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lunes, mayo 12, 2014

'3 días para matar', un batiburrillo con clara marca Luc Besson

Hay un nombre que define a la perfección 3 días para matar: Luc Besson. No dirige, pero coescribe y coproduce una película en la que se le reconoce por los cuatro costados. Dicho de otra forma, quien disfrutara de Malavita, El quinto elemento o las sagas de Transporter o Taxi, que todas ellas tienen a Besson como director, guionista, productor o las tres cosas, puede pasárselo estupendamente bien con este batiburrillo que ha puesto en manos de McG, quien ya expuso en clave de comedia un mundo de espías en Esto es la guerra. Quien no... Bueno, digamos que la clave está precisamente ene se batiburrillo. Porque la película viene a comenzar con un thriller de acción que acaba convirtiéndose en una especie de comedia de familia en la que casi todo es inverosímil, que apuesta por los tiros en su arranque para después optar claramente por la risa de ver a un supuestamente duro agente de la CIA en el papel de un padre de una hija adolescente a la que lleva cinco años sin ver. ¿Divertido? Sí, a ratos sí. Pero es necesaria la desconexión cerebral para no ver los enormes agujeros que tiene.

Lo curioso del invento es que teniendo todas las características del cine de Luc Besson (a quien no se le puede negar una sinceridad absoluta en lo que hace y en lo que ofrece, que nunca engaña a nadie y que por supuesto que tiene su público), es que ese batiburrillo, una palabra que es difícil abandonar hablando de 3 días para matar, destaca sobre todo por su protagonista. Kevin Costner ha pasado unos años completamente desperdiciado y, aún asumiendo sus limitaciones como actor, es un tipo que genera un agradecido carisma para una película. La cámara le aprecia y sabe llenar los zapatos de sus personajes. Y por eso encaja muy bien incluso en las partes más cómicas del filme, en las que tiene poca experiencia que aportar. Es creíble en las escenas de acción, lo es como un hombre físicamente vulnerable y de su edad (ya suma 59 años) y también como el padre que intenta recuperar el tiempo perdido. Es una pena que el conflicto emocional y familiar no tenga más fuerza, porque Costner se muestra en forma en ese elemento.

Aún así, es extraño que el cartel de la película sólo le muestre a él, de una forma bastante aséptica y sin adelantar nada sobre la película, cuando sobre el papel se tenía una buena interacción entre Costner y tres actrices muy diferentes. Connie Nielsen (que saltó a la fama con Gladiator y nunca recuperó ese nivel de popularidad) interpreta a su (¿ex?) mujer, Amber Heard a otra espía (¿de verdad es el mismo personaje el que aparece en la primera secuencia de la película y el del resto del metraje? La incongruencia es sencillamente brutal) y Hailee Steinfeld a su hija adolescente. Las tres, sobre todo las dos últimas, tienen puntos de interés, especialmente la segunda puesto que el filme deriva, efectivamente, hacia la trama más personal. En cambio, McG y Besson acaban perdiendo las posibilidades de la siempre interesante pero casi siempre desaprovechada Heard por tratar de convertirla en un maniquí de femme fatale, en una depredadora sexualizada cuyas acciones nunca se sabe a qué se deben y que, apareciendo y desapareciendo a conveniencia, nunca se sabe qué papel real tiene en la historia.

3 días para matar es una de esas películas que ofrecen un rato simpático, aunque sus 117 minutos se antojan algo excesivos en algunos instantes que rozan la repetición, y que tienen momentos muy logrados pero que no resisten un análisis medianamente exigente. Casi todo lo que sucede es realmente surrealista e improbable, las explicaciones brillan por su ausencia y la misma trama que involucra a dos villanos que comercian con bombas sucias roza lo ridículo, por no hablar de las innumerables coincidencias o recursos facilones de los que hace gala el filme para que todo acabe cuadrando en esos tres días que anuncia el título, y que en realidad no tienen ninguna importancia. En el fondo, la película es inofensiva. Las risas que saca hacen que tampoco se pueda ser muy duro con ella. Cumple su objetivo sin más, su principal atractivo está en el reparto y hasta sorprende la contenida aunque bastante impersonal dirección de McG. Para fans de Luc Besson... y por supuesto de Kevin Costner.

miércoles, marzo 05, 2014

'El poder del dinero', nombres para compensar enormes vacíos

El poder del dinero ha sido un enorme fracaso en taquilla, donde apenas lleva recaudados 13 de los 35 millones de dólares que costó, y de crítica, vapuleada por prácticamente todo el mundo. Y tristemente hay que decir que de forma merecida. El único valor que tiene el filme es haber reunido un reparto muy atractivo sobre el papel. Están muy lejos de conseguirlo, pero los nombres son lo que tenía que haber ocultado los enormes vacíos que hay en una película con innumerables defectos, tópicos y situaciones absolutamente inverosímiles, rodada aparentemente con una enorme desgana, lo que posibilita que hasta los detalles más pequeños sean fuente de críticas y lamentos fundados. Como revisión de lo que andan haciendo en estos momentos Harrison Ford o Gary Oldman y los inevitablemente guapos protagonistas Liam Hemsworth y Amber Heard, es mínimamente pasable. Desde cualquier otro punto de vista, totalmente prescindible. Y siendo quisquilloso, hasta cabreante.

