La escena fue la siguiente: varios padres y madres apostados en las puertas de las aulas. Allí estaban los que esperábamos la salida con los que aguardaban la entrada en la glorieta de fin de clase. Muchos nos conocemos, así que charlamos con afabilidad mientras los niños van de un lado a otro. Un par de chavales de poco más de cuatro o cinco años se acercaron a otro niño que esperaba con su madre, le señalaron con el dedo y en un detestable tono sarcástico empezar a decir, hola gordo, hola gordo. Cuando el susodicho respondió con un gruñido, los graciosos huyeron divertidos. Habían logrado su objetivo. La madre se encaró con ellos, visiblemente enfadada, exigiendo que no le llamaran así porque no estaba gordo. Mi primer impulso fue entenderla, aunque no compartiera su enfrentamiento a los pequeños (delegando innecesariamente la defensa en ella cuando es el hijo quien debe aprender a defenderse de estos personajes) y menos el razonamiento ¿Es que si su hijo fuera gordo tendrían derecho a reírse de él? Los niños son unos pequeños cabrones (decir hijos de puta me parecía fuerte), y para compensar y reconducir debemos estar los padres. Y es un trabajo agotador, lo reconozco. Es posible que en la animada charla los progenitores de estos aprendices de pandilleros no se enteraran de lo que había pasado. Yo, llamadme papá helicóptero (que lo soy) me hubiera enterado, me hubiera enfadado, y mucho, y le hubiera obligado a mi hijo a pedir perdón. Además, convencido de ello. Después le hubiera explicado que hoy es el niño gordio y mañana los que tienen los brazos largos, como él. Hay que responder, y hacerlo rápido, porque la distancia del tiempo y la impunidad son la mejor fábrica de tiranos. Y yo no quiero ser partícipe de esta producción. Ese no es mi negocio.
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27 de noviembre de 2012
19 de octubre de 2012
LA MALDITA FOTO
La pesadilla de Amanda Todd, la niña canadiense que se ha suicidado incapaz de soportar el acoso y la humillación a la que se vio sometida por la presión de un ciberacosador que cumplió su promesa (la de pasar fotos íntimas a los contactos de la víctima), como padre, me abre las carnes en canal. Sobre todo porque esta pobre muchacha que cometió, sí, eso es cierto, el error que supone el primer paso indispensable para sufrir este tipo de acoso sexual en la red (compartir fotografías íntimas con el acosador), siguió todos los protocolos que marcan las autoridades en estos casos: informar a los padres, a la policía, no ceder ante el chantaje...Y es cierto, como dicen las estadísticas, que en la mayoría de los casos el acosador cesa en su empeño si la víctima no responde, pero para desgracia de la pobre Amanda, finalmente el hijo de puta desconocido (todavía no han logrado identificarlo) envió a todos los contactos, a los profesores y el entorno de Amanda, la maldita foto. Y ahí empezó un calvario de vergüenza y humillación que llevo a la pequeña primero de colegio en colegio y después al suicidio. Y como padre me tengo que preguntar qué podemos hacer, y desde ya, para proteger a nuestros hijos de este peligro, aislado sí, pero mortal. Hay que educarlos en los riesgos de la red y sobre todo en dos cosas: la desconfianza ante desconocidos que le quieren quitar rápidamente el prefijo a esa palabra. Y que nunca, jamás, bajo ningún concepto deben ceder fotografías personales e íntimas. Una foto o un video en Internet jamás muere, son eternas. Y cualquier cosa que publiques o entregues en modo de archivo puede ser visto por tus amigos, tus padres, y tu pareja, tus futuros hijos, tus futuros jefes o compañeros de trabajo...Es un axioma indispensable. Pero ¿después?¿después qué? Solo se me ocurre una cosa: la autoestima. Educar a nuestros hijos en lo importantes que son para mucha gente y sobre todo para ellos mismos. Lo buenos que son. Las grandes cosas que hacen y que podrán hacer. Conseguir, sin que los pies se les marchen del suelo, que sepan lo especiales que son, todo lo que les quiere su entorno y lo incondicionales que serán sus padres de ellos para siempre. La presión social, la opinión de los demás, estará ahí como la lluvia. Si tú, como padre (o madre) le entregas el paraguas de la autoestima, es más fácil que no termine empapado. Que sí, que él va a tener que abrirlo y sostenerlo en el huracán, si llegara, pero si no tiene ese paraguas, si no tiene autoestima, se lo llevará la ventisca como a una hoja seca.
