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martes, 31 de marzo de 2015

Hemingway, París era una Fiesta


¿Cómo escriben los escritores? ¿Cuántas horas diarias trabajan? ¿En qué momento del día? ¿Qué estrategias prefieren para crear tramas y personajes? ¿Qué tipo de letra usan? Las respuestas a estas preguntas suelen estar confinadas al ámbito de las entrevistas y de las leyendas, antes que al de los estudios literarios. Sin embargo, aportan datos valiosos a la hora de trazar el perfil de un autor y abordar su obra. 
Hemingway, que en París era una fiesta dejó muchos consejos sobre el arte de escribir, dijo que se requiere disciplina para trabajar todas las mañanas y también para dejar de pensar en la obra al levantarse del escritorio, de modo que ésta se siga escribiendo sola en alguna parte de la mente. También recomendaba dejar de escribir cuando la historia fluía, de modo de poder retomarla sin inconvenientes a la mañana siguiente.

*De una carta de Ernest Hemingway a un amigo (1950)
Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará, vayas donde vayas, todo el resto de tu vida, ya que París es una fiesta que nos sigue.

Ernest empezó a escribir este libro en Cuba en el otoño de 1957, lo trabajó en Ketchum (Idaho) en el invierno de 1958/59, se lo llevó a España en nuestro viaje de 1959, y siguió con el libro a Cuba y de nuevo a Ketchum, a fines de otoño. Lo terminó en la primavera de 1960 en Cuba, después de una interrupción para escribir otro libro, El verano peligroso.
El libro trata de los años que van de 1921 a 1926 en París. 
Mary Hemingway.

*Si el lector lo prefiere, puede considerar el libro como obra de ficción. Pero siempre cabe la posibilidades que un libro de ficción arroje alguna luz sobre las cosas que fueron antes contadas como hechos.

*Ya lo escribía yo y no se escribía solo...

*Al terminar un cuento me sentía siempre vaciado, y a la vez triste y contento, como si hubiera hecho el amor, y aquella vez estaba seguro que era un buen cuento, aunque para saber hasta donde era bueno había que esperar a releerlo al día siguiente.

*Tal vez, lejos de París, podría escribir sobre París tal como en París era capaz de escribir sobre Michigan...

*De pie miraba los tejados de París y pensaba: No te preocupes. Hasta ahora has escrito y seguirás escribiendo. Lo único que tienes que hacer es escribir una frase verídica. Escribe una frase tan verídica como sepas.

*En aquel cuarto tomé la decisión de escribir un cuento sobre cada cosa que me fuera familiar...

*Scott Fitzgerald: su talento era tan natural como el dibujo que forma el polvillo en un ala de mariposa. Hubo un tiempo en que no se entendía así mismo como no se entiende la mariposa, y no se daba cuenta cuando su talento estaba magullado o estropeado.
Más tarde tomó conciencia de sus vulnerables alas de cómo estaban hechas, y aprendió a pensar pero no supo ya volar, porque había perdido el amor al vuelo y no hacía más que recordar los tiempos en que volaba sin esfuerzo. La primera vez en mi vida que encontré a Scott Fitzgerald ocurrió algo muy extraño. Muchas extrañas cosas ocurrieron con Scott, pero aquello no he podido olvidarlo nunca. Él entró en el bar Dingo de la rue Delambre, donde yo estaba sentado en compañía de algunos sujetos que eran compañías perfectamente malas, y vino y se presentó y presentó a un hombre alto y simpático que estaba con él, diciendo que era Dunc Chaplin, el famoso lanzador de béisbol. No se podía decir que los jugadores de béisbol en la Universidad de Princeton me hubieran apasionado nunca, y nunca había oído hablar de Dunc Chaplin, pero era exactamente lo que se llama un chico decente, y además no estaba ni preocupado ni nervioso ni agresivo, y me fue mucho más simpático que Scott.
Scott era ya un hombre pero parecía un muchacho, y su cara de muchacho no se sabía si iba guapa o se quedaba en graciosa. Tenía un pelo ondulado muy rubio, frente muy alta, ojos exaltados y cordiales, y una delicada boca irlandesa de larga línea de labios, que en una muchacha hubiese representado la boca de una gran belleza. Tenía una firme barbilla y perfectas orejas, y una nariz que nunca fue torcida. Desde luego que se puede tener todo eso y no ser hermoso, pero él lo era, gracias al color del cutis, al pelo muy rubio y a la boca.
Yo tenía mucha curiosidad por conocerle y me había pasado el día trabajando de firme, y parecía maravilloso que allí estuvieran Scott Fitzgerald y el gran Dunc Chaplin, de quien nunca había oído hablar pero que de pronto era mi amigo.
Scott no paraba de hablar, y como me ponía nervioso lo que decía, ya que se trataba de mis cuentos y de lo estupendos que eran, me puse a mirarle atentamente y a observar en vez de escuchar...
Llegó un momento en que observarle ya no me proporcionaba mucha información, excepto la de que tenía manos bien formadas y que parecían hábiles, y no eran pequeñitas, y cuando se encaramó a uno de los taburetes del bar, descubrí que tení alas piernas muy cortas.
-Óyeme, Ernest -dijo-. ¿No te molesta que te tutee, verdad?
-Si a Dunc no le importa.
-No digas tonterías. Hablo en serio. Dime, ¿tú y tu mujer os fuisteis a la cama antes de casaros?
-No sé.
-¿Qué quieres decir con eso de que no lo sabes?
-No me acuerdo.
-No me digas que no te acuerdas de algo tan importante.
-De veras no lo sé -dijo Scott-. No puede ser que no te acuerdes.
-Lo siento. Es una lástima, ¿verdad?
-No te hagas el meo como un inglés -dijo él-. ponte serio y acuérdate.
-Al cuerno -dije-. No me acuerdo.
-Podrías de verdad procurar acordarte,
parece que la conversación se caldea, pensé. Especulé si le servía a todo el mundo aquel rollo, pero me pareció que no, porque le observé como sudaba al elaborarlo. El sudor apareció en minúsculas gotitas encima de su largo y perfecto e irlandés labio superior y esa fue la razón por la que dejé de mirarle a la cara y registré el escaso largo de sus piernas, extendidas por el taburete alto. Volví a mirarle a la cara, y entonces ocurrió el extraño fenómeno.
Mientras estaba allí sentado a la barra con la copa de champán en la mano, de pronto pareció que la piel de la cara se le ponía tirante y que desaparecía su hinchazón, y luego se puso todavía más tirante hasta que la cara pareció una calavera. Los ojos se hundieron y se apagaron como muertos, los labios se adelgazaron tirantes, y e color de la cara se fue, dejando un matiz de cera de vela quemada. No fueron visiones mías. La cara se le convirtió realmente en una calavera, o en una máscara mortuoria ante mis ojos.
-Scott -dije-, ¿te encuentras bien?
No contestó, y la cara se puso todavía más tirante.
-Tenemos que llevarle a un puesto de socorro -dije a Dunc Chaplin.
-No. No le pasa nada.
-Parece que está muriéndose.
-No, siempre que se entrompa le pilla así.

