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lunes, 21 de septiembre de 2015

Between the lines

Enviado para publicación en Tantras Urbanos

Escuchando la canción Between the lines de Sara Bareilles, es imposible que no lo recuerde. Como ella misma lo dice en un verso, que me describe totalmente: I’m queen of attention to details… Tengo ciertos problemas para resumir, porque todo me parece importante, y quizás, esto me sucedió por eso.

Como él mismo me dijo: nuestra historia, aunque muy corta, estuvo llena de extrañas e inusuales circunstancias. Nos conocimos por una de estas aplicaciones para móviles que sirven para conocer gente a ciertos kilometros a tu alrededor. Una vez que empezamos a hablar, ya no podíamos detenernos; aun cuando yo lo intentaba, era imposible, seguía sintiendo la necesidad de hablar y saber de él. Era magnético. Sentía que lo conocía desde siempre. Él representaba mi ideal. El hombre que reunía un importante número de características que me gustan. Mi ideal proyectado. Un metro ochenta y dos, ojos oscuros y profundos, barba cuidada, sonrisa y cuerpo del Olimpo; inteligente, con un humor negro brillante y buena conversación ¿quién podría resistirse a eso?

 Día tras días crecía nuestra complicidad y así, nuestras conversaciones más íntimas, más personales. Teníamos tanto en común.
Una vez leí que, de la atracción física puedes librarte fácilmente; solo cerrando los ojos, dejando de estar cerca del otro… pero con la atracción mental, no pasa lo mismo; de una mente no te libras ni cerrando los ojos. 
No podía entender cómo teniendo tanta facilidad para hablar, tanto tema y tanta confianza: el encuentro entre los dos no se daba. Eso me frustraba más. Nunca nos reunimos, nunca uno aceptó ver al otro según sus condiciones: no acepté verlo cuando me llamaba borracho; él nunca aceptó verme a plena luz del día bajo sus cinco sentidos. Sus “no puedo” podían más que cualquier cosa.

Un día de tantos, conversábamos sobre lo que nos gustaba del sexo opuesto, basta decir que hubiese sido más breve decirme que era yo el compendio de lo que le gustaba. No cabía en mí el entusiasmo. Estaba extasiada. Pero el efecto duró poco, ¿olvidé mencionar que él olvidó mencionar que tiene novia? Pues es así. La tiene.

Él no solo no deseaba verme, sino que él no estaba disponible para mí. Más de una vez me descubrí riendo como tonta con cualquier cosa que me enviara: una foto, una nota de voz, un chiste, o simplemente uno de sus buenos días… Había caído. De alguna forma u otra, lo virtual se me estaba metiendo muy dentro, y no sabía cuánto hasta que empecé a considerar el hecho de que, su relación con ella, no me importaba mucho. A mí, que juraba y perjuraba, que jamás me involucraría con un hombre ocupado, y resulta que ahora me encontraba residiendo en el lugar del que tanto huí, de aquello que tanto me fue inculcado. Era una dualidad, una ambivalencia en mí.
Quizás todo pude habérmelo inventado o quizás malinterpreté nuestra confianza, pero ahí bien dicen que solo los niños y los borrachos dicen la verdad… y él había estado más de un par de veces en esa situación. Ebrio, me llamaba porque necesitaba verme. Era claro que estaba tomado. No deseaba que nuestro primer encuentro fuese en tales condiciones, y a escondidas. 

La misma dualidad salía a flote porque la niña buena, la criada por mamá, no aceptaría jamás una salida después de la medianoche, mucho menos a escondidas y con un hombre ocupado, pero la mujer… la dueña de su deseo y capricho, deseaba un montón estar de copiloto en su carro, aun cuando fuesen las tres de la mañana. 

Yo quería más, pero no estaba dispuesta a ver y a aceptar que él no estaba dispuesto a dar lo que yo le pedía de forma implícita.

Consejera, amiga, detractora, compañera, y hasta de fan fungí para él. Aun cuando yo no obtenía lo que pensaba que quería (su compañía) yo seguía dándome y dándome a él… No soportaba más la situación, tenía que hacer algo para poder deshacer el mito y sacármelo del pecho de una vez por todas. Le plantee vernos. Se negó. De forma burlona me rechazó; me sentí tan desmoralizada, tan dolida, y decidí que lo mejor era dejar de hablar con él, alejarme un poco, y me encerré a lamerme las heridas. Después de esto, en una nueva oportunidad, me llamó a las 3 de la mañana, nuevamente borracho. Explicando que necesitaba verme, me preguntó que qué pedía de él; me dijo que pasaría por mí, que hablaríamos y resolveríamos las cosas, que yo no estaría molesta nunca más. En ese momento, movida más por mi dignidad que por mi sentimiento por él, y muy molesta: me negué. Más por orgullo que por sensatez. 
Lo deseaba. 
Lo deseaba demasiado, pero esta era una prueba de poder, una lucha que yo necesitaba ganar, necesitaba sentir que la pelota estaba en mi cancha. 
Quería hacerle creer que todo estaba controlado y que él no me tenía en su mano. 

¡Qué equivocada!, no solo me tenía en su mano, yo ya lo tenía en mi corazón.  

