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domingo, 19 de diciembre de 2021

¡FELICES FIESTAS!

Con las vacaciones de Navidad y de fin de año a la vuelta de la esquina, nos proponemos desconectar por unos días y esperamos disfrutar lo que se pueda de estas fiestas. Otro año regular, tirando a mal, que hemos pasado, pero la esperanza de que todo mejore sigue intacta. 

Volveremos con más cine, mientras tanto os dejo con una compañía inmejorable, con la mejor película jamás realizada. Una secuencia que finaliza con esa peculiar "reunión familiar", dos palabras que se repiten estos días festivos. 

Lo dicho: ¡felices fiestas y nuestros mejores deseos para el año que empieza! Un fuerte abrazo a los lectores del blog y hasta la vuelta.




lunes, 11 de octubre de 2021

FALLING (Viggo Mortensen, 2020)

En 2015, después de veinticinco años observando cómo los técnicos y los directores hacían su trabajo, y escribiendo películas al tiempo que ejercía su carrera como actor, Viggo Mortensen se sintió preparado para dar el salto hacia la realización. Su madre, que sufría demencia, acababa de fallecer y el actor comenzó a escribir un nuevo guion que finalmente se convirtió en el debut como director: Falling.

John Peterson (Viggo Mortensen) es un piloto comercial que vive en California junto a su marido Eric (Terry Chen) y a su hija. Cuando su padre Willis (Lance Henriksen), un viejo granjero que vive solo en el campo, comienza a tener síntomas de demencia, John le convence para que se mude con ellos y pase allí sus últimos años de vida.

Aunque la película es fruto de la imaginación del autor, su origen se remonta a las notas que Mortensen escribió acerca de su madre. Tratando de recordar cosas sobre ella, comenzó a escribir «principalmente sentimientos más que hechos», que poco a poco se fueron transformando en una historia de ficción. Terminado el libreto, tuvieron que pasar cuatro años hasta conseguir el dinero necesario para llevar su proyecto a la gran pantalla. El ajustado presupuesto le obligó no solo a hacerse cargo del guion y la dirección, sino también de la producción, de la banda sonora… y de la interpretación, esto último fundamental para lograr los fondos.

Si bien la cinta es de ficción, Mortensen ha admitido cierto porcentaje autobiográfico en una trama en apariencia sencilla, pero tan compleja como complejas son las relaciones humanas. Así, en los flashbacks de los que se nutre el director para explicar los antecedentes de la familia protagonista, es en donde hay más escenas extraídas de la vida de Viggo Mortensen. Secuencias que tienen que ver con los recuerdos de la vida en la granja que la familia tenía en Dinamarca, a la que solían ir por vacaciones; con el trauma que sufrió Viggo, con tan solo once años, cuando se separaron sus padres; y con el hecho de haber tenido que cuidar de ambos y de lidiar con la demencia senil hasta el fallecimiento, primero de su madre y luego de su padre.

El que la historia se recubra de cierta verosimilitud no es óbice para que el núcleo central de la trama sea inventado y pivote alrededor de la difícil relación entre padre e hijo. Algo que vas más allá de la simple lucha generacional desde el momento en el que el director ha introducido el tema de la homosexualidad en una historia ya de por sí tensa. La “sinceridad” del anciano, aquejado de una enfermedad que le desinhibe a la hora de decir las cosas de forma directa, sin tapujos, no facilita las cosas a pesar de que el hijo no entra al trapo hasta el estallido final, cuando al viejo le da por criticar a la madre ya fallecida.

A medida que la batalla dialéctica se recrudece, el filme se agiganta y transciende hacia la audiencia que asiste no a una lucha padre-hijo, sino a una descripción —eso sí, algo maniquea— de las dos américas. Por un lado, la profunda, reaccionaria, homófoba y conservadora, personificada en el viejo Willis; y por otro, la más progresista y tolerante del resto de personajes: John y su marido, su hermana y los nietos. Se podría decir que Mortensen opina que los antagonistas pertenecen a épocas distintas, de ahí el enfrentamiento. Pero no nos engañemos, todos sabemos que existen muchas personas en la actualidad que comulgarían con las opiniones de Willis sin pestañear. 

Un filme ideal para el mejor registro de Mortensen como actor, el tranquilo y pausado, pero con otros aciertos como la inclusión de simbologías más o menos evidentes, aunque todas adecuadas. Dos ejemplos: uno, el pequeño John, recién nacido, rompe a llorar cuando el padre lo coge en brazos; dos, la película que dan en televisión cuando discuten Willis y John no es otra que Río Rojo (Red River, Howard Hawks, 1948), y la escena que se ve en pantalla es la pelea final entre padre e hijo: John Wayne —actor conservador donde los haya, en la ficción y en la vida real— contra Montgomery Clift —progresista y joven. No hace falta decir más.



viernes, 2 de julio de 2021

¡VACACIONES!

Ha llegado el momento de las vacaciones. Como era costumbre en este blog (en la añorada antigua normalidad) hacemos un alto en el camino mientras os dejo con la mejor película jamás filmada, y con un consejo: pasarlo lo mejor posible!!
Abrazos, cuidaos mucho y nos vemos a la vuelta.






lunes, 16 de marzo de 2020

EL MUNDO EN SUS MANOS (The World in His Arms de Raoul Walsh, 1952)

El capitán Jonathan Clark (Gregory Peck) acaba de regresar a San Francisco después de una larga campaña en aguas de Alaska. Clark recorre la ciudad para buscar al resto de la tripulación de la "Peregrina" raptada por “El Portugués” (Anthony Quinn). El marino luso, a la sazón patrón de la "Santa Isabel", pretende reclutar a la fuerza a los hombres de Clark: los necesita para llevar a la condesa Marina Selanova (Ann Blyth) a Alaska donde vive su tío, el gobernador de la compañía de pieles rusa. 