Empezamos mal hasta desde el título. Paranoia, que es el origen, se convierte en el impersonal El poder del dinero, que recuerda a otras doscientas películas y que podría ser un título genérico para ir estrenando una tras otra con la misma denominación. En realidad, la historia no habla de ninguna paranoia y del poder del dinero se habla poco y mal. Y es que el siguiente gran problema que tiene el filme es su guión. Cuenta la historia de Adam (Liam Hemsworth), un tipo al que echan de una empresa de telefonía después de no haber convencido con un nuevo proyecto a su jefazo, Nicholas Wyatt (Gary Oldman), que después le medio obligan a trabajar para ellos haciendo espionaje industrial en la competencia, en la empresa que dirige Jock Goddard (Harrison Ford), y en la que casualmente trabaja como directora de marketing Emma Jennings (Amber Heard), la chica con la que se enrolló la misma noche en la que le despidieron. Lo que sorprende es que, enlazando esos elementos, nadie haya querido darse cuenta de cuántos absurdos hay en la película.

En realidad, lo más probable es que todo el mundo sea consciente de esos enromes vacíos que hay en la película, y eso es triste, pero que se haya confiado en que los actores llenen ese vacío. Ni siquiera a eso se puede agarrar el filme. Gary Oldman y Harrison Ford son dos actores a los que se les suele notar cuando están en una película por un cheque, y éste es el caso. Ninguno de los dos convence lo más mínimo y más allá del carisma que puedan tener, están lejos de ser razones de peso para disfrutar de la película. El caso de Liam Hemsworth y Amber Heard parece estar sustentado en estudios de mercado. Esos que dicen que protagonistas jóvenes, guapos y esbeltos tienen el suficiente tirón como para que se vendan entradas de cine, independientemente de que sus personajes sean inverosímiles y planos. Pero parece poco factible que funcione, porque más allá del torso de él y la espalda de ella, renuncia a esas escenas de desnudo que suelen llenar estas películas con ese ansia sexual de consumo que mueve a tantas películas.

A estas alturas, sigue sorprendiendo que se hagan las películas de esta forma. No hay sorpresa en que su director sea Robert Luketic, responsable de Una rubia muy legal, La madre del novio o La cruda realidad, pero sí en que gente con nombre respetado como Oldman o Ford y con posibilidades de ascender como Hemsworth o Heard se vean envueltos con tanta facilidad en títulos como éste, en los que falla todo. La intriga es absurda, la resolución es completamente dependiente de la casualidad, los detalles hunden por completo muchas escenas (¿de verdad uno pierde el tiempo en vestirse antes de piratear el ordenador de su novia después una noche de sexo mientras ella se está duchando o va andando tranquilamente mientras intenta robar un prototipo y le persiguen todo el cuerpo de seguridad de una empresa puntera?), el arranque es el lento y aburrido, y el final es tópico. Por desgracia, porque había mimbres para más, ver a sus actores, y más por fetichismo que por lo que ofrecen, es el único aliciente por ver El poder del dinero. Y eso es tan poco...

lunes, mayo 07, 2012

'Los diarios del ron', escasa radiografía del vicio exótico

Tenía ciertos alicientes esta Los diarios del ron, pero casi todos se quedan escasos. Apetecía ver a Johnny Depp en un papel alejado de sus Piratas y demás vicisitudes palomiteras, y más encabezando un reparto alejado del estrellato pero con nombres y rostros más que conocidos. Sin ser un director especialmente brillante, había curiosidad por ver qué hacía Bruce Robinson nada menos que veinte años después de su anterior película (Jennifer 8, de 1992). Y siempre parece atractiva la historia de un periodista, y más en los conflictivos años 60 y en un entorno exótico como es Puerto Rico. Pero la verdad es que la película se queda a medias en casi todo. Quiere ser una radiografía del vicio, de todo tipo de vicios (lo que quiere decir, alcohol, droga, juego y mujeres) y se queda en una simple historia más de un americano perdido en un escenario exótico, que no engancha ni enamora. Visible, pero lejos de ser lo que pretendía.