*París no se acaba nunca, y el recuerdo de cada persona que ha vivido allí es distinto del recuerdo de cualquier otra. Siempre hemos vuelto, estuviéramos donde estuviéramos, y sin importarnos lo trabajoso o lo fácil que fuera llegar allí. París siempre valía la pena, y uno siempre recibía algo a trueque de lo que allí dejaba. Yo he hablado de París según era en los primeros tiempos, cuando éramos muy pobres y muy felices.

París era una fiesta - Ernest Hemingway.

domingo, 15 de marzo de 2015

Libros subrayados, Diarios por Abelardo Castillo


Me atraen sobremanera las estatuillas y los libros. Sobre todo los libros, y a veces no es afán de sabiduría.
Diarios

A veces he querido fijar recuerdos agradables escribiéndolos; pero solo conseguí convertirlos en una cosa deformada, irreconocible, ridícula.
No consigo explicarme cómo.
Diarios

No consigo recordar hechos, apenas imágenes esfumadas, sensaciones. Acaso se debe a que nunca estoy en el lugar donde se encuentra mi cuerpo. No me siento ahí.
Diarios

He hablado estos días, Borges le llama a eso "borradores orales".
Diarios

Lo difícil es conocer cuando una palabra decora y estorba.
Diarios

Del sueño no recuerdo nada. Desperté violentamente; el sueño perturbaba en mí. Fue extraño. Soñé en segunda persona; yo era un espectador invisible, aun para mí mismo, de una fantástica apuesta.
Diarios

Tengo miedo que el tiempo desdibuje, más que mis palabras de hoy, el recuerdo de aquellos rimeros días
Diarios

Aprender a escribir. Tal vez sea imposible pretender ser escritor como se pretende ser abogado, es decir, siguiendo un curso preparatorio, pero es cierto que después de haber sentido la necesidad de escribir, luego de haber escrito, mal o bien, o medianamente bien, es necesario aprender. Doblegar el idioma es fundamental, porque nadie puede expresar nada, ni siquiera la idea más notable, si no consigue servirse del idioma.
Diarios

Escribir como si todos aquellos escritores a quienes debo algo me estuvieran mirando, y conformarlos a todos con mi propia literatura.
Diarios

Posiblemente, la oficina termine por embrutecerme por completo algún día. Casi sería lo ideal. Perder, al fin, el motivo de vivir, sobrevivirme, apenas eso. Transformarme  en planta. Los imbéciles son felices. No saben que es la felicidad o la infelicidad, no conocen las insatisfacciones. Entonces vegetan, plácidamente.
Diarios

La necesidad de escribir en prosa surge cuando las ideas que se presentan caóticamente requieren un ordenamiento, una forma clara.
Diarios

Comprender lo que pasa y prepararse para el futuro. Todo lo demás es nada. De lo contrario la soledad nos gana el sitio en la cama, se acuesta con nosotros, se levanta con nosotros, nos sigue a todas partes. Vivir: la verdad de la vida es vivir,
Diarios

Córdoba. Solo en este hotel y llueve. hay cosas que evidentemente deben pasarme a mí... Por si fuera poco, he salido a caminar bajo la lluvia. Trágicamente, claro. En el bar donde me metí, tocaban música desolada, triste: melodías para mi pertinaz adolescencia....
Amo los hoteles. Hoteles como éste, como aquel de Colón, como el de Olavarría. Siempre llueve cuando uno está en un hotel.
Diarios

Un cierto tipo de felicidad que consiste en leer a Borges.
Diarios

Para recordar lugares hay que descubrirlos en compañía, con alguien a quien se ama, o muy solo, pensando en alguien con tristeza, extrañándolo: alguien que no conoce ese sitio y a quien necesitamos a nuestro lado.
Diarios

Leer a Borges siempre me instiga a escribir; es, creo, el escritor que más me hace amar la literatura, el acto de crear, y, al mismo tiempo, uno de los pocos que me remiten a la actividad expectante - pasiva- de la lectura feliz.
Diarios

La muerte , al fin de cuentas, es la menos inesperada anécdota de la vida.
Diarios

Y por momentos me parece que la famosa paz, cierta paz, no la de mi conciencia pero al menos la de mi cabeza, no es imposible.
Diarios

Lo verdaderamente peligroso: la lucidez.
Diarios

Y en esto me parezco a papá, sin vuelta de hoja: él me enseño que las cosas hay que desearlas profundamente y un día vienen solas.
Diarios

lunes, 23 de febrero de 2015

John Keats por Julio Cortázar


Y Julio Cortázar con su lapicera Waterman  nos dice "parece que me juntara energías en el bolsillo, la guardo en el chaleco, encima del corazón,  y es posible que a fuerza de escucharlo ir y venir, su propio corazón de tinta, su púlpito elástico, se vaya llenando de deseos e imaginaciones. De todas maneras mis propios prejuicios no la dejan andar libre por la página..." pero agrega también, "piensa mejor que él". Será por eso que decidió comenzar en su tributo a John Keats hablando de su lapicera, será que necesita un compañero para echarse a andar y reflejar en este libro toda su admiración por este gran poeta londinense del romanticisimo británico, del que hoy se cumple un aniversario más de su desaparición en el año 1821.

Sé que este camino junto a mi poeta disgustará de pronto a unos y a otros, porque mire lo que ocurre: aquí se habla de pasado con lenguaje de presente, presentísimo, agrega, de un pasadísimo pasado.
Pero también esto es fidelidad a mi poeta, porque él tenía una aptitud pavorosa para quedar mal con todo el mundo en la república literaria. Solo sus amigos lo comprendieron, y eso ayuda a no dejarse tentar por la fácil y ventajosa afiliación unilateral.

Si cito porque me da la gana, es que la gana me da las citas.

En el recuerdo de cada uno, los poetas traban un conocimiento que no tuvieron en vida... Simplemente me divierte ir paseándome por mi memoria, del brazo de John Keats, y favorecer toda clase de encuentros, presentaciones y citas. Porque la palabra cita se las trae, como se ve.
Voy del brazo de Keats, actitud más natural para conocerlo que la otra tan frecuente, en que al pobre lo izan en una nube mientras el crítico junta mesas y sillas para armarse una plataforma que no hacía la menor falta.

Busco cosas, me acuerdo de otras, vuelvo a los poemas, y además voy y vengo, quiero, juego, trabajo, espero, desespero, considero. Y todo forma parte de Keats, porque no voy a escribir sobre él sino andar a su lado y hacer de eso, por fin un diario.

Y cuánto muchacho habrá que anda con el tomito de la Everyman en el bolsillo, para leer a John en la calle, al aire libre, bajo los parasoles verdes de las plazas. Keats es para el bolsillo , donde se llevan las cosas que cuentan, las manos, el dinero, el pañuelo. Los estantes se los deja a Coleridge y Eliot, poetas-lámpara. Un bolsillo es la casa esencial y portátil del hombre; hay que elegir lo imprescindible, y solamente un poeta cabe allí.

