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lunes, noviembre 11, 2013

'La cabaña en el bosque', gamberro, maquiavélico, gozoso e inteligente cine de terror

Hay ciertas corrientes de opinión que suelen despreciar algunos tipos de cine, que les atribuyen defectos como un todo y nunca pensando en la individualidad de sus títulos. Le pasa al cine español, al de ciencia ficción, al independiente, al de blanco o negro o al de terror con la misma facilidad. Todos ellos cuentan con detractores que creen saberlo todo sobre este grupo de filmes que lo integran como para ningunearlos sistemáticamente. Y entonces aparece una película que desmonta con tanta facilidad los tópicos que no queda más remedio que levantarse y aplaudir. La cabaña en el bosque viene a cumplir ese cometido con el cine de terror. ¿Un género absurdo, lleno de trampas y sustos previsibles? Pues bien, La cabaña en el bosque es cine inteligente, un homenaje en toda regla a incontables formas de generar miedo en la gran pantalla, es una película divertida por gamberra y original, por ser consecuente hasta el final con una idea tan absurda como gozosa. Un gamberro y maquiavélico entretenimiento, inteligente y de los que marcan una época en el género.

La gracia de La cabaña en el bosque está en que juega con los clichés de incontables películas de terror para convertirlos en algo completamente diferente. Y es en esa originalidad donde todo se convierte en una divertidísima y truculenta sorpresa, desde el mismo arranque de la película que ya indica que se busca una originalidad de la que bien es cierto que adolece buena parte del cine de terror contemporáneo. Porque, ojo, las risas y la diversión están aseguradas a lo largo de la película (cuánto tiene que decir en eso la sobresaliente y aparentemente fácil actuación de Richard Jenkins), cínica y transgresora de principio a fin, pero no deja de ser una película de terror. Ahí, en el respeto a sus influencias, es donde La cabaña en el bosque comienza a hacerse grande. Ahí y en el inevitable punto de valiente locura que muestran sus creadores, Joss Whedon y Drew Goddard, ambos guionistas y el segundo director del filme, su primer largometraje como tal, que se atreven a hacer evolucionar el tópico grupo de amigos jóvenes y físicamente atractivos que van encontrando la muerte en una aislada cabaña a manos de fuerzas oscuras.

¿Cuántas veces se ha visto eso en el cine? Incontables. Pero nunca como aquí. La clave de que estamos ante algo diferente viene ya desde la primera secuencia. Richard Jenkins y Bradley Whitford son dos oficinistas. Sin que sepamos en qué trabajan, ya sabemos que algo es extraño. Y luego pasamos a la historia de esos jóvenes, los guapos Kristen Connolly, Chris Hemsworth, Anna Hutchison y Jesse Williams, con el cómico de turno en el grupo, Fran Kranz (uno de los actores que Whedon incorpora de Dollhouse, una de sus series). Y a partir de ahí, lo mejor es no saber nada más y dejarse llevar por la ingeniosa paranoia que construyen con una mordaz inteligencia Whedon y Goddard, con un respeto reverencial a los clásicos, pero deconstruyéndolo de una forma que es tan salvaje como deudora de sus logros. Por eso el terror es puro, pero la comedia también. Y por eso, la película es una pequeña maravilla condensada en 95 minutos disfrutables una y mil veces, desde su misterio hasta su insano desenfreno.