No hablamos más por un tiempo. Todo ese tiempo, casi unos tres meses, pensaba tanto en él. Había resuelto que quizás era mi ego quien lo quería tanto, porque mi corazón no sería capaz de querer a alguien que me rechazara de forma tan constante; estaba negada a creerlo. Lloraba, de verdad lloraba. Estaba tan desconcertada. Él y yo no habíamos tenido una historia común de amor: no había flores, azúcar ni colores. No habían besos, ni piel. Solo simples provocaciones... En mi mente solo rondaba la idea del karma.

Eventualmente volvió.

Escribió de nuevo, como si nada, como si aquel episodio de su borrachera hubiese sido un invento cruel de mi mente. Yo lo agradecí. No estaba dispuesta ni preparada para enfrentar lo que había pasado ni para echarle nada en cara. No estaba dispuesta a escuchar de su boca lo que ya yo sabía. Él no sabe qué quiere. Y es un fenómeno común, pero quién está dispuesto a escuchar por la persona deseada que no eres tú lo que desea. 

Yo no estaba dispuesta.

Todo siguió su curso. Él y yo seguíamos hablando. Yo más alerta, a golpe y cuida. Menos apegada. Empecé a dejarle hablando solo, a dejar de responderle en ocasiones. Eso lo extrañó. Me lo echó en cara, y yo tenía listo el arsenal para atacar; y después de tanto callar, exploté.
 Le dije que me gustaba, como él ya lo sabía. 
Me confesé. 
Me parecía injusto como él manejaba la situación a su antojo aun sabiendo mis sentimientos por él, le apremié para que me explicara que era todo lo que le pasaba conmigo, qué sentía y qué no. Le expliqué que lo nuestro me parecía ilógico, pues nunca nos habíamos visto, que cómo podía sentirlo tan cerca si él estaba detrás de una pantalla. Esta situación en la que estábamos involucrados a la que ninguno se atrevía a ponerle nombre.

Y pasó lo peor: Me lo dijo. 

Él no sabía qué deseaba de mí, ni qué quería hacer conmigo.
 Al principio deseaba solo tener algo físico, pero luego se convirtió en algo más, otra cosa a la que él tampoco pudo ponerle nombre. Devastada, volví a alejarme. Necesitaba poner espacio, tener el control de mí misma. Era demasiado desconocido para mí el hecho de que algo tan intangible fuese tan real en mi vida, y con tanto significado.
Hasta que nos encontramos en la calle…
Un día cualquiera, cenando con unas amigas que, por supuesto, sabían toda la historia. Y no sé si fue algo divino, pero lo sentí. Fue algo que me dijo que mirara en dirección a él, y ahí estaba. Debo leerme tan novelesca y fantasiosa, pero así fue. Mi teléfono celular me lo confirmó: él estaba escribiéndome que me había visto, que si yo lo había visto… y así fue. Le contesté un tímido “Sí” la temeraria, con el arsenal, ya no estaba. En su lugar, había solo una mujer con ganas de ser querida y reconocida. 
Me pasó por un lado como un alma que lleva el diablo, nervioso, y algo me poseyó: me levanté de mi silla y lo llamé por su nombre. Y ahí estaba él, con su metro ochenta y dos caminando hacia mí, y saludándome con un beso en la mejilla. Ante la mirada atónita de mis amigas. Así como llegó, así se fue. Trotando hacia su carro, lo vi nervioso y hasta un poco avergonzado. Era una persona diferente, no el casanova al que estaba acostumbrada, era un ratoncito asustado. Al llegar a mi casa, esa noche, tenía varios mensajes de él. Me decía que no podía creer las casualidades de la vida, que aún tenía mi imagen en su mente, y aun recordaba el sonido agudo y suave de mi voz. Ese fue el tema de conversación de esa noche. Ese día descubrí que, igual que dentro de mí, dentro de él hay dos personas pujando por salir. 
La lucha del más fuerte.

La vida siguió. 

Cada quien metido en sus cosas, era poca la atención que podíamos darle al otro. Pensé diez mil veces en enviarle, en llamarle, hasta que él lo hizo primero. Eso dio pie a la conversación espontánea de nuevo. Yo estaba consolidando mis planes de mudanza a otro país y él su grado de ingeniero. Era otra oportunidad para vernos. Pero otra oportunidad que él desperdicio nuevamente, pero esta vez, explicándome el porqué: deseaba conocerme en persona, deseaba verme, pero era más el miedo de que lo nuestro se convirtiera en físico. El miedo pudo más que todo lo demás. Su miedo. Aunque yo me había despojado de los míos para poder disfrutar de él antes de irme del país. Nuestras disposiciones no estaban en sintonía.

Me repitió un par de veces todo el cariño que sentía por mí, y de manera condescendiente me dijo que no sabía que lo detenía de dar el paso. Yo le agradecí.

El dia de mi despedida, un par de días antes de dejar mi país, fue la última vez que lo lloré. Me di la oportunidad de llorarlo, pero para sacarlo de mi vida, de una vez y por todas. Para empezar de nuevo. Ahora comprendo que aprendí varias cosas de él y a través de él. Esa cobardia de él, estaba en mí también, de alguna u otra forma estaba proyectándolo, y empezar a sacarlo de mí fue uno de los primeros pasos para decidir hacer varias cosas en mi vida, entre esas, dejar mi país.

No volví a saber de él.


Y aquí estoy, en un país y en una cultura diferente a la mía, pero dispuesta a empezar de cero y emprender. A alimentar la mejor versión de mí. Tranquila, plena, y sintiendo. Con los ojos y el corazón abiertos al mundo.