punto de vista humorístico. Nos educan —o debería decir programan— de acuerdo a unos determinados parámetros para lograr la felicidad: tener un trabajo, un piso, una familia y vida social. Sin embargo, nada más extraño que una persona completamente normal.

Algo similar le ocurre a Candela Freire, la protagonista absoluta de Dime la verdad (Amazon, 2020). Su vida familiar no encaja dentro de lo políticamente correcto. Está fuera del sistema por un triste infortunio. Su marido desapareció en una misión humanitaria cinco años atrás y acaba de ser declarada viuda por un abogado. No obstante, sospecha que sigue vivo. Con esta intrigante premisa, Maribel Romero Soler regresa a la novela para adultos que tan buenos resultados le dio en El peso de las horas, Finalista del XXXIV Premio Azorín de Novela.

Me gustaría comentar a continuación algunas rarezas que alejan este libro de lo convencional. En primer lugar, un número de páginas insólito en la obra de Maribel Romero —casi cuatrocientas— donde el narrador omnisciente no resta cercanía ni autenticidad a unos personajes que parecen tener vida propia más allá de la página. En segundo término, la novela pertenece al género del suspense o thriller. También podría catalogarse de obra romántica con tintes eróticos por su descripción audaz y desinhibida de escenas sexuales como la del banco, entre otras. Nada que envidiar a la adictiva prosa de Jordi Sierra i Fabra. Finalmente, una grata sorpresa: la acción principal sucede en Alicante y no en la ciudad de nacimiento de su autora. De hecho, Candela tiene un piso en la emblemática Explanada.

El capítulo ocho da un giro radical al planteamiento previo. Estalla el nudo y, de paso, ofrece una clase magistral de cómo enganchar a los lectores mediante una dosificación precisa de la información.

Una atmósfera de cierto pesimismo impregna la novela, pero la escritora ilicitana pone en boca de sus personajes oportunas bromas que rebajan la tensión y el drama. El lenguaje opta por la llaneza y un uso pragmático que no deja lugar a florituras ni a aspavientos poéticos. De todas maneras, siempre surgen bellos pasajes: «Lo que nos hace verdaderamente humanos es nuestro afán de torcer las líneas rectas.» También aparece la jerga propia del derecho con palabras tan curiosas como «fedatario». Esto otorga verosimilitud a la narración.

Maribel Romero se ha hecho mayor literariamente hablando. No solo por la extensión de Dime la verdad, sino, sobre todo, por la profundidad de temas que aborda, entre los que destaca la búsqueda de lo auténtico o el feminismo bien entendido. Me atrevería a decir, huyendo de esa normalidad hecha para conformistas, que sus libros forman parte de mi familia cultural. Una lectura que enseña a querernos un poco más.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

DIANA CONTRA EL MUNDO























Las personas nos negamos a aceptar el paso del tiempo. En consecuencia, agasajamos a un amigo que no vemos hace siglos con el clásico: «Por ti no pasan los años». Mentiras piadosas como esta ayudan a sobrevivir al hecho incuestionable de que «un solo día es capaz de transformar una vida». La frase pertenece a la novela más conmovedora e inquietante de Maribel Romero Soler hasta la fecha: Gracias, Diana (edebé, 2018).

Todo empieza cuando Fer deja a su novia en el portal. De regreso a casa, repara en un objeto reluciente abandonado en la calle: una preciosa estrella de seis puntas. La coge pero enseguida la suelta porque siente una quemadura instantánea. Al día siguiente, los padres del chico avisan a Diana de que está hospitalizado en estado de coma. Lo peor es que la analítica da positivo en drogas.

Los padres de Fer se derrumban ante la evidencia de que su hijo ha consumido algún tipo de estupefaciente. En cambio, Diana se niega a aceptar los hechos. Conoce bien a su novio y sabe que algo no encaja. Sin el apoyo de nadie, inicia una investigación por su cuenta. El resultado es una novela juvenil que bebe de muchos géneros: drama familiar, detectives, fantástico. Maribel Romero despliega las emociones e incluso llama a las lágrimas, pero siempre logra amarrar su prosa a tiempo para no caer en el melodrama. El capítulo veintisiete me parece el ejemplo perfecto de un trozo trágico de vida que se cuela en la página de un libro. Tan vívido que te coloca al borde del ataque al corazón. Pura dinamita literaria.

