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viernes, noviembre 14, 2014

'Escobar. Paraíso perdido', ¿dónde está Escobar?

Lo más sorprendente de Escobar. Paraíso perdido, viendo el título de la película, su cartel y la promocionadísima caracterización de Benicio del Toro como el narcotraficante colombiano, es que Pablo Escobar no es el protagonista de la película. Resulta tentador pensar que la intención de la cinta de Andrea Di Stefano, que debuta como realizador, quiere hacer de Escobar una presencia, una poderosa fuerza motora de todo lo que acontece en su historia. Pero pronto resulta evidente que no es así, que en realidad se trata de una historia que busca el protagonismo de un actor mucho más joven y que simplemente utiliza la figura de Escobar, que si no fuera por la escena en la que acaba entregado al Gobierno colombiano podría ser cualquier otro personaje. Esto sería un detalle menor si la película funcionara, pero Di Stefano se pierde en largas escenas que no necesitan semejante extensión para llegar a un filme de dos horas en el que los personajes aparecen muy poco desarrollados.

El problema, por tanto, es el guión. Lejos de querer hacer una biografía de Escobar, aunque sea lo que sugiera su título, el protagonista de la historia es Nick Brady (Josh Hutcherson), un joven canadiense que acompaña a su hermano a Colombia para vivir en la playa y montar allí un pequeño negocio (que esa simple puesta en contexto se haga tan tarde y tan mal es una muestra clara de que algo falla), y que acaba relacionándose con el cartel de Escobar (Benicio del Toro). Es el típico relato del personaje fuera de su contexto natural que, esta vez por amor, acaba encerrado en una situación de la que tendrá que intentar escapar desesperadamente. Esa es la historia que cuenta Paraíso perdido (que en pantalla prescinde del nombre de Escobar en el título, con mucha más lógica que la promocional). El proceso hasta llegar ahí es más o menos irrelevante aunque Di Stefano le dedique un tiempo desmedido que compone el larguísimo flashback que supone la primera mitad de la película.

Que el guión no termina de desarrollar a los personajes (los secundarios casi nada en absoluto, pero incluso también los protagonistas) resta valor a la pretendidamente ominosa presencia de Escobar. Hay algunos momentos que impresionan, pero en realidad da la sensación de que Benicio del Toro está con el piloto automático, mostrándose capaz de interpretar de la misma manera a cualquier personaje histórico latinoamericano, tanto dado que sea el Che Guevara para Steven Soderberg o aquí Escobar para Di Stefano. Quien no conozca demasiado a la figura real, no entenderá con la película los motivos por los que se entrega, por los trafica o por los que cuida tanto en apariencia de los suyos. Ni siquiera, en realidad, porqué desencadena lo que cuenta la cinta en su segunda mitad. Aún reconociendo la genialidad habitual de Del Toro, su Escobar sabe a poco. Y Josh Hutcherson se mantiene en su papel, el mismo que interpreta en Los juegos del hambre, aquí o en cualquier película que le demande una mirada de intensidad y poco más.

Luego llega otro problema, y es el del contexto. Si todos los personajes han de ser colombianos salvo el de Nick, sorprende escuchar a Del Toro en la versión original pronunciando nombres en español como si él fuera el norteamericano, o el acento perfectamente español de Claudia Traisac (superando la excesiva ingenuidad que el guión da a su personaje, su trabajo es de largo lo más interesante de la película). Quién sí hace una clara inmersión en su personaje colombiano es Carlos Bardem. Son, de nuevo, detalles, pero con esos mismos detalles comienza a desmoronarse el castillo de naipes que en realidad es la película. Tienes sus escenas destacadas (la conversación entre Nick y Escobar viendo el partido de fútbol), pero al final da la sensación de que deja escapar las mejores posibilidades que hay sobre la mesa. Ni siquiera el clímax consigue la épica que necesita y que venía ya dada por el evento real que marcó la vida del propio Escobar y que se escoge como pivote esencial de la película. Demasiadas posibilidades desaprovechadas para tan poca película.