Entre idas y venidas de la condesa, que engatusa también a Clark para que la lleve a su destino, se desarrolla esta película de aventuras que el guionista Borden Chase adaptó al cine a partir de la novela homónima de Rex Beach. Un filme de aventuras que es por entero de ficción, pero que se inspira en la compra de Alaska (territorio perteneciente a Ruisa) por parte de los Estados Unidos. En el largometraje se nombra una de las razones: la venta del territorio era la solución ideal para enmendar la bancarrota de la compañía rusa de pieles. 

La escena que todo el mundo asocia con el filme, la regata entre “La Peregrina” y la “Santa Isabel”, es un prodigio de ritmo made in Raoul Walsh. Una emocionante persecución a todo trapo donde “El Portugués” siempre va a remolque de lo que hace Clark, mucho mejor marino. Ambas goletas navegan con viento tan fresco que amenaza con romper los mástiles. La interpretación de Peck y Quinn se encuentra a la altura de la legendaria secuencia, cada uno dominando sus registros a la perfección. Con respecto al primero, se nota que se encuentra mucho más cómodo en su posición de comandante que contiene las emociones que en las escenas en las que se comporta como un bravucón borracho y pendenciero.


El fallo que se le suele achacar a la película es la falta de acción por culpa de la historia de amor. Es posible que las pretensiones fallidas de Chase, que prefería a John Wayne, influyera a la hora de ahorrar escenas de acción y le empujasen a Walsh a dedicar más tiempo a desarrollar la trama romántica. También la edad avanzada del director (67 años), y los continuos dolores de espalda que sufrió durante el rodaje, pudieron causar una menor atención a dicho tipo de secuencias. 

De todas formas, para los que echan en falta más movimiento, sólo la secuencia de la regata demuestra que aún quedaba Raoul Walsh para rato. De hecho, El mundo en sus manos fue la primera de tres cintas de ambiente naval casi seguidas. Es posible, eso sí, que fuera el último gran largometraje de aventuras del director si no tenemos en cuenta la trilogía de westerns realizada con Clark Gable a mitad de la década de los cincuenta.

En mi opinión, El mundo en sus manos es una cinta muy bien escrita, con buenos diálogos, con bastante humor y que, pese a lo que digan, no necesita más escenas de acción. Además, la gestión de la subtrama romántica me parece perfecta; y la de la otra historia de amor también: “Hemos hecho muchos viajes y hemos visto muchos puertos, cuando esto acabe nos iremos a casa; nos iremos a Salem”, le dice el capitán a su barco en una emocionante y tierna declaración.


El post es un extracto corregido para la ocasión del capítulo dedicado a El mundo en sus manos en mi libro: CINE Y NAVEGACIÓN. Los 7 mares en 70 películas


miércoles, 20 de febrero de 2019

NO ERAN IMPRESCINDIBLES (They Were Expendable de John Ford, 1945)

En la bahía de Manila tiene su base la 3ª escuadrilla de lanchas torpederas al mando del teniente de navío Brickley (Robert Montgomery), con su compañero “Rusty” Ryan (John Wayne) como segundo. Tras el ataque a Pearl Harbor y después de una serie de acciones navales que demuestran la importancia de las pequeñas patrulleras, el mando les encomienda una nueva misión: el traslado de la escuadrilla a Mindanao; eso incluye llevar a un pasajero especial: al general MacArthur. 


No eran imprescindibles se rodó en Miami lejos del frente de batalla, pero la historia que contaba John Ford se basaba en hechos reales. El filme es más un canto al sacrificio humano que una película de propaganda. Las lanchas son menospreciadas en todo momento por el mando. En una secuencia se llega a decir que si se pierde una, no importa, son prescindibles. Para Ford, mucho más interesante que contar grandes batallas es hablar de pequeñas hazañas, de historias menores protagonizadas por héroes que se glorifican en la derrota y no dan importancia al mérito en la victoria.

El contraste entre lo cotidiano y el gran corazón del héroe fordiano se resume a la perfección con la propia estructura de la cinta: la trama describe la vida de una pequeña escuadrilla de torpederas que vive la enorme derrota en Filipinas con pocos triunfos y grandes sacrificios. Curiosamente, una de esas mínimas embarcaciones tendrá el honor de llevar a uno de los más grandes hombres en la historia de Estados Unidos. El traslado de MacArthur de Corregidor a Mindanao es el centro de la trama, la excusa para contar la historia. MacArthur dijo “volveré” y se marchó en una lancha, ¿pero quiénes eran los hombres que gobernaban esa torpedera? ¿Qué fue de ellos en la guerra? Esa parece ser la pregunta que se hace Ford a la hora de darle forma al largometraje. El realizador se aleja con la cámara en dicha secuencia para que la historia se cuente por sí misma, sin su intervención, para infundir el respeto que se merece. Sabemos que no era muy aficionado a primeros planos ni a angulaciones extremas y que sólo las utilizaba para resaltar la emoción de la secuencia, pero en este caso el plano general es igualmente intencionado.

