Entre el tanatorio y la oficina de objetos perdidos había un sitio en el que nadie más se había dado cuenta. Un lugar en el que las almas jugaban con las sombras de los objetos que nunca encontraron a sus dueños que yacían en el edificio contiguo.
Un día, cuando las horas todavía eran inexactas, escuché el eco de unas risas mientras se pasaban de mano a mano la sombra de una pequeña pelota verde.