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Graciela. — Y ella ¿qué te dijo?
María. — ¿Ella?... Me contó su vida, todas las historias de sus amores… ¡Tuvo tantas aventuras!
G. — ¡Ella no parecía de las que atraen galanes!
M. — Nada es lo que parece ser. Parecía una mosquita muerta.
G. — ¿Su primer amor no fue un japonés?
M. — Sí, un vecino de su barrio, estudiante de odontología y descendiente de japoneses. Los padres tenían una tintorería, como tantos otros nipones en la Argentina de aquella época.
G. — Sí, recuerdo algo. La familia de él no la aceptó… Ella siempre suspiraba por su amado… Me recordaba a la Susanita de la historieta “Mafalda” de Quino.
M. — ¡Nunca conocí un amor tan obstinado!
G. — ¿Él la habrá querido?
M. — No sé… Creo que él debe haber alimentado ese sentimiento… ¡Alguna razón habrá tenido para hacerlo!
G. — ¿Obtener intimidad?
M. — Tal vez quería sólo sexo… Salían a dar paseos por el centro y se encontraban en algún bar. Él la acompañaba de regreso a su casa, pero nunca entraba.
G. — ¿Por qué la familia del japonés no la aceptó?
M. — Sus padres —según él le advertía a ella— no querían mezclas raciales. Eran muy conservadores y discriminaban.
G. — Ella soñaba con un bebé con ojos rasgados.
M. — ¡Lo que son las frustraciones! Ella se casó muchos años después y no tuvo hijos. ¡Pensar que siempre suspiró por tenerlos!
G. — ¿Te acordás cuando nos dijo que sólo quiso hijos de ese primer amor? ¿Cómo se llamaba él?
M. — Creo que Santiago, si mi memoria no me traiciona.
G. — ¿Lo volvió a ver?
M. — Alguna que otra vez lo vio pasar, pero su amor se hizo rencor desde que él le habló para cortar definitivamente. ¡¿Sabías que se llegó hasta el Banco donde ella trabajaba y le dijo: “El sábado me caso con una japonesa. Tal vez cuando quede viudo, nos volvamos a reencontrar”?!
G. — Hoy, me enteré por el diario de que ella asesinó a una mujer.
M. — Sí, a su rival de hace 30 años: la japonesa.
G. — ¿Se le saltó la chaveta, después de vieja?
M. — Fue un efecto residual… dicen.
María. — ¿Ella?... Me contó su vida, todas las historias de sus amores… ¡Tuvo tantas aventuras!
G. — ¡Ella no parecía de las que atraen galanes!
M. — Nada es lo que parece ser. Parecía una mosquita muerta.
G. — ¿Su primer amor no fue un japonés?
M. — Sí, un vecino de su barrio, estudiante de odontología y descendiente de japoneses. Los padres tenían una tintorería, como tantos otros nipones en la Argentina de aquella época.
G. — Sí, recuerdo algo. La familia de él no la aceptó… Ella siempre suspiraba por su amado… Me recordaba a la Susanita de la historieta “Mafalda” de Quino.
M. — ¡Nunca conocí un amor tan obstinado!
G. — ¿Él la habrá querido?
M. — No sé… Creo que él debe haber alimentado ese sentimiento… ¡Alguna razón habrá tenido para hacerlo!
G. — ¿Obtener intimidad?
M. — Tal vez quería sólo sexo… Salían a dar paseos por el centro y se encontraban en algún bar. Él la acompañaba de regreso a su casa, pero nunca entraba.
G. — ¿Por qué la familia del japonés no la aceptó?
M. — Sus padres —según él le advertía a ella— no querían mezclas raciales. Eran muy conservadores y discriminaban.
G. — Ella soñaba con un bebé con ojos rasgados.
M. — ¡Lo que son las frustraciones! Ella se casó muchos años después y no tuvo hijos. ¡Pensar que siempre suspiró por tenerlos!
G. — ¿Te acordás cuando nos dijo que sólo quiso hijos de ese primer amor? ¿Cómo se llamaba él?
M. — Creo que Santiago, si mi memoria no me traiciona.
G. — ¿Lo volvió a ver?
M. — Alguna que otra vez lo vio pasar, pero su amor se hizo rencor desde que él le habló para cortar definitivamente. ¡¿Sabías que se llegó hasta el Banco donde ella trabajaba y le dijo: “El sábado me caso con una japonesa. Tal vez cuando quede viudo, nos volvamos a reencontrar”?!
G. — Hoy, me enteré por el diario de que ella asesinó a una mujer.
M. — Sí, a su rival de hace 30 años: la japonesa.
G. — ¿Se le saltó la chaveta, después de vieja?
M. — Fue un efecto residual… dicen.
Marta Alicia Pereyra
Morteros, 17-12-06