ACOSO EN PRIMERA PERSONA:
El sábado pasado acompañé a mi amigo Fer a un concierto a un pueblecito de Navarra. Llegamos a media tarde y el hostal en el que dormiríamos tenía un bar. Según enfilamos la calle vimos en la terraza del mismo a un grupo numeroso de mujeres, copa en mano. Algo mayores que nosotros, no mucho. En cuanto nos vieron caminar hacia ellas, con las maletas, empezaron los gritos, los piropos, los donde vais, los si soy los boys de la fiesta, los si no os dan habitación os la doy yo. Nos hizo gracia, la verdad. No nos sentimos en ningún momento intimidados. Nos tomaron los datos y el dueño del bar, que lo era también del hostal, salió para acompañarnos a la habitación. Al salir volvieron los gritos, los piropos, e incluso una de ellas se levantó y se vino detrás nuestra, muy, muy, muy pegada (incluyendo el contacto físico) hasta la puerta del ascensor, mientras sus amigas gritaban ¡zorra, no te los folles a los dos! Ahí terminó el juego. Arriba nos reímos y pensamos, medio en broma, medio en serio, vaya, pues estamos en el mercado.
Un poco después, ya con una cerveza y esperando la prueba de sonido, mi amigo me dijo: Larrey, lo que hemos sufrido es acoso.
Y era verdad. En ningún momento nos sentimos intimidados, porque de haberlo sentido hubiera bastado con plantar los pies, dar un par de voces e incluso, si había conatos violentos, sacábamos 20 centímetros y 15 kilos a la más corpulenta de las piropeadoras ¿qué podían hacernos?. Pero ¿y si hubiera sido al contrario? Si dos mujeres llegan a la misma calle y se encuentran con cincuentones borrachos que empiezan a gritar piropos y, sobre todo, si uno de ellos se levanta haciendo el amago de subirse con ellas a la habitación. ¿Se hubieran tomado tan a broma las frases? Ya os lo digo yo: no. Rotundamente no. Se hubieran sentido intimidadas y hubieran tenido miedo, físico y real, del que te hace temblar las piernas. Porque las probabilidades de que alguna de aquellas mujeres nos agrediera eran casi nulas, en cambio...
No fue lo mismo por la evidencia matemática, a nosotros era más fácil que nos cayera una maceta en la cabeza que alguna de esas fiesteras nos hubiera puesto en un brete. Pero os aseguro, que siendo mujer, las macetas voladoras te preocupan menos. Y digo que sin ser lo mismo fue como una pequeña bofetada. Un, en broma, pero es esto lo que intentamos explicaros. Porque no conozco a ni una sola mujer que, en algún momento de su vida, no se haya sentido intimidada, agredida, acosada, por un hombre. Ninguna.
Como para escuchar ahora sandeces sobre si Jenni se tomó el beso a broma. Pocas bromas con esto, que causa dolor y muerte. Ya está bien.
Ah, para otro día dejamos la penosa impresión que me da ese perfil de mujeres que, no sé si para sentirse liberada o a modo de revancha, emula comportamientos sexistas de los hombres...
Ah (II) si alguna de aquellas mujeres, de verdad, hubiera querido piropearnos, hacernos sentirnos atractivos, hubiera bastado con que se hubiera separado del grupo, se hubiera acercado de modo individual y hubiera entablado una conversación con cualquiera de nosotros. Educada, respetuosa, pero de cacería. Entonces sí.