27 de julio de 2012
DE GUINESS
Hola, buenos días, ¿es el Libro Guiness de los records?...sí, verá, es que quiero ver si hay una categoría para registrar un record...verá, se trata de la persona a la que menos tiempo le ha durado el Documento Nacional de Identidad...sí, le explico, es mi hijo...cuatro años...la hora de expedición del documento fue las 17h12m de la tarde del 27 de julio del año en curso...y la hora de destrucción del documento las 18h07m...sí, es decir, estamos hablando de algo menos de una hora, 55 minutos si no me fallan las matemáticas...no ha sido un accidente, no sé si eso imposibilita la consecunción del record, porque lo hizo él de forma voluntaria...sí, con sus tijeras de manualidades, cuatro cortecitos bien trazados, oiga, con mucha decisión y estilo, le faltó muy poquito para partirlo por la mitad...bueno, pues eso, ya me dirán si tenemos record, por lo de celebrarlo y eso...un saludo.
6 de julio de 2012
LEER
Hoy ha sido un gran día, la verdad. Nuestro hijo mayor ha roto un record muy importnate para nosotros: se ha levantado más tarde de las diez de la mañana. Y eso me ha retrotraído a un momento de mi niñez. En mi casa se nos educó, como en muchas otras, en el esfuerzo y en la pérdida de tiempo como un cáncer. Así que mi madre nos tenía totálmente prohibido leer en la cama después de desayunar en vacaciones. Para ella eso de estar tirados en la cama, sumergidos en un libro, era un gesto de pereza intolerable. Así que ahora, eso de poder estar en las primeras horas del día, y ya me da igual si en la cama, en un sofá o en una silla, leyendo un buen libro, es un lujo que parece más cercano. Porque con los hijos tan pequeños y tan madrugadores, la cosa se complicaba de nuevo. Ahora vamos por el buen camino, no sólo nuestros hijos están aprendiendo el lujo de poder dormir más en vacaciones, sino que cuando se levantan ya no van como patitos pequeños tras las faldas de sus padres. Lo de volver a leer por las mañanas ya no es un sueño imposible. Las neuronas se me hacen huéspedes...
14 de junio de 2012
LAS VACUNAS
Nuestro hijo vivió ayer uno de los momentos más frustrantes de su vida. Se sintió profundamente engañado. Le tocaba la revisión de los cuatro años y todo iba bien. Era el prota. Las preguntas de la enfermera, el doctor que pasó del despacho contiguo, el juego de adivinar los colores con el ojo tapado, hacer figuras como las de la pared con un cartón en forma de "u", andar de puntillas, de talón...todo era genial, cinco personas viendo como acertaba en todo. Pero amigo, llegó el momento de los pinchazos. Su madre trató de distraer su atención para que no viera el tamaño...reconozco que somos los padres quienes más nos asustamos, a mí me sudaban las manos de la tensión, pensando en el dolor que iba a sentir. Se sentó en la camilla y escuchó con atención las indicaciones de la enfermera, respiró profundo cuando se lo pidió y llegó el primer puyazo. Nos miró a todos como diciendo eh, ¿qué pasa?¿qué es esto?¿no váis a hacer nada? Pero no lloró, aguantó el llanto compungido, pensando que si había terminado merecía la pena el esfuerzo de no hacerlo. Entonces llegó el segundo. Cuando vio que la enfermera iba a por el otro brazo ya se asustó. No hubo tantos miramientos, ni tanto preámbulo. La aguja entró en su bracito y entonces el llanto fue profundo. Sincero. No diría que desgarrador, era más bien el llanto de la frustración, un me habéis engañado todos, y tú, tía de la jeringuilla, la que más, con tanta risita y tanta pregunta sobre si tenía muchos amigos en el cole. Después se le pasó el llanto, pero no así la tristeza. Quizá suene teatrero, pero creo que mi hijo pequeño ha perdido parte de su inocencia con las vacunas de los cuatro años.
