Dios arrastra a veces sus
tormentas por el cielo
con la misma desesperación
de un condenado,
de un convicto entregado a
las cadenas
por un largo tiempo de
insomnio y sombra.
La venganza envilece
entonces
de tal manera todo cuanto hace
que hasta hay tardes en que su mano diestra,
la cincelada en mármol,
ahoga cruel como una
almohada
el aliento último de los
mejores días.
JCD
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