Monte
Buscar setas en el monte es respirar el aire puro y húmedo. Agachar la vista y fijarla en el suelo. Hasta que escuecen los ojos. De vez en cuando agacharse y comprobar que eso que asoma entre la hierba no es una seta, que es una piedra o la corteza de un árbol viejo. Y seguir buscando. Levantar la vista y mirar el horizonte, pero luego bajar la vista para seguir buscando.
martes, noviembre 11, 2008
lunes, noviembre 03, 2008
Bruce Lee
Media mañana.
Se acerca un señor a la ventanilla para enviar una carta certificada. Es un señor chino, o japonés, o coreano, y veo que se parece extraordinariamente a Bruce Lee, el rey de las artes marciales de mi adolescencia. Hasta sonríe como sonreía él. Furia oriental, Operación Dragón. Recuerdo el cine Astoria, las butacas rojas, las sesiones dobles y continuas de los domingos. La oscuridad, los sueños. El acomodador que se cabreaba y apuntaba con la luz de la linterna a los que alborotaban. Las risas. La música, Laura Antonelli en las películas italianas. La vida, que hierve. Los sueños. La carta, que pesa, que franqueo, que cobro. Bruce Lee, que se marcha.
Media mañana.
Se acerca un señor a la ventanilla para enviar una carta certificada. Es un señor chino, o japonés, o coreano, y veo que se parece extraordinariamente a Bruce Lee, el rey de las artes marciales de mi adolescencia. Hasta sonríe como sonreía él. Furia oriental, Operación Dragón. Recuerdo el cine Astoria, las butacas rojas, las sesiones dobles y continuas de los domingos. La oscuridad, los sueños. El acomodador que se cabreaba y apuntaba con la luz de la linterna a los que alborotaban. Las risas. La música, Laura Antonelli en las películas italianas. La vida, que hierve. Los sueños. La carta, que pesa, que franqueo, que cobro. Bruce Lee, que se marcha.
jueves, octubre 30, 2008
E
En la consulta del oftalmólogo.
Mi padre se sienta en el sillón para graduarse la vista. Todo oscuro, excepto la porción de pared iluminada por el proyector. Va enumerando letras, y las acierta hasta que ya son demasiado pequeñas para su vista cansada.
En el límite en el que ya no ve la silueta de una E (mayúscula, solitaria, monumental) dice que no ve la letra pero que le parece que ese borrón es la figura de un coche marcha atrás.
“¿Cómo que un coche?”, pregunta el médico. Mi padre dice que no le parece un coche visto desde atrás, no, sino un coche visto desde delante, pero reculando, dando marcha atrás.
En la consulta del oftalmólogo.
Mi padre se sienta en el sillón para graduarse la vista. Todo oscuro, excepto la porción de pared iluminada por el proyector. Va enumerando letras, y las acierta hasta que ya son demasiado pequeñas para su vista cansada.
En el límite en el que ya no ve la silueta de una E (mayúscula, solitaria, monumental) dice que no ve la letra pero que le parece que ese borrón es la figura de un coche marcha atrás.
“¿Cómo que un coche?”, pregunta el médico. Mi padre dice que no le parece un coche visto desde atrás, no, sino un coche visto desde delante, pero reculando, dando marcha atrás.
martes, octubre 14, 2008
jueves, octubre 09, 2008
Libros
Ayer ordené los libros que tengo en casa. Ya no queda sitio en la librería que ocupa toda una pared, la más ancha, de una habitación. Esta librería fue el primer mueble que entró en mi anterior casa, antes incluso que una cama, y la que después vino conmigo a la casa en la que ahora vivimos. Yo mismo mandé cortar sus baldas, yo mismo la ensamblé (junto con un amigo manitas, que me ayudó). Yo mismo (yo solo) estuve a punto de intoxicarme al barnizarla.
Después de llenar la primera librería, que llega hasta el techo, añadimos otra, en la pared de enfrente, y también se llenó. Luego compramos unas estanterías para colocar encima del marco de la puerta, y ya está atestada. La mesilla de noche del dormitorio tiene varias pilas de libros sobre ellas...
Ya no caben más, me dice mi familia. El lugar que ocupan los libros podría estar ocupado por otras cosas. Tienen razón. Lo comprendo. Aunque voy mucho a la biblioteca pública, iré más, y esperaré que les lleguen los títulos que todavía no tienen.
Pero yo, cada cierto tiempo, ordeno los libros. Toda la gente sabe que los libros se desordenan solos. Lo hacen porque son traviesos y hasta promiscuos, y para permitirnos el placer de ordenarlos, y también el placer de reencontrar títulos que nos ponen el corazón en la boca, y nos recuerdan quienes fuimos y lo que somos. Ayer, por ejemplo, volví a tener en mis manos El río del olvido, de Julio Llamazares, y Subir a por aire, de George Orwell, dos libros que leí hace muchos años, y que estaban ahí, agazapados, esperándome. Estuve manoseándolos, releyéndolos, acariciándolos, como si los hubiera echado de menos sin saberlo. Por eso puedo asegurar que seguiré comprando libros, aunque comprendo que no debería..
miércoles, octubre 01, 2008
Sola
Hoy cumplo cuarenta y tres años. Dios mío, cuarenta y tres años. Ahí están ellos, metidos en la cueva de su habitación, el Messenger a todo trapo, las paredes llenas de carteles de cantantes con narices perforadas por aros dorados, mirando páginas pornográficas en la pantalla del ordenador, mientras yo soplo las velas imaginarias de la tarta de mi cumpleaños, porque estos hijos míos han vuelto a olvidarse del cumpleaños de su madre.
Antonio ha venido muy cansado. Está harto en el trabajo. No duerme bien. Dice que quizás debamos posponer lo de salir a cenar. Por si fuera poco, en el último análisis el antígeno prostático le ha vuelto a subir y tendremos que ir al urólogo. Le han citado con urgencia. “No me gusta que me los palpen, no me gusta”, dice mientras el doctor efectúa las palpaciones, buscando, sopesando la posibilidad de una alteración en los testículos, que afortunadamente nunca se produce.
Qué mayores, Dios mío. Cercanos a los cincuenta. Antonio rozándolos: cuarenta y ocho. Me debo a mí misma una mamografía y una liposucción. Un cursillo de yoga. Un balneario. Un fin de semana en Paris. Una aventura con el chaval de la pescadería, que me mira con ojos acuosos cuando me entrega los boquerones, que se fija en mi escote cuando me da la vuelta, que admira mi culo cuando me marcho.
Si no habrá cumplido todavía los veinte. ¿Tendrá novia? Seguro que sí. Podría ser mi hijo. Me mira como si fuera un cocodrilo dispuesto a devorarme, con esas manos enguantadas que colocan la merluza escurridiza, que remolonean entre las gambas y hacen sonar el cascabel de las chirlas.
Este muchacho, con la locura de la juventud, podría proponerme alguna vez una locura.
Y yo le contestaría que no. Le diría que me siento muy halagada, pero que lo nuestro es imposible; que él es muy joven y yo muy mayor. No, no le diría que soy muy mayor. Le diría que tengo esposo e hijos.
Él insistiría. Se frotaría las manos enguantadas en el mandil chorreante. Me miraría a los ojos con esa cara de animal de la selva que tiene, a punto de rugir, a punto de devorarme.
Y entonces yo no podría resistirme. Ya no. Me sería imposible y sucumbiría, y debo dejar de tocarme, ya estoy de nuevo soñando, que bien se está en la cama, con las piernas abiertas, sola, tranquila, con los ojos cerrados, y me amaría y me diría que me quiere...
Hoy cumplo cuarenta y tres años. Dios mío, cuarenta y tres años. Ahí están ellos, metidos en la cueva de su habitación, el Messenger a todo trapo, las paredes llenas de carteles de cantantes con narices perforadas por aros dorados, mirando páginas pornográficas en la pantalla del ordenador, mientras yo soplo las velas imaginarias de la tarta de mi cumpleaños, porque estos hijos míos han vuelto a olvidarse del cumpleaños de su madre.
Antonio ha venido muy cansado. Está harto en el trabajo. No duerme bien. Dice que quizás debamos posponer lo de salir a cenar. Por si fuera poco, en el último análisis el antígeno prostático le ha vuelto a subir y tendremos que ir al urólogo. Le han citado con urgencia. “No me gusta que me los palpen, no me gusta”, dice mientras el doctor efectúa las palpaciones, buscando, sopesando la posibilidad de una alteración en los testículos, que afortunadamente nunca se produce.
Qué mayores, Dios mío. Cercanos a los cincuenta. Antonio rozándolos: cuarenta y ocho. Me debo a mí misma una mamografía y una liposucción. Un cursillo de yoga. Un balneario. Un fin de semana en Paris. Una aventura con el chaval de la pescadería, que me mira con ojos acuosos cuando me entrega los boquerones, que se fija en mi escote cuando me da la vuelta, que admira mi culo cuando me marcho.
Si no habrá cumplido todavía los veinte. ¿Tendrá novia? Seguro que sí. Podría ser mi hijo. Me mira como si fuera un cocodrilo dispuesto a devorarme, con esas manos enguantadas que colocan la merluza escurridiza, que remolonean entre las gambas y hacen sonar el cascabel de las chirlas.
Este muchacho, con la locura de la juventud, podría proponerme alguna vez una locura.
Y yo le contestaría que no. Le diría que me siento muy halagada, pero que lo nuestro es imposible; que él es muy joven y yo muy mayor. No, no le diría que soy muy mayor. Le diría que tengo esposo e hijos.
Él insistiría. Se frotaría las manos enguantadas en el mandil chorreante. Me miraría a los ojos con esa cara de animal de la selva que tiene, a punto de rugir, a punto de devorarme.
Y entonces yo no podría resistirme. Ya no. Me sería imposible y sucumbiría, y debo dejar de tocarme, ya estoy de nuevo soñando, que bien se está en la cama, con las piernas abiertas, sola, tranquila, con los ojos cerrados, y me amaría y me diría que me quiere...
miércoles, septiembre 24, 2008
Curvatura
Cuando te equivocas y quieres hacer un cambio de sentido para volver sobre tus pasos resulta casi imposible, porque hay muy pocos cambios de sentido en esta carretera, y no están señalizados.
Si transitas por la M-45 (sobre todo de noche), y te equivocas, el espacio entre el lugar del que saliste y el lugar al que pretendes llegar puede llegar a parecer la metáfora de toda una vida.
lunes, septiembre 22, 2008
Hospital (II)
Algo va mal
_ cuando se habla de la “pastillita azul”, de la “pastillita gorda” o de la “pastillita de las tres de la mañana” en lugar de Requip, Stalevo o Seriquel.
_ cuando por las noches tus riñones le encuentran el punto al butacón del acompañante.
_ cuando comienzas a identificar los turnos de los enfermeros.
_ cuando, en la bandeja de la cena, crees ver correr a los guisantes del lomo a la jardinera.
Algo va mal
_ cuando se habla de la “pastillita azul”, de la “pastillita gorda” o de la “pastillita de las tres de la mañana” en lugar de Requip, Stalevo o Seriquel.
_ cuando por las noches tus riñones le encuentran el punto al butacón del acompañante.
_ cuando comienzas a identificar los turnos de los enfermeros.
_ cuando, en la bandeja de la cena, crees ver correr a los guisantes del lomo a la jardinera.
viernes, septiembre 19, 2008
jueves, septiembre 18, 2008
miércoles, septiembre 17, 2008
Impaciencia
A veces mi impaciencia me lleva a utilizar la cuchara de madera y probar una salsa humeante a medio hacer, o el caldo de un potaje que lleva cociendo horas.
Me escaldo y luego estoy días o semanas con el paladar insensible. (La gente cree que chasqueo la lengua por asentir en una conversación o porque me parece interesante lo que acabo de oír, pero es, simplemente, que no me siento la puntita contra los dientes).
A veces mi impaciencia me lleva a utilizar la cuchara de madera y probar una salsa humeante a medio hacer, o el caldo de un potaje que lleva cociendo horas.
Me escaldo y luego estoy días o semanas con el paladar insensible. (La gente cree que chasqueo la lengua por asentir en una conversación o porque me parece interesante lo que acabo de oír, pero es, simplemente, que no me siento la puntita contra los dientes).
martes, septiembre 16, 2008
Noche/día
Se acaban las fiestas del pueblo. Mediodía del último día. Me convencen para ir a misa (misa por los difuntos). Pasamos por la plaza. Hay cascos de botellas por todas partes. Ni rastro de la orquesta que anoche maltrataba pasodobles. Leve dolor de cabeza.
Sentado en el banco de la iglesia oigo la perorata del cura. Miro las baldosas del suelo, tan viejas, tan deslucidas. Las miro fijamente.
jueves, septiembre 11, 2008
Visita
Vas a casa de tus padres a hacerles una visita. Tomas un café, hablas un buen rato con ellos. La salud, siempre la salud. Los vecinos, la familia, el verano que acaba.
