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viernes, mayo 27, 2016

'Alicia a través del espejo', si Lewis Carroll levantara la cabeza...

El cine, como cualquier otro arte narrativo, no debe tener ningún miedo a la experimentación a coger personajes e historias y transformarlos en virtud de sus necesidades como medio de expresión. Eso es algo que tendría que ser evidente, sea cual fuera el material que se adapta. Pero, claro, cuando llegan películas como Alicia a través del espejo, secuela de la olvidable Alicia en el País de las Maravillas que forma parte del declive creativo de Tim Burton, esa afirmación se hace añicos, porque si Lewis Carroll levantara la cabeza probablemente no entendería qué es lo que han hecho con sus personajes. Porque, sí, contamos con todos los personajes de la primera película y con alguno más, pero sólo hay una conexión visual con ellos. Podría ser una historia de Alicia y del Sombrerero Loco como podría serlo de cualquier otro personaje.

La conexión con el País de las Maravillas es sólo visual, e incluso ahí tenemos un problema importante, ya que la excelencia visual que se le supone, quizá el único punto por el que se puede recordar la película de Burton, es en realidad un juego de artificio extraño. La reciente El libro de la selva de Jon Favreau vino a mostrarnos que se puede convertir una historia pensada en dibujos animados en una acción real y realista, pero Alicia a través del espejo es justo lo contrario, un gigantesco dibujo animado en el que, en realidad, todo da igual. Hace años, esta misma película, con este esfuerzo digital, podría haber convencido sólo con eso, pero hoy en día es un ejercicio profesional probablemente espléndido para enseñar en las academias de dibujantes y animadores pero que en la sala de cine es un espectáculo que se antoja francamente vacío.

La clave está en que la película ni siquiera sigue sus alocadas normas. Si se fuera fiel al espíritu de El País de las Maravillas, perfecto. Si se fuera fiel incluso a lo que se marcó en la primera película, sería suficiente. Pero como los personajes se desdibujan solos y realmente no hay mucha coherencia en sus actos, sus decisiones o sus palabras, lo único que queda es dejarse llevar por lo que en realidad es una carísima atracción de feria que vuelve a poner el énfasis en lo que para Carroll no era más que un secundario, el Sombrerero Loco, pero que aquí se convierte en protagonista para mayor gloria de un cada vez más aburrido Johnny Depp, que encabeza los créditos de la película por encima incluso de quien le da título, la Alicia de una Mia Wasikowska que al menos parece más centrada en el papel que en la primera película, por mucho de que el guión aquí le aporte muchas menos armas, sobre todo en el tramo que acontece en la parte más fantástica del relato.

Para esta segunda aventura de Alicia, James Bobin ha cogido un guión de Linda Woolverton, que tras la primera Alicia y Maléfica parece haberse encasillado en estos trabajos de aliño, una historia algo caótica ya de base y que montada adolece de bastante ritmo que lleva a los personajes a una aventura en el tiempo que quiere dar un origen a los personajes que en realidad no necesitan y que solamente coloca sobre el tablero piezas que no necesitan demasiada cohesión. Lo importante para el estudio está en que haya nombres conocidos e imágenes bonitas de contemplar. Los nombres ya los tenía de la cinta original, con los ya mencionados, Anne Hathaway, Helena Bonham Carter o un Alan Rickman que, con unas pocas frases, ofrece aquí su último trabajo para el cine (y la película se le dedica por ello), a quienes se añade un Sacha Baron Cohen con llamativas lentillas azules que apenas amplia un cuadro que no sorprende en absoluto.

viernes, febrero 24, 2012

'La invención de Hugo', un maravilloso cuento del más inesperado fabulista

Quién iba a decir que el cineasta que mejor ha sabido retratar la sordidez del alma humana en las últimas cuatro décadas podría estar a la altura que requería el cuento más maravilloso, el canto más hermoso al cine que se ha visto en años. Quién iba a pensar que Martin Scorsese sería tan buen fabulista como narrador, tan magnífico soñador de fantasías como relator de crudas historias reales. La invención de Hugo tiene el envoltorio de un cuento para niños. Cuando el proyecto se estaba gestando, en realidad parecía no ser más que un divertimento de un realizador que ya no tiene que demostrar nada a nadie, un momento de recreo en el patio del 3D para un hombre de cine al que le apetecía juguetear con las nuevas tecnologías. Y puede que sea todo eso, pero también es una película hermosa, magnética de principio a fin, un prodigio visual y técnico (¡sí, el 3D es por fin una herramienta de verdad para hacer cine!) que lleva a la pantalla una historia deliciosa, irrepetible e imprescindible.

