El cine, como cualquier otro arte narrativo, no debe tener ningún miedo a la experimentación a coger personajes e historias y transformarlos en virtud de sus necesidades como medio de expresión. Eso es algo que tendría que ser evidente, sea cual fuera el material que se adapta. Pero, claro, cuando llegan películas como Alicia a través del espejo, secuela de la olvidable Alicia en el País de las Maravillas que forma parte del declive creativo de Tim Burton, esa afirmación se hace añicos, porque si Lewis Carroll levantara la cabeza probablemente no entendería qué es lo que han hecho con sus personajes. Porque, sí, contamos con todos los personajes de la primera película y con alguno más, pero sólo hay una conexión visual con ellos. Podría ser una historia de Alicia y del Sombrerero Loco como podría serlo de cualquier otro personaje.
La conexión con el País de las Maravillas es sólo visual, e incluso ahí tenemos un problema importante, ya que la excelencia visual que se le supone, quizá el único punto por el que se puede recordar la película de Burton, es en realidad un juego de artificio extraño. La reciente El libro de la selva de Jon Favreau vino a mostrarnos que se puede convertir una historia pensada en dibujos animados en una acción real y realista, pero Alicia a través del espejo es justo lo contrario, un gigantesco dibujo animado en el que, en realidad, todo da igual. Hace años, esta misma película, con este esfuerzo digital, podría haber convencido sólo con eso, pero hoy en día es un ejercicio profesional probablemente espléndido para enseñar en las academias de dibujantes y animadores pero que en la sala de cine es un espectáculo que se antoja francamente vacío.
La clave está en que la película ni siquiera sigue sus alocadas normas. Si se fuera fiel al espíritu de El País de las Maravillas, perfecto. Si se fuera fiel incluso a lo que se marcó en la primera película, sería suficiente. Pero como los personajes se desdibujan solos y realmente no hay mucha coherencia en sus actos, sus decisiones o sus palabras, lo único que queda es dejarse llevar por lo que en realidad es una carísima atracción de feria que vuelve a poner el énfasis en lo que para Carroll no era más que un secundario, el Sombrerero Loco, pero que aquí se convierte en protagonista para mayor gloria de un cada vez más aburrido Johnny Depp, que encabeza los créditos de la película por encima incluso de quien le da título, la Alicia de una Mia Wasikowska que al menos parece más centrada en el papel que en la primera película, por mucho de que el guión aquí le aporte muchas menos armas, sobre todo en el tramo que acontece en la parte más fantástica del relato.
Para esta segunda aventura de Alicia, James Bobin ha cogido un guión de Linda Woolverton, que tras la primera Alicia y Maléfica parece haberse encasillado en estos trabajos de aliño, una historia algo caótica ya de base y que montada adolece de bastante ritmo que lleva a los personajes a una aventura en el tiempo que quiere dar un origen a los personajes que en realidad no necesitan y que solamente coloca sobre el tablero piezas que no necesitan demasiada cohesión. Lo importante para el estudio está en que haya nombres conocidos e imágenes bonitas de contemplar. Los nombres ya los tenía de la cinta original, con los ya mencionados, Anne Hathaway, Helena Bonham Carter o un Alan Rickman que, con unas pocas frases, ofrece aquí su último trabajo para el cine (y la película se le dedica por ello), a quienes se añade un Sacha Baron Cohen con llamativas lentillas azules que apenas amplia un cuadro que no sorprende en absoluto.