De pronto, de camino a la cocina, abres la que fue tu habitación y, durante una milésima de segundo, no la reconoces. No reconoces ni la litera, ni los libros, ni los Juegos Reunidos, ni la Enciclopedia Argos, ni las cintas magnetofónicas. Crees ver la estela de otro ahí, en la litera, un extraño, fumando a las tantas, apoyado en el marco de la ventana.
Vas a casa de tus padres a hacerles una visita. Tomas un café, hablas un buen rato con ellos. La salud, siempre la salud. Los vecinos, la familia, el verano que acaba.
De pronto, de camino a la cocina, abres la que fue tu habitación y, durante una milésima de segundo, no la reconoces. No reconoces ni la litera, ni los libros, ni los Juegos Reunidos, ni la Enciclopedia Argos, ni las cintas magnetofónicas. Crees ver la estela de otro ahí, en la litera, un extraño, fumando a las tantas, apoyado en el marco de la ventana.
viernes, septiembre 05, 2008
Tiempo
Un hombre que fue mi vecino, con el que no crucé ni dos palabras en muchos años, que no me saludaba cuando nos veíamos en el portal, que se marchó debiendo no sé cuantas cuotas de la comunidad de propietarios, se me acerca en el bar, mientras tomo una cerveza con unos amigos, y me pregunta cómo me va y qué tal le va a mi familia. Pincha una aceituna del plato, se la mete en la boca y se despide sin esperar que le conteste.
Un hombre que fue mi vecino, con el que no crucé ni dos palabras en muchos años, que no me saludaba cuando nos veíamos en el portal, que se marchó debiendo no sé cuantas cuotas de la comunidad de propietarios, se me acerca en el bar, mientras tomo una cerveza con unos amigos, y me pregunta cómo me va y qué tal le va a mi familia. Pincha una aceituna del plato, se la mete en la boca y se despide sin esperar que le conteste.
miércoles, septiembre 03, 2008
Cercanías
La obstinada melancolía de estas tardes nubladas, de calima y sudor. Estación de tren. Cercanías. Llevo un libro para leer, pero no leo. Levanto la vista. Un hombre narigudo, con el pelo ensortijado y barba de varios días, que viste pantalón corto, fuma y mira al andén de enfrente. Seguramente pensará en las cervecitas que tomará al llegar a casa.
Varias muchachas con ropa de escote superlativo parecen cansadas. Sus movimientos son tan lánguidos que merecerían estar en la playa, al sol, y no esperando un tren.
Una señora habla por teléfono. “Ya llego, ya llego...”, dice.
Llega el tren y subimos. Somos muchos. Un hombre tiene el pie desnudo sobre el asiento de enfrente, y con ese gesto desanima a los que nos queremos sentar. Luce un gesto como de reto, parece apretar los dientes mientras nos enseña su pie. El pie es largo y sus dedos, enormes, están ahí en medio del asiento.
Después de un día de citas telefónicas con médicos, de rellenar papeles y más papeles, de buscar la sombra de las paredes de los edificios en mi deambular por Madrid, este pie desnudo y maleducado me hace desear el motivo, la razón que redima el día. Lo deseo con toda mi alma (un instante, una mirada, unas palabras), pero puede que este día no tenga redención. Me quedo de pie. Intento leer.
La obstinada melancolía de estas tardes nubladas, de calima y sudor. Estación de tren. Cercanías. Llevo un libro para leer, pero no leo. Levanto la vista. Un hombre narigudo, con el pelo ensortijado y barba de varios días, que viste pantalón corto, fuma y mira al andén de enfrente. Seguramente pensará en las cervecitas que tomará al llegar a casa.
Varias muchachas con ropa de escote superlativo parecen cansadas. Sus movimientos son tan lánguidos que merecerían estar en la playa, al sol, y no esperando un tren.
Una señora habla por teléfono. “Ya llego, ya llego...”, dice.
Llega el tren y subimos. Somos muchos. Un hombre tiene el pie desnudo sobre el asiento de enfrente, y con ese gesto desanima a los que nos queremos sentar. Luce un gesto como de reto, parece apretar los dientes mientras nos enseña su pie. El pie es largo y sus dedos, enormes, están ahí en medio del asiento.
Después de un día de citas telefónicas con médicos, de rellenar papeles y más papeles, de buscar la sombra de las paredes de los edificios en mi deambular por Madrid, este pie desnudo y maleducado me hace desear el motivo, la razón que redima el día. Lo deseo con toda mi alma (un instante, una mirada, unas palabras), pero puede que este día no tenga redención. Me quedo de pie. Intento leer.
martes, septiembre 02, 2008
Calor
Ayer hizo calor durante todo el día, pero no demasiado. Sé que otros días de este verano han sido más calurosos. Sin embargo, por la noche estábamos viendo la televisión y mi espalda sudaba. Me toqué la frente y sudaba. Luego, acostado en la cama, di vueltas y vueltas hasta que, en medio de la madrugada, oí en la calle el ruido del camión de la basura. Creo recordar que me dormí con las manos cruzadas sobre mi vientre, con la vista fijada en el techo de la habitación, y con el ruido de la trituradora del camión de la basura resonando en mis oídos.
Ayer hizo calor durante todo el día, pero no demasiado. Sé que otros días de este verano han sido más calurosos. Sin embargo, por la noche estábamos viendo la televisión y mi espalda sudaba. Me toqué la frente y sudaba. Luego, acostado en la cama, di vueltas y vueltas hasta que, en medio de la madrugada, oí en la calle el ruido del camión de la basura. Creo recordar que me dormí con las manos cruzadas sobre mi vientre, con la vista fijada en el techo de la habitación, y con el ruido de la trituradora del camión de la basura resonando en mis oídos.
domingo, agosto 31, 2008
Cocina
Termino de preparar una carne en salsa. Friego todos los platos, los utensilios. Recojo la cocina. Me sorprendo pasando el mocho de la fregona por el suelo, intentando que reluzca, que brille. Retorciendo, escurriendo el agua, volviendo a pasarlo. Apretando, apretando hasta que sudo y me duelen los hombros. Y el suelo no reluce.
Se acaban las vacaciones. Mañana hay que volver al trabajo.
Termino de preparar una carne en salsa. Friego todos los platos, los utensilios. Recojo la cocina. Me sorprendo pasando el mocho de la fregona por el suelo, intentando que reluzca, que brille. Retorciendo, escurriendo el agua, volviendo a pasarlo. Apretando, apretando hasta que sudo y me duelen los hombros. Y el suelo no reluce.
Se acaban las vacaciones. Mañana hay que volver al trabajo.
jueves, agosto 28, 2008
Cine
Se está muy bien en el vestíbulo enmoquetado y fresquito. Todo es perfecto porque el cuenco de las palomitas huele bien y hay mamás y papás con sus niños esperando a entrar que tienen la misma cara que tú, una cara de expectación y a la vez de cansancio. Te sientes miembro de una comunidad.
Se abren las puertas, pesadas, y penetramos en la sala, que huele a pino.
A las butacas solo le falta el acelerador y el embrague para parecer asientos de un coche deportivo. A un lado, el agua; al otro, las palomitas. En las primeras filas un niño se despereza, otro llora como un verraco. La mujer de delante tiene un cuello extraordinariamente largo (sensual). Miramos la pantalla obsesivamente.
La película es infantil y tiene su gracia, pero a los pocos minutos dejo que la mente se ponga a vagar por ahí, a lo suyo. Nadie me ve, puedo cerrar los ojos. Me comprometo con ella, con mi mente: que vague hasta los créditos, hasta que se enciendan las luces. Luego, a pensar en la cena. Y en mañana.
Se está muy bien en el vestíbulo enmoquetado y fresquito. Todo es perfecto porque el cuenco de las palomitas huele bien y hay mamás y papás con sus niños esperando a entrar que tienen la misma cara que tú, una cara de expectación y a la vez de cansancio. Te sientes miembro de una comunidad.
Se abren las puertas, pesadas, y penetramos en la sala, que huele a pino.
A las butacas solo le falta el acelerador y el embrague para parecer asientos de un coche deportivo. A un lado, el agua; al otro, las palomitas. En las primeras filas un niño se despereza, otro llora como un verraco. La mujer de delante tiene un cuello extraordinariamente largo (sensual). Miramos la pantalla obsesivamente.
La película es infantil y tiene su gracia, pero a los pocos minutos dejo que la mente se ponga a vagar por ahí, a lo suyo. Nadie me ve, puedo cerrar los ojos. Me comprometo con ella, con mi mente: que vague hasta los créditos, hasta que se enciendan las luces. Luego, a pensar en la cena. Y en mañana.
martes, agosto 26, 2008
Verano
Da uno un puntapié a una piedra y parece que resuena, calle abajo (y la calle no está inclinada). Hay en los bancos del parque gente sentada, que gesticula: las mujeres plisándose la falda, los hombres mesándose los cabellos. No sé si llegarán a una conclusión. No es necesario hablar. En verano quizás sea mejor el silencio. Dar todo por supuesto. Dejar pasar el tiempo.
Da uno un puntapié a una piedra y parece que resuena, calle abajo (y la calle no está inclinada). Hay en los bancos del parque gente sentada, que gesticula: las mujeres plisándose la falda, los hombres mesándose los cabellos. No sé si llegarán a una conclusión. No es necesario hablar. En verano quizás sea mejor el silencio. Dar todo por supuesto. Dejar pasar el tiempo.
sábado, agosto 23, 2008
jueves, agosto 21, 2008
Avión
Me sorprendo mirando la lista de los fallecidos. Hay familias enteras. Desaparecidas para siempre. Lo dejo.
No he querido comprar hoy el periódico porque no quería ponerme frente al dolor, pero lo leo en internet, no puedo dejar de leerlo. Quizás para ver si hay una razón, aunque sea mínima, por la que suceden estas tragedias. Quizás para hacerme con un pequeño y mínimo porcentaje de ese dolor y así poder compartirlo, qué iluso.
Me sorprendo mirando la lista de los fallecidos. Hay familias enteras. Desaparecidas para siempre. Lo dejo.
No he querido comprar hoy el periódico porque no quería ponerme frente al dolor, pero lo leo en internet, no puedo dejar de leerlo. Quizás para ver si hay una razón, aunque sea mínima, por la que suceden estas tragedias. Quizás para hacerme con un pequeño y mínimo porcentaje de ese dolor y así poder compartirlo, qué iluso.
miércoles, agosto 20, 2008
Verano
Estas tardes de verano de Madrid, esta flama que nos quema.
Paseas y te ves reflejados en los escaparates de las tiendas, todas cerradas hasta septiembre (ambos inclusive, siempre amos inclusive). Las aceras, los portales, los árboles, todos los objetos lucen como un polvillo de no ser usados. Están las terrazas de los bares llenos de gente cansada, que se toma la cerveza como medicina. Los semáforos tienen una cadencia de película sueca y hacen que esperes para cruzar (ahí quietecito) aunque no se vea un coche en kilómetros a la redonda.
Estas tardes de verano de Madrid, esta flama que nos quema.
Paseas y te ves reflejados en los escaparates de las tiendas, todas cerradas hasta septiembre (ambos inclusive, siempre amos inclusive). Las aceras, los portales, los árboles, todos los objetos lucen como un polvillo de no ser usados. Están las terrazas de los bares llenos de gente cansada, que se toma la cerveza como medicina. Los semáforos tienen una cadencia de película sueca y hacen que esperes para cruzar (ahí quietecito) aunque no se vea un coche en kilómetros a la redonda.
domingo, agosto 17, 2008
Aniversario
Ese hombre al que se le murió la hija el año pasado después de mil sesiones de quimioterapia tiene este año una huerta espléndida. Atraviesa con la azada al hombro las calles del pueblo con una entereza que pasma, llega a la huerta y se agacha entre los surcos, rebuscando tomates, y espantando a los grajos, que picotean las pequeñas sandías en las matas.
Su mujer, vestida de negro, sale a comprar el pan (se extraña de que la hogaza haya subido diez céntimos) y barre la puerta de su casa.
Ese hombre al que se le murió la hija el año pasado después de mil sesiones de quimioterapia tiene este año una huerta espléndida. Atraviesa con la azada al hombro las calles del pueblo con una entereza que pasma, llega a la huerta y se agacha entre los surcos, rebuscando tomates, y espantando a los grajos, que picotean las pequeñas sandías en las matas.