Investigando, uno puede encontrar fácilmente la historia de Hunter S. Thompson, un periodista que creó una nueva forma de reporterismo, la de introducirse en sus investigaciones hasta el punto de convertirse en protagonistas de las mismas. Desconozco el grado de fidelidad de Los diarios del ron con respecto al original literario, que Thompson escribió en los años 60 pero no consiguió publicar hasta 1998, o la autobiografía que pueda contener el libro, pero no se vislumbra en la película el interés que tiene esa definición del periodista, a pesar de tocar levemente esa concepción de la profesión. Lo que se ve, en cambio, es el retrato de un tipo en realidad bastante anodino y lejos del carisma, rendido al alcohol, malviviendo en Puerto Rico porque no sería capaz de estar en aquel momento en ningún otro sitio y con la inevitable sensación de que acabará inmerso en un triángulo amoroso que terminará por destruir lo poco o lo mucho que tenga construido en Puerto Rico.

Con Johnny Depp me sucede algo curioso. En los últimos años el mundo entero parecido rendido a su trabajo, y es justo ahora cuando menos interesante me parece. De sus colaboraciones con Tim Burton, me quedo con las primeras (Eduardo Manostijeras por encima de todas las cosas), no le veo la gracia a su Jack Sparrow de los archifamosos y para mí sobrevalorados Piratas del Caribe, y no me termina de convencer en prácticamente ninguna de sus películas más recientes (y, como ejemplo, la aburridísima The Tourist). Sí que es cierto que en algún momento consigue meterse de lleno en la piel de Paul Kemp, un escritor fracasado que se mete a periodista en Puerto Rico, pero también es fácil confundir al Depp de Los diarios del ron con el The Tourist, La ventana secreta o cualquier otra película en la que no tenga que llevar encima una gruesa capa de maquillaje. Con una interpretación memorable, Los diarios del ron podría haberse sostenido en su actor principal. Depp no consigue ese objetivo.

Y no lo consigue porque, en realidad, el guión es bastante tópico. Los personajes, más allá de ofrecer alguna rocambolesca y divertida situación (la recuperación del coche destrozado), se dibujan entre el estereotipo y la indefinición. Y no importa que el reparto lo formen interesantes actores como Aaron Eckhart o Richard Jenkins, que cumplen sobradamente con lo poco que tienen, porque no hay mucho que rascar. En realidad, lo único que parece funcionar es el atractivo sexual y la dinámica de seducción que ejerce el personaje de Amber Heard sobre casi todos los personajes y, por qué no decirlo, sobre el espectador. Tópico, desde luego, ya sea como motor de las ilusiones de Paul Kemp (sí que existe química con Johnny Depp) o como reclamo para el espectador (en su más que sensual baile con un portoricense), pero es de largo lo que mejor funciona en la película. También dentro del tópico y dejando una muy mala resolución para el personaje, pero funciona por momentos.

Pero es, insisto, lo único que acaba mereciendo la pena. Los diarios del ron va prometiendo casi en cada escena un avance de la historia que pueda enganchar pero nunca termina de ofrecerlo. Y así se queda en un mosaico de exotismo y vicio, que pasa de mostrarnos a un protagonista resacoso a otro enganchado a una mujer contra la que sus amigos le advierten, que nos lo enseña enganchado a las apuestas locales, las de las peleas de gallos, y ligeramente los problemas de integración en el país, que pasa de ser un tipo al que todo le da igual a convertirse en un periodista cargado de idealismo injustificado. Muchos vaivenes y poca concreción tiene esta película que, lejos de aburrir gracias a su insatisfecha promesa de algo mejor y algún que otro momento interesante, tampoco consigue engancharse en la memoria por encima del resto de historias de un americano intentando vivir en un lugar más o menos perdido o de cualquier película que plantee un triángulo amoroso en escenario parecido a éste.

miércoles, abril 06, 2011

'Furia ciega', de lo malo... lo entretenido

Decir que Nicolas Cage lleva años de capa caída no es ninguna novedad. De hecho, nunca fue un superdotado para esto de la actuación. Pero aún así es un tipo que sigue haciendo películas. Muchas. Y normalmente bastante malas, por cierto (no hay más que recordar sus dos últimas, El aprendiz de brujo y En tiempo de brujas). No sé cómo ni por qué, pero sigue convenciendo a productores y directores para que le den el protagonismo de sus películas. Furia ciega es la última. Y si a Nicolas Cage le añadimos un guión disparatado, unas frases memorablemente horrendas, un tono paródico dentro de la misma parodia, un 3D tirando a infantil, la habitual niña rubia mona minifaldera, el topicazo de protagonista-huraño-pero-de-buen-corazón, unos toques de fantasía y mucha, mucha, mucha acción alocada y descontrolada... resulta que queda algo tan malo que a la fuerza divierte. Porque, que nadie se engañe, Furia ciega es una película mala. Muy mala. Pero como sabe que lo es, sobrepasa sinceramente la frontera de la carcajada y el entretenimiento con una facilidad asombrosa.

