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jueves, junio 04, 2015

'Negocios con resaca', la posibilidad desmadrada

Negocios con resaca es la historia de un ejecutivo que se cansa de la empresa en la que trabaja y de su jefa y decide montar una nueva empresa por su cuenta para tratar de hacerle la competencia, y necesita desesperadamente un contrato con el que poder sobrevivir. Así en un primer vistazo, con esta sinopsis básica, surgen dos formas de hacer la película. La primera habría sido una comedia sutil sobre el mundo de los negocios, que podría haber derivado en los siempre agradables vericuetos de la lucha de sexos y mostrando las diferencias culturales más evidentes con el cambio de escenario, de Estados Unidos a Alemania. Pero Ken Scott, siguiendo el guión de Steve Conrad, no opta por este camino sino por la posibilidad desmadrada, la de los chistes sexuales a granel y la del completo descontrol narrativo, cómico y actoral. El caso es que se atisba un público para una película de este tipo, pero es difícil entender qué hace ahí un actor como Tom Wilkinson.

En el fondo, como el cine ya no es lo que era, se entiende el camino adoptado por Scott y Conrad, por mucho que disguste con facilidad a cualquiera que aprecie el talento desperdiciado de Wilkinson o incluso el de Sienna Miller, cuyo personaje es la clave para entender qué película se podría haber hecho y cuál se ha escogido finalmente. Miller interpreta a la ex jefa y rival del protagonista, a quien da vida un anodino Vince Vaughn. La primera escena de la película es, de hecho, la más intensa y mejor planificada de todo el filme, el enfrenamiento entre ambos, el desencadenante de la historia y la presentación perfecta de dos personajes llamados a ser antagonistas. Interesante, ¿verdad? Lo parece en estos tres primeros minutos. Pues hay que olvidarse de esa posibilidad, porque el personaje de Miller queda enterrado entre lo secundario con escasas apariciones en favor de las correrías sexuales y juerguistas del trío protagonista, los tres tipos que forman esa nueva empresa llamada a hacer grandes cosas por razones personales de lo más variopintas e incluso discutibles.

Lo malo es que, salvo contadas excepciones, no es una película que busque un humor que satisfaga más que a un público dispuesto a desvariar al mismo ritmo que el trío protagonista mete la pata, bebe alcohol, busca sexo y toma drogas mientras hace como que trabaja, uno que encuentre graciosa una conversación entre el protagonista y tres homosexuales con el miembro viril colgando de unos agujeros en la puerta dentro de un gran festival gay en Berlín, uno que acepte con facilidad chistes gráficos sobre la postura de la carretilla o uno que encuentre comicidad en el simple uso de la palabra "tetas" en una sauna repleta de personajes desnudos. Incluso dentro de ese planteamiento no termina de ser una película especialmente hilarante, no llega a estar bien escrita ni rodada, las interpretaciones van casi con el piloto automático puesto y ni siquiera se saca partido del escenario exótico desde el punto de vista americano que supone la ciudad alemana. Eso es lo que propone Negocios con resaca, aunque sorprendentemente lo quiera mezclar con una moralina familiar realmente curiosa.

Desaprovechada Miller, quizá lo más simpático de la película haya que encontrarlo en la forma en la que Dave Franco interpreta a su poco despierto personaje, los atisbos de una película mejor que hay en el de James Marsden o el mínimo aprovechamiento psicológico que hay en el de Nick Frost. Porque, por lo demás, realmente es muy difícil entablar empatía con un vendedor de virutas de metal, tema por el que la película no siente ningún interés y que hace que al final dé un poco igual quién cierra el trato y quién gana esta absurda carrera. Mientras se desarrolla esta posibilidad desmadrada, que al menos tiene la decencia de quedarse en 91 minutos, uno no deja de preguntarse qué clase de película se podría haber obtenido siguiendo la otra alternativa. Y qué podrían haber hecho Wilkinson y Miller con esos papeles mejor escritos. Y qué clase de comedia podría haber sido si se olvidara del facilón recursos del sexo como arma del 90 por ciento de sus chistes.

jueves, abril 30, 2015

'Lo mejor de mí', vista una...

