Enviado para publicación en Tantras Urbanos
Escuchando la canción Between the lines de Sara Bareilles, es imposible que no lo recuerde. Como ella misma lo dice en un verso, que me describe totalmente: I’m queen of attention to details… Tengo ciertos problemas para resumir, porque todo me parece importante, y quizás, esto me sucedió por eso.
Escuchando la canción Between the lines de Sara Bareilles, es imposible que no lo recuerde. Como ella misma lo dice en un verso, que me describe totalmente: I’m queen of attention to details… Tengo ciertos problemas para resumir, porque todo me parece importante, y quizás, esto me sucedió por eso.
Como él mismo me dijo: nuestra historia,
aunque muy corta, estuvo llena de extrañas e inusuales circunstancias. Nos
conocimos por una de estas aplicaciones para móviles que sirven para conocer
gente a ciertos kilometros a tu alrededor. Una vez que empezamos a hablar, ya
no podíamos detenernos; aun cuando yo lo intentaba, era imposible, seguía
sintiendo la necesidad de hablar y saber de él. Era magnético. Sentía que lo
conocía desde siempre. Él representaba mi ideal. El hombre que reunía un importante número de características que me gustan. Mi ideal proyectado. Un metro ochenta y dos, ojos oscuros y profundos, barba cuidada, sonrisa y cuerpo del Olimpo; inteligente, con un humor negro brillante y buena conversación ¿quién podría resistirse a eso?
Día tras días crecía nuestra complicidad y así, nuestras
conversaciones más íntimas, más personales. Teníamos tanto en común.
Una vez leí que, de la atracción física
puedes librarte fácilmente; solo cerrando los ojos, dejando de estar cerca del
otro… pero con la atracción mental, no pasa lo mismo; de una mente no te libras
ni cerrando los ojos.
No podía entender cómo teniendo tanta
facilidad para hablar, tanto tema y tanta confianza: el encuentro entre los dos
no se daba. Eso me frustraba más. Nunca nos reunimos, nunca uno aceptó ver al
otro según sus condiciones: no acepté verlo cuando me
llamaba borracho; él nunca aceptó verme a plena luz del día
bajo sus cinco sentidos. Sus “no puedo” podían más que cualquier cosa.
Un día de tantos, conversábamos sobre lo que
nos gustaba del sexo opuesto, basta decir que hubiese sido más breve decirme
que era yo el compendio de lo que le gustaba. No cabía en mí el entusiasmo.
Estaba extasiada. Pero el efecto duró poco, ¿olvidé mencionar que él olvidó
mencionar que tiene novia? Pues es así. La tiene.
Él no solo no deseaba verme, sino que él no
estaba disponible para mí. Más de una vez me descubrí riendo como tonta con
cualquier cosa que me enviara: una foto, una nota de voz, un chiste, o
simplemente uno de sus buenos días… Había caído. De alguna forma u otra, lo
virtual se me estaba metiendo muy dentro, y no sabía cuánto hasta que empecé a
considerar el hecho de que, su relación con ella, no me importaba mucho. A mí,
que juraba y perjuraba, que jamás me involucraría con un hombre ocupado, y
resulta que ahora me encontraba residiendo en el lugar del que tanto huí, de
aquello que tanto me fue inculcado. Era una dualidad, una ambivalencia en mí.
Quizás todo pude habérmelo inventado o
quizás malinterpreté nuestra confianza, pero ahí bien dicen que solo los niños
y los borrachos dicen la verdad… y él había estado más de un par de veces en
esa situación. Ebrio, me llamaba porque necesitaba verme. Era claro que estaba
tomado. No deseaba que nuestro primer encuentro fuese en tales
condiciones, y a escondidas.
La misma dualidad salía a flote porque la niña
buena, la criada por mamá, no aceptaría jamás una salida después de la
medianoche, mucho menos a escondidas y con un hombre ocupado, pero la mujer… la
dueña de su deseo y capricho, deseaba un montón estar de copiloto en su carro,
aun cuando fuesen las tres de la mañana.
Yo quería más, pero no estaba
dispuesta a ver y a aceptar que él no estaba dispuesto a dar lo que yo le pedía
de forma implícita.
Consejera, amiga, detractora, compañera, y
hasta de fan fungí para él. Aun cuando yo no obtenía lo que pensaba que quería
(su compañía) yo seguía dándome y dándome a él… No soportaba más la situación,
tenía que hacer algo para poder deshacer el mito y sacármelo del pecho de una
vez por todas. Le plantee vernos. Se negó. De forma burlona me rechazó; me
sentí tan desmoralizada, tan dolida, y decidí que lo mejor era dejar de hablar
con él, alejarme un poco, y me encerré a lamerme las heridas. Después de esto, en una nueva oportunidad,
me llamó a las 3 de la mañana, nuevamente borracho. Explicando que necesitaba
verme, me preguntó que qué pedía de él; me dijo que pasaría por mí, que
hablaríamos y resolveríamos las cosas, que yo no estaría molesta nunca más. En
ese momento, movida más por mi dignidad que por mi sentimiento por él, y muy
molesta: me negué. Más por orgullo que por sensatez.
Lo deseaba.
Lo deseaba
demasiado, pero esta era una prueba de poder, una lucha que yo necesitaba
ganar, necesitaba sentir que la pelota estaba en mi cancha.
Quería hacerle
creer que todo estaba controlado y que él no me tenía en su mano.
¡Qué
equivocada!, no solo me tenía en su mano, yo ya lo tenía en mi corazón.