Otra secuencia destacada es la del barracón donde se encuentran presentes casi todos los temas que le importan al director. La presencia de la enfermera Sandy entre los oficiales de la escuadrilla no se debe interpretar sólo como un soplo de aire fresco entre el horror de la guerra —que lo es, entre gente que no ha visto una mujer en meses—, sino en el símbolo del matriarcado presente en todas las comunidades retratadas por Ford. Sandy, interpretada por Donna Reed, preside la mesa y es el centro de atención de todas las miradas. Después, cuando termina la cena, todos se esfuerzan en que Rusty y Sandy pasen una velada inolvidable: unas velas, las canciones de los suboficiales, la noche estrellada… Para los marinos de la escuadrilla que esa pareja llegue a buen puerto es un éxito de toda la comunidad. La formación de un nuevo clan es lo que más importa. 


La familia sigue siendo el centro de todo. En la película se hace referencia a ella de forma más sutil que en anteriores producciones debido a que la historia discurre en una pequeña base de lanchas torpederas donde no hay civiles. A Ford le da igual: Brickley es el padre y Rusty el hermano mayor. Entre el resto de marineros los hay que todavía beben leche y Brickley los trata como los hijos pequeños a los que hay que cuidar. El conflicto entre Brickley y Rusty casi hay que entenderlo como generacional. Brickley defiende su postura de “confía en el trabajo en equipo y no seas egoísta”, y su carácter es más tranquilo, como el de un padre con bastante experiencia. Rusty, por el contrario, es impulsivo, quiere subir en el escalafón y no perderse ninguna batalla. Es el hijo pródigo que al final se da cuenta de su error cuando reconoce que hay que sacrificarse con todos y por todos; aunque ese sacrificio resulte paradójico cuando les ordenan que se salven, que regresen a Estados Unidos para “prepararse para volver”.

John Ford, que se encontraba en activo en el momento del rodaje, se rodeó de militares como él para hacer la película. Robert Montgomery fue uno de ellos. Era capitán de fragata al acabar el filme y no sólo fue el protagonista de la cinta sino que también actuó como asesor naval ya que había mandado lanchas torpederas en la guerra. Además de rodar algunas escenas de acción —fantásticas las dos secuencias de combate nocturno—, se hizo cargo de la dirección del largometraje cuando Ford quedó impedido temporalmente debido a un accidente.

El pluriempleo de Montgomery incluía el hacer de mediador en las discusiones que surgían por doquier entre Ford y John Wayne. El actor sufría el acoso del cineasta que lo tachaba de cobarde por no haberse alistado en el ejército. Según Wayne, la edad y el estar casado fue la causa de su exclusión a pesar de haber solicitado varias veces ir destinado a la unidad de Ford. El caso es que Wayne se sintió apartado durante todo el rodaje de un equipo repleto de marinos de guerra. Tuvo que aguantar no solo ser el segundo en la película, el que siempre se quedaba fuera de la acción por diversos mo-tivos (como en la vida real) sino que también apareció por detrás de Montgomery en los créditos. Estaba claro que Ford la tenía tomada con su mejor actor. Enseguida se les pasaría el enfado a tenor de las maravillosas películas que hicieron juntos más adelante. 



Ver ficha de No eran imprescindibles.

El post es un extracto corregido para la ocasión del capítulo dedicado a No eran imprescindibles en mi libro: CINE Y NAVEGACIÓN. Los 7 mares en 70 películas




jueves, 19 de julio de 2018

lunes, 18 de diciembre de 2017

¡FELICES FIESTAS!

Llegó el momento de despedirnos por este año para celebrar las fiestas con amigos y familiares. Como siempre, os dejo con una secuencia de la mejor película de todos los tiempos. En esta escena volvemos al inicio y al final, al menos desde el aspecto formal ya que John Ford de nuevo enmarca a los protagonistas (esta vez desde una cueva).
Lo dicho: deseo que paséis las mejores de las fiestas posibles y que el año que viene sea ese que todos queremos.
Hasta pronto (con noticias).
Un abrazo.



viernes, 14 de julio de 2017

¡VACACIONES DE VERANO!

Llegó la hora del descanso.
Nos vemos pronto con novedades.
Saludos y felices vacaciones a todos.



Una pregunta para los cinéfilos, que seguro que la saben: ¿por qué John Wayne se toca el brazo de esa forma en el último plano de la película?


lunes, 15 de mayo de 2017

CINE EN TV: CARAVANA DE PAZ; LANZA ROTA

Caravana de Paz (Wagon Master de John Ford, 1950). Ward Bond, Ben Johnson, Joanne Dru, Harry Carey Jr. (La 2, miércoles 17 de mayo a las 12:40).

Entre las impresionantes La Legión invencible y Río Grande, dos de las tres películas dedicadas a la caballería con John Wayne como estrella, el maestro John Ford dirigió este largometraje del género que dominaba como nadie. Podría ser un divertimento del propio Ford, una relajación entre dos cintas tan importantes como las citadas, digamos una obra menor en la extensa filmografía del realizador; sin embargo Caravana de Paz, por el tratamiento de un argumento bastante simple, por carecer de estrellas entre su reparto, por el realismo con el que se cuenta la historia en la que apenas sucede nada, la podemos calificar de obra maestra adelantada a su tiempo.

Es una cinta moderna gracias a la sencillez de la trama donde se narra de forma desdramatizada y cercana al documental las peripecias de un grupo de colonos. Se trata de una caravana de mormones a la que se le unen unos "actores" y una banda de asesinos, todos capitaneados por dos vaqueros que sueñan con las cartas. Aquí los indios son por fin nativos de una tierra salvaje y no una amenaza directa. Los “malos” no lo son tanto cuando observan la difícil progresión de los carruajes en su ascender por la montaña.