Diana es la heroína —el personaje adictivo y la novia coraje— que nunca pierde la fe en su novio y, por extensión, en el ser humano. Constituye el pilar donde se asienta la novela. Los adultos solo son capaces de creer en lo que ven sus ojos. Ella, a sus diecisiete años, mira con el corazón. Por eso, no descarta ninguna pista para resolver el caso.

Una de esas pistas llega inesperadamente cuando Diana sueña con algo que jamás ha visto. También le ocurre a Daniel Villena, el joven detective de la trilogía de novelas Deja en paz a los muertos, La sepultura 142 y Llueve sobre mi lápida (editadas por Bruño) de J. R. Barat. Los muertos o los que están a punto de morir se comunican con él a través de los sueños.

Corren tiempos en que jóvenes y adultos buscamos la aprobación inmediata en las redes sociales. Un «me gusta» en facebook tiene hoy más valor que el oro. Maribel Romero sugiere en Gracias, Diana que defender la verdad, aunque sea incómoda, probablemente no te convertirá en alguien famoso. Ni siquiera crecerá tu número de amigos. Solo contribuirás a un mundo más justo. Lo dice una escritora que se gana la vida contando mentiras.


miércoles, 14 de marzo de 2018

FIN























El fin del mundo no fue inventado por los Testigos de Jehová, aunque hay que reconocer que le echan cuento. La literatura y el cine siempre han aportado su granito de arena a este subgénero. Desde la mítica novela Soy Leyenda de Richard Matheson a la película Hijos de los hombres dirigida por Alfonso Cuarón, cada cierto tiempo la humanidad practica una especie de simulacro de aniquilación para sacar algo en claro. El problema es que, por lo que parece, los políticos no leen ni van al cine.

Afortunadamente, la escritora Maribel Romero Soler no se dedica a la política. De hecho, su última novela juvenil critica desde el inquietante título el talón de Aquiles de todos los gobiernos, incluido el español. ¿Qué pasa con el medio ambiente? ¿Cómo duermen tan tranquilos los altos cargos sabiendo que la Tierra se muere poco a poco? ¿No es para alarmarse el rearme nuclear de Rusia y Estados Unidos?

Árboles de ceniza (Tandaia, 2017) presenta un mundo devastado por un gran cataclismo. El antiguo planeta azul ha sufrido cambios de carácter morfológico, ambiental y antropomorfo. En el terreno ambiental, por ejemplo, el sol se ha convertido en un ascua que apenas da calor. Los seres humanos también han experimentado mutaciones curiosas en el color de los ojos o el pelo. Estas transformaciones serían soportables si la supervivencia de la humanidad no estuviera amenazada con la extinción.

La autora bosqueja unos personajes desesperanzados, vencidos y sin horizonte alguno que viven en una comunidad. Lucho, conocido como «El hombre sabio», es su líder. Pese al negro futuro que acecha a la vuelta de la esquina, la doctora de la comunidad está enamorada en secreto. Los niños también ensayan sus primeros amores, pues se acordó que su edad empezara a contar a partir de la catástrofe. Además, perviven lujos del viejo mundo como la electricidad, el agua potable aunque gris o la telefonía básica. La vida continúa.

No puedo ocultar, llegados aquí, que adoro el subgénero apocalíptico como buen adicto al cine de terror que soy. En este sentido, la novela ha hecho mis delicias. Quizá no describa al detalle, pero quién necesita a Tolkien teniendo a Maribel. Su genialidad reside, sin lugar a dudas, en la aparente sencillez de la historia. Con apenas siete personajes, logra tocar de nuevo las teclas de la sensibilidad como Chopin interpretando uno de sus famosos Nocturnos para piano. No se detiene en el por qué ni se regodea en escabrosos espectáculos de seres deformes postapocalípticos. Ahonda más bien en el para qué.

Noto a Maribel Romero más seria de lo habitual en esta novela. Sus clásicos golpes de humor son más discretos. La historia, supongo, exigía un tono ronco que no anticipara su desenlace. Me gustaría que Árboles de Ceniza nunca se hiciese realidad. Si tenemos que destruir algo, que sea el defecto de no perdonar.


domingo, 22 de octubre de 2017

NO HAY DOS CHARLIS SIN TRES



Ahora que comienza el curso y algunos profesores buscan libros interesantes para incentivar la lectura, me gustaría sugerirles Charli en la Isla del Terror (Babidibú, 2017). ¿Por qué? Quizá porque es otra historia trepidante nacida de las manos de Maribel Romero Soler, una artesana de las letras que nunca deja de sorprender a niños y adultos.