17 de abril de 2012
DOLOR
El umbral del dolor es uno de los aspectos más subjetivos del género humano. Lo que para unos es una leve molestia puede ser un dolor paralizante para otros. Como padre, y en mi ignorancia médica, tiro de intuición y consejo de profesionales. Por eso el dolor, más allá de un sufrimiento, es un síntoma, una alarma. Y para valorar las distintas decisiones que van desde la simple comprensión y cariño al movimiento hospitalario el grado, la insistencia y la continuidad, son los elementos clave. Así uno debe entender a su hijo en su idiosincrasia, en su capacidad para enfrentarse al dolor. Lo cual es un problema cuando se trata de niños cuyo umbral es especialmente bajo. Hablo de niños para los que es un problema cortarse las uñas o el pelo. Hay casos en los que la queja es la misma para un leve dolor de tripa producto de gases que por un principio de apendicitis. Eso nos complica la vida en exceso, y a mí, lo reconozco, me pone especialmente nervioso, porque no logro interpretar y temo asustarme al tiempo que creo estar relajándome en exceso, lo cual es un bucle absurdo. Por suerte cuento con mi pareja, en la que confío ciegamente, que me conoce y sabe torear el dolor de mis hijos y mi cabreo o desconcierto, a partes iguales. Trato de no trasmitir ese desconcierto a los pequeños, pero sé que no lo consigo, así que ese será mi propósito de enmienda en el futuro. Tal vez también deba explicarles por qué su padre se inquieta tanto, porque son mucho más listos de lo que parece.
30 de enero de 2012
AMOR EXTREMO
¿Recordáis la película de Denzel Washington en la que como padre se ofrece a morir en la mesa de operaciones y ser donante de corazón para su hijo? Se llamaba Jonh Q. Además de hacernos reflexionar sobre lo maravillosa que es la Sanidad Pública como concepto, nos pone a todos, sobre todo a los que ya somos padres, en la piel desesperada de quien haría cualquier cosa por un hijo. Esa es una prueba de amor extremo. Pero en el día a día, en nuestro andar cotidiano, estamos repletos de pequeños detalles que, en algunos casos, también son pruebas de amor extremo. Os cuento un ejemplo: salida del cole, los peques disfrutan de los últimos rayos de sol en el parque. Eso es incompatible con una atención directa a la merienda, y como el juego tiene tantas proteínas o más que el atún y el chocolate estás ahí, como una estatua, con las meriendas en la mano mientras tus hijos van del pilla pilla a las viandas, de las viandas al pilla pilla. Y entonces te fijas. Son redonditos, oscuros y brillantes al sol de invierno. Te llaman como cantos de sirena, vamos, no te cortes, somos tuyos. Pero no, tú, como Jonh Q estás dispuesto a darlo todo. Así que contienes tus impulsos y los dejas. Por que sí, amigos, tener en la mano los donuts de chocolate de tus hijos, estar muerto de hambre y no darles un mordisco ¡¡¡ también es una prueba de amor extremo !!!