Ford muestra la escena bajo el punto de vista de los asesinos que por un momento admiran al grupo de colonos y casi se puede decir que querrían ser como ellos. No son los únicos encuadres bellos, los hay por decenas; destacan algunos primeros planos de los personajes, perfectamente insertados cuando la acción lo requiere y no de forma gratuita como algunos directores acostumbran a hacer (otro ejemplo: cuando la banda de malhechores irrumpen en el baile).

En Caravana de Paz, como se ha dicho, se refuerza el realismo gracias a que no hay una estrella tipo John Wayne al frente del casting. Los actores que se reparten el protagonismo pertenecen a la troupe habitual del director. Excelentes secundarios, todos ellos, que hacen su trabajo a la perfección dirigidos por el “jefe de la “compañía”, que los conoce tan bien como si fueran un grupo de profesionales del mundo del teatro

A pesar de ser un filme casi experimental, Ford no se salta el carácter épico de la cinta y la rueda en su querido Monument Valley. Los planos del inicio y el final de la película resumen toda la historia y configuran la grandeza del western como género épico por excelencia: una carreta sale del río y sube una empinada cuesta, delante de los esforzados caballos va un potrillo, verdadero símbolo de la nueva vida que se abre camino por un territorio salvaje.



Lanza Rota (Broken Lance de Edward Dmytryk, 1952). Spencer Tracy, Richard Widmark, Robert Wagner. (Aragón TV, miércoles 17 de mayo a las 15:05)

Más que correcto western de Edward Dmytryk, de los llamados psicológicos. Es la segunda adaptación de la novela "House of Strangers" (la primera corresponde a Joseph L. Mankiewicz), pero en clave de película del oeste. El autor, Philip Yordan, ganó el oscar por el estupendo guión... Seguir leyendo




lunes, 19 de diciembre de 2016

¡FELICES FIESTAS!

Se acercan las fiestas de Navidad y Fin de Año y este espacio de cine cierra sus puertas unos días por descanso de autor y, sobre todo, de lectores.

¡Feliz Navidad!


Una vez más acudimos a un fotograma de la mejor película jamás filmada (el que no sepa a cuál me refiero que busque entre la filmografía de John Ford) para confeccionar una especie de christmas y con él felicitar a nuestros fieles lectores y a todo aquel que se acerque por este portal.

Nos vemos a la vuelta, ya en 2017, con la friolera de nueve años a nuestras espaldas, los que se cumplen el 4 de enero, día de nuestra primer post allá por el año 2008.

Un abrazo a todos los lectores, y lo dicho: que paséis los mejores días posibles junto a las personas que más queréis.




miércoles, 6 de julio de 2016

¡VACACIONES DE VERANO!

Con motivo del parón acostumbrado por las vacaciones estivales, y como norma casi obligada en este portal, os dejo hasta la vuelta con una secuencia de la mejor película jamás filmada.Se trata de una escena del primer tercio del filme, cuando Ethan y Martin descubren la matanza de su familia a manos de los indios.

El ritmo de la secuencia es made in John Ford, excepcional. Los contrapicados en el Monument Valley, con cielos nublados tan afines al maestro, no presagian nada bueno. Todo se acelera hasta que descubren las llamas y el rancho destrozado.

A destacar uno de los últimos encuadres, cuando Ethan atraviesa de nuevo la puerta (igual que en el arranque de la película y en el final). En dicha escena se escucha la música de Max Steiner que acompaña a John Wayne cuando descubre el cadáver de Martha, su amada. Ford utiliza el encuadre que hará famosa a la película como si fuera el leitmotiv de una pieza musical, de una ópera, de una obra magna como de hecho es Centauros del desierto.


Lo dicho, a descansar y nos vemos a la vuelta.
Un abrazo.

(aquí otras secuencias comentadas de la película)



lunes, 16 de mayo de 2016

EL AUTOREMAKE EN EL CINE: CAPÍTULO 4.2 (y XIII)

El único tema que permanece en Río Lobo es el de la amistad, si bien mucho más difuminado y sólo enriquecido por algo habitual en el cine de Hawks: la caballerosidad entre enemigos.[1] En la película de 1966, el director establecía una relación entre Thornton y McLeod, el matón contratado por Jason, en la misma línea que la planteada en Río Rojo entre Matt y Cherry Valance. En ambas se adivina un tácito código de honor entre pistoleros. En Río Lobo, el director va más allá cuando, al finalizar la guerra, el coronel McNally invita a whisky a Cordona y Tuscarora para terminar de sellar una amistad basada simplemente en el honor de haber sido enemigos (4.48).

4.48

A pesar de ese buen detalle, insistimos en que ni Jorge Rivero ni Chris Mitchum dan la talla a la hora de encarnar a la pareja antagonista de Wayne, algo que no sucede con Jack Elam. Con el veterano secundario, Hawks estuvo más cerca de conseguir un personaje digno del Stumpy de Walter Brennan y del Bull de Arthur Hunnicutt. Más próximo al primero que al segundo, Elam también se muestra nervioso con el dedo en el gatillo y recupera algo del humor perdido por Hunnicutt,[2] además es el que recoge el testigo del alcoholismo, pero sólo de pasada y siempre dentro del tono cómico que define al personaje (4.49).