Su mujer, vestida de negro, sale a comprar el pan (se extraña de que la hogaza haya subido diez céntimos) y barre la puerta de su casa.
lunes, agosto 11, 2008
Constatación
Si tienes tiempo siéntate un rato y acaríciate el cuero cabelludo con paciencia, poco a poco, relajadamente. Flexiona los codos, articula tus manos, y aprieta con la yema de los dedos sobre tu cabeza. Sin masajear, solo palpando. Verás como, más pronto o más tarde, encuentras una especie de hoyo, una pequeña hendidura en tu perímetro craneal. Pues bien: por ahí es por donde se escapan todas tus ideas geniales que nunca consigues llevar a la práctica.
Si tienes tiempo siéntate un rato y acaríciate el cuero cabelludo con paciencia, poco a poco, relajadamente. Flexiona los codos, articula tus manos, y aprieta con la yema de los dedos sobre tu cabeza. Sin masajear, solo palpando. Verás como, más pronto o más tarde, encuentras una especie de hoyo, una pequeña hendidura en tu perímetro craneal. Pues bien: por ahí es por donde se escapan todas tus ideas geniales que nunca consigues llevar a la práctica.
miércoles, agosto 06, 2008
Abuela
Mi abuela era pequeñita y con un nervio de apretar los dientes. Se quedó viuda en la guerra, cuando su marido prefirió irse con los milicianos a quedarse con su mujer y su hijo recién nacido. La última vez que le vieron fue a lomos de un caballo requisado.
Mi abuela comía gajos de naranja con mendrugos de pan, y decía que las mejores patatas que había probado eran las chirimoyas.
Si recuerdo las sopas de tomate que preparaba mi abuela se me saltan las lágrimas. Si me pongo a pensar en gallinas, o en los surcos de la huerta, o en olivos se me viene a la mente mi abuela, y parece que me acariciara.
Mi abuela decía feregorífico o faamacia en lugar de frigorífico o farmacia, pero ha sido una de las personas más sabias que he conocido. Era sabia no por lo que decía sino por lo que se callaba.
lunes, agosto 04, 2008
lunes, julio 28, 2008
Málaga (V)
Los niños hacen agujeros en la arena de la playa como si quisieran llegar a las antípodas. Pequeños tesoros en cubos de plástico azul: un cangrejo y cien pequeños guijarros.
Algunas mujeres se agarran los pechos como si fueran a escaparse. Otras tensan los músculos y se acarician las rodillas.
Las sombrillas parecen parabólicas para el móvil: la gente habla al auricular y parece pensar en otra cosa. Las boyas que se ven allá a lo lejos son el punto y seguido del horizonte.
Las páginas de los libros se llenan de sal y parecen pergaminos. Lecturas sobre la indolencia.
Hay gente que se relame en las duchas de la playa. Que se lava los pies de forma bíblica.
Caminar por la arena que quema para volver, para dejar paso a los que llegan.
Los niños hacen agujeros en la arena de la playa como si quisieran llegar a las antípodas. Pequeños tesoros en cubos de plástico azul: un cangrejo y cien pequeños guijarros.
Algunas mujeres se agarran los pechos como si fueran a escaparse. Otras tensan los músculos y se acarician las rodillas.
Las sombrillas parecen parabólicas para el móvil: la gente habla al auricular y parece pensar en otra cosa. Las boyas que se ven allá a lo lejos son el punto y seguido del horizonte.
Las páginas de los libros se llenan de sal y parecen pergaminos. Lecturas sobre la indolencia.
Hay gente que se relame en las duchas de la playa. Que se lava los pies de forma bíblica.
Caminar por la arena que quema para volver, para dejar paso a los que llegan.
martes, julio 22, 2008
Málaga (IV)
La casa que hemos alquilado es una casa grande y fresca. Esta casa está enclavada en un barrio de Málaga que antes fue pueblo. Es un barrio con reminiscencias agrícolas, eso hasta lo puedo notar yo: todo tierra fértil y llana, todo naranjos y limoneros a lo largo de la carretera, el verdor de los enormes árboles aguacateros tras las vallas. Aquí hubo una cooperativa que se dedicaba a la caña de azúcar y que llegó a contar con 102 socios.
Mucho dinero, me dice el vecino, aquí los tractores no paraban. Pero vino la crisis de la caña, y después vinieron los bancos. ¿Ve usted donde está el caballo? Pues eso van a ser naves industriales. Es de La Caixa.
La casa que hemos alquilado es una casa grande y fresca. Esta casa está enclavada en un barrio de Málaga que antes fue pueblo. Es un barrio con reminiscencias agrícolas, eso hasta lo puedo notar yo: todo tierra fértil y llana, todo naranjos y limoneros a lo largo de la carretera, el verdor de los enormes árboles aguacateros tras las vallas. Aquí hubo una cooperativa que se dedicaba a la caña de azúcar y que llegó a contar con 102 socios.
Mucho dinero, me dice el vecino, aquí los tractores no paraban. Pero vino la crisis de la caña, y después vinieron los bancos. ¿Ve usted donde está el caballo? Pues eso van a ser naves industriales. Es de La Caixa.
domingo, julio 20, 2008
Málaga (III)
Estamos esperando para pagar el periódico que hemos cogido del expositor. La gente camina ya hacia la playa como iban los Beatles por aquel paso de cebra famoso, a grandes zancadas. Una señora, supongo que asturiana, ve venir a una pareja de guiris con la piel enrojecida. Tan enrojecida que parece que vayan a arder, tan enrojecida que da miedo verlos, que dan ganas de rascarse, pero suavemente. La señora dice: “Cuézome”. Luego me mira y repite, como disculpándose: “Es verlos, y cuézome”.
Estamos esperando para pagar el periódico que hemos cogido del expositor. La gente camina ya hacia la playa como iban los Beatles por aquel paso de cebra famoso, a grandes zancadas. Una señora, supongo que asturiana, ve venir a una pareja de guiris con la piel enrojecida. Tan enrojecida que parece que vayan a arder, tan enrojecida que da miedo verlos, que dan ganas de rascarse, pero suavemente. La señora dice: “Cuézome”. Luego me mira y repite, como disculpándose: “Es verlos, y cuézome”.
miércoles, julio 16, 2008
Málaga (II)
Todas las mañanas nos despertaba el relinchar de un caballo. Te asomabas a la ventana y no había amanecido, pero el caballo ramoneaba entre los cardos, relinchando en el silencio de la madrugada. Mi hija le puso de nombre Charlie y en algunas ocasiones se acercó a acariciarlo. Yo le puse Puto Despertador, y creo que se reía de nosotros, veraneantes de pacotilla.
Luego, ya despierto, iba a la cocina, me sentaba frente a la ventana, con el fresquito de la mañana, y me ponía a leer durante una hora o dos, hasta que el sol empezaba a subir y me daba en la cara. El tiempo para leer a David Torres, Anna Gavalda o Samuel Bentrechit se lo debo al relinchar de un caballo en la madrugada.
Todas las mañanas nos despertaba el relinchar de un caballo. Te asomabas a la ventana y no había amanecido, pero el caballo ramoneaba entre los cardos, relinchando en el silencio de la madrugada. Mi hija le puso de nombre Charlie y en algunas ocasiones se acercó a acariciarlo. Yo le puse Puto Despertador, y creo que se reía de nosotros, veraneantes de pacotilla.
Luego, ya despierto, iba a la cocina, me sentaba frente a la ventana, con el fresquito de la mañana, y me ponía a leer durante una hora o dos, hasta que el sol empezaba a subir y me daba en la cara. El tiempo para leer a David Torres, Anna Gavalda o Samuel Bentrechit se lo debo al relinchar de un caballo en la madrugada.
martes, julio 15, 2008
Málaga
En los chiringuitos había camareros que andaban entre las mesas como los toreros en la plaza. En las mesas, platos de pescado con el lomo dorado y aceitunas respingonas. Cervezas frías, manteles de papel, pan en colines y moscas habituales que se sabían el camino hacia la espalda desnuda de los clientes.
En los chiringuitos había camareros que andaban entre las mesas como los toreros en la plaza. En las mesas, platos de pescado con el lomo dorado y aceitunas respingonas. Cervezas frías, manteles de papel, pan en colines y moscas habituales que se sabían el camino hacia la espalda desnuda de los clientes.
martes, junio 17, 2008
lunes, junio 02, 2008
Días (III)
Acerco a los niños al colegio. Dentro del coche huele a tabaco. Parece que los semáforos se cierran al verme llegar. Los cristales se empañan. Las farolas siguen encendidas a pesar de que hace rato que ha amanecido.
Luego aparco en doble fila a la puerta de casa para que Vero lo recoja (miro hacia la ventana y está todavía encendida) y voy andando hasta el metro. La gente a esa hora corre y yo también corro. El torniquete del metro no funciona, así que me cuelo. Tengo metrobús, pero me cuelo. El del violín del pasillo de la línea 7 ya está desenfundándolo. Camino deprisa. Nadie es capaz de caminar despacio en el metro: sería arrollado. Los que mueren arrollados o víctimas de algún ataque (de histeria, al corazón, de tristeza) son arramblados en los depósitos que hay tras esas puertas pequeñas que existen en algunos pasillos. Los vigilantes jurados nos vigilan a todos, por si desfallecemos.
Acerco a los niños al colegio. Dentro del coche huele a tabaco. Parece que los semáforos se cierran al verme llegar. Los cristales se empañan. Las farolas siguen encendidas a pesar de que hace rato que ha amanecido.
Luego aparco en doble fila a la puerta de casa para que Vero lo recoja (miro hacia la ventana y está todavía encendida) y voy andando hasta el metro. La gente a esa hora corre y yo también corro. El torniquete del metro no funciona, así que me cuelo. Tengo metrobús, pero me cuelo. El del violín del pasillo de la línea 7 ya está desenfundándolo. Camino deprisa. Nadie es capaz de caminar despacio en el metro: sería arrollado. Los que mueren arrollados o víctimas de algún ataque (de histeria, al corazón, de tristeza) son arramblados en los depósitos que hay tras esas puertas pequeñas que existen en algunos pasillos. Los vigilantes jurados nos vigilan a todos, por si desfallecemos.
sábado, mayo 31, 2008
Días (II)
Despertamos a los niños. Desayunan —desayunamos— y se visten para el cole sin pelearse demasiado. Las dos mochilas, un cuaderno de deberes del pequeño que cae al suelo. Mi papá y mi mamá, pone en el papel cuadriculado. Dos figuras flanqueadas por flores y con el sol coronándolas. Compruebo que el papá tiene la cabeza muy gorda y solamente un ojo y pregunto por qué.
—Un indio te clavó una flecha— dice el niño. —Luego vino Peter Pan a salvarte pero no pudo hacer nada y te quedaste tuerto para siempre en el país de Nunca Jamás.
—Cómete las galletas.
—En mi cole hay un niño terrorista—dice.
—Calla y come.
Antes de salir de casa regreso al cuarto de baño, por si evacuo. Pero no. Me miro al espejo. El desodorante es espumoso y la colonia no huele, ni bien ni mal. Dios mío, puede ser que me haya puesto espuma de afeitar en los sobacos, me digo mientras cierro la puerta y bajamos en el ascensor. El mayor le hace muecas al pequeño y éste le atiza en el estómago con la mochila. Recuerdo que esta tarde tenemos cita con el dentista.
Despertamos a los niños. Desayunan —desayunamos— y se visten para el cole sin pelearse demasiado. Las dos mochilas, un cuaderno de deberes del pequeño que cae al suelo. Mi papá y mi mamá, pone en el papel cuadriculado. Dos figuras flanqueadas por flores y con el sol coronándolas. Compruebo que el papá tiene la cabeza muy gorda y solamente un ojo y pregunto por qué.
—Un indio te clavó una flecha— dice el niño. —Luego vino Peter Pan a salvarte pero no pudo hacer nada y te quedaste tuerto para siempre en el país de Nunca Jamás.
—Cómete las galletas.
—En mi cole hay un niño terrorista—dice.
—Calla y come.
Antes de salir de casa regreso al cuarto de baño, por si evacuo. Pero no. Me miro al espejo. El desodorante es espumoso y la colonia no huele, ni bien ni mal. Dios mío, puede ser que me haya puesto espuma de afeitar en los sobacos, me digo mientras cierro la puerta y bajamos en el ascensor. El mayor le hace muecas al pequeño y éste le atiza en el estómago con la mochila. Recuerdo que esta tarde tenemos cita con el dentista.
jueves, mayo 29, 2008
Días
¿Qué es lo que uno busca si no es la esencia de las cosas? Parece que si tomamos una jornada con la punta de los dedos y la pasamos por la trituradora de la vida debería quedar un limo rico, una pasta esencial que sirviera para abonar el resto de nuestros días. Así debería ser, pienso después de que suene el despertador y me levante por la parte izquierda de la cama. Mi mujer lo hace por la parte derecha y le da un manotazo al reloj. El hilo que parece unirnos se rompe de nuevo, como todas las mañanas. De la cama al cuarto de baño hay ocho baldosas y una de ellas está descascarillada. Me ducho. Compruebo que sigo estreñido. El peine tiene una púa quebrada.