Van ya nueve películas basadas en las novelas de Nicholas Sparks, y aunque ya se podía decir desde hace unas cuantas de ellas, Lo mejor de mí confirma que vista una, vistas todas. Los mecanismos son los mismos, los personajes son casi idénticos, las situaciones de conflicto terriblemente similares y no parece haber un gran salto entre ellas, más allá de la lógica modificación de los actores principales y algún que otro mínimo recurso narrativo, aquí la presencia de dos parejas de actores que se llevan veinte años para contar dos momentos diferentes de la asumible historia de amor. Pero lo cierto es que detrás de esa excusa se esconden películas más bien flojas, previsibles, estiradas y a ratos incluso aburridas. No es que esta sea la peor de la lista, y desde luego es una mejora evidente con respecto a la anterior, la más que olvidable Un lugar donde refugiarse, pero nada aporta. Bueno, aporta dinero en la taquilla de los convencidos. Quien guste de las historias de Sparks, desde luego disfrutará de este pese a sus evidentes defectos.

El principal viene a ser el cásting. Y no porque sea necesariamente malo, que no lo es, pero sí porque comete un error de base, y es que es dificilísimo ver al mismo personaje en las dos parejas de actores escogidos. Algo sí se puede atisbar entre Michelle Monaghan y Liana Liberato, pero resulta casi imposible asimilar que James Marsden y Luke Bracey se están ocupando de idéntico papel en el presente y en el pasado. Ni por sus rostros, ni por su forma de actuar, ni siquiera por su altura o su lenguaje corporal. Con esa desconexión ya rompiendo esta película con indudable alma de telefilme, es difícil entrar en ella. Y más si tenemos en cuenta que hay un enorme desequilibrio entre los protagonistas. Con diferencia, ella es lo más interesante del presente y él lo es del pasado, porque el guión les reparte así la gloria, no por el trabajo de los actores. De hecho, en Liana Liberato se intuye mucho más de lo que la película le deja mostrar.

Pero incluso aunque se quiera admitir cierto carisma en el reparto, la dirección de Michael Hoffman no tiene la garra necesaria para convencer. Le penaliza, de hecho, ese estilo Nicholas Sparks que salta de una película a otra sin que importe demasiado quien se sienta en la silla del director, con una música casi intercambiable y unos recursos narrativos demasiado parecidos. Pero siempre se puede hacer algo más y el responsable es obviamente él. Tampoco ayuda la necesidad de respetar por completo la novela original, algo que en lo que el cine actual cae en demasiadas ocasiones, lo que añade alguna trama que termina alargando la película de más, intentando buscar más drama, más emotividad o más romanticismo. El caso es convencer a un público ya convencido, y eso seguro que lo hace Lo mejor de mí. Es inevitable. Es puro cine de sobremesa con la firma de un escritor que cuenta con muchos seguidores, y al no salirse de lo previsto es obvio que tiene todas las de ganar en su target.

¿Y para quien no esté en ese target? Pues más bien poca cosa. De hecho, alguna escena despierta risas que no debería provocar. Quizá la tabla de salvación sea la baza ya apuntada, el reparto, aunque tampoco se trata de actores de primer nivel que puedan arrastrar público a los cines. Por eso, en el fondo, da cierta rabia que se sigan repitiendo con tanta facilidad estas películas clónicas, de coste reducido y que tienen muchas papeletas de recuperar la inversión con cierta solvencia para seguir alimentando esta rueda de producción. Al fin y al cabo, Nicholas Sparks tiene ya 17 novelas publicadas y tiene unos saludables 49 años que le permitirán seguir escribiendo durante muchos años, con lo que hay material más que de sobra para seguir esperando más películas como Lo mejor de mí que aumenten la leyenda cinematográfica de Nicholas Sparks, que arrancó en 1999 con Mensaje en una botella y alcanzó su cúspide de fama en 2004 con El diario de Noa. Pues eso, más de lo mismo.

viernes, septiembre 27, 2013

'2 Guns', divertidísima buddy movie

Viendo a Denzel Washington y Mark Walhberg en 2 Guns da la impresión de que eso de la química entre actores es fácil. Ellos solitos se bastan y se sobran para hacer de esta película una de las buddy movies más divertidas, entretenidas y logradas de los últimos años, pero afortunadamente la cosa no acaba en ellos. Son de largo lo mejor que ofrece, pero Baltasar Kormákur, director islandés responsable de la olvidable Contraband, también protagonizada por Wahlberg, rueda con un entusiasmo difícil de prever viendo su anterior filme, sin estorbar lo que consiguen sus dos actores protagonistas y dándoles un espléndido marco en el que convertir esta adaptación de un cómic editado en 2007 por Boom! Studios en 109 minutos de película terriblemente gozosos que es mejor descubrir sin avances previos, sin trailers ni fotografías que dejen entrever alguna de las sorpresas que esconde un guión ágil, frenético y con chispa. Sí, es una comedia de acción, pero menuda comedia de acción, que derrocha carisma y grandes momentos.