4.49

Con respecto a los caracteres femeninos, Hawks continua con su despliegue de actrices, de nuevo un trío de mujeres como en Peligro… Línea 7000, pero con Jennifer O’Neill a la cabeza.[3] Casi una debutante, la actriz es otro de los descubrimientos de Hawks, aunque fallido en esta ocasión. El trabajo de O’Neill en Río Lobo nunca llegó a convencer a Hawks que se quejaba de lo aburrida que resultaba en pantalla y de su actitud de diva durante el rodaje, cuando era prácticamente una desconocida: “Empezó muy bien, pero luego se dedicó a ser una estrella. No trabajó.” (Bogdanovich 2007, p. 296). O’Neill da vida a Shasta, un personaje que se sitúa entre Feathers y Maudie: llega en la diligencia como la primera, pero lo hace para vengarse de los hombres de Hendriks (realmente la presentación de Shasta es similar a la de Mississippi en El Dorado). Es una viuda de un jugador de cartas, como la segunda, y también como Maudie inicia una relación con el líder del grupo y con su amigo. 

Un esbozo de rivalidad sentimental que no pasa a mayores porque enseguida el personaje que interpreta Wayne se desmarca dando a entender que es demasiado viejo. Lo hace cuando Shasta comenta que se ha acostado con él porque es muy “confortable” (4.50). La misma palabra que cierra el filme cuando McNally, herido en una pierna, se apoya en otra de las protagonistas, como si fuera una muleta, copiando en cierto sentido el final crepuscular de El Dorado (4.51). Y es que la edad del personaje principal es otro de los hándicaps de la cinta y se nota que Hawks no sabía que hacer con John Wayne, en cuanto a relaciones amorosas se refiere, debido a su deterioro físico.[4] De hecho, el director opta por la pareja Rivero-O’Neill para reproducir su batalla sexual, pero apenas le sale un gag aceptable.

4.50
4.51
4.52
4.53

En el apartado técnico, Hawks intenta seguir fiel a su estilo. Sólo en contadas ocasiones se deja llevar por las nuevas modas. Así, el uso del zoom o el vestuario de Rivero (4.52), con poncho al estilo Clint Eastwood de los spaghetti western, no encajan con una película que sigue siendo esencialmente clásica. La fotografía del filme corre a cargo de William H. Clothier, más convencional que la de Río Bravo o El Dorado, pero con buenas secuencias nocturnas y algún plano destacado que evocan a la primera cinta, como el de la puesta de sol (compárese 4.28 con 4.53) o el enmarcado por una puerta que, igual que en Río Bravo, anuncia el desenlace (4.22 y 4.54).

4.54

Howard Hawks se retiró con Río Lobo, el peor de sus tres últimos westerns. La falta de presupuesto, que impidió contratar otra estrella de la categoría de John Wayne; la renuncia a los temas centrales de sus películas anteriores; y la presencia de unos personajes mal perfilados, unidos al cansancio propio de un director que había superado los setenta años, fueron las causas de tan pobre resultado. Un final de carrera que no empaña en absoluto una de las filmografías más espectaculares, repleta de obras maestras que han pasado a la historia como representativas de lo que hoy llamamos cine clásico.


REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS DEL CUARTO CAPÍTULO

A Song is Born (Vídeo) 2009, Twentieth Century Fox Home Entertainment, Beverly Hills.

Aguilar, C. 2011, Guía del Cine, Cátedra, Madrid.
Ball of Fire (Vídeo) 2007, Twentieth Century Fox Home Entertainment, Beverly Hills.
Bogdanovich, P. 2007, El director es la estrella, T&B Editores, Madrid.
Casas, Q. 1998, Howard Hawks. La comedia de la vida, Dirigido por, Barcelona.
Crowe, C. 2002, Conversaciones con Billy Wilder, Alianza Editorial, Madrid.
El Dorado (Vídeo) 2008, Paramount Pictures, Madrid.
McBride, J. 1988, Hawks según Hawks, Akal, Madrid.
Perales, F. 2005, Howard Hawks, Cátedra, Madrid.
Río Bravo (Vídeo) 2008, Warner Home Video, Burbank.
Río Lobo (Vídeo) 2011, Paramount Home Entertainment, Madrid.
TCM Interviews: Howard Hawks (Vídeo) 2010, TBS Inc.
Torres-Dulce, E. 2001, Armas, mujeres y relojes suizos, Nickel Odeon, Madrid.
Vanoye, F. 1996, Guiones modelo y modelos de guión, Paidós, Barcelona.

Wood, R. 1982, Howard Hawks, Ediciones JC, Madrid.




Leer el capítulo V

Más información sobre el libro, aquí.




[1] Presente también en La Escuadrilla del amanecer, Ciudad sin ley, Río Rojo y otras.
[2] En el filme hay un guiño a Arthur Hunnicutt cuando Wayne le regaña a Elam por el ruido que está haciendo y le espeta con ironía: “sólo hace falta que toques la corneta”.
[3] Las otras dos fueron Susana Dosamantes y Sherry Lansing.
[4] En 1970, Wayne tenía 63 años y sobrevivía con un pulmón desde 1964 cuando le operaron de cáncer. Ya en El Dorado tuvieron que doblarle en las escenas en las que salía corriendo. En Río Lobo intenta mantener el tipo, pero a esas alturas las dificultades para, por ejemplo, subir y bajar del caballo eran enormes.



martes, 3 de mayo de 2016

EL AUTOREMAKE EN EL CINE: CAPÍTULO 4.2 (XII)

Si bien Río Lobo guarda más relación con Río Bravo, su estructura se encuentra más cercana a El Dorado en cuanto a que arranca con un prólogo de similar duración, que marca la diferencia con los otros dos filmes. Es una introducción que también se organiza como si fuera un mediometraje independiente, con inicio, nudo y desenlace, pero que en esta ocasión Hawks se limita simplemente a supervisar.
  