¿Qué es lo que uno busca si no es la esencia de las cosas? Parece que si tomamos una jornada con la punta de los dedos y la pasamos por la trituradora de la vida debería quedar un limo rico, una pasta esencial que sirviera para abonar el resto de nuestros días. Así debería ser, pienso después de que suene el despertador y me levante por la parte izquierda de la cama. Mi mujer lo hace por la parte derecha y le da un manotazo al reloj. El hilo que parece unirnos se rompe de nuevo, como todas las mañanas. De la cama al cuarto de baño hay ocho baldosas y una de ellas está descascarillada. Me ducho. Compruebo que sigo estreñido. El peine tiene una púa quebrada.
sábado, mayo 24, 2008
lunes, mayo 12, 2008
Parejas
Ya en las librerías mi segundo libro de cuentos.
Estos son once cuentos sobre el mundo de las parejas. Cada uno de ellos es una mirada que se posa en esos dos seres, hombre y mujer, y todo lo que a su alrededor hay, para descubrir la esperanza, la infidelidad, la rutina o el desengaño.
Las vacaciones en la playa, los amigos de la infancia, los compañeros de trabajo... Todo cabe en el mundo imperfecto de las parejas.
Y es que, ya saben, cada pareja es un mundo. A veces tan grande como un agujero negro en el Universo, a veces tan pequeño como un agujero en el bolsillo.
domingo, mayo 11, 2008
Mafia
Qué obsesión. Según varios periódicos, Ginés, el sheriff de Coslada, tenía en su casa más de 30 enormes cestas de navidad sin abrir, probable pago en especie de sus víctimas. Le imagino saltando entre cestas de navidad desde el salón hasta la cocina, pasando por el pasillo entre cestas y más cestas, tropezando entre jamones, tabletas de turrón y botellas de licor.
Qué obsesión. Según varios periódicos, Ginés, el sheriff de Coslada, tenía en su casa más de 30 enormes cestas de navidad sin abrir, probable pago en especie de sus víctimas. Le imagino saltando entre cestas de navidad desde el salón hasta la cocina, pasando por el pasillo entre cestas y más cestas, tropezando entre jamones, tabletas de turrón y botellas de licor.
sábado, mayo 10, 2008
Metro
Estoy frente a ella, entre tanta gente. Se abren y cierran las puertas, pasan las estaciones. Viaja leyendo un libro, que parece sacarle las emociones a la cara, a los ojos, a la sonrisa. No consigo ver el título, pero es un libro que me gustaría leer. A veces cierra los ojos y parece recapacitar. Se enrosca en los dedos un mechón de su media melena y parece viajar en otro vagón de metro, un vagón para ella sola, sin que nadie la moleste, rumbo a una especie de isla que solitaria y paradisíaca.
No es una mujer y tampoco una niña. Repito que me gustaría saber el título del libro que lee, y también saber algo de su vida. Estoy seguro de que todavía no tiene nada de lo que arrepentirse verdaderamente —no le ha dado tiempo a tropezar— y de que piensa que todo en esta vida tiene arreglo.
La miro, ella se da cuenta. Continúa leyendo. Abre las piernas y se rasca con unos dedos de uñas largas. La tela del vaquero, esa tela elástica, suena como si se rasgaran cortinas kilométricas, en medio del traqueteo del metro. Suena como una bestia al salir de la madriguera. Suena como el papel rasgado de un regalo. Se levanta unos centímetros y se rasca el culo. Raca, raca. Sigue sonando, prevalece el ruido ante el anuncio de la próxima estación en los altavoces.
Estoy frente a ella, entre tanta gente. Se abren y cierran las puertas, pasan las estaciones. Viaja leyendo un libro, que parece sacarle las emociones a la cara, a los ojos, a la sonrisa. No consigo ver el título, pero es un libro que me gustaría leer. A veces cierra los ojos y parece recapacitar. Se enrosca en los dedos un mechón de su media melena y parece viajar en otro vagón de metro, un vagón para ella sola, sin que nadie la moleste, rumbo a una especie de isla que solitaria y paradisíaca.
No es una mujer y tampoco una niña. Repito que me gustaría saber el título del libro que lee, y también saber algo de su vida. Estoy seguro de que todavía no tiene nada de lo que arrepentirse verdaderamente —no le ha dado tiempo a tropezar— y de que piensa que todo en esta vida tiene arreglo.
La miro, ella se da cuenta. Continúa leyendo. Abre las piernas y se rasca con unos dedos de uñas largas. La tela del vaquero, esa tela elástica, suena como si se rasgaran cortinas kilométricas, en medio del traqueteo del metro. Suena como una bestia al salir de la madriguera. Suena como el papel rasgado de un regalo. Se levanta unos centímetros y se rasca el culo. Raca, raca. Sigue sonando, prevalece el ruido ante el anuncio de la próxima estación en los altavoces.
sábado, mayo 03, 2008
Desvelado
Me duermo con Mi abuelo, el librito de Valerie Mréjen, abierto sobre el pecho. Creo que sonrío antes de caer en el sueño.
Despierto a media noche pensando en un amigo al que hace tiempo que no veo. A finales de la primavera esquila ovejas. Durante el verano ejerce de bombero en los montes de Navarra, subido a una torreta, mirando con prismáticos, por si ve humo. Vive en una casa con paredes de piedra. Posee un caballo. Se fabrica su propio licor de hierbas. Es un licor que si lo bebes está rico, pero luego duele la cabeza.
Miro por la ventana. Bebo un vaso de leche.
Por las noches hay silencio, pero a veces suenan las sirenas de los coches de bomberos, que salen por ahí, a apagar fuegos. O los de la policía, que visitan las zonas de bares de copas.
Me duermo con Mi abuelo, el librito de Valerie Mréjen, abierto sobre el pecho. Creo que sonrío antes de caer en el sueño.
Despierto a media noche pensando en un amigo al que hace tiempo que no veo. A finales de la primavera esquila ovejas. Durante el verano ejerce de bombero en los montes de Navarra, subido a una torreta, mirando con prismáticos, por si ve humo. Vive en una casa con paredes de piedra. Posee un caballo. Se fabrica su propio licor de hierbas. Es un licor que si lo bebes está rico, pero luego duele la cabeza.
Miro por la ventana. Bebo un vaso de leche.
Por las noches hay silencio, pero a veces suenan las sirenas de los coches de bomberos, que salen por ahí, a apagar fuegos. O los de la policía, que visitan las zonas de bares de copas.
sábado, abril 26, 2008
Sábado
Amanece uno en la cama con una revelación. Puede ser que recuerdes el lugar en el que pusiste la factura que ayer buscabas por todas partes. Puede ser que tengas conciencia de que hoy es sábado y que el fin de semana está para disfrutarlo.
De cualquier manera, abres los ojos, te levantas y te pones el primer café del día.
Amanece uno en la cama con una revelación. Puede ser que recuerdes el lugar en el que pusiste la factura que ayer buscabas por todas partes. Puede ser que tengas conciencia de que hoy es sábado y que el fin de semana está para disfrutarlo.
De cualquier manera, abres los ojos, te levantas y te pones el primer café del día.
jueves, abril 24, 2008
Mañana
A veces voy andando a trabajar. Son veinte minutos, la vida es eterna en veinte minutos. Ya amanece y solo están iluminados los cajeros automáticos de los bancos. Te cruzas siempre con las mismas personas, que van siempre con prisa. Hay una mujer que camina como si desfilara. Dos rumanos van siempre riendo, y eso llama la atención a las siete de la mañana.
Paso por delante de una fuente que parece que me refresca. Gotea, y la luz de la farola ilumina el pequeño charco en la baldosa. Corro, que no llego.
A veces voy andando a trabajar. Son veinte minutos, la vida es eterna en veinte minutos. Ya amanece y solo están iluminados los cajeros automáticos de los bancos. Te cruzas siempre con las mismas personas, que van siempre con prisa. Hay una mujer que camina como si desfilara. Dos rumanos van siempre riendo, y eso llama la atención a las siete de la mañana.
Paso por delante de una fuente que parece que me refresca. Gotea, y la luz de la farola ilumina el pequeño charco en la baldosa. Corro, que no llego.
lunes, abril 21, 2008
sábado, abril 19, 2008
Parque
En los parques hay toboganes y columpios en los que los niños hacen cola, y mamás que charlan sobre sus cosas (y siempre una mamá que gesticula más de la cuenta).
Gente que come pipas a velocidad vertiginosa.
Parejas jóvenes que se quieren y lo hacen saber.
Abuelos con la calva al sol.
A los pies de las arizónicas brilla lo que parece un tesoro y luego te acercas y es el casco de una botella, que dejaron anoche los del botellón y esta mañana se le pasó al barrendero.
Un perro parece que está loco por estar suelto. Se mira el rabo. Le llama su dueño, le ata y se tranquilizan los dos.
Hay bancos de madera horadados a navaja en los que los mensajes de amor se superponen entre ellos y son como la vida, que a veces no se entiende.
Derrapa la bicicleta de un niño.
En los parques hay toboganes y columpios en los que los niños hacen cola, y mamás que charlan sobre sus cosas (y siempre una mamá que gesticula más de la cuenta).
Gente que come pipas a velocidad vertiginosa.
Parejas jóvenes que se quieren y lo hacen saber.
Abuelos con la calva al sol.
A los pies de las arizónicas brilla lo que parece un tesoro y luego te acercas y es el casco de una botella, que dejaron anoche los del botellón y esta mañana se le pasó al barrendero.
Un perro parece que está loco por estar suelto. Se mira el rabo. Le llama su dueño, le ata y se tranquilizan los dos.
Hay bancos de madera horadados a navaja en los que los mensajes de amor se superponen entre ellos y son como la vida, que a veces no se entiende.
Derrapa la bicicleta de un niño.
viernes, abril 18, 2008
Coslada (II)
Mucha gente camina por el recinto ferial, o pasea en bici. Está rodeado de pinos y otros árboles. Hay pistas enjauladas de baloncesto. Otra para chavales con monopatín. Lejos, si prestas atención, se oyen los coches que circulan por la M-40.
En un extremo del recinto ferial está la valla del cercanías. Por sus vías van aminorando la marcha los trenes, para llegar a la estación, que se ve a unos quinientos metros. En el otro extremo, a la entrada del recinto, cerca de la fuente, está el monumento a las víctimas de los atentados del 11-M. Se encuentra en una esquinita, rodeado de césped, cerca de los columpios. De entre todos los muertos de aquel día horrible, 22 eran de Coslada.
Mucha gente camina por el recinto ferial, o pasea en bici. Está rodeado de pinos y otros árboles. Hay pistas enjauladas de baloncesto. Otra para chavales con monopatín. Lejos, si prestas atención, se oyen los coches que circulan por la M-40.
En un extremo del recinto ferial está la valla del cercanías. Por sus vías van aminorando la marcha los trenes, para llegar a la estación, que se ve a unos quinientos metros. En el otro extremo, a la entrada del recinto, cerca de la fuente, está el monumento a las víctimas de los atentados del 11-M. Se encuentra en una esquinita, rodeado de césped, cerca de los columpios. De entre todos los muertos de aquel día horrible, 22 eran de Coslada.
miércoles, abril 16, 2008
Coslada
Es un pueblo que está lleno de rotondas, y en algunas de ellas, en su protuberancia central, hay olivos. A mí me gusta llegar con el coche a una rotonda y ver ahí, en el medio, un par de olivos. También hay muchísimos badenes. Por lo visto, y debido a los badenes, hace mucho tiempo que no se produce un atropello mortal en las calles de Coslada.
Debería haber más parques, pero los que hay están bien. Yo los he paseado mucho porque a mi hija le gustan mucho. En uno de ellos hay un lago, y patos, cisnes y pavos reales. A los pavos reales les encanta subirse a las ramas de los árboles y, si los buscas con la vista y los encuentras ahí arriba, te parece que el árbol es muy pequeño o que esos pájaros son demasiado grandes. La vida es desproporción, descubres. Muchos patos pasean por el carril bici. También hay tortuguitas en las orillas del lago.
Es un pueblo que está lleno de rotondas, y en algunas de ellas, en su protuberancia central, hay olivos. A mí me gusta llegar con el coche a una rotonda y ver ahí, en el medio, un par de olivos. También hay muchísimos badenes. Por lo visto, y debido a los badenes, hace mucho tiempo que no se produce un atropello mortal en las calles de Coslada.
