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¡Señor mío! Jn 20,19-31 (PAA2-23)

1.El texto es muy sencillo, tiene 2 partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, "dan que pensar", como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios.

2. El "soplo" sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, "Pentecostés" es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es coherente y determinante.

3. La figura de Tomás es solamente una actitud de "antiresurrección"; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe está expuesta. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva.

4. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco; Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar de la simbología del "encuentro") como Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se "encontrará" con el Señor. Esa no es forma de "ver" nada, ni entender nada, ni creer nada.

5. Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos la heridas de las manos del Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una «imagen», sino la realidad pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/16-4-2023/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/

Misericordia divina Jn 20,19-31 (PAC2-22)

“Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo” (Hch 5,12). Después de su Ascensión a los cielos, los discípulos del Señor manifiestan su misericordia. La compasión de Dios se hace visible en la curación de los enfermos. La gente desea que al menos la sombra de Pedro cubra por un momento a los pacientes que le acercan.

Ha comenzado el tiempo y el camino de la Iglesia. Pues bien, ahora como en los primeros tiempos se espera de la Iglesia que proyecte la sombra y la gracia del Señor sobre todos los que sufren en el cuerpo o en el espíritu. Sin embargo, la Iglesia no puede ignorar que dar testimonio de la misericordia divina le costará denuncias y persecuciones.  

Con el salmo responsorial, hoy agradecemos la cercanía y la bondad inagotable de Dios  “Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 117). 

El Hijo de Hombre es el Viviente que vive por los siglos de los siglos. Él nos revela el sentido de la historia y de nuestra vida concreta (Ap 1,9-19).

DEL MIEDO A LA MISIÓN

El evangelio según san Juan evoca dos momentos de la revelación del Resucitado a sus discípulos (Jn 20,19-31). El texto nos ofrece al menos tres contraposiciones que se repiten una y otra vez a lo largo de los siglos y se hacen presentes en nuestra experiencia personal.  

- En primer lugar se contraponen y se mezclan el miedo y la alegría. Tras la muerte de Jesús, los discípulos han quedado atemorizados. Pero al descubrir que Jesús se hace presente en medio de ellos, su corazón rebosa de paz y de alegría.

- En segundo lugar se puede observar que el miedo los lleva a cerrar las puertas del lugar en que se encuentran. Han quedado aislados del mundo. Pero el aliento de Jesús los motiva para salir a la calle. Los encerrados son ahora los enviados a una misión.

- En tercer lugar, podemos sospechar que los discípulos no han superado el sentido de culpa por haber abandonado a su Maestro. Pero Jesús no viene a reprenderles su falta. Al contrario, los convierte en testigos de su misericordia y los envía por el mundo como pregoneros y ministros de su perdón.

EL SIGNO DE LAS LLAGAS

  Con demasiada frecuencia se califica a Tomás como “el incrédulo”. Pero se olvida que precisamente él había exhortado a los otros discípulos a seguir al Maestro: “Vayamos también nosotros a morir con él” (Jn 11,16). Tomás tiene fe para aceptar la muerte de Jesús y también para aceptar su vida. Pero no comprende la incoherencia de sus condiscípulos. Así lo revelan tanto su reacción a la noticia de que Jesús vive como la respuesta de Jesús a sus condiciones.

• “Si no veo la señal de los clavos…, no creo”. Seguramente, esa frase no expresa la pretendida incredulidad de Tomás. Es más bien una protesta personal a los que se apresuran a disfrutar de la luz sin haber aceptado antes la oscuridad de la cruz. 

• “Trae tu dedo… No seas incrédulo, sino creyente”. Estas palabras de Jesús no solo se  dirigen a Tomás. Son una advertencia para todos nosotros. No podemos ser incrédulos, ni crédulos. En este tiempo se nos pide la seriedad de los creyentes.

• “Señor mío y Dios mío”. De camino a Cesarea de Filipo Pedro había reconocido a Jesús como el Mesías (Mc 8,29). Ahora Tomás confiesa su fe en la divinidad de Jesús. Antes estaba dispuesto a seguirlo hasta la cruz y ahora lo reconoce como Resucitado.

• “Dichosos los que crean sin haber visto”. Tan solo en eso podría parecer que superamos la coherencia de Tomás. Él creyó al ver las llagas del Señor. Nosotros nos apoyamos en la fe del apóstol que creyó en el Señor.

¡Señor mío! La resurrección se cree, no se prueba Jn 20,19-31 (PAC2-22)

1. El texto es muy sencillo, tiene dos partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, “dan que pensar”, como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios. La “verdad” del texto que se nos propone, no es una verdad objetivable, empírica o física, como muchas veces se propone en una hermenéutica apologética de la realidad de la resurrección. Vivimos en un mundo cultural distinto, y aunque la fe es la misma, la interpretación debe proponerse con más creatividad.

2. El “soplo” sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, “Pentecostés” es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es muy coherente y determinante.

3. La figura de Tomás es solamente una actitud de “anti-resurrección”; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe está expuesta; es como quien quiere probar la realidad de la resurrección como si se tratara de una vuelta a esta vida. Algunos todavía la quieren entender así, pero de esa manera nunca se logrará que la fe tenga sentido. Porque la fe es un misterio, pero también es relevante que debe tener una cierta racionalidad (fides quaerens intellectum), y en una vuelta a la vida no hay verdadera y real resurrección. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva.

4. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco. Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar de la simbología del “encuentro”) como Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se “encontrará” con el Señor. Esa no es forma de “ver” nada, ni entender nada, ni creer nada.

5. Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos las heridas de las manos del Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una “imagen”, sino la realidad pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/24-4-2022/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/

La comunidad de la misericordia Jn 20,19-31 (PAB2-21)

 “Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2,42).  Este es el primer “sumario” o resumen de la vida de los discípulos del Señor que se nos ofrece en el libro de los Hechos de los Apóstoles.

El autor tiene buen cuidado en anotar tres actitudes básicas de la primera comunidad cristiana: la escucha de la enseñanza apostólica, la comunión en los bienes compartidos y la participación en la eucaristía. En realidad, esas son las prioridades que deben mantener las counidades cristianas en todo tiempo y lugar. 

Con el salmo responsorial podemos reconocer y repetir que “es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente” (Sal 117). Si el salmo se refiere a la victoria sobre los enemigos, nosotros proclamamos que a nosotros la misericorida de Dios nos ha hecho renacer   para una esperanza viva, como dice la segunda lectura de la misa de hoy (1 Pe 1,3-9).

UNA POSTURA Y UN GESTO

En el texto evangélico que hoy se proclama se recuerda que, después de la muerte de Jesús, sus discípulos permanecían “confinados” por miedo a los judíos. El miedo a las acusaciones del pueblo los mantenía ocultos. Pues bien, precisamente en esa situación  Jesús resucitado se presenta ante ellos como portador de la paz y del perdón (Jn 20,19-31).

Al leer este relato evangélico solemos prestar atención a la situación y las protestas del apóstol Tomás y a la actitud con la que Jesús responde a sus dudas y pretensiones.  

• Habitualmente se califica a Tomás como el “apóstol incrédulo”. En realidad, es fácil imaginar la razón de su postura. Cuando llegó a Jesús la noticia de la enfermedad y la muerte de Lázaro, los demás apóstoles se resistían a volver con él a Judea. Solo Tomás los exhortaba a acompañar a Jesús y morir con él (Jn 11,16).  Ahora le molesta la incongruencia de los que no aceptaban el fracaso del Maestro, pero se apresuran a pregonar su victoria.

• Por otra parte, nos parece sorprendente el gesto con el que  Jesús ofrece sus llagas a la curiosidad y al tacto de Tomás. El texto evangélico nos invita a identificar al resucitado con el mismo Jesús que había sido condenado a morir en la cruz. El resucitado no ha dejado las llagas de la crucifixión. Su muerte no fue un engaño. Y su resurrección no es el fruto de la fantasía de unos discípulos paralizados por la nostalgia y el temor.

DEL MIEDO A LA VALENTÍA

Además, este texto del evangelio de Juan nos recuerda dos detalles fundamentales para la vida de los creyentes: la importancia de la comunidad y el don de la misericordia. 

• “A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos”. Con demasiada frecuencia pensamos que para encontrarse verdaderamente con Jesucristo es necesario abandonar la comunidad. Es un error. Los discípulos que estaban encerrados no eran mejores ni peores que Tomás. Si él pensaba que lo salvaría su autonomía, los otros eran víctimas fáciles del miedo. Pues bien, solo en la comunidad se muestra el Señor resucitado. 

• “Paz a vosotros… Yo os envío… No seas incrédulo”. Estas palabras que Jesús resucitado dirige a unos y a otros nos dicen que él no viene a reprenderlos. Viene a revelarles  la grandeza de su misericordia. Jesús se muestra muy cercano a sus discípulos. Y demuestra una excelente pedagogía para abrir sus corazones a la fe y para enviarlos a proclamar la buena noticia del perdón que a ellos les ha sido concedido. 

¡Señor mío! La resurrección se cree, no se prueba Jn 20,19-31 (PAB2-21)

1. El texto es muy sencillo, tiene dos partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, "dan que pensar", como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios. La “verdad” del texto que se nos propone, no es una verdad objetivable, empírica o física, como muchas veces se propone en una hermenéutica apologética de la realidad de la resurrección. Vivimos en un mundo cultural distinto, y aunque la fe es la misma, la interpretación debe proponerse con más creatividad.

2. El "soplo" sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, "Pentecostés" es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es muy coherente y determinante.

3. La figura de Tomás es solamente una actitud de "anti-resurrección"; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe está expuesta; es como quien quiere probar la realidad de la resurrección como si se tratara de una vuelta a esta vida. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva.

4. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco. Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar de la simbología del "encuentro") como Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se "encontrará" con el Señor. Esa no es forma de "ver" nada, ni entender nada, ni creer nada.

5. Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos las heridas de las manos del Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una *imagen+, sino la realidad pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/11-4-2021/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/

¡Señor mío! Jn 20,19-31 (PAA2-20)

1.El texto es muy sencillo, tiene 2 partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, "dan que pensar", como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios.

2. El "soplo" sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, "Pentecostés" es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es coherente y determinante.





3. La figura de Tomás es solamente una actitud de "antiresurrección"; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe está expuesta. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva.

4. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco; Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar de la simbología del "encuentro") como Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se "encontrará" con el Señor. Esa no es forma de "ver" nada, ni entender nada, ni creer nada.

5. Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos la heridas de las manos del Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una «imagen», sino la realidad pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Fuente: https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/19-4-2020/comentario-biblico/miguel-de-burgos-nunez/