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viernes, noviembre 15, 2013

'Blue Jasmine', ni frío ni calor en el nuevo Woody Allen

Manteniendo su ritmo de película por año, Woody Allen sigue sin sorprender en su nuevo filme. Blue Jasmine, que así se titula la cinta de este 2013, encaja perfectamente en la filmografía del cineasta, sobre todo en la más reciente. Y eso quiere decir que, siguiendo su trayectoria, prácticamente se puede anticipar si a cada espectador le va a gustar o no este título. Después de años sin descubrir nada sorprendentes, desde Match Point (2005), estas líneas no van a ser especialmente elogiosas. Y es que el problema esencial de Blue Jasmine es que no muestra una idea clara de lo que realmente quiere contar y no deja nada realmente digno de recordar. Ni frío ni calor. No es frío porque el reparto, como casi siempre en las películas de Woody Allen, entretiene lo suficiente. Pero no es calor porque se olvida con la misma facilidad con la que han pasado sus 98 minutos. Otra más de Woody Allen, de la que, como el cartel ya anticipa, sólo se recordará que la protagonizó Cate Blanchett.

Y es que la actriz está francamente bien en la película, pero su personaje viene con el lastre habitual, es el protagonista woodyallenizado que tiene que tener por fuerza una película de Woody Allen. Habrá quien piense que esa es la firma del autor, como lo es la idéntica música de jazz (que parece bastante mal utilizada en la película, de una forma aleatoria y sin demasiado significado) o estos títulos de créditos iniciales sobre fondo negro que se repiten filme tras filme. Pero es una fórmula que hace ya mucho tiempo que sobrepasó los límites del agotamiento. Blanchett, de forma individual, sensacional, pero dentro de la filmografía de su aquí director, una más con características muy semejantes. El reparto, en todo caso, viene a ser lo mejor de la película, a pesar de que Alec Baldwin está más frío que de costumbre, pero sobre todo gracias al buen trabajo de Sally Hawkins, que interpreta a la hermanastra pobre de Blanchett.

Jasmine es la esposa de un hombre de negocios (Alec Baldwin) que, de repente, se ve sin dinero y sin los lujos que tenía en su anterior vida, y tiene que irse a vivir con su hermana (Hawkins) y sus dos hijos, lidiando con el novio de ésta (Bobby Cannavale) y buscando cómo ganarse la vida de ahí en adelante. En realidad, otro de los problemas de Blue Jasmine está en que, por momento, parece mucho más atractiva la historia de esa hermanastra que la de la que finalmente escoge Allen para llevar el peso del filme. El contraste entre los diferentes mundos de los que proceden se diluye como una vía descartada por la película, que se limita a abrazar los indudables méritos de su actriz protagonista. Ella es la que se lleva las miradas y los elogios, ella es todo lo que en realidad tiene que ofrecer la película para marcar una diferencia. Y ella está fantástica. Es el envoltorio lo que no ofrece nada nuevo.

Pasan los minutos y Blue Jasmine no deja de caminar de forma errática, hasta el punto de que no se sabe a dónde ha conducido ni siquiera cuando acaba la historia. Y eso no deja de ser un aspecto frustrante porque hay momentos en los que la película parece que va a despegar, tanto formal (con una doble narración que finalmente se desinfla bastante) como argumentalmente (cuando más directamente se enlazan las vidas de las dos hermanas), pero acaba cerrándose sin muchas conclusiones (más, insisto, en la historia de la hermana). Ni frío ni calor, otro filme más de Woody Allen que encaja en lo que ha venido haciendo en los recientes y nada espectaculares años de su carrera, incluso a pesar de que ciertos sectores de crítica y público hayan encontrado ahí algunas obras maestras. Lo que sí se le agradece siempre a Woody Allen es que nunca se le desmadra la duración de sus películas. En esta, con dos líneas temporales, tiene algo más de mérito. Pero la película es Cate Blanchett. Magnífica. Pero nada más.