La novela forma parte de una saga que ya va por su tercer título. Se completa con Charli y los cinco peligros (Edimater, 2010) y Charli y el cofre del tesoro (Edimáter, 2013).

Para los seguidores de las aventuras de Charli —nos autodenominamos charlistas—, lo mejor de esta nueva entrega, además de las excelentes ilustraciones de José María Clémen, es seguirle la pista a los personajes. Dicen que la curiosidad mató al gato. Sorprendemos, entonces, a Charli ocupado en la preparación de la fiesta por su décimo cumpleaños. De pronto, recibe una llamada bastante rarita de su amiga Sandra. Le dice que necesita ayuda porque la tribu de los Tai-wike la tiene retenida en la Isla del Terror. Charli cree que su amiga le quiere gastar una broma hasta que un sueño demasiado real le lleva allí.

Reaparecen en esta aventura personajes como Seven, el perro del protagonista cuya aportación siempre resulta valiosa. De hecho, tendrá un papel fundamental en la trama de la novela. Lo acompañará Martes, la perra de Sandra. También aparece otro animal —un horrible monstruo— con el que los personajes deberán luchar. Afortunadamente, tendrán la ayuda de Kytus, un niño de la tribu.

Los golpes de humor, tan característicos de la autora, siguen salpicando las páginas de Charli en la Isla del Terror. Se trata de un humor blanco que se combina con reflexiones que, a los adultos, nos hacen suspirar cuando recordamos la división entre catalanes: «A veces los amigos discuten, como también lo hacen los hermanos, los padres con los hijos o los nietos con los abuelos, pero la grandeza de las personas está en saber pedir perdón».

Asegura Maribel Romero que esta es la última parte de Charli, pero yo no estaría tan seguro. La dejaremos descansar una temporada. Siempre nos queda el recurso, en caso de ser cierto, de llamar al Melenas a través del colgante y pedirle que escriba otro libro.

miércoles, 25 de enero de 2017

MUJERES DE CORBATA EN PECHO






















Siempre me han gustado las bufandas, quizá porque tienen fama de bohemias. Sin embargo, últimamente he mirado muchos escaparates de corbatas. La culpa es de unas escritoras reincidentes en esto del cuento, más camaleónicas que David Bowie y despreocupadas por el qué dirán.
            
Después de reivindicar en El pintalabios (Visión, 2009) la feminidad sin caer en el feminismo, han decidido regresar con otro objeto de uso cotidiano: la corbata. Aunque a algunos hombres nos produzca alergia, es incuestionable la elegancia de esta prenda de vestir que nunca pasa de moda. Como la buena literatura.
            
Rafaela Lillo, Manuela Maciá, Paqui Pérez Gallego, Maribel Romero Soler y Teresa Rubira Lorén no pertenecen a la rabiosa actualidad de la prensa del corazón, pero escriben bien. Cojonudamente incluso. Ofrecen en La corbata (Los libros de Balmenhorn, 2016) un puñado de historias con inquietudes muy diversas, con formas de entender el acto literario tan variadas como la personalidad de sus autoras. Ahora bien, el rasgo que las hermana es la autenticidad. En este sentido, se despojan de paja poética —perdón por el término— para centrarse en el hecho narrativo. Tiran de desnudez, de palabra franca y llana. Tiran de oficio.

La corbata, un pretexto como otro cualquiera para escribir, aparece en todos los relatos hasta conformar un total de quince —tres por autora—, si bien no suele ejercer de protagonista en los mismos. Me viene a la memoria el cuento «Para Valeria», donde una abuela escribe un diario para su nieta recién nacida. Me seduce de él la valentía de la anciana al decidir no ser un estorbo para sus hijos. También recuerdo el tremendo impacto que me produce la lectura de «El desquite», que narra la violación de una chica en una fiesta de empresa. La escena del abuso pone los pelos de punta y, además, no contiene una palabra de más ni de menos. Hay espacio para corbatas mágicas en «La realidad de lo absurdo», historia de una pareja joven que firma por escrito unas reglas de convivencia doméstica. La crisis económica agudiza el ingenio en «El método Corbrac», una fábula humorística donde un joven se marca un farol para que lo seleccionen en una entrevista laboral. Remite al clásico infantil «El traje nuevo del emperador». Ninguna pieza me ha robado tanto el corazón como «Un trabajo escolar». Gira en torno a un estudiante que debe hacer un trabajo para el instituto sobre famosos que tengan algún rasgo en común. Elige a personalidades con corbata. El cuento es una aguda reflexión sobre la verdadera fama.

