lunes, octubre 07, 2013
'Runner Runner', corrección y caras conocidas
viernes, noviembre 23, 2012
'Golpe de efecto', los tópicos no pueden con Clint Eastwood
Cada vez que se estrena una película con el beisbol como telón de fondo parece que son necesarias más explicaciones de las necesarias. Una vez más, no, no es una película para fans de este deporte tan americano que los demás mortales no serán capaces de entender o disfrutar. Es una película decente, correcta y que se deja ver con sumo agrado. Quizá sí le saquen algo más de jugo a algunas escenas quienes entienden algo de deporte (en general, no necesariamente sobre este), porque comprenderán muchas de las motivaciones de los personajes con mayor facilidad. Pero no es una película de beisbol. Aún así, insisto que solo para quienes quieran entender esas conexiones, es divertido colocar esta película como la antítesis de Moneyball. Aquella genialidad quizá no lo suficientemente bien valorada era el retrato de la nueva forma de entender el deporte que daba la tecnología. Golpe de efecto es lo contrario. Es la glorificación de los métodos más tradicionales. Y por eso la presencia de Clint Eastwood es sencillamente sublime.
El director de Sin Perdón, Mystic River, Million Dollar Baby, Cartas desde Iwo Jima y tantas otras maravillas no actuaba desde Gran Torino, de 2008. Y no lo hacía en una película que no dirigiera él mismo desde En la línea de fuego, de 1993. Solo por ese detalle, Golpe de efecto es ya una película apreciable. Clint ya sabe llorar, y emociona al hacerlo, pero domina mucho más los registros que le convirtieron en un icono. Es imposible no ver en este Gus Lobel, un viejo ojeador de béisbol que empieza a sufrir problemas de vista y al que algunos en su equipo quieren jubilar para dar paso a nuevos métodos (recordemos, de nuevo, la escena de Moneyball en la que Brad Pitt se enfrenta a su equipo de ojeadores), trazas del Walt Kowalsky de Gran Torino y, por qué no decirlo, por extensión también del mítico Harry Calahan (en el flashback de la película casi se ve al viejo Harry el Sucio). Clint, nunca suficientemente valorado como actor aunque sí como director, domina como nadie personajes como este. Y solo por escucharle gruñir (sí, gruñir) en pantalla ya merece la pena la película (y más en versión original).
La película es tan correcta como tópica. El padre gruñón, la hija responsable con la que apenas es capaz de comunicarse, el joven que aparece para recordar su admiración por el padre y se va enamorando de la hija... y de fondo un tema más o menos pintoresco que aquí es el béisbol. Nada nuevo, nada que chirríe, y todo encaminado a un final más que previsible. Pero por el camino, como decía, Clint Eastwood se topa con la mejor réplica femenina que ha encontrado en años. Amy Adams es una actriz deslumbrante que arriesga en cada papel que hace. Golpe de efecto no es una excepción, sino una confirmación. Una más. Como La duda o The fighter, por citar dos de sus grandes trabajos. Hay tantos matices en su mirada, en su rostro, en su sonrisa contenida y en sus lágrimas que merece la pena detenerse en cada plano en el que aparece. Justin Timberlake asume el papel de secundario en esa relación. No es más que el empujón dramático de algunas secuencias, pero funciona con corrección. Y, una vez más, es un placer ver al mejor John Goodman. Que haya juntado este trabajo con Argo es una espléndida noticia.
Pero hay que asumir que la razón principal para ver Golpe de efecto es Clint Eastwood. Se le vende como protagonista de la película, y da la sensación de que su papel se ha alargado, cuando en realidad el motor del filme siempre parece asumirlo con más claridad el personaje de Amy Adams. Y eso no es malo, porque Clint siempre será Clint. Nunca es tarde para recordar que podemos estar ante una de sus últimas interpretaciones y que verle en una película de estreno será un placer que no tendremos para siempre. Por eso vale la pena disfrutar de Golpe de efecto. Por eso y por su envidiable química con la espléndida Amy Adams. O por esos diálogos de viejos cascarrabias sobre cine (delirante el diálogo comparando a Ice Cube... con Robert De Niro). O, también, por ensalzar los valores del deporte que tan bien quedan en el cine norteamericano. Aunque sea blanda, con algún toque siniestro a lo Mystic River o Gran Torino, no hace daño ver una película amable de vez en cuando. Y más con Clint, tan grande como siempre.