viernes, noviembre 22, 2013

'Los juegos del hambre. En llamas', mejorando la saga

El reto de una secuela ha de ser la mejora del original. Los juegos del hambre. En llamas sin duda mejora el resultado de la película que dio inicio a la saga. Esa es la primera consideración a la que obliga el filme, reconociendo que avanza en prácticamente todos los sentidos y mejora algunos de los problemas que hicieron que Los juegos del hambre fuera una película en general decepcionante. Y dentro de esa mejora, funciona bastante mejor una primera hora que sí ofrece las sensaciones adecuadas en torno al mundo que muestra, las que no terminaba de mostrar la primera película, que los elementos de acción de la segunda parte. Funciona mejor la intriga política y las confrontaciones personales que hay en ese primer acto, y los dilemas morales de Katniss (Jennifer Lawrence), que la lucha por la supervivencia planteada en esta entrega. Entretiene mucho más que la primera, a pesar de que su duración, cercana a las dos horas y media, es tan exagerada para lo que plantea como ya le sucedió a la primera parte.

Si hay algo que no cuajó en Los juegos del hambre fue la credibilidad y la trascendencia del mundo que creaba. El arranque de En llamas viene a suplir todo lo que faltaba en aquella. Aunque en realidad sea un problema que sentar las bases de un universo tenga que llegar en la segunda película de una franquicia, lo cierto es que ahí está lo mejor de las dos películas. En las conversaciones que mantienen Katniss y el presidente Snow (Donald Sutherland), éste con Plutarch Heavensbee (Philip Seymour Hoffman), el nuevo alto mando a cargo del funcionamiento de los juegos, y éste con la propia Katniss. Es ahí donde se esconden las mejores claves de la película, en sus palabras, en sus gestos y en sus comportamientos a partir de esos diálogos. Y eso es porque estas escenas sí fundamentan el mundo de Los juegos del hambre, el presente, el pasado y el que está por venir en las próximas películas basadas en los libros de Suzanne Collins.

Hay un pequeño bajón de intensidad precisamente donde este tipo de cine suele crecer, y es cuando arrancan los juegos de esta entrega. La acción, pese al habitual esfuerzo para hacerla más impactante y espectacular, no deja de ser un más de lo mismo. Entretenido, sin duda, pero ya visto. Antes, en cambio, se ha planteado un entorno político más que atractivo. Katniss descubre los problemas y los dilemas de su nueva posición, avanza como personaje atormentado y complejo, no sólo como una bidimensional heroína de película, que es lo que llegaba a parecer en la primera entrega. Incluso, y a pesar de que ahí están los mayores tópicos del filme, interesa el triángulo amoroso que forma ella con su compañero tributo del distrito 12, Peeta (Josh Hutcherson), y Gale (Liam Hemsworth), pero no tanto por el lado más sentimental sino por la motivación que eso supone para Katniss. Incluso están mucho mejor aprovechados los personajes secundarios, con unos Woody Harrelson y Stanley Tucci mucho más contenidos y una Elizabeth Banks más importante en la trama y no sólo en la imagen.

Con En llamas, Los juegos del hambre da el necesario paso adelante, aunque la saga mantiene algunos de los defectos que aquejan a todo el cine contemporáneo que se corta por patrones similares en casi todos los terrenos, incluyendo la exagerada duración el más que previsible giro final, que se apunta durante todo el filme sin reparo alguno. Vista la segunda entrega, da la sensación de que lo mejor es lo que está por venir y, en realidad y con cierta crueldad (seguro que así lo juzgarán los aficionados a las novelas), se puede decir que lo que hemos visto hasta ahora se podría haber liquidado en una introducción de la tercera película, que es la que en realidad promete ser la valiente historia de fantasía y aventura con trasfondo social que se intuye en la sinopsis de Los juegos del hambre. Con todo, y abstrayéndose de sus flaquezas, un digno entretenimiento que supera a su predecesora.