13 de enero de 2012
SOMOS BUENOS
Era última hora de la tarde. Salíamos mis hijos y yo de música y junto al coche había un bulto negro. Con desconfianza lo toco con el zapato. Es un bolso. Parece cerrado. Lo cogemos. Le explico a mis pequeños que alguien lo ha perdido. Dentro la documentación, pastillas, el bonotransporte, el monedero con dinero y por suerte, un teléfono. Busco en las últimas llamadas un nombre que me permita acceder a su dueña: Toni vecina. Llamo. Explico que me he encontrado el bolso. La mujer no está y vive no lejos de la escuela. Pero es tarde, así que se me ocurre decirle que voy a dejar el bolso en una comisaría cercana. Ah, fenomenal, me indica la vecina, su marido es policía, seguro que la conoce. Así que, allá que vamos la familia Larrey a dejar el bolso en el centro policial. Mis hijos lo ven todo con naturalidad, un pequeño alto en el camino para hacer un favor antes del baño y la cena. En la comisaría nos miran con una amplia sonrisa, es como si estuvieran viendo al mismísimo Papa Noel. Después les explico a mis hijos que lo que hemos hecho es algo bueno, le hemos evitado a una persona el engorro de tener que volver a hacer todos sus documentos, anular las tarjetas y si los policías son horandos (no veo por qué no) no habrá perdido ni el dinero que tuviera. Y a nosotros, en el fondo, nos ha costado bien poco, menos de un cuarto de hora de nuestro final de día. Ellos, repito, lo vieron todo con suma normalidad, y precisamente de eso se trataba. Ya, lo sé, hay una ley no escrita que nos permite, en estos casos, quizá quedarnos con el dinero como impuesto revolucionario, porque el dinero no tiene dueño si está en la calle, y la mujer lo hubiera dado por bien invertido. Pero no, yo no soy así, y delante de mis hijos muchísimo menos. Lo que tuviera esa buena mujer en el monedero es el precio que me cuesta a mí enseñarle a mis hijos, de la mejor forma posible, con el ejemplo, lo más importante en esta vida: a ser buena persona. Cometí el error, eso sí, de no dejar un teléfono en comisaría, estoy seguro de que la señora hubiera estado encantado de llamar para dar las gracias. Aunque visto así, un poco de misterio me parece una hermosa guinda para esta sencilla historia.
10 de enero de 2012
LOS TRES REYES BLANCOS
El fin de semana estuvimos viendo a nuestro sobrino en Mejorada, en un campeonato de fútbol. Ambiente familiar y deportivo y sana rivalidad entre barceloneses, sevillanos y madrileños. Panceta y cerveza. Mientras se jugaban las semifinales, con los niños dándolo todo, aparecieron por el polideportivo, entre la pista de atletismo, tres cochazos negros, tres audis impresionantes, que aparcaron junto a una de las porterías. Pensamos que era una promoción de Men in black. Obama no era, porque faltaba el mosquito sobre nuestras cabezas y una docena de coches militares. Pensamos tal vez en nuestro presidente...pero claro, al ver la decisión con la que entraron los coches, sin dudar, directos a su destino, estaba claro que Rajoy no era. Después vimos el revuelo general, con toda la chiquillería corriendo como locos. Sobre todo las niñas y las madres. Entonces nos dimos cuenta de que se trataba de gente importante. Y efectivamente, tres jugadores del Real Madrid: Callejón, Granero y Adán. Nos explicó un amable lugareño, porque los lugareños siempre gustan de explicar las cosas, que Adán era del pueblo y apadrinaba el torneo. La locura fue generalizada y mi hijo estaba como loco porque le firmara un balón. La verdad es que no soy partidario de estas locuras y nos mantuvimos en segundo plano. Me gusta verlos en el campo, no a todos, pero fuera son tipos de los más normales: Adán un mozalbete enorme con cara de buena persona, Callejón un macarrilla de barrio que bien pudiera llamarse Jonathan y tener un padre con fregoneta, y Granero, pues que si te lleva el correo a casa es probable que ni te fijes en si tiene el pelo largo o corto. Lo peor es que se colocaron delante y no nos dejaban ver el partido. Era el último día de vacaciones, así que a la mañana siguiente comenzaba la rutina escolar. Mi hijo el mayor, apenas bajado del coche, salió corriendo camino de su clase. Ni trauma postvacacional ni narices en vinagre. Corrió todo lo que pudo porque le podían las ganas de contarle a sus compañeros que había estado con Callejón y Granero. Ni los muchos regalos recibidos, ni las noches dormidas en casa de abuelas y primos, ni los amigos que se han quedado en casa, ni la cabalgata, ni visitar el trabajo de su padre, ni patinar en una gigantesca pista de hielo. No, lo más importante de sus vacaciones fueron los coches negros que trajeron a los tres Reyes Blancos. Tal vez estemos haciendo algo mal, no lo sé, lo que ahora sé es que me arrepiento, viendo su ilusión me arrepiendo de no haberle hecho una foto con ellos y que pudiera llevarla a clase, a sus compis. De todo se aprende.