jueves, diciembre 08, 2011
'In time', interesante aunque insuficiente fábula futurista
Gattaca determinó para siempre la carrera de Niccol. Guionista y director de aquella hermosísima película de ciencia ficción, todo un estudio sobre la condición humana y un título de culto casi desde su estreno, confirmó que tenía un futuro brillante con el libreto de la formidable y no del todo valorada como se merece El show de Truman, dirigida por Peter Weir. Pero después de estas dos joyas, Niccol se ha convertido en un director y guionista más inconstante. Como decía, me atraen sus pretensiones pero sus películas me decepcionan en cierta medida. Me sucedió con Simone, que debía ser una ácida crítica al mundo del cine y que se quedó en un cuento entretenido, y me pasó con El señor de la guerra, que tenía que haber sido un furibundo ataque al mundo en que vivimos y que no termina de ser redonda. Por supuesto, sucede también con In Time, que presenta un mundo futuro fascinante en el que el dinero ha sido sustituido por el tiempo. Todos los seres humanos dejan de envejecer fisicamente a los 25, pero entonces sólo les queda un año de vida... más el tiempo que puedan conseguir con su trabajo, sus apuestas, sus intercambios. La inmortalidad al alcance de la mano, pero a la vez impensable.
El escenario resulta fascinante desde numerosos puntos de vista, y hubiera resultado fácil hacer con él incluso una parábola sobre la situación económica actual, pero ese concepto apenas le resulta interesante a Niccol y sólo lo utiliza como mínima excusa. Su interés se desvía a lo humano, y gracias a ello consigue un arranque de película muy bueno, sin dudo lo mejor del filme. En ese tiempo hay dos escenas llenas de lirismo, poesía y emoción que recuerdan a las mejores partes de Gattaca, bien acompañadas por la música de Craig Armstrong y muy bien montadas. Ahí parece que In Time va a ser más de lo que acaba siendo realmente. Y es que a partir de ese momento, a Niccol lo que le atrae es el contraste de mundos (los pobres en tiempo, permanentemente cercanos a la muerte, y los ricos, los que se pueden permitir una vida de lujos) y el thriller más puro de persecuciones. Cae, por ello, en el tópico de formar una pareja joven y atractiva, en la que pesan más los intensos ojos azules de los dos actores elegidos que su capacidad para formar personajes sólidos.
A Justin Timberlake no se le puede negar el intento de no encasillarse, ya que busca papeles y géneros muy diferentes con cada película. No obstante, está todavía lejos de provocar la misma fascinanción que consiguió en La red social. Amanda Seyfried maneja un personaje que logra más en lo visual que en lo argumental. Es difícil entender sus motivaciones en esta película, en la que sí pone en pantalla un enorme atractivo físico. Ambos personajes son bastante más endebles de lo que requiere una historia como ésta, y son claramente superados por el guardián del tiempo, un policía de la época, que interpreta Cillian Murphy (el Espantapájaros en las películas de Batman de Christopher Nolan), un buen retrato de la obsesión pero que Niccol resuelve de forma fría y quizá injusta con las expectativas que levanta. Incluso en Olivia Wilde, en un papel secundario, se intuye una cierta frialdad que no evita, eso sí, su emocionante participación en una de esas dos secuencias poéticas de las que hablaba antes. No se puede decir de los actores, como de la película en general, que estén mal, pero deja una sensación desasosegante tener sobre la mesa un filme con posibilidades que no cuajan.
Lo que termina destacando en In Time es la acción, sus persecuciones bien rodadas y bien ejecutadas, pero son demasiadas las películas que se costruyen sobre esa base y ésta, con su notable arranque, prometía bastante más. Sigue siendo una película interesante, que ayuda a seguir configurando la filmografía de un director y guionista que al menos arranca sus proyectos desde perspectivas originales y novedosas, y cuenta con un reparto lo suficientemente atractivo y carismático como para que entretenga durante sus 104 minutos. Pero tenía ganas de ver a Andrew Niccol volviendo a demostrar la genialidad que emana de Gattaca. Y es una pena porque In Time tenía, indudablemente, el potencial y los argumentos para recuperar esas sensaciones, pero los atisbos de trascendencia se queda en el primer cuarto del filme y los de crítica social se asumen arrinconados en el último. Como entretenimiento, en todo caso, cumple, pero habrá que seguir esperando esa nueva película sobresaliente en la carrera de su creador. Ya prepara The Host, otro título de ciencia ficción que promete. Veremos.
