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2 de junio de 2015

Algodón de azúcar (REC)


-La inquisición no tardará en llegar.
-Y nos quitarán los algodones de azúcar.
-Y nos pondrán de castigo el no subir al tren de la bruja.
-No nos permiten comer azúcar sin lavarnos después los dientes.
-Y no nos hemos traído los cepillos de dientes.
-¿Y si les decimos la verdad?
-¿Que los algodones de azúcar solo existen en nuestra imaginación?
-Sí, eso mismo; no se nos permite decir mentiras.
-No se lo creerán.
-Pero se les picarán los dientes si nos los quitan y se los comen ellos.
-Debemos advertirles que se trata de algodón de azúcar de color azul.
-Extremadamente pegajoso.

14 de abril de 2015

Regreso al Edén (REC)

Procuraba no perder sujetándole las nalgas de azúcar, pero sus lágrimas saladas derritieron su rostro de porcelana y me encontré de repente sujetando un largo palo de madera. Entonces supe que había perdido algo, aunque no sabía lo que era. Rebusqué entre mis bolsillos y encontré dos tiques para el tren de la bruja. Me acerqué al revisor pero el tren ya había salido y el próximo no llegaba hasta las 15:36. Regresé al kiosco donde todo había empezado y esta vez pedí una manzana caramelizada. Quería volver a pecar, pecar de verdad.

20 de febrero de 2012

El sereno.

La calle se hace cuesta arriba. Las luces de las farolas titilan en la fría madrugada, como queriendo ir a dormir y apagar los sueños del mundo. Una de ellas se apaga justo cuando me paro a contemplar una vieja puerta de madera. Me acerco a ver la oxidada cerradura. Había pasado por allí miles de veces y nunca me había fijado en ella. Son dos majestuosos leones que parecen custodiar la morada que presiden. No sé por qué saco el manojo de llaves para intentar abrirla. Pruebo con una, con otra y otra llave, pero parece que las garras de los leones impiden que termine mi objetivo. Tras una frenética lucha con las indomables fieras, escucho ruidos en el interior de la casa, tal vez había despertado a su morador con el tintineo de las llaves. Acerco, con sumo cuidado, mi cabeza a la cerradura para mirar a través de ella. Apenas puedo distinguir unas sombras y algo parecido a un escobón que se acerca; ¿será una bruja quien habite allí? No me da tiempo a contestarme a mí mismo, cuando la puerta se abre de repente y aquel ogro con pelo encrespado me gruñe: ¿Qué horas son estas? ¿Ya estás otra vez borracho? Caigo al suelo dándome con la farola. Entonces me armo de valor y contesto a la bruja, ogro, mi mujer o lo que fuera: ¡Yo… yo… yo estoy sereno!