La cabaña en el bosque es, efectivamente, una película de terror, pero es en realidad mucho más que eso porque no encuentra límites textuales, narrativos o de género. Las referencias y los homenajes, incontables. El disfrute, máximo en todo momento. Y todo ello llega de una forma tan inesperada como el cameo final, que termina de redondear la gozosa locura en que se convierte la película con cada giro de guión, con cada sorpresa, con cada elemento perturbador. Pero en el fondo, después de haber disfrutado con esta hipnótica locura, lo más perturbador es que la película haya tardado tanto tiempo en llegar a los cines españoles, nada menos que año y medio después de que . Nunca es tarde si la dicha es buena, y pocas veces la dicha será mejor que con La cabaña en el bosque. Decir que es una de las películas del año, cuando en Estados Unidos se estrenó en abril de 2012, queda algo desfasado. Pero es que lo es, es una de las películas del año. De cualquier año.

viernes, septiembre 13, 2013

'Asalto al poder', la Casa Blanca de cristal pasada por el rodillo de Roland Emmerich

Asalto al poder es la segunda entrega hollywoodiense de los destrozos cinematográficos veraniegos de la Casa Blanca, tras Objetivo: la Casa Blanca. Y si aquella ya parecía un remedo de Jungla de cristal, la visión de Roland Emmerich es todavía más deudora del mítico filme de John McTiernan protagonizado por Bruce Willis. Pero, claro, que Emmerich sea el director, y a pesar del paréntesis que supuso Anonymous en su filmografía, obliga a que esta versión de la captura de la residencia del presidente de los Estados Unidos esté tapizada de explosiones, disparos y peleas sin fin, y salpicada con un patriotismo exacerbado. Nada nuevo. Quizá en otra época hubiera tenido más gracia, pero hoy en día ya no convence el tono cómico, no hay especial química entre los actores y salvo algún que otro momento rescatable la película se convierte en un difícilmente aprobable batiburrillo de acción en el que los planos más espectaculares parecen sacados de un videojuego y el desarrollo del filme directamente del manual que imponen los expertos de márketing.

No hay en el guión de James Vanderbilt o en la dirección de Roland Emmerich ningún intento de esconder que esto es lo que podría haber sido una secuela de La Jungla en la Casa Blanca. Hasta Channing Tatum, un buen héroe de acción con experiencia en esos zapatos, acaba con la camiseta de tirantes blanca tan característica de John McClane. Pero a la película le falta todo el encanto de aquella. La ecuación es sencilla: Asalto al poder no ofrece nada nuevo, ni dentro del cine de acción ni tampoco dentro de la vertiente que toca. Objetivo: la Casa Blanca no sólo llegó primero sino que saca más partido al planteamiento que propone. Dentro de la más absoluta inverosimilitud por la que apuestan ambas, la idea de aquella es mucho más coherente que la de Vanderbilt y Emmerich, que cae en elementos patrioteros que fuerzan demasiado la credibilidad que el espectador está dispuesto a sacrificar, en manidos tópicos, en diálogos incomprensible aunque esperadamente cómicos y la única sorpresa es un absurdo giro final.

Desde que sorprendió con la notable Stargate, Emmerich cumple en sus espectáculos pirotécnicos con una máxima evidente: sus películas no son buenas, pero tampoco aburridas. Asalto al poder no lo es. Ni buena, ni aburrida. El disfrute lo marcará la altura del listón que ponga cada espectador. El mayor mérito del que puede presumir el filme es su ritmo y es por eso que nunca cae en el aburrimiento. Pero será cada espectador el que decida cuán molesto le resulta que los efectos especiales supuestamente más espectaculares parezcan impropios de una película de gran presupuesto. O las bromas en medio de la acción, como que el presidente de los Estados Unidos (un Jamie Foxx que parece fuera de lugar en más de un momento) reproche a un terrorista que le toque sus zapatillas de Jordan. O que tenga que haber una niña a la altura del mayor héroe de acción. O que dentro de un reparto a priori imponente sólo Richard Jenkins ofrezca algún momento de sutileza interpretativa. Puede que James Woods también se merezca algún elogio por su primera media hora, pero el resto, hasta los 130 minutos, acaba contagiando a su valoración.

