“¿Por qué debería preocuparme por la posteridad?
¿Qué ha hecho la posteridad por mí?”
Groucho Marx.
Que yo recuerde, mi primer gran amor se llamaba Elena. Debía tener entonces cuatro años, uno menos que yo. Su memoria se hace niebla, brumas… Es probablemente uno de los recuerdos más remotos que tengo. En realidad no alcanzaría a contar más allá de dos detalles. Su pelo era rubio y rizado… y jamás hablé con ella.
Que yo recuerde, mi primer gran amor se llamaba Elena. Debía tener entonces cuatro años, uno menos que yo. Su memoria se hace niebla, brumas… Es probablemente uno de los recuerdos más remotos que tengo. En realidad no alcanzaría a contar más allá de dos detalles. Su pelo era rubio y rizado… y jamás hablé con ella.
Más de una vez me calentaron las nalgas al sorprenderme en el patio de las niñas anonadado, mirándola, sin hacer nada que no fuera epatarme con su pureza de ángel, su inocencia, su luz. Recuerdo mi desconcierto cuando tirando feo de mi brazo me arrastraban al otro lado de la valla preguntándome “qué demonios hacías ahí otra vez?”. Nunca supe qué responder. Masajeando mis posaderas magulladas, yo sólo sabía una cosa. Aquel patio era mi sitio. Cualquier otro lugar me era hostil o cuando menos inane. Quería estar con ella. Nada más.
Cuarenta años después uno se pregunta cómo puede un changuito de esa edad enamorarse de algo. Siguiendo qué roles, qué patrones, qué llamada de qué hormonas, sentía uno de repente ese sin vivir, ese peso acá dentro y esa atracción que le hacía saltar vallas para quedarse menso no más en contemplación. La verdad… no me lo explico.
No sé, por supuesto, qué pasó con Elena ni si nuestro romance duró más allá de una semana. Como digo es un recuerdo que tiene más bien la consistencia y la textura de los sueños. El caso es que ahí empezó una de las andaduras más apasionantes de la vida: la búsqueda incansable, más o menos consciente, de esa cosa inasible, ingrávida, que reivindicamos como esencial y que normalmente ni siquiera sabemos definir. Esa entidad, ese algo que, quedándonos tan panchos, venimos a llamar amor.
Inmersos ya en esa búsqueda y llevados por la inercia, el pensamiento único o tal vez simplemente por la pereza, acabamos confundiendo el objetivo y en vez de el amor, tan difícil de encontrar probablemente por inefable, buscamos una pareja estable y, a la sazón, el precio que pagamos por conseguirla es tener que vivir con ella. Luego vienen las rupturas, que envolvemos normalmente en un halo de fracaso o de desastre cuando tal vez deberían celebrarse como lo que son, como un acto preñado de futuro o una promesa de vidas más plenas. Nunca he entendido porqué se nos obliga a celebrar los matrimonios y se considera de mal gusto aconsejar un divorcio o felicitar las separaciones. Tal vez debiéramos tomarnos estos asuntos del amor con más ecuanimidad, distancia… y tantito sentido del humor.
Y… qué pasa después con ellas… con ellos, con las personas con las que tanto hemos compartido en su momento, cuando salen de la historia principal, la de cada uno, para protagonizar sus propias vidas?... Qué hay de los epílogos?
Ana:
Ana tuvo siempre un talento desbordante para la música, un don fuera de lo común que fue sin duda uno de los motivos de la irresistible atracción que sentí siempre hacia ella. Tenía el viento en la voz y se comía los escenarios. Apostó temprano y duro por vivir de aquello, con un prometedor éxito inicial y un largo y lento descenso hacia la polilla del olvido y la carcoma de la memoria. Fuimos novios en el instituto y volvimos a encontrarnos en los años de universidad y en ambas ocasiones resultó un dulce desastre que no alcanzó más allá de unos meses. Nos quisimos mucho y mal… dos veces. Durante muchos años seguimos en contacto ya como buenos amigos hasta que no pude más con su run run quejicoso y su infinito desengaño con un mundo que la dejó tirada, a ella, a ese prócer de talento y arte. Me agotó su sempiterna letanía. Todo el mundo era responsable de tanto despropósito… menos ella. Cuando hace ya unos diez años dejamos de vernos, era madre de dos gemelitas hiperactivas y chillonas hijas de un niñato que tardó más en dejarla embarazada que en hacerse humo. Que yo sepa, a día de hoy regenta, rumiando aún su desdicha, una tienda de electrodomésticos donde le canta bajito a las lavadoras contándoles su soledad.