Pero antes, y ya que lo alcanzaremos en el camino de sus veinte años, el lector merece una rápida reseña de su infancia y adolescencia. John nació en otoño el 31 de octubre de 1795, hay un oscuro lado familiar en la vida de Keats, que les dejó a los proclives del psicoanálisis. Él sale a flote de una confusa infancia, estrechamente unido a sus dos hermanos, George y Tom (que le siguen en edad) y a la chancleta de la casa, Fanny , quien temprano pone en la boca de John un nombre predestinado.

Ese inmediato empinarse, ese querer mirar a lo hondo...

Sus forzados estudios médicos no respondían a vocación alguna; los arrastra consigo largo tiempo (dos años son largos cuando quedan siete de vida) y un día -estoy seguro de que lo hizo- clava su lanceta en un tronco de árbol, y va a decirle a su tutor que prefiere la poesía a la farmacia.
Tiene veintiún años, es 1816, y en su cielo empieza a alzarse la sombra del dios que John elegirá para sufrimiento y rescate: Shakespeare. 

Cualquier pasado -dice- le daría al hombre actual la impresión de un recinto angosto donde no podría respirar. Es decir, que el hombre del presente siente que su vida es más vida que todas las antiguas, o viceversa,  que el  pasado íntegro se le ha quedado chico a la humanidad actual.
Nuestra vida se siente, por lo pronto, de mayor tamaño que todas las vidas.

Nadie más sensible a la presencia incesante del cuerpo; el poeta sabe con el cuerpo, mira desde las manos, desde el pelo. Una música es un viento, una estatua una ola; ahí va él, Simbad en su barca, envuelto en maravilla, golpeado en todas partes por una materia espiritual y física que no le da sosiego.

Las manos de Keats salen a conocer el mundo, y le traen una cosecha de ciego, un recuerdo de imágenes palpadas. John reconoce y acepta las cosas como cosa, la cosidad misma. Su mano se apoya en la corteza del árbol, y escucha. Sus ojos, manos libres palpando el aire, las copas de los árboles, huelen en la piedra y en la curva del vaso un ser concreto y suficiente, hic et nunc.

En conversaciones junto al fuego Keats era débil e inconsistente, pero en el campo se alzaba en toda su gloria.
El zumbido de una abeja, la visión de una flor, el cabrilleo del sol; sus ojos llameaban entonces, sus mejillas se coloreaban, su boca temblaba...
Keats se muestra tempranamente inclinado a celebrar desinteresadamente la realidad.
Amó, vivió, y fue a morirse deshecho y dolido a Roma.

Para vivir esta temporada próximo a John Keats necesito librarme de la tentación histórica, del deseo de instalarlo, cuando el signo del poeta es que jamás habita una sino un hotel, donde nadie se instala verdaderamente.

No goces demasiado de aquello que florece...

El escritor trabaja para el futuro; porque el futuro será su presente, el tiempo que alcanzará totalidad y verdad. Aquí a mi lado tengo las cartas y los poemas de un hombre que en su día era conocido solamente por uno o por otros, pero en quien solo algunos amigos podían fusionar los distintos aspectos. Sentado en la escalinata de Santa Trinita', medí lo necesario de desterrar toda preferencia aúlica para alcanzar a Keats como quería alcanzarlo, como él mismo se veía y se quería. 

jueves, 12 de febrero de 2015

Libros subrayados, Octaedro


Julio, que hoy hace treinta y un años que nos dejó, y treinta y un años que nos acompaña.


Che, y decile a la enfermera que no me joda cuando escribo, es lo único que me hace olvidar el dolor aparte de tu eminente farmacopea, claro.

Es cierto que escribir me calma de a ratos, será por eso que hay tanta correspondencia de condenados a muerte.

Nadie se atreve a meterse con mi cuaderno.

Les va a costar separarse después del almuerzo porque es entonces cuando volverá lo otro, la hora de irse a sus casas, el último, definitivo entierro.

También para ellos lo peor va a ser la vuelta, antes hay la ceremonia y las flores, hay todavía contacto con esa cosa inconcebible llena de manijas y dorados, el alto frente a la bóveda, la operación limpiamente ejecutada por los del oficio, pero después es el auto de remise y sobretodo la casa, volver a entrar en casa sabiendo que el día va a estancarse sin teléfono ni clínica, sin la voz de Ramos alargando la esperanza para Liliana.

Las palabras unas tras otras rellenando el vacío.

Las piezas desnudas que olían a verano.

En tanta niebla de tiempo.

Casi al alba, el cigarrillo consumido, la copa de vino en la mano indecisa. El vino como un guante de tiempo, había escrito Claudio Romero en alguna parte.

Cada uno instalado en su burbuja instalado entre paréntesis.

Todo se cumplía cíclicamente, cada cosa en su hora y una hora para cada cosa...

Fijar las cosas y los tiempos, establecer ritos y pasajes...
Este presente sucio, lleno de ecos de pasado y obligaciones de futuro.

De esos muertos que quisiste y que están en ese ahí que ya me exaspera nombrar con palabras de papel.

Quisiera leer muchas cosas, es ahora cuando tengo que empezar a leer.

Todo estaba como quieto, como de alguna manera congelado en su propio movimiento.

Todos sentíamos que en el fondo la inmovilidad seguía, que estábamos como esperando cosas ya sucedidas o que todo lo que podía suceder era quizá otra cosa o nada, como en los sueños.

Un poema de "Salvo el crepúsculo": Java, y si se trata de elegir un cuento, hoy elijo éste: El otro cielo.

jueves, 9 de octubre de 2014

El Aleph (libros subrayados)

La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo, pero yo no, pensé con melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había exasperado; muerta, yo podría consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación...

No estaría obligado, como otras veces, a justificar mi presencia con módicas ofrendas de libros: libros cuyas páginas, finalmente, aprendí a cortar, para no comprobar, meses después, que estaban intactos.

Beatriz Viterbo murió en 1929; desde entonces, no dejé pasar un treinta de abril sin volver a su casa.

...acepté con más resignación que entusiasmo...

...un solo detalle que no confirme la severa verdad...

Empezó a inquietarme el teléfono. Me indignaba que ese instrumento, que algún día produjo la irrecuperable voz de Beatriz, pudiera rebajarse a receptáculo...

Ya cumplidos los cuarenta años, todo cambio es un símbolo detestable del pasaje del tiempo; además se trataba de una casa que, para mí, aludía infinitamente a Beatriz.

...un Aleph es uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos.
Está en el sótano del comedor-. Es mío; yo lo descubrí en la niñez, antes de la edad escolar. La escalera del sótano es empinada, mis tíos me tienen prohibido el descenso, pero alguien dijo que había un mundo en el sótano. Se refería, lo supe después, a un baúl, pero yo entendí que había un mundo. Bajé secretamente, rodé por a escalera vedada, caí. Al abrir los ojos, vi el Aleph.
-¿El Aleph? -repetí.
Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos.