No es que estos detalles puedan sorprender teniendo en cuenta el nombre del autor de la película. Y es que Roland Emmerich es un director que está más allá de la decepción porque son muchos años ofreciendo exactamente lo mismo en contextos diferentes. Tanto da que sea la Tierra invadida por alienígenas en Independence Day, Nueva York arrasado por Godzilla o el mundo amenazado por las profecías mayas sobre su destrucción en 2012. El cine de Roland Emmerich es evidente y fácilmente anticipable. Así que nadie se puede sorprender, después de haber pagado su entrada (menos aún después de ver el trailer), que Asalto al poder ofrezca algo más de dos horas de explosiones, banderas, héroes rocosos, chistes fáciles y tópicos del cine de acción de acción. Si es que hasta se permite el lujo de autoreferenciarse con su destrucción, entonces sí original, de la Casa Blanca en la mencionada Independence Day. Para bien y para mal, es puro Roland Emmerich. Con Channing Tatum disfrutando metralleta, pistola y cuchillo en mano y con muchas explosiones a su alrededor. ¿O acaso alguien esperaba otra cosa?

lunes, enero 14, 2013

'Jack Reacher', el apabullante carisma de Tom Cruise

Que Tom Cruise desprende un carisma mucho más apabullante que el de la mayoría de estrellas actuales del mundo del cine es algo que, caiga bien o caiga mal, tiene poca discusión. Jack Reacher es, ya desde los carteles centrados exclusivamente en su figura, un ejemplo más de cómo puede sostener una película por sí solo. Pero, y teniendo en cuenta de que en un vistazo apresurado puede parecer una nueva secuela de Misión imposible, la sorpresa está cuando Jack Reacher se convierte en algo más que eso, algo diferente, y alcanza la categoría de thriller notable, con sus defectos pero bien hilvanado, sorprendente hasta el final y con una muy personal y clásica persecución automovilística que obliga a colocar este filme por encima de la media en productos similares, que son muchos. Incluso sin ese carisma de Tom Cruise, la película tiene momentos notables. Con él, se convierte en una muy entretenida experiencia.

Jack Reacher es una de esas películas que evidencian que el cine moderno es conveniente verlo sin saber absolutamente nada. Paramount, distribuidora del filme, parece apoyar la moción con el cartel de la película. Tom Cruise es Jack Reacher. Punto. Pistola en mano y poco más. ¿De qué va la película? Antes de verla, en el fondo da igual porque lo que vamos a ver es a Tom Cruise. Y este no defrauda casi nunca, así que el primer asalta está ya ganado. Luego hay un argumento, por supuesto, basado en la novela de 2005 One Shot, de Lee Child, que desconozco por completo. Dejémoslo en que la película es un thriller de acción que, sin revelar absolutamente nada, arranca de la forma más alejada a lo que uno podría esperar. Porque si es un vehículo para el lucimiento de su protagonista, este tarda un cuarto de hora en aparecer en pantalla. Eso sí, después de una memorable descripción que ya ha convertido su personaje en un auténtico caramelo.

Durante dos horas asistimos a un misterio muy bien llevado casi siempre (aunque hacer visible a un malo arruine parte de la sorpresa) y al que Christopher McQuarrie sabe dar un par de vueltas a la investigación cuando es necesario y sin tener que caer en el absurdo tan habitual en el género. McQuarrie afronta su segunda película como director, tras Secuestro infernal en el ya lejano 2000, aunque es un guionista de igualmente corto recorrido e irregulares resultados. A la interesante Valkiria o la magistral Sospechosos habituales cabe oponer la mediocre The Tourist. Entre sus méritos en Jack Reacher está una intensa y notable secuencia de apertura (din diálogo), un ritmo más que correcto, una forma de rodar muy clásica y una carismática persecución automovilística en la que el objetivo es demostrar que Tom Cruise está siempre al volante del vehículo para protagonizar la secuencia de acción y eso redunda en su brillantez.