23 de diciembre de 2011
PAPÁS
Los papás somos unos cansinos en general, y con la entorno educativo de nuestros hijos en particular. Mi hijo el mayor ha hecho su actuación navideña, disfrazados ellos de Hércules y ellas de una especie de princesas griegas. Banda sonora de la película, en inglés, y coreografía divertida, con cuatro o cinco movimientos simpáticos de los niños. Un final gracioso con todos junto al libro del que se supone mana la historia contada. Bien. Cámaras, aplausos y vítores después nos encontramos con los padres de un compañero. Pregunta tan obligada como un formulismo que no busca nada más que la empatía entre padres de artistas ¿Qué tal? Uf, un poco sosos ¿no? Esa fue la respuesta. Me dieron ganas de decirle, pues nada, majete, el año que viene te disfrazas tu de romano y sales ahí a darlo todo. O no, mejor, se me ocurre, pillas a 25 niños de entre siete y ocho años, los motivas, los ilusionas, haces que pasen la vergüenza de disfrazarse delante de todo el colegio, padres y abuelos, que se aprendan una canción en inglés y unos movimientos medianamente coordinados y después que todo salga bien el día del estreno. Ah, y a todo esto sin perder ritmo académico, que si no los padres se te suben a las barbas. Hala, ya puedes ir empezando. Lo dicho, somos un tostón.
23 de noviembre de 2011
CALLE
Mi hijo el mayor está empezando a jugar al baloncesto en federación. Me voy a ahorrar las curas de humildad que están siendo todos y cada uno de los partidos. He observado que este grupo de niños tiene un concepto muy académico del baloncesto. Y está bien, porque supone la asunción de un objetivo colectivo (el que marca el entrenador) y que hay un jefe (otra vez el entrenador) que es el que les da las órdenes que hay que cumplir y un lugar, los partidos del sábado, donde poner en práctica todo lo entrenado durante la semana. Eso es lo que nos gusta de los deportes de equipo. Pero el deporte es un "ser vivo" y necesita seres vivos que sepan entender que las cosas se mueven, que hay que correr, anticiparse y tomar decisiones. Son pequeños, lo sé. Pero me da la impresión de que lo que les falta es calle. Jugar en condiciones de igualdad con amigos, donde no haya un entrenador y las reglas sean un poco más laxas. Donde no serás tú, el cinco, siempre el que saque de fondo, ni tú, el cuatro, el que suba de palomero. Donde podrá tirar un triple el que lucha por los rebotes...Entonces encontrarán los resquicios a la norma para ser listos, para sacar antes de que el otro se de cuenta, para cubrir a un contrario que va a tirar aunque no sea el de tu marca... Porque en el deporte, si no eres listo, te comes los mocos. Lo que tanto nos sobró a nosotros, calle, le falta a espuertas a nuestros hijos ¿no os parece?
11 de noviembre de 2011
DEBERES
Pienso lo mismo que Mou: ¿por qué? Sí, ¿a qué viene esa carga de deberes para nuestros pequeños? Y lo digo desde la fortuna, porque la profesora de nuestro hijo mayor es muy comedida. Y desde mi punto de vista, hasta una edad bastante avanzada, los deberes no son sino una muestra del fracaso del profesor, incapaz de impartir la materia en las horas lectivas. Eso de concienciar al niño de su responsabilidad como estudiante me suena a capataz de fábrica del siglo pasado. Yo trabajo de ocho y media de la mañana a cinco de la tarde y rara, pero muy rara vez, me llevo el trabajo a casa. Nuestros pequeños tienen un horario de nueve a cinco, más o menos, y la gran mayoría tiene que dedicarle una o dos horas en casa a las tareas. Si cada día tienen una actividad extra escolar, que suele ser lo normal, que en algunos casos implica incluso nuevos deberes. Si en muchos casos ir y venir del colegio supone una o dos horas. Si tienen que bañarse, ayudar en las hazanas de casa para concienciarse, cenar y dormirse a una hora razonable, el único deber que tenemos que imponerles es justo el que les estamos robando: jugar. Nuestros hijos no juegan. No saben perder el tiempo y por lo tanto no saben emplearlo de una forma lúdica y no dirigida (por un adulto, por el menú de una maquinita...) Creo que hasta los diez años basta con que en fines de semana y festivos tengan algún ejercicio que les implique recordar que han de hacerlo y planificar su fin de semana para no llegar al domingo a las ocho de la noche con ellos pendientes. Ese es el verdadero objetivo. Pero que cada tarde noche, como una condena, cuando ya no hay fuerzas y los padres están también agotados, tener que hacer sumas con llevandos, es una tortura que no favorece en nada la impronta que debemos proporcionarle a nuestros hijos: aprender, no solo es necesario sino ¡ fascinante ! Así no es fascinante, sino un fastidio.