Y es quien intente encontrar algo sensato en Furia ciega lo lleva realmente claro. Ya en la primera escena quedan expuestas las pretensiones del filme. Si no le pilláis la gracia, si no pensáis al menos "vaya frikada marciana que ha hecho ahora este tío" con una leve sonrisa, dejadlo, esta no es vuestra película, porque quedan 100 minutos más con el mismo tono. El propio Nicolas Cage ya es casi una parodia de sí mismo, del héroe de acción que durante años se ha empeñado en interpretar. Verle con un atuendo a lo Terminator (rematado con las inevitables gafas de sol y un tupé... rubio) despierta ya hilaridad. Pero añadirle a su primera aparición un 3D tópico de balas que se dirigen a la cámara y cañones de escopeta que pretenden sobrepasar la pantalla e invadir el patio de butacas es el remate que necesita esa introducción para prepararnos: Furia Ciega va a ser un desmadre, ese es el pensamiento obligatorio que esa escena y un a priori surrealista prólogo despiertan. Luego resulta que el prólogo tiene su explicación, ya que no estamos sólo ante una delirante película de acción, sino que se trata de un gozosamente absurdo relato de fantasía.

Aclaradas esas premisas, falta por presentar lo inevitable: la rubia que acompañará a Nicolas Cage durante todo el metraje, a veces con un cortísimo pantalón vaquero, a veces con un ajustado vaquero completo, siempre con una muy escotada camiseta blanca, a veces con tirantes, a veces recubierta por una chaqueta pero siempre tan imposible de manchar como el rostro de la bella actriz de tener marcas de las heridas de las muchas peleas en las que se acaba metiendo. La actriz escogida es Amber Heard, un bellísimo maniquí que aún busca la película que coloque su foto en cuantas más páginas de Internet mejor y que hasta ahora sólo había destacado por interpretar al mismo personaje que Charlize Theron de joven en En tierra de hombres. Cuando su personaje, Piper, dice aquello de "putos adoradores del demonio" uno ya no sabe si está inmerso en el mundo surrealista de El gran Lebowski o si, por el contrario, sigue asistiendo a este festival pirotécnico, erótico y desmadrado. El caso es que cada vez que salta una frase tan memorable como la anterior, la carcajada es inevitable. ¿Es lo que buscaban los responsables de la película? Sólo cabe pensar que sí, y por eso, por su sinceridad, casi merecen un aplauso.

El director y guionista de este (siempre y cuando, insisto, se vea con el humor adecuado)desternillante desaguisado es Patrick Lussier, editor de un buen puñado de películas desde los años 90, incluyendo las de la saga Scream, y director de Dracula 2001, White Noise 2 o Un San Valentín sangriento. Dudosas credenciales. Su forma de rodar se acerca a la de cualquier otro. Mucho ruido, muchas explosiones, planos a cámara lenta diseminados por aquí y por allá. Más o menos lo de siempre. Y por eso todo queda en manos de la gracia que pueda despertar su guión y del carisma de los actores. Y si Nicolas Cage tiene algo, aunque sea para odiarle, lo cierto es que el amo y señor de esta película, con permiso de Amber Heard y su pelea contra otra mujer desnuda en plena calle (sí, tal cual), es William Fitchner, un secundario muy habitual que tuvo su última aparición destacada en la primera escena de El Caballero Oscuro. Él, mejor que nadie, entiende el tono absurdo que requiere la película y, en especial, su personaje para que pueda tener una mínima aceptación.

La verdad es que tampoco hay muchas vueltas que dar. Esta es una película en la que un tipo misterioso tiene una misión peligrosísima, rescatar a un bebé de un culto satánico que pretende sacrificarlo para cambiar el orden establecido. Por el camino, conseguirá que una mujer atractiva le acompañe, habrá algunos desnudos, muchas explosiones, peleas de todo tipo (me vais a perdonar que insista en la pelea entre Amber Heard y otra mujer desnuda, porque sí no tendría que deciros que Nicolas Cage mata a cuatro tipos mientras, y digo mientras, protagoniza una escena de sexo y no es plan de apostar por esa secuencia, vaya...), efectos especiales y un 3D casi tan paródicos como el tono de la película y un clímax final que, por supuesto desembocará en un epílogo abierto, no vaya a ser que el invento tenga éxito y todo. Se están empezando a poner de moda estas marcianadas que no hay por donde coger pero que, en el fondo, tienen su punto. Sólo con el espectador en el humor y la compañía adecuadas, pero ésta tiene su punto. Incluso siendo una película de Nicolas Cage. Incluso aunque quien lea lo que estoy escribiendo piense que me he vuelto loco.