Y es que todo pasa por la química entre Denzel Washington y Mark Wahlberg. Cuando aparecen en la primera escena, subidos en su coche setentero, con su aire chulesco y su conversación desenfadada, el espectador se ve empujado y obligado a creer que entre ellos hay una complicidad, una amistad, una relación especial, la que tienen que mostrar los protagonistas de una buddy movie. Diálogos rápidos y ácidos, gestos cómplices, una complicidad sencillamente perfecto. Ahí, ya desde la primera escena, es donde se construye el éxito de 2 Guns, porque si eso funciona da igual cómo se desenvuelva todo lo demás. Ellos hacen creíble lo inverosímil y divertido todo lo que sucede en las algo menos de dos horas que dura la película. Sin contar absolutamente nada del argumento, lo único que hay que saber antes de verla es que estos dos forman equipo. ¿Para qué? La primera escena lo aclara.

A Kormákur le queda la misión de no estropear lo que consiguen sus actores. Y lo hace, lleva la película bastante bien, filma con mucho acierto las escenas de acción, las peleas y las persecuciones sin que nada apabulle el auténtico punto fuerte del filme, la envidiable química entre Washington y Wahlberg. Incluso le proporciona un buen escenario, a medio camino entre la película fronteriza, el spaghetti western y el policíaco más contemporáneo, al que contribuyen asombrosamente bien un desatado Bill Paxton y un casi autoparódico Edward James Olmos. Entre todos ellos, sus secuaces, aliados y enemigos, son constantes las peleas y enfrentamientos, los tiroteos y los insultos, todo ello vestido con un disfraz de divertimento sincero y muy entretenido en el que no falta de nada, ni siquiera la casi obligatoria escena de desnudo (femenino, por supuesto), a cargo de una Paula Patton menos carismática que en Misión imposible. Protocolo fantasma. Gracias a todo eso, da igual lo hilarante y rocambolesco que pueda ser a ratos el guión.

2 Guns encierra multitud de detalles gozosos: diálogos, gestos, caracterizaciones, peleas... Dentro de esta alocada mezcla, un guiño divierte tanto como un retrovisor o un toro, y una propina da tanto juego como un disparo o unas tostadas. Es verdad que en torno a los dos tercios, cuando se acumulan las sorpresas y los giros de guión, la película tiene un ligero bajón, pero su enorme ritmo y la desenfadada diversión que propone solventan cualquier duda antes del alocado clímax y casi perfecto final. También es verdad que ni Denzel Washington ni Mark Wahlberg inventan nada en sus respectivas carreras, pero su química y el hecho de que su diversión rodando la película sea directamente proporcional al del espectador viéndoles compensa por completo cualquier leve síntoma de repetición. Y para rematar la faena, hay en la película un elemento que desatará las carcajadas del público español. Sobre todo del futbolero. Y seguro que Denzel Washington, Mark Walhberg o Baltasar Kormákur no entenderían una risa en ese momento concreto. Pero es una de muchas en una comedia de acción altamente recomendable.

lunes, mayo 27, 2013

'Un amigo para Frank', una hermosa reflexión sobre la amistad y la vejed

Un amigo para Frank ofrece un envoltorio que engaña. Porque parece una modesta película de ciencia ficción, un reverso amable de Moon en algunos sentidos, modesta en su planteamiento y en sus medios. Porque la etiqueta de "independiente" hará que mucha gente la mire de otra manera. Y porque se asemeja también a un filme pequeño, sin más aspiraciones que las de entretener con una historia bonita que no llega ni a los 90 minutos. Y, sin embargo, es mucho más que eso. Un amigo para Frank es una hermosa reflexión sobre temas como la amistad, la vejez o la paternidad. Es una historia bonita cuyo mayor enemigo es que no parece demasiado difícil ir adivinando por dónde va a tirar la historia (aunque esconde alguna sorpresa fascinante) pero que convence de principio a fin precisamente por esa sencillez de la que hace gala. Y por su impecable factura, además de por la interpretación de Frank Langella. Es una peliculita, pero una hermosa y divertida, de esas que provocan sonrisas con una facilidad admirable y que cuenta una historia humana tan sólida como bonita. Sí, una peliculita de esas que seguramente no verá demasiada gente. Por desgracia