La realización del prólogo corre a cargo de Yakima Canutt, el director de la segunda unidad, que narra con buen ritmo y minuciosidad el original atraco al tren. Aunque Hawks delega en Canutt, su presencia se deja notar en algunas secuencias como las de la muerte del teniente Forsythe (4.47) o la del encuentro entre McNally y Cordona en la cueva. La primera, recuerda a la escena de Solo los ángeles tienen alas en la que fallece el amigo del líder; tanto allí como en Río Lobo, Hawks recurre a una experiencia propia cuando servía en aviación y vio morir a un joven que se había roto el cuello (Entrevistas TCM). La línea de diálogo es casi la misma en ambas cintas: el moribundo dice que no siente dolor, que se siente extraño; su compañero le confirma que se ha desnucado.

4.47


La segunda secuencia toma como referencia el arranque de El Dorado, el momento en el que el sheriff Harrah se encuentra con Thornton, cada uno a un lado de la ley. En Río Lobo, McNally, Cordona y Tuscarora también están en bandos opuestos y, de la misma forma que los personajes de El Dorado, recuerdan los viejos tiempos mientras John Wayne se aproxima disimuladamente a unos rifles. En los dos largometrajes, un Mitchum —en el primero, Robert, en el segundo, Chris, su hijo—  es el que amenaza a Wayne con dispararle si continúa acercándose a las armas. 

La presencia de Chris Mitchum en la última película de Hawks se nos antoja, más que un homenaje a El Dorado, un deseo no cumplido de ver a Robert Mitchum de nuevo al frente del reparto. Hawks se contentó con el hijo del actor al que le asignó el papel de Tuscarora, el joven del grupo, un personaje que finalmente quedó poco definido. Sin la personalidad de Colorado ni el humor de Mississippi,[1] Tuscarora sólo guarda cierto parecido con el último al compartir con él la habilidad en el manejo del cuchillo.


Precisamente, la ausencia de Robert Mitchum o de cualquier otro actor de la misma entidad es el principal fallo de la película. Como sabemos, Hawks siempre había basado sus mejores películas en el sólido pilar argumental del enfrentamiento entre dos fuertes caracteres. Con Río Lobo no tenía por qué ser diferente, de hecho Hawks reconoció que el guión lo habían escrito para John Wayne y Robert Mitchum: “… el no contar con Mitchum no nos ayudó en nada. Era una historia construida claramente para dos personajes fuertes” (Bogdanovich 2007, p.296). Hawks consiguió convencer a Wayne enseguida. El actor accedió sin necesidad de leer el guión, sólo hizo una pregunta: “¿Tengo que hacer de borracho esta vez?” (McBride 1988, p.156). Con Mitchum las cosas no fueron tan fáciles, aunque en realidad fue la productora la que no quiso invertir en otro profesional del mismo porte.[2] 
Se vol­vía a repetir la historia de Hatari!, sólo que allí la película se amparaba más en el hecho de rodar en África un docu-filme sin apenas argumento y, prácticamente, no se notó la ausencia de una segunda estrella. En Río Lobo, sin embargo, contar con un antagonista del mismo caché que Wayne era el ser o no ser del largometraje. Hawks intentó paliar la situación contratando a Jorge Rivero,[3] un actor desconocido —y, por tanto, barato— que prome­tía, pero que no logró solucionar el problema. Hawks sabía desde el principio que el proyecto estaba abocado al fracaso: “No pude hacer gran cosa […]. Los dos chicos que aparecían (Rivero y Chris Mitchum) no podían con Wayne […], así que no teníamos nada que hacer” (ibídem, p.132).

Al faltar ese segundo “peso pesado”, y con él su conflicto interno para superar la adicción al alcohol, también falla una trama ya lastrada por el hecho de la ausencia de motivación, digamos profesional: McNally no es un agente de la ley y, por consiguiente, no tiene por qué rechazar la ayuda que puedan aportar los habitantes del pueblo. No está presente la causa principal que empujó a Hawks a rodar Río Bravo. Es decir, desaparecen los dos temas centrales que hacían importante el filme. Tanto es así, que al final de la cinta, son los granjeros los que consiguen acabar con Hendricks, y Wayne no tiene más remedio que sentenciar que el mérito es de la gente del pueblo: “han reconquistado su ciudad”.





[1] Nótese que todos ellos, Ricky Nelson, James Caan y Chris Mitchum llevan, en sus respectivas películas, como apodo un río de Estados Unidos: Colorado, Mississippi y Tuscarora.
[2] Cinema Center Films fue la compañía que financiaba el filme y la que se negó a poner más dinero sobre la mesa para incorporar al casting a otro actor de primera línea.
[3] Actor mexicano, deportista, que representó a su país en los juegos panamericanos en la especialidad de natación y waterpolo.


lunes, 25 de abril de 2016

EL AUTOREMAKE EN EL CINE: CAPÍTULO 4.2 (XI)


4.2.3. Río Lobo (Howard Hawks, 1970).

Entre los muchos elementos comunes que relacionan Río Bravo con El Dorado, se encuentran las razones contextuales que empujaron a Hawks a decidirse por rodar ambas películas. En los dos casos, la carrera del director pasaba por un momento delicado tras sendos fracasos de crítica y público. Después de la grata experiencia que significó Río Bravo, y de comprobar que se había vuelto a ganar los favores de la audiencia con El Dorado, el realizador se dio cuenta de que, sorprendentemente, la intertextualidad en sus cintas parecía jugar a favor de la taquilla. Reconocer caracteres y conflictos, y disfrutar con los cambios en los puntos de vista, era un pasatiempo extra que el espectador agradecía. Creemos que Hawks, plenamente consciente de esa circunstancia,[1] la tuvo en cuenta para enfrentarse a su siguiente proyecto. Nosotros también para especular acerca de las razones que llevaron al director a rodar Río Lobo: podríamos acumular motivos tales como el evitar volver a pasar por otro periodo de fracaso; el cansancio, dada su avanzada edad, que le aconsejaba no emprender un proyecto completamente nuevo; y, sobre todo, la seguridad que le daba filmar una cinta similar a los dos westerns anteriores gracias a la buena predisposición del público para aceptar ese tipo de producto.