Porque, procede decirlo ya con todas las letras, La invención de Hugo es una obra maestra. Una más en la carrera de un director que llevaba unos años demostrando una maestría inmensa en su forma de rodar pero al que le faltaba una historia que le hiciera entrar de nuevo en el olimpo del séptimo arte (a pesar de que fue con Infiltrados, su penúltimo título, con el que la Academia se rindió a su genio), ese que conoce a la perfección el tipo que nos ha dado Taxi driver, Toro Salvaje, Uno de los nuestros, Casino o Gangs of New York. Pero, ojo, esta película no tiene absolutamente nada que ver con sus trabajos previos. Scorsese ha sido siempre un analista de las bajezas humanas, de grandes conflictos internos y de intensas tragedias. Y, sin embargo, aquí entona una tierna y entrañable canción de amor a todos los niveles que deja sin aliento. Se le reconoce como cineasta en sus imágenes y en sus planos, desde luego, pero la expansión temática y de espíritu es tan inmensa que sólo puede recibir el más sincero de los aplausos, no sólo por su valentía sino también por su excelso y ya más que conocido talento.

Este canto de amor lo es sobre todo al cine. No debiera sorprender a nadie que conozca sus documentales, sobre todo Un viaje personal con Martin Scorsese a través del cine americano, una joya que todo amante del cine de todas las épocas está obligado a ver. En esta ocasión, el foco de Scorsese va un poco más lejos y se fija en el cine mudo y en la figura de George Melies. Pero esa es sólo la excusa para demostrar un enorme cariño hacia el séptimo arte como disciplina, como entretenimiento, como forma de ser y de vivir (no sé si recuerdo en el cine de muchos años atrás una secuencia más evocadoramente hermosa en este sentido que el momento en el que el personaje de Chloë Grace Moretz descubre el cine). Y es más que curioso que Scorsese borde este reconocimiento con una técnica en las antípodas tecnológicas de aquel viejo cine. No sé si el 3D acabará imponiéndose de verdad, ni tampoco si realmente es del agrado de todos los públicos. Pero La invención de Hugo es la primera película realmente hecha en 3D. Todo está hecho en 3D, todas las escenas, todos los planos. No dos o tres efectos para impresionar. Todo. Y es un hermoso y cautivador espectáculo.

Hugo Cabret (Asa Buttefield) es un chico de doce años que vive entre las paredes de la estación de tren del París de los años 30 del siglo pasado, entre los engranajes de los diferentes relojes del lugar y custodiando un pequeño y curioso autómata de metal en el que trabaja. Quién es y cómo ha llegado allí es algo que se irá descubriendo poco a poco. Pese a tratarse de la adaptación de un libro de Brian Selznick y no de una historia original de su realizador, es difícil no ver en el chico a un reflejo de Scorsese. Primero como voyeur del particular universo que le rodea (espléndida dirección artística), el del entristecido encargado de la tienda de jueguetes (Ben Kingsley) y la niña que está a su cargo (Chlöe Grace Moretz), el del inspector de la estación (Sacha Baron Cohen), el del librero (Christopher Lee), el de la florista (Emily Mortimer) o el de otras personas que se mueven por la estación a veces sin saber en realidad por qué. Después, ese parecido entre Hugo y Scorsese se ve en el amor que profesa al cine, herencia de su padre (Jude Law). Y finalmente como aventurero de la vida, faceta en la que el chico en busca de los recuerdos de su padre y Scorsese es creador de sueños cinematográficos.

La invención de Hugo funciona como película infantil y juvenil, porque es atractiva visualmente con una paleta de colores ricos y brillantes y porque sus jóvenes protagonistas afrontan las dosis necesarias de aventura, riesgo y misterio. Si se detuviera ahí, ya sería un título sobresaliente. Además, técnicamente es perfecta a todos los niveles, sirva como ejemplo la hermosísima música de Howard Shore que transporta de forma inmediata a la época y lugar en la que se desarrolla la historia. Pero aún hay más. Está interpretada de manera fresca y sincera, en un reparto en el que destacan tanto los grandes nombres como sus jóvenes protagonistas, incluso ese doberman que casi merece ser tratado como actor humano. Y Scorsese... ¿Qué decir a estas alturas de Scorsese? ¿Qué se puede decir de alguien que es capaz de ofrecer dos horas de semejante hermosura? No tiene precio poder disfrutar de algo así. Scorsese lo sabe porque, como gran estudioso que es del cine, ha vivido algunas veces dos horas como éstas que brinda él ahora. Éstas que dejan una satisfacción incomparable cuando uno sale de la sala y un agradecimiento inmenso hacia quienes, con su talento y su trabajo, lo hacen posible. Qué grande es el cine, qué grande es Scorsese.