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lunes, mayo 30, 2016
Si yo fuera Stephane Furber
A toda heteronimia la precede siempre un condicional. Este librillo es una pequeña edición, no venal, para coleccionistas, con las canciones sin música de Stephane Furber. En sus páginas se ha procurado una rigurosa suplantación. Su prólogo dice así:
¿QUIÉN FUE STEPHANE FURBER?
Tal vez fue el hombre de la fotografía. Un tipo que mira con desconfianza bajo el ala de un sombrero Stetson, que se apoya con desgana en un poste de la luz, que guarda las manos en los bolsillos y en una maleta ya sin uso su propia historia contada a retazos en algo parecido a versos o letras de canciones. Un antiguo músico que conoció el éxito y bebió demasiado durante demasiados años. Que cuando el alcohol le quebró definitivamente la voz, se bajó sin pena de los escenarios y se acodó sin prisa en el mostrador de las tabernas. Que estuvo a punto de morir abrasado en un motel en el que, después de una borrachera más, se quedó dormido con un cigarrillo entre los dedos. Que encontró algo así como una segunda vida cerca de Waxahachie, Texas, al lado de una joven viuda, Daphne, y de su hijo de pocos años, Jimmy. Que tardó mucho en volver a tocar la guitarra y nunca más lo hizo en público. Que tenía cicatrices y guardaba a menudo silencios muy largos. Que se ganó finalmente la vida vendiendo piensos en un almacén.
Cuando Stephane Furber murió, Jimmy, que lo quiso como a un padre, encontró entre sus cosas unos cuantos papeles manuscritos. Los publicó y alguien recordó entonces los viejos discos de Furber. Sonaron de nuevo por algún tiempo en la radio, pero no mucho.
Ese fue, o al menos ese podría haber sido, Stephane Furber.
JCD
lunes, noviembre 28, 2011
One day in that time
Las ventanas estaban abiertas.
El aire las batía
como palmas de espectadores
en torno a un ring de boxeo.
Tan atenazante es a veces el abandono
que ni siquiera nos conmueve
el estruendo de una grada.
Sobre el suelo se hicieron
de golpe añicos los vidrios.
Al sexto o séptimo asalto
todo acabó en un fuera de combate.
Cuando el público desalojó el estadio
había sangre en la lona
y ceniza de cigarros por el suelo.
Pero tampoco entonces
se me abrió un resquicio
de lástima en los ojos.
El aire las batía
como palmas de espectadores
en torno a un ring de boxeo.
Tan atenazante es a veces el abandono
que ni siquiera nos conmueve
el estruendo de una grada.
Sobre el suelo se hicieron
de golpe añicos los vidrios.
Al sexto o séptimo asalto
todo acabó en un fuera de combate.
Cuando el público desalojó el estadio
había sangre en la lona
y ceniza de cigarros por el suelo.
Pero tampoco entonces
se me abrió un resquicio
de lástima en los ojos.
Stephane Furber
miércoles, septiembre 17, 2008
If I was Stephane Furber

Si yo fuera Stephane Furber
habría llegado medio abrasado del infierno,
humeando bajo la tormenta
como los restos de un rastrojo,
pero sin más dolor que el cáncer
de haber perdido la vida
como una última cerilla en medio de la nieve.
Si yo fuera Stephane Furber
y ella sonriera como Daphne
y me amara como ella lo hace,
despacio y sin pasión,
con la ternura que inspiran
los perros abandonados,
doy por cierto que no volvería a probar un trago,
que la acompañaría a la iglesia los domingos
y la esperaría a la puerta sin ladrar.
Si yo fuera Stephane Furber
y hubiera muerto casi de viejo,
Jimmy, al que quise como a un hijo,
se habría ocupado de procurarme un buen entierro,
de compartir silencios con su madre
y de poner en orden mis pocas cosas:
una guitarra que apenas nunca me vieron tocar,
la ropa usada que vestí
y unas cuantas hojas manuscritas
con algo parecido a unos poemas.
habría llegado medio abrasado del infierno,
humeando bajo la tormenta
como los restos de un rastrojo,
pero sin más dolor que el cáncer
de haber perdido la vida
como una última cerilla en medio de la nieve.