Se me ocurren cinco motivos para llevar corbata este invierno: te ríes a carcajada limpia —gracias, Teresa—, te emocionas, te dejas llevar por la magia, te hierve la sangre y te vuelves más independiente. Ojalá los Donald Trump del mundo leyeran estas cosas.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

EL SOLITARIO EN OTOÑO
























Tengo una teoría: los libros llegan a nuestra vida cuando deben llegar, ni antes ni después. A veces, me sorprende que la acción de una novela suceda en la estación del año en que estoy leyéndola o que diga cosas de mi vida que ni yo mismo me atrevo a admitir.

Habitación sin vistas (Amazon, 2015) parece escrita para mí, hijo único nacido cuando mi madre contaba cuarenta años. Afortunadamente, las coincidencias terminan ahí y puedo disfrutar la historia que inventa Maribel Romero sin atormentarme como su protagonista.

Ignacio, un joven de treinta y cinco años, lleva cuatro encerrado en su habitación. Solo. Sin querer ver a nadie. Su madre cuida de él, pero arrastra una culpa por un hecho luctuoso del pasado. Una psiquiatra tratará de sacarlo de esa muerte en vida.

Con este feroz argumento, arranca la que posiblemente sea la novela más oscura de Maribel Romero hasta la fecha. Contribuye a esa oscuridad el personaje de Carmela Lizón. Esta madre posesiva, beata y obsesionada por el qué dirán recuerda a la tétrica señora Danvers de la película Rebeca (Alfred Hitchcock, 1940). Dice el hijo de ella: «Nunca soportó que me encariñara con nadie, fuera perro o persona. No quería a mis amigos en casa…»

Una vez planteado el nudo, Mónica Beltrán aporta luz para que la historia avance. La psiquiatra necesita averiguar la verdad a toda costa. Es el único modo de ayudar a Ignacio. Durante la lectura, he fantaseado con que está un poco enamorada de él aunque no lo haya visto nunca.

Combinando de sabia manera la primera y la tercera persona, la autora nos llevará a un final de infarto donde el ser humano revuelve las tripas. Sin embargo, Habitación sin vistas va más allá. Plantea dónde acaba el ejercicio de la paternidad. Yo creo que donde empieza la vida de nuestros hijos.


miércoles, 13 de mayo de 2015

DIRECTO AL CORAZÓN
























La magia no se enseña. Tienes que aprenderla solo.

No sé por qué me gusta tanto esta frase. Quizá veo en ella al escritor sentado horas y horas con la única compañía de su fe inquebrantable en forjar historias. Pertenece a El último truco de magia (Edebé, 2015), otra novela juvenil de Maribel Romero Soler que tus padres te robarán a escondidas.

El comienzo es un poco triste. Olivier, un mago en horas bajas, intenta amenizar un cumpleaños con algunos de sus trucos, pero sufre las burlas crueles de los niños. Para colmo de males, la paloma se le muere dentro de la chistera. Esto convence al mago de que debe retirarse a un asilo, pero antes visita el museo. Allí decide demostrarse a sí mismo que aún vale. Al mismo tiempo, una muchacha aparece en una playa de Valencia. Viste un traje blanco largo hasta los pies y no recuerda ni siquiera su nombre. Pronto se hace amiga de Nuria y Tristán, dos adolescentes que se han fugado del instituto. Mientras la joven recupera la memoria, la llaman Paloma.

Una de las características más llamativas de la obra juvenil de Maribel Romero es que no tiene edad. De hecho, aunque El último truco de magia está recomendada para chavales de segundo de secundaria, cualquier aficionado a la lectura la disfrutará igualmente. Me recuerda a las películas de dibujos actuales, llenas de guiños hacia los adultos. Por ejemplo, esta indirecta sobre la corrupción política: «—¡Qué barbaridad! —exclamó el taxista—. Cada día los ladrones son más sofisticados. Si los políticos fueran así de eficientes, nos irían mejor las cosas».