Baja, podrás entablar un diálogo con todas las imágenes de Beatriz.
Bajé con rapidez, harto de sus palabras insustanciales. El sótano, apenas más ancho que la escalera, tenía mucho de pozo. Con la mirada, busqué en vano el baúl de que Carlos Argentino me habló
...cumplí con sus ridículos requisitos; al fin se fue. Cerró cautelosamente la trampa; la oscuridad, pese a una hendija que después distinguí, pudo parecerme total. Súbitamente comprendí mi peligro: me había dejado soterrar por un loco, luego de tomar un veneno.
...sentí un confuso malestar, que traté de atribuir a la rigidez, y no la operación de un narcótico. Cerré los ojos, los abrí. Entonces vi el Aleph.

En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es.

Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde...vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Fray Bentos... vi una quinta de Adrogué... vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico, yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche)
... vi mi dormitorio sin nadie, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo.

Me negué, con suave energía, a discutir el Aleph; lo abracé al despedirme , y le repetí que el campo y la serenidad son dos grandes  médicos.

En la calle, en las escaleras de Constitución, en el subterráneo, me parecieron familiares todas las caras. Temí que no quedara una sola cosa capaz de sorprenderme, temí que no me abandonara jamás la impresión de volver. Felizmente, al cabo de unas noches de insomnio, me trabajó otra vez el olvido.

Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de Beatriz.

jueves, 18 de septiembre de 2014

El jardín de los senderos que se bifurcan

En la ventana estaban los tejados de siempre y el sol nublado de las seis. Me pareció increíble que ese día sin premoniciones ni símbolos, fuera el de mi muerte implacable.
Después reflexioné que todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente ahora.

Los innumerables pasados que confluyen en mí.

Me sentí por un tiempo indeterminado, percibidor abstracto del mundo. El vago y vivo campo, la luna, los restos de la tarde, obraron en mí...

La tarde era íntima, infinita, el camino bajaba y se bifurcaba, entre las ya confusas praderas.

Creía en infinitas series de tiempos,

Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmentese ignoran, abarca todas las posibilidades.

El tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros.




lunes, 17 de marzo de 2014

El libro de arena, libros subrayados


Inevitablemente el río hizo que yo pensara en el tiempo.
"El otro"
Solo los individuos existen si es que existe alguien.
"El otro"
La vejez de los hombres y el ocaso, los sueños y la vida, el correr del tiempo y del agua…
"El otro"
El poema gana si adivinamos que es la  manifestación de un anhelo, no la historia de un hecho.
"El otro"
Lo sobrenatural si ocurre dos veces, deja de ser aterrador.
"El otro"
La ceguera gradual no es cosa trágica. Es como un lento atardecer de verano.
"El otro"
El encuentro fue real, pero el otro conversó conmigo en un sueño y fue así que pudo olvidarme; yo conversé con él en la vigilia y todavía me atormenta el recuerdo.
"El otro"
Mi relato será fiel a la realidad o en todo caso, a mi recuerdo personal de la realidad, lo cual es lo mismo.
"Ulrica"
Lo que decimos no siempre se parece a nosotros.
"Ulrica"
Fue nuestra y la perdimos, si alguien puede tener algo o algo puede perderse.
"Ulrica"
El milagro tiene derecho a imponer condiciones.
"Ulrica"
No incurrí en el error de preguntarle si me quería.
"Ulrica"
"Como la arena se iba el tiempo. Secular en la sombra fluyó el amor y poseí por primera y última vez la imagen de Ulrica.
"Ulrica"
Por indecisión o por negligencia o por otras razones, no me casé, y ahora estoy solo. No me duele la soledad; bastante esfuerzo es tolerarse a uno mismo y a sus manías.
"El Congreso"
Cuando era joven, me atraían los atardeceres, los arrabales y la desdicha; ahora las mañanas del centro y la serenidad.
"El Congreso"
La muerte de aquel hombre, que ciertamente no fue nunca mi amigo, se ha obstinado en entristecerme.
"El Congreso"
Me he acostumbrado a Buenos Aires, ciudad que no me atrae, como quien se acostumbra a su cuerpo o a una vieja dolencia.
"El Congreso"
No modifican nuestra esencia los años, si es que alguna tenemos…
"El Congreso"
El periodista escribe para el olvido y que su anhelo era escribir para la memoria y el tiempo.
"El Congreso"
Recuerdo su aire frágil, que es atributo de ciertas personas muy altas, como si la estatura les diera vértigo y los hiciera abovedarse.
"El Congreso"
Mi odio pudo más que mi susto.
"El Congreso"
Conservo aún mis dos imágenes de la estancia: la que yo había previsto y la que mis ojos vieron al fin.
"El Congreso"
La despedida, a su entender, era un énfasis una insensata fiesta de la desdicha, y ella detestaba los énfasis.
"El Congreso"
He notado que los viajes de vuelta duran menos que los de ida, pero la travesía del Atlántico, pesada de recuerdos y de zozobra, me pareció muy larga. Nada me dolía tanto como pensar que paralelamente a mi vida Beatriz iría viviendo la suya, minuto por minuto y noche por noche.
"El Congreso"
Al tiempo lo que le está sobrando son días…
"El Congreso"
Ese amor que las mujeres jóvenes suelen profesar por los hombres viejos, dijo sin entender…
Una jugada me quedaba, que fui demorando durante días, no solo por sentirla del todo vana sino porque me arrastraría a la inevitable, a la última.
"There are more things"
Yo había previsto ese fracaso, pero una cosa es prever algo y otra que ocurra.
Repetidas veces me dijo que no hay otro enigma que el tiempo, esa infinita urdimbre del ayer, del hoy, del porvenir, del siempre y del nunca.
"There are more things"
La curiosidad pudo más que el miedo y no cerré los ojos.
"There are more things"
Quien mira una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.
"La secta de los treinta"
El deseo no es menos culpable que el acto…
"La secta de los treinta"
Si aprender es recordar , ignorar es de hecho haber olvidado.
"La noche de los dones"
Pero cuando una cosa es verdad basta que alguien la diga una sola vez para que uno sepa que es cierto.
"La noche de los dones"
En el término escaso de unas horas yo había conocido el amor y yo había mirado la muerte. A todos los hombres le son reveladas todas las cosas, o por lo menos, todas aquellas cosas que a un hombre le es dado conocer, pero a mí, de la noche a la mañana, esas dos cosas esenciales me fueron reveladas. Los años pasan y son tantas las veces que he contado la historia que ya no sé si la recuerdo de veras o si sólo recuerdo las palabras con que la cuento.
"La noche de los dones"
A orillas del Azov me quiso una mujer que no olvidaré; la dejé o ella me dejó, lo cual es lo mismo. Fui traicionado y traicioné.
UNDR
A mí también la vida me dio todo. A todos la vida les da todo pero los más lo ignoran.
UNDR
Nadie puede leer dos mil libros. En los cuatro siglos que vivo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer sino releer. La imprenta ahora abolida ha sido uno de los peores males del hombre, ya que tendió a multiplicar hasta el vértigo textos innecesarios.
"Utopía de un hombre que está cansado"
Nadie ignoraba que la posesión de dinero no da mayor felicidad ni mayor quietud.
"Utopía de un hombre que está cansado"
Cuando el hombre madura a los cien años está listo a enfrentarse consigo mismo y con su soledad.
Cumplidos los cien años, el individuo puede  prescindir del amor y de la amistad.
"Utopía de un hombre que está cansado"
Dueño el hombre de su vida lo es también de su muerte.
"Utopía de un hombre que está cansado"
Además todo viaje es espacial. Ir de un planeta a otro es como ir a la granja de enfrente. Cuando usted entró en este cuarto estaba ejecutando un viaje espacial.
"Utopía de un hombre que está cansado"
Usted y yo, mi querido amigo, sabemos que los congresos son tonterías, que ocasionan gastos inútiles, pero que pueden convenir a un curriculum.
"El soborno"
Una vez lograda la meta, el tiempo cesaría, o mejor dicho, nada importaba lo que aconteciera después. Esperaba la fecha como quien espera una dicha y una liberación.
Se dijo con alivio: Adiós a la tarea de esperar. Ya estoy en el día.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Taller Literario De Laberintos y espejos: libros subrayados