lunes, mayo 27, 2013

'Un amigo para Frank', una hermosa reflexión sobre la amistad y la vejed

Un amigo para Frank ofrece un envoltorio que engaña. Porque parece una modesta película de ciencia ficción, un reverso amable de Moon en algunos sentidos, modesta en su planteamiento y en sus medios. Porque la etiqueta de "independiente" hará que mucha gente la mire de otra manera. Y porque se asemeja también a un filme pequeño, sin más aspiraciones que las de entretener con una historia bonita que no llega ni a los 90 minutos. Y, sin embargo, es mucho más que eso. Un amigo para Frank es una hermosa reflexión sobre temas como la amistad, la vejez o la paternidad. Es una historia bonita cuyo mayor enemigo es que no parece demasiado difícil ir adivinando por dónde va a tirar la historia (aunque esconde alguna sorpresa fascinante) pero que convence de principio a fin precisamente por esa sencillez de la que hace gala. Y por su impecable factura, además de por la interpretación de Frank Langella. Es una peliculita, pero una hermosa y divertida, de esas que provocan sonrisas con una facilidad admirable y que cuenta una historia humana tan sólida como bonita. Sí, una peliculita de esas que seguramente no verá demasiada gente. Por desgracia

En un futuro cercano que la película apenas muestra de una forma perceptible, los robots forman parte de nuestras vidas. En esa época indefinida, Frank (Frank Langella) es un tipo que vive solo en una casa en el campo, que no tiene demasiadas cosas que hacer en su vida más que ir a la biblioteca local a lamentar el progreso y a flirtear con la bibliotecaria (Susan Sarandon), y que vive de forma desordenada y sin objetivos. Y que empieza a tener problemas serios de memoria, para preocupación de sus hijos. Todo cambiará cuando su hijo, Hunter (James Mardsen), le obligue a aceptar un robot médico que cuide de él, una decisión que no comparte su hija, Madison (Liv Tyler), siempre viajando por trabajo. Frank y el robot, mal que le pese al primero, tendrán que aprender a convivir. Unas premisas sencillas y un desarrollo aparentemente liviano para una historia mucho más profunda, que se asoma a debates filosóficos (algo que señala incluso el mismo protagonista), vitales y humanos.

Lo que el debutante director Jake Schreier plantea no deja de ser una buddy movie con la base de una relación de amistad entre dos protagonistas sumamente diferentes. Y la genialidad está en captar la profundidad en un personaje que no tiene rostro humano ni expresividad en la mirada. La empatía del espectador con el de Frank Langella es sencilla. Es, además, un actorazo, con lo que no es difícil asumir y apreciar su parte de la historia, y que disfruta con su papel. ¿Pero el robot? Con la voz, fría pero no tanto en el fondo, de Peter Sarsgaard, el robot completa esa hermosa relación de amistad sobre la que se asienta la película. Están, de una forma u otra, en todas las escenas. Divierten y emocionan. Convencen. Como convence el guión de Christopher D. Ford a la hora de dar un sustento familiar a la historia. Las motivaciones de Hunter y Madison conducen a escenas tan emotivas como realistas, logradas y sinceras. A través de ellos se ve un retrato complejo sobre la paternidad, sobre la familia. Y regresando de nuevo a Langella, dan contexto a la reflexión sobre la vejez y sobre la enfermedad.

Las pocas pegas que se le puedan poner a Un amigo para Frank están en que hay cierta previsibilidad en el guión. Hay momentos impredecibles, sí, y estos son los que enmascaran en cierta medida los defectos, pero no parece probable que la historia avance de una forma diferente a lo que lo hace, adelantando en demasiadas ocasiones lo que va a suceder. Otra compensación a los puntos débiles está en la hábil recreación de los pocos aspectos de ese futuro cercano que estamos presenciando. Porque sin demasiado dinero, con apenas veinte días de rodaje y sin necesidad de recurrir a los efectos especiales de última generación, la continua presencia del robot y su habilidad para esconder los trucajes cinematográficos que están detrás de su creación hacen que ésta no sea una película al uso en algo que lleva la mencionada etiqueta de "independiente". La película es también, en ese sentido, un canto de amor a la robótica, como evidencian las imágenes que completan los títulos de crédito.

Un amigo para Frank es una de esas películas que surgen de vez en cuando y que dejan un buen rollo fascinante. Digo fascinante porque, además, ofrece elementos para la reflexión, para el disfrute, para la sonrisa y para el debate. Sus temas son trascendentes aunque su envoltorio parezca que no lo es tanto. Y aunque cinematográficamente no parezca tampoco gran cosa en un primer visionado, lo cierto es que Schreier se vale de planos bastante inteligentes para resaltar todo aquello que hace crecer la película, empezando por la magnífica interpretación de Langella, sin duda lo más logrado de una cinta que está francamente bien hecha. Lástima, una vez más, el retraso en su estreno. Llega a España casi un año después de que lo hiciera en Estados Unidos y año y medio después de que se viera en el Festival de Sundance, en enero de 2012. Su desembarco en los cines españoles se retrasó de marzo a julio. Y es una película fácilmente localizable en Internet desde hace meses. Una pena, porque tiene interés y sería bueno que mucha gente le diera una oportunidad. Se la merece.