Según Joseph McBride, lo que pretendía hacer Hawks con Río Lobo era una suerte de remake de Rivales, pero en clave de western (McBride 1988, p. 136). Como en El Dorado, quería partir de una historia completamente diferente, tomarla como desencadenante de la acción y conducirla cuanto antes a su “Río Bravo” particular, todo con el objetivo de volver a jugar con personajes y situaciones. Para ello, contrató a Burton Wohl que, no obstante, propuso un argumento bastante distante del de Rivales. La falta de entendimiento entre Hawks y el escritor desembocó en el despido del segundo y en la contratación de la responsable del texto de las dos películas anteriores: Leigh Brackett. La guionista sabía lo que tenía que hacer, llevar la trama luminosa de Wohl, que arrancaba en la guerra civil, al terreno oscuro de un nuevo Río Bravo, rebautizado para la ocasión en Río Lobo:

Cord McNally (John Wayne) es un coronel del ejército del Norte que pierde en los últimos días de la guerra un cargamento de oro a manos de los confederados. Capitaneados por Pierre Cordona (Jorge Rivero) y por el joven sargento Tuscarora (Christopher Mitchum), los sudistas primero atrapan a McNally, pero después se dejan sorprender por el coronel para terminar siendo apresados. Al finalizar la guerra, los que eran enemigos olvidan sus rencillas y prometen ayudar a McNally a localizar a Ketcham, el traidor que vendió la información acerca del oro.

Ahí concluye el extenso prólogo que da pie a que la trama continúe en Río Lobo, el pueblo donde el capitán Cordona ha visto al hombre que busca McNally. En Río Lobo también vive Tuscarora con su padre, el viejo Phillips (Jack Elam), ambos son acosados por los hombres del sheriff Hendricks, a sueldo de Ketcham, para obligarles a vender sus propiedades —los MacDonald de El Dorado son ahora los Phillips en Río Lobo—. Por otro lado, Shasta Delaney (Jennifer O’Neill) reclama venganza por el asesinato de su socio en la venta ambulante de “medicinas”. Como el crimen también ha sido cometido por uno de los hombres de Hendricks, la mujer se alía con McNally, Cordona, Tuscarora y Phillips en su lucha con Ketcham. Es decir, de nuevo tenemos al grupo del líder, el amigo, el joven, el viejo y la mujer, aunque esta vez el sheriff es el villano. 

Precisamente el falso representante de la ley, en su afán de obligar a Phillips a vender, detiene a Tuscarora y lo confina en la cárcel. Hawks riza tanto el rizo que ahora el que está preso es el “bueno”. El director mantiene la situación hasta el final en el que la trama vuelve a ser la de siempre: McNally apresa a Ketcham, libera a Tuscarora y se hace fuerte en la cárcel, mientras en el exterior le acosan los hombres de Hendricks que, a su vez, han cogido a Cordona. Todo se resuelve con un canje en las afueras de la ciudad y con un tiroteo que acaba con Ketcham y su banda. Como vemos, Hawks reúne piezas de las películas anteriores y las mezcla a su antojo para concluir con una vuelta a los orígenes, para cerrar la trilogía con un final idéntico al de Río Bravo.[2]






[1] Realmente, Hawks advirtió ese factor de ventaja mucho antes, en la promoción de El Dorado, cuando para atraer al público a la salas anunció que la película era una mezcla entre Río Rojo y Río Bravo.
[2] Hasta el detalle de la dinamita es igual, sólo que ahora los que la lanzan son los villanos.



lunes, 11 de abril de 2016

EL AUTOREMAKE EN EL CINE: CAPÍTULO 4.2 (X)

Como hemos visto, Hawks se tomó la primera revisión de Río Bravo de una forma más relajada, quizás debido a su avanzada edad (70 años). Puede que también por esa razón sus personajes principales parezcan más cansados, además de limitados físicamente. Thornton llega a decir al final que está harto de andar de un lado para otro alquilándose al mejor postor y decide quedarse en El Dorado junto a su amigo. Para Carlos Aguilar, el largometraje “es un canto nostálgico sobre los tiempos irrecuperables, con la terrible amenaza de la senectud” (2011, p.504). Esa visión crepuscular, por otro lado tan habitual en el género en la década de los sesenta,[1] se refleja en los créditos,[2] en la música de Nelson Riddle[3] y en algunos encuadres, de nuevo fordianos, como el de la despedida entre Thornton y Maudie, con la puesta de sol como escenario (4.44).

4.44

Una imagen muy bien fotografiada por Harold Rosson, que hace un excelente trabajo con las tomas nocturnas, tan bueno como el de Russell Harlan; aunque diferente. Rosson ilumina más los rostros de los actores y emplea unos tonos cromáticos más reales que los de su antecesor. Hawks quedó contento con el trabajo de su operador, si bien, por sus palabras, entendemos que trabajó mejor con Harlan que con Rosson: “Alguien empezó a hablar de Óscar y él (Rosson) comenzó a trabajar cada vez más despacio, y al final me sacaba de quicio” (Bogdanovich 2007, p.296). 