Debería haber más parques, pero los que hay están bien. Yo los he paseado mucho porque a mi hija le gustan mucho. En uno de ellos hay un lago, y patos, cisnes y pavos reales. A los pavos reales les encanta subirse a las ramas de los árboles y, si los buscas con la vista y los encuentras ahí arriba, te parece que el árbol es muy pequeño o que esos pájaros son demasiado grandes. La vida es desproporción, descubres. Muchos patos pasean por el carril bici. También hay tortuguitas en las orillas del lago.
viernes, abril 11, 2008
Cartero
Soy cartero y reparto cartas en Madrid. La zona en la que reparto es un polígono industrial. Reparto cartas en primavera, en verano, en otoño y en invierno; las reparto todo el año excepto el mes de agosto, que me voy de vacaciones.
Sé que el frío y la lluvia son malos para un cartero, todo el día encima de la moto, pero yo prefiero eso al calor del mes de julio en Madrid. El calor de julio en Madrid es aterrador.
Se suda mucho dentro de la camisa amarilla, con la cornamusa en el pecho, repartiendo cartas entre el humo de los camiones y aguantando el calor del asfalto en la suela de las botas, porque, eso sí, si repartes en moto el casco y las botas son obligatorios para una mayor seguridad. ¿Qué me decís del casco? Parece uno un pollito escaldado cuando se lo quita. O lamido por una vaca.
Pero sin ninguna duda lo peor de repartir cartas en Madrid en el mes de julio es que se te escuecen los sobacos. Por más que se refresque uno, por más que uno use un buen desodorante —hasta crema hidratante para bebés me he puesto en ellos—, no hay manera: el sudor hace que raspen, escuezan, y al final, con tal de evitar el frotamiento, se te ahuecan los brazos y adoptan forma de arco tensado; se suben un poco los hombros, notas la rigidez del cuello.
Caminas y la camisa amarilla de Correos sobre tu piel parece esparto, adherida como el sello al sobre. De vez en cuando das un golpe de caderas, con tal de evitar que la tela se pegue a la piel, pero lo único que consigues es aparentar que eres un matón de discoteca, un mastuerzo de playa, un animal de gimnasio.
Así que ya lo sabéis, pronto llegará el verano, si veis a un cartero que lleva los brazos separados del torso y que intenta aparentar que es Bruce Lee, o Charles Bronson, no os riáis de él ni de su aspecto. Compadecedle, compadecedle.
Soy cartero y reparto cartas en Madrid. La zona en la que reparto es un polígono industrial. Reparto cartas en primavera, en verano, en otoño y en invierno; las reparto todo el año excepto el mes de agosto, que me voy de vacaciones.
Sé que el frío y la lluvia son malos para un cartero, todo el día encima de la moto, pero yo prefiero eso al calor del mes de julio en Madrid. El calor de julio en Madrid es aterrador.
Se suda mucho dentro de la camisa amarilla, con la cornamusa en el pecho, repartiendo cartas entre el humo de los camiones y aguantando el calor del asfalto en la suela de las botas, porque, eso sí, si repartes en moto el casco y las botas son obligatorios para una mayor seguridad. ¿Qué me decís del casco? Parece uno un pollito escaldado cuando se lo quita. O lamido por una vaca.
Pero sin ninguna duda lo peor de repartir cartas en Madrid en el mes de julio es que se te escuecen los sobacos. Por más que se refresque uno, por más que uno use un buen desodorante —hasta crema hidratante para bebés me he puesto en ellos—, no hay manera: el sudor hace que raspen, escuezan, y al final, con tal de evitar el frotamiento, se te ahuecan los brazos y adoptan forma de arco tensado; se suben un poco los hombros, notas la rigidez del cuello.
Caminas y la camisa amarilla de Correos sobre tu piel parece esparto, adherida como el sello al sobre. De vez en cuando das un golpe de caderas, con tal de evitar que la tela se pegue a la piel, pero lo único que consigues es aparentar que eres un matón de discoteca, un mastuerzo de playa, un animal de gimnasio.
Así que ya lo sabéis, pronto llegará el verano, si veis a un cartero que lleva los brazos separados del torso y que intenta aparentar que es Bruce Lee, o Charles Bronson, no os riáis de él ni de su aspecto. Compadecedle, compadecedle.
domingo, abril 06, 2008
Hombre estupefacto
El hombre estupefacto no ha adquirido esa condición ahora, ni hace tres o cuatro meses, no. Si hace memoria él podría afirmar que su estupefacción comenzó a manifestarse cuando era joven, o niño. Algún día —en el colegio, o cuando se masturbó por primera vez, o cuando notó el primer acné en su frente— se quedó pasmado. Y desde entonces, no pasa día sin que caiga en la más honda estupefacción.
El hombre estupefacto trabaja en una empresa en la que todos han ascendido. Él también, pero un par de peldaños menos que los que ingresaron en la empresa en la misma época. Sin embargo, no le importa asumir responsabilidades que, según su rango, no le competerían, porque cree que es su deber.
Esta mañana un mozo de almacén especialmente haragán ha llamado a primera hora para decir que anoche se emborrachó y que hoy no acudiría a trabajar. El hombre estupefacto ha subido, de un salto, a la carretilla vacía y ha comenzado a acarrear palés de material eléctrico a los camiones que esperaban su pedido para Italia. Todos saben que los clientes italianos son unos tiquismiquis Cuando ya estaba cargando el tercer camión y parecía que el hombre estupefacto le había cogido el truco a los engranajes de la carretilla, el director gerente de la empresa ha aparecido por el muelle de carga, se ha cruzado en su camino y ha sido atropellado por la carretilla. El hombre estupefacto ha dado marcha atrás y, con los nervios, ha avanzado de nuevo y atropellado por segunda vez al director gerente. Es obligatorio decir que los altos cargos de la empresa nunca aparecen por el almacén, y mucho menos por el muelle, así que es lógico que el hombre estupefacto esté ahora completamente deslumbrado por su mala suerte. Y no hablemos de la mala suerte del director gerente.
El hombre estupefacto no ha adquirido esa condición ahora, ni hace tres o cuatro meses, no. Si hace memoria él podría afirmar que su estupefacción comenzó a manifestarse cuando era joven, o niño. Algún día —en el colegio, o cuando se masturbó por primera vez, o cuando notó el primer acné en su frente— se quedó pasmado. Y desde entonces, no pasa día sin que caiga en la más honda estupefacción.
El hombre estupefacto trabaja en una empresa en la que todos han ascendido. Él también, pero un par de peldaños menos que los que ingresaron en la empresa en la misma época. Sin embargo, no le importa asumir responsabilidades que, según su rango, no le competerían, porque cree que es su deber.
Esta mañana un mozo de almacén especialmente haragán ha llamado a primera hora para decir que anoche se emborrachó y que hoy no acudiría a trabajar. El hombre estupefacto ha subido, de un salto, a la carretilla vacía y ha comenzado a acarrear palés de material eléctrico a los camiones que esperaban su pedido para Italia. Todos saben que los clientes italianos son unos tiquismiquis Cuando ya estaba cargando el tercer camión y parecía que el hombre estupefacto le había cogido el truco a los engranajes de la carretilla, el director gerente de la empresa ha aparecido por el muelle de carga, se ha cruzado en su camino y ha sido atropellado por la carretilla. El hombre estupefacto ha dado marcha atrás y, con los nervios, ha avanzado de nuevo y atropellado por segunda vez al director gerente. Es obligatorio decir que los altos cargos de la empresa nunca aparecen por el almacén, y mucho menos por el muelle, así que es lógico que el hombre estupefacto esté ahora completamente deslumbrado por su mala suerte. Y no hablemos de la mala suerte del director gerente.
viernes, abril 04, 2008
Seguridad Social
Estás tan tranquilo. De pronto comienzas a hundirte en un pozo que resulta ser el sofá. Sudas, y las gotas de sudor las notas en la espalda y en las piernas. No sé qué me pasa, dices. Qué, preguntan, sin separar la vista del televisor. Te vas al cuarto de baño, y cierras la puerta. Vomitas durante dos horas. Vomitas hasta que te duele la garganta. Te cuecen una manzanilla, se preocupan.
Toda la noche la pasas tumbado boca arriba en la cama, temeroso de moverte porque, en cuanto lo haces, tienes que salir corriendo a continuar vomitando. Parece mentira, pero todavía queda algo ahí dentro.
Al día siguiente no vas a trabajar. Te quedas solo en casa y duermes como si hubieras vuelto de la guerra.
Como puedes, vas a la consulta del médico. El tío no permite que le cuentes nada. En cuanto comienzas a hacerlo te pregunta si además de devolver tenías el vientre suelto. Le dices que no. Un retrovirus, cuestión de veinticuatro horas, dice. Y no hay más que hablar. Ni te palpa la barriga, ni se compadece, ni dieta blanda, ni nada. Un retrovirus, hay que joderse.
Estás tan tranquilo. De pronto comienzas a hundirte en un pozo que resulta ser el sofá. Sudas, y las gotas de sudor las notas en la espalda y en las piernas. No sé qué me pasa, dices. Qué, preguntan, sin separar la vista del televisor. Te vas al cuarto de baño, y cierras la puerta. Vomitas durante dos horas. Vomitas hasta que te duele la garganta. Te cuecen una manzanilla, se preocupan.
Toda la noche la pasas tumbado boca arriba en la cama, temeroso de moverte porque, en cuanto lo haces, tienes que salir corriendo a continuar vomitando. Parece mentira, pero todavía queda algo ahí dentro.
Al día siguiente no vas a trabajar. Te quedas solo en casa y duermes como si hubieras vuelto de la guerra.
Como puedes, vas a la consulta del médico. El tío no permite que le cuentes nada. En cuanto comienzas a hacerlo te pregunta si además de devolver tenías el vientre suelto. Le dices que no. Un retrovirus, cuestión de veinticuatro horas, dice. Y no hay más que hablar. Ni te palpa la barriga, ni se compadece, ni dieta blanda, ni nada. Un retrovirus, hay que joderse.
miércoles, abril 02, 2008
Tanatorio
Fui al tanatorio. Aparqué muy lejos y tuve que atravesar un parque desierto. Era de noche y las farolas iluminaban los setos y el césped de una manera extravagante, como luz de dibujos animados.
El edificio del tanatorio parece la unión de varias tiendas tuaregs, con barandillas en todo su exterior.
El fallecido estaba al fondo de la sala 36.
Había mucha gente en corros. Los más viejos hablaban de todo, pero predominaba el tema de los viejos tiempos, del pueblo, de Extremadura.
Me gusta oír hablar a los viejos. De vez en cuando tengo que ir a beber agua, porque se me seca la boca. Conversan como si estuvieran intercambiando historias épicas.
Oí hablar de los olivos, de cómo la casita para resguardarse de la lluvia, hecha con adobes, se está cayendo. Ahora sirve de pajar. Las chumberas siguen allí, más fuertes que nunca, apoderándose de todo, como con cicatrices. Desde hace tiempo los tractores aran la parcela con vertedera. El arroyo en el que se ahogó un burro baja seco. Durante la Semana Santa ha habido más esparragueros que espárragos.
Me hablaron también de los nichos del cementerio. Una persona querida me dijo: “Empiezo por la parte de arriba. Compro una buena brazada de flores. Luego hago pequeños ramos, para que haya para todos. Empiezo por la parte de arriba, ya te digo. Luego sigo por las calles del centro. No queda ninguna sin sus flores, sin que limpie un poco todo aquello de maleza. Alguien tiene que hacerlo.”
Fui al tanatorio. Aparqué muy lejos y tuve que atravesar un parque desierto. Era de noche y las farolas iluminaban los setos y el césped de una manera extravagante, como luz de dibujos animados.
El edificio del tanatorio parece la unión de varias tiendas tuaregs, con barandillas en todo su exterior.
El fallecido estaba al fondo de la sala 36.
Había mucha gente en corros. Los más viejos hablaban de todo, pero predominaba el tema de los viejos tiempos, del pueblo, de Extremadura.
Me gusta oír hablar a los viejos. De vez en cuando tengo que ir a beber agua, porque se me seca la boca. Conversan como si estuvieran intercambiando historias épicas.
Oí hablar de los olivos, de cómo la casita para resguardarse de la lluvia, hecha con adobes, se está cayendo. Ahora sirve de pajar. Las chumberas siguen allí, más fuertes que nunca, apoderándose de todo, como con cicatrices. Desde hace tiempo los tractores aran la parcela con vertedera. El arroyo en el que se ahogó un burro baja seco. Durante la Semana Santa ha habido más esparragueros que espárragos.
Me hablaron también de los nichos del cementerio. Una persona querida me dijo: “Empiezo por la parte de arriba. Compro una buena brazada de flores. Luego hago pequeños ramos, para que haya para todos. Empiezo por la parte de arriba, ya te digo. Luego sigo por las calles del centro. No queda ninguna sin sus flores, sin que limpie un poco todo aquello de maleza. Alguien tiene que hacerlo.”
sábado, marzo 29, 2008
Diario
Hay alguien en la oficina que escribe su diario en páginas sueltas y luego las deposita en el cajón del papel reciclado. No hay tachones en esas páginas. Las escribe con método, diariamente. Las numera. A veces son solo unas frases. Calculo que debe llevar cerca de 20 años en la empresa. Va por el día numero 6.103. Sabe que yo leo esos folios escritos con letra. Cuando se acercan las vacaciones dibuja soles y corazones, casitas con humo en la chimenea. Intento averiguar quién es, pero me resulta imposible.