Si yo fuera Stephane Furber
y ella sonriera como Daphne
y me amara como ella lo hace,
despacio y sin pasión,
con la ternura que inspiran
los perros abandonados,
doy por cierto que no volvería a probar un trago,
que la acompañaría a la iglesia los domingos
y la esperaría a la puerta sin ladrar.
Si yo fuera Stephane Furber
y hubiera muerto casi de viejo,
Jimmy, al que quise como a un hijo,
se habría ocupado de procurarme un buen entierro,
de compartir silencios con su madre
y de poner en orden mis pocas cosas:
una guitarra que apenas nunca me vieron tocar,
la ropa usada que vestí
y unas cuantas hojas manuscritas
con algo parecido a unos poemas.
jueves, junio 19, 2008
The visitor

Llevaba años sin saber de él
pero lo reconocí nada más verlo.
Siempre fumó del mismo modo,
levantando la barbilla
y echándole el humo con desdén al mundo.
Recorrió un montón de millas para encontrarme,
alguien le había hablado de dónde vivía
y a qué me dedicaba.
Quizás sólo vino por ver si era cierto,
por saber si su viejo amigo,
aquel cantante de voz oscura y mala bebida
madrugaba todos los días
para vender piensos y cortacéspedes
en un galpón de un pueblo perdido en el oeste.
Dejé un cartel a la entrada
avisando de que volvería pronto.
Nos tomamos juntos una cerveza en la cantina.
Apenas si supimos de qué hablar.
Stephane Furber, Daphne.
Editorial Mondantordi, Argentina, 2007.
Traducción de Mariana Lotti.
lunes, marzo 31, 2008
Jukebox
En todos estos años,
desde que volví del otro lado del mundo,
sólo una vez llamé a las puertas del infierno.
Fue una noche perra
que me condujo a un bar con la ansiedad de antaño.
Un segundo antes de llevarme
el primer trago a los labios,
una mujer con ojos de perdida,
un despojo de piel y huesos
con carmín hasta en los dientes,
me tocó en el hombro
con la misma fuerza que el ala de un ángel.
Bailamos cerca de la jukebox.
Era como abrazar a la muerte misma.
Cuando terminó la canción
dejé aquel tugurio
y dejé también mi vaso aún lleno sobre la barra.
Al volver a casa
encontré caliente mi lado de la cama.
Stephane Furber, Daphne.
Editorial Mondantordi, Argentina, 2007.
Traducción de Mariana Lotti.
miércoles, septiembre 12, 2007
Furber de nuevo
Ya se contó aquí la historia de Stephane Furber. Me gustaría hoy añadir otro de sus poemas y dedicárselo a David González, quien también anduvo alguna vez por los infiernos.

Los oficios del domingo
Los domingos acompaño a Daphne hasta la iglesia.
El reverendo Moosley
le da la bienvenida en la puerta a los feligreses.
Conoce a cada uno por su nombre.
Lo veo todo en la distancia;
apoyado en la furgoneta
mientras enciendo un cigarrillo.
Cuando no queda nadie afuera,
Moosley sonríe y me saluda con su mano izquierda.
En la derecha aprieta la Biblia.
Quizás a Daphne le gustaría
que algún día entráramos juntos.
Pero prefiero oír la música del órgano mientras fumo.
Me hace recordar mi otra vida.
De qué me valdría la fe a estas alturas,
cuando me he escapado ya una vez de los infiernos.
Stephane Furber, Daphne.
Editorial Mondantordi, Argentina, 2007.
Traducción de Mariana Lotti.
lunes, febrero 26, 2007
Stephane Furber (y 4)
Después de colgar los tres poemas de Stephane Furber que había seleccionado de su poemario, ofreciendo con ellos, a mi juicio, una muestra suficientemente amplia y explícita de cómo escribía el autor tejano, he recibido un correo desde Tucumán reprochándome que no hubiera colgado también los que, según opinión de quien me escribe, son los mejores del libro. Haciéndolo ahora saldo una deuda -ella me descubrió a Furber-, a la vez que espero que si alguna editorial ha comprado ya los derechos del libro no emprenda acciones judiciales contra esta bitácora.
Save the last dance for me
La primera vez
que le pedí a tu madre
que bailáramos juntos
sonaba Save the last dance for me
en el viejo salón de Duddy.