En un futuro cercano que la película apenas muestra de una forma perceptible, los robots forman parte de nuestras vidas. En esa época indefinida, Frank (Frank Langella) es un tipo que vive solo en una casa en el campo, que no tiene demasiadas cosas que hacer en su vida más que ir a la biblioteca local a lamentar el progreso y a flirtear con la bibliotecaria (Susan Sarandon), y que vive de forma desordenada y sin objetivos. Y que empieza a tener problemas serios de memoria, para preocupación de sus hijos. Todo cambiará cuando su hijo, Hunter (James Mardsen), le obligue a aceptar un robot médico que cuide de él, una decisión que no comparte su hija, Madison (Liv Tyler), siempre viajando por trabajo. Frank y el robot, mal que le pese al primero, tendrán que aprender a convivir. Unas premisas sencillas y un desarrollo aparentemente liviano para una historia mucho más profunda, que se asoma a debates filosóficos (algo que señala incluso el mismo protagonista), vitales y humanos.

Lo que el debutante director Jake Schreier plantea no deja de ser una buddy movie con la base de una relación de amistad entre dos protagonistas sumamente diferentes. Y la genialidad está en captar la profundidad en un personaje que no tiene rostro humano ni expresividad en la mirada. La empatía del espectador con el de Frank Langella es sencilla. Es, además, un actorazo, con lo que no es difícil asumir y apreciar su parte de la historia, y que disfruta con su papel. ¿Pero el robot? Con la voz, fría pero no tanto en el fondo, de Peter Sarsgaard, el robot completa esa hermosa relación de amistad sobre la que se asienta la película. Están, de una forma u otra, en todas las escenas. Divierten y emocionan. Convencen. Como convence el guión de Christopher D. Ford a la hora de dar un sustento familiar a la historia. Las motivaciones de Hunter y Madison conducen a escenas tan emotivas como realistas, logradas y sinceras. A través de ellos se ve un retrato complejo sobre la paternidad, sobre la familia. Y regresando de nuevo a Langella, dan contexto a la reflexión sobre la vejez y sobre la enfermedad.

Las pocas pegas que se le puedan poner a Un amigo para Frank están en que hay cierta previsibilidad en el guión. Hay momentos impredecibles, sí, y estos son los que enmascaran en cierta medida los defectos, pero no parece probable que la historia avance de una forma diferente a lo que lo hace, adelantando en demasiadas ocasiones lo que va a suceder. Otra compensación a los puntos débiles está en la hábil recreación de los pocos aspectos de ese futuro cercano que estamos presenciando. Porque sin demasiado dinero, con apenas veinte días de rodaje y sin necesidad de recurrir a los efectos especiales de última generación, la continua presencia del robot y su habilidad para esconder los trucajes cinematográficos que están detrás de su creación hacen que ésta no sea una película al uso en algo que lleva la mencionada etiqueta de "independiente". La película es también, en ese sentido, un canto de amor a la robótica, como evidencian las imágenes que completan los títulos de crédito.

Un amigo para Frank es una de esas películas que surgen de vez en cuando y que dejan un buen rollo fascinante. Digo fascinante porque, además, ofrece elementos para la reflexión, para el disfrute, para la sonrisa y para el debate. Sus temas son trascendentes aunque su envoltorio parezca que no lo es tanto. Y aunque cinematográficamente no parezca tampoco gran cosa en un primer visionado, lo cierto es que Schreier se vale de planos bastante inteligentes para resaltar todo aquello que hace crecer la película, empezando por la magnífica interpretación de Langella, sin duda lo más logrado de una cinta que está francamente bien hecha. Lástima, una vez más, el retraso en su estreno. Llega a España casi un año después de que lo hiciera en Estados Unidos y año y medio después de que se viera en el Festival de Sundance, en enero de 2012. Su desembarco en los cines españoles se retrasó de marzo a julio. Y es una película fácilmente localizable en Internet desde hace meses. Una pena, porque tiene interés y sería bueno que mucha gente le diera una oportunidad. Se la merece.

lunes, diciembre 12, 2011

'Perros de paja', otro correcto e innecesario remake

Siempre que llega un remake digo lo mismo. No estoy en contra de que se hagan, no me parece una muestra de falta de ideas, sino un deseo de recuperar las buenas, actualizarlas, expandirlas, modernizarlas, incluso honrarlas. Eso, por supuesto, en un mundo ideal en el que quienes hacen películas sólo buscan llevar a la pantalla historias de calidad. Ahora toca bajar a la realidad y admitir que es verdad que son muchos los remakes que producen decepción. Perros de paja es uno más en esa lista de innecesarias revisiones. Y es innecesearia porque escoge el camino de la copia y no de la revisión, de la continuidad y no de la originalidad. No es mala película esta nueva aproximación a Perros de paja, no. Es correcta, está bien llevada y, al menos, no ha rebajado el dramático nivel de violencia que tenía el filme original, algo siempre tentador en estos tiempos que vivimos de la corrección extrema. ¿Pero era necesario teniendo ya aquella joya de Sam Peckinpah? No, seguramente no.