Clara:
La primera vez que vi a Clara me quedé patidifuso ante su belleza. Tenía en la mirada una luz extraña que sobrecogía y una dulzura en el gesto que la convertía de inmediato en el centro de atención de cualquier estancia que iluminara con su sonrisa. Era una especie de misterio leve, reservada, de pocas palabras y mirada siempre como en la lejanía. Caí rendido al primer instante y así permanecí los nueve años que tardó en dejarme. Mucho tiempo después de separarnos, la última vez que la vi, apenas sí la reconocí de puro oronda que estaba. Se me acercó despacito, al contraluz de una farola que me impedía ver bien su cara. Lentamente, sus contornos redondos, rollizos, se me iban mostrando nítidos, aproximándose, como amenazando una avalancha. Sólo cuando sus ojos entraron en mi campo de visión pude, con un sobresalto, ponerle nombre a semejante rotundidad. Conservaba aquella condición tan suya, aquella suerte de paz otoñal, aquella profundidad como de estanque en calma en los ojos. Tenía la misma mirada, como asomándose desde dentro de ella misma. Conservaba intacta su luz, seguía siendo bella en su gordura, en su maternidad y en su vida sencilla,… en la vida que siempre había deseado y que nunca hubiera encontrado a mi lado.
Sara:
Sara fue uno de los grandes errores de mi vida,… sólo en un sentido. Nos conocimos en una época tumultuosa, mórbida y enfermiza en la que andábamos ambos lamiéndonos todavía las heridas de batallas anteriores. Deberíamos haber sido grandes amigos, como en realidad fuimos,… pero nunca una pareja. Con Sara cambió mi forma de ver la vida en muchos aspectos, me abrí a nuevos caminos que sigo pisando y aprendí el desapego a base de cuernos y mucho diálogo. Llegamos a querernos y a conocernos profundamente durante los cerca de tres años que tardamos en convencernos de que lo mejor para los dos era darnos alas y un abrazo. Y lo mejor de nuestra amistad empezó entonces y duró tres años más, hasta que un santón hijo de puta se cruzó en nuestro camino confundiendo mentes y devorando epígonos. La última vez que supe de ella andaba con la cabeza rapada y un hábito naranja enterizo de monja hinduista en una sectita patética, pelándole el melocotón a su gurú, un cabrón de saber enciclopédico y corazón podrido que supo potenciar en Sara el pecado de la soberbia que siempre llevó dentro y sumirla, al mismo tiempo, en un profundo estado de sumisión inconsciente.
Susana:
Permítanme terminar contando el que me pareció el más extraño de los posteriores futuros imperfectos de las que fueron mis compañeras. Se podría decir que Susana fue mi primera pareja seria –tan maduros nos sentíamos ya a los diecitantos –y la mujer con quién aprendí, entre otras cosas, a emborracharme y a besar. Fuimos una pareja paradigmáticamente adolescente, con todo y pandilla, con su ruptura, su vuelta a empezar y, por decirlo de alguna forma, su desástrofe final. Hasta ahí todo normal. Al cabo de muchos años encontré casualmente su teléfono en un papelito amarillento y velado de tiempo y penas, y su recuerdo me anduvo rondando unos días, inquietando mis sosiegos, hasta que decidí probar suerte. Contestó una voz caduca, demasiado cansada de vivir para poder ser ella. La regamos –pensé –se mudó. Aún así volví a tentar a la suerte preguntando: Susana, por favor?
-Quién pregunta?
-Soy Karlos, un antiguo compañero del instituto.
-Ya os he dicho que la dejéis en paz. Que os vayáis a tomar por el culo, hijos de puta. No la vais a volver a ver, cabrones!!
Y colgó.
Me quedé ojiplato un instante, con las cejas alzadas en una pregunta o un susto y la mirada fija en el auricular como esperando una respuesta o un desagravio. Cuando pude reaccionar repasé mil veces la conversación en busca de un posible malentendido, pero… qué malentendido podría caber en semejante intercambio chiquito de palabras?
En las siguientes semanas repetí la llamada unas tres veces, amañando cada vez mi identidad y procedencia, con el mismo resultado. Siempre acababa tomando por el culo o cagado en mi puta madre.
Aquello me dejó tan perplejo que probé a contactar con antiguos amigos comunes intentando que alguien me diera razón sobre Susana. Pero todos terminaban poniendo la misma expresión fronteriza que sólo supe interpretar como algo equidistante entre un no sé y un dolor de estómago y que terminó por hacerme pensar que sabían algo que yo ignoraba y que no pensaban contarme. Hasta que alguien me dijo con cierto pudor creo que anduvo en problemas con las drogas o con el alcohol… o con ambos inclusive. En cualquier caso, el férreo cerco de silencio que a su alrededor se había creado, parecía haber conseguido que todos se olvidaran de Susana… o prefirieran no saber nada de ella.
Cerca de un mes después, una tarde de otoño, me acerqué a su portal decidido a aclarar aquel asunto. Amagué el gesto de llamar a su telefonillo pero me quedé malogrado a medio camino como pidiendo un taxi. Algo me dijo de pronto que me volviera por donde había venido, que iba a ser mejor para todos. Fue una inspiración, una intuición… o simplemente el temor a abrir cajas de Pandora de gentes que al fin y al cabo me eran ajenas desde hacía ya muchos años. Esperé unos cinco minutos aún con la mano alzada y el índice extendido. Un vecino salió de repente del portal y amablemente sostuvo la puerta.