Tom Cruise es, insisto, el alma de la película, pero el reparto funciona francamente bien a su alrededor. Viene a ser una pequeña satisfacción rememorar al Cruise joven que buscaba medirse a grandes talentos al verle de nuevo junto a Robert Duvall (con el que hizo Días de trueno allá por 1990) como si fueran dos viejos amigos que se entienden a la perfección. Y es interesante la química del protagonista con Rosamund Pike, o la de esta con Richard Jenkins, un actor que siempre aporta algo interesante a sus personajes aunque aquí tenga poco tiempo en pantalla. Muy poco, aún menos, y es quizá lo que peor sabor de boca deja, tiene un siniestro Werner Herzog, que casi parece desaprovechado para el sobresaliente efecto que produce en sus escasas apariciones. A David Oyelowo le queda la grata parte de ser a la vez y según los vaivenes de la historia el poli bueno y el poli malo. Un reparto sólido que puede quedar algo eclipsado por la omnipresencia de Cruise pero que funciona muy bien.

Jack Reacher es una película que sabe combinar espectacularidad, historia y humor. Quizá lo primero sea lo más comedido, pues tampoco tiene grandes piezas de acción y McQuarrie apuesta mucho más por el misterio y la intriga, pero tiene las suficientes escenas de este tipo como para gustar a los amantes del género. La comedia viene dada por el carisma del personaje central, su particular visión de la vida y la forma en la que afronta los problemas, que le lleva a soltar diálogos cortantes y muy divertidos, adecuados como alivio de la tensión acumulada. Hay momentos que no terminan de justificarse en la historia y quizá le sobre algún minuto a los 130 que dura el filme, pero la experiencia es perfectamente diferenciable de otros vehículos de acción incluso con el mismo actor protagonista y altamente satisfactoria porque Cruise es un intérprete que consigue hacer creíble lo inverosímil. Eso, efectivamente, se llama carisma. No, no lo tiene todo el mundo y sí, sin duda, es uno de los motivos por los que casi siempre es un placer ver sus películas.

viernes, septiembre 21, 2012

'Mátalos suavemente', cuánto daño ha hecho Tarantino

Cada día que pasa y cada película como Mátalos suavemente que veo, lo tengo más claro: cuánto daño ha hecho Tarantino al cine. No lo digo por el hecho de que no soy precisamente un admirador del cine del autor de Reservoir Dogs, Pulp Fiction o Malditos bastardos, sino por la cantidad de imitadores, de una u otra forma, que le han salido. Viendo El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, la anterior película de su director, no hubiera pensado que Andrew Dominik podría entrar en esa categoría, pero así es. Lo que hace en Mátalos suavemente es mezclar la lentitud de su cine, que en esta ocasión sobrepasa en más de una ocasión el aburrimiento, con eso que para muchos forma parte de la esencia del cine de Tarantino, la violencia y los diálogos pretendidamente ingeniosos sobre cuestiones triviales. Y todo con ello con Brad Pitt de por medio en una película que, en el fondo, no tiene mucho que contar.

Y es que ahí es donde está el principal problema de Mátalos suavamente. Apenas hay una historia que contar. Hay una anécdota que se podría haber solventado en poco más de media hora, pero que se alarga hasta los 97 minutos. Hay una cierta indefinición. Y es que tenemos una película de Brad Pitt en la que el actor tarda casi 30 minutos en aparecer en pantalla (ya fue un problema vender El árbol de la vida como "película de Brad Pitt"). Lo anterior podría haberse resumido en cinco minutos, pero Dominik se obliga a estirar ese arranque para llegar a la extensión del largometraje. ¿Cómo? Con esos diálogos triviales que aquí se hacen más interminables que nunca. El tono lento y pausado de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford llevado a terrenos tarantinianos. Esos diálogos acaban cayendo en la repetición y no es hasta el último de ellos cuando se consigue algo de cierta transcendencia.