II Parte

Necesito hacer un esfuerzo de concentración para recordarlas, y no creo que valga la pena. No porque ellas no valieran la pena, sino que ahora no vale la pena que me esfuerce en recordarlas, porque eso no las trae a mi lado de nuevo... ya no serán como antes, y es mejor dejar las cosas como estaban.

porque con los árboles siempre hay un diálogo posible...

Cuando llaman a la puerta de calle tengo por norma no atender. Los que me conocen saben que tienen que llamar por teléfono antes de venir a casa... por otra parte no tengo mayor interés en conocer gente nueva, y menos gente del tipo de gente que es capaz de tocar timbre en los porteros eléctricos de gente que no conoce....

No es que crea que en los recuerdos todo color rojo se transforma fatalmente en negro, o que la memoria envejece agrisando los recuerdos; sí creo que los recuerdos se simplifican, adocenándose, vulgarizándose.

Las cosas, desde luego, no sucedieron exactamente así, como las estoy contando: en rigor las cosas nunca suceden como se las cuenta, porque nunca se pueden contar como suceden ¿Cómo puedo saber yo ahora el contenido exacto de mi pensamiento aquel día? ¿Cómo puede alguien ni siquiera a los diez minutos, recordar el contenido exacto de su pensamiento, esa cosa tan errática?

Yo afirmo que es imposible decir la verdad de las cosas tal como sucedieron, por más veraz que uno pretenda y que uno quiera ser. Ahora, por ejemplo, al rememorar estos hechos que vengo narrando, tal vez estoy juntando dos o tres días en uno solo, u omitiendo datos importantísimos, y sobre todo mintiendo, a sabiendas sobre el contenido de mis pensamientos al cual trato vanamente de aproximarme. Ni siquiera podría relatar el fluir de mi pensamiento actual, porque se va rápido, corre más rápido que mis dedos y, al mismo tiempo, por querer escribirlo lo estoy modificando, frustrando, fastidiando la posibilidad de una enorme cantidad de asociaciones mentales que por el solo hecho de atenderlas, no se producen.

Ahora estoy  más distraído con las cosas que me ocurren, en lo personal, y en casi toda mi vida adulta me ha faltado el tiempo para volverle a prestar atención a la lluvia. Algo parecido me pasa con la música; la oigo, pero más bien como fondo, sin entregarme plenamente. En eso se ha transformado la vida del adulto: un pasar cerca de las cosas sin rozarlas, o rozándolas apenas, pero sin entablar amistad con las cosas, sin intercambios, dar y recibir.

...es tan interesante estar en el mundo, y percibir, que es una lástima que haya perdido tantos años ocupado en asuntos triviales: exactamente eso es estar loco.

Me parece absurdo poseer a una mujer sin haber intimado antes, compartido antes algo de nuestros mundos para que el sexo no sea puesto en evidencia en toda su miseria, es decir, me parece absurdo no hacer propiamente el amor...

Quiero decir: no importa que me falle la memoria, o que me engañe, inventándome cosas o, peor, deformándome cosas.

... su nueva imagen desplazó completamente a la anterior; ya no pude recordar a Julia como había sido 

sábado, 30 de noviembre de 2013

El alma de Gardel, Mario Levrero

 Parte I

A veces pienso que hay un verdadero abismo entre la gente que anda por las calles, y yo. Me doy cuenta de que todos andan de un lado a otro ocupados en sus cosas, sin maravillarse del absurdo en que están inmersos. Yo no puedo dejar de maravillarme, y es en ese preciso punto en que comienza el sentimiento de lo maravilloso cuando la ciudad se redime y se transforma, para mí, en arte. De sufrir la ciudad paso a disfrutarla: la velocidad de los automóviles, la furia automática de los automovilistas, la carrera agotadora sin fin, con su tendal de vidas, la ansiedad, el atroz desequilibrio; el ruido, el humo, la muerte amenazando en cada cruce, el desgaste inútil de los nervios de las personas, de las vidas de las personas. Es como un cuadro lleno de fuerza, pintado por un loco; es arte, el arte más elaborado, más audaz, más avanzado; arte contemporáneo en permanente evolución. Es el fin de la razón, el el comienzo de la liberación. Las personas ya no son personas, son como los colores que utiliza el artista. Y el artista soy yo, y el único espectador soy yo, y el espectáculo comienza cuando yo llego.

Ya no era la que vivía en mi memoria, cuyo recuerdo había perdido y recuperado; era como una falsificación.

Pero al final todo es agua que corre, todo es pensamiento que fluye, todo es literatura que se escribe o palabras que se piensan, la Historia humana, las gotas de lluvia, todo se vuelve palabra consciente, o se pierde para siempre; aunque también se perderán las palabras. Y si todo este juego tiene al fin algún significado, eso no lo sabemos.

¿Y por qué piensa usted que los escritores son, más que otra gente, presa fácil de las depresiones?_preguntó el señor Caorsi después de mover peón cuatro rey, continuando una conversación que había comenzado a partir de un recorte de periódico que yo había pegado en la pared.
Bueno, no crea que porque escribo de vez en cuando me considero un escritor _dije, comenzando a responderle_. Hay pocos escritores en el mundo, que merezcan ese nombre. De modo que no me incluyo en la lista, y entonces le puedo decir lo que creo sin apelar a la falsa modestia: creo que los escritores se deprimen más que otra gente porque son más inteligentes y más sensibles, y no pueden tolerar la idea de tener que vivir en un mundo estropeado por los imbéciles. Creo que...