El gran reto de cualquier escritor consiste en elaborar personajes creíbles. Para lograrlo, emplea trucos como describirlos o que se expresen de una determinada manera. En este sentido, Tristán y Nuria parece que van a salirse del papel de lo auténticos que son. De hecho, la chica lleva tres piercings, cuatro tatuajes, el pelo rojo y las uñas negras. Nada raro en un adolescente de hoy.

Entre los valores que desprende esta novela, aparte de una sana diversión, quisiera destacar uno que me parece fundamental: el trabajo en equipo. Al principio de esta reseña hablaba de la soledad del escritor, pero una historia no estará acabada del todo hasta que un lector de confianza no le dé el visto bueno. Solo me queda añadir que El último truco de magia me ha tenido más picado que las pipas, que he sufrido y reído con sus personajes, que es literatura de calidad directa al corazón.


domingo, 22 de febrero de 2015

EL LARGO ADIÓS
























No sé ustedes, pero a mí hay escritores que no me llegan. No es un problema de vocabulario, porque algunos parece que te restriegan por la cara su dominio de la lengua; ni tampoco de que ignoren la técnica narrativa, porque son capaces de manejar varios narradores al mismo tiempo. Incluso me cautivan sus historias. Pero, indefectiblemente, llego a la última línea con un regusto amargo en la boca. No me han transmitido nada. Sus relatos son tan banales que se los podrían haber ahorrado.

Seamos claros. Los buenos libros no solo brindan placer estético, sino que sacuden hasta la más íntima fibra de nuestro ser. Hallamos en sus páginas los temas universales que preocupan al ser humano. La muerte, quizá el más misterioso de todos, ha inspirado a muchos novelistas de ayer y hoy. Sin embargo, que yo recuerde, nunca había sido abordada como talismán generador de vida, ni mucho menos se le había otorgado el peso que le corresponde en nuestra existencia. No hasta que Maribel Romero Soler escribió El peso de las horas (Autores Premiados, 2014).

Elisa Lalira ha salido de la consulta del doctor Font con el peor diagnóstico posible: le quedan tres meses de vida. Con el arrebato propio de una mujer joven, decide romper los informes del médico y no contárselo a nadie, ni siquiera a su marido. A partir de ese momento, intentará realizar todas aquellas cosas que nunca se habría permitido de estar sana. No le resultará nada fácil dar esquinazo a la «niña obediente, niña honesta, niña buena» que siempre ha sido.

Lo digo de antemano. Los admiradores del realismo sucio —tan presente en los cuentos de Charles Bukowski— se sentirán defraudados. Que nadie espere que Elisa se abandone a los placeres más procaces o intente asesinar a Belén Esteban. Maribel Romero propone, más bien, una serie de rebeldías al alcance de cualquiera. Acompañaremos a la protagonista en sus victorias y fracasos, sintiendo el acero frío de la guadaña cada vez más próximo.

Las salidas de tono de Elisa van desde comprarse un perro hasta la infidelidad, pero simpatizo especialmente con la decisión de dejar su empleo en una asesoría laboral —ojo, empleo fijo— para vivir intensamente las pocas semanas que le quedan. El personaje que le sirve de cómplice no podría ser más jugoso desde el punto de vista literario, ya que no existe a ojos de los demás. Se trata de una alucinación. La joven ve a su doble, y lo bautiza con el nombre de Asile porque hace lo que le viene en gana. No es la primera vez que la escritora introduce elementos fantásticos en sus novelas. Recordemos el cementerio de hierba o el río circular de El perfil de los sueños.

El estilo de Maribel Romero, con predominio de las comas sobre los puntos, tiene a veces un aire a Saramago. Sin embargo, posee rasgos que la hacen inconfundible. Estás deseando acabar un capítulo para leer otro, los párrafos poseen la extensión justa, hay signos de diálogo —no sé qué perra les ha entrado a algunos escritores con eliminarlos—, y por encima de todo usa un lenguaje tan asequible como una alpargata.

