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A finales de los años 70 se publicaron dos discos que con los años se consideran como fundamentales, pero que en su momento pasaron casi sin pena ni gloria: el primero de ellos fue el debut homónimo de Veneno (1977), considerado treinta años después como el mejor disco de la historia del rock español; el segundo fue La leyenda del tiempo de Camarón (1979), disco fundamental para el flamenco, y que entonces fue un rotundo fracaso de ventas y críticas (en su momento muchos de los que lo compraron devolvieron del disco con el argumento de que "no es flamenco"). En ambos proyectos se encuentra mezclado en mayor o menor medida el sujeto que hoy nos ocupa, este catalán muy fino que nació con el nombre de José María López Sanfeliu y que todos conocemos como Kiko Veneno.
Cualquiera diría que haber estado detrás de dos trabajos tan colosales le habrían valido para conseguir fortuna y gloria, pero nada más lejos de la realidad ya que, si bien siguió trabajando en mayor o menor medida en el mundo de la música, lo cierto es que se tuvo que buscar el pan por otros lares: lo mismo regentó un chiringuito en la playa que encontró trabajo estable en la Diputación de Sevilla. Por el camino publicó dos o tres discos más sin mucha repercusión, produjo a Martirio... y salió en La bola de cristal.
En estas se encontraba Kiko a principios de los 90 con su tranquilo trabajo de funcionario cuando un viejo amigo suyo de la movida madrileña, el artista Juan Perro también conocido como Santiago Auserón, le empujó a grabar el disco que supondría su auténtica consagración. Kiko, que llevaba varios años sin grabar, no había dejado sin embargo de componer y el tiempo libre que tenía lo dedicó a escribir esta magnífica colección de canciones. Convencido del proyecto, Juan Perro lo montó en un avión rumbo a Londres para grabar con Joe Dworniak. Lo que son las cosas, Kiko tuvo que toparse con este inglés para encontrar al compañero de trabajo que llevaba buscando quince años: a él le debemos la sublime producción de la que hace gala el disco, dando con el sonido y arreglos que cada tema necesita.
Y el resultado es un ramillete de canciones tan sorprendente como variado, con unas letras que magistralmente combinan el surrealismo más disparatado y el más cercano costumbrismo, y una musicalidad tan característica como diversa: es el pop aflamencado al que nos hemos acostumbrado, desde luego, pero juguetea aquí y allí con ritmos latinos y rumbas con naturalidad y frescura, confiriéndole un sonido único. Pero no solo es eso, es que en este disco prácticamente cada corte es un single por derecho propio: de hecho, en una lista elaborada por Rolling Stone de las 200 mejores canciones del pop rock español, se cuelan hasta cuatro temas de Échate un cantecito. Casi nada.
El tema que abre el disco es un buen ejemplo de casi todo lo apuntado hasta ahora: el Lobo López, desconozco si se trata de un mote o de una personificación (en su siguiente disco aparecerá El Lince Ramón), se encuentra con su amor perdido a ritmo de bossa nova. La calidez de la instrumentación, el tempo irresistible y la letra tan irrelevantemente cotidiana hacen que una historia tan minúsculamente trágica encierre sin embargo un guiño optimista ("Y pensar que ahí fuera/ hay todo un plantel/ de chicas hermosas/ flores temblorosas por dejarse comer"). No en vano se trata de un lobo... Y si el primer tema es todo un number one qué decir de Echo de menos, convertido ya en todo un clásico de su repertorio. Compuesta en principio para que la interpretara Martirio, Kiko no estaba del todo seguro sobre la calidad de esta canción, pero se convirtió en todo un éxito: ¿quién no ha repetido alguna vez aquello de "Lo mismo te echo de menos, lo mismo, que antes te echaba de más"? Kiko se encuentra aquí como pez en el agua, y desgrana todas las pequeñas cosas que echa de menos a ritmo de rumba, para llegar a ese estribillo que magistralmente resume toda la sabiduría popular en tres versos.
Superhéroes de barrio es otro temazo, un rock basado en el riff de guitarra que engancha desde el primer segundo. El ritmo vacilón y la surrealista letra que canta sobre niños jugando a ser superhéroes dan paso a una lista de héroes infantiles del propio Kiko: desde Joselito El Gallo a Rita Hayworth, pasando por Bob Dylan y Di Stefano. Una lista tan kistch y ecléctica resulta sin embargo natural viniendo de quien viene, ¿no es cierto? Fuego es otro tema movido y festivo, que a ritmo de samba contagia la alegría libidinosa de Kiko: "ni con agua en los bolsillos se me enfría el pensamiento"... Se pone cariñoso y picarón pero, con tanta metáfora, lejos de quedar obsceno resulta hasta romántico.
Otro de los momentos álgidos llega con Joselito, basada en un personaje real: era un viejo marinero y cliente habitual del chiringuito que regentaba Kiko en Conil, que cuando se emborrachaba se ponía a cantar La Zarzamora. Kiko se limita a musicar las vivencias que el mismo Joselito relataba en el bar, y convertirlo en un temazo de principio a fin. El final del disco, por todo lo alto, viene con En un mercedes blanco, una rumba que trata el drama de la droga entre los gitanos: al "diez duros de papel albal / y el cielo se ha iluminado" le sucede el "qué pena de muchacho le dicen la gente en los bares".