¡ NO A LOS DEBERES ENTRE SEMANA!
25 de octubre de 2011
HIPEREMPATÍA
El concepto existe, pero no estoy muy seguro de que defina lo que os voy a contar. O al menos no en esencia. Creo que mi hijo mayor tiene una capacidad excesiva para empatizar con el dolor de los demás. Os cuento el ejemplo que despertó mis alarmas. Hace unos meses me despedía de los dos en la cama y el hermano pequeño se negó a darme un beso. No le di mucho importancia, rondando los tres años estos pequeños actos de rebeldía forman parte de la formación de su "yo". Pero me di cuenta de que el mayor se ponía a llorar. Y no era un llanto dramático al más puro estilo Meryl Streep, sino un llanto vergonzoso, escondido bajo las palmas de las manos. Cuando le pregunté su respuesta fue que le daba mucha, mucha pena que su hermano no me quisiera. Traté de explicarle en lenguaje de seis años lo que había significado aquello y se durmió tranquilo. Y este fin de semana he tenido otro episodio que me ha hecho pensar. En una gasolinera vimos como venía una furgoneta grande, padre, madre e hijo, con una rueda pinchada. Mi hijo la miró, después me miró y dijo que pena, papá, tiene una rueda pinchada ¿ahora qué van a hacer? Sentí que él había hecho suya la preocupación que trasmitía el rostro del conductor. No digo que me preocupen estas cosas, porque siendo como soy puede parecer falsa modestia, pero he leído por ahí que este tipo de respuestas pueden estar relacionadas con una baja autoestima, y preocupados como estamos en este sentido, es un elemento más a controlar: la hiperempatía. Y ¿cómo se le enseña a un niño a tomar distancia sin caer en la deshumanización?¿No es confuso que los mismos padres que antes le enseñaron a preocuparse por los demás ahora le digan que las cosas no son tan importantes si no le pasan a uno mismo?¿cómo se alcanza el punto medio?
28 de septiembre de 2011
26 de septiembre de 2011
CINETERAPIA
Estamos moderadamente preocupados con la actitud de nuestro hijo mayor, que va camino de los siete años. Es un tipo grandón y bueno, al que le gusta huir del conflicto. No digo que ésta no sea una buena estrategia, sobre todo porque es la que él ha elegido, entre otras cosas porque su padre también es de los de más vale que digan aquí corrió un cobarde que aquí murió un valiente, verdad ésta más universal que el E=mc2. Pero cuando los conflictos tienen lugar en el patio del colegio, y el pegón es tu compañero, al que tienes que ver día tras día, pues correr siempre no es rentable. No le vamos a decir que pegue, ya le explicamos el curso pasado con los primeros conatos, que él tenía que encontrar la forma de defenderse (empujando, por ejemplo), pero tampoco queremos que sea un niño timorato al servicio del primer abusón que logre calarlo. No. Así, además del apoyo incondiconal que necesita su creciente ego, de las charlas comunes sobre el tema, decidí apoyarme en el cine. Me descargué (ups...) Regreso al futuro. Es cierto que se perdió gran parte de los matices de ciencia ficción que trae la película (yo tampoco sé lo que es un condensador de fluzo...) pero el mensaje fundamental llegó. Hicimos un pequeño cineforum terminada la película (de unos quince segundos) y a la pergunta de ¿por qué cambió la vida de los padres? respondió "porque le dio un puñetazo". Bueno, había que matizar, fue por no dejarse humillar más, por defender su persona frente al maltratador... sí, sí, debió pensar él, y por que le dio un mamporro. No sé que dirán los pedagógos de estas estrategias, pero nosotros queremos que nuestro hijo aprenda que vivir humillado no es rentable a largo plazo. Y, ya se sabe, en el amor y en la guerra...El daño colateral de todo esto es que ya he tenido que empezar a descargarme Regreso al futuro II...
