Inmediatamente pedí que cerraran la tapa del ataúd; alguien había profanado mi descanso eterno. Pero nadie respondió. Quizás una ráfaga de viento la había arrancado de cuajo. Me incorporé y vi que todo era desolación. No había nada. Era como estar navegando por una página en blanco. Incluso el ataúd había desaparecido. Todo era luz, sin materia, sin energía. Todo parecía envolver mis pensamientos. Entonces empecé a pensar en algo que pronto se materializó ante mis narices: una taza de café. Y luego todo se comprimió; y estalló. Y se formó un nuevo universo. Un universo compuesto por café, por tazas y cucharillas que hacían girar mi existencia.
Garbancito es un ser pequeñito, el cual un día se escondió en una lechuga para poder así devorar, poco a poco por dentro, a la vaca que se lo tragara. En su última hazaña perdió su pequeña libreta. Por lo poco que he podido leer y entender, entre sus múltiples aficiones está la de escribir microrrelatos.
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13 de enero de 2015
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