Caminar me permite formas de pensamiento que no puedo obtener estando sentado en casa, y digo "en casa" porque cuando estoy sentado en otro sitio, fuera de casa, como por ejemplo en un café, eso promueve otra forma de pensamiento, distinta de la de estar sentado en casa y de la de caminar. Pero es caminando cuando puedo formular los pensamientos más osados, o por lo menos más originales, habitualmente formulaciones hechas desde un punto de vista diferente del habitual. Es como si los problemas se presentaran bajo una nueva luz. También es cierto que muchas soluciones a problemas, encontradas en mis paseos a pie, más tarde se ha visto que no sirven, un poco como las ideas que uno tiene cuando sueña, aunque estas son todavía más inaplicables. Es posible que la soluciones que encuentro al caminar sean correctas, y que luego el que falla es el que trata de aplicarlas juzgándolas desde una posición sentada. Los pensamientos durante estos ágiles paseos bajo un sol benigno ...

Espero que ahora al escribirla, quede definitivamente desalojada el casillero de mis preocupaciones.


sábado, 6 de julio de 2013

Libros subrayados, París

Parte II
Debo avanzar muy lentamente porque el piso se hunde, no como pantano sino como carne.

Me llevo algunos minutos recobrar la totalidad de la conciencia de vigilia y desalojar de la habitación las imágenes soñadas.

Sí, hace mucho tiempo, hace muchísimo tiempo que no tengo un instante de distracción, es una responsabilidad exagerada, ahora lo comprendo, lo que no me deja dormir ni distraerme.

Mi problema es éste. Aquí . La cabeza. Pienso, pienso mucho. y eso no es bueno: pensando uno puede llegar a saber muchas cosas, sin necesidad de salir de una pieza.

¡Dios mío! ¡ Las cosas que me han hecho creer! Aunque nunca les creí del todo ; poco a poco me fui reencontrando a mí mismo, fui sospechando de ellos, por ciertas cosas minúsculas, gestos, susurros.

Y les dejo seguir su parloteo incesante. Después empiezo a fastidiarme no sé si por la sensación de estar excluido, o porque realmente no me interesa nada de lo que sucede.

Tengo ganas de salir y caminar largamente por la ciudad, pero me siento aún excesivamente cansado. Y al mismo tiempo tengo miedo de salir , no solo, y no tanto sino por una seguridad interior que me asusta más; me asusta el hecho de ignorar una serie dentro de las cuales moverme, de estar a la expectativa ante lo desconocido , especialmente  porque el cansancio y la confusión mental no dan lugar a una mayor confianza en mí mismo que me permita enfrentar con serenidad los pequeños grandes escollos que puedan surgir, desde, por ejemplo, la forma correcta de subir a un ómnibus, hasta cosas de mayor peligro.

Me movía con rapidez, y sentía el cuerpo rígido, como manejado por un centro nervioso que hubiera tomado el mando, desplazando a los centros habituales de movimiento.

Me resolví por lo más sencillo es decir, lo que suponía habría de traerme menos complicaciones.

Un par de alas se abren paso, automáticamente, a través del saco que acaban de romper. Mi caída es frenada como por un paracaídas enorme y compruebo con asombro que estoy volando, que incluso gano altura.

El vértigo había desaparecido. Sentí una embriaguez especial, una sensación no malsana de poder, y de dicha. Subía hasta alturas increíbles y luego me dejaba caer, planeando suavemente, con las alas extendidas y aunque cerrara los ojos no corría riesgo de estrellarme, y me dejaba guiar en mi vuelo por impulsos arbitrarios y extraños, y sentía, que de algún modo, estaba trazando en el cielo un dibujo coherente y estético.
Sentí que esta era mi forma natural de descansar.

Me parecía que todas las experiencias eran una sola, que no había entre ellas otras diferencias que su pluralidad y los distintos tiempos en que las había realizado.

Y dentro de mí fue creciendo la indignación , no sabía bien contra qué, aunque en buena parte lo era contra mí mismo.

Entré al cuarto y me dejé caer en la cama, en un estado de ánimo muy confuso, en el que se mezclaban el desaliento y la esperanza, y un sentimiento de derrota, de humillación.

Y siento, también, la necesidad urgente de volver a hacer un viaje en ferrocarril. No sé hacia donde. Pero es evidente que me he equivocado al venir a París. Ahora que no hay nada que me ate a ningún sitio.
No importa; el error está allí, en planificar. Quizá sea mejor dejarme llevar por la inspiración del momento, dejarme caer en un lugar cualquiera y esperar allí el amanecer. Lejos de París. En el otro extremo de la Tierra. En cualquier parte. Volar con los ojos cerrados y posarme, de pronto, donde el corazón lo indique. 


jueves, 4 de julio de 2013

Libros subrayados, Paris

Parte I

El tema unificador es desde luego, "la ciudad" (como concepto como expresión de un anhelo o como espacio mítico) y su relación con un protagonista innominado, tal vez el mismo en las tres novelas. París el el último tramo de lo que he llamado trilogía involuntaria, integrado además por "La ciudad" y "El lugar".
En París la ciudad adquiere un nombre y la acción de la novela ocurre íntegramente en ella aunque limitado a un edificio, si bien vasto y casi infinito, único.
París se abre con el final de un viaje en ferrocarril.
Cierro los ojos y me invade un cansancio extremo, una desilusión extrema y algo muy parecido a la desesperación. Un viaje de trescientos siglos en ferrocarril para llegar a París.

Y encontrarme con esa misma estación desde donde había partido , trescientos siglos antes y encontrarla exactamente igual así misma como demostración de la inutilidad del viaje.

Salvo la cuota de cansancio, la cuota de olvido, y la opaca idea de una desesperación que se va abriendo paso . El viaje había sido insensato. Ahora lo sabía.
Sin embargo no me parece insensato emprender un viaje para darse cuenta de su inutilidad . Si Ud.. cambia esa naciente desesperación por una calmada desesperanza, habrá obtenido algo que muchos humanos anhelan.

Sus palabras habían sido si no convincentes, el menos dignas de atención.

La tarde era tan gris como la estación, como la ciudad como yo mismo. Me siento gris por dentro y por fuera.

Dudo de mi propia existencia.

La memoria se me presenta como un fenómeno curioso, que me hace recordar las cosas apenas las veo o tal vez un instante antes de verlas.

Allí señalo un pequeño comercio, allí trabajé yo en un tiempo.

Hablé de la memoria, de mis cavilaciones en torno a la identidad, y la memoria, de mi incertidumbre acerca de los límites del mundo exterior.

Pensé que ahora en París ,el tiempo tenía una nueva forma de transcurrir mucho más lenta.

Mis nuevos recuerdos eran demasiados precisos, demasiados fieles, y en demasiada cantidad.

Traté de serenarme; no podía absorber tal cantidad de información que me llegaba a torrentes y que además me resultaba por completo inútil.

Me pregunto si las cosas y las gentes durante los trescientos siglos de mi viaje en ferrocarril, se han detenido en el tiempo y sólo el polvo se habrá movido en la ciudad, acumulándose sobre las cosas y las gentes.  Pero el tiempo parecía haber cambiado, aunque no pudiera darme cuenta en qué medida, en que dimensión.