-Va usted a pasar?
-Va usted a pasar?
18 dejaron su rastro...:
Estupendo. Como siempre Karlos, es un placer leerte.
Plas plas plas plas plas!
Me ha encantado...
Por fin hoy he podido asomarme a tu "bló", he leído la historia sobre las putas y también esta última entrada... y me han gustado ambas un par de carretadas... una gozada leerte.
Con tanto blog bueno como estais haciendo por aquí no me va a quedar otra que ponerme internet en casa... cagontó...
Gracias, gracias a ambos las dos.
Benito, ya sabes que eres tú unos de los principales culpables de este juego virtual de exhibicionismos, vanidades y toma y dacas... en el que yo salgo ganando. O al menos mi ego...
Cari, tal vez lo que deberías hacer es salir tú de la fresquera y crear tu propio vló, que seguro que nos ibas a dejar a todas a la altura del "ve tú".
Besos gente lista, guapa y...
Tienes toda la razón del mundo. Curiosamente, a mí me ocurrió igual: a los cinco años perdí el corazón por un niño de siete llamado Luis. Y sólo recuerdo su pelo rizado y que al sentarme junto a él, me derretía.
Es increíble cómo desde niños ya vivimos experiencias que nos marcan de por vida...
Gracias por sentarte un rato en mi Tasca a degustar historias que te hagan soñar. Ahora que también conozco yo el camino hacia tus Crónicas, no dudes que volveré, como siempre se regresa a lo que gusta.
Besos con sabor a sal.
Lo bonito de leerte es que se van despertando en una misma esos recuerdos, y se vienen a mi cabeza y a mi corazón, y comprendes que aprendes y también que qué bien no aprender determinadas lecciones. Siempre que te leo me quedo llena de ternura y con una sonrisa en la cara, y también, a veces, lágrimas, pero de las dulces.
Gracias...gracias...gracias.
Ay, vieja alma. Como (tan) bien narras, la Elena, la Susana, la Clara, la Ana portaban el mismo mensaje con distintos códigos: el amor no se crea ni se destruye, "simplemente" se transforma. Y en el deseo de dirigir esa transformación hacia otros cauces se nos va la vida... creo.
Es que tus escritos me tocan suavito las entrañas, y cuando me pasa eso no sé hacer otra cosa más que dejar que salga el mar que llevo dentro.
Si esa panterita es mi Bagheera es que mis "Crónicas..." llegaron al frío y yo no hago más que llevarme alegrías.
Y..., entonces, va a resultar que el amor también es proporcional a la velocidad de la luz al cuadrado?
¡Cómo me ha gustado pasarme por aquí y ver este blog tan nuevito y tan encarrilado! Espero que lo estés disfrutando.
Por cierto; el otro día me gustó mucho verte.
Besotes ;)
Siempre es un placer, Suna. Veo que andas en Júpiter. Que lo disfrutes. Exprímelo bien :)
Buen inicio de blog. Buenas historias, y bien contadas (contenidas e intensas). Felicidades, hermano de letras.
Llego a tu blog por un comentario que hiciste ayer en mi anterior blog (trocinosdemiyo) y ... un placer leerte. Me ha gustado mucho tu forma de escribir y describir.
Besos de presentación.
Muchas gracias por vuestra curiosidad y vuestro tiempo. Bienvenidos, Ana y Enrique.
Es una alegría teneros por aquí... y un honor.
Besos.
¡Me has atrapado! Cai en el relato completamente...
Hacer el recuento de amores con sus respectivas historias, me suena atractiva la idea.. creo que te copiaré la idea :)
Un gusto pasarme por tu blog!
Amor. Una cosa extraña que corre en la sangre hasta la muerte y algunos dicen que mas allá. Bonito recuerdo infantil. Bonita Elena de troya. Eso sí, de caballito de parque infantil y la batalla de arena. En profesor de azote ¿Se llamará Ulises?
Si non é vero, é ben trovatto.
O como se diga.
Escribes bien, sí.
Tuve amores tranquilos, apasionados, largos, cortos, de una noche, de décadas.
Y lo tuve a él.
Tenía 20 años, Guillermo unos pocos más. Fuimos primero compañeros de trabajo, amigos después. Hasta que nos besamos, más por curiosidad que por pasión y no pudimos desenredarnos. No concebíamos estar separados. Dormíamos juntos, comíamos juntos, bebíamos de la misma copa, nos bañábamos juntos.
Viajamos juntos, vivimos juntos, crecimos juntos.
Cuando nos amábamos era con todo y cuando nos peleábamos también.
Pura pasión.
Tanta que se consumió entre gritos y besos a los tres años (las grandes pasiones no están destinadas a durar).
El crió panza, yo fui madre de los hijos de otro.
Nos hablamos cada tanto para nuestros cumpleaños.
Y lo sigo amando de una extraña manera.
¡Qué injusta soy!
Esta era TU historia y yo me despaché con la mía.
Es que me hiciste remontar vuelo con tus palabras.
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