Para rematar la faena, el libro se desliza por la senda de la ironía con una finura muy alicantina. Este chiste, por ejemplo, no oculta cierta admiración por la simplicidad masculina: «Si después de mi adiós definitivo me aguardaba una reencarnación, quizá no fuera descabellado nacer hombre, tener la oportunidad de experimentar, dentro de un cuerpo dominado por un pene, cada una de las sensaciones que nos ofrece la vida.»

Maribel Romero escribió una vez: «… si has sido capaz de extraer un mensaje de un libro jamás lo olvidas.» Quizá el mensaje de El peso de las horas es que ningún vaticinio de muerte puede superar a las ganas de seguir viviendo. Que se lo digan a Elisa Lalira.

domingo, 19 de enero de 2014

DOS CHARLIS MEJOR QUE UNO























Allá por el 2010, un personaje cautivó los corazones de niños y adultos. Se trataba de un chaval de unos nueve años, la edad actual de mi hijo, que tenía un secreto. Mientras nos lo revelaba, vivíamos sus peligros a través de la selva, en un castillo, en el desierto. Recordé la mítica Laberinto (Jim Henson, 1986), en la que David Bowie ponía a prueba el cariño de una jovencísima Jennifer Connelly por su hermano pequeño.
            
Al final de aquella novela, reseñada para este blog, Charli obtenía un cofre con un tesoro, pero era incapaz de abrirlo. Y nos quedábamos con las ganas de saber lo que contenía.
            
En Charli y el cofre del tesoro (Edimáter, 2013), el nuevo libro de Maribel Romero Soler, se desvela ese misterio. Además vuelve Seven, el perro que todos querríamos tener. Hay personajes que ganan en protagonismo, como Sandra, la niña con pecas que apenas se esboza en la primera aventura. Hay otros como Luis, el mejor amigo de Charli, que se apagan. Encuentros y desencuentros que marcan las primeras alegrías y tristezas del personaje.
            
He advertido en esta nueva entrega doble ración de guasa, entre la falta de malicia que suele acompañar a un niño de nueve años y la ironía que deja caer la autora: «A él nunca le dejaron tener un perro, ya que sus padres siempre pensaron que no lo podrían atender debidamente, y en lugar de uno de verdad, un viernes por la tarde le regalaron uno de peluche. ¡Qué ridículo! Con casi diez años y un chuchito de peluchito.»
            
Esta Navidad me he librado de perro por los pelos, pero ya ha empezado la cuenta atrás. No quiero regalarle a mi hija peluches con diez años. Seguramente, Charli haya tenido un poco que ver, y Maribel Romero sea una de las culpables de que en mi casa exista tanto amor por la lectura, los animales y entre nosotros.

martes, 16 de abril de 2013

LA VENTANA INDISCRETA






















Cuántas veces habrá lamentado no acudir al cine con más frecuencia, y yo me alegro, pues sus ojos son la cámara que nos emociona, nos entretiene y nos hace pensar. Me refiero a Maribel Romero Soler y a su primera novela para adultos publicada en papel, El perfil de los sueños (Ledoria, 2013).

En esta ocasión, la autora se mete en la piel de diferentes personajes a través de un narrador omnisciente. El más cautivador de todos ellos es Amanda, una mujer esclavizada por su papel de esposa y madre en un entorno rural, el pueblo imaginario de Viestre. Vive junto a su marido, Evaristo, sus tres hijos y el abuelo.

Ninguno de estos hombres comprende que Amanda es una mujer aparte de una esposa y madre. Irónicamente, tanto Evaristo como el abuelo se dirigen a ella con la coletilla de «mujer». No aprueban que tenga aficiones que la distraigan de sus labores domésticas. El sexo entre Evaristo y Amanda es más propio de una escena sadomasoquista que de una relación amorosa: «Ella conoce muy bien el significado de esa frase pronunciada en plural».

La llegada a Viestre de Samuel, un novelista que ha abandonado un oficio que no le divierte para dedicarse de lleno a escribir, despertará el corazón aletargado de Amanda, y por ende su cuerpo de joven de apenas veintisiete años.

La ventana cumple un papel socializador en esta novela. A través de ella, Amanda espía los movimientos de su nuevo vecino, pero este la descubre y no le queda más remedio que iniciar una conversación. Samuel también espía a su vecina, quien le pone al corriente de las costumbres del pueblo. Una muy pintoresca es el cementerio de hierba, que no oculta una filosofía en contra de los viejos rituales.