Actualmente ni siquiera sé si realmente soy.

Mientras uno duerme , las cosas siguen su curso, y uno se vuelve viejo.

Sin embargo el descanso es algo que se me niega sistemáticamente.

Pienso en París, y de inmediato surgió la comparación entre el París actual, que yo estaba conociendo o reconociendo y el de que algún modo yacía latente en mi memoria.

Mi comportamiento es el de quien regresa después de mucho tiempo.

Siento como si la comprensión fuera un objeto real y vivo, con personalidad propia , que se burla de mí se escabullía , se escondía y de pronto asoma y me hace señas desde un rincón.

No, no puedo dormir, pero en cambio puedo soñar, soñar voluntariamente despierto. Creo haber utilizado este truco, más de una vez, durante el viaje, de cualquier manera, sé que en este momento me es posible hacerlo sin dificultad. Es cierto que no trae descanso verdadero ni a la mente ni al cuerpo, en la mente se forma un estado pasivo de alerta, un espectador que al mismo tiempo es actor de la obra que se va a representar, pero el espectador ignora el argumento, y asimismo lo ignora el actor, y el escenario es infinito.


miércoles, 17 de octubre de 2012

Libros subrayados, El discurso vacío

Librería Puro Verso, Montevideo
Octubre de 2012

En mi blog de siempre estamos de convocatoria, y me sumo desde aquí, desde mi otro espacio, con uno de lo libros más hermosos que he leído. Mario Levrero y su Discurso Vacío.
                                             
Sigma Mario Gomez Garrido, ellos saben por qué...

Debo caligrafiar, de eso se trata. Debo permitir que mi yo se agrande por el mágico influjo de la grafología. Letra grande, yo grande. Letra chica, yo chico. Letra linda, yo lindo.

La mediocridad es uno de los méritos más celebrados.

Tuve la tentación de transformar mi prosa caligráfica en prosa narrativa, con idea de ir fabricando una serie de textos como peldaños de una escalera que me elevara de nuevo a las añoradas alturas que había sabido frecuentar hace ya mucho tiempo.

Ese disgusto tiene que ver según he podido percibir, con el hecho de llevar ya demasiado tiempo 
-demasiados años- viviendo fuera de mí mismo, ocupándome de cosas que suceden fuera, de manera exclusiva.
Esto quiere decir que percibo las cosas superficialmente, que no tengo vivencias, que estoy apartado del ser interior; demasiado apartado, y sin tener la menor noción de los caminos posibles para acercarme. 

No importa qué es lo que se está viviendo cuando uno está apartado de Sí Mismo. Todo transcurre sin dejar ni una huella memorable.

La causa no está en los reclamos del mundo exterior, sino en mi apego, o mi compromiso con estos reclamos. 

El vacío nunca me asustó demasiado; en ocasiones hasta llegó a ser un refugio.

La voluntad: ese es el nudo de mi problema actual. He perdido mi fuerza de voluntad, la cual, por otra parte, nunca fue muy grande.

La única libertad verdadera, lo sé de sobra, es aquella que se conquista.

Y debía comenzar a adaptarme a la vida en otra ciudad, en otro país. No había tiempo para sentir dolor y opté por anestesiarme.
No podía permitirme sentir miedo, como tampoco podía permitirme volver la mirada hacia las cosas que dejaba atrás.

Tengo la impresión de que todo en mí se desorganiza con demasiada facilidad. Si bien es cierto que debería ser más fuerte y no dejarme arrastrar por la locura del entorno, también es cierto que estoy acostumbrado a entornos más controlados por mí.

Los problemas pasan a ser enemigos que afrontar.

El discurso no se alteró sino que se borró durante muchas horas.

Sin embargo todo es subjetivo, no hay plazos impuestos desde afuera.

Todavía no he podido poner en práctica mi sistema de "situarme" idealmente en la nueva casa e imaginar su funcionamiento.

Lo que se hace no surge de una necesidad real, no es necesario, sino que hay un patrón , una forma abstracta que se aplica como si fuera una fuerza natural operando en todos nosotros.

Creo que están apareciendo los efectos del antidepresivo, al menos los efectos secundarios...

Nunca nadie me dejaba contarla hasta el final; me interrumpían hablando de otras cosas, y eso me excitaba y me daba rabia. También me daba rabia hacia mí mismo, por no poder sintetizar la historia, ir a la esencia de lo que quería contar.

Es muy difícil no estar asustado cuando uno siente que no puede contar mucho consigo mismo.

Ya las cosas no sería tan fáciles, porque me pesa la experiencia anterior, que fue buena como experiencia, pero sería terrible como repetición.

Una extraña forma de vida, uno vive y piensa, siempre en función de otra persona que por lo general no está presente, y que, por lo general, nunca puede saberse con certeza cuando va a estarlo.

Son muchos cambios para un hombre, que suele apegarse extremadamente a los lugares.

Cuando uno sabe que ha de abandonar un lugar para no volver, es imposible seguir viviendo en él cómodamente, por así decirlo uno no está allí donde está, sino que vive proyectándose, cada vez con mayor fuerza, hacia el nuevo lugar donde va a vivir.
No soy capaz de imaginarme el día de la mudanza, el levantarme de esta cama en mi casa, para acostarme esa noche en esta misma cama, en otra casa; en el medio hay un esfuerzo, una complicación, un trabajo que me parece no poder enfrentar.

Mis narraciones son en su mayoría, trozos de la memoria del alma, y no invenciones...

Más libros elegidos en casa.

sábado, 6 de agosto de 2011

El Pozo, Juan Carlos Onetti


Aprendamos a descubrirlo a través de los subrayados. Todo aquello que fuera del contexto en sí nos conduciría sin lugar a dudas a alguna parte. Los espero.
Click aquí por el cuento completo.

Qué fuerza de reali­dad tienen los pensamientos de la gente que piensa poco y, sobre todo, que no divaga. A veces dicen “buenos días”, pero de qué manera tan in­teligente.

Pero, ¿por qué no acepta que nunca ya volverá a enamorarse?

Era cierto; yo no quiero aceptarlo porque me parece que perdería el entusiasmo por todo, que la esperanza vaga de enamorarme me da un poco de confianza en la vida. Ya no tengo otra cosa que esperar.

Por aquel tiempo no venían sucesos a visitarme a la cama antes del sueño; las pocas imágenes quo llegaban eran idiotas. Ya las había visto en el día o un poco antes. Se repetían caras de gentes que no me interesaban, ubicadas en sitios sin misterios.

Había habido algo maravilloso creado por nosotros.

¿Cómo que­rer compararse con aquel sentimiento, aquella atmósfera que, a la media hora de salir de casa me obligaba a volver, desesperado, para asegurarme de que ella no había muerto en mi ausencia?

He leído que la inteligencia de las mujeres termina de crecer a los veinte o veinticinco años. No sé nada de la inteligencia de las mujeres y tampoco me interesa. Pero el espíritu de las muchachas muere a esa edad, más o menos. Pero muere siempre; terminan siendo todas iguales, con un sentido práctico hediondo, con sus necesidades materiales y un deseo ciego y oscuro de parir un hijo. Piénsese en esto y se sabrá por qué no hay grandes artistas mujeres.