Esto es lo que escribió ayer:
UNO. Cincuenta personas hasta las 11 de la mañana. La gente no se enfada por guardar cola. La gente apoya los brazos en el mostrador y se muestra amigable.
DOS. La señora que envió dinero a Uruguay sonreía de una forma esplendorosa. Dijo que el cambio del dólar está por los suelos. Venía con su hija, que mascaba chicle.
TRES. El sol dio en los cristales del vestíbulo desde las 11:15 hasta las 14:23. Parecía que flotaba un polvillo de oro en todo el recinto.
CUATRO. Ya hay gente que envía giros para reservar apartamentos para el puente de mayo. Me gusta.
CINCO. El cartel publicitario en el que se promete la bicicleta de Bahamontes si abres una libreta de ahorro se ha descolgado. Ahora parece un monociclo amarillo.
SEIS. Casi son las tres. La balanza tiene una tara de 3 gramos.
Hay alguien en la oficina que escribe su diario en páginas sueltas y luego las deposita en el cajón del papel reciclado. No hay tachones en esas páginas. Las escribe con método, diariamente. Las numera. A veces son solo unas frases. Calculo que debe llevar cerca de 20 años en la empresa. Va por el día numero 6.103. Sabe que yo leo esos folios escritos con letra. Cuando se acercan las vacaciones dibuja soles y corazones, casitas con humo en la chimenea. Intento averiguar quién es, pero me resulta imposible.
Esto es lo que escribió ayer:
UNO. Cincuenta personas hasta las 11 de la mañana. La gente no se enfada por guardar cola. La gente apoya los brazos en el mostrador y se muestra amigable.
DOS. La señora que envió dinero a Uruguay sonreía de una forma esplendorosa. Dijo que el cambio del dólar está por los suelos. Venía con su hija, que mascaba chicle.
TRES. El sol dio en los cristales del vestíbulo desde las 11:15 hasta las 14:23. Parecía que flotaba un polvillo de oro en todo el recinto.
CUATRO. Ya hay gente que envía giros para reservar apartamentos para el puente de mayo. Me gusta.
CINCO. El cartel publicitario en el que se promete la bicicleta de Bahamontes si abres una libreta de ahorro se ha descolgado. Ahora parece un monociclo amarillo.
SEIS. Casi son las tres. La balanza tiene una tara de 3 gramos.
lunes, marzo 24, 2008
Trabajo
Llegué tarde al trabajo. Agarré un par de folios, paseé por los pasillos mesándome los cabellos como si ya llevara un par de horas allí. Hablé sólo, en voz baja pero audible. Dije, por ejemplo: “me va a oír, me va a oír”. O: “si no cumple sus plazos que no nos pida el compromiso de la lealtad”.
Un botón de mi camisa cayó al suelo y rodó unos metros como si fuera una rueda. Mi primer impulso fue ir tras de él, pero luego comprendí la insignificancia del empeño.
A la máquina del café le brillaban los ojos. Decía “introduzca importe exacto” con letras rojas y demasiado brillantes.
Volví. Me senté en la silla, la arrimé a la mesa. Pulsé el interruptor del monitor e introduje mi clave de acceso. Le di los buenos días a mi compañera. No pude evitar mirar sus pechos. Pensé en lirios, en paisajes hermosos, en abejorros. Creo que estuve veinte segundos con la vista en los pliegues de su camisa, añorando la profundidad del mar, los cielos azules y sin nubes. Me prometí: que no volvería a mirar sus tetas con tanta fijación, que hoy no desayunaría café con churros, que mañana me afeitaría, que sonreiría a la primera persona que llegara gritando, que buscaría en el diccionario las palabras sinergia, jalbegar y cilla.
Llegué tarde al trabajo. Agarré un par de folios, paseé por los pasillos mesándome los cabellos como si ya llevara un par de horas allí. Hablé sólo, en voz baja pero audible. Dije, por ejemplo: “me va a oír, me va a oír”. O: “si no cumple sus plazos que no nos pida el compromiso de la lealtad”.
Un botón de mi camisa cayó al suelo y rodó unos metros como si fuera una rueda. Mi primer impulso fue ir tras de él, pero luego comprendí la insignificancia del empeño.
A la máquina del café le brillaban los ojos. Decía “introduzca importe exacto” con letras rojas y demasiado brillantes.
Volví. Me senté en la silla, la arrimé a la mesa. Pulsé el interruptor del monitor e introduje mi clave de acceso. Le di los buenos días a mi compañera. No pude evitar mirar sus pechos. Pensé en lirios, en paisajes hermosos, en abejorros. Creo que estuve veinte segundos con la vista en los pliegues de su camisa, añorando la profundidad del mar, los cielos azules y sin nubes. Me prometí: que no volvería a mirar sus tetas con tanta fijación, que hoy no desayunaría café con churros, que mañana me afeitaría, que sonreiría a la primera persona que llegara gritando, que buscaría en el diccionario las palabras sinergia, jalbegar y cilla.
domingo, marzo 23, 2008
Alergia
Este llorar de ojos, este lagrimear continuo parece simbolizar algo, no sé qué. Ay, la alergia, esta alergia a las gramíneas, a las arizónicas, al olivo, hasta a los gatos, que me atacó de improviso nada más cumplir los cuarenta años y que ya no me deja en paz.
Con la edad, lo que he ganado en serenidad lo he perdido en lágrimas.
Este llorar de ojos, este lagrimear continuo parece simbolizar algo, no sé qué. Ay, la alergia, esta alergia a las gramíneas, a las arizónicas, al olivo, hasta a los gatos, que me atacó de improviso nada más cumplir los cuarenta años y que ya no me deja en paz.
Con la edad, lo que he ganado en serenidad lo he perdido en lágrimas.
sábado, marzo 15, 2008
domingo, marzo 09, 2008
Elecciones
I
El orgullo de mi hija: es su cole.
Dos viejecitos que llevan los dos sobres en sus manos como si portaran un tesoro.
El césped del jardín del colegio está mustio y lo que el profesor de educación física intentó que fuera un huerto se ha quedado en unos surcos tristones.
Admiro a esa señora que alisa el sobre color salmón hasta que consigue que quede tan fino como el blanco. Como si lo hubiera planchado. Yo lo llevo arrugado y gordo. Parece que llevara en él los borradores de todos mis cuentos.
El policía municipal lleva el pelo rapado como anémonas del mar.
Hay arenilla en el vestíbulo. Antes de que acabe la jornada alguien dará con su culo en el suelo.
II
Mi hija se mete en la cabina y dice: “Cu-Cu”.
Luego me explica que el lugar en el que estamos es el gimnasio. Su clase está en el segundo piso. Los carteles de las puertas están rotulados en inglés.
Vemos a los vecinos, con la barra de pan y el periódico. Qué frío hace. Pero luce el sol. Pues sí.
En el barullo, mi hija le pregunta al vecino por el partido al que ha votado.
—Eso es secreto, niña.—le digo, escandalizado.
Seguimos hablando. El tiempo. El colegio. A ver si llueve. Buena falta hace.
Adiós. Adiós.
—Mañana me enteraré, papá. Se lo preguntaré a Laura Salazar. Todos los niños sabemos a quien votan nuestros padres.
I
El orgullo de mi hija: es su cole.
Dos viejecitos que llevan los dos sobres en sus manos como si portaran un tesoro.
El césped del jardín del colegio está mustio y lo que el profesor de educación física intentó que fuera un huerto se ha quedado en unos surcos tristones.
Admiro a esa señora que alisa el sobre color salmón hasta que consigue que quede tan fino como el blanco. Como si lo hubiera planchado. Yo lo llevo arrugado y gordo. Parece que llevara en él los borradores de todos mis cuentos.
El policía municipal lleva el pelo rapado como anémonas del mar.
Hay arenilla en el vestíbulo. Antes de que acabe la jornada alguien dará con su culo en el suelo.
II
Mi hija se mete en la cabina y dice: “Cu-Cu”.
Luego me explica que el lugar en el que estamos es el gimnasio. Su clase está en el segundo piso. Los carteles de las puertas están rotulados en inglés.
Vemos a los vecinos, con la barra de pan y el periódico. Qué frío hace. Pero luce el sol. Pues sí.
En el barullo, mi hija le pregunta al vecino por el partido al que ha votado.
—Eso es secreto, niña.—le digo, escandalizado.
Seguimos hablando. El tiempo. El colegio. A ver si llueve. Buena falta hace.
Adiós. Adiós.
—Mañana me enteraré, papá. Se lo preguntaré a Laura Salazar. Todos los niños sabemos a quien votan nuestros padres.
jueves, marzo 06, 2008
domingo, marzo 02, 2008
martes, febrero 26, 2008
Pueblo (y XXIV)
Esta mujer que vende los huevos de sus gallinas y que se limpia las manos en el delantal nos regala un trozo de pastel. A esta mujer se le mató un hijo adolescente en accidente de tráfico este verano.
—Todo pasa, todo pasa. —Dice, cuando le preguntamos.—Veréis cómo os gusta, lleva nueces y almendras.
Esta mujer que vende los huevos de sus gallinas y que se limpia las manos en el delantal nos regala un trozo de pastel. A esta mujer se le mató un hijo adolescente en accidente de tráfico este verano.
—Todo pasa, todo pasa. —Dice, cuando le preguntamos.—Veréis cómo os gusta, lleva nueces y almendras.
lunes, febrero 25, 2008
Pueblo (XXIII)
Paseamos por las calles y al llegar ante una puerta vieja me dice que esa fue la casa de su abuelo, y esta la puerta de su patio. Nos acercamos al ojo de la cerradura. Es un orificio grande, viejo, como de castillo. Miro y veo: una trilladora desvencijada, unas hoces colgadas de una alcayata en la pared, un saco del que sobresalen piñas secas y podridas y mucha hierba, una hierba alta y extrañamente verde.
Ella mira después y dice: hay un conejo, un conejo que salta.
Miro y no veo ningún conejo.
Insiste, dice, insiste, y lo verás. Y me quedo quieto, mirando a través del ojo de la cerradura, durante unos minutos. Hasta que veo el conejo, que salta entre la hierba.
Paseamos por las calles y al llegar ante una puerta vieja me dice que esa fue la casa de su abuelo, y esta la puerta de su patio. Nos acercamos al ojo de la cerradura. Es un orificio grande, viejo, como de castillo. Miro y veo: una trilladora desvencijada, unas hoces colgadas de una alcayata en la pared, un saco del que sobresalen piñas secas y podridas y mucha hierba, una hierba alta y extrañamente verde.
Ella mira después y dice: hay un conejo, un conejo que salta.
Miro y no veo ningún conejo.
Insiste, dice, insiste, y lo verás. Y me quedo quieto, mirando a través del ojo de la cerradura, durante unos minutos. Hasta que veo el conejo, que salta entre la hierba.
domingo, febrero 24, 2008
Pueblo (XXII)
Domingo. El sol da en la fachada del ayuntamiento y la raya de la sombra llega hasta donde estuvo la olma. Vivan los quintos del 84. Sale humo de las chimeneas y huele a sarmientos. Hay varios coches que nadie conoce en la plaza. Los bares están llenos. Nadie tiene monedas de céntimos en los bolsillos porque hoy la misa ha sido a las doce.
Domingo. El sol da en la fachada del ayuntamiento y la raya de la sombra llega hasta donde estuvo la olma. Vivan los quintos del 84. Sale humo de las chimeneas y huele a sarmientos. Hay varios coches que nadie conoce en la plaza. Los bares están llenos. Nadie tiene monedas de céntimos en los bolsillos porque hoy la misa ha sido a las doce.
sábado, febrero 23, 2008
Pueblo (XXI)
Ya hay plantones de tomate en los pequeños invernaderos de las huertas. Levantan los plásticos y se ven unas hojitas verdes minúsculas, como tréboles de la suerte. Las yemas de los dedos de los hortelanos escarban a su alrededor para airearlas, para quitarles las malas hierbas. Estas hojitas que casi no se ven luego serán las ramas que sostengan los tomates rojos.
Ya hay plantones de tomate en los pequeños invernaderos de las huertas. Levantan los plásticos y se ven unas hojitas verdes minúsculas, como tréboles de la suerte. Las yemas de los dedos de los hortelanos escarban a su alrededor para airearlas, para quitarles las malas hierbas. Estas hojitas que casi no se ven luego serán las ramas que sostengan los tomates rojos.
viernes, febrero 22, 2008
miércoles, febrero 20, 2008
lunes, febrero 18, 2008
Pueblo (XVIII)
Hay viejas diminutas con el cabello azul —el tinte, es que a mi hija se le ha ido la mano con el tinte— que recorren el pueblo después de misa y van preguntando a la gente por su salud. Y ellas, sin que nadie les pregunte, cuentan que hace veintiún años que no tienen dentadura y que a cada embarazo perdían no sé cuantas muelas.