jueves, septiembre 22, 2011
'Con derecho a roce', el disfrutable cliché que no quería ser
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El arranque es atractivo, porque comienza con una doble ruptura, las de los personajes de Mila Kunis y Justin Timberlake con sus respectivas parejas (atención al divertidísimo cameo de Emma Stone). Vaya con la comedia románica, eso sí que es empezar con una declaración de intenciones. Pero no, todo es un espejismo. La profunda renovación que necesita la comedia romántica no está aquí. Con más o menos diversión y casi siempre con bastante estilo (a pesar de abusar de la herramienta fácil, el sexo), Con derecho a roce es una nueva reunión de actores jóvenes de moda que sólo con su carisma ya son capaces de hacer creíble la más estrambótica histórica de amor. Eso sí, cuando a uno le ponen la miel tan cerca de los labios para después arrebatársela, es inevitable que quede cierto poso de decepción. Todo muy bonito, sí, muy recomendable para ver en pareja (si la pareja quiere ver una historia de amor feliz), pero al fin y al cabo lo mismo de siempre. Si ésta destaca por algo en particular es precisamente porque en muchos momentos no quiere ser esa misma comedia romántica de siempre.
Con derecho a roce crece en diversos momentos y por razones muy diferentes, casi siempre cuando está lejos de la comedia romántica. Comienza siendo un hermoso canto de amor a Nueva York (es imposible no caer rendido a los pies de la Gran Manzana en la media hora inicial... ¿o es a los de Jamie, el personaje de Mila Kunis), y más adelante se intenta equilibrar con el mismo spot publicitario de Los Ángeles (que es de donde procede Dylan, el personaje de Justin Timberlake). Hay un claro desequilibrio, en el que sale venciendo Nueva York. Y es que la película, emocionalmente, es de Mila Kunis casi siempre. Es su corazón el que marca el ritmo. Sin embargo, en la puesta en escena gana Justim Timberlake. El motivo esencial es que junto a él están los personajes más atractivos de la película: el periodista deportivo gay que interpreta un desatado y divertidísimo Woody Harrelson, el padre con alzheimer al que da vida el magnífico Richard Jenkins o la protectora hermana que incorpora Jenna Elfman. Kunis, en cambio, sólo aporta a una desaprovechada Patricia Clarckson, que daba más juego a pesar de que su papel, también, es un cliché muy explotado recientemente.
Kunis viene de deslumbrar en Cisne negro, aunque su brillo quedara demasiado eclipsado por Natalie Portman. De hecho, es curioso que las dos actrices hayan escogido dos películas tan parecidas para suceder al drama de ballet de Darren Aronofsky. Portman hizo la insulsa Sin compromiso, Kunis optó por esta Con derecho a roce. Vienen a tratar el mismo tema, con dos amigos que acaban acostándose acordando que no haya entre ellos una relación sentimental, pero si hay combate entre ambas ésta es clara ganadora. ¿Por qué? Pues para empezar porque aquí Kunis sí le gana la partida por goleada a Natalie Portman. La estrella de Cisne Negro está incómoda en películas inofensivas y brilla con los papeles difíciles. Kunis, en cambio, desborda aquí simpatía y naturalidad, como en Cisne Negro supo inquietar. Aquí domina con mucho acierto los altibajos emocionales de su personaje y encaja en todas y cada una de las escenas de la película, en las mejores y en las peores. Por ella merece la pena ver Con derecho a roce. También por Timberlake, por supuesto, que recupera el magnetismo que desprendía en La red social (y hace olvidar su mala interpretación en la también mala Bad teacher).
Es innegable que Con derecho a roce cae en más tópicos de los que seguramente le hubiera gustado. El clásico guión cíclico, que repite en el clímax final todas aquellas cosas que va enunciando en la primera mitad del filme, no ayuda mucho, como tampoco algunas situaciones un tanto absurdas (¿tiene algún sentido la sesión de fotos de deportistas desnudos?) o repetitivas (¿hacían falta tantas escenas de cama entre ellos dos si ya ha quedado claro que se acuestan pero no son pareja? El sexo vende. Y actores cotizados en ropa interior o desnudos, también). Pero es igualmente innegable que la película tiene momentos muy divertidos (como la repetida opinión de Dylan sobre el papel del piloto de un avión, una de ellas con el brillante cameo de Masi Oka, el Hiro Nakamura de Héroes), bromas sobre (¿contra?) Hollywood (fantástica la de George Clooney) y diálogos muy hábiles y rápidos. Por eso, su hora y tres cuartos se pasa, en realidad, volando. Y no es hasta el final cuando uno se da cuenta de que ha visto un cliché. Será que lo han hecho bien, porque hasta ese momento disfruté de lo lindo aun sabiendo que no estaba precisamente viendo Ciudadano Kane.