jueves, marzo 18, 2010

Hermosa 'An education'

An education es una película sencilla y modesta, pero a la vez sincera y hermosa, que atrapa al mismo tiempo a la mente y al corazón. Es una historia que no hace falta haber vivido en primera persona para meterse de lleno en ella. Porque ese es el gran mérito del filme, que te lleva a soñar los sueños de Jenny, la joven protagonista. Que vives con ella sus ilusiones y sus decepciones, sus pensamientos y sus sentimientos. Ves París con sus ojos, ves la excitación de una subasta de arte a través de ella, sonríes con su ilusión y lloras el dolor de su corazón como si fuera el tuyo. Y, como decía, no hace falta ser una joven británica de 17 años, hija de una familia conservadora y estricta, para vivir esta película como algo propio. Esa es la magia del cine, la magia que tiene esta hermosa An education.

Y es una magia que seguramente no sería la misma sin Carey Mulligan. Quizá el encanto provenga de que es una actriz prácticamente desconocida. O quizá no, quizá sea cosa del talento. Yo me inclino más por la segunda opción y por las ganas de volver a verla en la pantalla. Lo cierto es que su interpretación es magnífica, realista y perfecta, llena de matices, llena de vida. Cada sonrisa, cada mirada, cada lágrima encaja a la perfección en lo que demanda el personaje y el tono de la película. Es fascinante. Y es una pena que Sandra Bullock le haya quitado el Oscar. Una auténtica pena. Carey Mulligan tiene otra virtud, y es que su mirada, su cuerpo y sus gestos encajan perfectamente en el personaje a pesar de que Jenny tiene 17 años y la actriz está a punto de cumplir 25. Pese a la diferencia de edad, la verosimilitud de su personaje está fuera de toda discusión. Ella es la película.

Fuera de ella es donde se puede encontrar algún pero al filme. Está basada en la historia autobiográfica de la periodista británica Lynn Barber (concretamente, en el tránsito de joven a adulta, en el amor que siente por un hombre mayor que ella que le descubre el mundo de placer y diversión que su padre le tiene vetado para que se centre en sus estudios), pero el guión está escrito por Nick Hornby, autor entre otras de Alta fidelidad. Siempre que un hombre escribe un guión desde los ojos de una mujer se suscita cierto debate sobre su capacidad para llevar a cabo esa empresa. Aquí no hay discusión en que ha conseguido un gran realismo con la joven protagonista (contribuye sin duda a ello la labor de la directora, la danesa Lone Scherfig, que fue parte del movimiento Dogma por el que tan poco aprecio sentí en su momento), pero curiosamente donde no alcanza el máximo de las posibilidades de la historia es al dar voz a alguno de los personajes masculinos.

En ese sentido, y sin pretender que haya fallos generalizados en la caracterización de los hombres de la película, hay algún momento hacia el final que parece confuso, sobre todo en el caso del protagonista, David, muy bien interpretado por Peter Sarsgaard (como parte de un muy sólido reparto, en el que aparece brevemente Emma Thompson y en el que destacan Alfred Molina, el Doctor Octopus de Spider-Man 2, y Rosamund Pike, némisis de 007 en El mundo nunca es suficiente) pero del que quedan algo perdidas en la oscuridad sus verdaderas pretensiones. Quizá le falten a la película cinco minutos que ofrecieran alguna explicación más. Esos cinco minutos no hubieran supuesto, ni mucho menos, un lastre, ya que An education cuenta con otra gran virtud, la capacidad de síntesis. En poco más de hora y media, queda condensada con maestría, como en los clásicos, una historia que abarca un gran espacio de tiempo y, sobre todo, un amplio y hermoso abanico de sensaciones y personajes.

No es frecuente encontrar una película que controle tan bien las emociones del espectador. Que sepa cuándo hacerte reír y cuándo llorar, cuándo provocarte ilusión y cuándo decepción. Que juegue con acierto todas sus cartas interpretativas y técnicas. Que te llegue al corazón. An education lo consigue. Sus pequeños fallos son, por ello, perfectamente disculpables. Es una hermosa delicia que tuvo su minuto de gloria en los Oscars (tres nominaciones: película, guión adaptado y actriz; ningún premio) y que tendrá su recuerdo en los espectadores, tanto en los que hayan vivido algo parecido como en los que lo hayan soñado. Y ese premio vale mucho más.