Llevaba tres meses sin beber
y me sentía un hombre nuevo,
incluso ya no me temblaba el pulso.
Y de repente,
en medio de la pista de baile,
mientras llevaba de la cintura a Daphne,
volví a temblar,
pero esta vez desde los pies a la cabeza.
Dirty blood
Viví un tiempo en que bajo cada día,
como bajo cada piedra de Sonora,
se escondía un maldito escorpión
agazapado en la sombra.
Llegó un momento
en que corría tanta sangre
como ponzoña por mis venas.
Cualquiera hubiera jurado entonces
que me quedaba de vida
lo que a un perro sarnoso.
Aún me sigo preguntando
de dónde diablos saqué fuerzas
para desangrarme el pasado.
Save the last dance for me
La primera vez
que le pedí a tu madre
que bailáramos juntos
sonaba Save the last dance for me
en el viejo salón de Duddy.
Llevaba tres meses sin beber
y me sentía un hombre nuevo,
incluso ya no me temblaba el pulso.
Y de repente,
en medio de la pista de baile,
mientras llevaba de la cintura a Daphne,
volví a temblar,
pero esta vez desde los pies a la cabeza.
Dirty blood
Viví un tiempo en que bajo cada día,
como bajo cada piedra de Sonora,
se escondía un maldito escorpión
agazapado en la sombra.
Llegó un momento
en que corría tanta sangre
como ponzoña por mis venas.
Cualquiera hubiera jurado entonces
que me quedaba de vida
lo que a un perro sarnoso.
Aún me sigo preguntando
de dónde diablos saqué fuerzas
para desangrarme el pasado.
viernes, febrero 23, 2007
Stephane Furber (3)
He sabido de Stephane Furber a través de una prima que vive en Argentina. Me mandó hace un par de meses un librito titulado Daphne. Apenas veinte breves poemas. Está publicado por una pequeña imprenta de allá llamada Mondantordi y en la contraportada del libro se cuenta algo, poco, de su autor y de la edición. Parece ser que Stephane Furber era tejano, que vivó entre 1940 y 1995. Fue cantante country de cierta reputación en su juventud, pero pronto dejó los escenarios debido a su adicción al alcohol. Anduvo prácticamente mendigando durante los años setenta. Por entonces alguien se apiadó de él en un remoto pueblo del Oeste. Se casó con una joven viuda, Daphne, adoptó al pequeño de ésta y se pasó el resto de su vida, sobrio, detrás del mostrador de una ferretería. Al morir, su hijo encontró un librito con poemas. Se publicó en el 2000 en Estados Unidos. Una tal Mariana Lotti lo tradujo en Argentina.
Daphne
Si alguien te recoge medio muerto
a la puerta de su casa en un día de tormenta
cuando ya no tienes más aliento
que el vapor del whisky.
Si alguien tiene el coraje
de acercarse a un manojo de harapos
empapados de orina y lluvia.
Si alguien te arrastra hasta su bañera,
te hace café
y se apiada de tu suerte.
Si alguien te sonríe después de años.
Ten por seguro que serás por fin
capaz de pelearte contra el tigre
que te come las entrañas.
Que amarás por siempre a Daphne.
Daphne
Si alguien te recoge medio muerto
a la puerta de su casa en un día de tormenta
cuando ya no tienes más aliento
que el vapor del whisky.
Si alguien tiene el coraje
de acercarse a un manojo de harapos
empapados de orina y lluvia.
Si alguien te arrastra hasta su bañera,
te hace café
y se apiada de tu suerte.
Si alguien te sonríe después de años.
Ten por seguro que serás por fin
capaz de pelearte contra el tigre
que te come las entrañas.
Que amarás por siempre a Daphne.
Stephane Furber (2)

Fire
La noche que lo abandonó todo
anduvo sin rumbo hasta la madrugada.
Era como una pequeña mierda
en medio de los campos de petróleo,
bajo un montón de estrellas.
Tenía un agujero en los jeans
por donde se le perdían los centavos
y un rastro de memoria entre las cejas
que le hablaba de un incendio reciente,
de una casa en llamas.
jueves, febrero 22, 2007
Leyendo a Stephane Furber
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