Problemas de velocidad aparte, en El Dorado, Rosson también sigue al pie de la letra las directrices del cineasta y se ocupa de que el objetivo sea lo más transparente posible. Como en Río Bravo, Hawks sólo altera su propio criterio cuando el peligro se cierne sobre los protagonistas: vuelve a los travellings nocturnos cargados de suspense en los mismos decorados que la cinta original,[4] y a los picados extremos bajo el punto de vista de los villanos como en la secuencia del tiroteo en la iglesia. Quizás la fotografía de El Dorado sea menos expresiva que la de Río Bravo, pero resulta del todo adecuada y consecuente al tono que Hawks quería darle a la cinta: más suave en todos lo sentidos.

Hawks se muestra igual de reposado, más comedido, a la hora de desarrollar las relaciones de pareja. El personaje de Maudie tiene una presencia inferior a la que tenía Feathers en Río Bravo. Interpretado por Charlene Holt,[5] Maudie no es una jugadora de cartas como su antecesora, pero ha vivido en ese mundillo cuando Hawks la presenta como viuda de un tahúr. Como apuntan varios autores, Maudie es Feathers después de siete años, los que transcurren entre una película y otra: ya está asentada en el pueblo y además ha tenido una relación tanto con Thornton como con Harrah. Hawks recupera su característico conflicto de parejas —ausente en Río Bravo—, pero de acuerdo al tono relajado de la película, lo hace de forma desdramatizada, casi anecdótica, entre bromas de los tres implicados.

4.45

 Mientras tanto, el realizador deja su habitual subtrama de guerra de sexos para los más jóvenes, James Caan y Michele Carey. El encuentro entre Mississippi y Jodie tiene lugar en un granero cuando el primero cree que se enfrenta a uno de los pistoleros de Jason (4.45). Es una secuencia que recuerda a la famosa escena de Jane Russell en El Forajido, pero sin la misma carga erótica de aquella cinta de Howard Hughes donde la actriz enseñaba algo más de lo permitido mientras “luchaba” en un pajar.

Aunque ninguna de las dos parejas, Wayne-Holt y Cann-Carey tienen demasiada importancia en la trama, si es significativo el empleo por parte de Hawks de mayor número de personajes femeninos, algo que venía haciendo desde la finalización de Río Bravo: tanto en Hatari! como en Su juego favorito y en Peligro… Línea 7000, Hawks utilizó a varias mujeres en distintas subtramas. En especial en la última cinta donde se narran tres historias de tres pilotos y sus correspondientes parejas, y donde Charlene Holt hace un papel secundario.

4.46

Fue precisamente en Peligro… Línea 7000 donde Hawks descubrió a la joven promesa que era James Caan, un actor que apenas había participado en un par de películas. Caan hace en El Dorado un buen trabajo encarnando a Mississippi, personaje que transcurre en la misma línea que el filme: se presenta dramático para luego transformarse progresivamente en cómico (4.46). Al parecer, el actor no sabía que estaba interpretando un papel de comedia y continuó con su registro, digamos serio, durante todo el metraje. Compañeros y personal del equipo de rodaje se reían de él hasta que en el preestreno por fin se dio cuenta de lo que estaba pasando. Al preguntarle a Hawks por qué no le había avisado antes, el director le dijo: “Lo habrías estropeado. Habrías tratado de ser gracioso” (McBride 1988, p.157).

De la misma forma que en Río Bravo faltaba la referencia al triángulo amoroso y Hawks la incluyó en El Dorado, el director hizo lo propio con otro de sus temas preferidos: el del aprendizaje. Nos referimos al vínculo que se establece entre Wayne y Caan, más reconocible en la filmografía del director que el expuesto en Río Bravo entre Wayne y Ricky Nelson. Aunque ambas son relaciones de amistad, la primera es la más habitual en Hawks, la basada en la enseñanza, en los consejos del pistolero veterano al joven inexperto.

Si en Río Bravo, Hawks logró reunir a todos los caracteres utilizados en su carrera, en el conjunto de los dos westerns consiguió, además, exponer la mayoría de las temáticas que definían las relaciones entre ellos. Como dice Quim Casas: “El Dorado y Río Bravo, son dos obras maestras que se implican la una en la otra, complementándose a la perfección y necesitándose mutuamente” (1998, p.376). Algo que, desgraciadamente,  no ocurrió con Río Lobo.






[1] Con películas que van desde El Hombre que mató a Liberty Valance (The Man Who shot Liberty Valance de John Ford, 1962) a Grupo Salvaje (Wild Bunch de Sam Peckinpah, 1969).
[2] Son cuadros de Olaf Wieghorst, al que Hawks le reserva un pequeño papel de armero sueco. Como dice Quim Casas, Hawks parece contemplar el western a través de las estampas de Wieghorst “como si fuera ya historia” (1998, p. 393).
[3] La letra del tema “El Dorado” es de John Gabriel. La canción, compuesta también por Nelson Riddle, la interpreta George Alexander en los créditos y acompaña a la acción a lo largo del metraje para subrayar el tono nostálgico.
[4] Los exteriores de El Dorado se rodaron también en Tucson.
[5] Charlene Holt ya había trabajado con Howard Hawks en sus dos películas anteriores: Su juego favorito y Peligro… Línea 7000. Fue descubierta por el director cuando Hawks la vio en televisión en un anuncio de barra de labios. La actriz se ganaba la vida como modelo después de haber liderado varios concursos de belleza.



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