Tengo una buena amiga, a la que quiero mucho. Es de esas personas que llegan como adjuntos (es compañera de facultad de mi pareja) y que con el tiempo se quitan (como yo para ella) la etiqueta de "amiga de" para serlo sin más. Este fin de semana ha sido su cumpleaños y he cometido el pecado de no felicitarla. Ha habido un conjunto de casualidades que lo han propiciado, y entre ellas está mi natural despiste para con los teléfonos y las fechas señaladas. Ella me lo ha reprochado con cariño, como mi pareja, si es que lo reproches pueden ser cariñosos.
Y eso me ha hecho reflexionar. Cuando era adolescente tenía una especie de carcasa impermeable que impedía que lo que los demás dijeran sobre mí me afectara lo más mínimo. Eso me permitía llevar el pelo largo cuando a mi padre le llevaban los demonios o de todos era sabido que me quedaba fatal; o usar pantalones viejos, rotos y pintarrajeados. Con la edad, esa pátina de indiferencia (pasotismo lo llamaban otros) ha ido perdiendo grosor (quizá los michelines le ganaron espacio) y parece como si ya no estuviera dispuesto a escucharlo todo con indiferencia. En toda mi vida, no, en los últimos años, para ser más exactos, he tenido que escuchar que soy un gordo dejado (ay que ver, con lo que era este Larrey, como está ahora), que soy un insensible desgraciado y desagradecido, un chuleta de barrio, un egoista, que no doy nada por los demás, un cabezota, que menos mal que su hijo ha salido a la madre, que si no menudo borde. En fin, todo tipo de adjetivos calificativos despectivos. Pensaba que no le daba importancia, pero va a ser que sí. Todo eso ha ido haciendo un surco en mi paciencia y ahora ya no parece tan fácil saltárselo a la torera. En cambio intento no reprocharle a los demás su forma de ver la vida. Soy muy histriónico cuando defiendo mis ideas, pero eso solo una divertida pose. Si cuestiono lo que hacen los demás (al menos de forma consciente) es porque se me pregunta, y aun así muchas veces dudo, porque no estoy seguro de que las personas pregunten realmente para saber tu opinión, sino para que les des la razón, de no ser así jamás entendería algunos reproches y enfados. Y me he dado cuenta, y siento si soy machista en ello, pero hablo de mi vida, y sé de lo que hablo, de que quienes más me reprochan son las mujeres de mi entorno.
¿Por qué la gente se empeña en reprocharme constantemente?, ¿por qué no reflexionan un poco antes de emitir jucios sobre mi forma de ver y de hacer las cosas?, ¿no se dan cuenta de que todos hacemos y vivimos como creemos que debemos hacerlo?. ¿Hay unos parámetros establecidos, inmutables e indudables de lo que es o no importante en una amistad?. Tengo amigos con los que jamás hablo por teléfono, a los que apenas veo, pero que sé que si los necesitara tardarían en ayudarme lo que tardaran en recorrer la distancia que nos separa. No hay reproches, ni un no me llamaste o no preguntaste por mi hijo cuando tuvo tos (y debí hacerlo, de veras que debí hacerlo) porque saben que soy como soy, y si han elegido quererme es porque algo hay en mi que les despierta ese sentimiento. Tengo la sensación de que las personas esperan de mi lo que no soy, algo así como si quisieran moldearme y cuando el moldeo fracasa me lo reprochan como si siempre hubiera sido así, como ellos esperan, y ahora lo estuviera dejando de lado. Tal vez el que viva engañado sea yo y las personas me quieran, precisamente, por la etiqueta, porque en el fondo no dejo de ser el padre de su hijo, su hermano, su hijo, el amigo de la amiga, el amigo del amigo, el amigo de toda la vida...sí, tal vez el que viva engañado soy yo y sea egoista, cabezota, insensible, despistado, desagradecido...