No hablamos más por un tiempo. Todo ese
tiempo, casi unos tres meses, pensaba tanto en él. Había resuelto que quizás
era mi ego quien lo quería tanto, porque mi corazón no sería capaz de querer a
alguien que me rechazara de forma tan constante; estaba negada a creerlo. Lloraba,
de verdad lloraba. Estaba tan desconcertada. Él y yo no habíamos tenido una
historia común de amor: no había flores, azúcar ni colores. No habían besos, ni
piel. Solo simples provocaciones... En mi mente solo rondaba la idea del karma.
Eventualmente volvió.
Escribió de nuevo,
como si nada, como si aquel episodio de su borrachera hubiese sido un invento
cruel de mi mente. Yo lo agradecí. No estaba dispuesta ni preparada para
enfrentar lo que había pasado ni para echarle nada en cara. No estaba dispuesta
a escuchar de su boca lo que ya yo sabía. Él no sabe qué quiere. Y es un
fenómeno común, pero quién está dispuesto a escuchar por la persona deseada que
no eres tú lo que desea.
Yo no estaba dispuesta.
Todo siguió su curso. Él y yo seguíamos
hablando. Yo más alerta, a golpe y cuida. Menos apegada. Empecé a dejarle
hablando solo, a dejar de responderle en ocasiones. Eso lo extrañó. Me lo echó
en cara, y yo tenía listo el arsenal para atacar; y después de tanto callar,
exploté.
Le dije que me gustaba, como él ya lo sabía.
Me confesé.
Me parecía
injusto como él manejaba la situación a su antojo aun sabiendo mis sentimientos
por él, le apremié para que me explicara que era todo lo que le pasaba conmigo,
qué sentía y qué no. Le expliqué que lo nuestro me parecía ilógico, pues nunca
nos habíamos visto, que cómo podía sentirlo tan cerca si él estaba detrás de
una pantalla. Esta situación en la que estábamos involucrados a la que ninguno
se atrevía a ponerle nombre.
Y pasó lo peor: Me lo dijo.
Él no sabía qué
deseaba de mí, ni qué quería hacer conmigo.
Al principio deseaba solo tener
algo físico, pero luego se convirtió en algo más, otra cosa a la que él tampoco
pudo ponerle nombre. Devastada, volví a alejarme. Necesitaba poner espacio,
tener el control de mí misma. Era demasiado desconocido para mí el hecho de que
algo tan intangible fuese tan real en mi vida, y con tanto significado.
Hasta que nos encontramos en la calle…
Un día cualquiera, cenando con unas amigas
que, por supuesto, sabían toda la historia. Y no sé si fue algo divino, pero lo
sentí. Fue algo que me dijo que mirara en dirección a él, y ahí estaba. Debo
leerme tan novelesca y fantasiosa, pero así fue. Mi teléfono celular me lo
confirmó: él estaba escribiéndome que me había visto, que si yo lo había visto…
y así fue. Le contesté un tímido “Sí” la temeraria, con el arsenal, ya no
estaba. En su lugar, había solo una mujer con ganas de ser querida y
reconocida.
Me pasó por un lado como un alma que lleva el diablo, nervioso, y
algo me poseyó: me levanté de mi silla y lo llamé por su nombre. Y ahí estaba
él, con su metro ochenta y dos caminando hacia mí, y saludándome con un beso en
la mejilla. Ante la mirada atónita de mis amigas. Así como llegó, así se fue.
Trotando hacia su carro, lo vi nervioso y hasta un poco avergonzado. Era una
persona diferente, no el casanova al que estaba acostumbrada, era un ratoncito
asustado. Al llegar a mi casa, esa noche, tenía varios mensajes de él. Me decía
que no podía creer las casualidades de la vida, que aún tenía mi imagen en su
mente, y aun recordaba el sonido agudo y suave de mi voz. Ese fue el tema de
conversación de esa noche. Ese día descubrí que, igual que dentro de mí,
dentro de él hay dos personas pujando por salir.
La lucha del más fuerte.
La vida siguió.
Cada quien metido en sus
cosas, era poca la atención que podíamos darle al otro. Pensé diez mil veces en
enviarle, en llamarle, hasta que él lo hizo primero. Eso dio pie a la
conversación espontánea de nuevo. Yo estaba consolidando mis planes de mudanza
a otro país y él su grado de ingeniero. Era otra oportunidad para vernos. Pero
otra oportunidad que él desperdicio nuevamente, pero esta vez, explicándome el
porqué: deseaba conocerme en persona, deseaba verme, pero era más el miedo de
que lo nuestro se convirtiera en físico. El miedo pudo más que todo lo demás.
Su miedo. Aunque yo me había despojado de los míos para poder disfrutar de él
antes de irme del país. Nuestras disposiciones no estaban en sintonía.
Me repitió un par de veces todo el cariño
que sentía por mí, y de manera condescendiente me dijo que no sabía que lo
detenía de dar el paso. Yo le agradecí.
El dia de mi despedida, un par de días antes
de dejar mi país, fue la última vez que lo lloré. Me di la oportunidad de
llorarlo, pero para sacarlo de mi vida, de una vez y por todas. Para empezar de
nuevo. Ahora comprendo que aprendí varias cosas de él y a través de él. Esa
cobardia de él, estaba en mí también, de alguna u otra forma estaba
proyectándolo, y empezar a sacarlo de mí fue uno de los primeros pasos para
decidir hacer varias cosas en mi vida, entre esas, dejar mi país.
No volví a saber de él.
Y aquí estoy, en un país y en una cultura
diferente a la mía, pero dispuesta a empezar de cero y emprender. A alimentar
la mejor versión de mí. Tranquila, plena, y sintiendo. Con los ojos y el
corazón abiertos al mundo.