El disco fue creciendo en popularidad por el boca a boca y sobre todo con la gira Kiko Veneno y Juan Perro vienen dando el cante, que supuso el auténtico espaldarazo que, no solo el álbum, sino el propio Kiko necesitaba y merecía desde tiempo atrás.
Escucha Échate un cantecito en spotify pulsando aquí.
Cualquiera diría que haber estado detrás de dos trabajos tan colosales le habrían valido para conseguir fortuna y gloria, pero nada más lejos de la realidad ya que, si bien siguió trabajando en mayor o menor medida en el mundo de la música, lo cierto es que se tuvo que buscar el pan por otros lares: lo mismo regentó un chiringuito en la playa que encontró trabajo estable en la Diputación de Sevilla. Por el camino publicó dos o tres discos más sin mucha repercusión, produjo a Martirio... y salió en La bola de cristal.
En estas se encontraba Kiko a principios de los 90 con su tranquilo trabajo de funcionario cuando un viejo amigo suyo de la movida madrileña, el artista Juan Perro también conocido como Santiago Auserón, le empujó a grabar el disco que supondría su auténtica consagración. Kiko, que llevaba varios años sin grabar, no había dejado sin embargo de componer y el tiempo libre que tenía lo dedicó a escribir esta magnífica colección de canciones. Convencido del proyecto, Juan Perro lo montó en un avión rumbo a Londres para grabar con Joe Dworniak. Lo que son las cosas, Kiko tuvo que toparse con este inglés para encontrar al compañero de trabajo que llevaba buscando quince años: a él le debemos la sublime producción de la que hace gala el disco, dando con el sonido y arreglos que cada tema necesita.
Y el resultado es un ramillete de canciones tan sorprendente como variado, con unas letras que magistralmente combinan el surrealismo más disparatado y el más cercano costumbrismo, y una musicalidad tan característica como diversa: es el pop aflamencado al que nos hemos acostumbrado, desde luego, pero juguetea aquí y allí con ritmos latinos y rumbas con naturalidad y frescura, confiriéndole un sonido único. Pero no solo es eso, es que en este disco prácticamente cada corte es un single por derecho propio: de hecho, en una lista elaborada por Rolling Stone de las 200 mejores canciones del pop rock español, se cuelan hasta cuatro temas de Échate un cantecito. Casi nada.
El tema que abre el disco es un buen ejemplo de casi todo lo apuntado hasta ahora: el Lobo López, desconozco si se trata de un mote o de una personificación (en su siguiente disco aparecerá El Lince Ramón), se encuentra con su amor perdido a ritmo de bossa nova. La calidez de la instrumentación, el tempo irresistible y la letra tan irrelevantemente cotidiana hacen que una historia tan minúsculamente trágica encierre sin embargo un guiño optimista ("Y pensar que ahí fuera/ hay todo un plantel/ de chicas hermosas/ flores temblorosas por dejarse comer"). No en vano se trata de un lobo... Y si el primer tema es todo un number one qué decir de Echo de menos, convertido ya en todo un clásico de su repertorio. Compuesta en principio para que la interpretara Martirio, Kiko no estaba del todo seguro sobre la calidad de esta canción, pero se convirtió en todo un éxito: ¿quién no ha repetido alguna vez aquello de "Lo mismo te echo de menos, lo mismo, que antes te echaba de más"? Kiko se encuentra aquí como pez en el agua, y desgrana todas las pequeñas cosas que echa de menos a ritmo de rumba, para llegar a ese estribillo que magistralmente resume toda la sabiduría popular en tres versos.
Superhéroes de barrio es otro temazo, un rock basado en el riff de guitarra que engancha desde el primer segundo. El ritmo vacilón y la surrealista letra que canta sobre niños jugando a ser superhéroes dan paso a una lista de héroes infantiles del propio Kiko: desde Joselito El Gallo a Rita Hayworth, pasando por Bob Dylan y Di Stefano. Una lista tan kistch y ecléctica resulta sin embargo natural viniendo de quien viene, ¿no es cierto? Fuego es otro tema movido y festivo, que a ritmo de samba contagia la alegría libidinosa de Kiko: "ni con agua en los bolsillos se me enfría el pensamiento"... Se pone cariñoso y picarón pero, con tanta metáfora, lejos de quedar obsceno resulta hasta romántico.
Otro de los momentos álgidos llega con Joselito, basada en un personaje real: era un viejo marinero y cliente habitual del chiringuito que regentaba Kiko en Conil, que cuando se emborrachaba se ponía a cantar La Zarzamora. Kiko se limita a musicar las vivencias que el mismo Joselito relataba en el bar, y convertirlo en un temazo de principio a fin. El final del disco, por todo lo alto, viene con En un mercedes blanco, una rumba que trata el drama de la droga entre los gitanos: al "diez duros de papel albal / y el cielo se ha iluminado" le sucede el "qué pena de muchacho le dicen la gente en los bares".
El disco fue creciendo en popularidad por el boca a boca y sobre todo con la gira Kiko Veneno y Juan Perro vienen dando el cante, que supuso el auténtico espaldarazo que, no solo el álbum, sino el propio Kiko necesitaba y merecía desde tiempo atrás.
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