Entre tanto, Dominik, autor también del guión, quiere envolver su anecdótica historia con una especie de metáfora sobre la actual situación económica. Lo hace colocando de fondo, como una insistente melodía de fondo que sustituye a la música (que no a las canciones, otro rasgo del daño que ha hecho Tarantino a este tipo de cine, que repite machaconamente el modelo sin cuestionarse si está bien aplicado o si hay otras vías), frases reales de George W. Bush y Barack Obama, pues el filme se sitúa en vísperas de las elecciones presidenciales de hace cuatro años. La metáfora no funciona por ningún lado, a excepción, insisto, de ese diálogo final, el único que sí marca una diferencia. Tarde para que la película remonte el vuelo, pero al menos deja un buen sabor de boca.

Brad Pitt tarda en salir porque Dominik quiere explicar primero, y con demasiado detalle, por qué tiene que salir. Pitt interpreta a un asesino a sueldo al que encargan acabar con los responsables del atraco a una partida de póker millonaria y clandestina. Su misión es matar a los dos jóvenes que perpetran el atraco y a quien lo ha ordenado. Su intermediario es un espléndido Richard Jenkins, cuyas conversaciones con Pitt son de largo lo más entretenido de la película. Por un motivo que acaba resultando inverosímil e inexplicado, el asesino recurre a un colega, un mujeriego y alcohólico interpretado por un inspirado James Gandolfini, en un largo desvío de la historia de difícil encaje y de muy dudosa resolución. Y por el camino queda el organizador de la partida, un Ray Liotta interesante. De hecho, y asumiendo que esos dos atracadores (Scoot McNairy y Ben Mendelsohn) no tienen el peso del resto de personajes a pesar de que la película se base en ellos, el reparto es lo más destacado de Mátalos suavamente.

Desde que Tarantino hizo Pulp Fiction, da la impresión de que todo el thriller y el policíaco quiere seguir esa senda. Sólo David Fincher ha arriesgado lo suficiente (y más de una vez, con lo que su mérito es aún mayor) como para salirse de ese camino. Mátalos suavemente sufre por la escasa entidad de su historia y por el interminable desarrollo de unos diálogos intrascendentes... que buscan precisamente trascender. Dominik abusa de algunos recursos (la escena en la que Mendelsohn está colocado repite recursos una y otra vez), sorprende por lo inadecuados que parecen otros (el tiroteo a cámara lenta) y no consigue sacar partido de un notable reparto. Si se hacen tantas películas como ésta, será que pueden gustar al espectador medio. Yo no encuentro atisbos de originalidad ni elementos que me hagan disfrutar demasiado. Una película de asesinos a sueldo como ésta exige más ritmo, lo necesita, lo pide escena a escena. Y aquí no hay ritmo. Sólo lentitud.

viernes, junio 01, 2012

'¡Por fin solos!', se confirma la decadencia de Lawrence Kasdan

Qué lejos quedan los tiempos en los que Lawrence Kasdan era un cineasta brillante y diferente, capaz de dotar a la saga de Star Wars de un vigor impensable para muchos con su portentoso guión de El Imperio contraataca, de calentar una sala de cine como pocas veces se había hecho con Fuego en el cuerpo o de hacer crónica social de altura con Grand Canyon. ¡Por fin solos! es una comedieta simple, demasiado simple viniendo de quien viene, con algunos momentos divertidos como no podía ser de otra manera, pero en conjunto una muestra de que este director, que sólo ha hecho dos películas en lo que llevamos de siglo, está en clara decadencia y muy lejos de su interesante filmografía de los años 80 y 90. Se intenta, porque es Lawrence Kasdan, porque son Kevin Kline y Diane Keaton, pero cuesta encontrar elementos para pensar que este filme es verdaderamente rescatable. Es simpático, sí. Pero nada más. Y de alguien como Kasdan hay que esperar mucho más.