El primer problema al que tiene que hacer frente el remake de Perros de paja es que el filme original de Peckimpah, como casi todos los de este realizador, son hijos de su tiempo. La descarnada violencia que impregnaba la película de 1971, en absoluto carente de ambigüedad y dobles lecturas, aquella que impregnó tantas y tan míticas películas de comienzos de los años 70 era un grito de libertad cinemotográfica cuando fue concebido. ¿Hoy? El nivel de violencia de la historia ya no nos es ajeno, al contrario, las artes visuales se han contagiado de esta vertiente y lo que muestra Perros de paja no asombra de la misma manera. Entonces se hablaba de lo necesario o superfluo que era ver violencia en el cine. Hoy, al hablar de Perros de paja, ese ya no es el debate y no lo va a ser. Al menos, como decía, este remake mantiene el nivel del orginal en este sentido. No hay rebajas en las escenas más duras de la película, si acaso algo más gráfico que lo visto en la aproximación de Peckinpah en la resolución de la historia, pero más o menos lo mismo.

Los cambios que acomete Rod Lurie, guionista y director del remake, no son sustanciales. Son pequeños detalles que actualizan la historia y la acercan al público moderno y americano, pero nada más. El protagonista ya no es un matemático, sino un guionista. Los hechos no tienen lugar en un pueblo inglés, sino en uno norteamericano, de Mississippi. Toques muy menores que no justifican en absoluto una nueva aproximación a la historia. En el tono, hay una levemente mayor condescencia con respecto a la violencia que la que mostró la película de Peckinpah, pero tampoco es tan destacable. Perros de paja, la de 1971, hablaba de los límites que tiene que soportar una persona antes de estallar, hablaba de cuánto dolor se puede aguantar sin responder, de si los principios son válidos en situaciones en las que salvaguardar la propia integridad física merecería apostar por una salida que algunos tacharían de cobarde. Todo eso sigue aquí. Pero ya lo hemos visto antes.

Lo que no logra Lurie es mostrar la debilidad del protagonista de la que se pueden aprovechar los matones del pueblo en la violenta vorágine cuyos hechos se precipitan en el cuarto final de la película. Dustin Hoffman era el actor ideal para representarlo, James Mardsen no. Y no porque lo haga mal, al contrario, tiene cierto carisma y encaja bien con Kate Bosworth. Pero aunque se le intente mostrar mucho más bajo que su antagonista, un mucho más convincente Alexander Skarsgard, no termina de llenar las necesidades del personaje. En realidad, lo mejor de la película lo aporta en sus primeras escenas, más que en las últimas, el desatado personaje de James Woods o el más que interesante Dominic Purcell. Las actuaciones, de hecho, se convierten en el mayor aliciente de la película, toda vez que el objetivo es ir calcando todo lo que sucedía en el original: la casa a reparar, el desnudo en el baño, el gato, el disparo en el pie, la trampa para osos... Todo estaba ya en aquella Perros de paja que hoy muchos, sobre todo los que limitan el repaso al cine a lo que se encuentran en la cartelera cada semana, por desgracia ni siquiera conocerán.

La ambigüedad que podía flotar sobre la obra de Peckinpah (y sobre todo de los sentimientos del personaje femenino principal), aquí se convierte en un simbolismo que, en todo caso, parece demasiado sencillo y algo reiterativo. Se siente el ambiente opresivo de un pequeño pueblo sureño, como en el original era de la Inglaterra más rural, con el que se recibe a una pareja, en la que ella ha crecido allí y él es un completo extraño que intenta adaptarse pero no termina de entender las costumbres del lugar. Todo eso sí lo capta Lurie. Pero la película no adopta nunca un tono independiente y propio, es deudora en casi todo, esencialmente en todo lo bueno, del título de 1971. Incluso el cartel de la película es prácticamente idéntico. Quien vea este Perros de paja no se va a encontrar, en absoluto, con una mala película. Pero tendemos a olvidar el original cuando un remake llega hasta nosotros y, para qué engañarnos, la cinta de Peckinpah es mucho más en todos los aspectos, y sobre todo por el momento histórico en que llegó a los cines.