Cuando alguien, que no es la DGT, se molesta en poner un cartel, que no es obligatorio, para salvaguardarnos: tomadlo en serio.
Esto me ocurrió hace unos días, comprando una bicicleta en el decalón. Lo que ocurrió bien puede resumirse, al más puro estilo clásico, en tres actos:
PRESENTACIÓN Y/O SOBERBIA: Un incauto acude a comprar una bicicleta. Estas están situadas en el suelo, en una larga hilera, sobre rieles que tienen una especie de U doblada hacia fuera de hierro. Sobre cada doble U una bici. Y en medio de esta hilera un cartel bastante grande "por su propia seguridad no cruce la hilera de bicicletas" El soberbio piensa qué clase de persona no va a ver un trozo de hierro de más de 20 cm y se ríe.
NUDO (EN LA GARGANTA): El incauto soberbio elige una bicicleta y se interesa por sus características. Un amable operario le explica las excelencias del producto, ya que no se conoce vendedor que no las reconozca, junto a la propia bicicleta, esto es, frente a la hilera en la que hay algunos huecos esperando bicicletas. El incauto no sabe qué es lo que hay en una parte de la bicicleta. Pregunta. El operario no sabe de qué habla. Indica con el dedo. El operario topo sigue sin saberlo, así que el incauto, haciendo honor a su sobrenombre y soberbia adelanta con decisión su pierna para señalar con el dedo el espacio de goma incomprensible. En ese momento, con toda su fuerza, la pierna impacta con violencia contra uno de esos soportes. El incauto nota el hachazo, como si el mismísimo Arteche, aleccionado por Goigoetxea, hubiera decidido hacerle una entrada salvaje. El hachazo casi termina con el incauto en el suelo, o sobre una hilera de bicis descuajeringadas si no hubiera sido por el presteza del operario que lo sujeta, comprensivo, con el brazo.
DESENLACE O GRITO: El incauto contiene las lágrimas tras el hachazo con la poca hombría y dignidad que le queda, con los huevos de corbata dice que sí, que le gusta la bicicleta (no tanto el soporte, todo sea dicho). El operario le indica que en quince minutos la tiene lista. El incauto agradece el tiempo muerto y acude a la sección de alta montaña, donde intuye, dada la canícula, habrá menos movimiento. Nada más doblar la esquina, perdido el pudor, grita como un niño chico acordándose de la madre del topo, que no es otra que topota madre. Ahora sí, las lágrimas de dolor brotan sin pudor y el incauto comprueba como la pierna empieza a amoratarse y tiene un tajo sangrante de considerables proporciones.
El título de esta obra bien pudiera ser: el incauto soberbio y el cartel desestimado. Iñaki Miramón iría que ni al pelo en el papel de incauto.