Es difícil encontrar una línea maestra que guíe el cine de Lawrence Kasdan, desde que allá por 1980 escribiera el guión de la segunda entrega de Star Wars y sólo un año después debutara como director con Fuego en el cuerpo. Si la hay, estaba en su maestría para crear personajes, dotarles de una psicología y de una historia y así convertir seres de papel en hombres y mujeres de carne y hueso. Y le daba igual que el entorno en el que se movieran esos personajes fuera de ciencia ficción o de realismo puro y duro. Quizá la última gota de genialidad hay que buscarla en la muy desconocida Mumford, que se estrenó nada menos que en 1999. Desde entonces, sólo había dirigido y escrito una película, Los cazadores de sueños, en 2003. Sin ser un tiempo excesivamente alarmante, que ¡Por fin solos! se rodara en 2010 y haya visto pospuesto su estreno a casi el verano de 2012 es ya un indicativo de que no estamos precisamente ante el resurgir de la genialidad de Kasdan en décadas anteriores. Por desgracia.

Y es algo a reprochar, porque el reparto es como para sacar partido de cualquier historia, por endeble que fuera. A ratos parece funcionar, todo hay que decirlo. Lo mejor de la película, de hecho, está en los sorprendentemente escasísimos momentos de interacción entre Kevin Kline (otro al que se echa en falta haciendo personajes protagonistas más a menudo) y Diane Keaton, o cuando el primero da rienda suelta al genio cómico que lleva dentro, quizá más cínico que de costumbre pero igualmente divertido. No obstante, siendo justos, la genialidad y la efectiva comicidad sólo aparece muy de vez en cuando en esta película. Algún momento de Richard Jenkins, algún otro de Dianne Wiest, algún que otro toque exótico de Ayelet Zurer... Aún así, todo queda demasiado escaso. Quizá el problema, insisto, sea el baremo que se le quiera aplicar a la película. A mí Kasdan me ha dado grandes momentos (ese resurgir del western en los años 80 con Silverado, esa nostalgia de Reencuentro) y le exijo acorde a su capacidad. Quizá otros vean en ¡Por fin solos! una comedia agradable sin más pretensiones.

En el fondo, lo es. Pero muy en el fondo. Lo dicho, esos momentos de diversión puntual puede que salven la película. Pero lo que cuenta es demasiado episódico, trivial e intrascendente. No termina de haber una historia equilibrada (sorprende una secuencia de animación, totalmente ajena al tono y al ritmo de la película), no es fácil saber si Kasdan (ayudado en el guión por su esposa, Meg) pretende contar lo que supone ser una mujer con el síndrome del nido vacío, porque las hijas apenas tienen un rol en el engranaje de la película. Tampoco si quiere hacer el retrato de un matrimonio en crisis, porque la historia del perro se lleva buena parte del protagonismo. Es difícil definir de qué va ¡Por fin solos!, incluso su argumento no daría demasiadas pistas y, en cambio, estropearía de contarlo aquí algunas de las sorpresas de la película. Quizá no sea más que una reunión de viejos amigos (sobre todo Kasdan y Kline) para pasar un buen rato rodando. A mí desde luego, se me antoja tan escaso... Echo de menos al Lawrence Kasdan de hace dos décadas. Y empiezo a pensar que ese ya no va a volver.

lunes, mayo 07, 2012

'Los diarios del ron', escasa radiografía del vicio exótico

Tenía ciertos alicientes esta Los diarios del ron, pero casi todos se quedan escasos. Apetecía ver a Johnny Depp en un papel alejado de sus Piratas y demás vicisitudes palomiteras, y más encabezando un reparto alejado del estrellato pero con nombres y rostros más que conocidos. Sin ser un director especialmente brillante, había curiosidad por ver qué hacía Bruce Robinson nada menos que veinte años después de su anterior película (Jennifer 8, de 1992). Y siempre parece atractiva la historia de un periodista, y más en los conflictivos años 60 y en un entorno exótico como es Puerto Rico. Pero la verdad es que la película se queda a medias en casi todo. Quiere ser una radiografía del vicio, de todo tipo de vicios (lo que quiere decir, alcohol, droga, juego y mujeres) y se queda en una simple historia más de un americano perdido en un escenario exótico, que no engancha ni enamora. Visible, pero lejos de ser lo que pretendía.