martes, noviembre 02, 2010
'La red social', fachada moderna y fondo clásico para un peliculón
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Con sólo ocho películas como director en su filmografía, Fincher ya es, por méritos propios, uno de los directores de referencia del cine norteamericano de finales del siglo XX y comienzos del XXI. No me parece descabellado decir de él que la mitad de sus títulos rozan la perfección y en casi todos los demás hay elementos de interés. Y no me parece en absoluto desacertado decir que sus tres últimas películas se encuentran en ese grupo de excelencia, lo que le convierten además es un director en forma, capaz de abrazar diferentes géneros, formatos y medios de contar las historias más distintas entre sí. Le van las historias humanas (como aquí), le va el policiaco (Seven y Zodiac), le va el romance (El curioso caso de Benjamin Button). Le va lo que quiera, y por eso dará menos miedo asistir a su adaptación de uno de los femónenos literarios (mediáticos más bien) de los últimos tiempos, la saga Millenium, su propia película. Y aunque ahora todo son alabanzas a Fincher (ojo a los Oscar, que ya suena y con fuerza), me quedo con la sensación de que, siendo La red social un título espléndido, está un peldaño por debajo de sus dos anteriores trabajos.
El juego con la estructura clásica que Fincher hace en La red social queda de manifiesto desde la primera escena. Durante buena parte de la película, es hasta lícito preguntarse qué hace ahí esa conversación entre Mark Zuckerberg (un espléndido Jesse Eisenberg) y la chica con la que está saliendo (una interesante Rooney Mara, protagonista de la nueva Pesadilla en Elm Street y de la próxima película de Fincher, que aquí tiene un papel breve pero capital). Parece que sólo pretende sentar las bases de un trepidante filme, de ritmo intensísimo de principio a fin, de diálogos rápidos, ácidos y mordaces. Pero no. La esencia temática de la película está ahí, como queda de manifiesto en varias ocasiones a lo largo de la película y, sobre todo, en ese espléndido final que brindan Fincher y el guionista Aaron Sorkin, basándose en el libro de Ben Mezrich sobre la web probablemente más famosa y utilizada del mundo. Pero la película no va sobre Facebook, no. Esa es la excusa. La que ha permitido un marketing curioso para publicitar la película. Esa es la parte moderna, la clásica es la que marca el camino de Fincher.
Clásica porque, en realidad, estamos aquí ante la más típica historia de amistades y traiciones. Dos amigos que montan una empresa. Uno de ellos se ha inspirado (por decirlo de forma aséptica, dejar que cada cual tome partido por quien quiera es otro de los grandes aciertos de la película) en la idea de otros compañeros, que luchan por reclamar su parte. Por el camino, el otro amigo (magnífico Andrew Garfield, el próximo Spiderman) se va quedando descolgado en favor de la figura idolatrada del primero y se va dando cuenta de que la vida real es más compleja que la vida virtual. El primero de los amigos se sabe solo. Se siente por encima de la mayoría, pero lamenta su soledad aunque no sepa cómo demostrarlo. La amistad se rompe, los amigos se enfrentan. Y Fincher narra todo esto con un halo de inevitabilidad que se presiente durante todo el filme, que le dota de una grandeza difícil de alcanzar... pero al mismo tiempo de una cierta frialdad, que es donde reside el punto más débil de la película, porque no se atreve a retrarar con más firmeza a los caídos en esta lucha de amigos y enemigos. Pero todo temáticamente clásico.
Lo que cambia es el modo de narrar la historia. No lo sabemos hasta que no pasan unos minutos, pero estamos asistiendo a un enorme flashback que ocupa toda la película hasta la escena final. Ahí rompe Fincher las reglas del cine más convencional, haciendo interactuar la escena presente y el flashback de una forma magistral (tanto crédito en esta faceta merecen los montadores, Kirk Baxter y Angus Well, como en el ritmo frenético del filme los compositores Trent Reznor y Atticus Ross). Esa escena presente, por cierto, entronca con la más clásica tradición de cine de juicios, a pesar de que el set no sea un tribunal. Y allí crecen las miradas y los diálogos, los actores y el guión. Clásico, muy clásico (también en la duración, unos ajustados 120 minutos que contribuyen a la fuerza del relato), a pesar de que Internet lo inunde todo y de que el montaje convierta a Fincher en un director de lo más contemporáneo. Y clásico, porque los encuadres de Fincher hablan mucho más que los de la mayoría de los directores actuales.
La red social es una película sobresaliente, casi imprescindible. Pero corre el riesgo de ser ahogada por su propia fama. Es uno de esos títulos en los que todo el mundo parece ver genialidad, por encima incluso de la que realmente hay. Insisto en que para mí no es la mejor película de David Fincher. Pero es un peliculón. Así, con letras grandes, las que vayan haciendo justicia a un director siempre valiente.