16 de septiembre de 2011
SER FELIZ
Hablando con un viejo amigo, nos pusimos al día de nuestros herederos, y los dos convenimos en que nuestro único objetivo como padres era que fueran buenas personas. Eso y que fueran felices, apostillé yo. Terminada la charla me quedé pensando en esta idea, los dos conceptos, no necesariamente contrapuestos pero tampoco compatibles en esencia. Y entonces llega la gran pregunta ¿buena persona y feliz o feliz y buena persona? Porque claro, puestos a elegir ¿qué es más importante? La tentación está clara: que sea feliz. Porque, en el fondo, como nos han educado como buenas personas, pensamos que uno sólo puede ser feliz si es buena persona. Pero no vivimos en el mundo de la gominola, en el país de los caramelos, en la calle de la piruleta. No, vivimos en un mundo real donde hay mucho hijo de puta suelto que es feliz de cojones. Quizá los padres de estos cabronazos también llegaron a la misma conclusión, pero ¿les llena la felicidad de sus hijos sabiendo que de por medio está el sufrimiento de otros?¿es la ignorancia voluntaria de la consecuencia de tus actos o el de los seres que quieres la que te habilita para sentir como tuya una felicidad fraudulenta y lesiva para con los demás? ¿Cómo valoraría la felicidad de un asesino su padre? Mami, soy ¡tan feliz! acabo de matar a una persona por primera vez...Así que lo tengo claro, que sea buena persona, así me hará feliz, y no dudo que, tarde o temprano, él también terminará siéndolo.
5 de septiembre de 2011
LOS PAPÁS PACIFISTAS
Ella era una afamada arquitecta. Él un reputado ginecólogo. Ambos profesionales liberales, cultos, sensibles con su realidad y la colectiva, modernos en sus planteamientos, tuvieron una hijo. Trataron de educarlo en la igualdad, en la diferencia y en la paz. Era aquella casi una obsesión antibélica, que les obligaba a revisar cuanto juguete pasaba por sus manos. Así, fan como eran de los playmobil, su hijo tenía la colección casi completa, hidroavión, ambulancia, granja, clínica veterinaria, la casa de muñecas, el hotel, el zoo, la casa de la sabana, la pirámide egipcia, los vehículos de construcción, la gasolinera y hasta la estación de bomberos. No le faltaba ninguno, salvo aquellos como el barco pirata, que tuvieran armas o alguna connotación violenta. Y los padres descansaban tranquilos mientras lo veían o escuchaban jugar. De poco les sirvió, una noche, y por sorpresa, el cuerpo de bomberos entró al ataque en la granja, destrozando todo a su paso. Los veterinarios hubieron de pedir ayuda a los animales del zoo, que contaron con la colaboración de los guardas y los habitantes de la casa de la sabana. Así los egipcios se vieron en la obligación de posicionarse, y lo hicieron junto al camión de bomberos y las ambulancias. El hidroavión y el helicóptero de policía también tomaron parte con el equipo de vehículos con sirenas, hasta que una noche se desató la más cruel de todas las batallas. Hubo decenas de víctimas en una sangrienta lucha en la que cayeron casi todos, incluyendo la ingenuidad de unos padres bienintencionados.