Hay viejas diminutas con el cabello azul —el tinte, es que a mi hija se le ha ido la mano con el tinte— que recorren el pueblo después de misa y van preguntando a la gente por su salud. Y ellas, sin que nadie les pregunte, cuentan que hace veintiún años que no tienen dentadura y que a cada embarazo perdían no sé cuantas muelas.
domingo, febrero 17, 2008
Pueblo (XVII)
Hay viejos que acumulan leña en la leñera para los herederos de sus herederos. Que cargan en la carretilla puertas viejas y atraviesan el pueblo con ellas. Luego las sierran en partes cortadas al milímetro para que se apilen unas encima de otras, y ver la leñera llena cuando se levantan por la mañana y se asoman al corral después de lavarse la cara con agua fría, helada.
Hay viejos que acumulan leña en la leñera para los herederos de sus herederos. Que cargan en la carretilla puertas viejas y atraviesan el pueblo con ellas. Luego las sierran en partes cortadas al milímetro para que se apilen unas encima de otras, y ver la leñera llena cuando se levantan por la mañana y se asoman al corral después de lavarse la cara con agua fría, helada.
jueves, febrero 14, 2008
Cuento (y V) De vuelta
Tardo en aparcar. Las cagadas de los perros se alinean sobre la valla del colegio. El kiosco de prensa está cerrado por vacaciones desde el pasado verano. Los coches están subidos a las aceras. De un contenedor de basura asoma un zapato. Las obras continúan. Huele a alquitrán. Hay un montón de arena en la puerta del portal. Una pala sobre él, como la espada de Arturo.
Y sin embargo el cielo está claro: dos nubes muy blancas se recortan tras los edificios.
Subo las escaleras detrás de la chica del tercero. Es preciosa. Parece gozar de la elasticidad del arquero, es rotunda como un bloque de granito. No sé si avergonzarme de mis pensamientos. Es cierto que nadie puede llegar al fondo de mi corazón.
Tardo en aparcar. Las cagadas de los perros se alinean sobre la valla del colegio. El kiosco de prensa está cerrado por vacaciones desde el pasado verano. Los coches están subidos a las aceras. De un contenedor de basura asoma un zapato. Las obras continúan. Huele a alquitrán. Hay un montón de arena en la puerta del portal. Una pala sobre él, como la espada de Arturo.
Y sin embargo el cielo está claro: dos nubes muy blancas se recortan tras los edificios.
Subo las escaleras detrás de la chica del tercero. Es preciosa. Parece gozar de la elasticidad del arquero, es rotunda como un bloque de granito. No sé si avergonzarme de mis pensamientos. Es cierto que nadie puede llegar al fondo de mi corazón.
miércoles, febrero 13, 2008
Cuento (IV) En la gasolinera
Echo gasolina y el tío de la caja quiere cobrarme más. Discutimos. Detrás de él hay una vitrina con preservativos y revistas pornográficas. Dice que la pantalla marca lo que él dice y que no querré que me haga una rebaja. Sale conmigo a comprobar el precio que marca al surtidor. Dice que hace frío. No coinciden en la cifra el surtidor y la pantalla. Digo que pagaré lo que marca el surtidor. Él dice que no, que pague lo que marca su ordenador. Dice que pase tras el mostrador y vea lo que debo pagar. Me niego. Va a llamar a la policía. Espero. Hay una cola tremenda en el surtidor de la disputa. Suenan bocinazos. Llega un coche de policía. El más joven pregunta qué pasa. Se lo explicamos y me da la razón. El otro policía se rasca excesivamente la cabeza. Me marcho. Con el barullo me marcho sin pagar un euro. Que se joda.
Echo gasolina y el tío de la caja quiere cobrarme más. Discutimos. Detrás de él hay una vitrina con preservativos y revistas pornográficas. Dice que la pantalla marca lo que él dice y que no querré que me haga una rebaja. Sale conmigo a comprobar el precio que marca al surtidor. Dice que hace frío. No coinciden en la cifra el surtidor y la pantalla. Digo que pagaré lo que marca el surtidor. Él dice que no, que pague lo que marca su ordenador. Dice que pase tras el mostrador y vea lo que debo pagar. Me niego. Va a llamar a la policía. Espero. Hay una cola tremenda en el surtidor de la disputa. Suenan bocinazos. Llega un coche de policía. El más joven pregunta qué pasa. Se lo explicamos y me da la razón. El otro policía se rasca excesivamente la cabeza. Me marcho. Con el barullo me marcho sin pagar un euro. Que se joda.
martes, febrero 12, 2008
Cuento (III) La jornada
La jornada de trabajo se me da bien. Logro fijar la vista en la mesa y no pensar en nada especial. Consigo avanzar en la contestación de los expedientes de ayudas sociales. Baja el montón que tengo encima de la mesa. Me invento un juego que consiste en contar las personas que recorren el pasillo desde la puerta del negociado o desde aquí hacia la puerta. Ganan los que van hacia la puerta. Cada dos horas bajo al servicio. En el cuarto de baño me dedico a escribir guarradas tras la puerta. Desde que ya no fumo bajar a estas catacumbas no es lo mismo. A la hora de la salida me piden dinero para el regalo de Ramón, que se jubila. La fiesta es el viernes que viene y sí que iré, pero no me apetece beber, porque con cada nuevo trago me siento muy triste y se me van las ganas de hablar. Luego llego a casa y dice Juana que es que tengo dificultades para comunicarme y que me huele el aliento. Salgo a mi hora, hoy no le regalo ni un minuto a la empresa. El portero quiero contarme lo de su hija, pero escapo. ¿Qué será lo de su hija?
La jornada de trabajo se me da bien. Logro fijar la vista en la mesa y no pensar en nada especial. Consigo avanzar en la contestación de los expedientes de ayudas sociales. Baja el montón que tengo encima de la mesa. Me invento un juego que consiste en contar las personas que recorren el pasillo desde la puerta del negociado o desde aquí hacia la puerta. Ganan los que van hacia la puerta. Cada dos horas bajo al servicio. En el cuarto de baño me dedico a escribir guarradas tras la puerta. Desde que ya no fumo bajar a estas catacumbas no es lo mismo. A la hora de la salida me piden dinero para el regalo de Ramón, que se jubila. La fiesta es el viernes que viene y sí que iré, pero no me apetece beber, porque con cada nuevo trago me siento muy triste y se me van las ganas de hablar. Luego llego a casa y dice Juana que es que tengo dificultades para comunicarme y que me huele el aliento. Salgo a mi hora, hoy no le regalo ni un minuto a la empresa. El portero quiero contarme lo de su hija, pero escapo. ¿Qué será lo de su hija?
lunes, febrero 11, 2008
Cuento (II) En el trabajo
En el trabajo el jefe reúne a toda la gente del departamento. Parece que se olvida de llamarme, pero alguien me avisa. Bajamos a su despacho. A primera hora. Nos amenaza. Sin sutilezas. Grita que esto no puede seguir así. En los veinte minutos del desayuno alguien dice que tenemos que ir a por él. Tenemos que cargárnoslo. O él o nosotros. Va en busca del ascenso a toda costa. Otro dice que hay que cuidar lo que se dice, porque hay mucho chivato por ahí. Remuevo el azúcar y pienso que es increíble que vaya a cumplir cuarenta y cinco años. Me palpo la barriga, y luego me rasco los testículos. Para comprobar que siguen ahí.
En el trabajo el jefe reúne a toda la gente del departamento. Parece que se olvida de llamarme, pero alguien me avisa. Bajamos a su despacho. A primera hora. Nos amenaza. Sin sutilezas. Grita que esto no puede seguir así. En los veinte minutos del desayuno alguien dice que tenemos que ir a por él. Tenemos que cargárnoslo. O él o nosotros. Va en busca del ascenso a toda costa. Otro dice que hay que cuidar lo que se dice, porque hay mucho chivato por ahí. Remuevo el azúcar y pienso que es increíble que vaya a cumplir cuarenta y cinco años. Me palpo la barriga, y luego me rasco los testículos. Para comprobar que siguen ahí.
domingo, febrero 10, 2008
Cuento (I) En casa
Nos sentamos a desayunar. El mayor habla de una excusión que debe realizar. No hemos firmado todavía la autorización. Es como si no existiera, se queja, y sorbe el contenido de su taza. El pequeño derrama la leche sobre el mantel. Juana se pone a llorar, desconsoladamente. No sé si atender a sus lágrimas o a las tostadas, que se queman. Dice que ayer olvidó comprar galletas. Por eso llora. No tiene otro motivo. De verdad, dice, no tengo otro motivo para llorar. Te lo aseguro. Digo que me lo creo.
Nos sentamos a desayunar. El mayor habla de una excusión que debe realizar. No hemos firmado todavía la autorización. Es como si no existiera, se queja, y sorbe el contenido de su taza. El pequeño derrama la leche sobre el mantel. Juana se pone a llorar, desconsoladamente. No sé si atender a sus lágrimas o a las tostadas, que se queman. Dice que ayer olvidó comprar galletas. Por eso llora. No tiene otro motivo. De verdad, dice, no tengo otro motivo para llorar. Te lo aseguro. Digo que me lo creo.
sábado, febrero 09, 2008
jueves, febrero 07, 2008
miércoles, febrero 06, 2008
martes, febrero 05, 2008
Parte contratante de la primera parte
“Son unidades orientadas a dar asistencia a los órganos de superior dirección y gestión de la Sociedad Estatal, correspondiéndoles fundamentalmente funciones de asesoramiento a la Presidencia y al conjunto de la organización. Su objetivo corporativo y territorial es gestionar los servicios generales, coordinando las dos Divisiones”.
(Tema 2 del temario de Promoción Interna de Correos).
“Son unidades orientadas a dar asistencia a los órganos de superior dirección y gestión de la Sociedad Estatal, correspondiéndoles fundamentalmente funciones de asesoramiento a la Presidencia y al conjunto de la organización. Su objetivo corporativo y territorial es gestionar los servicios generales, coordinando las dos Divisiones”.
(Tema 2 del temario de Promoción Interna de Correos).
sábado, febrero 02, 2008
Volver
Abro la puerta. Oigo la televisión. Ahí está. Es un volumen imposible de cubicar, una montaña de arena y agua. Duerme, con los pies encima de la mesa, con los brazos cruzados. La palma de mi mano en su hombro, y despierta.
Me mira. Has llegado, dice.
Quiero descalzarme, beber un vaso de agua porque tengo sed.
Abro la puerta. Oigo la televisión. Ahí está. Es un volumen imposible de cubicar, una montaña de arena y agua. Duerme, con los pies encima de la mesa, con los brazos cruzados. La palma de mi mano en su hombro, y despierta.
Me mira. Has llegado, dice.
Quiero descalzarme, beber un vaso de agua porque tengo sed.
jueves, enero 31, 2008
martes, enero 29, 2008
Cocina
Me gusta cocinar. Adoro la cocina de mi casa, en ella estoy a mis anchas. Las especias, los quesos, las verduras. El frigorífico como un tesoro.
Me gusta estar dos horas cocinando un plato laborioso y pensar en mis cosas mientras, por ejemplo, relleno con paciencia unos pequeñísimos chipirones. He imaginado el principio de algún cuento mientras oía la campana extractora, o mientras me saltaba aceite de la sartén. El mejor espejo puede ser la vitrocerámica.
Me gusta preparar alguna receta simple pero suculenta en la que los ingredientes se unan como si todo fuera un puzzle. Por ejemplo, unas espinacas frescas, un poco de queso de cabra, un poco de beicon refrito y unos champiñones laminados. Es la necesidad de que todo encaje. Es buscar el sabor del vinagre en la punta del tenedor.
También me gustan los platos de toda la vida. Las legumbres, los gazpachos, las migas... comidas a la manera de siempre, como nos lo han transmitido y como lo dejaremos en herencia nosotros si alguien la acepta. Yo he asistido a una reunión en la que se discutía si al asado castellano había que añadirle al final una cucharada sopera de vinagre para que la grasa de la salsa tardara en solidificarse... Y un maestro asador (con diploma colgado en la pared) se echaba las manos a la cabeza y decía que no, que solo lechazo, agua y sal. Y todos bebíamos vino y nos reíamos y los cazadores terminaban contándonos que había un perro tan malo cazando como bueno subiéndose a los pinos cuando oía los tiros.
A mi la cocina me amansa y me dulcifica. Y hay ocasiones en las que eso es lo que más necesito.