Investigando, uno puede encontrar fácilmente la historia de Hunter S. Thompson, un periodista que creó una nueva forma de reporterismo, la de introducirse en sus investigaciones hasta el punto de convertirse en protagonistas de las mismas. Desconozco el grado de fidelidad de Los diarios del ron con respecto al original literario, que Thompson escribió en los años 60 pero no consiguió publicar hasta 1998, o la autobiografía que pueda contener el libro, pero no se vislumbra en la película el interés que tiene esa definición del periodista, a pesar de tocar levemente esa concepción de la profesión. Lo que se ve, en cambio, es el retrato de un tipo en realidad bastante anodino y lejos del carisma, rendido al alcohol, malviviendo en Puerto Rico porque no sería capaz de estar en aquel momento en ningún otro sitio y con la inevitable sensación de que acabará inmerso en un triángulo amoroso que terminará por destruir lo poco o lo mucho que tenga construido en Puerto Rico.

Con Johnny Depp me sucede algo curioso. En los últimos años el mundo entero parecido rendido a su trabajo, y es justo ahora cuando menos interesante me parece. De sus colaboraciones con Tim Burton, me quedo con las primeras (Eduardo Manostijeras por encima de todas las cosas), no le veo la gracia a su Jack Sparrow de los archifamosos y para mí sobrevalorados Piratas del Caribe, y no me termina de convencer en prácticamente ninguna de sus películas más recientes (y, como ejemplo, la aburridísima The Tourist). Sí que es cierto que en algún momento consigue meterse de lleno en la piel de Paul Kemp, un escritor fracasado que se mete a periodista en Puerto Rico, pero también es fácil confundir al Depp de Los diarios del ron con el The Tourist, La ventana secreta o cualquier otra película en la que no tenga que llevar encima una gruesa capa de maquillaje. Con una interpretación memorable, Los diarios del ron podría haberse sostenido en su actor principal. Depp no consigue ese objetivo.

Y no lo consigue porque, en realidad, el guión es bastante tópico. Los personajes, más allá de ofrecer alguna rocambolesca y divertida situación (la recuperación del coche destrozado), se dibujan entre el estereotipo y la indefinición. Y no importa que el reparto lo formen interesantes actores como Aaron Eckhart o Richard Jenkins, que cumplen sobradamente con lo poco que tienen, porque no hay mucho que rascar. En realidad, lo único que parece funcionar es el atractivo sexual y la dinámica de seducción que ejerce el personaje de Amber Heard sobre casi todos los personajes y, por qué no decirlo, sobre el espectador. Tópico, desde luego, ya sea como motor de las ilusiones de Paul Kemp (sí que existe química con Johnny Depp) o como reclamo para el espectador (en su más que sensual baile con un portoricense), pero es de largo lo que mejor funciona en la película. También dentro del tópico y dejando una muy mala resolución para el personaje, pero funciona por momentos.

Pero es, insisto, lo único que acaba mereciendo la pena. Los diarios del ron va prometiendo casi en cada escena un avance de la historia que pueda enganchar pero nunca termina de ofrecerlo. Y así se queda en un mosaico de exotismo y vicio, que pasa de mostrarnos a un protagonista resacoso a otro enganchado a una mujer contra la que sus amigos le advierten, que nos lo enseña enganchado a las apuestas locales, las de las peleas de gallos, y ligeramente los problemas de integración en el país, que pasa de ser un tipo al que todo le da igual a convertirse en un periodista cargado de idealismo injustificado. Muchos vaivenes y poca concreción tiene esta película que, lejos de aburrir gracias a su insatisfecha promesa de algo mejor y algún que otro momento interesante, tampoco consigue engancharse en la memoria por encima del resto de historias de un americano intentando vivir en un lugar más o menos perdido o de cualquier película que plantee un triángulo amoroso en escenario parecido a éste.