El amor es algo demasiado maravilloso para que uno pueda andar preocupándose por el destino de dos personas que no hicieron más que tenerlo, de manera inexplicable. Lo que pudiera suceder con don Eladio Linacero y doña Cecilia Huerta de Linacero no me interesa. Basta escribir los nombres para sentir lo ridículo de todo esto.

El trabajo me parece una estupidez odiosa a la que es difícil escapar. La poca gente que conozco es indigna de que el sol le toque en la cara.

Porque los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene.

Pero aquella noche no vino ninguna aventura pa­ta recompensarme el día.

Había una esperanza, una posibilidad de tender redes y atrapar el pasado ... Tampoco podía perder tiempo, la hora del milagro era aquella, en seguida.

-¿Nunca te da por pensar cosas, antes de dormirte o en cualquier sitio, cosas raras que te gus­taría que te pasaran...?

Salió antes que yo y nunca volvimos a vernos. Era una pobre mujer y fue una imbecilidad hablarle de esto.

Es asombroso ver en qué se puede convertir la revolución rusa a través del cerebro de un comerciante yanki; basta ver las fotos de las revistas norteamericanas, nada más que las fotos porque no sé leerlas, para comprender que no hay pueblo más imbécil que ése sobre la tierra; no puede haberlo porque tam­bién la capacidad de estupidez es limitada en la raza humana. Y qué expresiones de mezquindad, que profunda grosería asomando en las manos y en los ojos de sus mujeres, en toda esa chusma de Hollywood.

...un acento extran­jero que me hace comprender cabalmente lo que puede ser el odio racial. No sé bien si se trata de odiar a una raza entera, u odiar a alguno con todas las fuerzas de una raza.

Y cuando a su condición de pequeños burgueses agregan la de “intelectuales”, merecen ser barridos sin juicio previo.

Fuera de todo esto, que no cuenta para nada, ¿qué se puede hacer en este país? Nada, ni dejarse engañar.

Detrás de nosotros no hay nada. Un gaucho, dos gauchos, treinta y tres gauchos.

Recuerdo que en aquel tiempo andaba muy solo —solo a pesar mío— y sin esperanzas. Cada día la vida me resultaba más difícil. No había conse­guido todavía el trabajo en el diario y me había abandonado, dejándome llevar, saliera lo que sa­liera. ¿Por qué los sucesos no vienen al que los espera y los está llamando con todo su corazón desde una esquina solitaria?

Hablaba rápidamente, queriendo contarlo todo, trasmitir a Cordes el mismo interés que yo sentía. Cada uno da lo que tiene. ¿Qué otra cosa podía ofrecerle? Hablé lleno de alegría y entusiasmo, paseándome a veces, sentándome encima de la mesa, tratando de ajustar mi mímica a lo que iba contando. Hablé hasta que una oscura intuición me hizo examinar el rostro de Cordes. Fue como si, corriendo en la noche, me diera de narices contra un muro. Quedé humillado, entontecido. No era la comprensión lo que había en su cara, sino una expresión de lástima y distancia. No recuerdo que broma cobarde empleé para burlarme de mí mismo y dejar de hablar. El dijo:

-Es muy hermoso... Sí. Pero no entiendo bien si todo eso es un plan para un cuento o algo así.

Yo estaba temblando de rabia por haberme lan­zado a hablar, furioso contra mí mismo por haber mostrado mi secreto.

El cansancio me trae pensamientos sin esperanza.

Hace un par de años que creí haber encon­trado la felicidad. Pensaba haber llegado a un es­cepticismo casi absoluto y estaba seguro de que me bastaría comer todos los días, no andar desnudo, fumar y leer algún libro de vez en cuando para ser feliz. Esto y lo que pudiera soñar despierto, abriendo los ojos a la noche retinta. Hasta me asombraba haber demorado tanto tiempo para des­cubrirlo. Pero ahora siento que ni¡ vida no es más que el paso de fracciones de tiempo, una y otra, como el ruido de un reloj, el agua que corre, moneda que se cuenta. Estoy tirado y el tiempo pasa.

Esta es la noche, quien no pudo sentirla así no la conoce.

Todo es inútil y hay que tener por lo menos el valor de no usar pretextos.

jueves, 28 de julio de 2011

"La busca de Averroes"

El Aleph, 1949

Empecemos por una de sus tantas posibles lecturas, a través de los subrayados:

que la divinidad sólo conoce las leyes generales del universo, lo concerniente a las especies, no al individuo.

de algún patio invisible se elevaba el rumor de una fuente;

se dilataba hacia el confín la tierra de España, en la que hay pocas cosas, pero donde cada una parece estar de un modo sustantivo y eterno.

Aristóteles. Este griego, manantial de toda filosofía, había sido otorgado a los hombres para enseñarles todo lo que se puede saber;

La víspera, dos palabras dudosas lo habían detenido en el principio de la Poética. Esas palabras eran tragedia y comedia. Esas dos palabras arcanas pululaban en el texto de la Poética; imposible eludirlas.
De esa estudiosa distracción lo distrajo una suerte de melodía.

con esa lógica peculiar que da el odio.

habla de un árbol cuyo fruto son verdes pájaros. Menos me duele creer en él que en rosas con letras.

pero se deja describir con las mismas voces.

–Los actos de los locos –dijo Farach– exceden las previsiones del hombre cuerdo.

Al fin habló, menos para los otros que para él mismo.

sólo es incapaz de una culpa quien ya la cometió y ya se arrepintió; para estar libre de un error, agreguemos, conviene haberlo profesado.

si el fin del poema fuera el asombro, su tiempo no se mediría por siglos, sino por días y por horas y tal vez por minutos. La segunda, que un famoso poeta es menos inventor que descubridor.

Infinitas cosas hay en la tierra; cualquiera puede equipararse a cualquiera. Equiparar estrellas con hojas no es menos arbitrario que equipararlas con peces o con pájaros. En cambio, nadie no sintió alguna vez que el destino es fuerte y es torpe, que es inocente y es también inhumano. Para esa convicción, que puede ser pasajera o continua, pero que nadie elude, fue escrito el verso.

el tiempo, que despoja los alcázares, enriquece los versos.

condenó por analfabeta y por vana la ambición de innovar.

Reflexioné, después, que más poético es el caso de un hombre que se propone un fin que no está vedado a los otros, pero sí a él.
Sentí, en la última página, que mi narración era un símbolo del hombre que yo fui, mientras la escribía y que, para redactar esa narración, yo tuve que ser aquel hombre y que, para ser aquel hombre, yo tuve que redactar esa narración, y así hasta lo infinito. (En el instante en que yo dejo de creer en él, «Averroes» desaparece.)

El tiempo agranda el ámbito de los versos y sé de algunos que a la par de la música, son todo para todos los hombres.