13 de abril de 2011
PELLAS
Digo yo que lo harán, matematicamente hay más probabilidades de que lo hagan a que no. Yo las hice. Las llamábamos pellas, no sé muy bien por qué. Y era faltar a clase. Recuerdo la primera, premonitoria, porque falté a religión. Miraba a las ventanas, a la gente por el patio, en la calle, porque pensaba que llevaba escrita la frase "está faltando a clase". Recuerdo otras con mi amigo Nono para ir a ver "Perros callejeros" en el único VHS del barrio. Tanto le cogí el gustillo que hubo hasta un día que no llegué ni a entrar. Fui un mal estudiante de instituto, y no por falta de capacidad, sino por falta de motivación. Después llegó la universidad y falté, bastante, a clase, pero curiosamente rara vez lo hice por unos botellines o un tumbarse en la pradera, cambiaba las clases poco rentables por los libros y la biblioteca. Y ahora soy un padre responsable, con un futuro profesional más o menos estable. Seguro que si mis padres hubieran sabido la cantidad de horas que pasé en la calle en lugar de sentado en mi pupitre, además de una reprimenda severa, habrían terminado preocupados camino de un especialista ¿Qué haré yo cuando sepa que mis hijos faltan a clase por una partida de futbolín o la wii en casa de un amigo? Sé lo que es, lo que supone, y el riesgo, pero no podré quedarme de brazos cruzados y obviar mi responsabilidad. Tendré que ponerme serio. Incluso, como nos ocurre casi siempre, terminaremos olvidándonos de nosotros mismos 3o años atrás y preocupándonos en exceso, tal vez camino de un especialista, ayudeme, doctor, mi hijo ha faltado a clase.
30 de marzo de 2011
¿QUIÉN IRÁ?
Discutíamos sobre la igualdad y todos convenimos que las cosas habían cambiado. Sobre todo estábamos convencidos de que, al menos laboralmente, nuestros hijos no iban a cuestionar jamás una profesión imponiendo el género como un valor calificable. Pero a mí me asaltaba una duda. Es verdad que uno no puede auditar todos los repartos de tareas en las parejas, entra dentro de la economía particular, pero no es menos cierto que cuando un rol se repite mucho y esto puede condicionar a uno u a otro de una forma significativa es digno de tener en cuenta. Aducía a la responsabilidad sobre los hijos. Sí, los papás lavamos ropa, cambiamos pañales, llevamos y traemos de las extraescolares, nos levantamos por la noche, acunamos, damos biberón, acudimos al pediatra, nos sabemos los nombres de los medicamentos más comunes y su posología y ese largo etcétera de cuestiones paterno filiales. Pero, hoy en día, si un niño en mitad de la jornada se pone enfermo y uno de los padres ha de acudir faltando a su trabajo, sin valorar excepciones ¿quién crees que lo hará? Yo también pienso que en la mayoría de los casos será la madre. Tal vez las cosas no están cambiando tanto como parece, pero ¿de quién es la culpa?
21 de marzo de 2011
HÉROE POR UN DÍA
Ocurrió el viernes, a la salida del cole. A mi hijo mayor, como a millones y millones de niños en la historia de la humanidad, le gusta quedarse a jugar un ratito con los amigos en el patio. Como vamos con el pequeño, pues él también quiere. Y meterse en esa jauría de pelotas y partidos cruzados se me antoja peligroso para un peque de menos de tres años, así que papá helicóptero va de parapeto para evitar males mayores. En esas esquivas tareas estábamos cuando vimos que había un par de padres lanzando una pelota a lo alto de un muro, de algo más de tres metros. Algún gracioso le había tirado allí la zapatilla a un niño. Pero no había forma, el cole ha prohibido las pelotas de cuero y con la de plástico era imposible. El patio de abajo (así lo llaman) está cruzado por unas enormes vigas de hierro. Me acerqué. Vi que no eran capaces y dije ¿y por qué no subimos? Me miraron con cara de pues hazlo tú, así que, ni corto ni perezoso, puse una pierna sobre la papelera, a modo de impulso, un pequeño salitito y me colgé de la viga. Después hice una dominada, bueno, no una, LA DOMINADA, porque a la segunda yo la llamo agggggggg. Subí el cuerpo entero sobre al viga, lancé al suelo la zapatilla, volví a colgarme y ahora de un salto directo me dejé caer al suelo. Mientras esto ocurría los partidos quedaron suspendidos ¡¡¡ hay un tío enorme colgado de la viga !!! Cuatro o cinco niñas de diez años comenzaron a aplaudir, y otros niños se acercaban como diciendo, anda, ¿cómo lo has hecho? Mi hijo me señalaba y le podía leer en los labios "ese es mi papi". No lo hice con intención ostentoria alguna, me educaron así, ayudo. Pero reconozco que terapeuticamente para mi hijo habrá sido un subidón saber que su papi fue el héroe que bajo la zapatilla de lo alto del muro. Solo por eso hubiera merecido la pena.
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