Mención especial merece el uso no pacato del lenguaje, sobre todo en escenas que cobran fuerza por su naturalidad. Me viene a la memoria ahora mismo ese abuelo que se agarra el pito ante la que podría ser su última erección. Admito, eso sí, que me hubiera gustado algo más que un casto beso en la mejilla.

En una reciente entrevista Maribel Romero recomendaba El perfil de los sueños
 a todo aquel que quisiera escribir. Quizá porque ya es hora de confiar en nuestros criterios y contestarles a los de siempre: «¡Y a mí qué me importa!». Los sueños hay que perseguirlos hasta el final.

miércoles, 24 de octubre de 2012

MÁS ALLÁ DE LAS ESTRELLAS




Hay muchas cosas en este mundo que no entendemos, pero eso no quiere decir que no existan. Sobre realidades incómodas habla Maribel Romero Soler en Más allá de las estrellas (Edimáter, 2012), su última novela destinada a público juvenil. 

El fenómeno OVNI representa, sin lugar a dudas, una de esas incógnitas que cualquier gobierno prefiere archivar en un cajón. Otra la constituyen los casos sin resolver de personas desaparecidas. Asociar ambos misterios es el desafío de esta novela de ciencia ficción.

Ana y Miguel forman una pareja que casi ha perdido la esperanza de encontrar a su hija Claudia, desaparecida quince años atrás. El inspector Gálvez, encargado del caso, se ha dado por vencido. Un buen día, Ana recibe una llamada de alguien que dice haber visto a su hija. Escéptica, se lo cuenta a su marido. Este acude a comisaría a ponerlo en conocimiento del inspector, pero en su lugar encuentra a Ramón Páez, un joven policía de mentalidad abierta que tiene su propia teoría sobre los hechos.

Ramón sostiene que Claudia es una chica especial dotada de un sexto sentido que le permite comunicarse con extraterrestres, y que estos son los culpables de su prolongada ausencia. Aunque algo cotillas, los alienígenas de la escritora ilicitana se revelan bastante pacíficos y terriblemente tímidos: apenas tienen una frase en toda la novela.

Una de las grandes virtudes del estilo de Maribel Romero es que no peca de ser excesivamente literaria, de ahí su tirón entre el público de todas las edades. De esta cualidad se derivan dos banderas que todo escritor debería enarbolar: la concisión y la sencillez expresiva. Es frecuente leer hoy en día historias de cuatrocientas páginas que podrían haberse contado en menos de la mitad. 


Al alabarle a Maribel Romero lo bien documentada que me había parecido la novela, me comentó que se había servido fundamentalmente de internet. Se me olvidó añadir que Más allá de las estrellas posee el final más conmovedor que he leído en los últimos años, porque como su autora afirma: «El cariño es un lenguaje universal que todo el mundo entiende».


martes, 14 de febrero de 2012

PERRO GUARDIÁN



Quien tiene un amigo tiene un tesoro.

Ya sea un libro, una mascota o un tipo con bigote, todos necesitamos a alguien en quien confiar. Yo he puesto mi confianza en 
Perro guardián (ECU, 2011), la última novela juvenil de Maribel Romero Soler. No me ha defraudado ni como escritor ni como persona.

Pablo, un chaval de trece años, siente como se derrumba su mundo cuando sus padres le comunican que se van a mudar de casa. En especial, le fastidia dejar Madrid por una amiga con la que se lleva muy bien llamada Marta. Su nuevo hogar esconde más de una sorpresa: unos enigmáticos ladridos, unos niñatos sin escrúpulos y el descubrimiento de la verdadera amistad e incluso el amor.

Maribel Romero le tiene el punto cogido a la narrativa para jóvenes, no sólo por la autenticidad de su discurso adolescente: «¿Es que tú no sabes que recién comido se puede uno bañar, señora lista?». También por la sencillez, claridad y concisión con que se expresa. En mi opinión, debería ser lectura obligatoria en colegios e institutos, pues se mete en el bolsillo a chavales sin menospreciar a padres ni a profesores, abordando con valentía temas como la integración social de personas con discapacidad o las pandillas juveniles.

Perro guardián podría haberse alargado unas cuantas páginas más, pero ésta es su principal virtud: conseguir que el lector no se despegue ni desconecte de la fascinante historia que tiene ante sus ojos. Por cierto, la novela depara una sorpresa final. No seáis curiosos y empezad desde el principio.


miércoles, 26 de enero de 2011

PONGA UN CHARLI EN SU VIDA























Si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma.