Me gusta cocinar. Adoro la cocina de mi casa, en ella estoy a mis anchas. Las especias, los quesos, las verduras. El frigorífico como un tesoro.
Me gusta estar dos horas cocinando un plato laborioso y pensar en mis cosas mientras, por ejemplo, relleno con paciencia unos pequeñísimos chipirones. He imaginado el principio de algún cuento mientras oía la campana extractora, o mientras me saltaba aceite de la sartén. El mejor espejo puede ser la vitrocerámica.
Me gusta preparar alguna receta simple pero suculenta en la que los ingredientes se unan como si todo fuera un puzzle. Por ejemplo, unas espinacas frescas, un poco de queso de cabra, un poco de beicon refrito y unos champiñones laminados. Es la necesidad de que todo encaje. Es buscar el sabor del vinagre en la punta del tenedor.
También me gustan los platos de toda la vida. Las legumbres, los gazpachos, las migas... comidas a la manera de siempre, como nos lo han transmitido y como lo dejaremos en herencia nosotros si alguien la acepta. Yo he asistido a una reunión en la que se discutía si al asado castellano había que añadirle al final una cucharada sopera de vinagre para que la grasa de la salsa tardara en solidificarse... Y un maestro asador (con diploma colgado en la pared) se echaba las manos a la cabeza y decía que no, que solo lechazo, agua y sal. Y todos bebíamos vino y nos reíamos y los cazadores terminaban contándonos que había un perro tan malo cazando como bueno subiéndose a los pinos cuando oía los tiros.
A mi la cocina me amansa y me dulcifica. Y hay ocasiones en las que eso es lo que más necesito.
lunes, enero 28, 2008
Estómago
Oscuridad. El interior del monstruo está sucio y es estrecho. Parece tener pequeñas ventosas en sus paredes, parece deglutir lo que por su interior circula.
Al final se ve una pequeña luz. El monstruo abre su boca quejumbrosa. Cadenas invisibles que se arrastran. Se abre el portón, el coche sube por la rampa. Salgo a la calle. Acciono el limpiaparabrisas. Otro día más.
Oscuridad. El interior del monstruo está sucio y es estrecho. Parece tener pequeñas ventosas en sus paredes, parece deglutir lo que por su interior circula.
Al final se ve una pequeña luz. El monstruo abre su boca quejumbrosa. Cadenas invisibles que se arrastran. Se abre el portón, el coche sube por la rampa. Salgo a la calle. Acciono el limpiaparabrisas. Otro día más.
domingo, enero 27, 2008
Señora Emilia
La señora Emilia es la señora de la limpieza. Verla trajinando con el trapo entre los teclados y los monitores, dejando un rastro de olor a pino por donde pasa, produce una especie de alivio mañanero, como un linimento aplicado al alma. Diligente y dicharachera, pasa el mocho y habla de los hijos y los sinsabores que produce el que se hagan mayores. Recoge clips, ordena folios, desarma cajas de cartón, y cuenta que su marido siempre está de mal humor.
La señora Emilia ha terminado. Recoge una enorme bolsa de basura negra y se la echa al hombro. Me mira, sonríe y dice que abulta mucho, pero no pesa nada. La basura de esta oficina no pesa nada, repite. Nada.
La señora Emilia es la señora de la limpieza. Verla trajinando con el trapo entre los teclados y los monitores, dejando un rastro de olor a pino por donde pasa, produce una especie de alivio mañanero, como un linimento aplicado al alma. Diligente y dicharachera, pasa el mocho y habla de los hijos y los sinsabores que produce el que se hagan mayores. Recoge clips, ordena folios, desarma cajas de cartón, y cuenta que su marido siempre está de mal humor.
La señora Emilia ha terminado. Recoge una enorme bolsa de basura negra y se la echa al hombro. Me mira, sonríe y dice que abulta mucho, pero no pesa nada. La basura de esta oficina no pesa nada, repite. Nada.
miércoles, enero 23, 2008
sábado, enero 19, 2008
Blogs
Sábado por la mañana. No se puede dormir más cuando ya se ha dormido lo suficiente, así que me levanto con sigilo y me siento al ordenador, después de tomarme un café, y luego otro.
Me meto en mis blogs preferidos.
Conde-Duque tuvo ayer un día muy duro y nos anuncia que colgará textos sobre Madrid. Y este hombre rebusca bien, así que a disfrutar.
Mabalot sigue con lo suyo, que es un estilo característico, de un humorismo como colgado de un hilo, con frases que deberían ir en negrita.
Rayuela dice que de los días nos debería quedar un poso, siquiera para poder llenar las páginas del Diario y poder despertar con ánimo al día siguiente, y ese es un buen propósito.
Jabois habla con un cinismo suave de todo, y de política, que es cosa aparte y debería aburrirnos, pero él consigue que sonriamos y que parezca que vivimos en Pontevedra.
Juan Domingo se hace de rogar, pero esperamos sus entradas con ansia para que nos hable de carámbanos y de héroes. Leerle es como pararse a descansar.
Jorge Ordaz nos cuelga citas y comentarios como migas dejadas a los pájaros, para que amemos más, si cabe, la literatura. Bajamos al suelo, picoteamos y volvemos a volar.
Al señor de Portorosa le leo con ganas, y con una sonrisa en la boca cuando habla de su hijo.
Alexandrós parece que cargara la mochila de las palabras y luego utilizara un estilete para dejarlas sobre la pantalla.
Jesús Miramón hace que cerremos su blog contagiados por su sosiego. Suscribo sus palabras cuando habla de los buenos propósitos, y de la rutina, y de los viajes en coche acompañado de la familia.
Leo asiduamente muchos blogs (quizás otros cincuenta), pero estos son algunos de los que más me acompañan. Todos tienen en común lo bien escritos que están y lo divertidos que son. Otro día hablaré de otros.
Sábado por la mañana. No se puede dormir más cuando ya se ha dormido lo suficiente, así que me levanto con sigilo y me siento al ordenador, después de tomarme un café, y luego otro.
Me meto en mis blogs preferidos.
Conde-Duque tuvo ayer un día muy duro y nos anuncia que colgará textos sobre Madrid. Y este hombre rebusca bien, así que a disfrutar.
Mabalot sigue con lo suyo, que es un estilo característico, de un humorismo como colgado de un hilo, con frases que deberían ir en negrita.
Rayuela dice que de los días nos debería quedar un poso, siquiera para poder llenar las páginas del Diario y poder despertar con ánimo al día siguiente, y ese es un buen propósito.
Jabois habla con un cinismo suave de todo, y de política, que es cosa aparte y debería aburrirnos, pero él consigue que sonriamos y que parezca que vivimos en Pontevedra.
Juan Domingo se hace de rogar, pero esperamos sus entradas con ansia para que nos hable de carámbanos y de héroes. Leerle es como pararse a descansar.
Jorge Ordaz nos cuelga citas y comentarios como migas dejadas a los pájaros, para que amemos más, si cabe, la literatura. Bajamos al suelo, picoteamos y volvemos a volar.
Al señor de Portorosa le leo con ganas, y con una sonrisa en la boca cuando habla de su hijo.
Alexandrós parece que cargara la mochila de las palabras y luego utilizara un estilete para dejarlas sobre la pantalla.
Jesús Miramón hace que cerremos su blog contagiados por su sosiego. Suscribo sus palabras cuando habla de los buenos propósitos, y de la rutina, y de los viajes en coche acompañado de la familia.
Leo asiduamente muchos blogs (quizás otros cincuenta), pero estos son algunos de los que más me acompañan. Todos tienen en común lo bien escritos que están y lo divertidos que son. Otro día hablaré de otros.
jueves, enero 17, 2008
martes, enero 15, 2008
lunes, enero 14, 2008
Natación (III)
Nosotros, los espectadores, estamos atentos a la competición. De pronto, alguien dice que hay una gotera. La señala. Efectivamente, del altísimo techo de este recinto climatizado cae una gotera que ha formado un charco en estas baldosas blancas. Ya, durante toda la tarde, miraremos todos esa pequeña laguna que está formándose, gota a gota, entre las tres piscinas olímpicas
Nosotros, los espectadores, estamos atentos a la competición. De pronto, alguien dice que hay una gotera. La señala. Efectivamente, del altísimo techo de este recinto climatizado cae una gotera que ha formado un charco en estas baldosas blancas. Ya, durante toda la tarde, miraremos todos esa pequeña laguna que está formándose, gota a gota, entre las tres piscinas olímpicas
Natación (II)
Esta tarde de domingo se diluye en el agua azul de las piscinas olímpicas. Huele a lejía. Hay un reloj en la pared que no marca las horas sino los segundos.
Los cuerpos aerodinámicos de los niños se zambullen, nadan, y luego salen del agua como si no estuvieran mojados. Pero caminan de puntillas, y desde lejos, se ve que todos sonríen
Esta tarde de domingo se diluye en el agua azul de las piscinas olímpicas. Huele a lejía. Hay un reloj en la pared que no marca las horas sino los segundos.
Los cuerpos aerodinámicos de los niños se zambullen, nadan, y luego salen del agua como si no estuvieran mojados. Pero caminan de puntillas, y desde lejos, se ve que todos sonríen
Natación
Domingo por la tarde. En una competición infantil de natación. Los niños de siete de las calles de la piscina llegan a meta. Pero hay uno, el de la calle octava, que está en el medio del océano de la piscina, que se ha parado ahí.
Está quieto, parece que fuera a hundirse.
Han transcurrido un par de minutos y el hombre del cronómetro no sabe qué hacer. Los espectadores tampoco. De pronto, el niño continúa nadando y todos respiramos de nuevo. Por fin llega a la meta. Qué grande nos parecía la piscina.
Domingo por la tarde. En una competición infantil de natación. Los niños de siete de las calles de la piscina llegan a meta. Pero hay uno, el de la calle octava, que está en el medio del océano de la piscina, que se ha parado ahí.
Está quieto, parece que fuera a hundirse.
Han transcurrido un par de minutos y el hombre del cronómetro no sabe qué hacer. Los espectadores tampoco. De pronto, el niño continúa nadando y todos respiramos de nuevo. Por fin llega a la meta. Qué grande nos parecía la piscina.
domingo, enero 13, 2008
Cuadernos
Releer cuadernos antiguos, de los tiempos en los que no existían ordenadores, produce un temblor enorme. Quitarle el polvo, pasar la yema de los dedos por sus tapas. Ver cómo ha cambiado nuestra letra, cómo escribíamos y lo que decíamos.
Lo que decíamos era lo mismo que decimos ahora, pero con otras palabras.
Releer cuadernos antiguos, de los tiempos en los que no existían ordenadores, produce un temblor enorme. Quitarle el polvo, pasar la yema de los dedos por sus tapas. Ver cómo ha cambiado nuestra letra, cómo escribíamos y lo que decíamos.
Lo que decíamos era lo mismo que decimos ahora, pero con otras palabras.
sábado, enero 12, 2008
Literatura
Todavía, después de tanto tiempo, cuando crees que esa sensación pasó para siempre, que uno es mayor para ciertas cosas, sigues sintiendo esa taquicardia característica de abrir un libro y quedarte maravillado con sus primeras páginas, como si algo fuera a explotar.
Porque hay libros buenos (olvidemos los malos) y hay libros, muy pocos, que te agarran el corazón.
Todavía, después de tanto tiempo, cuando crees que esa sensación pasó para siempre, que uno es mayor para ciertas cosas, sigues sintiendo esa taquicardia característica de abrir un libro y quedarte maravillado con sus primeras páginas, como si algo fuera a explotar.
Porque hay libros buenos (olvidemos los malos) y hay libros, muy pocos, que te agarran el corazón.
jueves, enero 10, 2008
miércoles, enero 09, 2008
martes, enero 01, 2008
Año Nuevo
Despierto. En la calle no hay silencio, todavía hay estruendo de petardos.
Veo una rendija de luz en el pasillo, que proviene de la cocina. Voy allí. Las copas están en la encimera, boca abajo. El lavavajillas tiene la luz encendida.
Todos los niños dejaron un rastro de serpentinas y matasuegras inservibles. Los mayores, botellas vacías. Están en fila. (Hay botellas que son tan bonitas llenas como vacías, pienso).
Me asomo a la ventana. Ni una nube. Hay una luz que hiere.
Despierto. En la calle no hay silencio, todavía hay estruendo de petardos.
Veo una rendija de luz en el pasillo, que proviene de la cocina. Voy allí. Las copas están en la encimera, boca abajo. El lavavajillas tiene la luz encendida.
Todos los niños dejaron un rastro de serpentinas y matasuegras inservibles. Los mayores, botellas vacías. Están en fila. (Hay botellas que son tan bonitas llenas como vacías, pienso).
Me asomo a la ventana. Ni una nube. Hay una luz que hiere.
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