Esto es lo que debió de plantearse Maribel Romero Soler antes de escribir Charli y los cinco peligros (Edimáter, 2010). Porque construir una novela infantil con las cualidades de una videoconsola (armas, peligros, pantallas…) no es sólo una genialidad, es hablar el mismo idioma que los chavales del siglo XXI.

Narrada desde el punto de vista de un niño de nueve años, la autora recrea el mundo de la infancia mediante un lenguaje ágil y sencillo, hasta el punto de que se permite gastar algunas bromas que hacen muy amena la lectura: «Les di pan con chocolate y les encantó, aunque también comieron queso, salchichón y patatas fritas. ¡Les gusta todo! Seguro que mi madre, en alguna ocasión, querría que yo fuera paloma».

En esencia, todos somos un poco Charli. Somos como Indiana Jones en busca del Arca perdida. Nos enfrentamos a peligros reales o imaginados, el más terrible de los cuales es la declaración de la renta. Sin embargo, en el camino aprendemos que el mayor tesoro es el amor por la lectura, el respeto por los animales y la naturaleza, el cariño por la familia. Sin olvidar, por supuesto, que debemos confiar en nuestras armas.

Quizás no convenzan estos sutiles tesoros a un niño. Por eso, Maribel Romero anuncia ya una segunda parte de Charli. Será porque nos ha dejado con la miel en los labios.

lunes, 1 de febrero de 2010

CON SABOR A CHIRIMOYA























Me da vergüenza confesarlo. Antes de ir a la presentación del libro, busqué alguna fotografía de las autoras de El pintalabios (Visión, 2009). No tardé en encontrar una en el ciberespacio, y pensé: a ver lo que me van a contar estas venerables ancianitas.

¡Joder con las escritoras!

Ya en la librería comprendí que estaban dispuestas a comerse 80 mundos o los que les echaran, convenciendo con un discurso espontáneo y nada pedante. La lectura prometía. Recogí mi autógrafo y escapé a casa en busca de soledad.

Decir que el nexo de unión del libro es brillante, es poco. El pintalabios sintetiza como pocos objetos la coquetería femenina, pero sobre todo es un aglutinador de temas que giran alrededor de los sentimientos humanos, no exclusivamente femeninos. Venganza, frenesí, celos, interés, desengaño… Por fortuna, las autoras eluden el sentimentalismo de telenovela.

Ya en el cuento que abre el libro, “El arco iris del amor”, aparece el tópico del pintalabios como fetiche sexual. Un objeto que puede hacer perder la cabeza a más de uno, y en este caso enloquece a un señor que ve en los labios de su mujer a todas las mujeres del mundo. Quizás se critique al primate en permanente estado de excitación que todo hombre lleva dentro. En todo caso, la imaginación se revela como la llave para alcanzar la felicidad.

No sé por qué hay ciertos temas que emocionan especialmente; quizás porque cada vez más personas se solidarizan con un asunto siempre candente como es la transexualidad. En “Desde el otro lado del espejo” se retrata a un muchacho que, en el fondo, se siente muchacha. Sin concesiones, el relato nos presenta el sin futuro al que se enfrenta este personaje y termina con un gesto muy femenino: el de callar. La herida sigue abierta.

El tema de la represión sexual ha sido, es y será objeto de debate en una España que hasta hace pocos años era un hervidero de curas y sotanas. En “Padre, yo me acuso…” es una monja la que se ve en la tesitura de elegir entre Dios y la carne. Un simple pintalabios es el desencadenante de todo. Es digna de elogio la elegancia con que la autora expresa el onanismo de la protagonista: “Tal era su frenesí y su entrega nocturna”.

Todos los cuentos han logrado entretener a este lector, y le han librado de pensar en la crisis. Porque la única crisis que no debemos permitirnos es la crisis de ideas. El estilo de los relatos me ha parecido sobrio, alejado de esas florituras que provocan que el lector se pierda. A ello contribuye la utilización de la palabra justa en el momento adecuado. Muchos autores noveles y no tanto deberían aprender que para contar una buena historia sólo hace falta imaginación y un pintalabios. A ser posible, rojo carmesí.

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